viernes, 31 de octubre de 2008

Cucos, Brujas...

...temibles personajes imaginarios...

¿A quién no le daban miedo esas cosas?

¡Y muchas otras! (La oscuridad, los mostros, el hombre del costal y en mi caso, los robots...)

Pero cuando crecemos, nuestro miedo lo toman cosas más inmediatas, sofisticadas y terrenales, aunque igualmente inexplicables: la crisis, el terrorismo, la corrupción, el cáncer, la gente mala e ignorante... pero nuestros temores más intrínsecos de la edad chirrisca siguen por ahí enroscados como víboras, esperando cualquier chico rato para desenroscarse y darnos un susto.

Anoche, sin ir más lejos, me desperté de pronto, sobresaltado. Estaba soñando, pero claro, como sucede siempre en sueños, no sabes que estás soñando. El caso, soñaba que yo tenía miedo. Un miedo terrible y pavoroso. Miedo a la calaca que llevo dentro [calaca, né esqueleto, calavera] y me asuste un chorro. Era una angustia terrible y opresiva.

Recuerdo que me miraba en el espejo y me imaginaba la calaca dentro de mí. ¡Era horrible! Le dije a Audrey que iba a ver a un doctor para que me la sacara. Audrey me respondió (con una voz tipludita y extraña -- no me imaginaba que tuviera una voz así, pero así sonaba, como una especie de la voz de Lisa Simpson pero más aguda) que le parecía una buena idea. No podía seguir con una calaca por dentro.

Entonces, un doctor me sacaba la calaca... y yo me sentía muy raro, como si no tuviera huesos (y claro, ¡no tenía huesos!) -- era como un globo desinflado. Y no podía caminar. Recuerdo la sensación de no tener huesos ni rodillas en las piernas y reptaba a todas partes. La Audrey a veces me arrastraba, como arrastra su mantita, pero luego la Audrey tenía algo importante qué hacer (me lo decía, con su voz de silbato, pero no recuerdo qué era) y me dejaba tirado. Y me daba angustia, porque la calaca que me habían sacado, andaba por ahí, lamentándose.

Luego desperté. Pero fue demasiado para mí.

Luego ví a Audrey, hecha un ovillo al pie de la cama, mirándome sin hablar, con su carita de '¿podemos dormir otro rato más?' y me empecé a reír y a reír y a reír.

Y así he estado, todo el santo día.

Ya no me asusta nada de lo que me asustaba cuando era niño. Creo que tampoco puedo darme el lujo de que me asuste lo que ahora asusta al mundo.

A estas alturas del poema, los cucos y brujas, igual que las calaveras, me pelan los dientes.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Ruido Rosa



La clase de arqueología pop de hoy, no gira en torno a un sólo álbum, o a un sólo grupo o artista: esta vez, trata sobre diversas canciones y sus versiones.

Alguna vez uno de mis amigos dijo que a mí me gustaba la "música para chicas" y esto no es necesariamente verdad: me gusta la música hecha por chicas, pero también me intriga ver cómo las chicas interpretan una canción escrita y cantada, originalmente, por un hombre. Así pues, con esta idea, e
stuve pensando en muchas canciones que me gustan que originalmente son cantadas por hombres y que en sus versiones con mujeres me gustan aún más.

Muchas veces la letra no cambia en absoluto (¡ni siquiera de género, en algunos casos!) y sin embargo las consecuencias están intactas, igual que el efecto.

Algunas de las voces son angelicales, otras son completamente sui-géneris; los arreglos van desde el toque de reggae (en la versión de Kate Bush), al jazz (con la formidable Caecilie Norby) o a la extraña ternura (Tori Amos strikes again).

¿Qué más puedo agregar? ¡Esta es una de las listas que más me ha divertido compilar!, así que hagan click en el título de cada canción para descargarla y oírla.


Top 10 de Covers de canciones escritas por hombres y cantadas por mujeres:

1) Marianne Faithfull - It's All Over Now, Baby Blue
[Original de Bob Dylan. Una de esas canciones que te persigue con toda su ominosa belleza a la hora de decir "buenas noches y gracias"]

2) Tori Amos - Real Men
[Original de Joe Jackson. Tan espléndidamente ejecutada que uno no la podría imaginar de otra manera. La letra es una verdadera maravilla.]

3) 10,000 Maniacs - More Than This
[Original de Bryan Ferry. La voz y el ritmo son completamente distintas, sin embargo, el júbilo está muy presente, tanto como estuvo antes en Avalon]

4) Caecilie Norby - Life on Mars
[Original de David Bowie. El humo, el solo de trompeta, la voz como terciopelo. Hasta el propio Ziggy seguro se estremece nada más de oírla.]

5) Liz Phair - Mother's Little Helper
[Original de Jagger & Richards. O de como las amas de casa de los 60 aceptaron la crisis nerviosa como parte del territorio. Miss Phair no sacrifica el humor cáustico, pero tampoco la esencia femenina de la casi-rima-infantil-pero-no. What a drag is getting old...]

6) Kate Bush - Rocket Man
[Original de Elton John. O bien, Kate goes to Jamaica. Have a nice day!]

7) Eurythmics - Satellite of Love
[Original de Lou Reed. Annie, con un antifaz de terciopelo negro, una caja de bombones en forma de corazón y un látigo. Bop-pop-pop.]

8) Sinéad O'Connor - All Apologies
[Original de Kurt Cobain. La doncella irlandesa se despoja de su furia y con exquisita humildad, se despide del chico de Seattle.]

9) June Tabor - All This Useless Beauty
[Original de Elvis Costello. La dicción, la fuerza tan controlada, los matices, las texturas. ¿Qué vamos a hacer con tanta belleza útil?]

10) Happy Rhodes - Ashes to Ashes
[Original de David Bowie. No, no es Annie Lennox haciendo dueto con Kate.Bush. Esta es una sola garganta y tampoco es Bowie en drag. Es un misterio jubiloso, algo inexplicable y delicioso. We know Major Tom's a junkie...]


Las versiones originales son todas espléndidas, pero creo que ninguna de estas damas desmerece ante el origen, sino que ayuda a que cada una de estas coplas brille con una nueva gracia.

Escúchenlas y luego vengan a contarme qué opinan de la aventura auditiva, o si quieren, sugieran las suyas propias, que estoy seguro serán todas formidables.

lunes, 27 de octubre de 2008

¡Hay que ser absolutamente moderno!


Rimbaud lo dijo y yo lo creo .


Y a mi modo de ver, el ejemplo más puro y contemporáneo (aún más que mi bienamado Andy Warhol) de artista moderno es el inenarrable Roy Lichtenstein, quien, si viviera, hoy cumpliría 85 años de edad.


Neoyorquino de pura cepa, Lichtenstein era hijo de un corredor de bienes raíces y desde niño era aficionado al serial de Flash Gordon que transmitían en la radio. A los 16 años comenzó a estudiar arte con Reginald Marsh y se licenció en artes en la Universidad Estatal de Ohio. La Segunda Guerra Mundial interrumpió sus estudios, al ser incorporado a la Armada.Al terminar la guerra, se estableció en Cleveland, donde conoció a Isabel Wilson, su primera esposa, con quien tuvo dos hijos (luego volvió a casarse, con Dorothy Herzka, que fue su compañera hasta su muerte). Allí trabajó como diseñador industrial hasta que la Universidad de Rutgers lo convocó para enseñar en el Douglas College, aún estaba inscripto en la corriente -entonces mayoritaria- del expresionismo abstracto.

En 1958 hizo sus primeras experiencias artísticas con billetes, e imágenes del Pato Donald y Mickey Mouse aunque destruyó casi todos los trabajos de esa época y pocos sobreviven. En 1961 insistió con esa técnica sobre cómics, que sería su rúbrica. Ese año produjo su obra emblemática, !Mira Mickey, he pescado uno grande!. El pintor tomó un dibujo de tira cómica de la envoltura de un chicle y lo agrandó. Eso fue todo: transformar un elemento de la estética comercial en objeto de las bellas artes y de este modo, junto con Warhol, dio inicio a la corriente conocida como pop art -- que sigue siendo por mucho, mi favorita.

La historia señala que también en 1961 se acercó al supermarchante de arte Leo Castelli, dotado de un notable olfato artístico y comercial. Castelli no solo lo tomó como artista exclusivo sino que le ofreció pagarle regularmente una suma de dinero para que se dedicara exclusivamente a producir obra. Su primera muestra como artista pop la hizo en Manhattan en 1962., incluyendo en esta muestra la legendaria pieza Girl drowning, que ahora forma parte de la colección permanente del MoMA en Manhattan (¡ese cuadro es increíble! Aquí abajito pueden verlo) .

Lichtenstein comenzaba a transitar a su manera el camino del arte contemporáneo, en el que utilizó sus conocimientos como diseñador para crear una pintura con la fuerza de los grandes carteles publicitarios y utilizando la trama punteada del fotograbado. En su estética coincidió con Warhol y siempre sostuvieron una amistosa "competencia", aunque jamás hubo animosidad entre ambos.

Pero ojo, no todos los críticos consideraron que sus obras eran arte. Brian O'Doherty escribió en el New York Times en 1963 que Lichtenstein era uno de los peores artistas de los Estados Unidos, dedicado a fabricar a toda prisa porquerías hechas en serie. No obstante, el criterio dominante en el mundo del arte opinaba diferente y Lichtenstein causó furor. En 1987 se convirtió en el primer artista vivo al que se le dedicó una retrospectiva en el MoMA.

Creo que Lichtenstein, aún más que Warhol -- pese a la filia especial que le tengo- representa mi idea de un artista moderno, en el sentido más absoluto de la palabra, a la manera de Rimbaud.
No basta con la pretención de ser moderno, sino que es total menester el buscar la originalidad aún con bases previas: ya sea en la música, las artes, la literatura. No es la historia, la pieza o el cuadro, si no cómo lo cuentas, lo interpretas, lo pintas.

De lo contrario, se puede caer en la tentación de creer que cualquier cosa hoy en día es 'arte moderno', cuando realmente no es así. Y esa era la idea que Lichtenstein abrazó toda su vida.

viernes, 24 de octubre de 2008

Ilegalmente tuyo

Robert Nuñez es un magnífico chico.

De hecho, podría decirse –valga el cliché- es una joya: reúne características que lo ponen en la categoría que las abuelitas calificaban como “buen partido”: trabajador, considerado, inteligente, divertido; canta ópera muy bien, sabe cocinar también, no hace pis en la piscina, ni toma dexedrina y siempre sabe de qué hablar.


El que Robert sea homosexual liberado – mas no libertino, conste- es sólo, como diría Dil (Jaye Davidson) en la fabulosa Juego de Lágrimas, “detalles, detalles”. Por lo mismo, su emocionado e-mail en el verano de 2004 para informar a los cuates que él y su pareja, Guillermo, iban a ser parte del nutrido contingente lésbico-gay que contraería matrimonio en masa en la ciudad de San Francisco, pareció una estupenda noticia.


Lástima que las buenas noticias tengan fecha de caducidad.


Pocas semanas después de su boda, la suprema corte de California, por orden del increíble Governator, revocó la validez de tales alianzas, por lo que antes de que pudieran mandar a revelar las fotos de su honeymoon en Cancún, Bobby y Memo se encontraron con que no sólo no estaban casados, sino que para todo uso y razón nunca lo estuvieron y por si fuera poco, su unión, pese a ser oficiada por el alcalde de la ciudad de San Fran, se contemplaba como una felonía fuera de las leyes del estado. Ergo, Robert escribiño un nuevo correo mezcla de desconcierto y genuina ojeriza: “si no somos legales, ¿qué carajos somos?”


Y aquí es donde uno se queda patidifuso: en este caso, el pasto no es más verde en casa del vecino.


En ese momento, el proceso para que se admitiera la propuesta de leyes de convivencia en México era más parsimonioso que embarazo de elefanta, recuerdo que en esos días salió por la tele un diputado panista rebuznando: “está bien que [los homosexuales] quieran derechos como la gente normal (sic), lo malo es que luego van a creer que son como nosotros”. Tampoco escandaliza – aunque sí asquea- el que en Cuba, el régimen castrante, er, castrista, todavia acose y arreste a travestis (homosexuales o no) por el simple hecho de serlo. Bobby y Memo no quitaron el dedo del renglón y cuando nuevamente se legalizaron las uniones homosexuales en su estado, se volvieron a casar en septiembre pasado, en Los Ángeles, con todas las de la ley y su familia presente.


Pero nunca falta el pero --y es increíble que, en la tácita capital de la diversidad sexual (los Estados Unidos) pasen estas cosas-, ahora emerge la abominable propuesta #8, una enmienda a la constitución que, de ser aprobada en las elecciones del próximo 4 de Noviembre, significa que los matrimonios gays nuevamente son ilegales en California.


Y yo pienso: ¿retrocede el reloj? ¿De balde el esfuerzo de tantos? Quizá, si Bush & Co. se salen con la suya y su chicle pega, los magníficos chicos como mi amigo Robert y su pareja se tendrán que ver a escondidas o ser prófugos de la ley, como si fueran tunantes, lo que sería una fantasía medio romántica… y una realidad muy perturbadora.


Yo no puedo hacer nada, pero, si ustedes están en los Estados Unidos y en particular en California, por favor, voten NO a la propuesta 8. Es injusta. Es monstruosa. Es 1984. Y es inhumana.


Y desde aquí le digo a Bobby que en su lucha no está solo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Una noche de Cabaret (I)

La primera vez que escuché en vivo y en directo a Clare Fader y los Vaudevillians, fue hace unos ocho años (¡zaz! ¡Hasta ahora que lo escribo me doy cuenta del tiempo transcurrido!) un sábado por la noche en un centro nocturno de Washington, D.C.

Iba con MyCool King, y no tenía idea de lo que íbamos a ver. Cuando estábamos juntos, como él era el Profesor Higgins, tratando de hacer una Duquesa de esta florista arrabalera (léase, su servidor), él era quien elegía los filmes que vimos, los restaurantes a los que fuimos y los actos y conciertos a los que fuimos -- que no fueron tantos, pero lo mismo-. Todo era parte de mi educación, y no sólo sentimental.

Recuerdo que era sábado por la noche, por que esos eran los días en que salíamos a cenar y a alguna variedad. Al cine íbamos los viernes o los domingos. A caminar, cualquier día. Pero los sábados eran especiales. Los recuerdo con cariño, por que no he vuelto a tener sábados así.

Lo mismo íbamos a ver un concierto de Mozart, o a ver a The Manhattan Transfer o a Connie Champagne o a Moby o, en el caso de arqueología pop que hoy nos ocupa, a Clare Fader y su banda.

Me gustó que se trataba de música de cabaret auténtica, original, con el sarcasmo de fines del siglo XX intacto y ágil. Me hizo mucha gracia una canción en especial, llamada Wedding Day Lament (la pueden descargar para oírla aquí), que Clare -- una mujer delgadísima, de cabello rojo, con un rostro de belleza particular y muy fina, como de otro tiempo- interpreta con una triste dulzura y buenas dosis de cinismo.

La banda, además de Clare, la componen Scott Manring (en guitarra), Mary Kate Elkins (en cello), Aaron Bachelder (en percusiones) y Andy Mabe (en bajo). Son originarios de Winston-Salem, Carolina del Norte y hacen una extraordinaria fusión de cabaret, jazz, pop, y world music, que resulta refrescante y moderna. Su espectáculo en vivo resulta muy diferente, con participación del público y toda la cosa. Tan lo disfruté, que algunos años después, estando en Nueva York de trabajo, me enteré que se presentaban en el Slipper Room y los volví a ver. Lo disfruté muchísimo.

Me compré sus dos discos, y aún los conservo. Por eso mismo los comparto con ustedes -- es música que posiblemente no han oído y que no creo que llegue a ser tan popular como para que llegue a todas partes, así que quise compartir con ustedes estos dos espectaculares álbums, que incluyen las canciones de su repertorio original e invitan a la carcajada y también, a bailar.

Para descargarse The Elephant's Baby, hagan click aquí

Para descargarse Seventh & Trade, hagan click aquí

Escúchenlos y por favor, dénme sus impresiones.

lunes, 20 de octubre de 2008

@!#?@!

¡Es lunes!

Y siento que la semana va a ser muuuuuy larga.

Argh.

Nos leemos el miércoles.

viernes, 17 de octubre de 2008

Música de Fondo

Aunque muchas veces no lo notamos, la banda sonora de una película es indispensable para hacer que los diálogos y las imágenes que vemos en pantalla funcionen. ¿Alguna vez se han imaginado cómo habrían sido sus películas favoritas sin la música que las caracteriza? ¿Significarían lo mismo, o serían algo completamente distinto?

Por favor, traten de imaginarse a 2001: Odisea del Espacio sin los valses de Strauss o sin
Also Sprach Zaratustra.

O bien: a El Exorcista sin Tubular Bells de Mike Oldfield. O El bueno, el malo y el feo, sin música de Ennio Morricone. O La Pantera Rosa sin el característico tema creado por el maestro de maestros Henry Mancini. O, ya hablando de él, a Desayuno con Diamantes sin escuchar la clásica Moon River en boca de Miss Hepburn. Como que no sería lo mismo, ¿verdad? ¿O qué tal si John Williams no hubiera hecho la música Star Wars? ¿Habría Marcha Imperial y sería un tono de teléfono celular tan socorrido como lo es ahora?

Todos sabemos que la música es un elemento importantísimo de una película, aunque muchas veces no se le da el reconocimiento que merece; sin embargo siempre sucede que en algún lugar – una tienda departamental, por ejemplo; están comprando un par de zapatos y escuchan de pronto los acordes de algo que es terriblemente familiar. Lo tararean, algo que conocen pero ¿qué es…? De pronto se dan cuenta que es el tema de –por decir algo- Arturo, el millonario seductor en una versión instrumental y sacarina (lo que mi abuelo llamaba no sin un cierto escarnio "música de elevador"), sin embargo, es testimonio de una película y ha adquirido una vida aparte de la que ya le conocíamos en la pantalla.

Lo mismo pasa con las canciones de las películas. ¿Se imaginan a ese bodrio llamado El Guardaespaldas sin que Whitney Houston (antes de que se volviera una iguana del mar) soltara su potente voz para cantar I will always love you? Sí, sé que la canción (igual que la "del Titanic") sufrió de ser sobreexpuesta, tocándola hasta en la sopa; pero sin ella, la película hubiera sido realmente intolerable.

Hagan el intento de ver alguna de sus películas favoritas, sin la música, nada más para probar. Vean las primeras tomas de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) sin la música orquestada y compuesta por Vangelis. ¿Qué imagen queda? Un paisaje desolador, extraño, pero estéril. Es el sonido lo que le da esa majestuosa impresión de entrar a un templo gigantesco, ominoso, la noción de que vamos a ser partícipes y testigos de algo terrible y hermoso: lo mismo en la escena en que Deckard (Harrison Ford) conoce a Rachael (Sean Young). Sin la música de fondo, por muy bien que ambos actores trabajen, el efecto es carente de texturas.

Otro caso se presenta si tratamos de sustituir una pieza por otra, en casos específicos, donde una canción se identifica de inmediato con la secuencia que acompaña.

Por ejemplo, en Exotica, de Atom Egoyan: la escena del strip-tease que hace Mia Kirshner al ritmo de Everybody Knows (del maestrazo Leonard Cohen). Ahora, traten de imaginar otra canción (la que sea) en su lugar. A que no es lo mismo, ¿verdad?

O ¿cómo sería Pat Garrett & Billy The Kid sin Knocking at Heaven's Door de Bob Dylan?

Hasta una canción chocante como The Blower's Daughter, de Damian Rice (¿alguien puede decir conmigo "flor de un día"?) funciona muy bien cuando se escucha al abrir Closer, de Mike Nichols, mientras Natalie Portman se mueve llena de gracia por Londres, para hacer después un círculo perfecto, sólo que en Manhattan, con la misma. Tal es el efecto que (al menos para mí) es imposible imaginarla con otra.

Por lo mismo, y para honrar algunos de los momentos claves de soundtracks en el cine, aquí una breve lista de momentos en que la sinergia cine/musica es un modelo de perfección.

*La primera escena de El Graduado (Mike Nichols, 1967) con Dustin Hoffman paseándose como sonámbulo por un aeropuerto mientras se oye íntegra The Sounds of Silence (Simon & Garfunkel).

*Sally Bowles se acomoda ante la audiencia en el Kit-Kat Club y dice: You have to understand the way I am, mein herr.

*Sin preverlo, Kathy Thorn (Lee Remick) es arrojada al vacío por el pequeño Damien (Harvey Stephens) en La Profecía (Richard Donner, 1976). El Ave Satani de Jerry Goldsmith funciona para helarnos la sangre (donde en el tibio remake, no hay impacto en la música).

*En Tiburón (Steven Spielberg, 1975) la chica se aleja demasiado nadando, mientras oímos cómo se acerca el escualo antes de soltarle la tarascada. El crescendo de cuerdas es hoy universalmente conocido.

*Marion Crane (Janet Leigh) decide tomar una ducha en el Motel Bates en Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) y Bernard Herrmann hace que un cuarteto de violines grite junto con ella mientras queda hecha picadillo – igual que nuestros nervios.

*Butch Cassidy (Paul Newman) pasea en bicicleta con Etta Place (Katharine Ross), mientras oímos – y luego tarareamos hasta en el baño- Raindrops sep fallin' on my head, en Butch Cassidy & The Sundance Kid (George Roy Hill, 1969). Muchas gracias, Burt Bacharach.

*Alice y Bill Harford (léase, Nicole y su ex, ese pinche güey), totalmente encuerados frente al espejo del tocador se manosean mientras Chris Isaak anuncia que Baby did a bad, bad, thing, mientras la cámara de Stanley Kubrick los observa, inclemente, en Ojos bien cerrados (1999).

*Una mañanita fresca y primaveral en Vietnam, mientras los helicópteros arrasan una aldea y La Marcha de las Valkirias de Wagner suena a toda potencia, llenándonos de angustia y maravilla en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)

*El arrogante Nicholas Van Orton llega a su palaciego hogar para encontrarlo vandalizado y convertido en una trampa mortal. El himno psicodélico White Rabbit, de Jefferson Airplane nunca había tenido un efecto más horripilante, tal como se ve en El Juego (David Fincher, 1997).

*El doctor Archie Bollen (George C. Scott) y la hermosa Petulia Danner (la celestial Julie Christie) se escabullen de una fiesta de gala en el hotel Fairmont de San Francisco, dejando al marido de ella (Richard Chamberlain) con los cuernotes bien montados mientras Janis Joplin canta en vivo Roadblock. Es así como inicia el verano del amor en Petulia (Richard Lester, 1968).

*Unos espectaculares labios rojos que ocupan toda la pantalla aparecen sobre un fondo negro y nos preparan para el relato (bien extraño y muy pasado) que veremos esta noche al inicio de El Show de Terror de Rocky (Jim Sharman, 1975).

*Escenas de aproximación: Rapsodia en azul, de George Gershwin, en una serie de amorosas tomas de Nueva York: son pequeños detalles que nos van dando, gradualmente, una gran imagen de la ciudad que nunca duerme. Por supuesto, la cinta es Manhattan y el director es Woody Allen.

*Scarlett O'Hara (Vivien Leigh) se levanta, orgullosa, después del cortón que le dio Rhett Butler (Clark Gable) dice "Mañana será otro día" y el tema de Max Steiner se crece, mientras en la mente del mundo se graba esa última gran imagen de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939)

*Pálida y hermosa, Ilsa (Ingrid Bergman) pide de manera irresistible a Sam que por favor toque de nuevo As time goes by, aún para disgusto mayúsculo de Rick (Humphrey Bogart). Naturalmente estamos todos en Casablanca (Michael Curtiz, 1942).

*Uma Thurman es Mia Wallace, John Travolta es Vincent Vega y todo el mundo adquiere una fiebre de Twist cuando explota en escena el Misirlou de Dick Dale y sus Del-Tones en la más memorable secuencia de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994)

*En El diablo viste a la moda, en el montaje de los desfiles de alta costura en París, se utiliza perfectamente el temazo de U2 City of Blinding Lights, haciendo que las imágenes, vibrantes y rápidas, se ajusten perfectamente a la letra que canta Bono: Oh, you look so beautiful tonight/in the city of blinding lights.

Y muchas, muchas más.

Aunque puede haber cine sin música (Los Pájaros, de Hitchcock, es un ejemplo brillante de la ausencia de score) lo cierto es que la espina dorsal de una película es precisamente una buena partitura o una brillante selección musical.

Ahora, ¿ustedes quieren agregar algo más…?

Tomen sus zapatos de baile y encuéntrenme en la pista.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Cuidado con las jovencitas

Hoy sí que se pone arqueológica la clase de arqueología pop, más que nada por que el tema que nos ocupa, es una verdadera curiosidad de la música pop. Damas y caballeros, con ustedes, la sensacional Miss Dory Previn.

Dorothy Veronica Langan (más tarde comenzaría a escribirlo como Langdon), nació en Rahway, Nueva Jersey, el 22 de octubre de 1929 (ó 1925) y desde muy joven, después de una infancia difícil (su padre era veterano de la Primera Guerra Mundial y la familia tuvo muchos episodios violentos), se marchó a Nueva York a trabajar en el mundo del espectáculo, como corista en Broadway y comenzó en los años 50 a escribir letras de canciones, algo notable en un mundo que en esa época estaba casi totalmente dominado por hombres. Así fue como conoció a André Previn, el célebre compositor y director de orquesta (varios años menor que ella), con quien formó una excelente mancuerna profesional -- y con quien se casó en 1959.

Juntos, los Previn escribieron temas para diversas películas de los 50 y 60 (incluyendo el tema de El Valle de las Muñecas, que en voz de Dionne Warwick fue un éxito del Hit Parade en 1967) y para diversos artistas como Frank Sinatra y Ella Fitzgerald (les encantaba el jazz y lo hacían muy bien). Siendo tan famosos y solicitados como Hal David y Burt Bacharach, escribieron cerca de un centenar de canciones. En 1957, Dory -- como Dory Langdon- lanzó un primer disco titulado Leprechauns Are Upon Me, que hacía una propuesta diferente en el terreno de la música para adultos: canciones de amor con un tinte satírico y refrescante. Aunque el disco no fue un éxito, sirvió para abrirle camino a Dory, quien, tras intentar infructuosamente ser madre, había sufrido una fuerte depresión y se cambió el nombre artístico por Dory Previn, una vez casada con André.

Tras obtener dos nominaciones para el Oscar por Mejor Canción y con temas grabados por figurones como Judy Garland, Sinatra, Doris Day, Tony Bennett y Bobby Darin, todo parecía ser prometedor para la pareja, hasta que a finales de 1969, André repentinamente abandonó a Dory para irse a vivir a Londres con Mia Farrow, entonces de veinticuatro años y recién divorciada de Frank Sinatra, a quien Dory consideraba su amiga y que había ido a visitarlos en numerosas ocasiones en su casa de Beverly Hills. Dory se sintió particularmente herida, cuando se reveló en los medios que Mia estaba embarazada de André y que sería madre de gemelos.

Dory sufrió una severa crisis nerviosa en público y tuvo que ser internada en un hospital psiquiátrico en California, donde, a manera de terapia, comenzó a escribir canciones sola. Estos temas servirían para crear lo que fue su primer álbum en solitario: On My Way to Where, lanzado el verano de 1970. El título, como señala Alfredo Rosso "resumía el momento de confusión y a la vez de posibilidades insospechadas que vivía Dory: “Voy camino…¿adónde?”"

El disco fue una revelación. En él, Dory hacía una transición personal, que la colocaba en el mismo aire de compositoras como Laura Nyro, Joan Baez o la mismísima Joni Mitchell: temerarias, desprovistas de afectaciones y maquillajes. La música era hermosa y las letras muy crudas. El tema más memorable es, precisamente, el (eventualmente profético, sin saberlo) demoledor retrato de la joven -- en este caso, Mia- que logra meterse en un matrimonio, jugando dobles juegos y fingiéndose frágil, para asestar un golpe cruel. La canción, titulada Beware of Young Girls (click para descargar), con su melodía dulce y evocativa de las rondas infantiles, es un escupitajo ácido en la imagen de madonna virginal de la Farrow y mucha controversia causó (al paso de los años y después del humillante escándalo de Woody Allen y la enigmática huérfana coreana Soon Yi, la propia Mia se disculparía humildemente con Dory en las páginas de su autobiografía, reconociendo que actuó mal al apartar a su marido de su lado, más considerando su precario estado nervioso, valiéndose de la amistad con ella. Es decir, el karma te las cobra).

A este disco seguiría el álbum Mythical Kings and Iguanas, editado en marzo de 1971, donde seguía haciendo temas de corte autobiografico, entre ellos una de sus canciones más características The lady with the braid, que Travis Cocker (de la banda británica Pulp) ha calificado "una de las canciones más importantes del rock and roll".

Otros discos suyos son Reflections In a Mud Puddle (1972), Mary C. Brown and the Hollywood Sign (mismo año) y el álbum doble Live at Carnegie Hall, que fue prueba fehaciente de su éxito al presentarse en vivo ante el público. Su último álbum de estudio fue We’re Children Of Coincidence and Harpo Marx (1977), al que siguió un prolongado silencio hasta 2004, cuando lanzó de manera independiente y a través de Internet Planet Blue, un proyecto en el que trabajó en colaboración con Brad Fiedel y que es una dura crítica a la política de G. W. Bush y la invasión a Irak.

En su excepcional entrevista con Rosso, para La Mano, la casi octogenaria Dory señaló: “Lo hice disponible a través de la Internet porque sentí que no era mío. Porque si bien yo lo escribí, fui meramente el instrumento a través del cual salió el álbum. Planet Blue representa, una vez más, mi total desacuerdo con todos esos fanatismos tipo ‘mi religión es la buena, la tuya no lo es’. Se supone que una religión debería inspirar amor pero uno recibe también todas esas amenazas, toda esa paranoia. Y generalmente es la gente que tiene más miedo –y esto aplica a las personas que están manejando mí país Estados Unidos en este momento- los que distorsionan las premisas de la religión y sus motivaciones originales.”

Pese a su edad y su ceguera (sí, por motivos de salud) Dory Previn sigue activa y se siente extrañada y feliz de que nuevas generaciones la estén descubriendo a través de sus discos, que trascienden el ser objeto de culto. La banda rockera Camera Obscura le dedicó un tema con su nombre en el álbum multiplatino Let's get out of this Country en 2006 y este año se lanzó el compilatorio The Art of Dory Previn, que reune temas de sus primeros discos de estudio y para descargar esa extraordinaria antología pueden hacer click aquí.

Mujer bragada, inteligente, polifacética y sanamente sarcástica, Dory Previn es un tesoro que amerita ser descubierto. Yo la disfruto enormemente -- tanto su humor negro, como su oscura visión del mundo, o su brutal franqueza ante el amor y sus despropósitos. Es por ello que la comparto con ustedes.

Escúchenla, disfrútenla. Luego vienen y me cuentan.



(Gracias a Alfredo Rosso por su extraordinaria entrevista en la revista
argentina La Mano, que provee mucha de la información en este post)

lunes, 13 de octubre de 2008

Medio Cumpleaños


La Audrey cumplió seis meses el sábado. Su medio cumpleaños.
¡Ya es una perrita mayor!

Lo celebramos yendo a la playa a que corriera y con una comida especial.

No puedo creer que ya tenga seis meses, de los cuales, lleva cuatro y medio viviendo conmigo.

Estoy muy contento con ella, de que sea mi compañerita -- y mi despertador, y mi abrigo en el pie de la cama y mi centinela y mi amiga.

Hay días en que su presencia en este apartamento lo llena todo.
Qué digo hay días. Son todos los días.

Verla trotar por ahí, tan contenta, me hace pensar en la letra de una canción famosa, en voz de June Christy, que pueden descargarse aquí para que les alegre el día.

♪ I don't believe in frettin' and grievin';

Why mess around with strife?

I never was cut out to step and strut out.

Give me the simple life.


Some find it pleasant dining on pheasant.

Those things roll off my knife;

Just serve me tomatoes; and mashed potatoes;

Give me the simple life.


Quién lo diría, aquí estoy, contento con mi (inminente) vida de perro.
Supongo que mientras tenga a Audrey conmigo, la inescapable ansiedad ante lo que pinta como un futuro incierto no me pesa tanto.

viernes, 10 de octubre de 2008

¡Tengo alegrías!

Bueno, bueno.

Ya les conté las cosas que me dan ansiedad (Léase la sumamente popular entrega titulada ¡Tengo Traumas!, publicada en este mismo blog hace cosa de un año). También les he contado mis fobias, y por supuesto, los he bombardeado con algunos nebulosos posts acerca de mi estado de ánimo cuando éste es del gris más vulgar.

Pero no les he hablado de las cosas que me provocan júbilo. Que me hacen sonreír. Que inexplicablemente me dan una sensación de bienestar y dicha. Y pueden ser cosas muy simples, o cosas inesperadas o cosas que posiblemente ustedes ni se imaginan. Así que, sin ninguna frivolidad, procedo a hacerles una lista de algunas de mis alegrías, de las cosas que me hacen sonreír.

* Audrey. Sin lugar a dudas. Todas las mañanas es lo primero que veo (se trepa a mi espalda y me lame la cara) y es en lo último que pienso al irme a dormir. Es mi gran compañía. Algunas veces quisiera que hablara, para que nos entendiéramos mejor. Sus ojos me cuestionan, me sonríen, me siguen. Nunca había tenido un perro que fuera tan cercano a mí (pero claro, ahora sólo depende de mí, no la comparto con nadie) y es sin duda es una de mis grandes alegrías.

*Recibir cartas. Es verdad que nadie ya manda cartas, ni yo lo hago. Ya han sido sustituídas por el e-mail. Y que la mayor parte de los e-mails sirven para mandar cadenitas chistosas o fotos o videos. A mí me gustan las cartas. Y mucho. Solía mandar cartas por e-mail, pero eso lo sustituí por este blog. Cuando escribo en él, es como escribir una carta a muchos amigos en muchas partes del mundo. Y es una razón para sonreír, lo mismo cuando escribo, que cuando recibo comentarios aquí, que equivalen muchas veces a respuestas y me siento feliz de leerlas, tanto como me siento feliz de escribir aquí, la mayoría de las veces.

*Disfruto muchísimo de leer. Cuando compro o recibo un libro, me siento feliz. Lo mismo cuando leo a un autor o autora que me gusta (suelo leerlo todo de su canon) que cuando descubro a una voz nueva por recomendación amistosa. Así he ido encontrando nuevos autores geniales; así llegaron a mí Roberto Bolaño, Juan García Ponce, Stieg Larsson o Ian McEwan. Leer un libro que me sorprende y que llega a apasionarme, es una causa de alegría.

*Por supuesto, el cine. Que Julie Andrews y Audrey Hepburn iluminen esta entrada, no es coincidencia. Sus películas -- y las de muchos otros íconos de mi corte celestial particular- me hacen sonreír, me hacen emocionarme hoy como la primera vez: todavía me da un salto de gusto el corazón (por muy estereotipo que suene, es la verdad, no puedo ponerlo en otras palabras) cuando veo a Julie corriendo por los alpes, o cuando Audrey toma una taza de cocoa frente al aparador de Tiffany's; cuando Julie Christie se escapa de una fiesta en el hotel Biltmore de San Francisco para perseguir a George C. Scott, cuando Alan Bates y Oliver Reed se desnudan para hacer lucha grecorromana, cuando Ingrid Bergman deja que Cary Grant la bese en extreme close-up, cuando Mia Farrow ve por primera vez a su bebé infernal, cuando Joan Fontaine me dice que anoche soñó que volvía a Manderley. Esas escenas, esos breves atisbos a otra forma de contar la realidad, me hacen sonreír.

*Algunas veces, cuando salgo a caminar a la playa y me acerco hasta la orilla del mar y veo cómo mar y cielo son uno solo, hasta donde alcanza la vista, me invade una enorme sensación de bienestar, de alegría y de humildad ante lo inmenso que resulta ver la naturaleza más allá de cualquiera de nosotros.

*Me siento contento con un sandwich de margarina con mermelada de chabacano (aquí le llaman albaricoque). Es algo que siempre me ha gustado, me sacia, me conforta, me hace feliz.

*Me gusta comprar zapatos. No lo hago con frecuencia, pero algo que me entusiasma es comprarme ese par de zapatos ideal que usaré con inmoderada frecuencia. No tienen que ser zapatos muy vistosos, pero sí, tienen que tener ese algo que hace que sean mis zapatos.

*Una de mis grandes, insondables fuentes de dicha son mis amigos. He hablado incansablemente de esto antes, sí. Por lo mismo, no voy a entrar en mayores detalles. Son mis amigos por que me hacen sentir querido y feliz. Me gusta creer que yo los hago sentir queridos y felices, que las alegrías son correspondidas.

*Soy cursi. Me gusta hablar con mi madre. Creo que toda la vida ella y yo hemos estado sosteniendo una misma larga conversación, con sus interrupciones y giros, pero constante. Tal vez no veamos las cosas desde el mismo punto de vista, pero es la relación más compleja que tengo con cualquier persona en el mundo. Y me hace feliz.

*Me gusta la sonrisa de mi sobrino. Mucho. Es todo lo que de momento puede dar, y lo hace generosamente, libre como es de todo lo que vamos adquiriendo mientras crecemos. Su inocencia, que es como una patena, me hace feliz.

*Me hace sentir alegre el sentirme generoso -- no necesariamente hablo de algo material; hablo de mi tiempo, de mi afecto, de mi oído, de mi (ay) voz-. Creo que lo soy y eso me alegra. No debería envanecerme (de hecho, no me envanezco, no), pero me gusta cómo soy o cómo me siento cuando soy así. Me gusta compartir, ustedes perdonarán la inmodestia.

*Me hace muy feliz la ciudad de Nueva York. Pero no viviría ahí. Gijón es mi puerto, es mi hogar. Es, ahora puedo decirlo, mi ciudad.

*Me hace feliz mi trabajo. Es increíble que, por circunstancias que no busqué activamente, pueda ahora dedicarme a lo que me gusta, de vivir de lo que siempre quise. Soy afortunado.

Esta es, imperfecta y todo, una lista de mis alegrías. No son muchas, pero tampoco son poquita cosa. Son las que son. Y se complementan bien con mis mentados traumas. ¿Y saben algo? Hoy que el mundo se convulsiona, que mi propio futuro económico se torna incierto -- como los de todos en el mundo, me temo- me siento inexplicablemente contento, agradecido, amparado por algo invisible que me llena de alegría también y que no puedo poner en palabras.

Sé de sobra que ustedes tienen alegrías también. Algunas las conozco, las comparto.
Y sobre todo, las celebro.

Seamos felices, pues. Lo demás, de todos modos iba a colapsarse, ¿no?
Pero vivimos. Estoy vivo. Estoy aquí, para ustedes.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Cara a cara

Siguiendo un poco con el tema de los amigos invisibles, el post de arqueología pop de hoy es un modesto homenaje, no sólo a alguien que es un amigo invisible, de hecho es alguien que ni siquiera sabe que existo, pero que no obstante, ha influido en mí de una manera positiva -- y bastante más directa de lo que creería-, y por lo mismo, le tengo buena voluntad, admiración y con él me une, inexplicablemente, el disco y la canción que hoy me ocupan.

Pero vayamos por partes.

Yo nunca había oído del grupo Code Blue, ni de su único álbum homónimo, aparecido en 1980. Sin embargo, hace algunos años, cuando me embarqué en aquella investigación larga y sinuosa que fue la historia del identikit musical -- que no relataré ahora: se merece su propia entrega, y además, ya no es una historia que es del todo mía-, una de las pistas que me fueron entregadas para hacer ésta cacería sonoro-memoriosa fue esta misma: Face to Face, el sencillo lanzado por el grupo que encabezaba Dean Chamberlain (originalmente de la banda que lidereaba la enigmática Martha Davis, The Motels, a los que sí escuchaba bastante verbi gratia su célebre Only the lonely) y que pueden descargar haciendo click aquí para escucharla.

La canción me gustó mucho cuando la escuché la primera vez: la instrumentación es estupenda, tiene un ritmo in crescendo que se mete infeccioso en la cabeza y la letra me resultó memorable -- especialmente este verso:

Did I say too much?
Did I speak too soon?
With all my education still the words don't come

Am I getting old?
Am I still too young?
What's gonna happen now?
Wanna have it all...

Después de escuchar todo el disco, me di cuenta de que estaba ante uno de los mejores tesoros desconocidos del Power Pop y lo disfruté enormemente, aún si me encontré volviendo a Face to Face muchas otras veces. Es ahora una de mis canciones favoritas y tengo que agradecérselo no sólo al amigo-cómplice que me la lanzó al oído. También debo agradecérselo a quien fue su mentor. Me refiero al célebre DJ JAF de Albacity, también conocido como Juan Ángel Fernández, pionero de la radio en su ciudad y uno de los principales impulsores de la música en la época de la movida; conocedor del Rock and Roll y del New Wave como pocos (junto con mi adláter, fue la primera persona en tocar el London Calling de The Clash en la radio en España) y también héroe de una generación.

JAF no me conoce, ni sabe que existo, como dije más arriba. Pero le estoy profundamente agradecido, por que muchas de las mejores y más divertidas conversaciones (amén de los soundtracks de las mismas) que he tenido en los últimos cuatro años -- que suenan a poco, pero me percato de que son mucho,- han tenido, de modos más indirectos que directos, algunas veces, una notable influencia suya... y no sólo hablo de lo musical.

Así pues, y sin que el anonimato obste para que conste, hoy lo recuerdo y reconozco compartiendo con ustedes el álbum de Code Blue. Escúchenlo. Les va a gustar. Y cuando lo escuchen, dénle las gracias a JAF. Si hay alguien que merece todo el crédito por la arqueología pop de hoy, es él.

El disco lo pueden descargar haciendo click, aquí.

lunes, 6 de octubre de 2008

La oveja roja de la familia

Mi hermana Mitford favorita es Jessica Mitford.

En sus propias palabras, era la oveja roja de la familia. Y claro, eso es una distinción, más considerando lo inaporopiado, siendo de alta cuna. Pero Jessica Mitford (o bien, Decca, como la llamaba todo el mundo) nunca tuvo en consideración las constricciones de su sexo, su crianza y las expectativas sociales de su tiempo. Lo suyo (lo que me identifica con ella) era llevar la contraria.

Pero vayamos por partes, por que me supongo que esta heroína mía -- que realmente de nueva no tiene nada, he sido admirador de la valiente dama desde que supe de su existencia, en 1996, poco después de su muerte, al leer un extenso y muy bien documentado perfil sobre ella, sus hermanas y sus aventuras y desventuras, en la revista Vanity Fair, de la cual fui devoto devorador por muchos años-, a la gran mayoría de lectores y/o visitantes a este espacio, le sonará desconocida. Y claro, no se puede hablar de Decca, sin hablar de las fabulosas Mitford Sisters.

Las Mitford fueron seis hermanas (hubo un hermano, Tom, que falleció unos días antes del fin de la Segunda Guerra Mundial) hijas del aristócrata británico Lord Redesdale-- que pese al título no tenía un clavo- y su severa esposa. Considerando que crecieron con ciertas limitaciones y rígidas reglas sociales a principos del XX, se convirtieron, cada una por derecho propio, en figuras de interés histórico y exótico también.

Las fabulosas Mitford Sisters -- (de izq. a der.) Jessica, Nancy, Diana, Unity y Pamela (falta Deborah, que es la autora de la foto)- en casa de sus padres, en 1935.

La mayor de las hermanas, Nancy (1904-1973) escribió varias novelas y dos de ellas, The Pursuit of Love y Love in a Cold Climate (ostensiblemente autobiográficas y muy ingeniosas) hoy en día son consideradas clásicos contemporáneos de la literatura anglosajona. De más discreto perfil fueron Pamela (1907-1994) y Deborah (1920-) que se dedicaron a la vida campestre, la primera como criadora de gallinas y la segunda como impulsora y restauradora de la residencia familiar de su marido (que sería, al paso del tiempo, Duque de Devonshire, ergo, le llegó la hora de ser toda una señora duquesa).

Sin embargo, las figuras más controvertidas de la familia, además de Decca, fueron sus otras dos hermanas, Diana (1910-2003) y Unity (1914-1948) quienes fueron convencidas fascistas -- Diana, considerada y con justa razón, la más bella de las seis, fue la viuda del principal líder fascista inglés, Sir Oswald Mosley- y simpatizantes nazis. De hecho, Unity llegó al punto de ser amiga personal del mismísimo Hitler -- hay quienes dicen que se enamoró de él como si se tratara de una colegiala- y el 1 de septiembre de 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, desesperada por el conflicto, fue al Tiergarten de Munich y se metió un tiro en la sien... con tal mala suerte, que quedó hecha una lisiada y una idiota (no es insulto, es definición) durante nueve años, hasta que pescó una meningitis y se fue al mundo feliz [pero sus últimos años su capacidad mental se vio disminuida a la de una niña de cinco años y hablaba y se movía como tal].

Fue con ellas que Decca tuvo la relación más complicada, e incluso dolorosa. Desde 1937, el año en que se fugó de casa con Esmond Romilly (un sobrino de Wiston Churchill, que sería su primer marido y de quien enviudaría en 1941) para ir a luchar en el bando republicano en la Guerra Civil Española, no se volvieron a hablar, ni a escribir. Decca encontraba muy difícil reconciliar su postura política con la de sus dos hermanas -- y básicamente, reconocería años más tarde, se hizo de izquierdas no sólo como "socialista autodidacta" (un término que encuentro encantador) si no también por romper con lo establecido. Odiaba los diamantes y le pesaban las perlas.

El que sus hermanas apoyaran el fascismo aún después de la guerra -- aunque Unity no contaba, era después de su intento de suicidio, poco más que una piltrafa- le parecía imperdonable, más aún considerando que en la guerra habían muerto su hermano y su marido, por lo que trascendía incluso los principios y se volvió una afrenta de índole personal. Sin embargo, esto no le amargó la existencia: preservó el mismo sentido del humor retorcido y vivaz, y la misma inquietud y curiosidad por saber cosas -- siempre lamentó que su madre se rehusara a enviarlas a la escuela, insistiendo en una educación "propia" en casa, con institutrices- que manifestó desde muy joven.

Esto se advierte en sus cartas (las hermanas Mitford practicaban, todas, una correspondencia fascinante) y en sus escritos: fue autora de dos anecdotarios de memorias, Hons and Rebels (1960) y A Fine Old Conflict (1977) en los que relata su peculiar infancia, su escape del privilegio para arrojarse de lleno a la lucha armada, su militancia, junto con su segundo marido, el célebre abogado liberal Bob Treuhaft, en el partido comunista estadounidense -- se rehusó a presentarse ante el comité de Joseph McCarthy a declarar y pasó un tiempo en la cárcel por ello-, su posterior desencanto ante el Estalinismo y su marcha hacia la lucha por los derechos civiles y un frente liberal demócrata en la política, protestando contra la guerra en Vietnam y burlándose de Richard Nixon aún antes del escándalo Watergate, que siguió con "verdadera adicción".

Aunque con una educación meramente empírica, Decca también se erigió como periodista de investigación, básicamente por accidente ("yo sólo era una 'metomentodo'," dijo poco antes de morir a Vanity Fair "y un día me ofrecieron escribir sobre ello... nunca pensé que sería una carrera.") -- y creó escuela.

Decca, en su época de Muckraker

Su primer libro de este tipo fue The American Way of Death (1963, revisado y reeditado en 1998) en el que mostraba al desnudo todos los tejemanejes de la lucrativa industria funeraria en los Estados Unidos, dejándola muy mal parada. Esto le valió que fuera tildada de ser una auténtica 'muckraker' (removedor de fango, término acuñado originalmente para referirse a las personas (generalmente periodistas) que revelaban escándalos o corrupción) cosa que le hacía sentir orgullosa -- y que le provocó algunos disgustos a su hermana Diana, que ya para entonces vivía exiliada en Francia, tras haber pasado cuatro años metida en la cárcel con Sir Oswald, durante la Guerra-. Así pues, Jessica no le temía a nada y lo mismo hizo investigaciones sobre políticos, sectas religiosas, productos comerciales, fraudes corporativos y maltrato doméstico, entre muchos otros diversos temas, mismos que le valieron todo tipo de demandas, bloqueos y hasta amenazas de muerte.

Quizá Decca, aún con todo lo oveja roja que pudiera haber sido, no reuniría las características románticas y/o convencionales para ser considerada una heroína -- era, reconociéndolo ella misma, bastante egoísta e intransigente- pero para mí resulta un personaje notable. Era bragada y valerosa, inconforme y (aunque jamás lo admitiría abiertamente) generosa. Y amó mucho, tanto a sus dos maridos, como a sus hijos, como a sus hermanas (a la muerte de Decca, el 23 de julio de 1996, seguiría una larga carta de Diana Mitford Mosley a su hermana, Deborah Mitford Cavendish, lamentándose por su pérdida y reconociendo su intrínseco afecto por ella, pese a sus diferencias ideológicas). Fue una inspiración para una nueva generación de escritores y periodistas y fue lo suficientemente modesta, como para no decir "esta boca es mía".

Recién me leí la versión editada de la correspondencia entre las seis hermanas, desde su infancia y adolescencia, hasta la muerte de Diana en 2003. Es una lectura fascinante: permite un asomo a estos personajes cóncavos y convexos sin especulaciones, sin puntos de vista de terceros. Y claro, las cartas más divertidas, más afiladas (como dagas) y más sustanciales son [y que me perdone Nancy Mitford, por mucha labia que se echase] precisamente, las de la oveja roja de la familia.

viernes, 3 de octubre de 2008

Amigos invisibles

José Ramón Ruisánchez, alias Joserra, es mi amigo.
Aunque nunca me haya visto en su vida.
Aunque nunca nos hemos sentado a comer juntos unas sabrosas enchiladas de mole, o a tomar una birra.
De hecho, he considerado a Joserra mi cuate, desde hace ya muchos años, cuando vino a caer a mis manos, por meritito accidente, un ejemplar de su primera novela, Novelita de amor y poco piano, que a mediados de los 90 obtuvo el premio Juan Rulfo de primera novela. Me gustó lo que leí, me dije "¡qué vaciado!" y pensé que era una voz que prometía.

A lo largo de los años trascurridos, mientras yo formaba mi carrera como narrador al margen, seguí leyendo su obra cuando aparecía: Y por qué no tenemos otro perro, Remedios infalibles contra el hipo, Cómo dejé de ser vegetariana. Mientras más lo leía, mejor me caía y descubrí que nos gustaban muchas de las mismas cosas: los mismos narradores y la misma música (Los Smith, Tori Amos) y películas. Pescaba las alusiones y referencias en sus textos y me encantaba que a los narradores convencionales no les gustara por que era "demasiado excéntrico".

Joserra y yo no nos conocimos nunca -- aunque tenemos amigos comunes y muy cercanos- y cuando emigré, entre los libros que me traje, venía uno suyo. Hace poco, verbi gratia el Facebook, hicimos (¡por fin!) contacto, y hemos sostenido una "amistad virtual" bastante próspera y cordial, pero más allá de eso, él sigue siendo un escritor que me gusta y yo, su lector.

Hace unos días, antes de irme de viaje, recibí por correo su más reciente novela, Nada cruel (publicada por Era) y me dio mucha emoción. No sólo por que me la enviara Joserra, si no por el hecho de que hacía ya bastantito que no lo leía y se me había hecho mono -- es decir, extrañaba su estilo.

Me encontré, tras leerla, que ésta es, de todas sus novelas, posiblemente la que tenga una estructura más convencional en el aspecto narrativo, sin sacrificar en ningún momento la excentricidad que es característica en su manera de escribir. Es la más "novela" de todas y funciona muy, muy bien en varios niveles.

Santiago y Raúl son dos hermanos, que son rivales enconados de toda la vida. Santiago rompió la codependencia y huyó a hacer un doctorado a una universidad en ese paraíso ivy-leaguero que es el Atlantic Northeast, donde acaba por casarse con la dulce y sensible Ana, (Nan) y juntos se establecen a vivir el sueño académico, rodeados de amigos protectores -- Miguel, un escritor y catedrático y su esposa, Kay- y establecen un matrimonio basado en un constante 'banter', muy al estilo de Hepburn y Tracy o Nick y Nora Charles, pasados por buenas dosis de Doña Borola y Don Regino Burrón (o el Santos y la Tetona Mendoza, según se quiera), que se antoja vibrante, inteligente,vivo. Uno ha escuchado estas conversaciones antes. Se sienten fidedignas, auténticas.

Pero (como en toda narración, siempre hay un pero) hasta los matrimonios más felices pueden ser susceptibles a cualquier maquinación siniestra y de eso trata en parte esta historia. Debajo de esa jocosa presentación, subyace el profundo trauma de Santiago: su hermano Raúl es perverso y de mal corazón -- vivía en el reventón y destruía chicas sistemáticamente, llevando alguna incluso hasta a la muerte-, Santiago busca escapar de él, negarlo, cerrarle las ventanas a su vida. Poco imagina que la maldad se manifiesta de manera implacable, con diversas tentaciones y máscaras, y que el pasado -- aún poniendo kilómetros de distancia- para él es ineludible.

En esta novela, Joserra establece una atmósfera lograda, la sostiene y la remata con fiereza... casi con crueldad.

Esta es una novela madura, pese a sus vistosos atuendos y su incesante ping-pong verbal. Se sirve de ellos para atrapar al lector, atraerlo cerca, y cuando lo tiene en sus manos, abofetearlo con una dosis de realidad, de mezquindad humana, de amor y desamor. En suma, de las emociones, nada cruel.

Cuando terminé de leer el libro, me sentí inquieto, desconcertado. Como narrador, Joserra ha cruzado un umbral que no había atravesado antes y se aventura en territorios muy suyos, pero al mismo tiempo más universales -- si esta novela hubiera estado ambientada en los años 20 en Nueva York o París, sería una obra de Fitzgerald, me queda claro.

Como colega, me siento abrumado y estimulado y sorprendido. La promesa que era en 1997, ya se cumplió y rinde frutos.
Como amigo (amigo invisible, aunque tal vez algunos dirán que es muy aventurado de mi parte el sentirme su amigo, pero qué le voy a hacer, también me sentía amigo de Peter Straub antes de serlo, sólo de leerlo) me siento requeteorgulloso.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Miss Jane

Mi Go-Go favorita, de toda la vida, siempre fue Jane Wiedlin.

(Y ella lo sabe)

No sé por qué se dio este cariño tan virulento y tan repentino, pero desde que empecé a escuchar al grupo californiano de chicas (allá por 1984), la que me parecía sin comparación a más bonita y con más sustancia, era Jane -- de cabello negro, ojos chispeantes y una sonrisa contagiosa-, que estimulaba mi sensibilidad muy New Wave. Así que se podría decir que, desde muy jovencito fui fan (o como decía la Agrado en Todo sobre mi madre: soy fannnssss).

Donde Belinda Carlisle (que ojo, también me gustaba) era más popular como cantante, Jane se me antojaba un talento mayor. Después de todo, toca varios instrumentos -- piano, guitarra, y bajo, mandolina, armónica y el yazoo, que es una especie de silbato- y compone (Our lips are sealed, que es tal vez uno de los más grandes hits de la banda, es composición suya), algunas veces de manera magistral -- como se oye en lo que considero su mejor disco: Kissproof World.

Mi adoración por Jane acaso se limitó a enviar a los diez años una cartita de fan -- a mano, con una ortografía atroz en inglés, en todo caso- y recibir a la vuelta de correo, una tarjeta pre-firmada con la imagen de Jane (ver arriba) que fue uno de mis tesoros pre-púberes y que ha viajado conmigo en varias valijas.

Así pues, no pensé que la conocería más allá de escuchar su música, que claro, ya era parte de mi arqueología pop... hasta que, bendita internet, fui a dar a su página personal (que hoy, por razones igualmente personales, ha cerrado) y a los foros de la misma, donde ocasionalmente Jane interactuaba con los fans.

En 2005, un año en que fui muchas veces -- por trabajo- a Los Angeles, le hice llegar un mensaje, pidiéndole una entrevista para Milenio. Pensé que era el pretexto ideal, y que lo peor que podía ocurrir era que me dijera que no. Lo que ocurrió me sorprendió: Jane no dijo que no, pero estaba desconcertada de que un periodista joven, de México entonces, le pidiera una entrevista. Lo más curioso es que aceptó.

Foto tomada en 2005 en Los Angeles

Jane me invitó a cenar una noche en el otoño de 2005. Esa semana iba a tocar en un club de Sunset Strip. Me preguntó si quería ir y le dije que sí, que por supuesto que quería ir -- de hecho fui con mi colega Bobby Nuñez, un magnífico chico y espléndido amigo-. La foto arriba muestra a Jane en acción, aventándose un solo de guitarra estupendo al tocar un cover de Mother of Pearl, la emblemática canción de Roxy Music.

Desde entonces, Jane y yo establecimos lo que se podría llamar una amistad, aunque no fuera íntima ni frecuente; sin embargo, cada vez que yo caía por LA nos íbamos de compras o a comer algo o me invitaba a oírla tocar si se presentaba en algún lugar. Me sorprendió su sencillez y humildad (estamos hablando de un personaje que estuvo presente en el alba del punk y que merece el mismo respeto y reverencia que recibe Debbie Harry, por ejemplo), su total prescindir de las pretesiones. Su risa fácil, su ternura. Así que Jane y yo seguimos en contacto aún ahora -- de manera e-epistolar, ni hablar- y me siento muy contento de que mi Go-Go favorita sea mi amiga (cuando le conté que había escrito al club de fans oficial y le mostré tarjeta se encantó y me dijo que no había visto una de esas en veinte años).

Pero también -- o bien, más allá de admirar su personalidad- soy admirador de su trabajo, de su integridad artística, su autonomía y su solidez. Tiene una manera tan peculiar de tocar, que puedo reconocer cuando ella toca el bajo o la guitarra en cualquier canción. Es como una rúbrica muy suya. Su voz podrá no gustar a muchos (ella misma lo reconoce, quizá no sea su fuerte) pero sí sus letras, su estilo tan particular de narrar, de usar imágenes en sus letras.

Mi disco favorito suyo, como decía, es el Kissproof World (que lanzó en el 2000) y que es una producción totalmente independiente -- yo compré el mío en Los Angeles, precisamente, en el Tower Records de Sunset- y hoy en día ya no se consigue por que está descontinuado.
Es un disco que me sirvió de mucho en varios momentos: como soundtrack y como inspiración, especialmente en dos temas: la espectacular Feeling Like Flying (que es una de mis canciones favoritas de toda la vida) y un tema muy importante para mí, llamado The Good Wife, cuyas letras demoledoras me sirvieron para dar forma a ciertos personajes y situaciones en Todas las Fiestas...

Quiero mucho a Jane, y hoy quise rendirle un homenaje en la sección de Arqueología Pop de este blog, así que hoy, el regalo de esta página para sus lectores-melómanos, muchos de los cuales no conocen la carrera de Jane en solitario, es doble:



El formidable Kissproof World se descarga aquí.

La selección From Cool Places to World on Fire: The Very Best of Jane Wiedlin
la pueden descargar haciendo click aquí.

Escúchenla y cuéntenme, qué les pareció. Y cuando le escriba, le contaré.