jueves, 31 de mayo de 2007

Imágenes Preciosas: Women in Love


El cine de Ken Russell, es un placer adquirido. No a todo mundo le gusta y no todo mundo lo entiende, pero todos los que lo ven, coinciden en algo: es memorable, para bien o para mal.

Esta es, probablemente, su película más accesible en la primera etapa de su carrera, antes de los excesos y delirios de The Devils, Tommy o Listzsomania. En buena parte, esto se debe no sólo a un control poco usual en el estilo visual por parte de Russell; también se debe a dos importantes factores: ser una brillante adaptación de la mejor novela de D.H. Lawrence -- sí, mejor aún que El amante de Lady Chatterley, aunque claro esto es cuestión de opiniones- y contar con un brillante reparto, encabezado por Glenda Jackson, Alan Bates -- mi gran héroe- y Oliver Reed.

Lo que ahora voy a mostrar, son dos fragmentos de este filme de 1969, que muestran escenas de la vida de dos parejas: las hermanas Úrsula y Gudrun Brangwen y sus respectivos amantes; Rupert Birkin y Gerald Crich.

La primera escena, muestra a los amantes conociéndose por primera vez. Es una sobremesa aparentemente tranquila en la mansión de Hermione Roddice (la increíble Eleanor Bron), pero aún así, se van revelando los distintos niveles de los personajes. Observen a Bates como Birkin (ostensiblemente caracterizado para parecerse a Lawrence), hablando acerca del higo y el símil que hace con el sexo femenino. Es un territorio extraño, sutil y a la vez casi hipnótico, igual que cada escena de esta película.

La segunda escena, es la más célebre tanto de la novela, como de la cinta.

Tienen que verla para creerla.

Esta es una de mis películas icono, una de mis grandes favoritas. Es un placer compartirla.


miércoles, 30 de mayo de 2007

El punto sobre la "i"


Mientras camino por la calle Ramón y Cajal, la veo.
Si hubiera mirado hacia otro punto, seguramente se me habría escapado, pero ahí está. Tendrá unos cuarenta años o más (o quizá menos, es difícil adivinar), gruesa de cuerpo, el rostro muy moreno aún en la timidez del sol. Sus rasgos la delatan: ella no es de aquí. Vendrá tal vez de Perú, o de Ecuador – me entero de que hay mucha gente ecuatoriana en la zona-. Viste pobremente. Lleva del brazo a una anciana que, evidentemente, es una de esas hijas de Gijón que ha extendido sus años como un manto sobre la ciudad. La mujer más joven camina con los ojos fijos en el suelo; supongo – quiero suponer que es para cuidarse de grietas en las lozas, de alguna mierda de perro o de algún charco, para que no resbale su acompañante. Eso es lo que quiero creer. Su gesto es adusto. No puedo encontrar su mirada. La pierdo en el cruce con la calle Feijoo. Parece tener los hombros muy cargados. La pierdo de vista mientras camino más rápido, y luego, la olvido.

Mientras salgo del super que tengo a las puertas del edificio donde vivo, la veo.
Llevo una bolsa llena de comida práctica para soltero: cereal, leche, latas de atún y de ensalada, queso, carnes frías, un filete de salmón (uno. La dependienta me miró con extrañeza y luego me lo vendió). Ella lleva un letrero que dice que no tiene trabajo y sí tiene familia. Pero aunque el letrero es en castellano, probablemente ella no lo habla. Tiene un rostro cansado y también extrañamente exento de edad. No sé hace cuanto tiempo habrá dejado su bosque en Otranto o Transilvana o ya de perdida, las afueras de Bucarest. Tampoco sé si va a comer como lo haré yo cuando suba a mi pièd-a-ciel. No lo pienso mientras subo, si lo pienso, no podría ver cómo el salmón se saltea en la sartén.

Mientras camino por el muro en la tarde, lo veo.
Salió algo de sol, el verano ya casi-casi está aquí. Mucha gente se deja ver por el paseo de concreto a la orilla de la playa. Él también. Tiene profundos ojos magrebíes y al menos un diente de oro. No sé qué edad tendrá, pero es mayor que yo. Tiene canas en las sienes rizadas y lleva de la mano a una pequeña, tan morena como él. Los miro mientras camino, los pulmones llenándoseme de sal y de mar. De hecho, me paso de mi salida para seguirlos un poquito más. Él mira a la niña, como si no hubiera nadie más en el paseo, en la playa, en la ciudad, en el mundo. Y la pequeña le corresponde igual, con esa enorme sonrisa que es el sino de una complicidad de la que nadie, ni yo, será parte nunca. Los veo cruzar hacia el Parque Isabel la Católica. La niña mira al padre mientras cruzan, su cabecita cubierta por una pañoleta amarilla. Sólo a él.

Mientras tomo algo en un bar de San Bernardo, lo veo.
Primero lo veo reflejado en el espejo detrás de la barra, luego se acerca. Su piel es perfectamente negra. No café. Negra. Así era en Senegal y así es aquí. Trae consigo lo último de lo último: Spiderman 3 y el Papito de Bosé. Lo que no pudiste o no quisiste comprar boleto para ver, te lo deja en un poco para que lo veas en casa. No pierde la sonrisa mientras se mueve entre las mesas y nadie le responde el gesto, sólo agitan la mano y dicen no gracias sin mirar. Lo veo pasarse al bar de enfrente, mientras yo prendo mi pipa y bebo mi gaseosa y finjo que no lo veo. Su sonrisa tan llana me llena de pudor.

Pero los veo.
Están en todas partes. Caminan por todos lados. Unos están tristes, otros sonríen. Unos están extenuados, otros aunque tengan poco, realmente tienen todo. Van, vienen. Algunos hacen contacto visual conmigo. Algunos me ven.

Y yo subo a este piso trece, destiendo mi camita, me quito mi camiseta y mis vaqueros. Cuelgo mi chaqueta azul y mis zapatos. Y me siento en la cama y miro la luna que me mira entre las nubes, que se ve tan solitaria asomándose así y pienso en que aún pese a mi conspicuo disfraz y el encanto completamente vacuo que me ha hecho flotar por años sin que nadie se percate de que en realidad todo es truco de prestidigitación y si se fijan, sabrán que no hay nada de magia debajo, yo sí tengo una cama calientita, una casa que llamo mía, una habitación con vistas, pan qué llevarme a la boca y algo con qué protegerme si sopla frío, en esta atalaya.

Pienso y pienso mientras amanece en otros países o mientras la noche se extiende en el mundo. En realidad ¿quién soy yo? Mi piel bien podría ser de otro color o mi lenguaje o mis creencias podrían ser otros.

Yo soy tan inmigrante, tan ilegal, (tan invisible) como ellos.

martes, 29 de mayo de 2007

Hoy no hay blog


Cerrado.


Venga mañana.

(Por favor)

Gracias.

lunes, 28 de mayo de 2007

Mamá

Mi mayor cómplice en la vida, como ya dije alguna vez, es mi madre.

Esa ha sido una constante entre nosotros desde que puedo acordarme. Y es una de las personas que más admiro en el mundo, no por el hecho de ser mi madre (que no es nada fácil, para nada) sino por ser la mujer que ella es.


Mamá es una persona que se ha hecho a sí misma. No le debe nada a nadie, todo lo que ha logrado en la vida, en el ámbito profesional y personal, lo ha conseguido a base de mucho esfuerzo y eso es algo que no cualquiera puede. Sin embargo, nunca ha despegado los pies del suelo y esa es una de las lecciones que nos enseñó a Mónica y a mí: la sencillez.

Siempre está dispuesta a ayudar cuando hace falta: es una mujer de ideas brillantes y sumamente creativa. Las escuelas donde estuvimos (especialmente la escuela donde mi hermana estudió sus primeros años, hasta la prepa) le deberían rendir homenaje o ya por lo menos, ponerle su nombre [María del Consuelo Alonso] a uno de sus salones.

Pero lo interesante, es que no hace las cosas esperando reconocimiento. Eso es algo que a mí gustaría poder decir que heredé de ella (pero en el fondo sé que no es verdad). Su modestia es, algunas veces, increíble. Sabe jugar en equipo y es la espina que mantiene a mi familia unida, aún pese a las diferencias e incluso, las distancias. Me atrevería a afirmar, también, que mi madre es una esposa extraordinaria (35 años y contando), así como me consta que es una espléndida amiga y lo demuestra de manera incansable, aún cuando muchas veces se ha encontrado con traiciones inmerecidas e inesperadas. Tampoco es una mujer rencorosa.

Hoy es un día particularmente especial para mi mamá.

Cumple 57 años de edad (es del 28 de Mayo de 1950) y comienza su última semana laborable. Mi madre ha trabajado durante 40 años -- comenzó en 1967, cuando muchos de ustedes aún no nacían o eran muy pequeños- y ahora, prepara su retiro. Me parece algo muy justo: ha dedicado más de media vida a hacer grandes a otros. Ha ayudado a iniciar carreras brillantes a muchos -- mi amigo Rodrigo y mi prima Carmen, por citar dos ejemplos- y siempre estuvo al pie del cañón hasta después de la hora de cierre, aún cuando estuvo encarando la posibilidad de la muerte.

Mi madre es excepcionalmente valerosa.

Hoy no estoy con ella. Pero si estuviera yo ahí, le diría lo mismo que ahora estoy poniendo aquí, a cada paso del cursor: que la admiro, que sus enseñanzas no han sido en balde. Que quisiera poder tener un poquito, un mínimo aunque fuera, de su brillantez, de su entereza, de su integridad, de su gracia. Un poco -- aunque sé que no, que ni en un millón de años podría aproximarme siquiera a su luz-. Y también decirle lo que mi corazón quiere decirle todas las mañanas, como se lo dije siempre, desde que me acuerdo, a veces (cuando papá se iba de viaje) despertándome a su lado, o simplemente de la nada, sin obedecer a ninguna razón:

Mamá, te adoro.

Feliz cumpleaños.

domingo, 27 de mayo de 2007

Pacto con Dios


Yo no creo (como dijera Nick Cave) en un Dios intervencionista.

Aunque sé que hay mucha gente que sí.

Sin embargo, tengo mi lado de fe. No soy creacionista, sino Darwinista, pero igual, tengo fe en algo que rige más allá de nosotros. No puedo decir que soy ateo, aunque desprecio profundamente la religión organizada (tantas joyas, tanto oro, tanto pedófilo...) mas no obstante ser un católicolapsado, algunas veces hago pactos con Dios.

Esto de hacer pactos con Dios, es como negociar algo, sí, pero no se trata de "Diosito haz esto y yo haré lo otro", nada tan simple o simplista.

Creo en el pacto con Dios como un acto de fe de mi parte, para hacer algo, interceder por un fallo positivo.

Nunca, cuando he hecho pactos con Dios, he pedido algo para mí.

Pero lo que se hace a cambio, es siempre personal.

He hecho pocos pactos con Dios, no crean que es algo habitual.

Lo hice una vez, cuando mi madre estuvo enferma.

Lo hice una segunda vez, cuando el futuro -- que hoy es el presente- de alguien a quien yo quiero mucho, dependía de un fallo positivo.

Lo hice una tercera vez, cuando una amiga mía estuvo encinta.

Ayer fui a hacerlo de nuevo, en la misma iglesia donde he hecho los tres últimos.

No sé si es el lugar, o el altar de Nuestra Señora de los Ángeles, pero lo mismo. A mí me conforta y me inspira lo suficiente como para hacer esto.

Hice un nuevo pacto. Y si funciona, como las veces anteriores, yo cumpliré con mi parte.

Siempre lo hago. Soy hombre de palabra.

Por lo demás, no soy religioso, ni tampoco particularmente místico, no creo.

Trato de seguir cierta norma, trato de mantenerme objetivo y si tengo estos instintivos e intrínsecos arranques de fe, pues sea. Lo único que sé, es que es la manera que tengo para contribuir como se puede, creo. No es desmerecer los méritos ni los esfuerzos de los demás. Es sólo mi modo de apoyar así.

No sé cómo explicarlo, pero sé que ustedes me entienden.

Ahora sólo me queda ser paciente. Esperar y cuando sea el momento, cumplir.

sábado, 26 de mayo de 2007

Retratos: Mi Familia


Soy el hijo mayor.

Por mucho tiempo fui el unigénito. Ahora, tengo una hermanita.

Son tres personas las que conforman mi familia; aunque he ido formando una familia con mucha gente que he ido encontrando a lo largo de mi vida -- y algunos de ellos, de hecho son mis parientes, pero no toda mi parentela es mi familia, eso ya se sabe, hay excepciones que he negado, niego y negaré como San Pedro y que pese a ser del mismo árbol genealógico para mí no son nadie. Nada.

Y sí, pues, ahora que soy mayor (ja, ja) tengo una familia ecléctica y extensa --como los Addams o los Tenenbaums (siempre quise ser un Tenenbaum)- pero mi familia, el núcleo, son sólo tres personas aparte de éste que habla.

Aquí pueden verlos, el día de mi despedida en casa de Hanna; Papá, Mamá, Mónica y yo. De aquí vengo. Ellos me hicieron. Por ellos soy.

Papá
: Hay muchas cosas que me unen a mi padre. De todo tipo. Momentos extraordinarios, anécdotas simpáticas. Tragos amargos. De todo. Es posiblemente la persona con quien tengo (por razones obvias) la relación más complicada que he tenido en mi vida. ¿Saben que de niño le tenía unos celos espantosos? Esto no es ningún secreto. Algunos de mis primos incluso se acuerdan y muchos de mis amigos lo saben, porque es la razón para la que yo tenga algunas de las características que tengo. Le tenía celos cuando estaba con otros niños, hijos de sus amigos (que realmente nunca fueron del todo mis amigos) y con mis primos. Sentía que mi padre no me amaba lo suficiente. Luego supe que sí me quería, pero a su manera. Y la manera de querer que tiene él es muy única, muy suya. Muchas veces es inexplicable y uno tiene que aprender a quererlo en esos términos, o bien, pese a esos términos. Debo ser honesto y decir que siempre me costó -- al fin y al cabo, habiendo sido criado por su padre- trabajo verlo como figura paterna de autoridad. Le cuestionaba siempre las razones de sus actos -- por fin un día dejé de hacerlo, sus razones son suyas del mismo modo en que mis razones son mías- y fui un hijo rebelde con él.

Posiblemente, pensaba, no soy el hijo que mi padre hubiera querido tener... o el que esperaba que fuera (Dios sabe que definitivamente nunca cumplí ninguna de sus aspiraciones, finalmente lo hicieron mis primos, pero yo no)... pero también tuve que aceptar que eso no era mi problema. Era y soy, de cualquier modo, su hijo. Y él es mi padre. El único que tengo. Así que seguí haciendo mi vida creyendo que si lo decepcionaba, no podía evitarlo.

Pero he ahí el error; vine a saber mucho después -- y es que expresarlo le cuesta, finalmente- que mi padre no está decepcionado de mí. Si hay alguien que realmente parece orgulloso de cómo se refleja lo que yo hago en mi persona y en los medios, es él. Extrañamente, ha terminado por aceptar -- y le costó trabajo, eso también es un gran mérito- que su hijo es quien es y quien siempre iba a ser.

Quiero a mi padre. Él lo sabe. Se lo he dicho. Dejé ir mi amargura por última vez, para no resentirlo. Él no va a cambiar, no puede, y el tiempo ya transcurrió. Lo que sucedió no puede deshacerse, y finalmente son cosas que tristes o alegres, palabras que dichas con intención o sin ella, igual contribuyeron a que yo sea el hombre que ahora soy. Nunca quise ser como mi papá. Respeto su individualidad; respeto su capacidad. Y lo quiero profundamente, aunque a veces soy un jeroglífico que no puede descifrar. Pero me respeta, y eso nos hace adultos de la misma manera. (¿Y saben algo? Yo también estoy orgulloso de él)

Mamá
: Es que mi relación con mi madre es muy, muy, muy distinta. Pero nuestras relaciones con nuestras madres siempre lo son. Es la persona a la que más quiero en el mundo. Y es a la que más temo en el mundo. La que más me enternece y la que me puede hacer enfurecer, o romperme. O hacerme reír.

Mi madre siempre fue mi amiga. Más tarde, fue mi cómplice. Mi madre se desesperaba mucho con el niño que fui y sin embargo, nunca dejó una de mis preguntas sin respuesta. Una sóla vez (o acaso dos, pero no más) me aplicó disciplina corporal y todavía se arrepiente. Sólo una vez me dio una bofetada por respondón -- éramos una generación respondona, ¿eh?- y me sonó y aún dice que siente feo -- sobre todo porque a mí los golpes me hacen moretes muy escandalosos por lo blanco de la piel y en mi niñez, peor tantito.

Pero también es la primera persona que comprendió cuál era mi destino como escritor y nunca me quiso cortar las alas; de hecho, tanto a Mónica como a mí, nos enseñó a ser libres -- aún si no comprendía nuestras inquietudes o no las compartía, pero nos enseñó que en esta vida, sólo nos teníamos a nosotros mismos y que había que vivir.

Ha sido mi maestra, en aspectos que ni siquiera ella sabe. Y en mi adolescencia difícil, hizo lo que pudo para sacar mi cabeza del agua cuando yo quería tenerla debajo del agua. Sé que no importa cuántos años tenga, teme por mí. Y sé que hay un diálogo entre ella y yo, que ha existido desde que estaba yo ahí dentro y ella me hablaba.

He visto a mi madre sobrevivir, de pie, a los embates más brutales: tanto dentro como fuera. Y se mantiene siempre vertical. Sé que muchas veces ha tenido miedo, pero se lo aguanta y mira adelante. Esa tal vez sea su mejor enseñanza.

Hay cosas de mi madre que no me gustan; su tolerancia ciega a ciertas cosas que yo no puedo tolerar simplemente por consanguineidad me parece atroz y se lo he dicho. Yo no condono, pero yo no soy ella. A ella la educaron de otra manera; a mí de otra. Pero ella respeta la crianza que recibí de ella y de mis abuelos, como lo que me ha hecho lo que soy ahora. No quiere decir esto que todo sea armonía, pero ella es así y el amor que nos une es más estrecho y profundo que las adversidades; lo sabemos ambos. Y aún así, nunca vacilo en decir que mi madre es una mujer íntegra, sin lugar a dudas y a prueba de tontos.

Siempre he pensado que me parezco a mi madre y creo que me parezco a ella, más de lo que ella cree. O al menos, me gusta pensarlo.

Mónica
: Cuando ella nació, yo ya era grandecito. Pero la soñaba. Eso es algo que mucha gente de mi parentela trató de borrar, alegando que "le tenía celos" y de inmediato catalogándome como el hermanito celoso y malévolo y envidioso. Y por desgracia, eso marcó una parte de mi relación con Mónica mientras crecíamos ella y yo.

Sé que un tiempo Mónica pensó que yo no la quería. Alguna vez me lo dijo, y yo curiosamente pensaba lo mismo: es clara consecuencia de los despliegues de ostentación que hacia la parentela sobre ella cuando nació. Fue como si de repente yo que de por sí (y cito) "era un niño difícil y muy chocante", hubiera dejado de existir ante la llegada de este bebé de ojos azules y salud delicada.

Pero eso fue hace veintiséis años (hoy, además).

Mi abuelo Miguel -- al que ella no conoció, no pudimos compartirlo y sé que para ella, es un gran misterio, aunque no una carencia, nuestro abuelo Faustino la adoraba- era quien compartió conmigo la expectación por la llegada de mi "hermanita". Si hubo alguien que sabía cuánto la soñé, cuanto la quise aún desde el antes, era él. Y la amaba. Muchísimo. Fue su nieta más pequeña. La hija de su hijo y de su hija (siempre presentó a mi madre como "mi hija Consuelo, la esposa de mi hijo Ernesto,") y el bebé más deseado del mundo. Cada noche eso era lo que yo pedía, una hermanita, una hermanita.

Pero en fin, en las crianzas uno no interviene y menos si se es, efectivamente, un niño roñoso, huraño y chocante, bastante "difícil" y créanme, yo lo fui con ganas. Especialmente para la parentela que se apresuraba a señalarlo -- de ambos lados del árbol, además, nótese-. Pero siempre, aún si no se lo demostraba, quise a mi hermana.

Fue muy difícil empatarnos en la vida; por una plétora de razones, de motivos, de gustos no compartidos, de hábitos contrastantes. No tenemos realmente nada en común, no del modo en que he visto a otros hermanos y hermanas compartir cosas, secretos, complicidad.

Mónica y yo no lo fuimos nunca, no realmente. Pero siempre la quise. Aún cuando estábamos a veces a la garganta el uno del otro -- mi hermana tiene muchas virtudes gloriosas y muchos defectos horrendos en medio de ambos, algo que lo mismo es un defecto que una virtud: mi hermana es, cuando se lo propone, la gran estratega y siempre obtiene lo que quiere de un modo u otro. Yo quisiera pero soy un amateur comparado con su habilidad-; siempre la quise.

Es lo único que he podido llamar mío. En el más puro sentido consanguíneo.

No es secreto que nos entendemos en muchas cosas, no somos mutuos confidentes -- no. Ella tiene a sus amigas y yo a los míos-. No nos guardamos secretos el uno del otro tampoco. Pero nos queremos. Yo a mi hermana la quiero como al mundo; es una de las pocas personas en quien consistentemente pienso cada día. Aunque sea un minuto.

Es una hermana estupenda. La he visto serlo para con sus amigas. Será una madre excelente -- tiene a quién salir: a nuestra madre y a la abuelita María, que era una gran madre, si bien también era una harsh mistress con nosotros, sus aprendices- y es una profesional formidable, totalmente comprometida con el sueño de lo que siempre quiso hacer cuando creciera.

Finalmente ha sido ahora que somos adultos, que Mónica y yo nos empatamos. Hemos formado otra clase de alianzas. Hemos sobrevivido largas jornadas y aunque no somos dulces mutuamente, significamos.

Ellos son mi familia. Ellos me hicieron y soy. Ya lo dije. Son las tres personas que más quiero en el mundo (y hay más gente a la que adoro y lo saben, pero esa es otra familia, que yo armé con mis manos y mi corazón). Ellos son mi causa.

Hoy, Mónica cumple 26 y Mamá cumplirá 57. No estoy ahí. Pero igual, las pienso, están sentadas aquí conmigo. Papá también. Y yo estaré al otro lado del mar, en la casa en que crecí. La casa que es la casa de mis padres. La casa de mi familia, que está siempre dentro de mí y va conmigo a todas partes.

viernes, 25 de mayo de 2007

Gracias a dios es...


...¡viernes!

Y también, gracias que ya salió el sol, después de una semana del gris más vulgar.

No es que uno se queje, pero ya necesitaba que hiciera algo de sol, para poder tender la ropa.

¡Ya tengo plancha!

Supongo que ahora tendré que hacer una de las cosas que más detesto en esta vida... ¡planchar! (Es que si vieran lo inepto que soy para eso)

Pero bueno, es una de esas cosas que suceden cuando se es amo de casa, aunque no desesperado. Hoy pasé la aspiradora y le di brillo a mis muebles. Soy todo un caso.

Por otra parte, viene un fin de semana que se antoja, en todo caso, algo prometedor. Sinceramente eso espero, porque no me aviento otro como el de la semana pasada ni de chiste (y mi pierna protesta en solidaridad).

jueves, 24 de mayo de 2007

Un buen hombre


El día que se presentó mi novela, Todas las fiestas..., alguien me preguntó que qué era lo que más me gustaba de mis distintas "facetas": crítico de cine, periodista, entrevistador de movie stars, bloguero o escritor.

Yo respondí que, en realidad lo que más me gustaba era todo junto, pero que lo que realmente más me gustaba de todo lo que era (soy) es esto:

En el verano del 006, antes de irme de vagaciones a Egipto, un amigo me acompañó hasta la calle desde su casa, y me abrazó de despedida y me dijo que yo era un buen hombre.

Eso, eso es lo que más me gusta.


Anoche, después de una larga velada de plática y cena con ese mismo hermano león, de reparaciones y aclarar viejos e innecesarios malentendidos, deshechar yo oprobios inexistentes y escuchar -- algo que estoy aprendiendo siempre-, paseamos por la ciudad, que está desde la tarde, cubierta de bruma que la matiza en brillantes grises húmedos y pasamos por exactamente el mismo punto.

Él me lo señaló, me recordó lo dicho.

Y me sentí exactamente como eso. Un buen hombre.

Ni más, ni menos.

Y volví a casa, caminando entre la niebla, silbando para alejar la oscuridad.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Tequila + Champagne = C'est le Jet Lag


Esto que voy a relatar ocurrió hace ya algunos años en París.

Yo venía de Londres e iba a visitar a una de mis primas más queridas (mi casi-hermana) que se encontraba en la ciudad de las luces cegadoras acompañando a su flamante marido -- hoy mi casi-compadre- que estaba estudiando un master ahí. elos tenían un bonito departamento cerca de Boulevard Raspail y estarían felices de recibirme, sobre todo porque no nos habíamos visto en casi un año -- desde su boda.

Llegué en el Eurostar a la Gare du Nord y mi prima ya estaba esperándome.

"¡Te traigo una botella de tequila!" le dije.

"¡Yo tengo una de champagne!" me dijo.

Felices, tomamos el metro hasta su departamento. Me explicó que esa noche tenían invitados a cenar para aprovechar mi llegada y que para no esclavizarse en la cocina y tener tiempo de ir por mí, sólo había preparado una ensalada, pero el resto de la cena la había mandado a hacer a un bistro pequeñito cerca de la casa. Le dije que me parecía perfecto, así tendríamos un par de horas para charlar a gusto y yo le podría contar todo lo ocurrido con la familia en su ausencia, mientras ella me contaba cuál era su onda en París y todo lo que yo había hecho en Londres durante Fashion Week y bla bla bla. Mi prima estuvo de acuerdo, y me dijo que a las siete había que bajar por la cena.

Mientras, para celebrar nuestro gozoso reencuentro, brindamos con tequila y con champagne. ¡Mmm! ¡Qué rica! Y así estuvimos por un rato, que esto, que lo otro, ¡salud!... hasta que nos dimos cuenta de que eran las siete pasadas y había que correr por la cena.

Rápidos cual rayos bajamos a la calle y salimos, con el frío aironazo de febrero pegándonos en la cara. No nos dimos cuenta, hasta llegar al bistro, pedir la orden, que ya estaba pagada y volver a salir a la calle por una puerta que no era por la que habíamos entrado, ergo, desconocimos la calle a la que nos tocó salir.

Yo: [con la voz haciéndose assssí] "¡Ah Chihuahua! ¿Onde andamos?"

Ella: [Súbitamente espantada asssí] "¡Ay! ¡No sé!"

Yo: "Este... ¡Ay madre! ¿Para dónde nos vamos?"

Ella me dijo que igual era para la derecha y luego, como no reconocimos, nos fuimos a la izquierda, pero tampoco. Comenzamos a alarmarnos y lo peor, es que el airazo había hecho que se nos subiera hasta la peineta, por lo que se nos había olvidado prácticamente todo lo esencial en estos casos, incluyendo su domicilio. "¿Dónde vives, qué callllle essss?" "¡Ay, no sé! ¡Lo olvidé!"

Paramos un taxi y con nuestro francés rudimentario, pedimos el boulevard Raspail, mientras íbamos cargados con la cena y con las ventanillas abiertas, asomando con cuidado las cabezas -- no fuera uno a acabar como Marie Antoinette- para tratar de reconocer el edificio. Por supuesto, cuando al fin llegamos, sólo estábamos a cuatro manzanas de donde estaba el bistro, pero dimos algunas vueltas en círculo.

Eran más de las ocho cuando subimos en el viejo ascensor al sexto piso, donde ya nos esperaba mi primo, literalmente político, que estaba realmente muy consternado: "¡¿Dónde estaban?! ¡Ya van a llegar los invitados!"

Le entregamos las bolsas con la cena y nos miró a la cara.

"¡Están borrachos!"

No tuvimos cara para mirarlo. De haberlo hecho, habríamos visto que más que enojado, estaba al borde de soltar una carcajada.

Rápidamente nos mandó a lavarnos la cara aunque fuera y a ponernos un poco más decentes para las visitas que llegaron puntualmente. Toda la cena yo, que no hablo realmente nada de francés (y ahora le tengo algo de aversión verbi gratia una vieja pedante que yo conozco que según esto es una supermaestra de la Alianza Francesa, aunque para mí sea sólo una especie de ruca vudú), traté de ser polite y gentil, asintiendo a todo mientras con un piecito "hacía tierra" mientras mi pobre prima adquiría una sutil tonalidad de verde en su primorosa piel.

"C'est le jet lag," explicó el buen primo-marido con una sonrisa no exenta de ironía cómplice a sus amigos, al respecto de mi inusitado semi autismo.

Ellos asintieron, comprensivos, "mais oui, le jet-lag".

Y yo, como el manatí: "Merci".

En cuanto pude, y aduciendo el jet lag famoso (aunque tuviera más de una semana en el continente) me levanté y pasé a la sala, donde no me dormí, me desmayé en el sofá. Así hasta bien tempranito en la mañana del día siguiente, que nos despertó el primo con sendas tazas de café para aprovechar el día y nos llevó al Louvre, que conocí bajo los efectos de una resaca asesina (aunque no se notara)... pero esa, esa es otra historia.

Moraleja: Si va a tomar, procure no olvidarse del idioma.

martes, 22 de mayo de 2007

De millonarios excéntricos


Había una vez un millonario excéntrico, cuya principal obsesión era el sexo.

Había hecho prácticamente de todo en su búsqueda del éxtasis total: se había untado menjurjes, había visitado burdeles en oriente, había copiado el Kama Sutra, etcétera... y siempre le contaba sus aventuras a un amigo suyo, que por lo regular, quedaba perplejo ante sus proezas.

-¡Por fin!- le dijo un día el milloneta al otro: -¡Encontré el mejor sexo de mi vida!

-¡Ah, caray! ¿De verdad?

-Sí, mira. Estaba yo el otro dá viendo el Animal Planet, y dijeron que el animal que mejor goza del sexo es el Cocodrilo del Nilo. Que su pareja puede gozar hasta de cinco orgasmos seguidos y él también. No quise quedarme con la duda; mandé comprar un Cocodrilo e hice la prueba. ¡Es verdad!

-¿C-con un C-c-coco...? ¡No te creo!

- Hombre, pues ven y mira...

Fueron juntos a la mansión del millonario excéntrico y una vez ahí, éste llevó a su amigo a una habitación donde, efectivamente, había un Cocodrilo tendido cuán largo en el lecho amatorio.

-¡Órale!

- Uy, uy,uy, nada más de verlo ya me dieron ganas... chécate esto.

De inmediato, el millonario se quitó la ropa y le saltó encima al Cocodrilo, aunque antes de comenzar el coito, tomó un garrote que había junto a la cama y le dió cinco, seis, siete garrotazos rápidamente para que éste perdiera el conocimiento y no lo atacara. Después, ya lacio, lacio y agorzomado el Cocodrilo, el hombre pudo hacer de él lo que quiso, por arriba, por abjo, por delante y por detrás, mientras su amigo contemplaba todo, atónito.

- Buf, puf, uf.... ¡qué bien estuvo esto!- dijo fascinado el ricacha, toda vez terminó. - Y tú qué, ¿te animas a probar?

El amigo lo miró, vacilante.

- Este... bueno. Pero nomás no me vayas a dar muy duro con el garrote...

lunes, 21 de mayo de 2007

Alicia ya no vive aquí (pero yo sí)


Ayer vi esta película por primera vez en mucho tiempo. Es mi favorita de Scorsese, más aún que Taxi Driver, y que todas sus películas con subtexto de machismo -- que se le dan tan bien, p. ej: Buenos muchachos, Toro salvaje y/o Pandillas de Nueva York- o que La edad de la inocencia, que habría sido una de mis favoritas si otra actriz hubiera llevado el papel que finalmente hizo Michelle Pfeiffer -- hay algo en su interpretación que no me acaba de gustar, ¿qué le puedo hacer?-.

Pero esta, con su trabajo tan sencillo, casi humilde, me cautiva.

Siempre he sido un gran admirador de Ellen Burstyn; desde que la vi en El Exorcista como la madre desesperada, me pareció una espléndida actriz, con un toque particular para cierto tipo de histeria. Lo que no sabía entonces, es la inmensa paleta de colores que podía (y puede) manejar: eso lo vine a descubrir con otros trabajos suyos, incluyendo Réquiem por un sueño (Aronofsky, 2000) que me dejó hecho girones en la butaca de un cine.

Aquí, en 1974, con todo el feeling de inmediatez de ser cine de los 70, la Burstyn es Alice Hyatt, un ama de casa (sí, desesperada) de Socorro, Nuevo Mexico, con un marido insensible y bruto, pero no malo y un hijo de doce años excesivamente sagaz y cínico para su edad. Cuando el marido pasa a mejor vida, Alice se encuentra de manos a boca con sólo un dólar cincuenta y nueve centavos en la bolsa y con sus sueños expuestos por primera vez en veinte años. Siempre quiso ser cantante de cabaré en su pueblo natal: Monterey, California.

Así, Alice liquida todos sus bienes, apila su camioneta de maletas y junto con su insoportable crío, se da a la fuga, en pos del sueño inalcanzable.

Ustedes, si no la han visto, me dirán que ese es el argumento más trillado del mundo, que es una güeva, que no es posible que alguien como Scorsese que hizo la supercool e hiperviolenta Los Infiltrados pudiera aventarse un "melodrama" semejante.

Pues sí, lo hace. Y para muestra, un botón: Aquí está el trailer de la película.


Sin embargo, Alicia ya no vive aquí es mucho más que eso. Es una historia contada en capas, en muchos niveles: sus personajes van madurando ante el espectador y hay mucho qué ver: no sólo están Alice y su mocosito, Tommy (Alfred Luter); también están la imparable Flo (Diane Ladd -- fantástica) y el casi-héroe David (Kris Kristofferson, en una interpretación que lo congracia con toda clase de público), Jodie Foster como una niña precoz y hasta Harvey Keitel, que nunca falta en algo de Scorsese, haciéndola de un joven locuelo.

Cada uno de los personajes tiene su textura, su consistencia. Se sienten como gente de verdad y la narración fluye de esta manera, con naturalidad. Hollywood ciertamente ya no hace películas como ésta.

Ver Alicia... anoche me fue casi como una revelación, por no llamarlo epifanía. Ella se ha lanzado a lo desconocido y ha tenido que parar a hacer su vida en una ciudad que se le apareció en el camino.

Yo no hice lo mismo, pero es algo similar. Aún estoy en el proceso de adaptación y a veces, de repente, me siento frágil. Más de lo que nunca antes me he sentido. Pero sé que todo irá pasando y que me iré encontrando (uno va encontrándose entre espinas, como dice el Tango) y como Alice Hyatt, yo también puedo hacer mi sueño realidad. De hecho, éste es el sueño.

Scorsese y Burstyn me abrigan y me acompañan durante la velada y cuando despierto hoy, lunes, hay una sensación de principio.

Todo comienza. Como en un tracking shot. Todo comienza y yo voy a seguirlo, como al Conejo Blanco.

domingo, 20 de mayo de 2007

Odisea


Ayer, en mi día silencioso en Gijón -- hoy domingo no es muy distinto, sigue lloviendo sin parar, cosa que realmente no me molesta- decidí después de firmar "mañana nunca sabe", que haría algo, cualquier cosa para romper el silencio (que es en sí, lo que puede llegar a no gustarme del todo).

Ergo, decidí irme al cine. Como la película que quería ver (Zodiac, de Fincher, aunque ya la hubiera visto en enero) la daban en los cines Yelmo en la Calzada -- donde sólo había ido una vez y en coche, con Nuria y Javier- decidí que por qué no, y fui.

La película, como ya la había visto antes no me gustó menos -- ni siquiera por el hecho de estar doblada, de lo cuál les hablaré otro día, pero aquí casi todo el cine llega doblado, adiferencia de México, donde sólo se doblan las películas "familiares" o "para niños"-, y pesqué un buen lugar a ciegas, ya que aquí las butacas son numeradas pero resultó ser que elegí bien, al centro y casi hasta arriba, como me gusta.

Lo interesante y el inicio de mi odisea, vino al final.

Cuando salí del cine, eran casi las diez de la noche y seguía lloviendo, menos que cuando llegué, pero llovía y había bajado la niebla. Como había una larga cola para los taxis y no me dieron ganas de gastar en uno, decidí caminar de vuelta a casa.

Craso error.

Es verdad que la mejor manera de conocer una ciudad cuando recién te has mudado a ella es perderte, y de hecho, en eso pensaba al ver la película: ahora vivo aquí. Esto significa que voy a hacerlo más o menos a menudo, ciertamente más veces solo que acompañado, así que más me valía descubrir algún modo de encontrarme mi caminito.

No me dio más. Eché a andar aprovechando que aún había luz natural y armado con un paraguas comprado en una tienda de Chinos (sí, aquí también ha habido una proliferación de esas tiendas y lo venden todo muy barato, desde cubertería hasta adornos de casa) por lo que no me sentí intimidado: tenía La Flauta Mágica en el iPod y dije, en un santiamén llego.

Pero sucedió lo que ya había previsto: me perdí.

De repente me encontré en un amasijo de calles por las que nunca había pasado y siendo todas ellas casi en su totalidad bloques de viviendas, a esa hora estaban casi desiertas. "No pasa nada," me dije "yo soy valiente, no puedo perderme demasiado como para no saber cómo volver a mi casa y no me va a ocurrir nada. Julie Andrews está conmigo."

Pero creo que por ser sábado, Julie había decidido tomarse la tarde y lo más probable es que ella también estuviera en el cine, o cenando con amigos en algún restaurante cálido y bonito, con un menú excelente.

Caminé y caminé. Y luego caminé un poco más. Ya para entonces, el primer acto de La Flauta Mágica estaba acabándose. Por fin, salí a una avenida grande; supuse que ésta tendría señalamientos que me sacarían a un punto fácilmente reconocible de la ciudad y con un poco de suerte, hasta el centro, que es donde ahora soy vecino, si bien estoy más cerca de San Lorenzo que de Playa Poniente. Me di ánimos y seguí andando, hasta que de repente, el suelo se levantó para encontrarse conmigo.

Caí cuan largo y ancho soy.

Que no cunda el pánico, realmente no me pasó nada ni causé estropicios: es sólo que en Gijón, cuando llueve, las aceras suelen ser algo resbalosas (aunque yo llevara zapatos con suela de goma) y más si algún paisano dueño de una pulpería (por ejemplo) a la hora de cerrar, echa agua jabonosa (por ejemplo) a la calle y uno se resbala.

Total, que azotó la res.

Me dolía la pierna izquierda (auch) y el fondillo. Y de pronto, tuve unas intensas ganas de soltarme a llorar.

No es esta la primera vez que me caigo en Gijón, hay que decir la verdad; en 2005 me resbalé espectacularmente con una caca de perro en plena calle corrida, bajo la lluvia y ahí aterricé de maceta (de milagro no me abrí la cabeza como coliflor) y en 2006 me resbalé también en casa de unos amigos, mientras llevaba un plato para una cena -- al plato no le pasó nada, pero hice un 'split' bastante ridículo-. Es que soy muy torpón, tengo las patas de trapo y no me fijo al caminar. Soy un auténtico desastre, como diría mi abuela María: Ay, hijo. Nunca te fijas.

Tampoco es la primera vez que me dan ganas de llorar en Gijón.

Pero me aguanté como los merititos hombres, me levanté como buenamente pude, me volví a poner los audífonos y seguí andando, acompañado por Tamino y Pamina y Papagena (mi personaje favorito de este singspiel) y me perdí un poco más.

Como se me empañaban los lentes y sin ellos soy virtualmente ciego (cosas de la maldita miopía que tengo congénita) tuve que aminorar el paso mientras engrosaba la niebla, mirando los letreros de las calles cuando los encontraba, pero sin apartarme de las grandes avenidas. Por fin, encontré que estaba cerca del acuario de Gijón y a unos pasos de Marqués de San Esteban, que fue la primera calle que conocí de esta ciudad, cuando vine por primera vez en el verano de 2004 (en realidad no hace tanto, pero para mí se siente como toda una vida).

Ya bajo los arcos del Marqués, me di cuenta de otra cosa. Tenía unas apremiantes, urgentes, incontrolables ganas de ir al water. Pero como soy de pudoroso (sí, aunque no lo crean, uno tiene su pudor), no quise pasar por algún bar, sólo para hacer pis. Dije, "me aguanto, soy muy hombrecito"... pero la verdad era que estaba empapado, cojeando y un poco asustado, así que pudo más el sentido común que mi recién descubierta condición de "hombrecito" y al ver luces en casa de Julián y Coqui, no pude evitar, muerto de vergüenza, llamar al timbre para subir y salirles con mi embajada: "perdón, pero necesito usar tu baño..."

Antes de que se me olvide, la cereza en el pastel, vino a unos metros de su portal, cuando esperaba el cambio de luces en Álvarez Garaya, cuando un Megáne de conductor anónimo, pasó rapidísimo y acabó de bañarme con agua de un charco.

Julián y Coqui, que son poco menos que unos santos, me dieron un té caliente, una toalla -- toda vez había pasado a su bathroom en suite- y me preguntaron qué me había pasado.

Les conté.

Pero, ¿por qué no nos llamaste?

Lo pensé. Lo cierto es que ayer no pensé en llamar a nadie; ni hoy tampoco. Si voy a vivir solo en esta ciudad por tiempo indefinido, buscándome la vida y experimentándola, ¿cómo podría atreverme a traerle mis problemas o mis cuitas a alguien más, por amigos que sean? He descubierto que, de repente, me abochorna tener que llamar por teléfono y lo evito. No es que haya perdido confianza con mis amigos de aquí. Es sólo que me apena llamar por teléfono.

Coqui me dijo que no fuera tonto y me dio paracetamol.

Volví a casa más tarde, más confortado y contento. Siguió lloviendo hasta ahora, que es domingo y sigue pareciendo Macondo.

Pero me siento menos ajeno a la ciudad. Un poquito al menos.

Y sigo pensándolo: soy un hombre. Soy valiente. No voy a permitir que me coma la tristeza, porque la tristeza, como el diablo, no existe.

Supongo.

Pero sepan, estoy bien, estoy calientito y sin consecuencias de golpe y remojo. Es sólo parte de la experiencia.

sábado, 19 de mayo de 2007

Días solitarios en Gijón.


Hoy no para de llover.

Parece Macondo.

Hoy no sabía si levantarme, y finalmente lo hice. Me bañé, me senté a escribir. Lo hice por algunas horas. Comí un tomate y atún (Clásica comida de soltero). Luego me acosté a leer a Cortázar (El Examen) y me sentí inquieto.

Ahora estoy en la calle, viendo gente pasar bajo la lluvia.

No hablé hasta que pedí mi orden en la barra del café. Hoy ha sido uno de esos días en que no he oído el sonido de mi voz casi para nada.

Supongo que esto es a lo que se refería alguien al decirme "vas a pasar días solitarios en Gijón".

Supongo que hoy es un día solitario.

Dice Ben, que ya pasó por lo mismo, que es de lo más natural: mis amigos aquí todos tienen sus vidas hechas, su "normalidad" y yo apenas estoy aterrizando. Así que es como mirar desde afuera hacia dentro: todos tienen algo que ya planearon, o que no pueden evitar o que ya es rutina y yo aún no la tengo.

Eventualmente, me supongo, la tendré.

Mientras sucede, camino en silencio la ciudad, bajo la lluvia y dejo que las calles me entren por los pies, por los ojos. Que la niebla me abrigue. Que se alargue la memoria.

Mañana nunca sabe.

viernes, 18 de mayo de 2007

El Tao de Julie Andrews



¿Han visto ustedes alguna vez a Julie Andrews enojarse, desesperarse o ya de plano, mandarlo todo al carajo?

No, ¿verdad?

Uno se imagina que semejante cosa es imposible. ¿Cómo se le hace para ser optimista todo el tiempo?

Verán, de un tiempo a ésta parte, en mi cabeza ha comenzado a tomar forma una idea de una nueva manera de controlar el pensamiento negativo, a la que llamo "El Tao de Julie Andrews"... y es que en toda mi vida nunca he encontrado a alguien que represente mejor el optimismo a ultranza -- sin caer en la estupidez ciega- como ella... y no sólo a traves de su Mary Poppins o su Fräulein Maria, que son el epítome de todo lo bueno que hay en el mundo. Me refiero también a la legendaria actriz y su actitud que me parece admirable ante la adversidad.

El Tao de Julie Andrews se conforma, de momento, de quince máximas o principios, que trato de aplicar siempre que puedo, a mi vida real. ¡Y me funciona!

Por eso quiero compartirlos con ustedes y, a miras de hacer algo más con él, les propongo que me pongan aquí mismo, en el área de comentarios, alguna máxima que se les ocurra para anexarlo al Tao ya existente.

¿Juega?

Bien. Ahora con ustedes:

EL TAO DE JULIE ANDREWS

#1
La verdadera perfección es imperfecta.
Uno es perfectamente lo que es y eso lo hace estar pleno siempre.

#2
Deja que las cosas sucedan, disfrútalas en la medida que llegan.
Nunca te comas la última rebanada del pastel pensando que no hay más.

#3
Siéntete descansado.
Aunque estés al borde del agotamiento, recuerda: existe por algo.
Que tu cansancio sea satisfactorio.

#4
Todo fluye. Todo confluye.
No necesitas angustiarte por lo que igualmente vendrá a ti.

#5
En caso de topar con pared, no te claves en la textura.
Fíjate en los colores.
(éste fue creado por Hanna en 1989)

#6
Come lo que necesites.
Te bastará cuando lo sepas.

#7
Si lo que tienes es realmente suficiente
eres rico de verdad.

#8
No esperes nada de nadie.
Así lo que llegará será siempre bienvenido.

#9
Levántate y encara la mañana.
Sonriéle a la tarde.
Abraza la noche antes de dormir.
El día te compensará cada hora.

#10
Tu vida es sólo tuya
No vives para nadie ni por nadie ni a través de nadie
Los demás te querrán por ti mismo.

#11
El mundo es grande
Tú eres grande
Cada prenda es de la talla que corresponde.

#12
Lejos es cerca.
Sólo cambia la perspectiva de donde miras,
La distancia no existe.

#13
Un viajante lleva todo lo que necesita en su interior,
los aeropuertos son sólo una estación de paso
lo importante es sentir que vuelas.

#14
No te atormentes, ni te impacientes
Si no puedes evitarlo, sucederá igual. No está en tus manos.

#15
Hoy es todo
Despójate de tus cuitas,
Todos tus mañanas comienzan aquí.

¿Alguien tiene alguna más?

Toda sugerencia es bienvenida.

jueves, 17 de mayo de 2007

Vuelta a la escena del crimen


Esta tarde, por primera vez en meses -- aún desde antes de salir de México-, me acerco a la novela que tengo a medias de escribir. Es, de todo lo que he escrito, lo que más me gusta. Y es curioso que la retome aquí, en Gijón, porque en cierto modo, aquí fue donde nació.

Cuando yo vine por primera vez a esta ciudad, hace algunos años, una de las muchas cosas que ocurrió, fue que tuve unos enormes deseos de escribir una novela que, o bien se desarrollara aquí, o que por lo menos la presentara como un escenario.

Los primeros intentos no prosperaron, pero un día en 2005, de pronto, las ideas fueron tomando forma y los personajes fueron volviéndose más reales, al menos para mí. De este modo fue surgiendo una novela nueva que muy poco o más bien nada tiene que ver con Las Fiestas. Es otro tono, más oscuro, más brutal, más texturizado, con más personajes y escenarios y cronologías muy definidas.

Cuando me di cuenta, ya estaba yo inmerso en este mundo de mi propia creación y la experiencia me estaba resultando de lo más placentera; finalmente, soy un narrador, mi oficio es ése, mi vocación es tomar una hisoria, o dos, y narrarla; darle forma: crear.

Así, Mateo Monasterio y Plinio Puenzo y Dorotea Redo y Laura Dieste y Clara Robles del Castillo y la bella señorita cuyo nombre era Annabel Lee, todos ellos, comenzaron a vivir.

Hace algunos meses, en diciembre y enero, tuve un brote de sequía (algunos lo recuerdan) y fue muy duro para mí poder volver a la novela. Sentí que la había perdido para siempre, que no podría volver a esa casa que en Londres inventé, donde se abre esa primera escena en que un joven, muy joven policía, vomita hasta el borde del desmayo, sobre un rosal, después de haberse encontrado con una escena del crimen que nunca olvidará.

Yo tampoco conseguía olvidarla. Aunque no pudiera volver a la escena del crimen.

Hasta hoy.

Fue un poco como acercarte de nuevo a un hermoso piano de cola que alguna vez aprendiste a tocar y del que te alejaste en su momento; así ahora: toco una tecla, luego dos y pronto tengo ambas manos en el teclado. Y volver a donde dejaste de escribir una novela no es fácil, menos aún después de una sequía árida y hasta dolorosa.

Volví a la última escena que había escrito: Clara en un lecho de hospital, a punto de una revelación muy importante. Y entonces comprendí por dónde debía irme. Por dónde se decantaba la historia.

Otra vez hay sangre en mis manos, en mis zapatos, y me siento extrañamente alborozado por ello: estoy creando de nuevo, con estos personajes a los que amo.

Es volver al altar, al templo.

Estaban ellos esperándome para seguir y aquí estoy, al fin.

miércoles, 16 de mayo de 2007

La intrusa




Algo inesperado ocurrió la otra mañana, cuando salí a tender mi toalla amarillo limón después de darme una ducha y lavarme el pelo -- ya tengo champucito y acondicionador, que me hacían falta. Cuando tengan un melenero como el mío, comprenderán- a la terraza que ya conocen.

Venía yo muy contento, silbando desentonado (hasta para eso desafino) cuando me encuentro de manos a boca, con una intrusa en una de mis sillas, mirándome desafiante y con ojos cínicos y amarillos.

Una gaviota.

"¿Qué haces aquí?" le dije. "¡Largo!"
La otra ni por aludida se dio.
"¡Sáquese de aquí!"
Nada.
Fui gentil y le pedí que por favor, tuviera la amabilidad de ahuecar el ala e irse a tomar el otro lado. Ella sólo me miró, indiferente, y siguió apoltronada en mi silla.
"Por favor, ¡vete de aquí!"
Pero nada.
"¡Largo de aquí, pinche gaviota hija del máis! ¡O te tiro un toallazo!"
La toalla amarilla hizo su aparición violentamente en el aire y la intrusa salió volando, con un graznido que más parecido al berrear de un niño. Me sentí muy ufano de haberme deshecho de ella y tendí la toalla. Luego me fui a hacer mis actividades del salón.

Cuando volví, varias horas después, el sol aún no se ponía y salí a la terraza para meter mi toalla y contemplar mis vistas (no puedo evitarlo; el lugar del apartamento donde paso más tiempo, excepto mi habitación, es la terraza); y ahí estaba de nuevo, en el barandal y estoy seguro de que era la misma.

"¿Otra vez tú?"

Me miró de nuevo con su frescura tan singular, alzó las alas y se largó de inmediato, dejando a mis pies una mancha deslumbrante y blanca de su cagada, que lanzó como ráfaga al suelo de lozeta.

Entonces comprendí algo. No es que ella fuera una intrusa en mi casa, en mi terraza.

Es que yo soy un usurpador.

martes, 15 de mayo de 2007

Privilegios


Quiero dar las gracias por los privilegios recibidos;

Por esta ciudad, que me ha recibido con lluvia y sol, con un hermoso arcoiris (el guiño perfecto), con una casa espléndida y sobre todo, mía, con amigos entrañables que ya estaban -- y siguen estando- y con amigos nuevecitos, recién descubiertos. Por esta vida que estoy comenzando cada día con sus ruidos y silencios y sus luces y su humedad extraña y sus gozos y penumbra.

Gracias, amigos.

Quiero dar las gracias por la foto, a Daniel Mordzinski, que literalmente me llevó corriendo, chasing rainbows, hasta la playa de San Lorenzo y ahí me convirtió en esto que ven: ¡Soy yo! Me miro y no lo creo. ¡Este es yo! -- la lente que miró a Borges y Saramago y Vila-Matas y hasta Fuentes ahora se vuelve a mí.

Gracias, Daniel.


Quiero dar gracias por los privilegios recibidos.

Ayer por la noche, llega un correo electrónico de Peter Straub (héroe de mi pálida y temblorosa, gran maestro escritor) con un cuento inédito, original, escrito exclusivamente para la Semana Negra.

Un cuento por el que no tuvimos que pasar por agentes ni managers.

Paco Ignacio II me mira y dice, "¿Y quién lo va a traducir? No querrás que se lo entregue a otro, ¿verdad, Miguelín?"

El cuento se despliega ante mí para traspasar un umbral, a otro. No hay responsabilidad mayor que esa.

Quiero dar gracias por los privilegios recibidos...

Addenda: Feliz Cumpleaños, Patricia (tú, otro gran privilegio).

lunes, 14 de mayo de 2007

Cartas a casa


Hoy se termina el salón del libro y comienza mi vida real.

Es el primer día que me toca lluvia realmente, desde el amanecer.

Me ha escrito Carolina. Hemos comenzado a extrañarnos -- si bien, yo la echo de menos siempre que no está a mi lado, en esta ocasión no es por un viaje, sino por la estancia en otra parte. La noción de permanencia no me intimida.

Porque mientras le escribo esto a Carolina, ha pasado a saludarme Juan Carlos. Es entonces la sensación de permanencia fuera, pero también de secuencia. Es decir, sólo ha cambiado el escenario y la geografía de los personajes.

Pero el cariño, el cariño sigue siendo el mismo. En casa y en todas partes.

Te quiero, Flaca.

En seguida te escribo.

domingo, 13 de mayo de 2007

Primera Cena


Breves notas sobre una dinner party anunciada:

Desde las siete de la noche o así, me puse a dar los últimos toques a la casa para que quedara al menos presentable para un número indeterminado de visitas -- cuando la fiesta es improvisada, nunca se sabe- y lavé la vajilla nueva que pueden ver aquí abajo. Como se descubre, soy un estupendo amo de casa [no, el término mandilón no aplica, no soy casado].

Fue entonces que ocurrió algo muy curioso; acomodando algunas piezas de loza de la anterior inquilina del apartamento -- es decir, la abuela de mi amigo Nacho- descubrí, una botella de Whisky. Ésta, por lo que se veía, tenía muchos años. Posteriormente, encontré otra y otra más y luego, ¡una de Chivas Regal que debía tener por lo menos 20 años guardada -- la caja de cartón mostraba el paso del tiempo- pero aún sellada! Eso quiere decir que mi casa me ha recibido con cuatro (cinco, si contamos la que me trajeron nueva anoche) botellas de escocés.

¿Qué voy a hacer con cinco botellas de escocés?

Es como si me hubiera mudado al Coloredo Lounge, en The Shining. Pero yo no soy Jack Torrance... jejejeje (Aunque quién sabe, acuérdense que All work and no play makes Jack a dull boy). Supongo que tengo esta doación prácticamente inacabable, para no tener que volver a salir a ningún bar nunca más y no temer que comprar una sola botella nunca más. ¿Podré poner un picadero clandestino? Digo, con esta terraza...

También puse en órden y sacudí el único librero que tengo de momento en casa y ya pude colocar no sólo mis libos y películas sino también algunas figuritas icónicas y souvenirs de mi vida que me acompañaron hasta acá.

La sensación de satisfacción fue enorme.

¡Me gusta mi casa!

A las 9 llegaron Santiago Rocangliolo, su esposa, Rosa y Alfonso Mateo-Sagasta. Santiago y Alfonso son dos de los escritores que participan en el Salón (que acaba mañana, hoy domingo me toca mi show con la mesa redonda sobre los libros que nos hicieron soñar, es decir, aquellas cosas que nos inspiraron en nuestras tiernas e irrecuperables... y ustedes ya saben de qué voy a hablar yo, jejeje - risa de Vincent Price).

Santiago se había ofrecido como voluntario para preparar un platillo peruano llamado "Lomo saltado" y conseguimos todos los ingredientes en el super que tengo a las puertas de la casa (nunca me sentí más aliviado de ello) así que mientras tomábamos whisky y vino (yo no, sólo una cosa) y conversábamos en la cocina, Santiago se dio a la tarea de impresionarnos con sus dotes de chef -- ya lo había hecho con sus dotes de novelista. Si no me creen, lean Pudor o Abril Rojo.


Aquí estamos en la terraza: tuvimos la suerte de tener una noche templada (cosa rara en Gijón cuando no es verano todavía) y cenamos "al fresco", como a las 11 de la noche.

La sobremesa fue amena, tuvimos cava y helao (algo que siempre quise tener para celebrar la inauguración de una casa desde que vi Todo sobre mi madre) y luego saqué la pipa de mi abuelo Miguel y recuperé la proficiencia que tenía, para fumarla en mis épocas de universitario (¿Qué tiene? ¡A mí siempre me gustó la idea de ser un escritor que fumara pipa!)

Terminamos realmente tarde, pero felices. Mi cocina quedó impecable gracias a mis visitas que insistieron en colaborar con la limpieza y cenamos realmente muy a gusto. Tengo el refrigerador lleno de comida (¡Mmm!) y sobre todo, el contento de que no me falta nada.

En suma, Mister Dalloway estuvo feliz.

sábado, 12 de mayo de 2007

Mr. Dalloway said he'd buy the flowers himself


Seré breve porque hoy voy descopetado como dicen aquí.

Compré una vajilla. Es verde. Me encanta.

Esta noche (después de muchos ensayos y errores) la estreno. Se ha improvisado una cena impromptu en mi casa, con algunas personas del Salón del Libro.

Cocinará Santiago "Rocamadour" Rocangliolo.

¡Es toy hecho un Mr. Dalloway!
(Virginia, Virginia, se piensa tanto en ti)

Mañana les cuento todo y si puedo, montaré fotos.

Feliz sábado a todos. (Y sí, a todos)

viernes, 11 de mayo de 2007

Desayunando en Tiffany's, con los chicos.



Después de la abrumadora masacre de ayer con los apáticos y brutales (sí, he descubierto que se puede ser ambas cosas al mismo tiempo) críos de 12 y 13 años, que se plantaron ayer aquí en el Antiguo Instituto Jovellanos para que les hablara de Narnia, hoy temí que fuera a ser un auténtico fracaso, por lo que me armé de valor y llegué caminando sin pensar en qué iba yo a hablar con los chicos que me tocaban hoy, todos de 16 a 18, es decir, preparatorianos.

Sin embargo, el ominoso pronóstico del tiempo emitido por mis amigos y colegas ("¡buf, va a ser peor!")resultó tan erróneo como el que tuvimos hoy, que anunciaba lluvias aisladas -- hace de nuevo un sol divino.

Me tocó hablar con 14 chicos, seis chicas y ocho muchachos, que habían visto la película (claro, como asignatura) y habían leído la novelita... y curiosamente, pude romper el hielo. Me apoyé en sus preguntas, me asomé a sus sueños. Había entre los asistentes un chico llamado Juan, que sueña con dirigir cine y otro llamado Álvaro, que sueña con hacer efectos especiales por computadora.

Me entusiasmé, me entusiasmé muchísimo, con la noción de que hay sueños. Y hay gente que quiere perseguirlos.

Fue emocionante compartir con ellos a Holly Golightly, la experiencia, el recuerdo.

Salí del salón de actos reivindicado, rodeado de las sonrisas de estos chicos -- les doblo la edad- y sintiéndome pleno, mucho más de lo que me sentí ayer. Espero poder sentirme así mañana.

Por otra parte... ¡ya lavé la ropa! (como le dicen acá, "hice la colada") y me sentí profundamente orgulloso, cuando al cabo de un largo proceso -- se me hizo eterno- salió mi ropa interior (: calzoncitos) espléndidamente blanca, suave y con olor a suavizante.

La tendí y me quedé un rato contemplando mi "colada", fascinado.

¡Con qué boberías se entusiasma uno cuando las hace solo, solo, por primera vez!

jueves, 10 de mayo de 2007

Esto no es un sueño (realmente está ocurriendo)


Anoche no sé qué fue lo que soñé, pero desperté llorando y con una profunda sensación de rabia.

Pero era una rabia satisfecha.

Esto quiere decir que aún si sufrí mientras soñaba, salí triunfante.

Eso me da alivio y energías para levantarme y encarar la mañana. Al hacerlo le pido a la estrella de los mares que tenga piedad de mí.

El clima es raro: ayer, un sol esplendoroso, hoy, el cielo amortajado del gris más vulgar y esta sucesión de escenarios, me llena de entusiasmo, me sacude de vida.

Bebo lentamente mi té -- en la única taza que tengo, de momento- en la terraza y miro al mundo como por primera vez.

¡Qué privilegio! Y esto no es sueño.

This is no dream. This is really happening!

Addenda: Felicidades, mamá.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Primera fiesta


Mi primera semana en Gijón y ya tuve mi primera fiesta.

Fui invitado a casa de Luis Sepúlveda, el director del Salón y de su esposa, Carmen Yáñez, junto con todos los demás escritores, staff y amigos de la casa, para celebrar el salón con un asado (como los que hace mi papá en la casa).

Me sorprendí mucho, del ambiente de camaradería que se suscitó en la fiesta y estuve muy a gusto, conversando con escritores y reencontrándome con la Señora Duquesa (ya les contaré quién es ella).

A la vuelta a casa, me encontré con una sorpresa enorme: la aparición de la primera reseña de Todas las fiestas..., publicada en el blog de mi amigo Jorge "Mulder" Avelar.

Pueden leerla aquí, sólo hagan click: Reseña de Todas Las Fiestas

Mi joven amigo se ha ganado mi admiración.


Hoy se inaugura formalmente el salón y andaré muy ocupado, pero no me angustio: siempre puedo pensar que la vida es una fiesta (pese a todo) y hay que celebrarla.

martes, 8 de mayo de 2007

Ascensor


Estoy esperando el ascensor con dos bolsas del super.

Una mujer muy mayor se acerca lentamente por el vestíbulo marmolino de mi edificio y se planta a mi lado.

Señora Asturiana: Buenas
Miguel: Buenas tardes

La señora mira de reojo las bolsas de la compra: una botella de suavizante, una de detergente, latas de atún (aquí le llaman bonito), una lechuga (¡Dios sabe para qué me compré una lechuga!), aromatizante ambiental (para los closets), una caja de cereal y una botella grande de gaseosa -- mi vicio.

Señora Asturiana: ¿Nuevo aquí, eh?
Miguel: Sí, señora.
Señora Asturiana: ¿Qué piso?
Miguel: Trece.
Señora AsturianaAaahhh! ¡Doce más uno!

El ascensor llega y la señora, con su viejo abrigo imitación piel de guepardo y zapatos ortopédicos, boca carmesí y rizos suaves color bogavante, se trepa, aprieta el botón y se va. Yo permanezco con mis bolsas en el lobby. Es un ascensor más o menos estrecho y yo soy muy grandote.

Supongo que desde ahora, y por unos tres meses, seré la novedad del edificio.

lunes, 7 de mayo de 2007

Dime lo que ves



Hoy comienzan mis actividades, en forma, para participar de el Salón Iberoamericano del Libro; iré a la Universidad Laboral a presentar a niños de diversas escuelas una proyección de Crónicas de Narnia y mañana, a adolescentes de varios institutos (preparatorias) una de mis películas favoritas de toda la vida: Desayuno con diamantes.

Esto es parte de un taller que yo voy a coordinar, en el que la pregunta clave es "dime lo que ves" y es una manera de aproximar a los jóvenes lectores, tanto al cine como a la literatura.
Esto es, explorar el arte de la adaptación cinematográfica de un libro: donde Narnia es bastante apegada a la novela de C.S. Lewis, la cinta de Blake Edwards, no se parece casi nada a la de Capote, y sin embargo, ambas son obras maestras (película y libro) a su manera.

Me entusiasma mucho la idea, porque es rara la ocasión en la que veo una película guiando a tanto público. Sé que lo voy a disfrutar enormemente y que será una nueva experiencia.

Ya les contaré a ver cómo es que me va con estos niños -- no soy Miguel Poppins ni Cane Maria, pero me llevo bien con ellos- y sobre todo, mi reencuentro con esa bella señorita cuyo nombre era Holly Golightly.

domingo, 6 de mayo de 2007

No, no lo estoy


Antes de venir a Finisterre, pensé mucho en que ahora sí, iba a vivir solo.

Alguien me dijo "Hazte a la idea de que vas a pasar muchos días solitarios en Gijón". Lo tuve muy en cuenta cuando decidí venir.

Hoy, que cociné por primera vez en mi cocina yo solito, para mí, me di cuenta de algo:

No estoy solo.

Aunque no esté con alguien, no lo estoy.

Tengo amigos aquí, a los que veo/he visto/veré en su momento.

Tengo a mi familia siempre conmigo.

A través de un cable, los tengo a ustedes.

Así es que sí, sí, es cierto. Me hago a la idea.

Pero nunca estoy solo.


Hoy, domingo 6 es día de la madre en España. Besos a todas mis amigas que lo son. (Ustedes saben quiénes son)

También, es cumpleaños de mi papá. Hoy cumple 64 años.

Felicidades y te quiero, Papá. Nunca te lo digo ni te lo demuestro como mereces, pero lo sabes. Aquí estás, ¿ves?

Lo dicho, hay una diferencia muy grande entre estar aquí, escribiendo solo, que en sentirme solo. Eso no.

sábado, 5 de mayo de 2007

El jubiloso reencontrarse


Y sí, lo hubo.
De hecho, fueron tres y ahora los ennumero:

El primero y más importante, fue la mañana de ayer viernes, con una parte del trío original de leones (ver foto anexa, tomada afuera del extinto Mubarak, en el verano de 2005, horas antes de mi gozoso viaje a Roma):

Aunque ya habíamos hablado por teléfono Lusin (Luis), Jack (Juan Carlos) y yo (ellos son mis primeros amigos españoles, o más correctamente dicho, son los primeros amigos que hice en España), no habíamos podido vernos. De hecho, a Lusin, el pequeño león con gafas, no lo he visto -- él vive y trabaja en Pamplona, así que, aunque nació aquí, sólo viene ahora de vez en cuando- y a Jack, el gran león del norte, es dificil verlo, que con la agenda tan pesada de trabajo que lleva.

Aquí los tienen: a mí ya me conocen, el de en medio es Lusin y el de la derecha -- aunque jamás extrema- es Jack.


Hoy fue la presentación del Salón Iberoamericano del Libro, en el que yo participo (pueden leer al respecto en www.literastur.es) y yo estuve en el antiguo Instituto Jovellanos (prócer de la ciudad, del que hablaré otro día) y ahí vi a mi amigo, después de mis días de naufragio.

El reencuentro fue jubiloso por muchas razones: no nos habíamos visto en casi seis meses, fue mi bienvenida oficial por parte suya y la verdad, siempre es un gusto verlo, aún si nuestras ocupaciones sólo nos dejan robarnos unos minutos.

De hecho, y puedo decirlo porque no es secreto, éste blog es en parte la evolución natural de una serie de cartas (200 o casi, según veo) que nos escribimos entre los tres, a lo largo de dos años... ahora, realmente sin que haya una razón específica, esas cartas se convirtieron en este blog y sus entregas.

A veces creo que Jack piensa (aunque no tengo modo de saberlo, no soy telépata) que de un tiempo a ésta parte, estoy lejano o bien, me he portado lejano, porque de algún modo podría estar molesto con él por alguna razón no dicha, algún mecanismo renegrido de mi personita, algo inexplicable.

Pero no. Nada de eso. Mi adhesión a ambos es tan firme y leal como en ese primer tren negro hace no tanto (aunque se sienta como tanto). Es sólo que, precisamente uno de los placeres más grandes que he encontrado en mis amistades conforme se vuelven de largo plazo, es que llega el momento en que me siento perfectamente cómodo en silencio con la persona. Callar no es signo de que se le acaba el vapor a la conversaciñon. Como en algunas grandes piezas musicales, a veces el silencio es tan valioso como los crescendos. Es también una manera de aproximarse.

A Juan Carlos lo quiero mucho (a él y a su pequeña familia). Lo sabe. Es mi cófrade león y mi primer lector (Cuando avanzo con algo seriamente; es un buen lector y crítico). Es sólo que, como va sucediendo con los años (y ustedes lo saben, les ha ocurrido) no necesito demostrárselo con pirotecnia... dos minutos andando por esta ciudad -- la pasión por ella, en parte, me la contagió también, así como llamarla Finisterre. Es que él no es de aquí; llegó a quedarse por razones completamente distintas (y, hay que decirlo, menos egoístas) que las mías- son uno de esos pequeños gustos que hacen más sabroso el día.

Ese fue el primer reencuentro, y lo celebro.


El segundo, también es una razón para celebrar efusivamente: ¡YA NO SOY NÁUFRAGO!

Mis 61 kilos de equipaje, desaparecidos misteriosamente en algún punto del Canal de la Mancha, por fin aparecieron, como rehenes de la aduana de Oviedo, donde hube de apersonarme pasaporte en mano, para rescatarlos.

La buena noticia, es que no me falta nada y todo llegó sano y salvo, exceptuando la cubierta de mi vieja edición de bolsillo de Mountolive, una de las novelas que conforman El Cuarteto de Alejandría, que acabó por dar de sí (ahora tendré que mandarlos encuadernar, pero eso es lo de menos) y el Okapi y Mari, la Iguana (que viajaron conmigo) están de plácemes. El piso poco a poco comienza a parecer mi casa o bien, comienza a serlo. ¡Estoy realmente muy contento! Luego les contaré sobre lo que sentí al colocar mis libros en los estantes vacíos... ha sido una magnífica sensación que amerita un post por sí solo... y mis películas también llegaron bien (si algo le llegara a pasar a Petulia o El bebé de Rosemary, me hubiera dado mucho coraje).

El tercer reencuentro, fue hace rato. Salí a caminar, en mi primera noche de viernes y me pasée por el Muro; luego, como tuve algo de frío, fui a dar al barecito de mi amiga Pilar, llamado Scourmont, justo al pie de la plaza de Begoña, en el corazón de Finisterre y me tomé un par de whiskies con ella. Pilar es una chica preciosa, a la que conocí en mi primera visita y que resultó ser amiga de Luis y conocida de Jack, por lo que el encuentro fue de simpatía instantánea, que con el trato, ha devenido en una amistad cálida y muy cotorra. Tiene un novio rockero y es dueña de su negocio. Estar sentado en su barra, como anteayer encontrarme con Sonia e Irela, o bien, ir a casa de Julián y Coqui, me hizo sentir que hay una especie de pertenencia. Que venir es lo que tenía que hacer.

Así las cosas, ya acabé de desempacar y de bloggear por hoy. Pueden verme ahora, ya con un suéter propio (aunque todavía con camisa ajena) frente a esta compu, tecleándole, para contarles lo que hice este primer viernes. Mi satisfacción, por todo y por nada, es algo que quisiera poder transmitirles. Espero haberlo logrado.

Ahora, si me disculpan, voy a salirme a la terraza a terminar Cien años de soledad y a tratar de ver la luna llena, si no la arropan las nubes antes.

El blogger en su rinconcito del leonero. ¡Ánimo, valor y gracia!

viernes, 4 de mayo de 2007

Oui, Je Suis un Voyeur, Madame!


Pues ya estoy instalándome en lo que, de ahora en adelante, será mi ciudad.

Esta mañana me levanté muy tempranito y me lancé a caminar por el Muro, como se le conoce al paseo que se extiende a todo lo largo de la playa. Ahora sí que me sentí como náufrago, qué con la misma ropa que traía puesta ¡cuando salí de mi casa hace tres días! -- pero feliz.

Todo es nuevo: el super, la playa, las calles, el barrio, la gente...

Hablando de la misma, les contaré mi primera aventura en esta ciudad.
Bueno, son dos, pero la primera no cuenta como aventura, sino más bien como anécdota.

Gijón, mi Finisterre, es una ciudad pequeña, por lo tanto, no es raro que de manos a boca te encuentres a alguien conocido en la calle. Así es el caso conmigo: he conocido a mucha gente en estos viajes previos a mi estancia, que no es raro que me conozcan algunas personas. Así, esta mañana iba yo de náufrago rumbo al banco para arreglar algunos asuntos de mi cuenta de ahorro, cuando veo a una chica rubia que se acerca y digo; la conozco. Esto era en la acera oeste de la calle Marqués de Casa Valdés, que es una de las que corren paralelas a mi calle. La chica me era terriblemente familiar hasta que la reconocí al tenerla a menos de dos metros de distancia: Irela, la esposa de mi amigo Alfonso Roa.

Alcé mi mano con timidez y ella abrió los ojos azules, enormes: "¡Ya estás aquí!" Me dio dos besos (tengo que acostumbrarme que aquí son dos) y me contó que ella y Alfonso -- que son los padres de un hermoso niño llamado Oscar- ya sabían que llegaba, pero aún no tenía noticias mías y estaban con pendiente. Toda vez resuelto ésto y con promesas de reunirnos, seguí mi andar, y en otra acera, vi a una joven madre empujando a su bebé en un carrito. El bebé, como de un año y medio, comenzó a sonreírse conmigo y yo le correspondí... hasta que la madre se volvió a verme y me dijo "¿Vas a hacerle sonrisas a mi hijo, pero a mí no?"

Era Sonia Menéndez Buelga, la hermana menor de mi amigo Ceferino, que es de mi edad y el bebé, ahora reconocido, es Carlos, a cuyo nacimiento casi me toca asistir, ya que vino al mundo cuando yo vine por primera vez al Festival de Cine de Gijón, en el invierno de 2005. Sonia me dio dos besos (no me equivoqué) y me acompañó una parte del camino. Y aunque no se lo dije, el habérmela encontrado (como me encontré a Irela) me hizo sentir como en casa. Sentir que de un modo u otro, de aquí soy. Que no estoy solo, ni perdido en el espacio.

Ahora, la aventura que da título a esta entrega:

Resulta ser que mis amigos Julián y Coqui, su esposa, amén de ser padres de la hermosa Candela, son unos anfitriones magníficos, especialmente con los náufragos. Julián literalmente me ha dado la camisa de su espalda y eso no podré acabar de agradecérselo. Y bueno, pues me recibieron a cenar anoche, dado que aún no me he abastecido del todo, aún si tengo un supermercado en la planta baja. Coqui preparó algo de picar y Julián y yo preparamos la estrategia para rescatar mi equipaje (eso se los cuento después, sólo diré que involucra a la Guardia Civil y a la aduana y que Iberia me ha perdido como cliente).

Estábamos en medio de la cena, cuando de pronto, oímos voces desde la calle. Ellos viven en un tercer piso, que podría ser el quinto, porque es un edificio muy alto. Las voces no se oían muy claras, pero lo suficiente como para llamar nuestra atención: un hombre y una mujer, en amena gresca.

Coqui: [Alarmada] ¡Son novios!
Miguel: [Morboso] ¿Será? ¡Se la va a sonar!
Julián: [Burlón] ¡Cómo sois! ¡Marujas! (, viejas argüenderas)

Lo cierto es que no podíamos despegarnos de la ventana, como si estuviésemos haciendo imitaciones de Jimmy Stewart en La ventana indiscreta. De hecho, Julián, no sin sarcasmo, nos apagó la luz para que pudiéramos observar sin ser vistos. La discusión subía de tono por momentos; ella se alejaba y volvía, mientras él se tiraba en la banca de un parabús, con la cabeza entre las manos y lloraba a moco tendido.

Primero pensábamos que, efectivamente, era un pleito pasional, hasta que vi sentado al sujeto y descubrí, mediante su lenguaje corporal, y sentado de señorita, que se trataba de un (poco) distinguido miembro de mi equipo de cricket. "Éste es maraca," dije yo. "El pleito es un asunto no pasional, sino de amigos. ¿Serán drogas?"

Coqui coincidió conmigo en señalar que podría tratarse de ello: el chico se estremecía mucho y la amiga parecía tratar de calmarlo. Pero la cosa siguió subiendo de tono y pasándose de tueste.

Le aposté 2€ a Coqui (el suelto que traía en el bolsillo) que antes de cinco minutos, el energúmeno que hacía elefantino berrinche, le propinaría a la chava un soplamocos marca guantazo y le sacaría sangre de la nariz. Ninguno ganó su apuesta, porque finalmente, el desesperante desesperado, se lanzó a cruzar la calle a lo puritito loco y nos dejó picados, mientras la otra inocente pobre amiga, corría detrás de él.

¡Ay, ilusa! Y lo peor es que nos priva de esta escena de la cotidiana y balzaquiana soap opera a la que ya estamos acostumbrados.

Lo que más me sorprende, pensaba yo al subir por la calle corrida, hacia mi leonero en las alturas, es que habitualmente, estas cosas ni me van ni me vienen, pero a razón de la novedad, he descubierto que ésto también es parte de la ciudad en la que vivo, y que éste voyeurismo que tengo, es una característica inherente mía, que florece ante este cambio de vida.

Se me hace que mañana voy a preguntar cuánto cuesta un catalejo o un telescopio para mi terraza...

Addenda:

A sugerencia de una lectora de este blog (mi prima Rocío Sevilla) quedan invitados a participar en un miniconcurso creativo: ¿qué final le pondrían ustedes al conflicto presenciado por la ventana? ¿Se la suena? ¿Se lo suena ella con su bolsita? ¿Se suben a un autobús? ¿Los agarra la patrulla? Cuenten, dejen volar sus imaginaciones...
Hay premio para el/la ganador (a).

jueves, 3 de mayo de 2007

Una habitación con vistas...

Pues heme aquí, amo y señor de mis dominios... ¡ya me entregaron las llaves de mi casa!

Se siente muy raro recibir las llaves de tu primera casa... pero también es algo muy emocionante cuando das este paso (y los que han vivido solos por primera vez, saben de lo que hablo).

Lo primero que hice, además de revisar el baño y los estantes, donde ya comencé a acomodar mis libros, fue salir a la terraza, a ver mis vistas.

¡Y qué vistas!

E.M. Forster se moriría... ¿me acompañan? Pasen por aquí...


Al frente, se alcanza a ver la torre de la Universidad Laboral y las montañas

Al fondo, izquierda, ¡EL MAR!... La playa de San Lorenzo que es una belleza


Esta es parte de mi terraza. Aquí puedo escribir y hacer fiestas (todas).

Prometo poner más imágenes en cuanto esté mejor instalado. Pero mientras, la aventura continúa y todos ustedes, son parte de ella junto conmigo.