El llanto de la tortuga


Cuando era niño, durante unas vacaciones de verano, mi abuelo Miguel me contó que las tortugas lloran al desovar, porque les duele, casi tanto como a una madre al dar a luz.
Luego agregó que una posible razón para el llanto, sea lo desconsiderado que es el hombre con el mar y sus habitantes y concluyó diciendo que matar crías de tortuga o comerse sus huevos era algo monstruoso.
Así consiguió que le prometiera que nunca haría tal cosa.

La verdad es que siempre me gustó mucho esa idea que acercaba a la tortuga (lo más parecido a un dinosaurio que yo hubiera visto) a nosotros, los humanos.
Tan me gustaba -- y gusta-, que incluso la incorporé a la trama de algo que escribo como un símil con personajes humanos.

Pero ahora resulta que este fin de semana, mi amiga Bettina (que dirige con brío el IFAW para América Latina) me reveló que por años estuve en un error.

¡Las tortugas no lloran!

Lo que hacen es retener y procesar la salinidad del mar en glándulas junto a sus ojos y expulsarlas en forma líquida, pero no son lágrimas. Es tan sólo un proceso biológico.

Pues vaya.
Me gustaba mucho más la noción de que la tortuga siente y se conduele del destino de sus crías y que le arde todo conforme expulsa tanto huevo de su cuerpo.

Así que cortesmente le doy las gracias a la madre naturaleza, pero en este caso, yo prefiero mi versión de los hechos.

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