Mi
privilegio y mi
maldición son la misma cosa.
La
memoria.
Por turnos es
impecable y rebelde, voluntariosa e
inoportuna, cruel, magnífica, veloz,
aparentemente infinita... implacable, también.
Algunas veces, quisiera que fuera
selectiva, pero esto parece
imposible. Otras,
deseo que se
desaparezca: abrir los ojos una
mañana cualquiera y estar en
blanco, ser
tabula rasa, no saber
nada de quien
soy, de quien
fui. Porque soy
muchas cosas distintas, para mucha gente
distinta...
Una vez y no hace
mucho, cuando todavía vivía en
México, salí a caminar por
ahí (con mi mente envuelta en
plástico) y de pronto pasé un
instante de pánico. Había
olvidado, de repente, en qué
calle estaba y
por qué estaba ahí. Fueron solo unos
segundos en los que no supe ni mi
nombre.
No sé cómo podría
describir la sensación; por partes iguales un
horror frío,
insondable, como si se acabara la acera, para
lanzarte al vacío... y al mismo tiempo, una
sensación de total y profunda
liberación.
Mi memoria me
traiciona. Arremete cuando yo estoy de pie en el
rompeolas y me hace tambalear; a veces,
caer. Mi memoria me
agasaja; me proporciona con el simple hecho de
tocar un objeto o de escuchar una canción, un golpe puro de sensación, de olor, de imagen, de sonido.
Vuelvo ahí, soy lo que
fui.
Como ya había
escrito antes al catalogar mis
neurastenias particulares (véase en la inexplicablemente
popular entrega
¡Tengo Traumas!) hay cosas que me he
esmerado en
olvidar, pero que muchas veces
resurgen, se resisten a
desaparecer. ¿Será una prevención, una
protección, una
defensa contra mí mismo? ¿O un
castigo? Puede ser el
detonador cualquier
cosa: un lugar al que
procuro no ir pero que se
atraviesa en mi camino, una mirada de
soslayo, una frase a medias, un
dejà vu, un sueño
elusivo que se borra en la
almohada que dejo húmeda al despertar
sobresaltado (Los
tontos como yo siempre
sueñan y cuando se van a acostar y se cubren la
cabeza, no pueden parar de recordar).
Supongo que mi memoria funciona de esta
manera, porque así lo
quise, al principio de mis
días, cuando supe que tenía el
don de recordar casi
verbatim casi todo. En esa época uno es cándido y no imagina el precio tan
alto que hay que
pagar por memorizarlo todo. Y yo
recordaba, porque a los demás les gustaba que recordara y recreara:
cuadros, películas, canciones,
plegarias, hasta
The Lady of Shallot, de
Tennyson, que podía
recitar enterita de memoria y en
inglés (hoy
definitivamente ya no puedo, se me atora el
llanto y me diluye las
estrofas... no lo he vuelto a hacer desde hace mucho,
mucho).
Yo todo lo que quería era hacer
felices conmigo a los que me rodeaban, a los adultos -- nunca tuve mucha
paciencia para con los otros
niños a los que casi siempre encontraba parecidos a personajes de
El Señor de las Moscas, de
Golding; pequeños
salvajes para los que yo era habitualmente, la
presa a cazar y a los que yo contraatacaba con
virulencia verbal, pobre para los
puñetazos como siempre he sido-, para que me
quisieran (ahí, totalmente
desnuda bajo la luz de la
bombilla, está la verdad y la
razón por la que ultimadamente hice tanto y acepté tanto,
tanto desde entonces y no sólo
entonces). Esa es la
misma razón que tengo para
escribir.
Aprendí a utilizarla como un almacén
sensorial. Me sirvió para poder
retener la presencia de mi abuelo lo más que
pude, considerando que su paso en mi vida, aunque
crucial, también fue muy
breve. Me imagino que, si él hubiera
vivido más allá de los siete años que pasó conmigo (los primeros
siete), quizá yo no recordaría tan
vivamente las primeras etapas de mi
niñez, que suelo a veces presentar como
maravillosa y feliz (que lo
fue, aunque también es cierto y esto lo sé porque lo
viví y lo recuerdo, hacia sus
últimos años también fue algo muy
parecido al
infierno, por años me sentí profundamente
desgraciado, lloré muchísimo y no se me olvida
tampoco, igual que lo tierno o lo
mágico) y
posiblemente habría retenido otros
pasajes en su lugar, aunque esto es mera
especulación. Y lo cierto, es que se quedó
conmigo el hábito de recordarlo
todo o casi todo: desde la trivia más innecesaria y
aparentemente inútil, hasta las fechas, los
rostros, las palabras, los
gestos, los momentos, lo
gozoso y lo
doloroso, siempre inextricable e
irremediablemente tomado de la mano.
Y en
todo, entonces descubro, no sin
estremecerme ahora que sucede, todo lo
aquí escrito, no sólo en esta
entrega, sino en todo este
blog y en todo lo que haya escrito
antes, en las
verdades, medias verdades,
fabulaciones y viles
mentiras que haya dicho, está
presente siempre. Existen a través de ella como un
filtro. Cada cosa que está aquí
expuesta, cada
recuerdo, cada
reseña, cada
libro, cada
canción que suena ahora mismo,
acompañándolos mientras
leen, todo tiene un significado para mí, y tal vez para ustedes, distinto en cada caso: todo está aquí por
algo. No
sé por qué, pero así
es.
Es un cúmulo de
días, hechos,
frases, cosas que
dije (y de las que me arrepiento) o que
no dije (y de lo que también me arrepiento), cosas que
debí haber dicho -- "No quiero", o "Te quiero"; o "Me dolió. No vuelvas a hacerlo nunca" o "Te apoyo en todo" o "No estás sola, aquí estoy" o "Te perdono" o "No seas tan cruel conmigo" o "No estoy enojado contigo"-. Todo eso es mi
sino y mi
allegro vivace; descubro acaso que sin lo que la
memoria es, yo no
puedo ser. ¿De verdad me gustaría ser
tabula rasa? Entre
más lo pienso, más
miedo me da esa idea... la
inocencia y la
blancura a cambio de todos mis
tesoros y mis
cicatrices. El consabido
Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos que proponen
Kaufman y
Gondry.
No, para mí no es
factible.
Si
duele, no importa, me recuerda que
existo.
Si
gozo, también.
Existo por algo,
esto está así escrito por alguna razón que (a estas alturas del poema)
desconozco, pero que me hace seguir.
Yo
sobrevivo a todo.
Ya
sobreviví a todo.
Y lo
recuerdo.
Mañana
no estaré
aquí.
(Ya
casi no estoy
aquí)
Mais je reviens.