¿Qué fue de ti? ¿Dónde estás ahora...?

La verdad es que nunca fui un niño muy 'amiguero'.

Salvo algunas honrosas excepciones, no formé amistades perdurables y auténticas, hasta que fui adulto (y de hecho, doy fe de que incluso a algunos de mis mejores amigos los vine a encontrar entre los veinte y los treinta) y supongo que eso es algo que forma pate de la vida como es; de niños tenemos una noción más ingenua de la confianza, el afecto y la amistad. En esa época de nuestras vidas, surge espontánea, pero su perdurabilidad no depende exclusivamente de nosotros, si no de los muchos factores que nos rigen la vida cuando somos pequeños.

No tuve una "cuadrilla" de amigos cuando crecí -- la vine a tener (más o menos) hasta hace pocos años- y tampoco era muy popular entre mis primos o mis compañeros de escuela o entre los hijos de las amistades de mis padres (que no por serlo eran mis amigos, aunque me obligaran a convivir con ellos).

Pero hubo, como dije, honrosas excepciones.
Hoy me acordé de una de ellas. Un amigo que tuve en mi niñez y a quien no he visto en veinte años (¿o más?). Fuimos juntos a la escuela primaria en nuestros últimos tres años y es el personaje más curioso que conocí en esa época de mi vida.

Se llama Bolívar.
Así, como el caudillo independentista -- su papá era fan. Nos conocimos a los nueve años, en el Colegio Jean Piaget. Éramos un grupo pequeño y era inevitable que llegáramos a conocernos entre nosotros.

Bolívar era impetuoso, por no decir alborotador nato. Era propenso a hacer cosas como ésta: en medio de una lección se levantaba de su pupitre sin más ni más, exclamaba a grito pelado "¡Ay, me muero!" o variaciones como "¡Ay que me privo!" o "¡Ay que me da!" y se derrumbaba en el piso, poniendo los ojos en blanco y agitándose en convulsiones tan convincentes, que la primera vez que lo hizo la reacción fue de terror absoluto, pensamos que de veras le estaba pasando algo.

Bolívar era bravero. Eso no puedo negarlo, aunque tuve suerte: era su protegido. No me hubiera gustado estar del lado de sus enemigos. Era muy bueno para pegar, donde yo nunca supe meter las manos. Era rápido y feroz, como Muhammad Ali -- y también era igual que él a la hora de hacer alarde de la debilidad de sus contrincantes- y pegaba duro (lo vi sacar sangre de varias narices en su momento). Sin embargo, en su favor puedo decir que no era bravero de manera gratuita; tenía una especie de nobleza implícita, libre de crueldad -- en una era en que los niños pueden ser particular y viciosamente crueles-. Básicamente la excusa de su arrojo era así: "¿qué, por qué chillas, manís? ¿Quién te hizo llorar? ¡Orita me los chento!" y sí. Lo hacía. Pobres de nuestros maestros, que tenían que mandarlo tiro por viaje al despacho del director -- que seguramente se moría de la risa nada más verlo salir.

Con Bolívar de acmpañante tuve algunas de las más extrañas experiencias de mi vida y algunos de los primeros asomos a la vida más "adulta". Algunas veces iba a casa por las tardes para "hacer la tarea" (que yo hacía) y a "jugar un rato" (que era básicamente inventar alguna cosa para molestar al prójimo). Supongo que su mamá -- una mujer generosa y de trato exquisito, con la consigna de criar bien a cuatro chamacos, de los cuales Bolívar era el segundo- estaría feliz de tenerlo fuera de casa alguna tarde. Mi abuela María lo quería bien y él le pidió permiso para llamarla "Abuelita" (sus abuelos -- los que le quedaban- vivían en el estado de Guerrero, de donde era su familia originalmente y los veía poco). Veíamos la televisión (nuevamente sobredosis de caricaturas y de los video-rocks que presentaba la enigmática y maquilladísima Elsa Saavedra) o caminábamos por ahí. A mi otro amigo de la infancia, Zhabi, no le gustaba mucho Bolívar, le parecía violento y agitado. Supongo que en cierta medida lo era. Supongo que también era una cuestión de dividir las lealtades.

El padre de Bolívar era abastecedor de carnes. Es decir, él la compraba a los ganaderos y la vendía a los carniceros, directamente en el Rastro (que se ubicaba en Ferrería, un barrio muy cerca de donde yo vivía. La familia Pineda Bustos vivía muy cerca del Rastro en ese entonces). Cuando estuvimos en Quinto Grado, hubo una actividad mensual en la que podíamos acompañar durante una tarde al papá o la mamá de alguno de nuestros compañeros para ver cómo o dónde trabajaba. Así fuimos a ver una planta de gas, donde trabajaba la madre de nuestro compañero Quique (era contadora), a una compañía de televisión (donde trabajaba mi papá; el tour, que incluyó conocer a Chabelo -- el amigo de todos los niños- y ver a Lucía Méndez de lejecitos, me valió ser el niño más popular de la escuela por cinco minutos) y al Rastro, a ver dónde y cómo trabajaba el papá de Bolívar.

Recuerdo (ahora con una inexplicable ternura) que a esa visita fuimos muy pocos niños, donde a las otras, hubo mucha más afluencia. Cuando vi lo que ocurría en el Rastro, entendí por qué. Sin embargo, mi coleguilla lo veía como algo natural, acostumbrado como estaba, aunque me dijo que su papá no quería que él ni sus hermanos, se dedicaran a eso. Que ya bastaba con que él lo hiciera.

Lo que Bolívar quería, al menos a los diez años, era ser piloto.

El viernes 9 de junio de 1984, justo el mismo en que yo cumplí diez años, por primera vez en un buen tiempo, me animé a tener una fiesta (creo que no he contado aquí la fea experiencia de cuando cumplí ochoy prefiero no), invité a la clase, a algunos niños de la cuadra y la fiesta fue buena; yo la aceptaba con cierto resquemor, e incluso, esperé a mis invitados no sin ansiedad (las cosas que te puede hacer un plantón). También invité a los maestros que teníamos (eran tan jóvenes, incluso más jóvenes de lo que yo soy ahora... ¡y tan pacientes! El maestro Lalo y la maestra Lupita, que eran extraordinarios) y todo iba muy bien, con Bolívar portándose excepcionalmente bien con todos los niños y niñas -- hasta los que le caían mal, no buscó camorra- pero en un momento que yo no ví, se trepó a la barda que separaba el garaje de la casa vecina del nuestro -- no sería más de un metro de barda- y anunció que iba a volar.

y ¡Zaz!

Recuerdo que íbamos a cortar el pastel de cumpleaños, por eso es que no lo vi. Si lo hubiera visto, lo habría evitado. Recuerdo el alarido de alguien -- sería Georgina, "La Gruesa", a quien no le apodábamos así por su físico, sino porque le "pasaban un resto" Ozzy Osbourne y Quiet Riot- y la conmoción; el rostro asustado de mi Harsh Mistress y a mi mamá salir aún con las velas en la mano, para encontrarse con que en un descuido, Bolívar había saltado, sin calcular la distancia y se había estampado contra el patio, como una calabaza.

Fue un descontrol, con gritos y lágrimas y "¡ya se murió!"... esto, además, avivado por el hecho de que aquél, efectivamente se había desvanecido y no estaba actuando. Mi madre se vio temeraria, como no había respuesta telefónica en la Cruz Verde, acompañada del maestro Lalo, lo llevó a la clínica más cercana, mientras la maestra Lupita se quedaba a ayudarle a mi abuela a controlar y serenar a todo el chiquillerío y a tratar de contactar con los padres de Bolívar.

Mi madre cuenta que éstos llegaron a la clínica y que el padre de Bolívar primero se puso como poseso, gritándole hasta cansarse y acusándola de lo que había ocurrido. La Señora Nelva (así se llamaba la madre de mi intrépido colegui) tranquilizó a su marido, recordándole la clase de joyita que era su hijito y agradeció a mi mamá, deshaciéndose en disculpas. Por otra parte, mi fiesta había sufrido un shock, pero había sido un buen shock (supongo) porque en vez de hacerse desbandada, todos permanecieron en mi casa, esperando a que llegaran noticias de aquél. En la cocina, mi abuela había comenzado a rezar un rosario y algunas niñas se unieron a ella. Los demás seguimos en el patio, especulando acerca de los daños irreversibles y permanentes que pudo haber sufrido. Carlitos, un niño que era compañero nuestro y que era muy dulce, lloró un poco, yo creo que de angustia. La Maestra Lupita nos tranquilizó y luego organizó juegos hasta que ya noche, volvieron mi madre, el maestro Lalo y, acompañado por sus padres y con la cabeza vendada (como paciente de lobotomía), Bolívar.

No le había pasado nada más allá de la contusión ("es que tengo la cabeza bien dura, manís," dijo) y lo habían despachado a casa después de examinarlo, auqnue él insistió en ir a mi casa para terminar la fiesta y también para disculparse por el chingadazo.

Así era mi amigo. Hizo de mi fiesta algo memorable.

En 1985, me gradué de primaria y fuimos enviados a escuelas distintas. Mi papá me envió al Instituto Juventud, donde "me formarían el carácter" (y una profunda aversión a muchas cosas), donde Bolívar fue enviado a otra escuela de donde lo expulsaron rapidito y lo pasaron a una de gobierno. No nos veíamos diario, como antes y teníamos poco contacto por teléfono -- en esa época (y aún ahora) me daba una especie de pudor idiota llamar por teléfono- y el contacto se perdió cuando un buen día ya no contestaron el teléfono.

No puedo decir que no me dolió distanciarme de Bolívar, porque estaría mintiéndoles. Me dolió, pero menos que una ruptura traumática. Supongo que no tuve mucho tiempo para darme cuenta de lo que ocurría. Un día reapareció, en 1988, así nada más, llamando a la puerta de la casa de mis padres -- que ahora ya no lo es- y quedándose a comer, con esa frescura tan singular. Me contó que había muerto la tía (la famosa tía, una parienta rica del padre, que era su única familia en el De Efe y a quien le chocaba visitar) y le había heredado todo a su "Apá", incluyendo su casa en Lomas de Chapultepec y mucho dinero. Su vida había cambiado.

Pasamos la tarde oyendo discos, acordándonos de los amigos de la clase --¿Dónde estaría "La Gruesa"? ¿Y Quique? ¿Y "La Jalisca"? ¿Y Verónica Zamarripa? ¿Sabes algo de Isabel -- ah, Isabel Contreras. Su primer crush no correspondido-? ¿Y Carlitos? De Carlitos sí que sabía; se había mudado a Texas con su mamá en 1985 y me había escrito una postal. Otro contacto perdido.

Fuimos al Jean Piaget a buscar al maestro Lalo -- Eduardo Arciga Bernal- pero no lo encontramos. Ninguno de los nuevos profesores o del personal de intendencia nos reconoció, aunque sólo habían pasado tres años de nuestra salida. Ya para esa tarde, Bolívar tenía quince años (¡y fumaba!) y yo catorce, había escrito una novelita a mano y apenas había logrado sobrevivir la horripilante experiencia de una escuela ultraconservadora y ultracatólica de la Extrema Derecha. Recordamos cómo el maestro Lalo nos llevaba al cine a toda la clase en sexto grado (¡y lo pagaba de su bolsillo!).

Bolívar me dijo que llamaría y nos veríamos de nuevo.
Pero ya no supe si alguna vez llamó o no. No lo he vuelto a ver.

Espero que esté feliz. Me gustaría verlo. Saber en qué anda. Dónde está.
Por eso pongo su nombre completo aquí, para que si un día se googlea, llegue a este trazo de nuestras infancias que se tocaron en algún momento.

Bolívar Ulises Pineda Bustos.

¿Me recuerdas? Quizá no reconozcas mi nombre ahora, me recordarás por otro nombre, mi nombre verdadero. Pero de cualquier modo, no te he olvidado, tampoco he olvidado que querías volar. ¿Lo lograste?

Espero que un día, si llega a leer esto, me escriba y me lo cuente.

Comentarios

Emilio dijo…
Laberíntica vida la tuya Cane...
Anónimo dijo…
Muy buena historia. De verdad ademas de sustanciosa muy bien contada.

Eso de buscar amigos de la infancia no me es desconocido. Por ahi hay dos que tres que realmente me gustaria encontrar.

Por otro lado, cuando los encuentras a veces te das contra la pared. La gente cambia y despues de algunos años pueden ser irreconocibles, para bien o para mal.

Saludos.
Toño.
INSECTO dijo…
uy señor!!!

qué cosas tiene la vida...es, afortunadamente, un misterio.

además si creés en la fuerza del destino... toca esperar, pues la plegaria ya fue hecha, los duendes te escucharon ya.

además por ahí dicen "no news are good news" o bien, las malas noticias tienen alas, así que creo definitivamente que tu amigo está bien.

tengo una anéctoda similar, es triste pero a la vez es increíble como la vida misma, espero postearla alguna vez, pues esa amistad lo amerita todo!
Dushka dijo…
Si metes "Bolivar Ulises Pineda Bustos" en google, lo primero que sale es tu blog, asi que si un dia Bolivar se googlea a si mismo, te va a encontrar. Tal vez lo haga entre vuelo y vuelo.
Sebastiana dijo…
Yo conocí mucha gente antes de los 15 años en mi eterno peregrinar de escuela en escuela. Funny thing is, recuerdo el nombre de cada una de mis "mejores amigas", que obvio, cambiaban de año en año y de escuela en escuela. Todavía guardo las cartitas y detalles curisos desde la primera invitación que me hicieron en kinder (con un dibujo todo chistoso y el teléfono de mi amiga con los números al revés). Bueno eso es porque soy inapaz de tirar cualquier cosa... Yo creo que nomás no tengo un scrapbook porque soy muy floja, pero bueno, en qué estaba? Ah sí... I sometimes see them, walking around siendo grandes y diferentes... Most of them no me reconocen. Antes me gustaba acercarme a saludar, pero... I dont see the point anymore.
bandala dijo…
Te deseo mucha suerte en la búsqueda-encuentro de tu amigo. Yo también he tenido amistades que se ausentan y luego he reencontrado, no siempre, pero sí en ocasiones.
Lo importante es que no lo olvides. Lo demás es cuestión de tiempo y un poco de suerte y casualidad.

Saludos.

http://bandalakalevala.blogspot.com/2007/07/carta-la-amiga-ausente.html
Lola Pelooza dijo…
y fijate yo sin buscarte te encontre en este mundo que muchas veces pareciera que es frio e inherte

tu seguro tendras suerte.
Delia dijo…
Hola Miguel Cane!
Creo que yo conozco a Bolivar Pineda(hijo de bolivar Pineda Atrian y Nelva Bustos).
Mandame tu email para mandarte sus datos/tels.
La historia de la tia rica, creo que hablas de la tia Lidia Pineda, vivia en las Lomas ciertamente y si heredo al tio Bolivar (padre de este chico).

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