Me lleva el Diablo
¿Por qué tiene que ser tan feo el Diablo?
Esto me lo preguntaron hace mucho tiempo, probablemente en una cena o alguna fiesta [hubo un tiempo en que iba a muchas fiestas], en un contexto que ahora bien a bien no recuerdo, aún si la pregunta se quedó conmigo por mucho tiempo.
Esto me lo preguntaron hace mucho tiempo, probablemente en una cena o alguna fiesta [hubo un tiempo en que iba a muchas fiestas], en un contexto que ahora bien a bien no recuerdo, aún si la pregunta se quedó conmigo por mucho tiempo.
Recuerdo que contesté que el Diablo [en cuya existencia, aquí entre nos, realmente no creo] ciertamente era representado de esta forma para asustarnos y de ese modo evitar que lo siguiéramos, porque si Belcebú fuera tan atractivo como Warren Beatty cuando era joven [ese fue el ejemplo que dí, por que fue el primero que me vino a la cabeza para representar a un hombre absoluta e irremediablemente guapo -- por no decir francamente hermoso, que lo era] entonces sería irresistible y sucumbir a su influencia abismal sería algo mucho más fácil.
Siempre se nos ha enseñado a temer lo que identificamos como grotesco o poco atractivo, lo feo, lo que se define canónicamente como deforme. Vemos con asco y temor al infeliz mendigo que se arrastra a nuestros pies (porque posiblemente no los tiene) y no tememos ni nos asquea el joven apuesto de traje impecable y corte de pelo flamante.
No importa que el primero sea una persona plena de virtudes y con el proverbial corazón de oro y el segundo sea un auténtico y patentado hijo de la chingada. La idea general es que somos imposiblemente superficiales -- sí, sí. Nada de darse golpes de pecho. Lo somos. Todos hemos contemplado, aunque sea de reojo, culos buenísimos desde la barra de un bar o caminando por la calle, el sexo indistinto (tengo amigos que son bestialmente heterosexuales al respecto y me dejan con la palabra en la boca cuando ven pasar un par de tetas monumental, donde algunas amigas literalmente se van de lado cuando aquella cosa inenarrable pasa de cerca y hasta suspiran), y en más de una ocasión hemos oído o dicho la frase: si el Diablo se ve así, ¡que me lleve de una vez!
La idea de esto volvió a mí, ejemplificada con el mismo actor que me la había inspirado, al volver a ver hace poco una película de 1961 llamada La Primavera Romana de la Señora Stone.
Protagonizada por el entonces arrobador Beatty y una Vivien Leigh frágil-pero-muy-chic al borde del invierno de su vida -- veintitantos años después de besuquearse con un tal Rhett Butler- la película no es tan buena como uno esperaría dado su pedegree (después de todo, está basada en una noveleta de Tennessee Williams) y de hecho, resulta bastante sórdida... sin embargo, tiene un cierto encanto naif y en cierta forma sirve para demostrar el punto que mencionaba más arriba acerca de la atracción del mal y también, es metáfora de las trampas del formulismo convencional y de la soledad.
Según nos revela este oscuro y cínico cuento de hadas para adultos, Karen Stone (La Leigh, apenas recuperándose, además, de su brutal divorcio de Lord Olivier y de la espectacular crisis nerviosa que acompañó la disolución del matrimonio) es una leyenda de Broadway ya madurita, que no supo envejecer con gracia en los escenarios, no tanto por vanidad, sino más bien por miedo. Después de una desastrosa temporada, la apanicada diva decide "escapar" por un tiempo a Roma para "recuperarse", aunque sabe perfectamente que semejante cosa no es posible, pero decide aprovechar el pretexto de igual modo.
Recordemos que ésta era la época en que vivir en la Ciudad Eterna era ridículamente barato y tarde o temprano, todos los caminos llevaban allá.
Durante el vuelo trasatlántico, en la que probablemente sea una de sus mejores escenas en la cinta, la Señora Stone/Ex-Lady Olivier sufre un inmoderado ataque de pánico (hoy se diría "se friquea grueso") cuando su marido-y-productor sufre un cardiacazo y expira de manera fulminante en sus brazos, un extra anónimo y exangüe, mientras lo que queda de la señorita Scarlett -- sin Mammy que le haga reconvenciones- berrea y manotea. ¡Ay, ay, ay, llévame a mí! ¿Por qué no tomamos el Queen Mary?
Así, forrada de billetes verdes, con un guardarropa fabuloso y una tristeza anodina (uno nunca siente que realmente quisiera al marido, y en todo caso, ni siquiera a sí misma, cosa que es terreno fertil para lo que sucede posteriormente en la trama, lo que me hace pensar que Williams lo hace a propósito, aunque hace tanto que leí el libro, mismo que al final tampoco me dio más en su momento, que no recuerdo), la mujer acaba en un Palazzo cercano a la Piazza di Spagna, con sus célebres escalones y una vista que reiteradamente nos es mostrada como incomparable.
Convertida en una especie de Baby alone in Babylon, solo que pasada de edad y nada ingenua aparentemente, Mrs. Stone conoce a una enigmática mujer llamada la Contessa (Lotte Lenya, musa y viuda de Kurt Weill, recordada como la icónica villana Bond, Rosa Klebb), que al hallarse venida a menos después de la guerra, ejerce de proxeneta subrepticia entre los visitantes adinerados a la ciudad que llegan con la intención de practicar el turismo sexual, y que la presenta con Paolo di Leo (San Warren, afectadísimo, pero tan radiante de carisma que ilumina la pantalla, aún si es con un encanto muy distinto al que ejercía poco antes al debutar en la muy superior Esplendor en la hierba, donde Natalie Wood literalmente se volvía loca por él), quien estratégicamente se dedica a perseguirla con la intención evidente de seducirla.
Por supuesto, esto sucede (¿Y cómo no? La mujer será muy fría, pero no es de plástico) y las consecuencias, siendo ésta una visita a territorio Williams, son truculentas y demoledoras.
Karen Stone, perfectamente consciente de lo que hace, se deja envolver por el Diablo -- es decir, Paolo- y vive una infernal pasión que la consume, aunque no del modo en que ustedes se imaginarían. Los dos actores hacen un buen trabajo con el material, pero éste parece ahogarse en su propio sensacionalismo (después de todo, el personaje de Beatty es simple y llanamente un prostituto [o bien, usemos el eufemismo gigoló, para no ofender a nadie] y eso, en la época de su estreno era algo que no aparecía en cintas de Hollywood y mucho menos en producciones de estudio... y este es un film de la Warner Bros.) y no consigue trascenderlo, perdiendo así la oportunidad de explorar más a fondo algunos de sus temas más importantes, en este caso, buscar saciar la soledad mediante la compra-venta de favores sexuales; el triste juego de "eso me gusta y eso me das", que casi siempre continúa con uno/a involucrando sentimientos y acaba en lágrimas.
Karen Stone, perfectamente consciente de lo que hace, se deja envolver por el Diablo -- es decir, Paolo- y vive una infernal pasión que la consume, aunque no del modo en que ustedes se imaginarían. Los dos actores hacen un buen trabajo con el material, pero éste parece ahogarse en su propio sensacionalismo (después de todo, el personaje de Beatty es simple y llanamente un prostituto [o bien, usemos el eufemismo gigoló, para no ofender a nadie] y eso, en la época de su estreno era algo que no aparecía en cintas de Hollywood y mucho menos en producciones de estudio... y este es un film de la Warner Bros.) y no consigue trascenderlo, perdiendo así la oportunidad de explorar más a fondo algunos de sus temas más importantes, en este caso, buscar saciar la soledad mediante la compra-venta de favores sexuales; el triste juego de "eso me gusta y eso me das", que casi siempre continúa con uno/a involucrando sentimientos y acaba en lágrimas.
Tennessee Williams no era ajeno a esta clase de situaciones.
Ciertamente fue "chichifeado" muchas veces en su vida y esto es lo que le proporciona un aire de sinceridad a la historia que entreteje. Como escritor, no acostumbraba jamás tener piedad de sus personajes [ni siquiera la tuvo con Blanche DuBois, que ostensiblemente es un alter ego suyo] y eso se advierte sin tapujos en esta historia.
La idea de que si la perdición (léase, Le Diable) es suficientemente atractiva somos capaces de participar activamente de ella y aferrarnos a su pernicioso efecto como a un clavo ardiendo, es la espina dorsal de la película. ¿Qué es mejor, se pregunta nuestra patética antiheroína, una vejez en fría y sombría soledad o un chisporroteo de deseo que acabe por encender una pira fúnebre?
En todo caso, Williams señala aquí una versión más elaborada del refrán que citaba arriba: a Karen Stone se la lleva el Diablo, sí... pero tiene el aspecto de Warren Beatty a los veinticuatro años, cuando se caía de bueno.
Ciertamente fue "chichifeado" muchas veces en su vida y esto es lo que le proporciona un aire de sinceridad a la historia que entreteje. Como escritor, no acostumbraba jamás tener piedad de sus personajes [ni siquiera la tuvo con Blanche DuBois, que ostensiblemente es un alter ego suyo] y eso se advierte sin tapujos en esta historia.
La idea de que si la perdición (léase, Le Diable) es suficientemente atractiva somos capaces de participar activamente de ella y aferrarnos a su pernicioso efecto como a un clavo ardiendo, es la espina dorsal de la película. ¿Qué es mejor, se pregunta nuestra patética antiheroína, una vejez en fría y sombría soledad o un chisporroteo de deseo que acabe por encender una pira fúnebre?
En todo caso, Williams señala aquí una versión más elaborada del refrán que citaba arriba: a Karen Stone se la lleva el Diablo, sí... pero tiene el aspecto de Warren Beatty a los veinticuatro años, cuando se caía de bueno.
Así, yo también dejaba que me llevara hasta el mismísimo infierno.
Como nota al pie hay que agregar que en 2003 se filmó una versión para la TV de la misma historia, con algunas modificaciones, aunque la trama es la misma (y el leit motif también) protagonizada por ese portento llamado Helen Mirren (que le dio a su personaje una sexualidad que en el original no era tan ardorosa), el francés Olivier Martínez (también muy seductor, aunque menos efectivo y afectado) y la eximia Anne Bancroft como la Contessa (en lo que sería su última actuación, dándole un aire decididamente corrupto al personaje).
En esta versión, se explora más la avidez con que Karen se precipita al abismo, pero el efecto queda amortiguado por que de hecho goza más de las humillaciones que sufrir, de modo que no hay un castigo para ella tras haber perdido su alma.
Aquí, le gusta.
Y eso es aún más perturbador.
Así pues, vuelvo a la pregunta original, ¿por qué tiene que ser tan feo el Diablo?
Para que no nos tiente, claro.
En esta versión, se explora más la avidez con que Karen se precipita al abismo, pero el efecto queda amortiguado por que de hecho goza más de las humillaciones que sufrir, de modo que no hay un castigo para ella tras haber perdido su alma.
Aquí, le gusta.
Y eso es aún más perturbador.
Así pues, vuelvo a la pregunta original, ¿por qué tiene que ser tan feo el Diablo?
Para que no nos tiente, claro.
Comentarios
todos estamos tentados a caer hacia el abismo, ...lo intentamos ordenar, camuflar más que explicar, son toneladas de prejuicios morales, educación y cultura. pobre del que no consiga liberarse "un poco" del yugo que nos han impuesto nuestros ancestros.
uno siempre ha tenido tendencia a echar una mirada y caminar por el lado salvaje de la vida.
...y más si tiene la cara de warren beatty. de cabeza.
un abrazo.
Desde luego no se ha aparecido un Warren Beatty en mi vida.
Opino igual que Tessitore. Esos "diablos" deben aburrir en un día. Conste que no lo sé, lo imagino. Otra vez ja.
Lo cierto es que nadie puede negar el placer que le da a las cosas un poquito de trasgresión...
Un beso
The greatest trick the devil ever pulled was convincing the world that he didn't exist.
Tienes la boca llena de verdad!
Te mando muchos besos. Oh, you should be kissed, and often... and by someone who knows how!!!
(je! Lo siento, no pude evitarlo)
Gracias por sus puntos de vista, porque todos me enriquecen.
Yo no creo, personalmente, en el Diablo... pero, ¿quién sabe? Suelo caer a veces en tentaciones. De otro tipo, pero es que hay tentaciones... este... ¿irresistibles?
Ronda de abrazos y besos surtidos por acá.