jueves, 31 de enero de 2008

Ya abrimos

Terminado y
limpio y
contrito y
de vuelta al trabajo.

domingo, 27 de enero de 2008

María

El día de tu muerte, me llamaste por un nombre que no habías usado conmigo en más de veinte años, quizá desde que él se fue.

¿Me reconociste, entonces?

Ya nunca lo sabré.

Has vuelto a mí en sueños, últimamente. Eres un fantasma y yo el lugar de las visitaciones.

A veces me dan ganas de decirte, todo lo que no pude -- aunque tú y yo hablábamos mucho, tanto, todos los días: yo no quise tratarte como a una enferma- pero no como un reproche- Esto no es un reproche. Me avergüenza hacer reproches, porque cuando los hago, lastimo a los que quiero. No me lo dicen, pero lo veo en sus ojos y no sé cómo disculparme, no tengo cara para hacerlo. Esto que escribo ahora no lo es.

Contigo, aunque ya no estés, me une la relación más compleja que haya tenido con cualquier persona: más que con mis padres, o con mi abuelo o con cualquiera de mis amigos, mis confidentes o incluso mi(s) ex-pareja(s). Y te quise, y lo sabes. Te quise más de lo que tú me quisiste a mí. Esto no es un reclamo; es una declaración de hecho.

Crecí bajo la mesa de tu cocina, oyéndote hablar. Tus frases, tus giros del lenguaje, se hicieron los míos. Por eso se me retuerce el corazón cada vez que hago un reproche, o que inconscientemente, hago un desprecio (siempre me doy cuenta hasta que ya ocurrió): al oírme, me oigo como tú.

Y sin embargo sé, que no eras ese monstruo terrible que cualquiera pensaría -- y cómo no, ante la evidencia: los afectos con tasas, las diferencias entre un hijo y otro, entre nietos; la constante insatisfacción mientras se clama por la conformidad, la palabra "inútil" en tus labios-, porque también están los desconcertantes gestos de ternura, la generosidad impartida y recibida, el lugar a la mesa para el hambriento y a la par con el cariño resentido (sí, mamá. Nos enseñaste a amar con resentimiento y con tristeza...) la gracia y gentileza. Todo eso aprendí de ti en esos años formativos. Cuánto quisiste a una hermana a la que nunca comprendiste --¡y cómo te quiso mi tía Lucila! Más de lo que cualquiera hubiera podido, dadas las circunstancias- y a la que jamás perdonaste las pequeñeces de la infancia.

Mi madre -- tu nuera, que fue más tu hija que tu propia carne, hasta ese último minuto y lo supiste muy bien, aunque nunca se lo dijiste- solía hacer excusas por ti: ¿Cómo puedes esperar amor de quien nunca lo recibió?

Pero lo recibiste: mi abuelo te amaba. Lo sé porque lo vi. Y no te lo demostró sólo con objetos preciosos, con regalos generosos -- lo demostraba con ternura y con paciencia. Te quiso sin cegarse, pero te quiso tanto como nos amó a nosotros. Con la misma desmesura que tenía para su bolsillo o para su oído. Su corazón no era tacaño.

Recibiste amor de él y de tus hijos; de mi padre, que te quería aunque no sabía cómo demostrártelo y que se dolía (como nosotros, igual que nosotros) aún después de los sesenta, al oír una queja, una comparación. Me consuela que no fui él, que mi niñez y juventud no fueron las suyas. Mi padre te quiso, y posiblemente sólo esperaba de ti saberse querido. Tan así, que no le importó demostrárnoslo a nosotros, o bien, a mí. O tal vez es lo que aprendió de ti. Todo el amor para un solo retoño.

Somos huérfanos cuando mueren nuestros padres, viudos al morir nuestros cónyuges. ¿Qué somos cuando mueren nuestros hijos, mamá? Sé que nunca olvidaste a esa hija tuya muerta en la infancia: tu Lucy, tu único sueño, tu tesoro perdido. Tu corazón reseco en una parte, como hojarasca de invierno. Cuánto te dolió perderla, que antes de atreverte a reclamarle al cielo -- que es el único al que podemos agitar nuestro puño para exclamar nuestro dolor y nuestra pérdida, pero pocos lo hacemos- preferiste cerrarte. Cuánto deseé, no te imaginas, en esos años, poderte restaurar esa hija perdida. Si tu Lucy no hubiera muerto, ¿nos habrías amado sin rencor, sin amargura, sin resentimiento? ¿Si tus padres no hubieran muerto? ¿Si mi abuelo no hubiera muerto?

Esa es otra cosa que nunca sabré.

De tus enseñanzas, prácticas aunque duras, me quedó el poder resistir la presencia de la frialdad y el desencanto. Tragármelos como se traga el aceite de hígado de bacalao, o un diente de ajo en crudo. Aprendí a vivir con el silencio protocolario, el recelo no dicho y el miedo. También a convivir con la soledad. A aceptar con gracia el menosprecio. Y me hizo fuerte: mírame ahora. Si ahora vengo ante ti y me arrodillo como ante un altar o una lápida para hablarte, no es que sea débil. Mi cabeza no se dobla. He sobrevivido a la frustración propia y a la crítica ajena hecha con amor o con maldad. He aprendido a que si lloro y dejo que me duela, no me muero. Soy fuerte. He aprendido a ser un niño bueno para que todo el mundo me quiera -- y cuando no me quieren, me levanto y sigo mi camino.

Quizá no sabías, mamá, que me enseñabas a sobrevivir con la desesperanza como prenda. Desesperanza, nunca desesperación. Porque aprendí -- sí, mediante golpes, claro. Algunos más inesperados que otros que he visto venir desde lejos- a no esperar nada de nadie. Ni siquiera de los míos, a los que quiero y que sé que me quieren de algún modo. Aprendí a no esperar nada y tú me lo enseñaste sin saberlo. Pero no me desespero tampoco. Y eso también es lección de tu boca igual que caminar con postura (mi espalda siempre recta, mi cabeza alta) y cómo comportarme en una mesa.

Esto que ves, María, madre mía, es mi dolor por tu ausencia. Mi luto personal que vuelve en estos días de enero, de sol de invierno (el que no calienta, como tú decías). Mi carne viva, mi alma destrozada, mi corazón roto. No me mires con temor, ni con pudor. Porque esto que hay es lo que soy, igual que hay cosas buenas y luminosas -- mi risa estrepitosa, mi imaginación desbocada, mi cariño desaforado y desconcertante, mi necedad a ultranza, mi temerario ser aventurero-. Me duele tu muerte, como me dolerán otras mañana o pasado mañana -- estar tan lejos me hace percatarme. Cuando sucedan no estaré ahí, pero mamá, estoy donde debo estar. Donde quiero estar. Y te extraño al soñarte. Porque en mis sueños estás viva... pero no quisiera que lo estuvieras, porque sólo sería volver a perderte.

Mírame, madre, abuela, hija mía -- porque eso eras en los últimos días, como mi hija- con tu ira y tu fragilidad desde donde ahora estés, con tu amor maltrecho y tu humor esporádico: mírame, madre. Soy tu obra. Con pies de barro y manos torpes. Y una sonrisa que te busca aún pese a los rechazos y unos brazos para sostenerte. Todo lo que pasamos, lo pasamos juntos: cuando sentías miedo de morir y temblabas, cuando me acompañaste al cine, porque no había quién lo hiciera, cuando cocinabas en silencio y yo te observaba.

Ahora después de haberte ido, tengo los objetos exhumados que nunca me diste. ¿Para qué guardarlos tantos años? Son como los besos que no recibí, la comprensión que no podías dar porque yo no era como los demás y darla te era tan ajeno. Y son como las lecciones esgrimidas y aprendidas: no sabías lo que me enseñabas. Aprendí a no esperar nada, pero también aprendí que mis raíces las tengo en el alma y no en la tierra, que yo soy el que busca al destino que me espera y que el desencanto a veces es un precio.

Tengo el corazón roto y el alma rota. Ninguna de las dos cosas las hiciste tú, no te echo la culpa. No es culpa de nadie. Tal vez de esas trizas es de donde me reconforme. O seré algo nuevo. Tú que ahora tienes todas las respuestas, en la guarida divina por la que tanto pediste, y que sin duda mereces (que Dios te tenga en su gloria, pues), quizá podrás darme una respuesta. O tal vez no. Quizá me hables si apareces de nuevo en mis sueños.

No tengo capacidad para enojarme, no contigo, ni con nadie. No me quedan fuerzas para ello, ni para llorar. Se extinguieron tus luces y al apagarse ellas se abrieron mis senderos. Tengo que, me temo, dejarte ir. Pero no te vayas con la idea de que no te quiero, o de que te quiero con lástima o rencor.

En mi corazón de niño (¡ay, maldición! ¡Mi corazón siempre será el de un niño!) se ha posado una canción. No es lo que te cantaba cuando pequeño (yo sí me acuerdo), mirándote sentada ante el espejo mientras te peinabas. Esta es una canción que al oírla por primera vez, me recordó a ti. Y se convirtió en un retrato de ti. De tus ojos me caí, de tu corazón me caí, de bruces yo me fuí y el cielo se hizo de piedra. Y te mentiría si te dijera que no me dolió -- y me odio cuando miento-. Eras fría y dura y magistral como la luna mamá. Pero también eras la tierra y el abrigo. La eterna paradoja. La yuxtaposición.

La luna es un ama dura, madre. Así lo dijo Jimmy Webb y lo cantaron Judy Collins y Joan Baez y tantos otros más. Así lo canto hoy para tí.

Hoy es el aniversario de tu muerte. Y no es que no te piense cualquier otro día (te pienso todos los días, eres parte intrínseca de mi vida) pero hoy, así como la luna crece, también el recuerdo.

Insisto, no es un reproche -- me arrepiento de los reproches que he hecho sin razón ni motivo o por malos entendidos. No sabes cómo me remuerde la consciencia-. Es una declaración de los hechos. Tu forma de ser, ayudó a formarme. Lo que soy es lo que ves.

Un día alcanzaré catársis, no temas. Y te seguiré trayendo flores, y te seguiré (aún tan de lejos) queriendo.

Ven a verme cuando quieras. Yo aquí, ante el mar que ruge y murmura, siempre te espero.

ººº

The Moon is a Harsh Mistress

See her how she flies
Golden sails across the sky
Close enough to touch

But careful if you try
Though she looks as warm as gold

The moon's a harsh mistress
The moon can be so cold

Once the sun did shine
Lord, it felt so fine
The moon a phantom rose
Through the mountains and the pines

And then the darkness fell
The moon's a harsh mistress
It's so hard to love her well

I fell out of her eyes
I fell out of her heart

I fell down on my face
I tripped and missed my star

I fell and
I fell alone,

The moon's a harsh mistress
The sky is made of stone

The moon's a harsh mistress
She's hard to call your own.

jueves, 24 de enero de 2008

Películas con sexo

¿Tienen sexualidad las películas?

No me refiero por esto, claro, al hecho de si hay en ellas algún elemento meramente sexual que sea visible -- esto sería muy obvio y ustedes me pensarían muy ingenuo-. Me refiero a esto como una cuestión de género. ¿Hay películas con sexo masculino y sexo femenino?

La pregunta no debe ser nueva y estoy seguro que ha sido planteada por especialistas, historiadores fílmicos y psicólogos en numerosas ocasiones, pero a mí se me ocurrió la idea no hace mucho y de un modo más bien gradual.

Ustedes saben que para ganarme la vida veo películas. Es mi pan y mi sal, ¿cierto? Sin embargo, he ido descubriendo que hay, en ocasiones, un factor que me influye en si me gusta del todo o no una cinta. Es algo muy, muy personal, pero quizá por lo mismo, innegable. Hay películas masculinas y femeninas y eso me sorprende (ya les dije, llámenme cándido aborigen).

Hace poco, durante un visionado de la nueva película de Ridley Scott, American Gangster, sentí que la película tenía un exceso de testosterona que me resultaba perceptible a un nivel más personal y que en cierto modo, me resultaba hasta molesto: no se trata de una película muy obvia en su género (como las de Schwarzenegger, cuando hacía películas, que eran invariablemente un macho-fest, exceptuando las que hizo con Ivan Reitman, especialmente Junior, que son honrosas excepciones a la regla), pero tenía un aura excesivamente masculina.

Algo similar me ocurrió hace algunos años al ver la espléndida cinta de Todd Haynes, Lejos del cielo, con Julianne Moore.. es muy femenina y esto se advierte desde su planteamiento de argumento, hasta en la paleta de colores y las locaciones utilizadas. Me gustó mucho, pero su aura tan excesivamente femenina, [de hecho, tan "rosa"] me resultó agotadora en un principio, si bien Haynes tiene otra película muy femenina, Safe, que es todo lo contrario (descarnada, sin esperanza, igual con la Moore) y no pierde su identidad por ser menos "rosita"; por cierto, el director también tiene dos cintas "hombres" en su haber: Velvet Goldmine y I'm not there, lo que habla de su versatilidad para crear esa característica en su trabajo.

No es que no me gusten las películas "masculinas" -- la mismísima Los Puentes de Madison, de Clint Eastwood me resulta también excesivamente "femenina"- lo que me resulta fuerte, es la presencia de su sexualidad tan marcada, aún tratándose de una película.

Caminando de vuelta a casa, pensé mucho en el tema -- a mi amigo Luis le consta, no andaba yo realmente "aquí" cuando salimos del cine, pobre, me disculpo- y en que si se escruta con cuidado y se mira más allá de lo evidente y lo obvio, todas las películas tienen su sexualidad muy marcada, muy bien establecida y muy segura.

Por ejemplo: Sunset Boulevard, de Billy Wilder, es un gran clásico del film noir, y del cinema universal, resucitó la carrera de William Holden y convirtió en icono a Gloria Swanson (que salió del retiro para actuar en ella como la patética y monstruosa y entrañable Miss Norma Desmond), es una cinta narrada por un hombre, pero tiene una sexualidad femenina muy clara en su desarrollo y desenlace. Sus elementos están muy bien condicionados a un mundo de hombres -- la industria del cine-, pero no pierde su identidad como película "mujer".

En cambio, Un tranvía llamado deseo, de Elia Kazan, con Brando y Vivien Leigh, si bien tiene a uno de los personajes femeninos más vulnerables (¡y memorables!) de la historia en Blanche DuBois (verbi gratia Tennessee Williams, por supuesto), es una película eminentemente masculina: la presencia del Kowalski interpretado por Brando es fuego y todo lo permea. Rebelde sin causa es un caso similar: una película "hombre" donde las hay, desde la presencia icónica del atormentado (on-y-offscreen) James Dean, hasta el tratamiento que hace Nicholas Ray como cineasta de la historia.

En ciertos aspectos, es un poco más fácil encontrar la sexualidad en cintas de autores como Alfred Hitchcock: Los Pájaros es notablemente "mujer" (baste recordar la presencia de Tippi Hedren, la recién fallecida Suzanne Pleshette, Jessica Tandy y Veronica Cartwright), al igual que algunos de sus clásicos más recordados como Rebecca (obviamente, incluso con subtextos lésbicos), Sospecha (sin Joan Fontaine ninguna de las dos podría ser concebible y Cary Grant, en ésta última, es un accesorio de apostura masculina magnífica que se presta a la naturaleza abnegada y sutilmente histérica de la identidad femenina como narración), Encadenados/Notorious (lo mismo: Santa Ingrid Bergman es una presencia radiante de carisma que rige la pantalla), la controversial Marnie (con su brutal honeymoon rape a manos de Sean Connery, la testosterona encarnada como James Bond, pero de eso hablamos un poco más adelante) y hasta Psicosis (claro que es totalmente femenina y no lo digo nada más por Janet Leigh, la ducha, o la "mamá" de Norman Bates).

En cambio, otros grandes y memorables filmes como Vértigo, La Ventana Indiscreta, Con la muerte en los talones, Atrapa un ladrón, Topaz, Cortina rasgada (en la que Paul Newman hace lo imperdonable: ¡se lleva a la cama a Julie Andrews!) y especialmente Frenesí, son fácilmente identificables como "hombres", aún con memorables presencias femeninas en sus repartos (, Kim Novak y Santa Grace Kelly).

En el caso de los más representativos filmes de la edad de oro de Hollywood, Lo que el viento se llevó y Casablanca, no está a discusión qué tipo de genitalia tendrían si fueran personas: la de Victor Fleming es femenina por antonomasia, donde la de Michael Curtiz es un trabajo tan masculino en su esencia (Bogart contribuye al cien por ciento, claro) como lo es la monumental Ciudadano Kane, de Orson Welles.

En el llamado "cinema de autor", la tendencia no tiene parámetros muy definidos: la sexualidad de cada cinta no es parte de la rúbrica del director que la realiza; es un elemento que sirve a la trama y que se hace patente en su desarrollo.

Así, tomemos por ejemplo a Roman Polanski: donde Cuchillo en el agua, Piratas, El Pianista y la enormísima Chinatown son muy masculinas hasta en su mirada descriptiva, su formidable trilogía de los apartamentos -- esto es, Repulsión (1965), El Bebé de Rosemary (1968) y El Inquilino (1975-76)- son "mujeres".

De hecho, el caso de la cinta con Mia Farrow y Ruth Gordon será tal vez el más redondeado: el horror más intrínseco de una mujer es que su embarazo pueda salir mal, que haya algo terrible que amenace a su hijo. El Bebé... es una de las grandes cintas "mujer" del cinema moderno.

En el resto de su canon, el cineasta polaco tiene otros filmes de orden femenino: Tess, Luna Amarga y su devastadora versión de Macbeth (aún si se trata de una de las obras más "masculinas" de Shakespeare, Polanski eleva a su Lady Macbeth -- Francesca Annis, joven y núbil- a un nivel inesperado de empatía que se imprime a toda la cinta-. Por su parte, Luis Buñuel sabía imprimir una identidad sexual muy clara a sus filmes y aunque tradicionalmente era -- según quienes lo conocieron- machista, sus mejores cintas son femeninas: Viridiana, Bella de Día, Ese obscuro objeto del deseo y El Ángel Exterminador. Curiosamente, Tristana, aún pese a llevar como personaje titular a la Deneuve, es claramente identificable como una cinta muy masculina en sensibilidad y presencia.

Ingmar Bergman hizo lo propio: su obra es fácil de identificar en ese sentido. El séptimo sello, Fresas Salvajes, El Huevo de la serpiente, De la vida de las marionetas, Vergüenza, La hora del lobo, El manantial de la doncella y Fanny & Alexander son masculinas; Gritos y Susurros, Escenas de un matrimonio (en sus dos versiones: TV y cine), Cara a cara (ídem), Persona, Sonata de Otoño (¡Bergman vs. Bergman! Ingmar ganó, pero Santa Ingrid se batió como los meros machos y no se rajó) y La Pasión de Anna, son claramente femeninas -- en parte, gracias a la luminosidad de Liv Ullmann.

Woody Allen, por su parte, casi siempre es fiel a sí mismo y sus películas tienen "pene" (un ejemplo claro de esto es Manhattan)... exceptuando un puñado de las más sabrosas y memorables: Annie Hall, la espectacular Otra mujer, Interiores (que es para mí una de sus mejores cintas), Alice, Septiembre, Misterioso Asesinato en Manhattan y -- naturalmente- Hannah y sus hermanas, son en toda dimensión, películas con "vagina" (Gracias Mia, gracias Diane y gracias, Santas Geraldine Page y Gena Rowlands).

Habrá quienes digan "¡Claro! ¡Almodóvar hace películas muy femeninas!" y no le falta razón; sin embargo, hay también sus excepciones: su inolvidable La Ley del Deseo, ¡Átame!, Matador, Hable con ella, Carne trémula y la bastante malita La Mala Educación, son películas de Almodóvar muy, muy masculinas. No homosexuales (acaso salvo la última, en el sentido más estricto de la palabra, pero el guión así lo exigía: es un sórdido melodrama homosexual), sino masculinas en el sentido testosterona y tal.

No es exagerado decir, acaso, que Todo sobre mi madre es una señora película, que le habla a las mujeres de su identidad y su sentimiento desde el principio (rindiendo claro homage a otras cintas muy "mujer": All about Eve [Mankiewicz, 1950] y Opening Night [Cassavetes, 1977] en su trama), donde Hable con ella es un señor filme, contado con una sensibilidad masculina desprovista de gracejos y aristas.

Podría seguir yo eternamente metiéndome bajo las polleras de las películas, para verles si tienen una cosa u otra, pero esto que escribo no trata de eso. Como dije, hay ejemplos muy obvios (la saga de James Bond -- con la excepción notable de Al Servicio Secreto de Su Majestad, nótese-, es una épica de lo masculino en pantalla, mientras que el ouvre completo de Meg Ryan --¡ja,ja!-, restándole solamente Los Doors, de Stone [director macho donde los hay], es de caracter fielmente femenino), pero también los hay que sorprenden: por ejemplo, yo sostengo que Juego de Lágrimas (The Crying Game), es, más allá de toda la controversia que causó, una cinta muy masculina -- casi toda la obra de Neil Jordan, salvo The End of the Affair, In Dreams y En compañía de lobos, lo es. Su más reciente, con Jodie Foster, The Brave es tan forzada, que acaba en travestismo-, donde El Graduado, de Mike Nichols, tiene una femineidad que resulta inescapable, en su mística (esto, sin Anne Bancroft como Mrs. Robinson no sería posible: ella se vuelve el corazón de la cinta).

Podrán decirme que estoy loco, pero inclusive, la presencia de un actor/actriz, muchas veces designa la sexualidad de la película, aunque pueden resultar flexibles en algunos casos: por ejemplo, donde casi todas las películas de la insuperable Audrey Hepburn son de naturaleza muy femenina, hay tres que son "hombres" a las claras: Charada, Robin y Marian y la genial Dos en la carretera. Por otra parte, algunos "muy hombres" nos han dado cintas de identidad femenina: he ahí a Robert DeNiro con Falling in Love, New York, New York o Stanley & Iris. Una golondrina no hace verano, como se puede ver.

Personalmente, tengo una mayor afinidad con las cintas "mujeres" -- como Las Horas, Petulia, El Bebé de Rosemary, Picnic en Hanging Rock, Gosford Park, 3 Mujeres (ambas de Robert Altman, que tenía películas de ambos sexos), ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Alien: el Octavo Pasajero, El talentoso Mr. Ripley, Amélie, Alicia ya no vive aquí (¡de Scorsese!) o el canon completo de Sofia Coppola (lo digo sin tapujos: ¡AMO A SOFIA COPPOLA! y especialmente a [la vilipendiada por algun@s] Lost in Translation) - aunque también me gustan algunos "hombres" (ya, ríanse, pueden hacerlo) como El Padrino (I y II), La conversación, Los Tenenbaum (de Wes Anderson, que es sorprendentemente masculina), Midnight Cowboy, El Exorcista, El Francotirador (con DeNiro), Kramer vs. Kramer, Los Amantes del Círculo Polar o Ser o no ser (la de Lubitsch; el remake de Mel Brooks salió "mujer"... y también me encanta), o la devastadora y memorable Adiós muchachos/Au Revoir les Enfants, de Louis Malle, entre muchas otras, de naturaleza más masculina.

El cine tiene muchas características que lo hacen una parte integral de mi vida. Ésta acaso sea la más reciente que yo, siendo un bisoño, le he encontrado. Esto me gusta: ahora podré ver esas historias con nuevos ojos. Siempre hay una nueva manera de mirar.

¿Y a ustedes? ¿Les gustan los hombres o las mujeres? ¿O ambos?

miércoles, 23 de enero de 2008

Alec & Co.

Alejandro mi compadre, con Diana, Esteban (izquierda) y Cristóbal (derecha)

Ellos también son mi familia. Y lo son por muchas razones a lo largo de muchos años. Conocí a Alec en el taller de Rafael Ramírez Heredia, a manera de crítico feroz y escritor velocísimo e incendiario, en una época en que yo había roto le cascarón y estaba comenzando a madurar (algo que supongo que no he terminado de hacer, ni terminaré).

Alec se convirtió en el líder de facto (sin buscarlo) de la pandilla de escritores locos que nos juntábamos a cenar en el post-taller todos los martes, pero a mí me distinguió siempre como un amigo aparte de la actividad talleril. Eventualmente, fue incorporándome a su vida "real", y él y su esposa, Diana me brindaron mucho cariño, seguridad, confianza y amistad desde esa época en que lo necesitaba para crecer, y que aún ahora perduran.

Sus hijos son muy especiales para mí (la primera infancia de Esteban fue mi primer contacto con un bebé que crecía cuando yo ya era adulto). Esteban es ahora un joven brillante, independiente y con gran corazón, donde Cristóbal es uno de mis niños favoritos, generoso con su cariño. A ambos los quiero profundamente.

Diana, a quien Alec conoció cuando estudiante y que ha estado con él desde entonces (¡treinta años!) es una mujer extraordinaria, una madre excepcional y valerosa. Juntos han pasado por todo: lo adverso y lo espléndido y siempre con se ha mantenido como un cisne, con la gracia que la hace ejemplar. También a ella la quiero muchísimo (y sé que me quiere) y le agradezco esos gestos de ternura que me ayudaron a ser quien ahora soy.

Hoy es cumpleaños de Alec.
No se me olvida. Durante más de una década, hemos celebrado siempre esta fecha.

Este año no estoy ahí con él, no podremos irnos a comer como estilábamos, pero no obsta para decirle que lo recuerdo desde aquí, que pienso en él y en los suyos (que son parte intrínseca de los míos), y que soy muy agradecido por lo que hicieron y siguen haciendo, aún a la distancia, por mí.

Y te celebro, compadre. Y brindaremos, pronto.

Pienso en ustedes y desde aquí, los abrazo.

martes, 22 de enero de 2008

Celebración

Porque los que te queremos (bien),
estamos orgullosos y te celebramos.

Ánimo, valor y gracia.

Fait accompli

Querido Mr. Cukrowicz (a/k/a Mr. Sugarman):

Aunque lo más seguro es que usted ya me haya olvidado, y que no nos volveremos, a ver, quise escribirle estas líneas para contarle algo que tal vez le dará gusto saber. Su sonriente predicción fue cierta, y su trabajo, naturalmente, un éxito. No sabe cómo le agradezco sus palabras dichas mientras trabajaba, su breve y riquísima lección de historia, no sólo de un establecimiento, si no también de una ciudad, de una época.

También por su voto de confianza sobre mis actos y su corrección.

Así que muchas gracias.
No puedo decirle más que eso, ni contarle más, por que la historia ya no es mía para contar. Sólo puedo decir que tenía usted razón en lo que me dijo y no se me va a olvidar nunca. Gracias por compartir conmigo un poco de su sabiduría.



Querida, querida Susan:

Gracias a tí también, por la compañía, por el apoyo, por la sonrisa presencial. Por darme la confianza de seguir mi impulso, mi instinto, que era más fuerte que incluso mi temor, para hacer lo que en sí es lo más natural. Gracias por las risas de invierno, por la caminata y por las fotos. de nuestro desayuno memorable. También, por darme ánimos. Creo que estarás contenta de saber que tú, como el orfebre, tenías razón -- de hecho, el abrumado en esta ocasión fui yo-. Pero sí, ahora te creo, ahora lo sé: No hay ningún puente que sea demasiado largo o insalvable y también, ser natural es ser quien se es, en todo momento.

Todo mi cariño, grande, agradecido a ti y a Peter.
Gracias por ser mis guías. Mis protectores en la Tundra.

Ahora mi relato está contado, si bien no del todo. Por que ya no es sólo mi relato.
Es de otros también.

Pero ahora mismo, estoy feliz. Y creo que esto es bueno.




Foto superior: Fotoshop by Selva Hernández
Foto inferior: Susan B. Straub.

sábado, 19 de enero de 2008

El primer viaje en tren de Carlos

Carlos es mi amigo.
Tiene dos años y ayer se subió al tren por primera vez.

Lo llevamos su madre, Sonia Menéndez, y yo. Fue algo que se nos ocurrió de pronto: ella me llamó por teléfono a mediodía y me dijo, "tengo que ir a hacer unas compras, ¿me acompañas?" y le dije que sí.

Ergo, me convertí en el 'canguro' de facto del peque -- que, por cierto, fue la primera persona que me sonrió en una calle de Gijón, el primer día que pasé aquí como expat deluxe (¿les gusta la frase? La usaré para publicar mis memorias de este exilio, algún día. Era eso o "El punto sobre la i: Memorama Informal de un Inmigrante Ilegal Ilustrado")- y lo fui a recibir a las puertas del autobús escolar. Eva, la formidable maid que compartimos Sonia y yo (con ella funge de nana/doméstica de lunes-a-viernes y conmigo, como force majeure del hogar dos veces al mes) lo puso en su cochecito y me lo llevé por la calle, a la estación del tren.

Carlos bien podría haber gritado "¡Socorro! ¡Me raptan!" y no habría fallado a la verdad. Yo iba muy quitado de la pena con un hijo ajeno, empujándolo alegremente, mientras él me robaba algunas miradas de desconcierto; no creo que esté acostumbrado a que le rompan la rutina de llegar a casa-baño-Baby Einstein-merienda-más Baby Einstein-recibir a papá-ir a la cama, y mucho menos, a ver a un monolito de 1.80 y 90 kilos empujándolo por la calle, así sin más ni más, por muy familiar que yo le resulte. Y le resulto, porque ya sabe decir mi nombre y lo dice con toda claridad. "¿Donde voy, Miguel?"

"A ver a Mamá."

"¿Mamá? ¿Donde?"

"Vamos a tomar un tren, Carlos."

"¿Un ten?"

"Siiiií."

"¿¡Un TEEEEEEEEEEEEEEEEENNNN?!"

La expresión en el rostro de Carlos me llenó de ternura y de sorpresa. Fue hasta que nos encontramos con Sonia, que venía desde su trabajo, que supe que Carlos nunca, en su corta vida, se había subido a un tren.

"¡El ten, mamá! ¡El ten!" exclamaba, tratando de salirse del carrito en cuanto llegué con él a la estación, desde cuyo vestíbulo se alcanzan a ver los andenes. El entusiasmo total, absoluto, desbordante, de un niño de esa edad, es contagioso. Nos sentamos en el andén a esperar a que llegara nuestro tren para llevarnos a Oviedo, la vecina ciudad del sur (que personalmente a mí no me gusta mucho, si me preguntan) y Carlos no dejaba de estirar la cabeza de un lado hacia otro, tratando de anticipar la llegada del tren. Sonia trató de persuadirlo de que merendara ahí mismo, pero fue inútil. Lo que él quería era ver el tren. Hasta imitaba el sonido del mismo, tal como lo oyó por primera vez al ver Dumbo (misma película que lo impresionó feamente, que con la alucinación de los elefantes rosas y el hecho de que la pobre madre de dumbo fuera a parar al trullo injustamente acusada de ser una loca peligrosa, cuando en realidad sólo era una pobre elefanta acomplejada por las otras paquidermas vetarras y pretenciosas).

Junto a nosotros, en la banca, llegó a sentarse una señora ya muy mayor (lo que aquí en Asturias alguno llamaría, afectuosamente, una paisanina muy mayorina) que se encantó con nuestro chico. Le hacía carantoñas -- que el otro correspondía- y le decía: "¡Pero qué guapu! ¡Qué guapu ye!" (Ye, en Asturiano, quiere decir "es").

Carlos le respondió con un grito feliz: "¿Guaaaapuuu?"

"Sí, ye perguapu," dijo la viejita (perguapu, né muy guapo.)

"¡Guapo!" dijo Carlos, juntando las manitas frente a su boca. "¡Guapo e CABÓN!"

(Supongo que esta última no necesita traducción)

Por un momento temí que o a la Paisana o a Sonia les fuera a dar un accidente cerebrovascular masivo o algo similar, al ver que quedaban estupefactas y boquiabiertas. Tras un segundo de vacilación, Sonia explicó (pobre, no se le da echar mentiras) que Carlos había dicho "cagón", algo que su abuelo Ceferino a veces le dice. Pero yo sé que no dijo eso. Sonia y yo nos moríamos de risa después, al recordarlo. Carlos, en su inocencia absoluta, volvió su atención a la llegada del tren ("¡EL TEEEENNNN!!!!!") y la Paisanina, ciertamente mortificada pero a todas luces conteniendo su innegable deseo de exclamar "¡Ay, qué lenguaje!", se levantó y se alejó de nosotros muy despacito, como para que no se notara que estaba horrorizada.

El tren de Renfe llegó para llevarnos a Oviedo y nos subimos a él.

Carlos no dejaba de maravillarse con las molduras, los asientos, con el suelo (quiso examinarlo de cerca, el comando materno lo impidió), con las paredes y con los sonidos: el silbato del conductor, el andar sobre los rieles, el fffffffffffffffffff de la presión. Cada vez que hacíamos una parada, decía "¡Ya llegamo!" y quería bajar. Sonia tenía que apretar bien a su cachorro, pero estaba tan fascinada como yo con él.

Merendó en el camino, se portó bien. Y su recompensa al concluir la expedición de su madre en pos del par de botas perfectas, fue la solemne promesa de que pronto volverá a subirse al tren.

Espero que con toda su inocencia, devoción y ternura intactas.

Pero crecen tan rápido...

viernes, 18 de enero de 2008

Ayer no blogée...

... y me siento medio culpable.

Pero no tanto como para lamentar no haberlo hecho. Bien podría haber puesto una entrega con la fecha de ayer, jueves, y engañarlos a todos (empezando por mí) pero no me pareció ni necesario, ni justo. Total, este año no me propuse actualizar todos los días, como lo hice en 2007.

Si en 2007 me daba la noche y no actualizaba, me sentía mal: me sudaban las manos, me daba dolor de cabeza y ansiedad.

Pero ayer no tuve tiempo de nada de eso: tuve muchas cosas que hacer. Aunque ahora vivo en una ciudad pequeña, con un estilo de vida más relajado y solaz, también tengo muchas otras cosas qué hacer igual que cuando vivía en Megalópolis.

Tuve que ir a hacer "recados" -- como le dicen aquí a ir a hacer las cosas del día: llevar ropa a la tintorería, hacerle un favor a una amiga, tomar un café con la magnífica Marta, pasearme frente al mar...- y la verdad es que no se me ocurría un tema que fuera lo suficientemente relevante como para ponerlo aquí. Porque poner algo que no me satisfaga del todo, pues tampoco.

Para los que usan esta ventana como termómetro para saber de mi personita, puedo informar que estamos todos bien: que después de la tormenta, vino la calma. Que me siento contento con mi vida aquí y que, para mi sorpresa, he descubierto que encarar tu peor desencanto, tu mayor temor, te deja con la sensación de que no puede haber nada peor que el dolor transido y eso siempre te ayuda a ver hacia otro punto: en este caso, será hacia arriba.

Espero poder seguir mirando siempre hacia arriba, echando mi destino a los vientos.

Por aquí seguimos, y mientras algo sucede o se me ocurre o atraviesa algo que valga la pena contar, soy siempre de ustedes, afectuosísimo, su

Aslan de Narnia.

miércoles, 16 de enero de 2008

Tormenta

Anoche cayó una tormenta sobre Gijón. Con vientos huracanados, lluvia, relámpagos y truenos.

Y extrañamente, fue algo hermoso.

La naturaleza no deja de sorprenderme.

martes, 15 de enero de 2008

Retratos: Mars/Estefi

Muchos que han leído Todas Las Fiestas... me han preguntado quién es Estefanía Larios, o bien, para sus amigos, Estefi.

¿De dónde salió? ¿De verdad existe?

Yo siempre contesto que Estefi -- ostensiblemente la protagonista femenina de la novela y al parecer uno de los personajes más populares del libro entre los lectores- es un composite, una especie de collage narrativo, realizado a base de muchas mujeres que he conocido en mi vida, la mayor parte de ellas amigas mías muy cercanas y muy íntimas, así como también es en parte un ser ilusorio, con un poco de algunos iconos de mi (pálida y temblorosa) juventud y -- esto es inevitable- también en parte, Estefi es yo mismo.

Aunque lo cierto es que, en una buena parte de las ideas, nociones y sentimientos expresados por (y el físico al cien por cien), Estefanía están inspirados en mi amiga Marcela, a la que sus cómplices conocemos bajo el alias de Mars.

Como Luciano y Estefanía, ella y yo nos conocimos en la adolescencia, sentados en una sala de espera y sí, yo estaba leyendo Drácula. No recuerdo bien cómo fue que comenzamos a hablar, pero lo cierto es que yo le dije que de todos los monstruos inventados por la humanidad, el único que tenía un vestigio de dignidad y una naturaleza trágica era el vampiro.

Ella me dijo que era fan de Anne Rice (Sobrevivimos a eso).

No puedo negar que me sorprendió que surgiera entre nosotros un lazo afectivo tan fuerte, que además llegó a incluir a su madre, Kathy, y a su hermana, Mónica (una de las mujeres más dulces y sensibles que haya conocido nunca), y que se haya mantenido por más de quince años vigente.

Hoy, Marcela vive en Austin, Texas. Es una ejecutiva importante para una compañía internacional de bebidas y es una mujer completamente independiente, responsable y madura, muy diferente a la chicuela que conocí y que se acercó a mí porque quiso (ella me eligió como amigo, cosa que todavía hoy me sorprende). Además, hoy es su cumpleaños.

Hace mucho tiempo que no nos vemos, pero eso no quiere decir que no piense en ella, que no la recuerde con cariño y sobre todo, más aún cuando ella tuvo la gentileza de prestarle su aspecto, su belleza exterior (que palidece ante la interior) a Estefi, uno de los personajes que más he disfrutado creando.

Hoy, cuando sea una hora decente en Texas (¡Ay, las diferencias horarias!) le voy a llamar y le diré todo esto que ahora pongo por escrito. Y sé que ella se reirá y que un día vamos a vernos de nuevo y será un poco como si Luciano y Estefanía volvieran a encontrarse, quizá en otra sala de espera, hablando de vampiros.

Te quiero, Mars.
Y a Estefi también.

lunes, 14 de enero de 2008

Adiós, Oscar mío, adiós...

¿Se cancelarán este año los Oscares, igual que ocurrió con los Globos de Oro?

La huelga del WGA (Writer's Guild of America) sigue sin solución aparente y falta poco más de un mes para la ceremonia, que además vendría a ser la número 80.

Después de la falta de reacción mediática ante la cancelación de los Globos ayer (que son habitualmente el termómetro que indica el camino de los Oscares y donde además se llevó una estatuilla mi bienamada Julie Christie) puede ser un indicativo de que la ceremonia del Oscar seguirá por el mismo camino, de no resolverse la gresca entre el sindicato de escritores y el gremio de productores.

A título personal lo siento, porque si bien los Oscares no me parece que tengan realmente un peso significativo a nivel de galardón, siempre he sentido una afinidad y un cariño especial por el glamour que representa, algo que siempre seguí por televisión, aún desde muy pequeño. Cuando por fin pude ver de cerca el ceremonial, puedo decir que no perdió su encanto -- aunque he aquí un consejo para todo aquél que va a cubrir 'alfombras rojas', nunca lo hagas con zapatos nuevos-.

Si se cancelan los Oscar, será la primera vez en 80 años. Ni siquiera la II Guerra Mundial logró pararlos (se hacían ceremonias más modestas, pero no se suspendían).

Acaso sea el fin de una era.

Y (llámenme superficial, vulgar, inconsciente o pro-yanqui) ...no sé si me gusta.

domingo, 13 de enero de 2008

500


Un blog una vez soñé...

Y de repente, son 500 entregas. ¡Llegó my pronto!

¿Qué tanto ha pasado desde la primera vez que me senté (ante otra pantalla y otro teclado) y escribí esas palabras?... Si me asomo, me doy cuenta de que aunque parece relativamente poco tiempo, es casi como toda una vida.

Y es que me siento como una persona completamente diferente desde entonces hasta ahora y ciertamente, mi vida es ahora completamente diferente.

Suena fácil: Quinientos... ¡Quinientos! ¡Medio millar!

En estos 500 he hecho de todo:

*Compartir lo que veo y lo que leo.

*Rendir homenaje a mis iconos idos.

*Retratar con palabras a mis amigos.

*Narrar mis propias ficciones.

*Encontrar otras ficciones.

*Me he trepado a mi propia tribuna para opinar...

*...y he ecibido algunas opiniones.

*Me he reído (y creo que los he hecho reír).

*He encontrado a mucha gente maravillosa, sorprendente y ellos me han llevado a sus mundos.

*Me he disciplinado para escribir todos los días, aunque sea un poco, de algo.

Me siento satisfecho.

Y mucho.

Realmente, y aquí no puedo mentir, nunca pensé que este blog fuera a adquirir una identidad propia, sobre todo, porque derivó de un acto muy personal (mis cartas dominicales) y ahora, sigue siendo ambién un acto sumamente personal.

Así que aquí sigo, y hoy lo celebro con todos ustedes, porque finalmente sin ustedes, quienes me leen, no tendría ningún sentido hacer esto...

...y es una de las cosas que más me gusta hacer y me remite a uno de mis lemas; una frase de la escritora y aventurera Isabelle Eberhardt (ustedes leyeron acerca de ella aquí):

Escribo porque me gusta el proceso de creación.
Escribo como amo, porque probablemente ese sea mi destino.
Es mi único y verdadero consuelo.

sábado, 12 de enero de 2008

Pasa un Ángel

Conocí a Ángel González hace cosa de unos diez años, sentado a la mesa de Paco y Mari en México, y al momento, no tenía idea de quién era, sólo sabía que era un amigo de infancia del Jefe y que en esa casa era profundamente querido. No fue difícil entonces que yo también comenzara a tomarles cariño a él y a Susi, su esposa. Fue hasta despué (mucho después) que Benito me explico que había estado compartiendo mesa con un miembro de la Real Academia de la Lengua y ganador de un Premio Príncipe de Asturias.

No me impresionaron sus títulos, ni tampoco el cuerpo de su obra, tan prodigioso. Me impresionó -- y esto siempre lo supo él- su generosidad, su buena voluntad, su ternura para con quienes conformaban su entorno; su indeleble lealtad y amor hacia Paco, hacia sus hijos (que eran, en sus propias palabras, un poco sus hijos). Su empatía con el mundo, al que siempre estuvo abierto y escuchando. Porque siempre tenía el oído abierto, decía, porque en cada frase, puede haber un poema.

Ángel era una gran persona para compartir una noche: era incansable, aún cuando ya había dejado atrás los ochenta. De hecho, y aquí confieso, mi primera parranda en Gijón, la primera vez que vine a esta ciudad, cuando aún no la conocía, cuando todo para mí era nuevo y mágico y exótico y brillaba con una pátina de ansiedad y miedo y sorpresa y una inexplicable ternura, una especie de enamoramiento de colegiala; no la pasé con Lusin o Jack -- eso fue en Madrid, antes-, sino con Ángel y Susi y Benito e Imelda, en una terraza de Marqués de San Esteban, la primera noche que había llegado yo a Gijón en Semana Negra. Nos quedamos conversando hasta casi las cinco de la mañana, Ángel tan fresco como la mañana, whisky tras whisky, como si éstos se evaporasen, sin que se le nublara la vista en ningún momento. Ángel escuchaba, tomaba nota, se reía. Siempre había un abrazo implícito en su saludo, en un guiño. Y podía aguantar bebiendo más que cualquiera de nosotros, sin pestañear siquiera.

Cuando me mudé aquí, Ángel me sonrió y dijo que ya se lo esperaba. Que sabía que ésta era mi ciudad desde que me vio verla por primera vez. Me preguntó si estaba feliz, si era lo que buscaba, lo que necesitaba, lo que quería.

Le dije que sí, que era lo que esperaba encontrar, ni más ni menos. Él y Susi vinieron a conocer mi rincón cerca del cielo y Ángel vio un atardecer incendiarse en las nubes sentado en mi terraza, mientras fumaba y seguía con los ojos el camino de las nubes en la pira hecha por el sol al ocultarse. Me dijo que si yo era feliz, entonces que lo fuera siempre, que disfutara mi propia elación y que no me dejara vencer por nostalgias. Entre las frases que intercambiamos, surgió la de Consejos para un joven soltero y me dijo "en esa frase hay un poema." Se quedó pensativo un momento y luego sonrió "Ya veré si lo escribo un día de éstos."

La última vez que lo vi -- no sabía, nunca sabes cuándo es la última vez que verás a alguien- sólo lo abracé a las puertas del Hotel Don Manuel, al término de Semana Negra y nos prometimos que nos veríamos al siguiente verano. Al abrazarlo, sentí como si fuera hojarasca, tan frágil. Mis ojos se cruzaron con los de Susi y ella asintió, con resignación. Sé que ella ya estaba lista, pero también sé que no deja de dolerle. Ángel era su vida.

Y también fue parte de las nuestras. De las de todos los que lo leímos, y lo quisimos bien. Y deja un hueco, ya sea grande, inconmensurable o apenas perceptible, pero hueco al fin. Irremplazable.

Que tu tránsito sea limpio y sin obstáculos a tu paso. Y nos veremos alguna otra noche, para continuar charlando, amigo.

(La fotografía de hoy, tomada en 2007, es cortesía de Mauricio-José Schwarz y Semana Negra)

viernes, 11 de enero de 2008

Yo, ama de casa


Citando a Eva Longoria: "¡Claro que soy ama de casa!... ¡pero no desesperada!"

Sin embargo, esto no quiere decr que quede exento de tener que llevar a cabo las labores propias de mi condición de soltero que renta casa y vive solo, es decir en pocas palabras, yo también soy ama de casa y como tal, tengo obligaciones y ocupaciones ineludibles de carácter doméstico. Y ni hablar, la palabra clave aquí es ineludibles.

Todo mundo (o casi) tiene la noción desde que me "emancipé" [hay algunos/as que dicen "abandoné"] del nido familiar, vivo en una especie de 'vacaciones permanentes', tendido en mi terraza, leyendo revistas y comiendo chocolates.

Nada más lejos de la realidad. De hecho, soy tan pringao como los demás, sólo que con la añadidura de que encima de tener que trabajar para ganarme la vida -- y trabajo un montón-, además me toca ser ama de casa.

Voy al super. Pero aquí en España no existe, como en México, una sola cadena de grandes supermercados que ofrece todo a un precio estándard y que además abre los domingos. Aquí hay varias cadenas más pequeñas y los precios varían mucho. Si además, toman en cuenta que todo me cuesta en una proporción de 16 a 1, verán que entonces tengo que ser muy cuidadoso con mis gastos.

Así que voy al super, pero nunca compro todo en el mismo super. Eso significa que a veces tengo que andar de acá para allá, con mis bolsas de la compra, para encontrar a buen precio lo que necesito.

Y también limpio. Sacudo, barro, trapeo. Mi Harsh Mistress no podría reprocharme ('Ay hijo mío, me cuesta trabajo creer que a esta edad seas tan inútil, criatura...') mi desempeño. Lavo los trastes apenas termino de usarlos (me da horror que se apilen) y los acomodo en su sitio. Tengo la vitrocerámica impecable (para quienes no ubican el concepto: es una especie de estufa eléctrica), mi refrigerador siempre está limpio y bien ordenado (¡y no huele mal!) y la terraza trato de mantenerla lo más ordenada posible, considerando que hay una gaviota que pretende ocupar su posición de Usurpadora.

Creo que no me molesta esto de ser ama de casa, aunque francamente, es un rôl que no esperaba me tocara representar (uno no fue educado primariamente para ello) pero ahora comprendo más a mi mamá.

Y ahora, si me disculpan, tengo que dejarlos porque tengo que ponerle suavizante a mi ciclo de lavado...

jueves, 10 de enero de 2008

El Mañana de Las Fiestas

Es sorprendente que aún después de todos estos meses, Las Fiestas sigan caminando por ahí, rehusándose a terminar en un estante polvoso en algún almacén. Continúan su éxodo milagroso y siguen siendo leídas.

A continuación, me gustaría compartir con ustedes una reseña escrita por mi colega Lilián López Camberos (de la Revista La Mosca), con quien he sido afortunado de compartir no sólo páginas, sino también algún whisky y algunas distinguidas amistades. No soy afecto a hacer esto (blowing my own horn) pero me gusta, y me gusta mucho, así que aquí se las pongo para que puedan leerla.

"Estás atado y amordazado, mientras se come tus intestinos y tus venas, las mordisquea y chupa la sangre, es un parásito que te consume todo, y no puedes hacer que se detenga. Sólo despiertas en la madrugada y lloras, y lloras y lloras hasta que crees que ya no puedes llorar más pero igual tú le sigues, porque no hay modo de parar.

Estefanía Larios, una semidiosa ataviada al estilo Jackie Kennedy va a Dallas, compara el amor con un tumor que duele en el cuerpo, en algún sitio indefinido, un dolor que pronto se convierte en el clima de la vida. O peor, porque antes “sólo ha estado dentro de ti; pero ahora estás dentro de él”. Con una intrepidez arrebatadora (casi dolorosa), y una fuerza narrativa que con justa razón ha sido elogiada a pesar de ser ésta su primera novela, Miguel Cane escribe Todas las fiestas del mañana con la certeza absoluta de que el amor y el sufrimiento se funden para al final volverse indistinguibles uno del otro.

Una historia fragmentada que revele a cuentagotas los matices y las esquinas de un secreto que encierra en sí mismo la magia del amor postergado: Luciano Reed es un crítico de cine que ama con intensidad y coraje; tanto más difícil en su caso: un joven gay en un mundo dominado por aquellos que salvaguardan las buenas costumbres y prefieren todo, dejarse matar incluso, antes que perder la compostura. En ese viaje que, en cierto modo, es su vida misma y en el puente que separa un acontecimiento de otro, Luciano se ve reflejado también en los demás: Estefanía, su amiga de siempre, su confidente y hermana; Isabelle, de belleza no tan etérea pero sí más terrenal (a ella “sientes que puedes tocarla”) y, por fin, Alejandro Almanza: el objeto de deseo impreciso y volátil cuyos sentimientos son todos ininteligibles y desconocidos, y por lo tanto más deseados y preciosos.

La novela, como es de suponerse, transcurre íntegra en fiestas. Una boda, una presentación de algo (los motivos no importan; la celebración, sí), una comida en un jardín japonés… Lugares disímbolos que contrastan entre la frivolidad y la profundidad, entre el glamour y la miseria, el amor y el desamor. Miguel Cane conoce este mundillo que se quiere elitista y que al final termina siendo vulgar y ramplón; lo describe con algo más que cinismo, sin admiración, para demostrar que en la superficie sólo está sostenido por alfileres. Para demostrar acaso que, al final, lo único que permanece son los sentimientos que se proponen ser sinceros y que se lo juegan todo por una certeza.

Plagada de referencias cinematográficas, musicales y literarias (toda una vida representada mediante metáforas y alusiones), Todas las fiestas del mañana es algo más que una novela posmoderna –lo que sea que el término signifique. Sí, retrata una generación desencantada que huye del amor con el mismo fervor con el que lo busca, una generación fundada en las apariencias y las sensaciones rápidas, una generación eternamente deprimida que quema todos sus cartuchos demasiado pronto, porque simplemente no puede esperar. Sin embargo, lo que la distingue de otras historias del estilo es el afán del autor por demostrar una tesis que es, por lo menos, en extremo passé. En este mundo sin tiempo, sin ilusiones, sin moral (el proverbial árbol que da moras), creer que el amor es la única salvación… tiene que ser ingenuo y pasado de moda. Pero no para Miguel Cane, y no para Luciano Reed, con todo y su imperfección. De hecho, el que el personaje principal sea tan temeroso, tan anticuado y tan renuente a las aventuras es lo que lo hace universal. Cualquiera podría sentirse un poco como el hombre cuyos recuerdos son capaces de provocarle una crisis nerviosa y un torrente de lágrimas y culpas que no puede acallar con nada. Porque en el fondo todos habitamos, sin cuotas y de por vida, en nuestro propio jardín de la soledad.

Si todos tus mañanas comienzan aquí, como sostiene Cane a lo largo de la obra, se está haciendo tarde para vivir una vida verdadera… Una en la que podamos elegir el amor y la forma en que queremos experimentarlo. Después de todo, las fiestas quedan para el mañana."

ººº

Que esta novelita sea leída y genere reacciones es algo que -- citando a un amigo escritor- no cesa de provocar en uno una sensación como de milagro; es algo que va más allá de nosotros, que muy poco (uno piensa) tiene qué ver con nuestro oficio de escritores; yo narro una historia y luego alguien más la leerá, pero ya no será cosa mía. Sin embargo, no deja de sorprenderme (y de entusiasmarme) la reacción de gente que incluso no me conoce muy íntimamente, sobre algo que me expone. Eso me ocurrió también hace unos días, cuando recibí por e-mail este comentario de José Luis Argüelles, un amigo poeta y periodista muy reconocido aquí en Asturias, que le agradecí enormemente (igual que a Lilián su reseña) y que también me hizo el día:

"¿Me dices en serio que es tu primera "historia"? Parece difícil de creer, porque la "carpintería" de la narración es la de alguien a quien no le tiembla la mano y sabe poner los "clavos" allí donde se necesitan. La verdad es que está muy bien estructurada y el relato (lo que cuentas) crece con la prosa, de gran nivel en muchos momentos.

Has asimilado con provecho algunas influencias (detecto algo de Virginia Woolf, también a Capote...) y lo que encuentra el lector es un estilo propio, es decir, una voz personal que cuenta una historia nada fácil en la que se entreveran luces y sombras, joyas y cieno, fiesta y desolación, como en algunas páginas del gran F. S. Fitzgerald."

ººº

Y además, me acabo de enterar que ahora, par beneficio de todos los que han preguntado por ella y viven fuera, Las Fiestas también se consiguen en Amazon.com (pueden hacer click aquí y los lleva directamente a la página), lo cuál es, en sí, como un pequeño sueño hecho realidad.

No puedo evitar emocionarme y compartirlo con ustedes, que vienen a leer en esta ramita de un árbol tan inmenso como es la blogósfera. Quizá soy vergonzosamente vanidoso y superficial al hacerlo, pero no me importa. Algunos de ustedes tienen hijos; yo sólo tengo esta novela (por ahora) y cada paso que da en su andar, no deja de tocarme de algún modo, ser un casi esquivo pretexto, para otra fiesta...

miércoles, 9 de enero de 2008

Maquillaje

Soy un genio para estas cosas.

Tuve que aprender desde muy joven y la práctica hace al maestro (En la imagen, Sir Laurence Olivier se prepara para su legendario Hamlet, en el teatro Haymarket de Londres, circa 194o. Siempre que era posible, él solo se aplicaba su maquillaje).

No se nota, ¿verdad? Ni siquiera mirando muy de cerca.

Algunas veces es mejor, te permite funcionar sin que se adviertan las grietas. Las heridas.

Y mientras, vas sanando (¿Sanando? ¿Cicatrizando?) muy lentamente, pero nadie tiene por qué verlo. Es algo que sólo permanece entre tu espejo y tú.

Y he aprendido. Y he aprendido bien.

No me digan que no, aquí no necesitan fingir.
¿Ustedes también usan, esporádica o habitualmente, su propio maquillaje?
Eso pensé.

*

Hoy no iba a bloggear, me dije 'no me da mi regalada gana', pero de pronto, a media tarde, me entró un no sé qué (que qué sé yo) y volví.

Siempre vuelvo.

Vino a mí con una angustia y me dejó con una adicción.

martes, 8 de enero de 2008

Yo estoy enamorado de Julie Christie

Antes que Kidman, antes que Watts, antes que Meryl o que Diane, que Julianne, la Zeta, la Connelly o la Winslet, existió Julie Christie.

Y aún existe. Hay pruebas ontológicas de su existencia.

No recuerdo cuándo fue que vi a Julie por primera vez. Pero sé que era pequeño; su rostro -- ese rostro magníficamente triste y a la vez tan lleno de luminosidad en cuanto sonríe- aparece en mis recuerdos más lejanos, en blanco y negro, tal vez en la superficie brillosa de una foto de revista recortada para hacer un collage (yo hacía muchos collages en una época de mi vida).

Desde entonces y hasta ahora, Julie es un punto de referencia básico en lo que me compone. He visto y tengo en mi colección todo (o al menos todo lo disponible) que ha hecho: desde su pequeño papel debut en Billy Liar, hasta su valerosa interpretación versus una supercomputadora malévola en La generación de Proteo, sin olvidar el anti-Western de Robert Altman, McCabe & Mrs. Miller -- donde aparecía con su Warren (Beatty).

De hecho, si alguien me pregunta alguna vez quién es mi actriz favorita, suelo responder que Julie Christie [y no, no exactamente, hay muchas más en ese nicho, pero casi siempre de la primera que me acuerdo es de ella]. Hace algún tiempo, cuando vivía en México cada vez que mi entonces esteticiènne (sic) procedía a contarme el lovely drama de su accidentada vida amorosa yo le respondía que yo estaba/estoy enamorado de Julie Christie (esa anécdota ya la conté aquí, ¿se acuerdan?). Si alguien menciona la ciudad de Venecia, inmediatamente lo primero que me viene a la mente, es una imagen de Julie Christie, vestida de luto, en una góndola, como ocurre en Don't Look Now.

Tantas y tantas referencias... Podría decirse que siempre fue un amor secreto (o no tanto).

A continuación podrán ver un fragmento de entrevista realizada con Julie en 1966-67, la época que mayor furor estaba causando, con un Oscar por su interpretación en Darling (de John Schlesinger) y la monumental Doctor Zhivago (David Lean). Esto es justo antes de que se marchara a San Francisco a rodar la que es una de mis películas favoritas de la época: Petulia (1968), en la que fue dirigida por Richard Lester y aparece al lado de George C. Scott -- que era un gran actor y hoy día no recibe el respeto que se merece, aunque haya muerto ya.

En la entrevista, que fue realizada por Peter Whitehead como parte de su documental Tonight Let's All Make Love in London, Julie habla de una serie de temas. En ese entonces, era una mujer muy joven -- veintiséis años-, sin embargo, ya había un patrón establecido de cómo veía la vida entonces y cómo seguiría viéndola hasta hoy.



"¿Sientes que estás lista para le felicidad?" le preguntan y ella responde que no.
Pero cuando nos encontramos, a finales de 2005, en un parque de Londres un día de otoño-casi-invierno, con cielo escarchado, foulards al cuello, té caliente y oscuridad a las cuatro p.m., ya estaba lista. Al preguntarle más o menos lo mismo, dijo: "Una vez leí en un libro de Milan Kundera, que la felicidad es la ausencia del sufrimiento. No digo que eso es lo que entiendo por felicidad, pero creo que es una manera interesante de enfocarla. Creo que, en el mundo en que vivimos, la ausencia de sufrimiento se da con mucha dificultad. Diría que siento alegría de estar viva y al mismo tiempo siento una profunda tristeza."

Mientras Julie hablaba, pude ver las expresiones en su rostro: es un rostro por el que ha pasado el tiempo, sólo hace falta comparar la lozanía de la chica en la entrevista, y cómo aparece en el fotograma que ilustra esta entrada, tomado de su nuevo filme Lejos de ella, mismo que le ha traído una resurrección a su carrera y la posibilidad de obtener otro Oscar -- estuvo a punto de hacerlo en 1997 por su extraordinario trabajo para Alan Rudolph en Afterglow, pero ya saben lo que pasó (a los gringos se les alborotó lo patriotero y premiaron a la única contendiente local, la bastante sobrevaloradita Helen Hunt, que luego no volvió a dar golpe).

En Lejos de ella, debut como directora de la también actriz Sarah Polley, Julie interpreta a Fiona Anderson, un ama de casa canadiense que ha estado casada por cuarenta años con el mismo hombre, y que ha sido profundamente feliz, hasta que el Alzheimer aparece en su vida... sin embargo, no permite que la enfermedad le robe la dicha: sólamente la transforma.

Julie deslumbra en la pantalla, igual que lo hace en persona. Ha envejecido con gracia insondable en un oficio que el paso del tiempo no perdona. Es una mujer que se ha mantenido fiel a sus ideas -- aunque se señale a sí misma como 'terriblemente superficial'- y es un icono, a prueba del tiempo.

Por eso, es que estoy enamorado de Julie Christie.


lunes, 7 de enero de 2008

Honeymoon Suite

Él es un escritor errabundo y se llama Jack Whitman (lo interpreta Jason Schwartzman).

De ella realmente no sabemos el nombre [podría ser Claudia, o Susan o Alexandra, o Jane, o Eva...] (la interpreta Natalie Portman).

Están en la habitación 403 del Hotel Chevalier de París, en pleno Champs Elysées (lo interpreta el Hotel Raphaël *****).

Antes, en otra ciudad, fueron novios. O amantes. O algo -- fueron algo.
Ahora, sólo tienen veinticuatro horas para estar juntos en la habitación, quizá bajo las sábanas, quizá no. Una noche solamente, para reestablecer los lazos o soltar las ataduras; para saber si se aman, o si no se volverán a ver.

Todo esto acompañado por un menú de sándwiches de queso fundido y Bloody Marys.
Y la ansiedad por el día que vendrá después.
Y una deslumbrante vista de París.

Hôtel Chevalier es el 'prólogo' -- por así decirlo- de la nueva película de Wes Anderson Viaje a Darjeeling. Son trece minutos solamente, pero es uno de los mejores cortos que he visto en mucho tiempo: su 'simpleza' engañosa, el ritmo que tiene, todo sirve para involucrar al espectador/espía/voyeur en lo que es la viñeta de dos vidas.

El corto tiene los elementos que son rúbrica en películas de Anderson -- como Los Excéntricos Tenenbaum o La Vida Acuática-: un lugar que aunque parece real es totalmente imaginario, diálogos auténticos y un tanto amargos, vestuario sin época definida, una estupenda selección musical [hace excepcional uso de la balada sesentera Where do you go to, my lovely? del casi totalmente olvidado Peter Sarstedt, poniéndola de moda de nuevo] y un humor que se trata de disfrazar de involuntario.

Natalie Portman (que evoca a Mia Farrow circa 1968 y causó mucha controversia porque es la primera vez que aparece desnuda en cine), luce llena de gracia en su rol como la misteriosa Fille Fatale que le rompió el corazón a Jack (y que probablemente tenga el corazón roto también), mientras que Schwartzman hace una interpretación llena de matices pese a lo breve de la duración.

Esta escena es una pieza clave para entrar al mundo que Anderson planea en su cinta, que se proyecta inmediatamente después. Coloca el tono indicado y revela aspectos de uno de los personajes principales, que lo hacen aún más entrañable.

El cine de Wes Anderson -- de quien he sido admirador desde que vi hace cinco años Los Tenenbaum y un poco más tarde su filme anterior, Rushmore,- es para mi como una caja de sorpresas: siempre hay algo que como espectador me habla directamente, me apasiona, algo que me desconcierta, algo que súbitamente me conmueve y este cortometraje no es la excepción. Después de estar en esa suite de un hotel que existe y al mismo tiempo no, surge la sensación de ser partícipe silencioso en una ceremonia secreta.

Y de eso, de eso es que se trata el cine. De ser cómplice de la historia que se desarrolla ante nuestros ojos.

domingo, 6 de enero de 2008

Persépolis

A las doce de la noche abrí mi "regalo de Reyes".
Se trata de la edición definitiva de Persépolis, la novela gráfica en cuatro tomos creada por Marjane Satrapi, que se ha convertido desde su aparición en Francia, en 2001, en uno de los libros más alabados por la crítica internacional -- no es que me deje llevar siempre por las reseñas para elegir lo que leo, en este caso, antes de leer las críticas ya me había hablado de ella con cariño un muy cercano amigo, y por ello fue que con invisible disfraz de Rey Mago, fui hace unos días a la librería Paradiso [mi favorita en Gijón] y me lo compré - y la obra que puso en el mapa a su autora.

Me metí a la cama con él (con el libro, no con mi amigo, ¡malpensados!) y no pude soltarlo hasta que se me cerraban los ojos. Hoy, hice algo poco habitual en mí: me lo llevé conmigo al salir a la calle para poder seguir leyendo, mientras caminaba.

Persépolis no es una novela gráfica (o bien, cómic) cualquiera: se trata de una autobiografía ilustrada sobre la propia experiencia de Marjane, nacida el 22 de noviembre de 1969, durante y después de la revolución islámica de 1980.
La historia de la infancia de Marjane, es en cierto sentido, la de muchos de nosotros. Por supuesto, yo no pasé por ocho años de guerra, pero sí me fui a un exilio voluntario (como más o menos hace ella, en su época de adolescente) y tuve que aprender a vivir sin mi familia cerca, en cierto modo, creando una especie de familia en mi entorno, igual que ella aprende a hacer. Del mismo modo, Marjane ilumina al lector al respecto de las causas y consecuencias de la revolución: el Ayatollah Khomeini no apareció un buen día y empezó una dictadura; hay una larga y compleja historia de Irán (né, Persia) y sus vecinos, Irak y Kuwait, razones y motivos para todos los conflictos y un aspecto revelador de la vida en la dictadura o bien, bajo el velo: no todo es como lo pinta la amarillista y estridente película con Sally Field ('No sin mi hija'), pero tampoco es un lecho de rosas.

El ser una mujer luchadora, liberada, creativa y directa en un país como Irán es un mérito muy grande y aunque Marjean Satrapi no pudo seguir en su país, no quiere decir que no lo amara. El libro se devora casi en una sentada, como un postre exquisito, que uno quisiera prolongar para siempre: tiene todos los elementos que hacen no sólo una gran autobiografía, sino gran LITERATURA: profundidad y liviandad; humor y patetismo, horror y ternura.

Persépolis existe, palpita, se deja leer y ver. Es una obra para niños mayores, para adultos con el corazón de niño y para todo aquél que sí recuerda y que teme que la historia, al ser olvidada se repita.

Tengo una nueva heroína, entonces, y además uno de los mejores regalos que me han "traído los reyes", levantándome el ánimo al despertar (bien tarde) un día en que, de otro modo, habría despertado de malhumor, o triste o sintiéndome como un malagradecido o algo desencantado -- ya saben, la fuerza de la costumbre.

O quizá todo junto.

Pero leerlo ayuda.
Alivia.
¡Ya lo creo que alivia!

sábado, 5 de enero de 2008

Oro, Incienso y Mirra

Los Reyes y yo nunca nos llevamos del todo bien.
Es decir, me gustaba (desde que pude adoptar ese rol) más poder dar, que recibir.

Amén de que esos Reyes conmigo la tenían siempre muy difícil. En vida de mi abuelo Miguel, preparábamos juntos las famosas "cartitas" y él siempre supo qué era exactamente lo que yo quería (¡Una jirafa de verdad! ¡Siempre pedía una jirafa de verdad! Si mi pobre viejo hubiera podido, me hubiera regalado un animalito bebé).

Al morir él, ya no recibí lo que quería, si no lo que 'necesitaba' o presuntamente 'tenía que' gustarme por ser niño (léase: cosas de construcción, autopistas, un juego de química, coches de control, una pera de boxeo, cosas bien divertidas que aprovecharon todos mis primos, que gozaban como locos los juguetes que yo recibía, donde yo ni siquiera los sacaba de sus empaques --¿como para qué?). Amén de que era una especie de pago a mi silenciosa complicidad -- yo ya sabía la terrible y temible verdad, pero mi coláctea menor no, y luego, aún cuando supo siguió fingiendo demencia hasta bien entrados su añitos de púber, claro, es (hasta hoy) muy lista.

Para entonces yo ya no disfrutaba los Reyes.
No había libros ("porque tienes muchos") ni nada que me hiciera realmente ilusión... pero tampoco podía pasar desapercibido, que con la otra que sí creía.

En fin, pasé muchas y muchas mañanas horribles de 6 de enero, cargadas de desencanto, de reproches, de reclamos ("¿por qué no eres como los demás y te conformas? ¡No he conocido a nadie más inconforme e insatisfecho que tú, criatura!": cortesía de my Harsh Mistress) y lágrimas (agh) y culpabilidad por "no saber apreciar lo que se me daba", viéndome a mí mismo como el peor de los hijos ingratos, tanto así como para amargarme la existencia, por lo que hoy que mejor después de mirarlas de pasadita, las mando derechito a la caja del despejo. Ya no pueden tocarme ahora.

Lo bueno vino, cuando yo ya fuí económicamente solvente y yo me convertí en Rey Mago. Es que ese oficio sí me gusta, matarili-rili-rón.

Cuando yo ya estuve en mis veintes, aunque seguía perseguido por el horroroso mantra de "¿qué te vamos a regalar? ¡Dinnos que quieres!" (nada me da más ansia que tener que pedir cosas para mí. Aprendí a no ser pedigüeño y a procurarme lo mío desde muy joven. A mí me ilusiona ser sorprendido), me dediqué a comprar mis propios regalos de Reyes para mis padres y para su perla legítima y claro, para mi Harsh Mistress. Y no lo hacía mal. O al menos creo que no lo hacía mal. De hecho, me hacía más ilusión el hecho de anticipar su sorpresa que la reacción misma -- mi papá jamás ha sido ni será partcularmente demostrativo, María era sumamente educada y daba las gracias muy distraídamente, la princesa del hogar había sido criada para saber que se merecía todo cuanto recibiera, por lo que al hacer lo propio, aunque fuera sincera no resultó nunca del todo convincente y la que de verdad se sorprendía y a quien era un deleite ver abrir sus regalos era mi mamá.

De hecho, creo que fue nominalmente por ella, que seguí haciéndolo por tantos años (de otro modo, y cuidado, que no es por falta de cariño que lo digo, habría cesado y desistido a la primera). Nos escabullíamos mis padres y yo -- haciendo pantomima para nadie- los días cinco por la noche, a ver a la gente hacer las últimas compras, mientras comíamos algo en un merendero y veíamos el furor clandestino. Y tal vez yo soñaba con esa elusiva jirafa de verdad, a la que buscaba aún inconscientemente.

Creo que los últimos años lo pasábamos bien, aunque yo prefería convertirme en Rey Mago (más mago que rey, claro) y colocar cerritos de Oro, Incienso y Mirra, al pie del árbol, bajo el famoso zapato que se desvelaba esperando.

Este año, yo soy mi propio Rey solitario, claro. (Y de hecho, hace meses que tengo todo).
No pierdo las costumbres que me llenan de alborozo, ir de puntillas y dejar algo que arranque una sonrisa. También veré mi primera cabalgata de Reyes, supongo, y luego tal vez me asome al filo de la medianoche a las calles a ver a los pobres y ajetreados Reyes clandestinos que corren de acá para allá, con sus últimos grandes legados bajo el brazo, para ver sonreír a un niño. Y estoy seguro de que muchos niños serán felices.

Y mañana supongo que me levantaré tarde, al fin bendito domingo.

viernes, 4 de enero de 2008

Ring, Ring... (II)

Ring, ring, ring...

-¿Bueno?


- Hola Mami.

-¡Esto sí que es un milagro! ¡Pude haber muerto! ¡Con eso de que tú nunca me hablas!

- Ay no seas así, Mamá... es que ¡tengo broncas!

- ¿Cómo? ¿Y ahora qué pasó?...

- Es que se fue Paquita.

- ¿Pues qué le hiciste? ¿Se fue así nomás?

- Me dijo que ya se iba. Que su papá no la va a dejar trabajar más.

- ¡Ay! ¡Como si fuera hija de potentado, tú! ¡No lo puedo creer! ¿Y qué vas a hacer ahora...?

- No sé, Mamá... apenas tengo tiempo...

- Para qué trabajas. Yo te dije, el lugar de una madre es en el hogar, con sus hijos. Yo crié a los cuatro que son, Claudia.

- Pero tenías ayuda Mamá.

-¿Yo?

- Claro. Tenías a Cata y a Merceditas. ¿No te acuerdas?

- Ah. Pero ya no las hacen como antes. Esas eran muchachas trabajadoras, no como ahora, que todas son unas lagartonas. ¿Te conté del suegro de mi vecina Alejandra? ¡Se fugó con una!

-¿Una...?

- Con la fámula. ¡Qué tiempos, señor! Pero Paca era una buena muchacha. ¿No le pagabas?

- Ay, Mamá... pues ya sabes que desde que se fue Jorge, no ando muy boyante...

- Pues sí. Pero en vez de gastar en cosas superfluas, hay que asegurar el buen servicio, hija. A mí nunca me dejaban.

- Bueno, Merceditas se fue hasta sin avisar...

- No es cierto.

- ... y se llevó un montón de cosas. ¡Salió fardera!

- Tu padre, que le dio una compensación en especie.

- Pero si se llevó tu platería buena...

-¿Por qué siempre tienes que recordarme cosas desagradables? ¡No me tratas como tu madre, más bien parezco tu suegra o algo peor! ¿Qué te he hecho yo?

-¡Mamá, por favor!

-¿Por favor, qué? ¡Nunca me respetas!

- Tú sabes que eso no es cierto.

- Desde que te separaste de tu marido, te desconozco... pareces otra.

- Mamá. ¡Soy otra! ¡No me queda opción! Ahora soy madre soltera.

- ¡Ay, no digas eso! ¡Tú no eres madre soltera!

- Mamá. Si yo soy la única que puede cuidar a mis hijos, soy madre soltera.

- ¡Eso jamás! ¿Dónde están los valores que tu padre y yo les inculcamos? ¿En qué fallé yo? Ve a tus hermanos, como Caín y Abel por quítame estas pajas y tu hermana, casada con ese borrachote. ¿Qué hicimos mal? ¡Y tú diciendote madre soltera, por el amor de Dios!

- Mamá... Por favor échame una mano...

- Ah, claro. ¡Ya salió el peine! ¡Tú nada más me hablas cuando necesitas algo!

- Yo no, tus nietos.

- A los niños no los metas en tus líos, Claudia.

- ¿Sabes qué? Tienes razón. No te preocupes. Ya veré cómo le hago.

- ¿Qué me quieres decir con eso?

- Lo que dije. Voy a poner un letrero en la puerta.

-¡Pero cómo se te ocurre! ¡Es como una invitación a meter ladrones a tu casa!

- Pues ¿qué quieres que haga, mamá? ¡Trabajo para mantener a mis hijos!

- Eso no pasaría si no fueras divorciada, mijita.

- Pues sí, pero ya no hay remedio. Jorge me pasa dinero, pero necesito a alguien que cuide la casa y a los niños mientras trabajo. No me alcanza para nada la pensión.

- Pues sabrá Dios en qué te gastas el dinero que se te va como agua.

- Pues en nada. En tener una muchacha que cuide a los niños. En eso, en eso se me va el dinero.

-¿Y qué vas a hacer ahora? Era broma lo del letrero, ¿verdad?

-No. Es que no sé qué hacer. ¡Me urge tener ayuda!

- Haberlo pensado antes.

- Voy a hablar con la de mi vecina. O con la de mi prima Daniela, a ver si puedo sonsacarlas...

-¡De ninguna manera, me oyes! ¡Eso es de vecindad!

-¡Es que no sé qué más hacer! ¡Estoy desesperada!

- ¡No lo estarías si no fueras divorciada!

- Voy a colgar, Mamá.

-¡No me cuelgues!

- Tengo que bañar a los niños. Darles de cenar. Fer no quiere comerse nada, sólo quiere comer galletas. Estoy francamente al borde de la desesperación y tú no me ayudas. Entonces tengo que hacer las cosas yo, a ver si puedo encontrar a una muchacha que trabaje aquí cerca que quiera venirse acá con lo que le pago. Claro, como tú tienes ahora a Juanita, estás encantada. Si es una joya... en cambio yo soy una madre soltera, con una casa que es un chiquero...

- Pero Claudia, no puedes meter a tu casa a cualquier gente...

- No, pero no conozco a nadie que quiera trabajar. Y por lo que puedo pagar...

- Puedo mandarte a Juana unos días, para que te eche una mano.

- No, Mamá. No me hagas favores. Ya veré cómo me apaño...

- Ni hablar. Te mando a Juana.

- No puedo pagarle lo que tú.

- Ya veremos eso.

- Y no sé por cuanto tiempo...

- Lo que haga falta. No lo hago por ti, lo hago por mis nietos.

- No puedo aceptarlo, Mamá.

-¡Bueno! ¡Ahora mismo la mando a tu casa! ¡Ha de estar hecha una desgracia!

- Mi casa está bien. No soy ninguna marrana.

- Ay, qué lenguaje. Qué bonitas contestaciones me das.

- Pues perdóname. Pero no la mandes.

-¿Cómo?

-Que no me mandes a Juanita. No la voy a dejar entrar.

-¡Eso es lo que tú crees! Ahora mismo sale para allá.

-¡Te lo advierto, madre!

- Tú a mí no me adviertes nada. ¡Soy tu madre!

- ... siete... ocho... nueve...

-¿Claudia? ¿Qué tanto rezas?

- Nada. Déjalo así.

- Te decía. Ahora mismo va Juana para allá. Y te prohíbo terminantemente que vuelvas a decir que mis nietos tienen una madre soltera. ¿Qué va a decir la gente?

- Madre...

- Ay hija. Nunca entenderás los sacrificios que hace una madre. ¿Están comiendo bien los niños?

-Sí. Soy una buena madre, madre.

- Claro. Y no puedes conseguir un servicio decente.

-¿Sabes qué? ¡¡¡¡Olvídalo!!!!

-¡Ay qué gritos! ¡Si no soy sorda!

- Mamá, tengo un cerro de ropa qué lavar y planchar.

- No toques nada. Ahora mismo lo hace Juanita. ¡JUANITAAAAAA!

- Mamá, de verdad. No hagas nada, no quiero que...

- Pero Claudia, si no te estoy preguntando. Ahora mismo va para allá. Quédatela el tiempo que necesites.

- Pero, ¿y tú?

- Yo soy un ama de casa modelo. ¡Y guiso de maravilla! No necesito de nadie en mi casa. Yo sola puedo.

- Mamá...

- Ahora mismo le digo a Juana que haga sus maletas y se vaya a tu casa.

- Pero no puedo pagarle lo que tú...

- Que tu padre le siga pagando lo mismo. Al menos, es una mujer bien hecha y de confianza. Me quedo más tranquila de que mis nietos estén a su cuidado mientras tú andas haciendo esas cosas que haces que sabrá Dios qué cosas son.

- No, Mamá, no hace falta que...

*click*

- Bueno. Sabía que tarde o temprano tu método funcionaría, Mamita querida.