domingo, 21 de octubre de 2007

Extraños en la noche

Anoche, haciéndole un homenaje a Deborah Kerr en la ocasión de su deceso, y acompañado por mis amigos Miguel y Julia, volví a ver la cinta de John Huston La noche de la iguana, basada en la obra de Tennessee Williams.

Esta es una de las más importantes películas de los años 60 y fue filmada en su totalidad en Puerto Vallarta, México. Es una brillante adaptación, con una fotografía impresionante a cargo de Gabriel Figueroa, de una de las últimas obras consideradas del "canon mayor" de Williams. En su momento, causó sensación por su reparto, que incluía a Richard Burton (en esa época parte del binomio que conformó con La Taylor), Ava Gardner (el animal más bello del mundo), la ya mencionada Deborah Kerr y la entonces núbil Sue Lyon (que un par de años antes había causado furor como la Lolita de Kubrick), pero la película es mucho más que su reparto o locaciones.

La trama gira en torno a un cúmulo de personajes que se encuentran, cada uno a su manera, en una situación desesperada y, también a su manera, ansiosos y necesitados de hallar alguna forma de redención. El protagonista es el Reverendo T. Lawrence Shannon (Burton), un ministro episcopal que ha sido depuesto por un escándalo sexual -- al que se hace referencia en el "prólogo" de la cinta- y que ahora oscila, entre la borrachera y la agobiada lucidez como guía de turistas para una agencia de segunda, llevando un autobús cargado de resecas señoritas, decentes y bien educadas, todas ellas profesoras universitarias, en un recorrido por México.

La única excepción en este cargo de vetarras, es una bomba de tiempo, Charlotte Goodall [que está, efectivamente, buenísima, pero de bueno no tiene nada], una ninfeta que lo acosa sin parar, aún cuando se halla bajo la severa vigilancia de Miss Fellowes (Grayson Hall), una reprimida y siniestra machorra que se asume como la cabeza del grupo y que aborrece de manera enfermiza a Shannon.

Es así que, bajo circunstancias tensas, van a parar a Mismaloya, al hotel propiedad de la despampanante Maxine Faulk (la Gardner, en su segundo aire), viuda de un amigo de él, como último recurso antes que su frágil psiquis se derrumbe del todo. Maxine es una mujer totalmente terrenal, que toma la vida como viene. Sin embargo, no se ha dado la oportunidad de experimentar el duelo de la reciente muerte de su marido y trata de mantener una ilusión de normalidad aún ante una vida destrozada.

Esa misma tarde, llegan al lugar, coincidentalmente, la artista plástica Hanna Jelkes (Kerr, en una actuación estremecedora por su humanidad y empatía) y su abuelo nonagenario (Cyril Delevanti), que es un poeta errabundo, mismo que ha llevado a su nieta, desde que ésta quedó en la orfandad, siendo una adolescente, a recorrer el mundo sin un centavo, ganando dinero con la venta de las pinturas de ella, los recitales de él o bien, cuando ésto no funciona, básicamente mendigando.

Cuando los personajes hacen colisión, emergen las pasiones humanas de un modo totalmente descarnado, sin sutilezas -- algo con lo que Williams siempre batalló al ser traducido al cine: la censura siempre obligaba a "sanitizar" sus obras, que tocaban habitualmente temas considerados tabú-. Cada personaje encarna algo; Shannon es un hombre desesperado que se debate entre su los anhelos de su espíritu y las ataduras de su dogma. Charlotte está desesperada por saciar su apetencia sexual, Miss Fellowes es la ceguera y la necedad burguesa, la razón la tengo yo porque tengo la razón.

Por su parte, Maxine es una especie de representación de la madre tierra, en crisis, buscado cualquier distracción para evitar encarar sus propios temores o dolor. Es precisamente su interacción con Hanna, una mujer serena, bondadosa y noble -- aunque no por ello, libre de secretos y culpas- la que da el balance necesario a la historia. Juntas, son el ying y el yang para Shannon, que está obsesionado con la vida en dos niveles; el realista y el fantástico: ellas son las pasiones terrenas, la recompensa celestial o el horror arcano. Ellas lo obligarán a enfrentarse a sus propios demonios y acaso podrán liberarlo (y liberarse a sí mismas) en el proceso.

Temáticamente esta es una de las obras más accesibles de Williams, y una de las más satisfactorias. Huston consigue adaptarla para que fluya con inmediatez, con ansiedad, con un cáriz más humano y esperanzador que el célebre Tranvía o Dulce pájaro de juventud. La famosa iguana del título es una metáfora del alma cautiva por sus propias trampas. Cada uno de los tres personajes principales es una arista del alma, y la unión de los tres, hará que emerjan como seres nuevos, libres de cuitas toda vez que han tocado fondo, al amanecer. Así, uno puede apartar los ojos de la pantalla con una sensación de alivio, de reivindicación, de agridulce justicia: la continuación de la vida.

En La noche de la iguana no necesariamente hay un mensaje -- ésto era algo que tanto Williams como Huston buscaban evitar; lo suyo no era jugar a Frank Capra-, pero ésta no es una película totalmente nihilista tampoco. Propone la idea de que es el hombre con su propia crueldad el que es juez y verdugo. Y también quien tiene la llave para liberarse.

Para poder seguir viviendo.

3 comentarios:

Miguel Barrero dijo...

Y recuerda que tienes que volver de México con una iguana bajo el brazo.

Sebastiana dijo...

Ive been reading what you sent me... :)

sla dijo...

Descubrí tu blog y me encantó perderme en cada una de las entradas. Espero tener tiempo para comentarlas debidamente. Un saludo!