lunes, 30 de junio de 2008

¡Campeones!

No soy pambolero...
...pero el furor fue inescapable.

Por primera vez en 44 años, España es campeona de la Copa de Europa.
(El doble 4 fue de buena suerte, por lo visto)

Así que estos días... ¡fiesta!

(Mañana: ¡Crisis!)

-- algunas cosas no cambian, ni aunque te cambies de continente-

domingo, 29 de junio de 2008

Los ojos de Miriam


Estos son los ojos de Miriam.

Aunque lo que más recordaba de ella no era precisamente eso, si no el sonido de su voz. Especialmente cuando Miriam canta.

No he visto estos ojos en más de ocho años. Quizá un poco más. Pero sé que me sonríen aunque no los vea.

(un recuerdo)

Es la primavera de 1990. Yo estoy a punto de perder por completo la razón, pero nadie se ha dado cuenta todavía. Soy tan bueno para que no se noten las cuarteaduras de mi alma. O es acaso el invierno de 1989, cuando todavía estoy volando sin tocar el suelo. No sé muy bien.
Estoy sentado en el césped del jardincito interior en Anatole France #354, donde fui a la preparatoria. Tengo 15 años, no he cumplido los 16. Leo algo, pero no me acuerdo qué (¿era Cortázar? ¿Era Stephen King? -- sí, qué pasa, uno tiene su pasado-) y tomo notas de algo, una novela que no escribiré. O que escribí muchas veces después, tantas, que se convirtió en otra clase de fiesta.

Entonces oigo algo. Una voz que canta blues. Nunca había oído a nadie cantar blues en vivo. Había oído discos, claro, como todo mundo: Billie, Ella, Sara Vaughn, Anita O'Day. Pero nunca tan cerca. Nunca cantándome a mí.

Miriam no es mucho mayor que yo. Está sentada (no sé si así era, pero así lo recuerdo) cerca de la puerta del plantel -- una residencia reconvertida, quizá demasiado pequeña para los doscientos alumnos que éramos- y canta. No recuerdo quién la acompaña y tampoco importa. Lo importante es su voz.

Esto es lo que recuerdo.

Con el tiempo, Miri y yo nos hicimos cuates, echábamos relajo juntos y nos divertíamos en las fiestas. Poco a poco la vi dar ciertos pasos a cierta madurez. Se casó con Álvaro, un hombre emprendedor que se enamoró de ella y juntos tienen tres hijos (es una madre rockera). Hablábamos mucho, del mundo como lo íbamos descubriendo, desde nuestras orillas. Según ella, nuestra educación musical fue privilegiada, en el sentido de que cuando crecíamos, apreciamos mejor música que la que le tocó encontrarse a generaciones posteriores a la nuestra (y tiene mucha razón).

Luego, a Álvaro le dieron trabajo en otra ciudad y le perdí la pista por varios años, algunas veces preguntándome ¿dónde está Miriam? Lo peor es que no sabía su apellido de casada, así que una vez que visité Monterrey, la ciudad donde se mudó, pensé ¿y ahora qué hago? ¿Me lanzo a la calle y grito: "¡Miriam! ¡Miriiii!"?

Finalmente, hace algún tiempo, en este blog comenzaron a aparecer pequeñas pistas. Como las migas de Hansel y Gretel. Al principio, confieso que me intrigué, y mucho. ¿Quién sería esta persona misteriosa que me conocía (y vaya que me conocía) pero al mismo tiempo no dejaba pista de su identidad?

Eventualmente, se fue revelando: era nada menos que Miriam. ¿Cómo me encontró? Aún no lo sé.
Lo que sí sé, es que la próxima vez que vaya a México, volveré mirarme en esos ojos y volveré a escuchar su voz. Y será como oírla cantar por primera vez.

Te eché de menos, amiga. Me alegra que este blog haya servido de algo.

sábado, 28 de junio de 2008

Escritora Invisible

Tiene 70 años de edad recién cumplidos y este año celebra 45 de publicación ininterrumpida; es una de las más brillantes escritoras contemporáneas y el prototipo ideal de la mujer de letras, totalmente entregada a una obra que ha capturado la imaginación de generaciones de lectores, siempre buscando narrativa innovadora. Y es una de las personas a las que más admiro (podría decirse que, de conocerla, la veneraría, pero eso sólo lo hago cuando existe un vínculo real con la persona) y una de las voces que más me ha influído en mi quimérica vida de fabulador con pluma en mano.

No obstante, cuando Joyce Carol Oates nació en en Lockport, un pueblo básicamente semirural y deprimido en el norte de Nueva York en junio de 1938, cualquiera habría jurado que tenía pocas posibilidades de ser algo más que lo que el destino deparaba para sus contemporáneas: un matrimonio convencional, hijos, un hogar y una vida serena, sin sorpresas ni drama; pero desde muy joven, la Oates decidió que su verdadera vocación yacía en otra parte y tras obtener una beca para la universidad de Syracuse, realizó estudios superiores de Lengua y Literatura Inglesa, completándolos con maestría -- con especialidad en James Joyce- en la de Wisconsin. Posteriormente, obtuvo el doctorado en dicha materia por la Universidad de Rice, al tiempo que compaginaba esta especialización con su dedicación al cultivo de la literatura de ficción, escribiendo a razón de dos relatos por semana y comenzando a escribir los primeros esbozos de sus novelas, aún después de contraer nupcias en 1961 con su compañero de doctorado, Raymond Smith, con quien estuvo casada hasta la muerte de él, en febrero de este año, con quien fundó la editorial The Ontario Review (La pareja no tuvo descendencia).

La Oates es célebre por las generosas dosis de violencia que ha volcado en sus cuentos y novelas, siempre aunada a un profundo sentido de la empatía e incluso el patetismo. Está considerada como una de las más destacadas seguidoras de la corriente narrativa inaugurada por Virginia Woolf y William Faulkner.

Uno de sus primeros relatos fue seleccionado, con mención de honor, para formar parte de una antología de los mejores cuentos escritos por autores norteamericanos, lo que marcó definitivamente el camino de Joyce Carol Oates hacia el género de la prosa de ficción. En el otoño de 1963 apareció su primera colección de relatos, titulada Por la puerta del Norte. Un año más tarde, animada por la buena acogida de críticos y lectores, lpresentó su primera novela extensa, titulada Con temblorosa caída (1964), obra a la que siguió un nuevo volumen de relatos, Sobre un torrente arrollador, aparecido en 1965.

Su vertiginosa carrera literaria apuntó entonces hacia un objetivo mucho más ambicioso: la publicación de una trilogía narrativa en tema, mas no en trama. En efecto, en 1967 vio la luz la primera entrega de esta serie que versaba sobre la vida en tres distintos estratos de la sociedad estadounidense: así, abre con Un jardín de delicias terrenas, que versaba sobre las vidas de los trabajadores itinerantes en los páramos del medio oeste estadounidenes; ésta inmediatamente seguida por la impactante, sarcástica y casi operística Gente adinerada, que versa sobre la tragedia de la clase acomodada en los opulentos suburbios residenciales de Connecticut, misma que fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa de 1968. Un año después, Oates volvió con la tercera y última entrega de su trilogía, ahora ambientada en la descarnada jungla urbana, titulada Ellos (1969), novela que vino a culminar una espléndida muestra de la mejor prosa de ficción norteamericana de los años sesenta y le valió obtener el National Book Award en 1970. “Mi único compromiso como escritora,” declaró entonces en una – poco frecuente- entrevista “es explorar sin cortapisas las condiciones sociales y morales de mi generación.”

La crítica se apresuró a subrayar las mayores virtudes de la prosa de Oates, entre las que sobresalen la densa experiencia vital acumulada por sus personajes y el desconcertante ámbito en que la autora los sitúa: un espacio literario donde el realismo social convive en perfecta simbiosis con los mejores ingredientes de la tradicional novela gótica (la angustia del pasado asixiando cualquier posibilidad de futuro en el presente), y en el que se genera una torrencial corriente de violencia que con frecuencia desemboca en un desenlace brutal, sangriento, inesperado, marcado por el asesinato dde uno de los protagonistas o la aniquilación de los propios elementos destructores. La mayoría de sus personajes principales son mujeres de cualquier ámbito (estudiantes universitarias, profesionistas, obreras, amas de casa, aristócratas u obreras o mujeres del campo) a través de cuyas vivencias la Oates realiza un interesante y siempre exhaustivo análisis sociológico acerca de las causas y consecuencias de la violencia que ejercen sobre ellas los hombres y la propia estructura social del país. Igualmente, pocos narradores han manifestado un talento tan deslumbrante para el diálogo.

Tras publicar una serie de novelas enfocadas en desglosar las condiciones político-sociales de los Estados Unidos, habitualmente tomadas de los titulares de noticias, como Wonderland (una discreta mirada al choque de culturas y generaciones) o The Assassins (inspirada en los asesinatos de John F. y Bobby Kennedy), a finales de la década de los setenta Joyce Carol Oates volvió a uno de sus primeros amores: la literatura gótica. De este modo se dispuso a escribir la monumental novela Bellefleur (1980), que ha sido considerada el equivalente en literatura anglosajona a los Cien años de soledad de García Márquez, a nivel de profundidad, construcción y redefinición de un género. El libro ha sido uno de los más notables en su canon y permaneció por varios meses en las listas de libros más vendidos, junto con un torrente de críticas favorables. A esto, la Oates siguió con una reevaluación moderna de la Orestiada, ambientada en las altas esferas de Washington DC, titulada Ángel de Luz (1981), donde Kirsten y Owen, los perturbados (aunque muy bien educados) hijos del político aparentemente suicida Maury Halleck, adoptan los roles de Electra y Orestes, mientras que la glamorosa Isabel de Benavente-Halleck es una encarnación de Clitemnestra ataviada en Dior y con un corazón monstruoso.

Posteriormente, ha publicado una novela por año, entre las que destacan Debes recordar esto (1988), Apetitos americanos (1989), Porque es amargo, porque es mi corazón (1990), Agua negra (1992), ostensiblemente basada en el escándalo de Teddy Kennedy en Chappaquidick y convertida en su primer libreto de opera en 1997, Confesiones de una chica banda (1993), la demoledora e inolvidable novelita Zombi (1995) y¿Qué fue de los Mulvaney? (1996), obras en las que continúa sosteniendo su constante denuncia de la degradación moral en que ha caído una gran parte de la sociedad norteamericana contemporánea. En 2000 publicó Blonde: Una novela sobre Marilyn Monroe, que le valió volver a la lista de best-sellers.

Paralelamente, con los pseudónimos de Rosamond Smith (una variación en el nombre de su marido) y Lauren Kelly, decidió escribir una serie de novelas de intriga, firmemente establecidas en el género negro, donde no se constriñe y deja que la sangre aparezca a borbotones, sin perder un ápice de su elegancia estilística, lo que hizo fácil de idenficarla y quitarle la máscra. Igualmente, descubrió una de sus pasiones en el deporte del boxeo, que ella misma define como “un arte blasfemo y sangriento, pero apasionante y hermoso”, convirtiéndose en una experta en el tema, explorándolo en un libro que hoy día es considerado clásico imprescindible en la cultura deportiva, el ensayo On Boxing.

Candidata perenne al Nobel, profesora emérita de la Universidad de Princeton desde 1978 y amante de los gatos, la Oates no ha dejado nunca de trabajar. Su prolífico canon que incluye centenares de excelentes relatos cortos, reseñas artículos, noveletas y obras de largo aliento, ha seguido fluyendo, con la aparición esta semana de su cuadragésima cuarta novela: My Sister, My Love, (misma que espero leer con ansias) que, como el resto de su obra, está firmemente plantada en una realidad brutal, sin maquillaje y a su vez, convertida en un extraordinario paraíso de lenguaje escrito.

Descubrí a la Oates mediante referencias de Peter Straub, que es su admirador. Esto fue cuando yo iba en mi primer año de universidad y me propuse conseguir cuanto libro suyo pudiera caer en mis manos, aunque dicha tarea es una faena virtualmente imposible. Son demasiados. Pero siempre que tengo la ocasión y alguno cae en mis manos, lo devoro con avidez.

Mis primeros cuentos, se deben a ella. Al releerlos, efectivamente encuentro un eco Oatesiano. Poco a poco éste se ha ido difuminando, pero no puedo negar que por mis venas corre su sangre, como tras la mordida de un vampiro, aunque sé que nunca podría aspirar a ser mencionado en la misma oración. Sin embargo, ahí está la voz. Esa voz que me enseñó parte de lo que sé. Cómo acercarme. Cómo narrar. Cómo hacer las costuras invisibles para el vestido perfecto.

Algunos de mis cuentos preferidos, se han originado por leer algún trabajo suyo. Algunos de mis mejores momentos como lector se los debo a ella. Esto, es un modesto ramo de margaritas para mi escritora viva favorita. Nunca sabrá que existo, pero me basta con saber que ella existe y escribe. Y mientras esta escritora invisible, elusiva, magnífico misterio, sea una fuente -- una fuente que he podido compartir muchas veces con otros lectores cercanos a mis afectos y mis pasiones-, yo estaré contemplando el reflejo de los tiempos en sus aguas.

viernes, 27 de junio de 2008

Al Esfuerzo Personal

Mi carnal Bef, de quien soy fans (así, en plural), escritor y monero y responsable del superblog Monorama, tuvo a bien nominarme a recibir este premio-meme, que me honra y me distingue, sobre todo por que (como las cosas buenas) no me lo merezco.

Ergo, agradezco la distinción y lo presento a ustedes, siguiendo las reglas que el premio conlleva, que lo han llevado por todo el ciberespacio:

1.- Al recibir el Premio, se ha de escribir un post mostrando el premio y se ha de citar el nombre del blog o web que te lo regala y enlazarlo al post de ese blog o web que te nombra ganador.

2.- Elegir un mínimo de 7 blogs (aunque pueden ser más) que creas que brillan por su temática y/o su diseño. Escribir sus nombres y los enlaces a ellos. Avisarles de que han sido premiados con el “Premio al esfuerzo personal”. Para que lo recojan.

3.- Opcional. Exhibir el Premio con orgullo en tu blog haciendo enlace al post que tú escribes sobre él.

Y ahora, lo bueno: catorce blogs -- no pude elegir sólo siete-, sin ningún orden en particular, que se merecen un premio por el esfuerzo de sus creadores, su contenido, su presentación y (lo primordial) su relevancia para mi humilde persona, en el ciberespacio y en lo personal -- o bien, lo público y lo privado.

***
La crítica cinematográfica se libera de atavismos y el Paxton (un formidable carnal) se la juega. Es idiosincrático, cínico, observador, detallista y fresco (como la mañana). No le tiene miedo a nada y nunca se aparta de una bronca o de llamar al pan pan. En suma, este chavo es todo lo que un buen crítico de cine del siglo XXI debe ser.

2) Monsieur David
La bitácora personal (muy personal) de David Guzmán. David es uno de los primeros amigos que tuve, de origen totalmente virtual. Desde entonces hasta ahora, hemos pasado por mil y un aventuras y desventuras en espacios reales y cibernéticos (es camarada de una guerra ganada) y no dejo de admirar su voz, su visión, su ternura y sus ganas de vivir. Es un gran amigo y un estupendo (aunque austero) blogger.

3) Amateur
A Alexandra Zapata (nombrada Dushka desde que nació, por su extraordinaria madre, Carol Miller) la conocí socialmente de "hola y adiós" en un evento, pero aprendí a conocerla, y a quererla mucho, a través de su excepcional blog. Escrito en inglés -- Dushka es bilingüe- es un espacio que aborda sus pensamientos más íntimos, y los hace universales. Es un blog maravilloso, como su creadora.

4) Viviana en Vivo
La inquietud de crear, estuvo siempre manifiesta en Viviana Calleja. Es, en parte, lo que nos hizo volvernos amigos, realmente amigos, años después de habernos conocido, en nuestra adolescencia (cuando me hice amigo de su hermano). Psicóloga de profesión y escritora de vocación, esta bella señorita se acercó al blog, temerosa, y se ha convertido en su propia voz: vital, vibrante, en vivo.

5) El Rojo y El Negro
Cuando Hugo García Michel (editor de la temporalmente extinta La Mosca) se lanzó a la blogósfera, se la jugó fuerte. Y ganó fuerte. Éste es un trasunto de sus memorias tal y como ocurren: en vivo, en directo. Hugo es devoto y fiel a su espacio y supera a los ejemplos, con sencillez. Si se asoman ahí, disfrutarán la experiencia.

6) El Punto (Blo)G de Vero Maza
Verónica Maza es una gran periodista (esto es algo que todo el mundo sabe), pero también es una chica con una sensibilidad enorme y un sentido del humor contagioso. Hemos sido colegas por muchos años. Su blog es catálogo de su mejor trabajo periodístico y de sus propias filias y fobias muy personales. Una delicia que lo mismo invita a reír y reflexionar al mismo tiempo.

7) The Song is You
Después de verme tan obsesionado como anduve con este blog, mi hermanito Lusin decidió hacerse el suyo propio, pero, prescindiendo del exhibicionismo que a mí me hacía desnudarme en la pantalla, lo creó exclusivamente musical. De este modo, expone su gusto (ecléctico y notable) en los menesteres de la juglaría moderna. Visitarlo es una sorpresa constante.

8) La Idea del Norte
Mariano, el formidable autor de este espacio en la web, sabe que si éste blog existe y es lo que es, realmente se debe al suyo. No sólo es un espacio donde Glenn Gould se sentiría en casa: es un remanso (en el sentido más estricto de la palabra) donde el anfitrión nos ilumina, nos entretiene e incluso, nos conmueve hasta el alma. Es uno de mis blogs favoritos y el ejemplo que he tratado (torpe y pobremente) de imitar, mas no conseguiré, ni busco, emular.

9) The Blackbirds are Rough Today
Emilio es un amigo literalmente muy joven, pero eso no obra en su defecto, si no que ayuda a mostrar su inquietud en otras formas. Elude al estilo manqué de tantos otros bloggers de su generación y ambición intelectual (los pobres se acaban revolcando en la petulancia y -- dios nos guarde, en la pedantería), por lo que se mantiene fresco, cómplice e interesante, aprendiendo y compartiendo lo que descubre.

10) Entreveros
No conozco a Cuquita la Pistolera. Ha sido así por petición suya y yo soy respetuoso de la intimidad ajena, y más aún, la de las damas. Sin embargo, en el último par de años, he llegado a sentir que la conozco y que le tengo cariñito. Me he reído con ella, me he encabronado por las mismas razones que ella y he visto el mundo desde su perspectiva. Su blog es vibrante, curioso, siempre versátil, como uno sabe (no lo supone) es la mano que lo crea y lo renueva.

11) Il Gattopardo
Il Gattopardo no es sólo la novela de Lampedusa (o el film de Visconti). Es también un bar de Mieres, donde sirven una gran gama de cócteles. Como la gran gama de temas abarca esta extensión virtual del mismo, creada y sustentada por mi tocayo y colega, Miguel Barrero. Hombre y amigo de diversos intereses, lo mismo hablará de literatura, que de política, artes, ansiedad creativa y hasta una sorprendente filia futbolera. Y cada tema es tan sabroso como la conversación en la hipotética barra del bar.

12) La Guarida de Caín
Este Caín es nada menos que José Luis Piquero, poeta español, agente provocador, prófugo de los convencionalismos y formulismos sociales, de avezadísima mente y pluma. Su guarida tiene lugar para los más diversos elementos: la estética, la polémica, la retórica y lo impúdico. Es autoreferencial, por supuesto, ¿pero qué blog no lo es en el fondo? Y escribir como él lo hace, implica el esfuerzo personal más comprometido.

13) B3co
Este es un sitio multidisciplinario, no se trata de un blog per se. Por lo mismo, también implica que su contenido es ecléctico, pero siempre satisfactorio. Su principal medio de expresión, ojo, es la imagen: así que ejercitarán el músculo visual bastante. El hecho de que este blogger (que tiene centenares de fans) esté sentado a la sombra del mismo árbol genealógico que yo, es un valor agregado.

14) El Blog de Mulder
Este sigue siendo uno de mis blogs favoritos, por dos razones de peso: está muy bien escrito y cada vez que me asomo a él, me mata de la risa. Jorge Avelar (a.k.a. Mulder) es un satirista de primera clase; brutal, salvaje y generoso con su humor ácido y renegrido. Se deja leer con tanta facilidad que parece que no le costara trabajo... pero en realidad, escribir así, implica no sólo un gran esfuerzo, también un notable talento para decir las cosas con todos los sentidos posibles abiertos.

y una mención honorífica:

Proyecto Unicornio
Efrén, el Unicornio, es un hombre de fe y un hombre de ciencia, que siempre tiene una palabra cariñosa qué compartir. Es su generosidad la que desarma de entrada y permite ver su filosofía sin las cortapisas del cinismo en que vivimos hoy en día. Su deseo es ayudar a otros a alcanzar el bienestar. Y sin duda, lo consigue en cada entrega. Y como los unicornios, sólo se deja ver ante aquellos que son puros de corazón.

La elección fue difícil, me faltan muchos más que son importantísimos para mí como lector, y desearía no estar constreñido por reglas, pero si no, no terminaría nunca esta lista, así que ahí están. Se lo merecen, lo han ganado en buena lid.
Desde aquí, yo los celebro.

lunes, 23 de junio de 2008

La Reina del Muro

"¡Pero mira nada más qué cosa más guapa!"

Y de repente, estoy rodeado.

Claro, no se refieren a mí, sino a quien, como un humilde lacayo, llevo a pasear todos los días por la extensión de concreto que bordea la playa de San Lorenzo (alrededor de dos kilómetros) conocida como "El Muro". Me refiero, por supuesto, a la reina del lugar, la joven Audrey.

Personas de todas las edades -- aunque principalmente son niños y señoras mayores- se me acercan, o más bien, se le acercan, y la saludan. La otra, claro, muy alegremente corresponde a los saludos, mueve la cola y acepta los mimos que recibe con absoluta gracia. Una vez que terminan los saludos, regresa con su lacayo (jua jua) y seguimos el paseo. Está claro que no llego rápido a ningún lado, por supuesto, de tanto que nos detienen.

Audrey se ha convertido en reina de la popularidad. Por supuesto, le ayuda que es genuinamente simpática. A diferencia de muchos otros perros de raza pequeña que he conocido, que son engreídos y majaderos, mi enana (no porque sea mía, claro), es una buena perrita. Casi nunca busca camorra, y jamás tira mordiscos. No pide comida -- está acostumbrada únicamente a comer su "pienso" (croquetas), tres veces al día- y no es golosa ni pedigüeña.

Verla pasear es muy curioso. Para ser tan pequeña, ha aprendido a caminar por la calle muy bien, a buen paso y algunas veces, incluso, sin correa, sin alejarse de mí para nada. Y cuando no quiere caminar, la clave secreta es (no se vayan a reír) silbarle el famoso tema de El puente sobre el río Kwai. Funciona excelente para hacerla andar como soldadito.

Uf. Creo que la palabra que más he dicho este último mes, es "no". Pobrecita, la debo traer asoleada con tanto "no, no, no". Pero ha funcionado. Ya va para los tres meses y no me ha hecho un solo destrozo ni en la casa ni en mi ropa. Y además, es obediente. Comparada con sus hermanitos, los otros de la camada, es muy, muy pequeña (15 cm de alto por 43 de largo) y pesa casi 3 kilos. El veterinario dice que no me preocupe: es una perrita muy sana y con carácter. Como fue la menor de los siete, es normal que sea así de tamaño. No sabemos si crecerá algo más, pero el doctor dice que eso no importa mientras tenga todas sus funciones bien.

Mis amigos están encantados con ella. De repente, tiene muchos tíos y tías. En el 4.70, que es el bar que frecuento (y donde conocí a los dueños de su madre, que se llama Guilga), sus dueños la adoran: Susi, la dueña, es su madrina -- me acompañó al veterinario la primera vez- y su perro (un teckel como Audrey, sólo que de pelo largo), llamado Miroslav, es su gran amiguete: juegan muchísimo. Quique, el dueño del 4, es muy amistoso con los canes y habría que ver cómo se pone Audrey cuando lo ve acercarse: ¡es la locura! Mi perra se transforma en un motor fuera de borda.

También ha hecho migas con Nana Poblet y José Luis Paraja, una pareja de amigos (de hecho, él es mi vecino) y con Julia y Miguel. Me hace una gracia enorme, que mi tocayo, así como es, grandón y fuerte, se desbarata cuando la ve -- de hecho, la foto que ilustra esta, es cortesía suya- y la lleva al cuello como un bebé. Lo mismo pasó la semana pasada cuando nos visitaron Jorge y Jens, que estaban encantados [y lo más sorprendente, es que a Jorge le dan fobia los perros y con esta hubo hasta cariñitos].

La he llevado a visitas en casas ajenas y se ha portado bastante bien, sin hacer estropicios (o casi). En casa de Julie y Coqui se acomodó en un cojín y durmió tranquilamente la siesta mientras cenábamos. Y anoche, que paseábamos sin rumbo por el muro, fortuitamente nos encontramos con Jack y Patricia, que hacían lo mismo y acabamos en una terraza. "¡Pero qué bonita es! ¡Qué preciosa, qué rica!", decían, mientras le hacían fiestas (y ella daba lenguetazos como si fuera un helado a la nariz de Jack, que es, naturalmente, su 'padrino') -- claro, porque no viven con ella full time. Aunque no me quejo. Con todo y su temperamento (que lo tiene), mi hijita es una perra amorosa. No puedo referirme a mí mismo como su amo, porque no lo soy. Soy su 'papá', y me gusta pensar que para todos usos y razones, lo soy.

Hacemos una estampa curiosa, esa cosita tan pequeña, que camina muy diligente por la calle, cabecita en alto, tirando de su 'humano', tan grande y torpón, rodeada de sus fans, con su guardaespaldas espiritual.

Me gusta, porque ya no estoy solo. Y es verdad lo que dicen: nadie nunca te querrá como te quiere un perro.

sábado, 21 de junio de 2008

Magia y pérdida

Sé que he estado ausente estos días. No que no haya estado en casa, a veces frente a esta misma pantalla, con algo medio escrito. He estado. Pero no he estado. O no he sabido estar aquí.

Son muchas cosas todas al mismo tiempo y no he sabido cómo atraparlas, escribirlas. Otras, no he querido hacerlo. Pero eso complejo es lo que vive en y a través de mi. Es magia y pérdida, todo al mismo tiempo. Efecto simultáneo, acaso un poco retardado; alegría y tristeza.

"Te oigo lacónico," me dice alguien por teléfono y le echo mentiras para tranquilizarlo, distraerlo, es un acto de prestidigitación. Magia.

No es tan grave la razón para mentir. O bien, no es que sea o no sea grave. Es que no tiene remedio y es pocas veces que me enfrento a lo irremediable. Lo que me hace sentir frágil y vulnerado e impotente y rabioso. Por que es algo inesperado y al mismo tiempo tan inevitable, en el marco de la expectación por otras cosas, que me toma por sorpresa y me deja tirado en la cuneta. Por eso, después de una noche en vela, de un dolor sorprendido, de buscar explicaciones, incluso de llegar al extremo de agitar mi mano y preguntar a Dios (si hay uno, depende de la creencia) y luego comprender que no hay respuesta, por que no la hay, atiendo el teléfono y no, no sueno lacónico. Me doy cuenta de que estoy hecho una mierda, pero no puedo decirlo, no puedo sentirlo, permitirme sentirlo, porque si lo hago, me voy a sentir una mierda de verdad y no puedo, es irremediable, inevitable, no estuvo en mis manos ni en las de nadie (si no estuvo en las manos de los médicos, mucho menos en las de Dios) y entonces nada, hago magia y no sólo para mi cómplice leal que se va trotón y alegre, como debe ser, a su rendez-vous con un destino feliz, será la dicha su porvenir. De ese modo, no sólo le enjoyo un elefante y le hago magia para que se quede con una sonrisa. Hago magia para mí también y así salgo de la cama y encaro la mañana y camino y camino y camino...

El fin de semana pasado fue tan surrealista como una película dirigida al alimón por Lynch y Buñuel. El Real Sporting subió a primera y mi ciudad ardió. Quise contárselos aquí, pero no pude. El lunes por la tarde llegaron, de pisa-y-corre para pasar una noche en este finisterre, Jorge y Jens, procedentes de Hamburgo y con una complicada tourné por delante. Audrey agradeció que hubiera tíitos nuevos que le hicieran mimos y le enseñaran trucos, ya que papá estaba actuando tan raro. Papá estaba como borroso, con la antena mal colocada.

Luego, el martes por la tarde, toda vez puse a Jorge y Jens en el ALSA rumbo a su siguiente destino, sintiéndome feliz de haber compartido con ellos, pero aún transido de pérdida, sin atreverme a decirlo, porque decirlo vuelve tangible lo irreparable, es cuando lo aceptas, voy caminando por la calle y me encuentro de manos a boca con una amiga a la que echaba mucho en falta. Ella es (pese al escepticismo) mi amiga. Nos vemos poco, mucho menos de lo que a mí me gustaría, pero soy prudente y respetuoso del espacio ajeno. No obstante, desde la primera vez, hace algunos años, que nos vimos, hay un rapport que no es como el que tiene con otras amistades aquí, pero ella y yo nos entendemos. Fue un abrazo rápido, sorprendido, ¿tienes tiempo para un café? Sí, sí, y estuvimos casi dos horas hablando. De todo, de nada, de ella. De magia y pérdida. Me dijo que escribiera, pero no pude. Dejé que Shakespeare hablara por mí y si cerré los comentarios de esa entrega fue porque no sabía qué decir o si quería decir algo más.

Y hay más magia, magia buena: uno de mis primos favoritos, mi primo Mateo, se graduó de su maestría, y mi prima Carmen me pidió que sea, aún in absentia, el padrino de bautizo su hija, Gala. Y eso no es sólo por compensarme de que no sea el padrino de mi sobrino, como todo mundo esperaba, siendo que soy el único tío del bebé (pero en esas cosas y con los hijos ajenos, uno no dispone, y ni siquiera se atreve a proponer tampoco), sino porque Carmen quiere que yo sea parte de la vida de su hija y eso me emociona y digo que sí, que sí, que sí quiero. Es magia buena. Y tantas cosas que suceden en una semana de vida en esta ciudad o en cualquier parte, aunque yo no esté. Y concurrente a la magia, la pérdida.

Una pérdida que no aparecerá en los medios, porque no era alguien importante, un talento truncado, un líder, un revolucionario, un rostro familiar para más de mil personas. No tuvo oportunidad de ser nadie, mas que lo que fue: pero eso bastó, por el breve tiempo que fuera, para tocarnos (literalmente, no olvidaría sus manos en mi rostro) a algunos y parte de lo que no me ha dejado en paz, parte de la pérdida, es esa misma pérdida de palabras, qué o cómo voy a decir algo, por teléfono (ese frío aparato) o por e-mail, cuando no sé qué decir. Cómo identificar. Si yo estoy transido de dolor, como por una estaca, no puedo imaginarme siquiera a los otros. No me atrevo, porque mirar a ese pozo, sería como mirar hacia un abismo insondable, que miraría también dentro de mí. Porque es un dolor inmenso e innombrable. Literalmente no tiene nombre: cuando fallece nuestro cónyuge somos viudos, cuando fallecen nuestros padres somos huérfanos, pero no existe una palabra para nombrar lo más horrendo, lo insoportable. Qué somos cuando mueren nuestros hijos.

Me he estado haciendo magia y me alivia poco a poco, a manera de ibuprofeno para el alma rota. Pero también siento la pérdida. La siento en cada hueso y hasta en mis dientes. Audrey ayuda a aliviar la pena de la pérdida. Su inocencia y temeridad ante el mundo que va conociendo cada día que pasa, me inspiran. Me hacen incluso sonreír cuando creí que no podía. Y recojo con cuidado y devoción las piezas de mi memoria, y mi vida me sigue pareciendo tan buena como la semana pasada o el mes pasado. Tengo dentro de mí, la pérdida. Es mía, no de nadie más, al menos en este Finisterre. Y trato de dormir, y trato de comer y de caminar. Y me duele un poco menos cada vez. Me remueve que no estoy ahí, pero tal vez sea lo mejor. ¿Qué carajos podría hacer yo, que no puedo hacer nada?

Y esas son las cosas que me digo. Es una forma de hacerme magia, trucos de cartas, para distraerme del dolor del que no está todavía del todo exenta la pérdida, que será permanente.

martes, 17 de junio de 2008


Now cracks a noble heart.
Good-night, sweet prince;
And flights of angels
sing thee to thy rest.


Wm. Shakespeare.
Hamlet
(V-ii)

jueves, 12 de junio de 2008

Canción de cuna para un demonio: El Bebé de Rosemary cumple 40 años

En los más de cien años del cinema, ha existido siempre la búsqueda por acoplar géneros de una manera que consiga llevar al espectador de la carcajada al grito, algunas veces en una misma secuencia. Quizá una de las películas que mejor consigue sostener el frágil equilibrio entre los complicados géneros del horror gótico y la mordaz sátira social sea El Bebé de Rosemary, estrenada el 12 de junio de 1968, misma que representa el debut americano de Roman Polanski, en esa época un revolucionario del cine europeo, que basó su guión en la exitosa novela escrita por el hoy finado Ira Levin.

La adaptación a la novela (que se sirvió de las reglas establecidas por el clásico género de la novela gótica, transfiriéndolos a una época moderna con una descripción vital de la ciudad donde sucede) resulta tan fiel, que sigue la novela casi palabra por palabra y aunque es insólito que un film Hollywoodense resulte tan apegado a una fuente, no es tan extraordinario en el caso de Polanski; así lo que empieza como un cuento de hadas de Nueva York, muy sutilmente, y al paso de las escenas se va oscureciendo hasta que se convierte en un siniestro gótico de Manhattan.

La primera toma es un formidable Hollywood shot de la ciudad (que hoy es muy distinta, pero cuya esencia se captura a la perfección), acompañado por un inquietante y pegajoso arrullo, compuesto por Krisztof Komeda e interpretado por la propia Mia Farrow. Es septiembre de 1965, Rosemary y Guy Woodhouse (Mia y John Cassavettes) son una pareja de recién casados que llegan a inspeccionar un apartamento en alquiler en el elegante edificio Bramford (el Dakota, que lo mismo podría estar ubicada en Otranto y no necesariamente junto a Central Park). Los enamorados van de la mano, y no podrían imaginar que en el apartamento de al lado ocurren cosas que le helarían la sangre a cualquiera.

La más memorable escena del filme resulta ser, sin duda, cuando Rosemary conoce a su bebé.

En lenguaje cinematográfico que Polanski y su director de cinematografía, William Fraker, utilizan para mostrarnos ese momento, es un prodigio: la cámara valsea con Mia, que se acerca a un moisés aparentemente inofensivo y con sólo una expresión facial, transmite todo su horror indescriptible. Sólo podemos, como espectadores adivinar lo que ve. Suponemos que aparte de ojos amarillo-dorados, el bebé de Rosemary tiene garras, cuernos, y hasta una cola. Levin amplía la broma sádica al presentarnos una secta de brujos compuesta enteramente de vetarritos; el hecho de que la sencillamente adorable Minnie Castevet (Ruth Gordon, en el rol que le valió un Oscar y vino a redefinir su carrera a los setenta años) y sus comadritas sean demasiado ancianas como para atender a un recién nacido, añade el último macabro detalle, cuando Rosemary se acerca a su bebé para arrullarlo. La trampa ya se cerró.

Tanto Levin como Polanski indican que semejante tono no es lastre para el horror del relato: El Bebé de Rosemary es confirmación de la teoría de que horror y humor van de la mano, y que negar a uno es hacerlo con el otro.

Aunque fue estrenada hace cuarenta años, y está expuesta a la posibilidad de un ignominioso remake que amenazan producir, la cinta no ha envejecido sin gracia y posee algunos temas que aún se mantienen vigentes. Podría decirse que uno de ellos es la erosión de la fe sirve como punta de lanza para el Diablo; es así que Rosemary pasa de la devoción absoluta como buena niña católica en su natal Omaha, Nebraska, al ateísmo como ultramoderna ama de casa neoyorquina, para creer de nuevo, como la perpleja madre de su hijo infernal; así, con el peregrinar por el que pasa Rosemary (metafóricamente, los nueve meses de su preñez), la cinta nos da una alegoría serio-cómica de las inescapables trampas de la fe.

Con un adecuado toque de ironía, queda claro que anular su devoción le permite al Demonio entrar en su vida... aunque es también la fundación de esa misma fe lo que le permite amar a su bebé con todo y cuernos (¿Será tal vez por que ambos son inocentes del complot para crearlo?).


La historia propone que debe existir siempre una creencia; sin lo sagrado, lo sacrílego no puede ser. Los brujos Castevet parecen discernir la fe en Rosemary, y es Guy, su maridito, quien se degrada majestuosamente para hacer un pacto con ellos a cambio de fama y fortuna en el competido mundo de la actuación; total, que usen a (y abusen de) su esposa, es sólo un "paso a la fama".

Sin embargo y más allá de ser una farsa socio/religiosa, esta también es una historia de horror psicológico y ¿dónde somos más vulnerables, si no en nuestros más íntimos sentimientos de paranoia? Rosemary es, encarnada de manera magistral por Mia (¿pueden imaginarse a alguien más en el papel?), bajo su barniz cosmopolita y peinado Vidal Sassoon (que está muy “in”), una muchacha provinciana, con el corazón de oro y una inocencia, que resulta peligrosa. Existe un adagio entre Neoyorquinos que reza: ‘paranoia perfecta es sabiduría completa’. La historia de Rosemary trata acerca de dicha percepción.

Somos nosotros quienes como espectadores, nos volvemos paranoicos mucho antes que ella. Tras la impresionante violación satánica (una secuencia surrealista muy bien lograda), y resultante gravidez, la propia paranoia de Rosemary comienza, muy gradualmente, como la gota que hace la grieta, a emerger. Pronto nos descubrimos en una atmósfera estremecedora: Minnie Castevet es una vecina generosa y atenta, amén de insistir en que vea a su íntimo amigo, el prominente Dr. Sapirstein (Ralph Bellamy), ¡Por favor no lo hagas Rosie! queremos gritarle; ¡él es uno de ellos!... por un momento, parece que toda la ciudad está llena de monstruos mientras que la dulce y sensible Rosemary es la única persona normal… pero, ¿realmente lo es?

Nuestro temor como espectadores por Rosemary proviene de nuestra identificación con ella y nuestro deseo de protegerla; es así que poco a poco desconfiamos de todos. Pronto, Polanski nos suelta de la mano en medio de la noche y sucumbimos a nuestra paranoia y todas nuestras pesadillas se vuelven realidad con brutal precisión.

Si las películas de terror que tanto disfrutamos, en cierto modo funcionan como una catarsis para nuestras fobias cotidianas, entonces El Bebé de Rosemary refleja con eficiencia feroz los temores de un residente de ciudad: lo peor puede estar en la casa de junto y viene por ti. El logro indiscutible de novela y filme, es precisamente eso; que nos deja enajenados, sin aliento, temerosos, por un rato, llevándonos a la cumbre del grito con sólo cambiar discretamente de escena.

lunes, 9 de junio de 2008

Treinta y cuatro

No sabía qué escribir hoy.

Es mi cumpleaños 34.

Haciendo el balance de las cosas, creo que este año que he estado "fuera" ha sido un buen año. Ahora viene mi año 34. No sé cómo será. Espero que bueno; no estará exento de sus altas y bajas, pero eso es lo que sucede. No sé si celebrar, pero igual se celebra cada día que descubres algo qué agradecer.

Y yo me siento muy agradecido, por todos los privilegios (y las lecciones) que he recibido en los doce meses que llevo como total "independiente". He descubierto que puedo hacer cosas que antes no sabía, que tengo aspectos de mi persona que me gustan mucho y una nueva comodidad conmigo mismo, que antes no tenía.

¿Qué voy a hacer hoy?
Es lunes. Menuda suerte, ¿no? -- El sábado fui afortunado de haber sido invitado a cenar por algunos amigos, generosos y estupendos (que no me merezco) en el mejor restaurante mexicano de Gijón (¡por mucho!) y ayer, llevé a Audrey a dar sus primeros pasos por la ciudad, toda vez recibidos los refuerzos de sus vacunas.

Hoy es lunes. Trabajo (he estado trabajando), así que no tengo plan fijo, excepto uno: esta noche, voy a cenar con el mismo amigo con el que ceno más o menos cada tres semanas. Es una especie de cena ritual que tenemos. Y nos gusta (al menos hablo por mí al decir que me gusta) y coincide con mi cumpleaños. No sé a dónde iremos, pero donde sea, será bueno. Porque no importa el sitio, ni la mesa. Es lo que decimos cuando estamos sentados a ella. Entonces me relajo, y soy yo mismo, y disfruto muchísimo estas veladas, que son modestas (no crean que hacemos algo espectacular o secreto) pero para mí, muy valiosas.

Hay algo que estaba pensando en estos días, y que me quedó claro de pronto una noche en vela, en mi camita, después de apagar la luz. Lo dije el sábado in situ, y lo digo ahora, aquí.

Siempre que pienso en por qué estoy en esta ciudad, en este país, me respondo a mí mismo, que si en éstas ando, es porque yo quise, y que lo principal que debe preocuparme es hacer mi trabajo y subsistir; que la gente que he conocido en esta ciudad, son eso mismo, gente que he conocido en esta ciudad, que algunos son mis amigos y que tienen sus familias y ciertamente, no son mi familia.

Pero luego, pienso, y a todo esto, ¿qué es una familia, para qué sirve?

Me doy cuenta de que sirve para que te sientas menos solo y para que te sientas muy amado.
Y eso es lo que los amigos que tengo han hecho por mí.

Gracias por ser, para lo que uno valga, mi familia.

viernes, 6 de junio de 2008

Todos los días son días de Brenda

Yo confieso, ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y televisión.

Por mi culpa (golpe de pecho), por mi culpa (golpe de pecho), por mi grandísima culpa (golpe de pecho -- auch.)

Por eso ruego a Santa Mary Tyler Moore siempre Virgen, a los Ángeles de Charlie, a los Santos y Los Invasores y a vosotros hermanos, que intercedáis por mí ante Hechizada y Dios, Nuestro Señor.

(Y si no se han ofendido -- no era mi intención-, ni los he perdido, please sigan leyendo)

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Yo confieso.

Fui adicto a Beverly Hills 90210.

De hecho, y en menor medida, aún lo soy. Al menos ahora puedo ver episodios en DVD sin ocultarlo. Ya no es un sucio secretito.

Pero cuando iba en Preparatoria, que fue cuando me envicié por primera vez con este dramón pseudonihilista para el adolescente materialista y muy hip, tenía que negar mi adicción y satisfacerla prácticamente en secreto. Tenía que fingir que abiertamente menospreciaba este producto extranjerizante que venía a enajenar a la chaviza.

Pero lo confieso: entre 1990 y 1994 estuve clavadísimo con la serie. Algo de culpa tendría la morbosa fascinación que ejercía sobre los seguidores (secretos y no) de la serie, el odiar a Brenda Walsh (Shannen Doherty).

De algún modo inexplicable, en algún punto de 1992 -- posiblemente cuando Dylan (Luke Perry, que también agitaba de manera-no-tan-secreta mi núbil hormonamen) la dejó por la rubia, dulce y sensible Kelly (Jennie Garth)- brotó la fiebre de odio a Brenda. Era contagiosa, era irresistible y se extendió por le mundo como un fuego forestal... ¿quién no disfrutaba odiando a Brenda? ¡Se convirtió en un pasatiempo internacional!

Pronto, hubo un disco homenaje "Hating Brenda" (que aún conservo) y la famosa I Hate Brenda Newsletter, un fanzine que hoy es objeto de culto. La transgresión total surgida de un programa de TV baladí, este tipo de aberración forma parte de mis amorosos recuerdos de ese vicio vergonzoso pero añorado.

Claro, donde Brandon Walsh (Jason Priestley) era sencillamente adorable y Andrea Zuckerman (Gabrielle Carteris, que ya tenía más de 30 años, pero hacía de una ambiciosa preuniversitaria con gracia y salero) era una mezcla de creación de Henry Miller y Plaza Sésamo, el abismo negro que era Brenda, lo consumía todo: si su novio surfista y millonariazo la abandonaba era fascinante, si sus pobres padres se consternaban y trataban de ahogar sus penas con litros de helado, era motivo de celebrar: Brenda era satánica, malévola, perversa, todo en la apariencia de esa chica mona (pero nunca hermosa) con dientes horribles y melena oscura.

Cuando Brenda dejó el programa, automáticamente perdí interés. No lo seguí viendo. Lo mío era disfrutar de esa química retorcida entre Brenda y Dylan y ese odio anormal, irracional (y por lo mismo, perfectamente inofensivo) surgido contra un personaje imaginario. Supongo que en esos momentos atribulados de mi pálida y temblorosa juventud, cuando no me podía permitir encarar emociones negativas de ningún tipo, el proyectarlas contra una imagen electrónica en mi televisor, me sirvió para rescatar lo poco de estabilidad mental que me quedaba en esos momentos de perturbación y me ayudó, a la larga y de manera indirecta, a recuperar el balance y la salud mental que ahora tengo, en mayor o menor medida.

Así pues, ahora queda revelado mi secreto. Fui adicto a una telenovela juvenil de dudosa categoría y mérito cultural, que, no obstante, me ayudó a mantenerme a flote mostrándome que el sufrimiento real puede ser manejable y que se transforma en experiencia de vida, donde el exacerbado sufrimiento de personajes imaginarios es interminable, formidable y, en cierta forma, una válvula de escape que nos llena de optimismo.

Sé optimista. Algo peor puede ocurrirle a Brenda.

Ahora, preparan un "spin-off", una especie de serie hermana-casi-nietastra de este programa y lo anuncian sin pudor alguno para la próxima temporada en la TV estadounidense.

No lo veré. La única manera en que me conseguirían picar la curiosidad es si trajeran de vuelta, además de la dulce-y-sensible-cusca-con-el-corazón-de-oro Kelly Taylor, a Dylan y a Brenda.

El conflicto final sería de proporciones épicas. Y sólo con una conclusión total de este triángulo aberrante, superficial y a la vez tan significativo (aunque sea nostalgia baratona de mis años de prepa) podría alcanzar mi adicción catarsis.

Sin Brenda, no cuenten conmigo.

jueves, 5 de junio de 2008

Obamarama!

¡Es Obama!

¿Podrá?

Personalmente, no era mi favorito (ya había yo dicho por ahí que mi gallo era Mrs. Clinton), sin embargo, de los males el menor.

¿Podrá hacerle frente a McCain? ¿Podrá más el temor a lo desconocido, la desconfianza y el espectro del racismo? Obama está muy verde todavía... ¿pero eso es ventaja o lastre?

¿Llevará a Hilly como Vice-Presidente? ¿Es conveniente? ¿Es la fórmula ideal?

Queramos o no, de esta elección -- en Noviembre- dependen muchas, muchísimas cosas, en nuestros futuros para los próximos cuatro años.

Supongo que si pudiera votar, votaría por Obama (aunque no me guste).

¿Opiniones?

lunes, 2 de junio de 2008

La Parca viste a la Moda

Mi primer traje fue un traje azul.

Me lo compró mi madre. No recuerdo para qué ocasión. Fue hace casi veinte años.
Era un traje de Yves Saint Laurent.

Nunca había tenido un traje que fuera mío. Alguna vez, antes de dar el último estirón, había llegado a usar trajes de mi padre, pero cuando de pronto me encontré diez centímetros más alto y ancho que él, fue necesario que tuviera, por lo menos uno. Recuerdo que lo fuimos a comprar, y que mientras mis padres se ocupaban de ver que el traje fuera de un material lucidor y resistente y que se viera bien, yo en lo que pensaba, era que Yves Saint Laurent era íntimo amigo de Catherine Deneuve.

Con la muerte de St. Laurent se acaba el capítulo del creador como figura de poder detrás de una casa de modas. Hubert de Givenchy y él fueron los últimos grandes en ese ramo, siguiendo a Coco Chanel o a Balenciaga -- que a propos de nada, cerró su atelier en 1968.

No que hoy no haya grandes diseñadores de haute couture, los hay. Por supuesto que los hay. Pero ni Alexander McQueen, o Galliano, o Stella McCartney o el divinísimo Tom Ford, ninguno de ellos, es realmente revolucionario, como lo fuera Saint Laurent, en su época de mayor apogeo, en los 60, cuando contribuyó a cambiar la manera en que las mujeres se vestían, para siempre.

Me caía bien. Tan teatral, tan estrambótico, tan "amariconado" y tan genuino. Tan auténtico.

Diana Vreeland decía que (y vaya si esta mujer sabía, no en balde fue directora del Vogue por años de años de años) si Coco Chanel y Christian Dior eran gigantes mitológicos, YSL era sencillamente un genio. Y así lo creo.

Ahora pienso en mi primer traje, que era muy sencillo, pero era de YSL. Y lo recuerdo no sin tenura (ay, pero eso es algo que tiene mi memoria, tan sentimental y tan babosa, todo o casi, lo recuerda con una cierta aura de ternura que realmente no tiene) y me pregunto qué habrá sido de él. Evidentemente, es algo que ya no tengo. Es parte de la piel que he ido dejando atrás, tirada conforme cambio. Ya no uso prácticamente trajes. Pero ese lo recuerdo. Y al hombre que, directa o indirectamente lo creó para mi, hace tantos años, también.

Requiescat in pace, bon maître.