viernes, 11 de abril de 2008

Este hombre encantador

Nunca fui lo que se puede llamar un grupi.
De hecho, la idea de los fans de grupos musicales y/o artistas que se presentaban en TV, me pareció siempre – por ponerlo de un modo más bien diplomático- algo cursi, o bien, inexplicable (Aquí, flashback a ver con creciente horror a una turba de chamaquitas gritar en paroxismo ante Menudo. Ahí ya de plano rayaba en lo aberrante… hasta que años más tarde vine a descubrir los mecanismos de marketing de las disqueras y que, cuando el hambre es canija, eres capaz de cualquier cosa a cambio de una torta y una Lulú de piña).

No obstante, también tuve mi etapa de fan. Pero nunca pensé que se vería recompensada tantos años después de su primera flor.


Descubrí a los Smiths algo tarde, cuando, de hecho, la banda como tal ya no existía. Algo de culpa de esta epifanía habrá tenido mi camarada Rodrigo Calleja, devoto seguidor del rock and roll [y de las motos, pero esa es una historia de este anecdotario de una vida inútil-pero-divertida a la que volveré en otra ocasión, cambiando nombres de los involucrados], que sintonizó Girlfriend in a Coma en el estéreo de su coche (un Tsuru), una velada de mi cada vez (¡ay!) más lejana era discotequera, misma que pasé como espía en antros que hoy ya no existen – desde el Chilango’s hasta La Cama, a la que fuimos de puro morbosos, ya que era célebre por ser la peor discoteca del mundo-.

La canción, su lírica ominosa y a la vez sensible de vals allegro vivace para hombre y respirador artificial, me pareció revolucionario y las imágenes de las letras tan inspiradoras, que eventualmente surgió de ahí el bosquejo de lo que sería una novelita (jamás publicada), titulada Los Jóvenes Dioses que giraba parcialmente acerca de un muchacho obsesionado con su novia en estado de coma [naturalmente, Douglas Coupland luego me ganó la idea].

Super Rodri (que, para mayor detalle, es hermano carnal de mi amiga Viviana) tuvo a bien prestarme un cassette (¿los recuerdan?) donde había grabado algunas canciones del grupo – incluyendo la formidable Suffer Little Children, que me aprendí de memoria- y después procedí a procurarme la discografía total de la banda y de su líder rapsoda, [Stephen Patrick] Morrissey (that charming man, altote, sexualmente ambiguo, con voz que va del barítono al falsetto en un segundo y un carisma radiante que sólo podría tener un hijo de Cary Grant e Ingrid Bergman, si semejante ser existiera).

Morrissey fue una revelación para un joven inquieto de veinte años y muchas ansiedades. Su exquisita manera de pintar matices arrebolados a mi vida, entonces del gris más vulgar, me llevó a escribir mis propias historias, a narrar(me) la vida, a ser deprimido-pero-chic. Puedo decir que fue una influencia. Y si aún existiera la banda, habría sido grupi total.

Después de saltar a la fama en 1983 con su primer álbum, Los Smiths se volvieron una especie de banda de culto que además tuvo éxito comercial. No son tan famosos como The Cure, pero generaron un seguimiento más fidedigno; incluso, me atrevo a decir que son más auténticos que cierta repelente banda irlandesa cuyo nombre no citaré, que se convirtió en fenómeno pop a costa de su verosimilitud.

Los Smiths tronaron en 1987, después de aparecer el Strangeways , Here We Come (que es un buen disco, aunque personalmente mi favorito es el anterior, The Queen is Dead, que desde su primer track es una verdadera maravilla) y al año siguiente, Morrissey se lanzó, incandescente, con su primer álbum: Viva Hate, del que se desprenden dos de sus temas más representativos: Suedehead y Everyday is Like Sunday.

Desde entonces, su manera de componer, de hablarle a la gente como uno de lo que anhela y lo que teme, fue una manera de aproximarse. Lo he visto en concierto dos veces y las dos veces me descubrí estremecido hasta la médula, llorando a gritos, aplaudiendo como enajenado, pero inmensamente satisfecho.

En el verano de 2005 en Roma, lo que pudo ser mi sueño de grupi, se hizo realidad.

Estaba en Piazza Navona a las once de la noche, mientras comía helado a la sombra de la fuente de Borromini y rumiaba mi morriña (hábito permanente), cuando vi un grupúsculo de muchachotes de entallados pantalones de cuero y peinados a la Elvis. Todos como guardaespaldas espirituales del hombre al que reconocí de inmediato, después de tantos años de ver su efigie en varios altares: El primo alsaciano. Mi poeta maldito. Mi príncipe que llegó demasiado tarde y no me salvó -- ya no había nada de qué salvarme. Yo ya había cantado sus canciones, ya había escrito cuentos y una novela inspirado por él. Ya había crecido.

Nuestros ojos se cruzaron un segundo: donde yo lo identificaba, él seguro sólo vio a otro turista. Siguió su camino para ser reconocido a gritos por alguien más.

Mi héroe llegó muy tarde y lo dejé marchar, mientras yo volvía corriendo a mi hotel, cerca del Tritone, para escribirle a uno de mis amigos que lo había visto, mientras una voz (¿mi voz?) recitaba en mi interior un mantra de Virginia Woolf: I have lost my youth.

Así, han pasado 25 años de que, con Johnny Marr a su lado, tomó el mundo por asalto; 20 de que se lanzó a cantar en solitario y quince de que yo lo descubriera y me encontrara ante alguien cuya música me decía cosas de mi vida (por no decir que la cambió, de algún modo).

Este es un modesto homenaje a ese hombre que me habló con sus palabras en cantos profanos y me dio una historia (o varias) para ser contada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hooray Miguel!!!

I LOVE THE SMITHS!!!!!

LOVE YOU TOO!

Viviana en vivo dijo...

Al Gogo le sigue gustando Morrisey.