miércoles, 31 de enero de 2007

Más que palabras


Tengo una amiga que, como yo, se ha inventado una identidad secreta.

Esto lo ha hecho, me dice, porque disfruta enormemente de la idea que el anonimato de su seudónimo le permite una libertad que de otro modo no tendría para expresarse.

Yo supongo (y se lo he dicho) que esa fue más o menos la idea que yo tuve hace tantos años cuando me convertí en alias Cane, pero realmente nunca me imaginé que al paso del tiempo, mi alias se convertiría en quien realmente yo soy.

Debo reconocer que me gusta la idea lúdica de ese inventarse en otra y si bien no puedo revelar su alter ego, pero sí su nom-de-plume: para escribir, se firma Cristina Calèche.

Y la verdad, me gusta su estilo.
Posiblemente si yo fuera mujer, me daría el lujo de escribir como ella lo hace y abordar ciertos temas del modo que ella lo hace.

Aunque bueno, al tener lo mejor de ambos mundos (if you know what I mean) me permite explorar otros derroteros. Pero así es esto.

Como sea, recién desempaquetadito como estoy, tuve una conversación con Cristina acerca de todo y a propos de nada, y uno de los temas que surgió fue el efecto que tienen a veces las frases que la gente que nos rodea que forma parte de nuestra vida y significa algo -- léase: nuestras parejas, nuestros padres, e incluso alguna vez nuestros amigos más queridos- suele soltar en caliente y de repente, sin que te lo esperes y muchas veces hasta sin pensarlo; de la manera más inocente.

Frases que son más que palabras y que lo mismo al ser dichas (y escuchadas) pueden suscitar un brote incontrolable de alegría o una profunda decepción y amargura.

Cristina me contaba que posiblemente la frase más impactante que alguien le ha dicho en memoria reciente, es "te amo".
Sobre todo, porque no se lo esperaba.

Cristina había pasado más de un año caminando descalza por una extensa playa de porcelana hecha añicos, después de la insospechada y cataclísmica [al menos en un principio] disolución de su anterior relación -- presuntamente- monógama y comprometida.

Después de esto, asegura, lo que menos esperaba era
1) Conocer a otro hombre que le interesara más allá de apelar a sus instintos más urgentes y
2)Relacionarse con él.

Sin embargo, la vida no es lo que tú esperas si no lo que NO esperas y sucede, así que de manos a boca, se encuentra ahora cortejada por un hombre que no sólo la trata como a una reina, sino también como a su igual... y que el domingo, mientras desayunaban él dejó de leer el periódico y en tanto el camarero refrescaba su taza de café, la miró y le dijo con una sonrisa la frase.

Te amo.

Cristina me dice "me puso la piel chinita".

Y yo le creo.
A mí también se me habría puesto la piel erizada (y supongo que sucederá cuando me lo digan).

Yo le digo: "¡Qué fuerte!" [o bien, Qui fort! tal y como lo aprendí de una bella chica de San Sebastián llamada Iciar, que lo repetía con encanto mientras nos desternillábamos de risa e incredulidad viendo telebasura en el sofá de Lusin... hace mucho tiempo]

Son dos palabritas, y decirlas puede sonar muy manido -- personalmente yo sólo lo he dicho tres veces a tres diferentes hombres y con tres distintos tiempos verbales. La única vez que lo hice en presente, el pendejo al que se lo dije me hizo el corazón mierda en ese momento con su respuesta estúpida... y hace diez años de eso...-, pero también el cómo te lo dicen tiene un significado especial.

O bien:
Le dijo "te amo" y de inmediato, le abrió un camino que ella no había visto y que no anticipaba. No sé cómo es que Cristina va a recorrer ese mismo sendero; eso es algo muy personal, pero lo que me impresionó es esa facilidad con que un par de palabras (o cinco, o diez) pueden hacer que algo salte o se rompa.

Puede ser incluso una frase banal -- "me haces reír", "te extrañaba", "te espero", "no es igual si no estás"- lo que te haga vibrar de gozo. Igualmente banal --"ya ni modo", "no me gustan las cartas", "sólo fue un desliz", "es que no te vi", "no pensé en decirte", "debiste/pudiste hacer tal o cual."- puede ser la frase que te troce, que te hiera como aguja bajo la piel y que se quede ahí, supurando.

El gozo y el dolor, la alegría y el desencanto, son como una ruleta. Nunca sabes dónde van a parar y muchas veces, quien menos te imaginas, casi un extraño, te hará sentir la persona más increíblemente única del mundo, o acaso alguien a quien consideras cercano y querido, te dirá algo que te va a romper la madre.

Así es la cosa.

Son más que palabras: es el mismo mecanismo de la vida y aprendes a aceptarlo, a comerte tu plato aunque sepa amargo, mientras avanzas hacia el siguiente día, porque en esta era, no existe una idea clara de lo permanente.

A veces le envidio a Shakespeare esa noción de lo eterno o lo perdurable (estuve leyendo sus sonetos), contrapuesta a lo efímero de lo nuestro.

Espero que Cristina tenga en ese "te amo" un andar alegre.
Yo sólo abro mis oídos.

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