sábado, 17 de febrero de 2007

Imágenes Preciosas: Sixteen Candles




No me pregunten por qué razón, pero ésta es una de las escenas que con mayor alborozo recuerdo de mi niñez. De hecho, forma parte de la lista de mis escenas memorables y favoritas, de aquellas que tengo cercanas al corazón, que también tiene, como ustedes bien lo saben, su propia memoria.

No sé de qué forma consiguió escalar entre las favoritas, muchas de las cuáles ya he montado aquí bajo el rubro de imágenes preciosas; porque eso es lo que son en cierto modo para mí, fragmentos irremplazables de una vida: así sean parte de un magnum opus de Polanski o Hitchcock, o hasta los últimos frames de ésta película de John Hughes.

¿Qué puedo decir?
¡Crecí en los años 80! Y todo mundo sabe que crecer en esa época era un permanente estado de shock.

Esta escena de Sixteen Candles; el encuentro entre Samantha Baker (Molly Ringwald, como la quintaesencia de la adolescente fílmica de su era) y el icónico Jake Ryan (el hoy retirado Michael Schoeffling), tiene para mí, de manera muy vivencial y particular, un aire de inocencia que las películas de adolescentes de hoy ya no capturan; el mundo es otro, nuestros miedos son otros [¿qué padre permitiría hoy día que su hija se subiera al coche deportivo rojo de un muchacho que no conoce, como lo hace el siempre sólido Paul Dooley?] y sin embargo, queda este vestigio de nuestros antiguos deseos, nuestras casi-del-todo-olvidadas imágenes de adoración.

La última toma, con la música de Thompson Twins (If you were here/I would deceive you/ If you were here/ You would believe) me llena de una emoción complicada, cercana a la ternura, a la identificación (oh sí, éste escribano también fue en cierto sentido un poco esa chica tímida enamorada en secreto del más popular de la escuela), al gusto de la nostalgia. No recuerdo cuándo vi por primera vez ésta película, pero lo que sí sé de cierto (no lo supongo) es que cada vez que la veo, anticipo esta escena, que provoca en mí un salto de gozo, de ternura, de alegría incluso.

Y eso es lo que hace para mí una imagen preciosa. Algo que, en todo su conjunto, así sea sólo el fragmento de una película -- de un humor más bien malito, ¿eh?- vive en mi memoria, resplandeciente como una pequeña joya.

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