Daphne

Desde que recuerdo -- y esto, como he escrito antes por aquí, significa hace mucho tiempo-, el nombre de Daphne du Maurier ha estado presente en mi vida como lector y (posteriormente) narrador.

Supongo que la primera vez que vi un libro suyo fue una edición de Rebecca que tenía mi abuela María en casa. La imagen de una casa en llamas -- la famosa Manderley, que con el tiempo se convertiría en parte de mi Olimpo particular, al tomarla como referencia partiendo de la primera línea de la novela, la memorable frase 'Anoche soñé que volvía a Manderley'- y una joven mujer apartándose de ella, me resultó fascinante, aún cuando todavía no sabía leer. No sé qué fue de ese libro (muchos de los libros de mi niñez se han perdido con los años) pero lo que sí recuerdo, es que busqué recrearlo a mi manera por muchos años en mis dibujos de niño y quizá lo más parecido a esa ilustración que recuerdo, sea este grabado creado por la artista gráfica Alison Lang para la cubierta de un libro de Justine Picardie sobre Daphne.

El haberlo visto me hizo recordar ese afecto antiguo (pero siempre presente de un modo u otro) por la du Maurier y su obra. Hoy, Daphne du Maurier cumpliría 101 años y dentro de unos pocos meses se celebran los 70 años de la primera aparición de ese libro, que posiblemente sea todavía su novela más famosa, tanto, que sigue influyendo en autores del siglo XXI, adeptos entre los que yo me cuento sin dudar siquiera.

La obra de Daphne du Maurier -- nacida en Londres, en el seno de una familia artística y literaria el 13 de Mayo de 1907- siempre ha causado polémica entre los dedicados a la literatura. Los hay quienes se apresuran a descalificarla como una 'escritora menor', esto debido a su éxito popular y su 'falta de valor literario' en sus novelas y cuentos. Habemos otros que la defendemos y que incluso, le tenemos cariño a sus libros.

Parte de ese cariño proviene, estoy seguro, de una compilación de sus relatos de terror, Classics of the Macabre, que leí en español como Clásicos del Terror a los 12 o 13 años, en un volumen ilustrado por Michael Foreman. El libro fue un regalo de mis tíos Cristina y Mateo, no recuerdo bien si en un cumpleaños o en Navidad o simplemente porque sí, pero lo que sí recuerdo es haberlo disfrutado enormemente.

Fue en ese libro que por primera vez leí No mires ahora, el electrizante relato sobre la visita del matrimonio compuesto por John y Laura Baxter a Venecia que sirvió como base para Don't Look Now, una de mis películas favoritas, dirigida por Nicolas Roeg y protagonizada por Julie Christie y Donald Sutherland [de ella ya he hablado extensamente con anterioridad, también]. Asimismo, fue en ese libro que leí el relato original que dio origen a Los Pájaros, de Alfred Hitchcock (en realidad no se parecen en casi nada, pero son joyas por mérito propio ambos), así como Los lentes azules, una inquietante pesadilla post-operatoria en la que una mujer casada descubre la verdadera naturaleza de quienes la rodean al abrir los ojos después de una intervención, como si fuera la primera vez.

De hecho, ahora que me acuerdo, ese mentado librito es protagonista de su propio episodio en este anecdotario de una vida inútil pero divertida; hace algunos años, con la intención de compartir la experiencia placentera como pionero lector, fui y le regalé este volumen (traducido al castellano) a un amigo mío, quien, pobre, antes de poderlo leer fue víctima de los amantes de lo ajeno. El entuerto se deshizo, felizmente, algunos meses después cuando resurgió otro ejemplar del mismo (como sólo hubo una edición española, resulta tristemente escaso hoy en día) en una librería de la ciudad donde, precisamente, mi amigo había hecho sus estudios universitarios. Convertido en Detective Salvaje y en complicidad con el espléndido librero (otros que resultan escasos ya) se lo hice llegar por correo, en una operación triangulada desde el otro lado del mar -- entonces yo vivía en México todavía- y desde el otro lado de este país. Me cuentan (yo no fui testigo) que aquél se sorprendió ante la aparición del paquete de correo con matasello de su antigua ciudad universitaria y con el contenido del mismo, que no esperaba, ni imaginaba (creo).

Fue como de cuento de la du Maurier, uno supone. Después de todo, esas son las situaciones que ella solía manejar en sus historias: lo inesperado en la textura de lo cotidiano de manera inescapable, presentado con un lenguaje directo, claro, desprovisto de galimatías en rosa y con desenlaces ambiguos, algunas veces desoladores, pero siempre abiertos a innumerables interpretaciones.

Daphne escribía en Menabilly, una residencia en Cornwall, alejada de todos los mirones del mundo. Era una escritora semi reclusa, muy apegada a su familia -- tuvo tres hijos: Tessa, Flavia y Christopher Browning, fruto de su matrimonio con Sir Frederick Browning, quien fuera un militar destacado y posteriormente, contralor de la familia real- y a su territorio. Pero el que no abandonara casi nunca su residencia y su escritorio, no quiere decir que no tuviera un rico mundo interior y una mente profundamente fértil, capaz de urdir misterios extraordinarios (es difícil concebir de qué manera se las ingeniaba para elaborar tramas tan complejas, con mecanismos sorpresivos muy eficaces en función muchas veces de una última y devastadora frase final, prescindiendo del repelente happy ending que era la norma en su época) y crear personajes inolvidables.

Aprendí a querer a Daphne du Maurier a la buena. A base de leerla, de admirar su trabajo como creadora, de la inmensa accesibilidad y elegancia de su obra y también de asomarme en su momento, a la rica textura de sus misterios como persona (fue Peter Straub quien, años más tarde, me puso en el camino una magnífica y adictiva biografía sobre ella escrita por Margaret Forster), sus angustias secretas a manera de contrapeso a las atmósferas perturbadoras de sus relatos.

Lady Daphne murió el 19 de abril de 1989 en Cornwall. Cuando supe de su muerte, me sorprendí al realmente sentir algo (yo era muy joven y estaba en mi etapa de leer cuanto relato de 'horror' llegaba a mis manos sin discriminar, etapa de la que si bien no me arrepiento, sí siento un cierto pudor) y desde entonces -- ese fue el año en que comencé a escribir formalmente y a publicar relatos en la gaceta escolar, algunos de los cuales le debían alguna cosa- fue una presencia en mi cabeza.

Ahora que escribo de nuevo y algo nuevo, Daphne regresa a mí. Está bien presente, más clara, más definida, apartándose de las brumas. Releer Rebecca para un reportaje por su aniversario me ha reencontrado con ella. Es un tótem bueno, un afecto que he compartido con algunos colegas y amigos selectos como flor secreta, casi una seña de identificación subreptcia y al mismo tiempo, es mucho más.

Ella es un sendero que se abre ante mí, que serpentea entre los árboles para llevarme a una casa en llamas en medio del bosque, de la cual una joven mujer sin nombre propio (la segunda Mrs. DeWinter) se aparta, o acaso la contempla arder.

Anoche soñé que volvía a Manderley. Daphne du Maurier me guió hasta ahí.

Lo que yo haga ahora, es cosa mía.

Comentarios

Cobayo dijo…
Es curiosa la manera en que personas influyen en nuestra vida. Yo comencé a leer ya muy tarde, a los 18 años. Y mi primer libro fue la Metamorfosis de Franz Kafka. Ese libro, hasta el día de hoy, es uno de esos grandes referentes para explicarme a mí mismo.
Un abrazo.
siouxie dijo…
Bueno, mi primer libro no fué "de Kafka": fué "de cuentos".
Pero desde luego, como a tí, Miguel, me apasionaron los relatos de misterio en la adolescencia y primera juventud, y "Rebeca" fué uno de los primeros de ese género que leí. Lo cogí de la librería familiar, y recuerdo que era muy gordo. Pero yo entonces tenía mucho tiempo para leer :).
Yo también sóñé, literalmente, que volvía a Manderley...
Por cierto, que me encantaría leer ese otro libro de relatos de misterio y terror que mencionas, pero cuando dices eso sobre su única edición en Español, ay!. Lo buscaré.

Entradas populares