miércoles, 30 de abril de 2008

Yo, tío

Como ustedes saben, desde hace unos días soy tío de un sobrín llamado Rafael (Rafelín para los cuates).

Es un buen niño. No da nada de lata, duerme mucho y se parece horrores a su madre (lo cuál es una maravilla). Y claro, estoy chorreando baba.

Aquí hace su debut verdadero en estas páginas, con una sesión de fotos tomadas por su mamita, para que se acuerde de su tío.

Con Honey y Candy, las dos Cocker Spaniels de su madre,
que están intrigadas por su llegada.


Rafelín dormido, idéntico a su madre.

¿Ya vieron el tamaño de sus manitas?

Mi adorable sobrino

No es que me ponga nervioso, pero...

En otro orden de ideas, este día marca el primer aniversario de que salí de esta casa para lanzarme al mundo.

¿Cómo cambian las cosas en un año! -- Mañana vuelvo a Finisterre... y apenas puedo esperar para volver a mi casa.






lunes, 28 de abril de 2008

Días pasados por agua

Estos días han sido convulsos. Como vine muy poco tiempo, he estado con la agenda apretadísima, con reencuentros, celebraciones, reuniones, trabajo, algunos contratiempos inesperados (ni hablar de e$o) y todo momento libre al lado de Rafelín, mi sobrín(o).
En Megalópolis, se cae el cielo a pedazos. También ha temblado, y la inseguridad -- una de las razones por las que me fui- sigue rampante. Pero esto no obsta para que esté muy contento. Aunque es verdad que preferiría estar en mi Finisterre -- donde la vida ha seguido sin mí, y no crean, se siente raro-.
Veo el cielo que se desbarata y sigo meciendo la cuna de mi sobrín. Prometo que les contaré cosas de lo que ha ocurrido, pero será cuando el bodoque me de tiempo.
Por mientras, he pasado a engrosar las filas de los adultos que se derriten cuando tienen un recién nacido enfrente y espero que pase la lluvia.

viernes, 25 de abril de 2008

Age of Consent

Me percaté recién que ayer fue un cumpleaños 18.

El paso a la mayoría de edad.

No me refiero a una persona, o a un momento, si no a un libro. Uno de mis libros favoritos, un poemario modesto en aspecto (aunque hermoso en diseño), que a título personal me ha resultado una revelación, una inspiración e incluso, una influencia.

El libro se llama Trampa para Niebla. El autor es un querido amigo mío, que ustedes conocen por Jack (aunque su verdadero nombre es Juan Carlos Gea).

Su primer hijo literario -- tiene más, en un canon estupendo, y esto no lo digo solamente yo- apareció en su natal Albacete un 23 de abril (Día Internacional del Libro) de 1990. Sé, de cierto, que fue uno de los grandes momentos de su vida hasta ese punto y el contenido del libro lo justifica.

Cuando yo llegué a la película, el libro estaba fuera de prensas, y mi amigo lamentaba su desaparición como inconseguible. Pero ustedes ya me conocen, soy muy necio y muy pertinaz e imprudente y bestia, así que me convertí en un Detective Salvaje, para encontrar algún ejemplar, poniendo a funcionar todos mis contactos.

Finalmente, al cabo de algunos meses, apareció un ejemplar en Londres. Su hallazgo me resultó como una especie de triunfo personal -- no se me ocurre un símil para describir mi satisfacción pero es muy posible que ustedes me entiendan.

Tengo mi ejemplar de Trampa en casa. Lo cuido como oro en paño. Es de esos libros que no salen de mi casa por ningún concepto, y está en la estantería de mis favoritos. Sólo muy de vez en cuando lo leo. Es un libro que permanece casi virgen; no ha sido tocado por tinta.

Me alegra que a los 18 siga siendo tan fuerte, vigoroso, bien timbrado y lleno de aristas, como cuando fue componiéndose, poco a poco, dedicado como está a una cierta sublime heroína (y su sombra).

Así que lo celebro, desde otra orilla del mundo, mientras tengo en brazos a Rafael mi sobrino y le murmuro al oído su primer poema con imágenes de mar y arena húmeda, para estimularle un día, cuando sea mayor y sepa qué es la poesía, esta sórdida vendimia (que es la memoria).

Felicidades, poeta.
Your work spreads.

miércoles, 23 de abril de 2008

¡Ya llegué!

Estoy, por corta temporada, en la Megalópolis.
Estoy bien, enterito, con Jet-Lag, pero bien.
Ya conocí a mi sobrino. Ya escribiré sobre ello.
Por lo pronto, esta, brevísima, sirva para dar señales de vida...
(Lo que sí. Nada más salir a la calle... y extraño mi Finisterre)

domingo, 20 de abril de 2008

Soy Miguel Strogoff...

O como decía cuando era niño: Miguel Strogonoff.

Es decir, soy el correo del Zar. O bien, en este caso, de la Zarina. Maricarmen, la esposa del Jefe, me ha hecho una serie de encargos, y ya los llevo en mi equipaje. Me hace gracia pensar que soy el más avezado traficante de ropa para niños del mundo.

Salgo para México en unas horas. Voy en viaje relámpago para conocer a mi sobrino, ver a mis padres, arreglar asuntos de documentos y sobre todo, ver a mis amigos. Como la temporada será breve, me da no sé qué. Me gustaría poder partirme en muchos pedazos, para poder estar con todos. Como sea, haré lo que pueda.

Me sorprende, ahora que me doy cuenta, que ésta, la vida que llevo en Gijón, con mis rutinas que se van estableciendo, mis caminatas, mis pequeños rituales... todo esto, es mi vida normal. Real. Donde ir a México De Efe, ver a la familia -- o bien, la familia que yo me hice, aparte de mis padres y Mónica- tener que moverme por megalópolis, me parece como algo irreal. Como vacaciones.

Qué curioso es, que ahora todo es 180º del otro lado del espejo.

Ya tengo listo el equipaje. Procuraré actualizar si puedo. Saldré no de mi propio aerie, sino del hogar de amigos que me han ofrecido salir de ahí. Siempre me ha traído suerte hacerlo. Me conforta. Me da calor y valor para emprender las veinticuatro horas de viaje que me esperan.

¡Nos vemos muy pronto!

Baltimore

Hacía mucho tiempo que no pensaba en Baltimore.

Y de repente me acuerdo de Baltimore, ocho años después del hecho, porque se parece algo a este finisterre.

En Baltimore caminé solo, y no sabía a dónde me llevaría el destino.
Aquí también camino solo y no sé a dónde me llevará el destino.

La diferencia, reside en que en ese entonces yo estaba a medio hacer. Era un work-in-progress.

Ahora, sigo estando en proceso. Pero soy.

No subo a trenes lleno de confusión. No siento nostalgia cuando pienso en Baltimore. Es parte de lo que me trajo aquí, como un millón de piezas que se juntan, para formar una escalera, que me lleva siempre a otra parte.

Algunos lo llaman el camino a la madurez. Yo no lo sé.

sábado, 19 de abril de 2008

Rafael

Pequeño Aries:

Tú eres mi sobrino, y yo soy tu tío. Tu único tío bajo la sombra del mismo árbol genealógico.

Aunque te llamaras Caja o Angélica María o Tsunami, yo te querría.

Rafael Andrade Pulido, bienvenido al mundo.

Sé libre, sé feliz. Te hemos esperado con alegría, con preocupación, con esmero (y, en las últimas horas) con ansiedad... este mundo caótico al que llegas, quizá lo puedas hacer un poco mejor.

Tú aún no me conoces. Ciertamente, aún no me quieres. Quizá un día me querrás.

Pero sábete que desde ahora, y aún desde antes, siempre pienso en ti. Y que celebro tu nacimiento con infinita ternura, cariño y esperanzas.

Yo soy tu tío. Verás cómo nos divertimos.

(¡Yo te voy a dar tus primeros libros!)

Y la vida cambia, otra vez.

martes, 15 de abril de 2008

Así, ahora.


Y de pronto sucede que te das cuenta de que estás bien. Que estás sano. Que emocionalmente estás sano. Integrado. Adaptado. Contento. Vigoroso. Relajado al fin. Que la vida es lo que te ha tocado y no otra cosa. Que aceptas lo que tienes y no quieres lo que no tienes. Que lo único que podrías llamar 'problemas' los arreglarás eventualmente, con dinero. Y que sólo son cosas materiales. Pero que tu espíritu está sano. Que incluso tu niño interno está repuesto y puede correr por la arena húmeda mientras te paseas por la playa en la noche, bajo la luna.

Te das cuenta, así, ahora, que todo es bueno. Todo sucede. Que la carrera desenfrenada del año pasado ahora es un impasse. O una anacrusa (la música viene después del silencio). Tienes tus rituales: trabajo, vida. Duermes bien, respiras bien. No hay ansiedad, por primera vez en tantos meses. No hay sufrimiento. No existe. Quemaste las naves y los puentes, pero no fue en vano.

Tú estás aquí.

sábado, 12 de abril de 2008

El ciclo de la vida

La señora madre que aparece en la foto es Gilga. Es la dachshund de mis amigos Cipri y Ángela.
Ayer, a las cinco de la tarde, en un cestito de tela, se convirtió en mamá de siete crías: cuatro hembras y tres machos.

En cuanto me enteré, corrí a verlos. El nacimiento de estos cachorros es muy significativo para mí, por muchas razones: sentimentales e históricas. Hace muchos años, también fui partícipe del nacimiento de unos cachorros salchicha. Una de esa camada, era Lilith. La llevamos a casa y se convirtió en parte integral, importantísima y llena de humor (y de amor) de nuestra familia por catorce años, hasta que se quedó dormida y ya no despertó.

Entre estos cachorros en el cesto, está Audrey.
Hace su debut en la vida, en el mundo y en mi universo, siendo una cosa pequeñita y perfecta; su existencia y la de sus hermanos es lo que me recuerda la maravilla de la naturaleza.
Un día, le mostraré esta foto y le contaré cómo fue el día que nació.

Supongo que, aunque no vivirá conmigo hasta que cumpla ocho semanas [¡a tiempo para mi cumpleaños!] pueden decir que desde hoy, ya soy papá.

Y el ciclo de la vida sigue.
Y sigue.
Y sigue.

viernes, 11 de abril de 2008

Este hombre encantador

Nunca fui lo que se puede llamar un grupi.
De hecho, la idea de los fans de grupos musicales y/o artistas que se presentaban en TV, me pareció siempre – por ponerlo de un modo más bien diplomático- algo cursi, o bien, inexplicable (Aquí, flashback a ver con creciente horror a una turba de chamaquitas gritar en paroxismo ante Menudo. Ahí ya de plano rayaba en lo aberrante… hasta que años más tarde vine a descubrir los mecanismos de marketing de las disqueras y que, cuando el hambre es canija, eres capaz de cualquier cosa a cambio de una torta y una Lulú de piña).

No obstante, también tuve mi etapa de fan. Pero nunca pensé que se vería recompensada tantos años después de su primera flor.


Descubrí a los Smiths algo tarde, cuando, de hecho, la banda como tal ya no existía. Algo de culpa de esta epifanía habrá tenido mi camarada Rodrigo Calleja, devoto seguidor del rock and roll [y de las motos, pero esa es una historia de este anecdotario de una vida inútil-pero-divertida a la que volveré en otra ocasión, cambiando nombres de los involucrados], que sintonizó Girlfriend in a Coma en el estéreo de su coche (un Tsuru), una velada de mi cada vez (¡ay!) más lejana era discotequera, misma que pasé como espía en antros que hoy ya no existen – desde el Chilango’s hasta La Cama, a la que fuimos de puro morbosos, ya que era célebre por ser la peor discoteca del mundo-.

La canción, su lírica ominosa y a la vez sensible de vals allegro vivace para hombre y respirador artificial, me pareció revolucionario y las imágenes de las letras tan inspiradoras, que eventualmente surgió de ahí el bosquejo de lo que sería una novelita (jamás publicada), titulada Los Jóvenes Dioses que giraba parcialmente acerca de un muchacho obsesionado con su novia en estado de coma [naturalmente, Douglas Coupland luego me ganó la idea].

Super Rodri (que, para mayor detalle, es hermano carnal de mi amiga Viviana) tuvo a bien prestarme un cassette (¿los recuerdan?) donde había grabado algunas canciones del grupo – incluyendo la formidable Suffer Little Children, que me aprendí de memoria- y después procedí a procurarme la discografía total de la banda y de su líder rapsoda, [Stephen Patrick] Morrissey (that charming man, altote, sexualmente ambiguo, con voz que va del barítono al falsetto en un segundo y un carisma radiante que sólo podría tener un hijo de Cary Grant e Ingrid Bergman, si semejante ser existiera).

Morrissey fue una revelación para un joven inquieto de veinte años y muchas ansiedades. Su exquisita manera de pintar matices arrebolados a mi vida, entonces del gris más vulgar, me llevó a escribir mis propias historias, a narrar(me) la vida, a ser deprimido-pero-chic. Puedo decir que fue una influencia. Y si aún existiera la banda, habría sido grupi total.

Después de saltar a la fama en 1983 con su primer álbum, Los Smiths se volvieron una especie de banda de culto que además tuvo éxito comercial. No son tan famosos como The Cure, pero generaron un seguimiento más fidedigno; incluso, me atrevo a decir que son más auténticos que cierta repelente banda irlandesa cuyo nombre no citaré, que se convirtió en fenómeno pop a costa de su verosimilitud.

Los Smiths tronaron en 1987, después de aparecer el Strangeways , Here We Come (que es un buen disco, aunque personalmente mi favorito es el anterior, The Queen is Dead, que desde su primer track es una verdadera maravilla) y al año siguiente, Morrissey se lanzó, incandescente, con su primer álbum: Viva Hate, del que se desprenden dos de sus temas más representativos: Suedehead y Everyday is Like Sunday.

Desde entonces, su manera de componer, de hablarle a la gente como uno de lo que anhela y lo que teme, fue una manera de aproximarse. Lo he visto en concierto dos veces y las dos veces me descubrí estremecido hasta la médula, llorando a gritos, aplaudiendo como enajenado, pero inmensamente satisfecho.

En el verano de 2005 en Roma, lo que pudo ser mi sueño de grupi, se hizo realidad.

Estaba en Piazza Navona a las once de la noche, mientras comía helado a la sombra de la fuente de Borromini y rumiaba mi morriña (hábito permanente), cuando vi un grupúsculo de muchachotes de entallados pantalones de cuero y peinados a la Elvis. Todos como guardaespaldas espirituales del hombre al que reconocí de inmediato, después de tantos años de ver su efigie en varios altares: El primo alsaciano. Mi poeta maldito. Mi príncipe que llegó demasiado tarde y no me salvó -- ya no había nada de qué salvarme. Yo ya había cantado sus canciones, ya había escrito cuentos y una novela inspirado por él. Ya había crecido.

Nuestros ojos se cruzaron un segundo: donde yo lo identificaba, él seguro sólo vio a otro turista. Siguió su camino para ser reconocido a gritos por alguien más.

Mi héroe llegó muy tarde y lo dejé marchar, mientras yo volvía corriendo a mi hotel, cerca del Tritone, para escribirle a uno de mis amigos que lo había visto, mientras una voz (¿mi voz?) recitaba en mi interior un mantra de Virginia Woolf: I have lost my youth.

Así, han pasado 25 años de que, con Johnny Marr a su lado, tomó el mundo por asalto; 20 de que se lanzó a cantar en solitario y quince de que yo lo descubriera y me encontrara ante alguien cuya música me decía cosas de mi vida (por no decir que la cambió, de algún modo).

Este es un modesto homenaje a ese hombre que me habló con sus palabras en cantos profanos y me dio una historia (o varias) para ser contada.

miércoles, 9 de abril de 2008

Bon voyage, Miss Voltaire

Ha muerto Jacqueline Voltaire.
Uno de los errores más comunes que el público solía cometer al respecto de ella al verla en pantallas, cantando o actuando, era creerla francesa. Y no.

Jackie (como la llamaba todo el mundo, los que fuimos sus amigos, los que fueron sus alumnos y su familia, los que la quisimos mucho) nació nada menos que en Stratford-upon-Avon, pueblo natal de William Shakespeare, un 6 de noviembre, bajo el signo de Escorpión. Su nombre era Jacqueline Walters, pero cuando inició su carrera, a fines de los 60, decidió llevar el apellido Voltaire, inspirada por el seudónimo de François Marie Arouet, el célebre escritor y filósofo francés. El nombre le quedó como proverbial anillo al dedo.

Por trabajo de su padre, pasó sus primeros años en África y volvió a Londres cuando preadolescente. Su gran sueño era ser bailarina de ballet, pero debido a que ser muy alta (1.73 desde los catorce años), tuvo que cambiar de sendero. Esto la llevó a incursionar en el modelaje; así, se convirtió en maniquí para casas de moda europeas como Courrèges, Chanel y Givenchy, alternando en pasarelas con leyendas del oficio como Suzy Parker, Verushka, Jean Shrimpton y la mismísima Twiggy. Inquieta desde siempre, Jackie anhelaba algo más: “siempre quise hacer algo más que sólo ser una cara bonita. Quería estar ante un público, interpretar, actuar.” Para lograrlo, permaneció en París, alternando sesiones fotográficas y desfiles de moda, con presentaciones como parte del ballet del célebre cabaret Lido y el Moulin Rouge. Pronto, pasó de ser corista a bailarina principal y esto le atrajo contratos internacionales, uno de los cuáles la trajo a Las Vegas, a los 18 años, en 1967.

En Las Vegas, trabajó en el hoy desaparecido Stardust, donde se presentaban actos como Dean Martin y Frank Sinatra. Jackie bailaba y cantaba y tenía numerosos admiradores. Uno de ellos, le propuso matrimonio. “Tenía dos opciones,” me dijo en 1998 en una entrevista extensa para la desaparecida revista Top Model “casarme con este hombre, que era un empresario que me garantizaba un futuro económicamente privilegiado, pero que me alejaría de los escenarios, o tomar un contrato para hacer una gira de presentaciones por México, por seis semanas. Le dije a mi pretendiente que tomaría el contrato y que me esperara, mientras pensaba su proposición. Cuando llegué a México le llamé para decirle que no me casaría con él. Iba a cambiar mi vida, sí, pero de otra manera.”

Jackie llegó al DF en 1969 y el flechazo entre la rubia y esta ciudad fue instantáneo. Pronto comenzaron a llegarle las ofertas y así, en un abrir y cerrar de ojos y aún sin dominar el idioma (“tuve que aprender a hablarlo rápido para poder trabajar y leer los contratos”) se encontró trabajando al lado de figurones de la época como Cantinflas – en Un Quijote sin Mancha-, Silvia Pinal y Manolo Fábregas – La Hermana Trinquete-, Mauricio Garcés – Espérame en Siberia, vida mía, sobre una novela de Enrique Jardiel Poncela- y hasta Capulina – en El Rey de Acapulco-. Esto lo alternaba con temporadas en centros nocturnos como el Terraza Jardín o El Patio, donde cantaba en inglés y español y por supuesto, bailaba.

En 1973, Alejandro Jodorowski la incluyó con el simbólico rol de una turista en La Montaña Sagrada- y en 1983, formó parte del contingente de actores mexicanos que “extrearon” en la megaproducción de Dino DeLaurentiis de Dunas que dirigió David Lynch.

Jackie compaginaba su trabajo en cine, teatro (debutó con el musical Pippin al lado de Julissa) y televisión (más de treinta telenovelas), palenques y conciertos, con la otra constante en su vida: dar clases. Era asesora de imagen en Televisa y por sus manos pasaron centenas de alumnos a los que ayudó no sólo a verse mejor, si no a sentirse mejor consigo mismos, a aceptarse, a quererse.

Conocí a Jacqueline en 1997, cuando era un bisoño en estos menesteres de reportear la farándula. Nos caímos bien desde un principio. Nos “adoptamos” mutuamente; y es que eso era algo que Jackie hacía con la gente. Como su familia vivía en Inglaterra, se creó su familia aquí, a través de sus amigos, de la gente que la quiso. La que llamaba “su gente”. Y todos los que éramos, la queríamos mucho. Siempre fue solidaria y buena amiga. Mi familia la quería y ella siempre fue cariñosa con los míos. Cuando mi abuela María (con quien siempre tuvo simpatía y largas conversaciones) murió, estuvo con nosotros todo el tiempo. Me pesa no poder devolverle ahora el favor.

Hace un par de años, le detectaron cáncer. Lo tomó, como todos los golpes que tuvo en su vida (rupturas sentimentales, la muerte de sus padres): con gracia y serenidad. No lo reveló más que a amigos más cercanos, entre ellos Beatriz Calles, Oscar Macháin, que fue su compañero por más de quince años; Carol Miller y el marido de ésta, Tomás González, entre unos pocos. No se amilanó ante la inminencia de la muerte – sabíamos cómo iba a ser, mas no cuando- y aprovechó el tiempo trabajando incansablemente (hace poco participó en el estreno de Una Eva y Dos Patanes, el musical de Broadway y filmó una participación en La misma luna) y poniendo en orden todos sus asuntos. Dijo que si no había nada qué hacer para salvar su vida, iba a vivirla al máximo y eso hizo exactamente.

Es un poco irónico que, aunque bien querida dentro del medio artístico, los medios más o menos la ignorasen hasta el final de su vida, cuando se volvieron todos los ojos a los que calificaron los medios como su “dramática muerte”. Si había algo que Jacqueline Walters-Voltaire no tenía, era ser dramática. Era sencilla y directa. Generosa y amiga de sus amigos, leal a sus principios y entregada a sus acciones. Era cordial hasta con los dizque ‘admiradores’ vetarros y guarros que podían ocasionalmente faltarle al respeto; siempre se dio a sí misma su lugar como una dama. Le encantaba leer e ir y dar a fiestas – no se perdía una y era excelente anfitriona-. La última vez que nos vimos, fue antes que yo emigrara a otras tierras, en el jardín del Museo Dolores Olmedo. Estaba, como siempre, impecable, optimista, en paz. Era mi amiga y la voy a echar mucho de menos.

Los que la conocimos vamos a recordarla como una presencia luminosa, que nos quiso mucho a todos y a la que recordaremos como lo que era: una mujer cuya belleza interior ganaba de calle a la notable hermosura exterior.

martes, 8 de abril de 2008

Música de playa

La marea está muy, muy baja y me decido a caminar un rato por la playa.

Es medianoche y no hay un alma, ni en el muro, ni en la arena.

Es muy raro, cómo la arena se compacta en los lugares donde antes la ocultaba el mar. Cómo aparecen, en ella, algunas piedras semiocultas. Esto es la bajamar.

Veo cómo las huellas que dejo sobre la arena hacen un rastro irregular. Me inclino a recoger algunas de esas piedras exhumadas por el agua y me las meto, aún arenosas, en el bolsillo. Me gusta la playa de noche. Así como la veo ahora.

Pienso en la bajamar y en la música de playa.

Hace algún tiempo, cuando me iba a ir a Egipto -- unos días antes, lo decidí aquí mismo, en Gijón, era Semana Negra- fui a cenar con Jack y la Señora Duquesa en un restaurante que no conocía (y que ahora, sutil ironía, queda exactamente a la vuelta de mi casa, en los bajos del bloque de apartamentos donde vivo) y después de cenar, bajamos a caminar un poco por la playa, los tres.

Esa noche, la marea estaba tan baja como hoy y la arena conformaba una sabana compacta donde empezamos a andar, yo por delante, tratando de ubicar de dónde venía una música que se oía claramente hasta el muro. Mis compañeros se quedaron más cerca de las escaleras que descienden a la playa y yo primero caminé y luego corrí hasta encontrar que era un pequeño combo de jazz que tocaba algo que podía ser de Count Basie o Thelonious Monk (no lo sé. Igual que nunca aprendí a jugar ajedrez, tampoco le tomé gusto al jazz y no sé distinguirlo, lo siento).

Recuerdo que me quedé muy quieto, oyendo la música de playa. Luego volví corriendo a donde estaban mis amigos, como quien ha encontrado un tesoro, sorprendido, fascinado (en esa época, mi ciudad me sorprendía a cada giro. Hoy lo sigue haciendo).

Esta noche, mientras yo caminaba desde San Pedro sobre la arena compacta, recogiendo piedras, recordé la música de playa. Abrí mis oídos, pero no había combos o cuartetos, o un saxofonista tenor que tocara. Pero había música: el murmurar del agua, aún desde lejos.

Y la bajamar me recordó inevitablemente también el que es uno de mis poemas favoritos, palabras ajenas que tras haberlas leído por primera vez (y con muchos encores), y como años antes ocurriera con Daddy (Plath) o The More Loving One (Auden) o The Lady of Shallott (Tennyson) o La Paloma (Alberti) se instalaron en este inmenso y caótico archivo que es mi cabeza, para ser recitadas de repente, no de memoria, sino como dicen los anglos: by heart -- siempre me gustó más esa expresión al referirse a algo que puedes recitar, le resta lo mecánico y le da el sentimiento que amerita.

Me detuve a mitad de la playa, con piedras en los bolsillos (Ay, ay, Virginia. Pero yo no) y empecé, de repente, con el corazón y la cabeza al unísono, como hacía tanto tiempo atrás, a recitar las estrofas de Bajamar en voz alta.

Este es el cesto de
las piedras exhumadas.

Estos son los objetos
sin perfil y sin nombre.

Estos peces creían que el mar era eterno
pero el mar los ha expulsado.

Este rostro es el tuyo en espejos trizados,
pequeñas marismas sobre el limo.

Este es el territorio
que el agua ha conquistado a la certeza,

y esta sórdida vendimia es la memoria.


Me llené los pulmones de noche, al oír mi voz cantando. Me di cuenta de que en ese instante (no maravilloso sino irrepetible, Joseph Brodsky dixit, una noche de invierno en Yalta) era feliz. La única alma en San Lorenzo bajo las nubes y repetí mi canto, ahora alegre.

Sí, esta sórdida vendimia es la memoria. Mi memoria no es otra cosa si no eso mismo. Y regresa a mí todo como el agua que vuelve en espuma contra el rompeolas. Me sentí profundamente agradecido por todos los privilegios recibidos y seguí caminando despacito en la arena, mirando mis huellas y riéndome, riéndome.

Y mi risa, descubrí, era esa música de playa.

domingo, 6 de abril de 2008

El héroe está fatigado

Era un actor de recia presencia, si bien su talento histriónico era más bien limitado (sólo podía interpretar el mismo tipo de rol, su lenguaje corporal era casi siempre el mismo y gesticulaba mucho, ergo esto le valió el mote de ‘Carlos Gestos’, aunque estos defectos los compensaba de sobra su enorme carisma), pero se las ingenió para ser una de las últimas grandes estrellas de la época dorada de Hollywood. Era conocido por sus facciones pétreas y bien esculpidas, su alta estatura, anchas espaldas y voz resonante, y desde luego, por los papeles que interpretó: era propenso, al principio de su carrera, a interpretar héroes históricos y épicos – la imagen de Heston como Moisés partiendo el Mar Rojo en la película de DeMille es prácticamente indeleble en la memoria colectiva, aún para aquellos que nunca vieron Los Diez Mandamientos. Obtuvo su único Oscar por su trabajo en Ben-Hur de William Wyler.

Heston reveló en el 2002 que tenía síntomas de un padecimiento semejante al Alzheimer (Demencia vascular, que mediante una serie de pequeñas isquemias fue despojándolo de la memoria, el habla, la motricidad y la lucidez). "Debo encontrar un punto de equilibrio entre el valor y la resignación", dijo en su última declaración pública, antes de retirarse por completo, para ser cuidado por su esposa Lydia Clarke, con quien llevaba casado 65 años y tuvo dos hijos.

De complexión musculosa, y aspecto atractivo, Heston resultó la estrella ideal en una época en que Hollywood necesitaba renovar ídolos en la pantalla, al acercarse el otoño de figurones como Cary Grant y Clark Gable, y después de la muerte de Humphrey Bogart y Gary Cooper. Hacían falta “hombres muy hombres” y Heston, Burt Lancaster y Kirk Douglas llenaban el requisito: eran menos elegantes que Grant o Gregory Peck, pero era más fácil que el público se identificara con ellos, al ser “hombres muy hombres” del tipo John Wayne. Y si bien Chuck (como le llamaban los cuates, que eran muchos, ya que era popular entre la tropa) no era precisamente un Marlon Brando o un Olivier, supo ganarse el respeto de sus colegas y echarse al bolsillo al público, alternando sus trabajos épicos y magistrales, con producciones más arriesgadas – como la incomparable Sed de Mal (1958) de Orson Welles, en que – prácticamente maquillado con Nescafé- interpretaba a un inspector mexicano que se involucra en una siniestra intriga fronteriza, para rescatar a su mujer (la angelical Janet Leigh, antes de darse una ducha en el Motel Bates) que ha sido secuestrada por una banda de peligrosos narcotraficantes y lesbianas machorras.

Hacia fines de los 60, cuando ya estaba bastante más madurito, Heston se hizo nuevamente famoso al incursionar en una serie de películas de ciencia ficción que lo acercaron a nuevas generaciones de admiradores y le valieron, en un par de casos, estatus de culto (¿Quién se puede olvidar de los gritos desaforados que pegaba, alarmante, en las escenas finales de El Planeta de los Simios [1968] y Cuando el Futuro nos alcance/Soylent Green [1972]? Hasta en Saturday Night Live y Los Simpson le hicieron socarrón homenaje a estos pasajes de su interpretación).

También asumió el rol de líder fuera de la pantalla. Fue presidente del Sindicato de Actores de la Pantalla y presidente del Instituto Cinematográfico Estadounidense, durante varios años. Además, pese a ser destacadamente conservador, marchó en las protestas durante el movimiento por los derechos civiles de 1963 y 1964, al lado de Martin Luther King. Sin embargo, y como es natural, conforme fueron pasando los años, se volvió más recalcitrante en su conservadurismo y se decantó por apoyar a candidatos Republicanos como su ex colega Ronald Reagan o los Bush, père et fils.

En junio de 1998, fue elegido presidente de la Asociación Nacional de Portadores de Armas, para la cual posó en varios anuncios, sujetando un fusil. Lanzó una crítica a Bill Clinton: "Estados Unidos no confía en usted con nuestras hijas de 21 años y, desde luego, ¡Dios mío!, no confía en usted con nuestras armas". Renunció como presidente de la asociación en abril del 2003, tras señalar a los miembros que sus cinco años en el cargo fueron "una gran experiencia que disfruté cada minuto". Tristemente, las actitudes de Heston en sus últimos años, cuando, ya estando ligeramente afectado de sus facultades se comportaba como un vetarrito beligerante, al declarar que Miguel Ángel Buonarrotti (a quien interpretó en La Agonía y el Éxtasis) “no era un marica” o al presentarse a defender el uso de armas de fuego en el documental Bowling for Columbine de Michael Moore – una de sus últimas apariciones en pantalla, entrevista en la que acabó por perder la paciencia y a la que luego clamó “fue llevado con engaños”- estuvo muy cerca de eclipsar sus logros como actor, que, como es evidente, fueron sobresalientes.

"Debo tener valor y resignación en igual medida", afirmó al anunciar al mundo el padecimiento que acabó con él. Según los reportes posteriores a su retiro, pese a la dureza de su enfermedad, Heston se mantuvo hasta el último momento con entereza y compostura, similar a la que aplicó a sus papeles. Controversial, muy a su pesar, pero siempre dispuesto a trabajar (de hecho, a mediados de los 80 él y la legendaria Barbara Stanwyck encabezaron el reparto de una telenovela estilo Dinastía, aunque sin mucho éxito) y si temor al ridículo en buena parte de su carrera – él mismo solía hacer burla de sus defectos cuando joven- el buen Heston, cuya última interpretación fue una breve aparición como el sádico Doctor Josef Mengele en la cinta europea Mi padre, Mengele, filmada en 2003, deja como herencia una sólida carrera cinematográfica, que sin duda le convirtió en uno de los grandes iconos masculinos de la industria ilusoria del celuloide, participando en más de 70 películas, dejando siempre su presencia como rúbrica, algo que entre las ‘estrellas’ de hoy, ya no parece posible.

A título personal, puedo decir que nunca fue de mis favoritos, que de hecho, me caía medio mal algunas veces, pero le doy reconocimiento por haberme hecho reír, haberme hecho recordarlo, simplemente por haber dicho (donde otros de su estatura nunca se hubieran atrevido) líneas completamente absurdas, pero inolvidables, como "¡Quítame las manos de encima, mono asqueroso!", "¡Por fin lo hicieron! ¡Malditos! ¡Malditos seeeeaaaaaannnn!" o "Soylent Green is made outta peoooooooooopleeeeeeeeeeee!!! Peoooooooopleeeeeeeeeeee!!" Nada más por esa razón es que me acordaré de Carlos Gestos.

Era un grande. Y nadie se lo podrá quitar.

sábado, 5 de abril de 2008

Todo sobre Bette

Nadie fumaba como Bette Davis.

Esa es la imagen primera que se conjura en la cabeza al verla aparecer en pantalla, con el infaltable cigarrillo entre los dedos y una espiral de humo que se eleva hacia el cielo. Pero antes, como un antifaz, oculta (y al mismo tiempo revela) su mirada. Esos ojos. ¡Qué ojos!

Nadie podría decir que Ruth Elizabeth Davis (o bien, Bette, pronúnciese Bet-ti, y no Bet, que le molestaba profundamente), nacida el 5 de abril de 1908 en el seno de una familia complicada en Massachusetts, era una mujer hermosa, de hecho era convencionalmente fea, y sin embargo era imposible no mirarla cuando hacía su aparición y despegar la mirada de ella. Controlaba la cámara con absoluta naturalidad. Su mística incluso trascendía al medio; hacia el fin de su vida ella era un personaje.

Donde Ingrid Bergman era una santa, luminosa y bellísima, Greta Garbo la diva inaccesible, Katharine Hepburn la presencia magistral, Joan Crawford la estrella por excelencia, Grace Kelly era literalmente una princesa, Ava Gardner el animal más bello del mundo, Anne Bancroft la irresistible seductora con quien muchos fueron a perder la inocencia y Audrey Hepburn la novia con la que todo mundo soñaba, la Davis era algo completamente distinto: lo mismo era una mujer sin escrúpulos, que una mártir abnegada, una cómplice hilarante o un verdadero monstruo.

No recuerdo cuándo la vi por primera vez. No puedo recordar un tiempo en el que no estuviera consciente de que existía Bette Davis. Era sinónimo con una era de Hollywood, el de blanco y negro, con algunos brotes relampagueantes de Technicolor: la mujer más bragada que hubiéramos visto aparecer nunca antes. Era dura y a la vez vulnerable; compleja con sólo lanzar una mirada.

Comencé a apreciarla, siendo aún muy joven, al ver la cinta que fue un parteaguas en su carrera: la transición en sus roles maduros a su ocaso, que fue vibrante, en ¿Qué fue de Baby Jane? donde daba vida a la ex estrella infantil Baby Jane Hudson, a quien el peso de la culpabilidad, el fracaso, el olvido y el alcohol, la llevaron a volverse psicótica y homicida, a tener prácticamente secuestrada a su hermana inválida Blanche (nada menos que la Mamita Querida Crawford, a la que detestaba cordialmente y de quien siempre habló pestes, correspondida fielmente, perrada a perrada, por aquella) sometiéndola a torturas monstruosas. Fue un trabajo memorable que la hizo redefinir su carrera, pero aún antes había dejado huella, por lo que, a manera de un detective amateur, me fui aventurando a sus trabajos anteriores, los que ayudarían a cimentar su leyenda.

Fue así que la descubrí como Margo Channing en Eva al desnudo, de 1950, que considero es su mejor película por mucho y que en cada visionado ofrece algo nuevo. Obra cumbre de Joseph Mankiewicz y considerada una de las más grandes obras maestras de la historia del cine, es una trama de intrigas teatrales ambientada en los escenarios de Broadway. La Channing es una mujer formidable, una actriz consumada, que sin percatarse, cae en las maquinaciones de la perversa Eva Harrington (Anne Baxter), quien con su rostro de no-rompo-un-plato, busca adueñarse de su carrera, su prestigio, sus amigos y hasta su hombre.

La Davis era un mito, el auténtico monstre sacré que marcaba pauta y daba cátedra de un modo sencillo. En la vida real, y existen entrevistas que lo demuestran, era lo mismo jovial que altanera, socarrona y desvergonzada. Nunca se apartaba de una buena bronca y se peleaba como los merititos machos. Fue capaz de cantar un alborotado ‘tuist’ en TV para promover Baby Jane y también de hablar sin tapujos de su lucha contra el cáncer de mama (que finalmente se la llevó, en 1989 a los 81 años, ya bastante mermadita) para recavar fondos para combatirlo. Sobrevivió a los tardíos y estúpidos reproches de su única hija, Bárbara Merrill (hoy conocida como BD Hymen) que escribió un libro al estilo de la escuela para hijos ingratos de Christina Crawford, aún estando viva su madre, quien, aunque entristecida, le espetó que hasta con las ventas de su mísero pasquín, seguía manteniéndola.

La Davis hizo una época y merece todo el respeto que se ganó a pulso. Recuerdo que cuando murió, alguien dijo “ah, si sólo era una pinche actriz gringa”. Y no. Podrá haber sido eso, pero era también mucho más. Fue una figura que supo plasmarse en una pantalla, sacudir las emociones de generaciones enteras y entregarse a cambio de casi nada, a un público veleidoso e inconstante. En su última aparición, durante el Festival de San Sebastián, donde recibió el premio Donosita a su carrera, aún era una figura que se sostenía, plantándole cara a la edad, la enfermedad y hasta la extinción.

Si hoy viviera, tendría 100 años. Y seguramente tendría aún esa mirada desafiante, tal vez detrás de una mistificadora cortina de humo.

jueves, 3 de abril de 2008

Papá va a ser Mamá

Permítanme presentarles a Thomas y Nancy Beatie.

Ellos viven en Oregon, en los Estados Unidos. Thomas tiene 34 años (es unos cuantos meses mayor que yo) y es un hombre reconocido como tal por su esposa, sus compañeros de trabajo, su familia y el estado en el que reside.

Thomas tiene cinco meses de embarazo.

Supongo que muchos de ustedes creen que escribo una broma (incluso una de mal gusto), o que no sé de lo que hablo. Tal vez si han seguido las noticias este último mes, hayan oído respecto a este caso. Es posible que algunos se aparten de la página, horrorizados, o me acusen de promover perversiones. Pero si he logrado captar su atención, espero que me acompañen al final de lo escrito, sin morbo, y luego compartan conmigo su opinión ante este caso que, personalmente me conmueve, me maravilla, me asombra y me estremece.

Gracias.

****

La primera vez que supe de Thomas y su inmensa alegría (y enorme sinsabor, que van juntos), fue leyendo el número de abril de la revista The Advocate (una publicación estadounidense que aborda temas de interés gay, en cultura, sociedad, salud, política y etc., creo que sin importar su nacionalidad, es una publicación importante y seria).

Thomas nació como mujer en Hawaii en 1973. Tras un largo proceso decidió reasignar su sexo -- una decisión personal-, con un tratamiento hormonal y una doble mastectomía, mas optó por retener sus órganos reproductivos. "Desear tener un hijo biológico," señala en el artículo titulado Labor de amor, una crónica en primera persona sobre su experiencia "no es un deseo masculino ni femenino. Es un anhelo humano."

Como su esposa, Nancy, debido a una severa endometriosis tuvo que someterse a una histerectomía hace algún tiempo, Thomas decidió que él sería quien tuviera al bebé de ambos. No fue una decisión fácil de tomar, considerando que llevaba más de nueve años sin ciclos menstruales. Así fue que buscaron diversos donantes entre sus amistades más íntimas y Thomas tuvo que cambiar drásticamente su vida (nuevamente) para intentarlo. Los tratamientos de fertilización in vitro fueron costosos y frustrantes en dos sentidos: los primeros se malograron y además, la pareja tuvo que enfrentarse incluso al prejuicio de algunos médicos especialistas en fertilidad, que se rehusaban terminantemente, aduciendo principios morales y/o religiosos, a ayudar a un hombre (porque legalmente y para todos usos y razones, Thomas tiene identidad masculina desde 1998 y él y Nancy están casados con todas las de la ley) a quedar embarazado. Han tenido que buscar mucho para encontrar un cuerpo médico que los apoye.

Sé que suena morboso, que recuerda a esa comedia de dudoso gusto de Schwarzenegger (Junior, que pese a la luminosa presencia de Emma Thompson y la dirección de Ivan Reitman no podía evitar el cliché ramplón) y que a muchos les parecerá absurdo e increíble. La propia familia de Thomas dio muestras de cierta estrechez de miras, cuando perdió al primer bebé concebido: según cuenta el artículo, uno de sus hermanos le dijo que "era mejor que hubiese perdido la criatura. Sabría Dios qué clase de monstruo hubieras tenido." -- Siempre es reconfortante saber que la barbarie empieza en casa.

Ha sido un camino difícil. Han tenido apoyo por parte de la comunidad Lésbico-Gay-Transgénero de Oregon, pero no así muchas facilidades. Thomas ha sido objeto de escarnio y curiosidad morbosa. Seguramente, mientras el embarazo avance y se vaya extendiendo la noticia, gente tan fina y educada como Jay Leno del Tonight Show, o ese marrano tóxico conocido como Perez Hilton, harán eruditos comentarios. Y eso sólo en Estados Unidos. Habrá que ver cómo reacciona el resto del mundo ante el primer hombre (legalmente reconocido como tal) que espera un bebé.

Thomas escribió el artículo para The Advocate, a invitación de Neal Braverman, editor de la revista, precisamente para poder contar su historia a su manera. Oprah Winfrey se ha mostrado interesada en la historia de Thomas y Nancy y los ha invitado a su muy visto programa para que hablen abiertamente del tema, y puedan responder a sus retractores -- que (sin que esto sorprenda), incluyen a diversas cabezas de la iglesia bautista, cristiana, evangélica e incluso episcopal de su país. Supongo que cuando el Vaticano y Herr Die Papa se enteren, también emitirán su escandalizada y "sabia" opinión.

Personalmente, encuentro a Thomas Beatie como una persona muy valiente, por no decir temeraria. Es verdad: el decidir ser padre/madre, no es una cuestión de género (o bien, transgénero). Es una cuestión de amor. Desde aquí, yo puedo decir que lo admiro. Que apoyo su postura y que le deseo suerte en el trayecto. No es fácil ser quien uno es. Tampoco es fácil que nuestra manera de dar y demostrar amor sea aceptada por el mundo. Pero siempre, siempre, es de reconocer lo que se hace para intentarlo y lograrlo. Lo admiro y pido por él y por Nancy.

El parto, por cesárea, ha sido programado para el 3 de julio.
Esperan una hermosa niña.

Y de paso, sin proponérselo, han hecho historia.

miércoles, 2 de abril de 2008

Epistolaria del cariño

Algo que siempre llamó mi atención -- o bien, no siempre, pero sí desde hace unos veinte años, cuando comencé a escribir cartas de modo regular, antes que ese tipo de correspondencia evolucionara para convertirse en este blog... más o menos- era que, por antonomasia, la gente solía encabezar sus cartas con la palabra "Querido (a)".

"Querido Fulano", "Querida Zutana", o en algunos casos: "Apreciado" o "Estimado".

Siempre lo encontré como algo sorprendente, e incluso confuso. ¿Qué no se supone que alguien querido, es porque le queremos? ¿Entonces cómo le vamos a llamar "querido" a alguien a quien no queremos, o que tal vez no conocemos, o que, en un momento dado, nos cae mal?

Para mí, la gente en el mundo podría más elementalmente dividirse en tres categorías:

*La Gente a la que Quiero
*La Gente a la que No Quiero
*La Gente a la que No Conozco

Posiblemente la categoría más amplia sea la tercera. No conozco a mucha gente. Por eso siempre soy cordial con los desconocidos (si no siempre, las más de las veces). Sin embargo, nunca le escribiría a un desconocido al que no quisiera, una carta encabezada por "querido". Aunque tampoco por "Estimado".

"Estimado" y "Apreciado" siempre me han parecido como premios de consolación, platos de segunda mesa. Una compensación para no decir que quieres a alguien. Entonces, si no lo quieres, no se me figura que lo aprecies o lo estimes. Así que, para evitarme ese conflicto de consciencia, lo que hacía, al dirigirme a alguien a quien no conocía como para quererlo/a, le escribía usando su nombre de pila, o bien, algún apodo de buena voluntad.

Pero nunca "querido/a", si no lo era.

Con el tiempo, dejé de escribir cartas (¡Dios! ¡Qué bueno era para escribir cartas! No lo digo por mí o por cortar una flor de mi jardín, o pecando de inmodestia: lo digo porque es verdad, ¡escribía unas cartas buenísimas! A mis corresponsales les consta) y comencé a escribir este blog.

El otro día, no sólo por lo aquél reportaje por el que me llamaron, alguien me hizo reevaluar las razones de esta escritura; todo fue de un modo inevitable: caminando por la calle, me encontré a alguien que pertenece a la segunda categoría (gente a la que no quiero). Me preguntó si lo acompañaba a tomar un café y acepté por buena educación (y por que ya había usado demasiados pretextos para no hablarle a este ente, algo que en una ciudad de este tamaño no se puede evitar siempre).

Mi interlocutor, aunque despistado en cosas verdaderamente importantes de la vida y afecto a impostar la voz y los temas cuando conversa, no es necesariamente una mala persona. Es sólo que no lo quiero por que es grandilocuente, hipocritón y tanguero. Amén de que trató de cebarse a costas de alguien a quien sí quiero (y mucho) y no me pareció correcto, aunque el karma se encargó de ponerlo en su lugar, si bien dudo que aprendiera su lección, porque sigue igual de boquiflojo.

Pero en fin, el no querer a alguien no quiere decir que le tenga que mentar la madre cada vez que lo vea, o que lo agarre a varazos en la baja espalda. Nobleza obliga, que dicen, así que ahí me tienen, de escucha.

El joven (porque sí, es más joven que yo) se puso a elaborar, tomando por pretexto el reportaje de El Comercio, para cuestionar la existencia de este blog, más aún, partiendo de algo que él consideraba un origen de escasa validez como lo es "escribirle cartas a tus amigos" (me imagino que si alguna vez yo le hubiera escrito alguna carta, cosa que jamás hice, no opinaría lo mismo).

"Si yo tuviera un blog," me dijo "sería para emitir mi opinión."

"Bueno," dije yo, algo arrepentido de haber aceptado su invitación. Iba a ser un café muy largo "yo uso mi blog como tribuna, para expresar mi opinión sobre temas que me interesan..."

"No, no, lo tuyo es más sentimental. Tú mismo lo dices. Es muy personal. No puedes separar una cosa de la otra. Yo, en cambio, creo que es un medio para opinar..."

(Y para quedarte con el culo al aire, también, pensé yo, pero no se lo dije)

"Tú escribes como si fueran cartas a tus amigos."

Y si bien, lo dijo como una crítica, creo que dio en el clavo. Lo que él menosprecia como "sensiblería", para mí es algo más trascendente. Supongo que cada cabeza es un mundo. Como quien encabeza una carta diciéndole "querido" a alguien a quien ni siquiera ha visto, donde yo cada vez que pongo esa palabra (o sus variaciones) es por que la siento. He aprendido a no decir lo que no siento. O algo así.

Así que en un momento dado, esa es la razón: hacer un trasunto electrónico de un abrazo, o de una presencia. Quizá no todo el mundo lo entiende (sé que mi interlocutor, joven y arrogante, aunque debo reconocerle que si se estampa contra la pared no ceja en su intento, no entiende el concepto), pero no me importa. Quizá divago ahora, pero es lo que quiero decir.

Nunca encabezaría una carta llamando querido a quien no quiero. No "estimo" a nadie. Quiero o no quiero. Punto. No taso mis afectos. Pero como en todo, hay matices y gamas. Como en cada uno de los escritos que conforman la epistolaria que es este blog (y a su manera, toda mi epistolaria personal anterior, desde una primera carta escrita en vacaciones a un pen-pal que tuve y del que no volví a saber nada, hasta ahora). Pero todos han sido escritos con el mismo propósito: no ponerme a pontificar (¿quién soy yo para ponerme a pontificar y/o a moralizar?) si no extender los brazos: para abrazar cuando alguien lo necesita. Y para ser abrazado cuando yo lo necesito, también.

Me despedí de mi interlocutor, que me dijo que "no tendré nunca un blog, porque me parece una pérdida de tiempo" y volví a casa.

Y escribí esto.

Y me sentí bien.

martes, 1 de abril de 2008

El día de Hanna

Dice Alejandro Calva que si Hanna es (obviamente) Hanna, nosotros dos (o sea, él y yo) somos sus Hermanas.

Chiste muy Woody Allen, pero que es una verdad como un templo.

Han sido casi veinte años y Hanna se ha convertido en, para todos usos y razones, mi hermana.

No sé si ella podrá decir lo mismo (¡soy un hermano muy chafa!) pero yo sí puedo decir que me siento muy contento de que así sea. No sólo es una belleza (como lo han podido constatar en las fotos que de ella periódicamente he ido publicando) si no que su hermosura interior trasciende a la extierior.

Hannita es un dulce, pero también es una de las mujeres más bragadas que yo conozco. Es bravía como pocas e intrépida cuando hace falta.

La verdad es esta: cuando trato de recordar un tiempo en el que Hanna no era parte de mi vida, aparece, sí, pero se siente como si ella fuera incluso parte de un tiempo en el que no nos conocíamos todavía.

En diecinueve años, nos ha pasado de todo. Hemos visto de todo y dicho y hecho de todo (o casi). Sólo hay media docena de personas en las que confío como en ella. Una es mi madre. De las otras cinco, tres son amigos hombres. Les confiaría (les he confiado) mi vida.

¿Qué a qué viene esto ahora?

¡Ah! Es que hoy es el cumpleaños de Hanna.

¡Es la primera vez que no estoy en su cumpleaños! -- En los anteriores, hacíamos fiesta en su casa y cocinábamos (¡cuántas veces actualicé esta página sentado en su cocina!) y Alejandro y Andrés (que la conocen desde entonces y hasta más atrás) hacían el show (Ven, juglar...) y acabábamos al amanecer, pensando en qué vamos a hacer al año siguiente.

Y así.

Y hoy no estoy.

No me siento culpable ni mal, pero nada más no estoy.

Así que ésta es mi manera de decirle que aquí estoy. Que pienso en ella, que es parte indispensable de Los Bienamados, que la quiero (tú sabes, tú sabes lo que yo te quiero) y así entonces, corro la voz. Hoy es cumpleaños de Hanna. Quien quiera hacerle llegar unas líneas de felicitación puede hacerlo. Estoy seguro de que estará encantada.

Y yo mientras tanto, sigo trabajando, construyendo con palabras.

Pensando en ella.