Hoy es mi cumpleaños.
Cumplo treinta y tres.
Treinta y tres añotes.
La "edad de Cristo"...
La foto que ven, cumple, entonces, treinta y dos años. Ése era yo. En algún sentido, aún lo soy. Espero (Me gusta pensarlo).
Desde hace mucho, tengo la noción de que el año realmente comienza no como lo indica el calendario, sino con el año de vida.
Pensándolo de este modo, mi año comienza ahora.
2006-2007 fue un buen año, si hago balance. Fui (soy) terriblemente afortunado, tanto así que me da pudor pensarlo: seguramente a alguien en las oficinas de allá arriba, le caigo bien.
He hecho lo que he querido, como he querido y cuando he querido.
He recibido recompensas inmensas -- y no sólo ahora- y he cumplido mis sueños.
A veces siento que no me merezco tan buena fortuna.
Ahora comienzo un nuevo año de hacer cosas, conocer gente, vivir la vida -- eso me recuerda el slogan de este blog; que por cierto, es buen momento para dar crédito a quien lo merece: la frase no es mía, me la "apropié" (y sé de algún estúpido que leerá esto a escondidas y que de inmediato me señalará con dedo flamígero y me tachará de ladron y gandalla, aún si nunca reconocerían la frase); pertenece a una carta escrita por un personaje llamado Marian Taylor en una novela extraordinaria llamada El Unicornio, escrita por la formidable autora anglo/irlandesa Iris Murdoch en 1963.
El arte y el psicoanálisis dan forma y sentido a nuestras vidas y por ello los adoramos.
No obstante, la vida como es vivida no tiene forma ni sentido y eso es lo que estoy experimentando justo ahora.
Tenía 21 años cuando leí esa frase por primera vez, poco antes de que se publicaran mis primeros cuentos, en una antología que financiamos y editamos entre varios amigos (entre ellos Gilda, Merari, Adriana, Gessica y mi compadre Alejandro). Cuando la leí, la copié en el diario que llevaba en esa época y la almacené en mi memoria, con montones de otra información aparentemente inútil.
Pero es verdad; poco a poco se ha convertido en lema de vida; la experiencia toma todas las formas posibles. Hoy, hace un año, no pensaba que estaría viviendo ahora en otro país, cosa que estoy haciendo ahora; sin embargo, desde mucho antes -- antes, incluso, de leer esa novela- yo sabía que iba a vivir fuera de la ciudad en que nací y en que crecí.
Dije que soy afortunado y lo creo a pie juntillas: no sólo he tenido la suerte de ver cumplidos mis sueños -- todos, sin excepción-, he recibido bonos inesperados -- cumplir no sólo mis sueños, sino incluso alguna ilusión inesperada, sobre todo en el área profesional-; estoy rodeado de gente que me quiere y que me quiere a la buena: mi familia, tanto mi familia inmediata como lo que llamo mi familia extendida: mis amigos, cuya lealtad y afecto son algo que me emociona profundamente. ¿Qué hice para (merecer) tener este huerto de cariños? Me maravillo y lo acepto como un don, algo que agradezco todos los días y no sólo los días como hoy.
Igualmente me siento feliz con lo que tengo, poco o mucho, porque es mío. Nadie me lo regaló; realmente estoy satisfecho y me siento dichoso, mientras veo la noche fosforescente desde mi ventana. Y por supuesto, está por demás decir que no me avergüenzo de nada de lo que soy, de lo que he sido. No tengo nada de qué avergonzarme, y aún si como escritor puedo hacer mi realidad flexible, narrar(me) la vida, no tengo tampoco por qué ni de qué mentir: estas cosas que hago, que hice, que voy a hacer, me enorgullecen. Repito, ¿yo, avergonzarme de algo? ¡Para nada! Y si aceptar quien yo soy, como yo soy, es ir en contra de los preceptos de la gente decente y bien educada, a mí no me hace mella, que digan lo que quieran, que hablen.
No me avergüenzo de nada, ni de ser mexicano, ni de ser abiertamente homosexual, ni de ser escritor. No miento al decirlo, o al escribir aquí.
Este blog, para mi sorpresa (y esto es algo que es parte del periplo de mi año 32) se ha convertido en una parte central de mi vida cotidiana. Podría decirse que es extremadamente vulgar el poner tus pensamientos más íntimos o tus opiniones más arraigadas en una página web que está expuesta a los ojos del mundo, de quienes te quieren bien, de quienes te aborrecen y de quienes ni siquiera te conocen. Sin embargo, yo lo hago con un enorme placer. Y ya no sólo por mí. Quizás nunca fue sólo por mí.
Así que ahora, que ya es de madrugada en Gijón, estoy celebrando.
Celebro no sólo el día o la fecha.
Los celebro a ustedes, celebro todo lo que ha venido. Lo que vendrá.
Por un momento, antes, dudé sobre ser valiente. Pero mi lema (y Viviana me lo hizo notar un día en enero y no se me olvida, creeme que no) es ánimo, valor y gracia que es sólo ser congruente. Y se dice mucho de mí y muchas veces yo mismo lo pienso, pero hay algo que aprendí en estos treinta y tres años: a ser congruente y nada más que eso. Con paradojas, contradicciones, defectos y todo.
Es mi cumpleaños.
El camino continúa. Ahora sólo hago una pequeña reverencia, les agradezco todo y sigo caminando, y caminando, y caminando, y...