Cucos, Brujas...
...temibles personajes imaginarios...
¿A quién no le daban miedo esas cosas?
¡Y muchas otras! (La oscuridad, los mostros, el hombre del costal y en mi caso, los robots...)
Pero cuando crecemos, nuestro miedo lo toman cosas más inmediatas, sofisticadas y terrenales, aunque igualmente inexplicables: la crisis, el terrorismo, la corrupción, el cáncer, la gente mala e ignorante... pero nuestros temores más intrínsecos de la edad chirrisca siguen por ahí enroscados como víboras, esperando cualquier chico rato para desenroscarse y darnos un susto.
Anoche, sin ir más lejos, me desperté de pronto, sobresaltado. Estaba soñando, pero claro, como sucede siempre en sueños, no sabes que estás soñando. El caso, soñaba que yo tenía miedo. Un miedo terrible y pavoroso. Miedo a la calaca que llevo dentro [calaca, né esqueleto, calavera] y me asuste un chorro. Era una angustia terrible y opresiva.
Recuerdo que me miraba en el espejo y me imaginaba la calaca dentro de mí. ¡Era horrible! Le dije a Audrey que iba a ver a un doctor para que me la sacara. Audrey me respondió (con una voz tipludita y extraña -- no me imaginaba que tuviera una voz así, pero así sonaba, como una especie de la voz de Lisa Simpson pero más aguda) que le parecía una buena idea. No podía seguir con una calaca por dentro.
Entonces, un doctor me sacaba la calaca... y yo me sentía muy raro, como si no tuviera huesos (y claro, ¡no tenía huesos!) -- era como un globo desinflado. Y no podía caminar. Recuerdo la sensación de no tener huesos ni rodillas en las piernas y reptaba a todas partes. La Audrey a veces me arrastraba, como arrastra su mantita, pero luego la Audrey tenía algo importante qué hacer (me lo decía, con su voz de silbato, pero no recuerdo qué era) y me dejaba tirado. Y me daba angustia, porque la calaca que me habían sacado, andaba por ahí, lamentándose.
Luego desperté. Pero fue demasiado para mí.
Luego ví a Audrey, hecha un ovillo al pie de la cama, mirándome sin hablar, con su carita de '¿podemos dormir otro rato más?' y me empecé a reír y a reír y a reír.
Y así he estado, todo el santo día.
Ya no me asusta nada de lo que me asustaba cuando era niño. Creo que tampoco puedo darme el lujo de que me asuste lo que ahora asusta al mundo.
A estas alturas del poema, los cucos y brujas, igual que las calaveras, me pelan los dientes.
¿A quién no le daban miedo esas cosas?
¡Y muchas otras! (La oscuridad, los mostros, el hombre del costal y en mi caso, los robots...)
Pero cuando crecemos, nuestro miedo lo toman cosas más inmediatas, sofisticadas y terrenales, aunque igualmente inexplicables: la crisis, el terrorismo, la corrupción, el cáncer, la gente mala e ignorante... pero nuestros temores más intrínsecos de la edad chirrisca siguen por ahí enroscados como víboras, esperando cualquier chico rato para desenroscarse y darnos un susto.
Anoche, sin ir más lejos, me desperté de pronto, sobresaltado. Estaba soñando, pero claro, como sucede siempre en sueños, no sabes que estás soñando. El caso, soñaba que yo tenía miedo. Un miedo terrible y pavoroso. Miedo a la calaca que llevo dentro [calaca, né esqueleto, calavera] y me asuste un chorro. Era una angustia terrible y opresiva.
Recuerdo que me miraba en el espejo y me imaginaba la calaca dentro de mí. ¡Era horrible! Le dije a Audrey que iba a ver a un doctor para que me la sacara. Audrey me respondió (con una voz tipludita y extraña -- no me imaginaba que tuviera una voz así, pero así sonaba, como una especie de la voz de Lisa Simpson pero más aguda) que le parecía una buena idea. No podía seguir con una calaca por dentro.
Entonces, un doctor me sacaba la calaca... y yo me sentía muy raro, como si no tuviera huesos (y claro, ¡no tenía huesos!) -- era como un globo desinflado. Y no podía caminar. Recuerdo la sensación de no tener huesos ni rodillas en las piernas y reptaba a todas partes. La Audrey a veces me arrastraba, como arrastra su mantita, pero luego la Audrey tenía algo importante qué hacer (me lo decía, con su voz de silbato, pero no recuerdo qué era) y me dejaba tirado. Y me daba angustia, porque la calaca que me habían sacado, andaba por ahí, lamentándose.
Luego desperté. Pero fue demasiado para mí.
Luego ví a Audrey, hecha un ovillo al pie de la cama, mirándome sin hablar, con su carita de '¿podemos dormir otro rato más?' y me empecé a reír y a reír y a reír.
Y así he estado, todo el santo día.
Ya no me asusta nada de lo que me asustaba cuando era niño. Creo que tampoco puedo darme el lujo de que me asuste lo que ahora asusta al mundo.
A estas alturas del poema, los cucos y brujas, igual que las calaveras, me pelan los dientes.
Comentarios
Un beso y feliz día de muertos y calaveras.....