lunes, 29 de septiembre de 2008

Ad lucem

Recién llegado, con cosas qué contar, con cosas que escribí -- por fin, sin tropiezos ni atorones-, relajado (después de no estar realmente así un tiempo) y sobre todo, me siento gradualmente iluminado, tras dar tumbos por aquí y por allá en la penumbra. Y me asomo aquí y veo-veo que mi última entrega, que comencé como borrador antes de irme de viaje, que tuve que reescribir (tratando de dar uniformidad a la primera versión y acabando como un verdadero desbarajuste ortográfico) para terminarla y publicarla apresuradamente (se nota y me da vergüenza), ha causado estragos. Me disculpo. Tal vez sería por que el tono general es de cierta desesperación y/o reproche, pero cuando fue escrita no pretendía ninguna de las dos cosas: al contrario, fue completada aceleradamente, por que estaba en un estado más cercano a la elación por haber llegado, tras horas de bracear, hasta la otra orilla. De haber salido de ahí, con vida.
Así que, si bien no soy propenso a dar explicaciones en este espacio (ya bastante lo hago en mi vida real) creo que tengo que decirlo. La entrada anterior no era un reproche (no, mamá). Era más bien la manera de dejar libre a mi niño-interno, de soltar como piedras en un río, mis temores e inseguridades que habían estado volviendo en el último año, para sacudirme -- considerando que yo ya estaba en un periodo de ajuste en el que sigo: venirme a este Finisterre no fue cosa fácil, y me sigue pareciendo de ese modo. Pero no me arrepiento para nada de lo que hice para venirme aquí.
No digo que mi infancia no fuera feliz. Tuvo su felicidad, pero también su aspecto desgraciado. El problema reside precisamente en eso: no puedo permitir que los detalles oscuros y amargos de mi vida anterior se amasen en mi contra y no me permitan ver más allá de la penumbra en un túnel, por el que a veces siento que he ido caminando un largo tiempo. Algunas veces, aún ahora, tengo pesadillas; me despierto de repente, angustiado. Pero lo cierto es, que, mientras yo crea que "nadie te va a creer y nadie te va a querer" eso será verdad. Y es algo que no quiero en mi vida. No desaparecerá como por arte de magia, pero se irá de algún modo, si yo mismo busco la manera de sanar.
Así que no acepto la idea del "fallo". No se trata de señalar con el dedo a nadie, de adjudicar culpas (Dios sabe que no hay nadie más culpígeno que yo y eso tiene que cambiar también) o de clamar responsabilidades. Yo me estoy acercando hacia la luz. Necesito (y creo que estoy llegando) a hacer catársis. Un día será. He tenido que enfrentar mis temores y ponerles nombre: miedo al abandono, al rechazo, a lo incierto. Y (como decía la letanía contra el miedo de Dune, que cité hace un tiempo) lo dejé pasar a través de mí.

Para ser yo mismo, no necesito apoyarme en el niñito que fui, por más brillante u ocurrente o incluso trágico, que fuera. Ese niño existió, vivió, dio paso al adulto que soy ahora (no que se supone que soy: lo soy). Yo no vivo con nadie -- mas que con la Audrey, claro- y el único responsable de mi vida soy yo (que esa es otra. Nadie tiene por qué sentirse responsable de mí; y yo tampoco tengo por quñe buscar que alguien más lo haga).
Así es que no. No es reproche. Mamá, sécate las lágrimas y alégrate por mí, que no estoy herido, ni triste. Estoy, de hecho, sintiéndome mejor y más seguro de lo que estuve antes de decidirme a escribir esto. Tengo luz, estoy yendo hacia ella; estoy dejando que brille, voy a dejar que brille, que brille en mí. Sin irradiaciones extremas, sin apagones repentinos: si se trata de una cuestión de ajustar para que siga siendo cálida, para que brille.
Espero no tener que escribir más sobre este tema (que se ha vuelto un leit motiv últimamente en este blog) y dejarlo como está, como esperanza de algo que viene. Y permitírmelo, que ya es hora.
Por lo demás estoy bien, un poco cansado, con mucho trabajo que traigo bajo el brazo, ideas frescas, muy ahínco y hoy caigo en cuenta de que este lunes ¡es mi santo! (San Miguel) y digo yo, ¿por qué no?
¡Lo celebro!

viernes, 26 de septiembre de 2008

Querido Mike

Te escribo esta carta desde el presente hacia el pasado; o bien, desde lo que un día para ti seria un futuro incierto y desconocido. Te la escribo como tu mismo a los treinta y cuatro anios y tres meses. Te la escribo, por que es necesario hacertelo saber.
Eres un ninio que, aunque crece amado en la medida posible por quienes lo rodean, siente de cualquier forma una profunda, casi compulsiva (compulsoria?) necesidad de afecto. De demostraciones del mismo. De ternura aunque sea en migas. Eso, en la infancia, es intrinseco, inexplicable pero autentico. Uno de los misterios gozosos y dolorosos de la vida cuando comienza. Pero, pequenio, no puede regir el resto de tu vida, igual que el miedo no puede ser lo que la traze.
Es verdad, te lo digo como adulto que 'ahora sabe', que ha venido sabiendo desde un tiempo a esta parte. Como seres humanos, nos movemos por dos motores: amor y miedo. El miedo no es malo, pero cuando se vuelve panico, paraliza la vida, compromete la fe (en ti mismo, sobre todo, que es lo peor) y espanta a los demas, no solo a ti.
Pero no todo esta perdido. Te lo digo desde la experiencia, desde la vida en el mundo futuro (por asi decirlo) es una cuestion de afinar bien el instrumento. Saber tocar en armonia. No debes apagarlo ni tampoco ser estridente. Hay un termino idoneo. Lo vas a encontrar un dia. Tal vez ya incluso lo has encontrado. Es cuestion de saber estar. De relajarte y solatr amarras. De ser tu mismo. Lo demas vendra solo.
Mike: vas a estar solo. Pero eso no es malo. La felicidad tambien se puede alcanzar solo. Porque estar solo y sentirse solo son dos cosas diferentes. Es una de las cosas que primero aprendiste, recuerdas? No te importaba jugar solo (incluso hablar solo, contarte historias) por horas. Por que no te sentias solo. Y aunque estaras solo cuando tengas treinta y cuatro anios, en otra ciudad, que haras tuya, no seras solo. Eres algo para muchos. Eres todo para ti mismo. No es cuestion de sacrificarte siempre por la memoria de lo anterior.
Me diras que lo unico que tendras cuando crezcas es la memoria. De acuerdo. Es tu don, tu privilegio. Aprovechalo como archivo. No uses tu pasado como atuendo para vivir tu presente. No te olvides de que quien seras cuando maniana sea hoy, cuando tengas mi edad, sera tan vivo y vibrante como eres tu de ninio. Lo que te suceda en el camino, es inevitable: vas a tner que crecer de alguna manera. No sera la mejor, no sera la peor. Pero sera la forma en que vas a crecer. Fuiste un ninio antes de ser hombre. Pero tienes que ser un hombre dejando de ser un ninio.
Por eso mismo, te esctibo. Para despedirme de ti ahora. No te asustes. No voy a apaagrte la luz dejandote solo. Estare cerca, siempre, mirando hacia maniana, viviendo hoy. Pero ya no voy a tenerte en mi bolsillo, saltando de panico cada vez que algo que no sepas manejar suceda. No tengas miedo. No me pases tu miedo en la forma de rencor ( el odio por lo pasado, ya lo se. Es inevitable, somos humanos. Pero el rencor no florece: reseca. Un ninio puede sentirlo pero tiene que desterrarlo. Es hora ya), tomemos tu miedo y enterremoslo. Como cuando enterrabas un secreto, recuerdas? Hacias un hoyo en la tierra del jardin y decias tu secreto y lo enterrabas. Asi no tenias que decirselo a nadie mas.
Enterremos tu miedo que se traducira en tanta amargura a destiempo, a esa inseguridad que no necesitas realmente, a esas piedras en el bolsillo que te lastran cuando hay que cruzar el rio y a veces, que le vamos a hacer, suben las aguas. Enterremoslo y ahora vete a jugar. Cuando vuelvas, estare detras de la puerta. No voy a matarte (no podria) pero si voy a dejarte aqui. Me ire apartando paso a paso de la puerta. No puedo perdonar lo que te hicieron, por que ya esta hecho. No cambiaria nada. Pero si puedo enterrar lo que te han hecho. Injurias reales que supuran permanentes o castigos cuyas secuelas han sido distorsionadas por el paso de los anios (no son lo mismo, claro, pero igual, tu comprendes).
Lo hago para que te libres de cadenas y me liberes tu a mi en mi edad adulta, en mi hoy dia. Tu eres yo y yo soy tu. Si tenia alguna deuda contigo, pequenio, queda cancelada. No te debo nada, vete a jugar en paz. No me debes nada a mi. Ahora voy a seguiir mi aprendizaje y tocando las piezas de oido. Habra quien me ayude a levantarme cuando caiga (si caigo, pero no voy a hacerlo si puedo evitarlo). Pero ahora voy a seguir en este sendero yo solo. Tu te has ganado tus vacaciones permanentes, con recuerdos alegres, con la felicidad que siempre has tenido en tu infancia que fue mia y que ahora queda deshabitada. Se feliz, recuerda como sonreir.
Yo voy a hacer lo mismo, enano.
Y te quiero. Y eres querido en esa vida que tu tienes. Y yo soy querido en mi vida que tengo ahora. Por que tengo que comenzar por mi mismo. Y no solo lo hago por ti. Lo hago por mi.
Se feliz, que yo quiero lo mismo. Y lo intento cada dia.
Besos.
(realizada en un tablero sin enies ni acentos, perdonaran los lectores)

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Extrañas Niñitas

Si hay un disco que forma parte intrínseca de mi arqueología pop, es sin duda éste.

Al menos en una de las etapas más definitorias de mi vida ya como adulto. Fue el álbum que más escuché mientras escribía Las Fiestas y de hecho, hay claves secretas que unen al disco y a la novela de manera indisoluble.
Pero de eso a hablaré más adelante.

El disco lo compré poco después del 11 de septiembre -- sería acaso el 19 o 20, los discos de Tori siempre los compro (o bien, los compraba, el último fue un regalo) en la fecha de lanzamiento o cerca. Me intrigaba escucharlo, por que en él, Tori se aventuraba por un territorio que era arriesgado: hacer un álbum completamente de covers de canciones escritas (en su mayoría) por hombres sobre mujeres, e interpretarlas desde un punto de vista femenino.

Tori Amos ya había realizado excepcionales covers de otros grupos como Led Zeppelin, R.E.M., o los mismísismos Nirvana, pero éstas sólo habían visto la luz como caras b de anteriores singles y realizar un álbum de estas características suele ser un recurso desesperado para algunos músicos cuya creatividad se encuentra en las últimas. Pero no es este el caso de Tori con este álbum, que llegué corriendo a casa a tocar. La manera en que Tori interpreta los temas, moldeándolos y ajustándolos a su personalidad, haciéndolos propios es algo insólito.

Tori se la jugó con el disco y apostó fuerte con versiones muy sui géneris de éxitos tan conocidos como Enjoy the Silence de Depeche Mode, I Don’t Like Mondays de Bob Geldofy los Boomtown Rats, o la imperdible I’m Not in Love de 10cc -que aquí confieso, nunca ha sido canción de mi devoción -. Asimismo, Tori se atreve y marca las diferencias en la revisión de temas de algunos de los artistas más grandes de la historia del rock. Así van desgranándose perlas hechas con lágrimas como su arrobadora versión de New Age de The Velvet Underground (que abre el disco), la alucinante forma con que aborda la sombría balada Heart of Gold de Neil Young (que ojo, no es para todos los gustos), y la desgarradora Time de Tom Waits, que es dulce y tristísima, así como un cover espeluznante y persuasivo de un tema del rapper Eminem: 97 Bonnie & Clyde, que funciona extraordinariamente para ella.

Dos de mis favoritas, además de New Age, son el tema que da título al disco -- de Los Stranglers, originalmente- y una espléndida visita al clásico de Joe Jackson Real Men, que es una pura delicia de inteligencia e interpetación y que encapsula los motivos del disco con un gran elán.

Acaso la versión más curiosa es la del tema de los Beatles Happiness is a Warm Gun, que se inicia con la noticia del asesinato de John Lennon emitida por emisoras de radio y a medida que avanza el tema se pueden escuchar samplings de declaraciones realizadas por los presidentes Bush, padre e hijo, y otras del Dr. Edison Amos, pastor protestante y padre de Tori Amos.

Neil Gaiman incluyó un juego de frases en las liner notes del disco, que sirven para dar una característica a cada una de las "chicas" (como llama Tori a las canciones) y éstas -- que aparecen en el folleto- se incorporaron a la novela de un modo casi mágico: Todos tus mañanas comienzan aquí, A veces se siente como si trepara montañas rusas y no se permitiera gritar; Ella lo olvida por completo y para siempre [esas son las que recuerdo de primera mano]... mientras el CD iba y venía y yo escribía de manera febril, un par de años después de haberlo comprado.

Es uno de mis discos favoritos, es un disco que me marcó, que definitivamente amerita un nicho en mi arqueología pop y pueden descargarlo, íntegro, fascinante como es,
aquí.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Nada le debo yo al miedo


Me desperté hace rato. Con miedo.
Estaba oscuro. Eran casi las tres.
Salí a caminar. Audrey salió conmigo, caminaba cerca de mí, sin separárseme.
Caminamos por todo el muro, bajo la luna. Ya había llovido.
A espaldas de San Pedro me senté y lloré.

Llevaba días pensando en llorar.
Me he sentido frágil. Vulnerable. Asustado.
El entorno (factores externos que no controlo) no ayudó mucho estos días.
Lloré.Llorar alivia el peso (a veces el exilio es una loza, no tan metafórica como podrían ustedes creer) y libera los pulmones.
Audrey se mantuvo a mi lado, mirándome, lamiéndome las manos.
(Alguien me dijo que estoy criando a la perra mas sensible del mundo. Espero que no. El mundo no es receptivo con los que somos así)
Respiré mejor.

Volví a casa, en la quietud de la noche, con mi perra que casi nunca ladra y subimos en el ascensor, juntos ella y yo y recordé algo, un retazo de mi tardía adolescencia, que está (por razones que otro día contaré) intrínsecamente ligado a un episodio surrealista de mi niñez. Se trata de la letanía contra el miedo de Dune, tal y como la escribió Frank Herbert en su novela (que iluminó una época gris de mi vida y la dio luz perdurable a muchos recuerdos).

No conocerás el miedo.
El miedo mata la mente.
El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total.
Afrontaré mi miedo.
Permitiré que pase sobre mí y a través de mí.
Y cuando haya pasado girare mi ojo interior para escrutar su camino.
Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada.
Solo estare yo.

Y ahora que acabo de escribirlo, aunque estoy todavía muy asustado y confundido y tembloroso, sé que me iré a la cama ahora y cuando amanezca quizá todo (me) será revelado.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Acabará en Lágrimas

Este es uno de mis discos favoritos.

Llegué a él, de un modo poco convencional. No escuché sus canciones en la radio, por que no contiene la clase de temas que se tocan en la radio (ni siquiera en la legendaria y avant-garde Rock 101, antes de que Luis Gerardo Salas se fuera y Jordi Soler le diera en la madre). De hecho, llegué a This Mortal Coil ya tarde, en el otoño de 1994.

Y llegué a su música, a través de la literatura. Algo de culpa tendría Bret Easton Ellis... indirectamente. Ahora me expongo.

En 1991, siendo yo un vago de 17 años, cayó en mis manos un ejemplar usado, en inglés de Less Than Zero, la novela debut de Bret Easton Ellis, que cuenta con total sang-froid, escenas de la decadente vida de los pobrecitos niños ricos de Beverly Hills, uno de los círculos de ese infierno que es un lugar en la tierra y cuyo nombre es Los Ángeles, California.

Me leí ese libro de una zampada: quedé fascinado, tocado. Esta era la clase de historia que quería contar (esto era después del terrible verano de 1990, cuando a punto estuve de hacerle al Nick Drake o a Anne Sexton) . Y no sólo era ese tipo de historia: así quería contarla.

Pasó el tiempo y yo seguí leyendo todo lo que Ellis había producido. Estaba nutriéndome. Al mismo tiempo, seguía alimentando mi gusto (entonces desmedido) por el género del horror sobrenatural y la literatura gótica. De este modo fue que vine a dar con un relato de Douglas E. Winter que estaba intrínsecamente ligado a la obra de Ellis, titulado Less Than Zombie que apareció publicado en la antología Book of the Dead (1989), de John Skipp y Craig Spector, misma que yo me fui a mercar en el Sanborns de la Casa de los Azulejos, en edición de bolsillo, y que no sé por qué no había leído.

El relato, de unas cuarenta páginas, es un homenaje-parodia-pastiche al lenguaje y el entorno de Less Than Zero, repitiendo cuidadosamente sus ritmos, y escenas sintomáticas: Ellis describe a unos aburridos jóvenes que atestiguan, en la pantalla de un televisor, las lentas torturas que inflige un hombrón negro a una muchachita de unos trece años. Suspende la escena (porque un personaje sale del cuarto, no por pudor alguno) cuando el negro está a punto de introducirle un clavo en la garganta a la chica.

American Psycho, del mismo autor y su novela más famosa, fue foco de controversia, al revelar la doble vida del yuppie Patrick Bateman, con abundantes descripciones gore que le valieron a Ellis, en su día, la censura, el repudio y el odio de diversas organizaciones feministas que pusieron el grito en el cielo y resultó que Simon & Schuster decidió no publicar el libro como había anunciado. Ellis los llevó a pleito y se quedó con su jugoso anticipo, mientras que Random publicó la novela en bolsillo y fue el éxito que ustedes ya conocen.

Pero divago... la cosa es el relato de Winter. En éste, la anécdota se reduce a un estallido de violencia en el seno de un quinteto de pobrecitos niños ricos de Bel Air. Las vidas de Skip, DJ, Jane, Deb y el narrador, Bret (claro), se reducen a sexo vacío, giras por clubs de moda, ver MTV, comer en lugares lujosos, oír música (un detalle al que ahora volveré con más calma) y drogarse. De este modo, no se percatan de lo que está ocurriendo en el mundo, donde los muertos están volviendo a la vida. Y no les interesa, porque en cierto sentido ellos ya están muertos.

Una tarde, después de ver en video Dawn of the Dead (de George A. Romero) y Zombie (de Fulci), Skip, movido por el tedio y la inercia, apuñala a Jane en un callejón, "como en la película"; los otros contribuyen al resultado final con ladrillos y patadas. La escena concluye con una cabeza reventada que a la manera de la escena que aparecería en American History X.

En el desarrollo de la historia, el autor, auxiliado por un lenguaje frío -- ahora sí que un lenguaje zombie-, da cuenta de la deshumanización y de la carencia de emociones de los jóvenes protagonistas que incluso, son intercambiables. Aún la violencia más extrema contra Jane es descrita de manera desapasionada, es una explosión silenciosa. Estos personajes se han alejado de todo, y ni siquiera la muerte puede despertarlos de su horripilante letargo. Son hermosos muertos vivientes, pero menos que zombies. A su manera, Winter demuestra estar emparentado con Ellis más allá de lo anecdótico-paródico, pues ambos observan con alarma cómo los miembros de las élites económicas pueden llegar al supremo horror de la destrucción en su búsqueda de emociones o no-emociones.

Lo más aterrador de Less Than Zombie es reconocer que los portadores de la muerte y el caos son personas comunes y corrientes, no mutantes con tres cabezas ni entidades sobrenaturales. Es una historia que bien puede ser ilustración de la tesis del George A. Romero de La noche de los muertos vivientes: "Ellos son nosotros". Nosotros somos el horror.

Eso es algo que he mantenido presente en mi propia prosa, en mis propias ideas -- de hecho, la novela que estoy escribiendo, en cierto modo aborda esa temática- y la inspiración llega de muchas partes. En este caso, mientras escribo, el It'll End In Tears de This Mortal Coil me acompaña algunas veces (yo necesito tener un soundtrack constante mientras escribo. No tele, si no música. Otro día les explicaré con más calma). Y es un disco maravilloso que vine a encontrar por cortesía de Winter y su relato de zombies chic-pero-deprimidos.

En una de las escenas del relato, Winter menciona cómo una de las chicas que en él aparecen -- Jane o Deb, da igual- enciende un sistema de sonido de última generación y busca en una pila de discos compactos, mientras los chicos se ciernen sobre la otra chica -- Jane o Deb, da igual- para poseerla tumultuariamente, pero sin brutalidad, sin siquiera pasión. Todo es frío y lacónico, hasta que la chica coloca un CD de This Mortal Coil y empieza a sonar Song to the Siren, en la voz celestial de Elizabeth Fraser (la legendaria y muy amada vocalista de la banda de culto Cocteau Twins, que no son gemelos y ni siquiera eran dos). El efecto de cómo Winter describe la canción -- que en ese momento yo no había oído todavía- yuxtapuesta a la horripilante y desapasionada escena de violación, me resultó de un impacto muy profundo.

Yo tenía diecinueve o veinte años y estaba pasando por la enésima versión en borrador de lo que eventualmente serían Las Fiestas, una versión en que Estefanía no se llamaba Estefanía y Luciano tenía una novia en estado de coma que se llamaba Aurora, que había sido su novia desde niños y como no habían roto cuando ella entró en coma siguió siendo su novia (sí, ya sé que se nota que había recién descubierto a los Smiths, ¿qué pasa?).

Quise saber quiénes eran Elizabeth Fraser y This Mortal Coil. Quise oír esa canción. Pero en 1994 no existía la Internet en casa con conexión ADSL ni existían los programas peer-to-peer para descargarte música en MP3, así que la única opción era comprarte el disco, en este caso, el disco compacto. Y entonces, me lancé a su búsqueda, preguntando a empleados de tiendas de discos que sin sus catálogos por ordenador estaban perdidos (igual que en las librerías... ¿por qué será que siempre pasa eso? Como si no les importara una mierda lo que venden) y sintiéndome frustrado por sus reacciones, hasta que una tarde de sábado lo encontré, cortesía de uno de los pocos vendedores de un MixUp en el De Efe, que sí tenía idea de lo que yo le estaba hablando.

Recuerdo que volví a casa a escuchar, en silencio, a oscuras, pero con las escenas imaginadas por mí en la cabeza, el disco completo. Y fue un impacto. Y fue una sacudida. Como abrir los ojos en una habitación que de repente se queda sin luz, pero tus ojos se adaptan a esa penumbra.

This Mortal Coil fue un proyecto musical concebido por Ivo Watts-Russell, el mandamás de la casa disquera 4AD y estaba compuesto por artistas que había firmado y algunos invitados que no pertenecían al sello. La idea era hacer covers de canciones que le gustaban a Watts-Russell y darles un giro más oscuro, distinto. En este disco, aparecido en 1984, los Cocteau Twins participaban junto a Lisa Gerrard (de Dead Can Dance), Modern English (que luego se volvió super pop), Colourbox y otros grupos. Se llegó a hacer muy popular la melancólica y misteriosa versión de Song to the Siren (la canción del relato) en la voz de Liz Fraser, así como Another Day, originalmente escritas por Tim Buckley para ser cantadas por hombres que se refieren a una mujer, son magistralmente reinterpretadas por Liz, sin necesidad de adaptar el texto.; en la primera, con los acordes oscuros y acuáticos de la guitarra de Robin Guthrie, y en la segunda, con un cuarteto de cuerdas.

El disco también incluye covers de dos imprescindibles canciones del extinto grupo de rock setentero Big Star: Kangaroo y Holocaust. Ambos temas son enigmáticos, tratados casi con reverencia y las interpretaciones son hermosísimas, conmovedoras y brutales como bofetadas.

El disco me cambió la vida. No voy a vacilar en decirlo, por que no es una extrapolación; es la verdad tan simple como el hecho de que mientras escribo esto tengo un poco de fiebre, o el hecho de que a la noche sigue el día, tartajoso y aterido, pero le sigue.

El disco me cambió la vida y hoy voy a compartirlo con ustedes -- iba a escribir acerca del horror que sentí al leer en las noticias sobre lo que ocurrió hace dos días en mi país, pero no lo voy a hacer. No tengo boca para hablar de eso- por que me siento generoso y no acabo en llanto (como ostenta el título del álbum y el texto) y por que es música que debe ser oída.

Así, que, sin mayor preámbulo del ya dado, esta joya oscura y maravillosa, la pueden descargar, íntegra, haciendo click aquí.

Ya me contarán qué oyeron, si es que oyeron algo. Y cuando tenga boca de nuevo, hablaremos.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Se acabó.

Oficialmente, el verano se acabó.

Me di cuenta ayer por la noche, cuando saqué a Audrey a caminar. Había mucha menos gente en el muro que durante los meses anteriores. El 4.70 estaba cerrado, igual que casi todos los bares de la zona. A las nueve y media, había muy poca gente en la calle y ya no vi terrazas abiertas.

Aunque las clases comenzaron el 11 de septiembre, hoy es el primer lunes de escuela. La llamada "normalidad" comienza a posarse en las casas y las calles.

En realidad yo no he perdido la sensación de "normalidad" (las comillas son mías, que conste). Fue un verano largo, a veces excesivamente caluroso, lento, amodorrado; extraño. Tuve días muy felices y otros que en realidad, preferiría no haber vivido.

Me alegra que por fin se haya terminado el verano. No por nada en especial, es sólo que ya me estaba resultando pesado. Ahora viene un otoño que se deja ver tumultuoso -- con muchas cosas pendientes, mucho qué hacer.

Audrey y yo despedimos el verano desde la escalera 11, ella meneando la cola y ladrándole al cielo que se oscurecía. Yo sólo levanté mi mano un momento y dije: Adiós, verano del 2008. Fue bueno mientras duró, pero sinceramente espero no volverte a ver nunca jamás.

Y hoy, ya llegó el otoño. Audrey me hace compañía, hecha ovillito entre mis pies.

Los días son más cortos.

Tengo mucho frío.

Pero creo que ya estoy acostumbrado a vivir en el Norte.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Gato de Cheshire

Siempre envidié su sonrisa permanente.

A veces me gusta pensar que, como sucede con él, si desapareciera, lo que quedaría como prueba ontológica de mi existencia sería una sonrisa.

Me pregunto cómo lo hace.
Tal vez si practico todos los días frente a un espejo lo logre.

La sonrisa, claro (No pienso en desaparecer).

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La Cámara Me Ama

Si este álbum que celebra su vigésimo aniversario tan fresco como la mañana (apareció en 1988), ahora está en constante rotación en mi iTunes, es en parte [como ha sucedido con mucha de la música que escucho de unos años a la fecha] por culpa de ese cicerone muy New Wave al que en este blog (y en la vida real) llamo Jack.

Poca gente conozco que sepa tanto de música pop como mi amigo (que eso es lo que es, mi amigote), y poca gente conozco que sea tan generosa con su erudición. De hecho, algunas veces he ejercido de detective salvaje bajo su guía -- la célebre historia del identikit musical, no obstante, no puedo contarla yo, es una anécdota que ya no es sólo mía- y ésta incursión en la Arqueología Pop, sin duda es una de esas ocasiones: después de una cena en su casa, se me ocurrió, sentado en el suelo de su estudio, ante su intimidante (sí, intimidante) colección de vinilos, mencionar por alguna razón que yo no recuerdo (lo que el whisky te puede hacer) claramente, al célebre fotógrafo y diseñador británico Cecil Beaton y Jack, automáticamente, me habó de la pegajosa canción "Cecil Beaton's Scrapbook", si bien él no recordaba (lo que el orujo blanco te puede hacer) de qué disco o qué grupo se trataba, aunque suponía él que podía gustarme el tema e incluso el disco, ya que a mí, qué le vamos a hacer, aparentemente me gusta la "música para chicas" y la música hecha por chicas.

Jack me dio sólo el título de una canción y yo tomé mi misión, así que me lancé en su busca y descubrí una historia realmente interesante dentro del panorama tan ecléctico del britpop en las postimetrías de los años 80.

Todo comienza, me entero, leyendo aquí y allá, rastreando las pocas pistas que hay en la red, cuando la enigmática compositora y cantante de origen eurasiático Jessica Griffin, fan irredenta de los Smiths, que grabó en 1987 un single para el sello de culto él Records, al que siguió un álbum completo The camera loves me en el que llevó a los músicos de The Monochrome Set -- banda de culto del pop psicodélico- como acompañamiento de estudio. El disco fue lanzado en 1988, con un éxito modesto, pero considerable.

Tras la aparición de ese disco, Miss Griffin abandonó el mundo de la música para trabajar en la competitiva esfera financiera de la City de Londres hasta 1993, cuando gracias al estatus de culto que había alcanzado el grupo, fue invitada a grabar otro álbum, esta vez para la firma japonesa Trattoria Records. Para la grabación de Mondo contó de nuevo con el acompañamiento de The Monochrome Set (de su extraordinario álbum Eligible Bachelors hablaré otro día con más detalle, porque lo amerita) con Bid - el carismático líder de los Monochrome - ejerciendo de productor (además de realizar un dueto con Jessica en la eminentemente bailable Casanova '92).

A finales de los 90, Jessica empezó a escribir canciones de nuevo. A ella se unió -- literal y metafóricamente- Peter Momtchiloff en guitarra y bajo. Editaron un EP de cuatro canciones (Emmanuelle Béart) y en 2002 apareció el tercer disco de los Would-Be-Goods, titulado Brief lives (inspirado en una trama del Sandman de Neil Gaiman), con la incorporación de Debbie Green en batería y coros y Lupe Núñez-Fernández en bajo y coros. Esta formación realizó varias actuaciones y en 2004 lanzaron The morning after con canciones que retienen su particular encanto naïve, de aires melancólicos un tanto ye-yé, pero de vanguardia.

Su debut The camera loves me sigue siendo un disco espléndido, redondo, que se deja oír en más de una ocasión. Las letras son ingeniosas y mordaces, pero sin perder ese discreto charme que hace de Jessica Griffin una figura magnífica: desafía las convenciones del pop y hace lo que le da la gana. Es una especie de post-Grace Slick, una Suzanne Vega sin aires y gracias de Nueva York. Esta es música londinense, de salón, a veces cantada en française, salpicada con sanas dosis de sarcasmo y lujuria. Esto es sátira social con zapatos bonitos, pero sin ser vulgar. Imagínense lo que Jane Austen escribiría, si hubiera sobrevivido al glamour ochentero y escribiera y grabara canciones pop.

Así fue como vine a descubrir -- nunca es tarde- uno de los mejores discos que haya oído en años, por lo que agradezco (como tantas otras cosas) el detalle a mi good guru (tener amigos así de cool es la alegría de mi edad adulta, dado que no los tuve en mi adolescencia) y ahora, es con entusiasmo que vengo corriendo a ofrecérselos, ya que, gracias a la bendita Internet pueden descargarse la discografía íntegra de estas joyitas inconnu.

Para descargar el The Camera Loves Me, hagan click aquí.

Los otros espléndidos discos de The Would-be-Goods, son:

Mondo (1992)




Cuéntenme qué escucharon, qué les pareció, que quiero oírlos opinar.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Queremos tanto a Newman


Pálidos ojos azules. Sonrisa radiante de carisma. Su inseparable Joey siempre cercana. Tantos recuerdos, mientras esta luz agoniza.

Después de los numerosos rumores que circulaban desde hacía meses sobre la salud de Paul Newman, las malas noticias se han confirman. Tras concluir el tratamiento de quimioterapia al que el artista se había sometido para luchar contra el cáncer de pulmón que lo aquejaba, el pesimismo invadió a los médicos. Le dieron un plazo de vida de apenas unas semanas, incluso menos. El lector sabrá disculparnos si la última hora se adelantó a esta edición. Paul Newman pidió a su familia, su esposa por más de cincuenta años, la eximia actriz Joanne Woodward y sus hijas, Susan, Stephanie [de su primer matrimonio], Eleanor, Melissa y Clea, poder irse a morir en su casa de Westport, Connecticut, rodeado de sus seres queridos y de sus objetos personales, según dijo a la prensa una fuente allegada al actor. Consciente de su estado, Newman decidió que era el momento adecuado para dejar el hospital y volver a su hogar. La foto más reciente, aparecida hace una semana, cuando salía del Weill Cornell Medical Centre acompañado de Joanne, lo mostraba frágil, en una silla de ruedas. La reacción del público ha sido de congoja, de sobresalto y una profunda compasión.

Originalmente, esta nota iba a ser más impersonal. La clase de texto que usted, estimado lector, ha visto anteriormente en este mismo espacio y con esta firma. Ofrezco por ello una disculpa. En el caso de Paul Newman, es imposible escribir y tomar distancia desde un estilo más "profesional". Él es uno de los últimos —y ya sin Marlon Brando, posiblemente el último, quedando solamente Elizabeth Taylor— de los grandes monstruos sagrados de la época dorada de Hollywood. Esas grandes estrellas que incendiaron las pantallas e hicieron soñar a
generaciones.

Reducir a Paul Newman a una nota necrológica convencional, que lo convirtiese en un cúmulo de fechas o una lista de su filmografía como actor y director (ciertamente, él fue el primero de su rango que se la jugó con éxito, hace cuarenta años, con Raquel, Raquel —protagonizada por su mujer, espléndida como siempre ha sido—) sería hacerle un flaco favor. Y este texto no pretende eso.

Si bien las especulaciones sobre su estado de salud comenzaron a circular desde enero de este año y en un principio fueron desmentidas, la noción de la fragilidad de Newman se hizo sentir entre sus muchos admiradores. Meses más tarde se confirmó que Newman padecía de cáncer pulmonar y que había estado batallando con él desde 2004. Newman, que nació en los suburbios de Cleveland, Ohio, el 26 de enero de 1925, estaba retirado del cine desde 2002, tras el rodaje de Camino a Perdición, donde fue dirigido por Sam Mendes y compartió algunas escenas con Tom Hanks. Se despidió de la actuación en general con un rol de soporte en la miniserie de la HBO Empire Falls, donde compartió cartel con Helen Hunt, Philip Seymour Hoffman y su propia esposa. Sólo en 2006 tuvo otro acercamiento con el séptimo arte al prestar su voz a Doc Hudson, un Hudson Hornet del 51 y uno de los protagonistas de la película de animación de la Pixar, Cars. De hecho, la única vez que vi en persona a Paul Newman fue durante la promoción de la cinta, en una de las ruedas de prensa, en la pista de carreras de Lowe, en Charlotte, Carolina del Norte, el 3 de junio de 2006.

Éramos muchos los reporteros, emocionados por ver de cerca a la leyenda, con Joanne Woodward a su lado, sonriente y serena, muriéndose de la risa cada vez que él hacía algún chiste o le preguntaba algo. Lucía muy bien para tener entonces 81 años. Su buen humor era contagioso, así como su entusiasmo. Cualquier clase de nerviosismo se disipaba con un gesto suyo. Es un profesional y toda su vida lidió con la prensa. Nadie como él conocía los trucos para echarse en el bolsillo a los medios, y ponerlos de su lado. La entrevista apareció publicada en MILENIO Semanal al poco tiempo, cuando la cinta se estrenó en México.

Cuando Newman falte, quedará tras de sí una larga herencia de cintas, y para todos los gustos. Unos días antes de sentarme a escribir este texto, cuando se hizo oficial la noticia de su agonía, un amigo cercano, cinéfilo devoto y admirador del mostre sacré, me preguntó: "Cuando muera, ¿le rendiremos homenaje volviendo a ver algunas de sus películas?".

Le dije que sí, por supuesto. Sería lo adecuado. [En 2005, al morir Anne Bancroft, quien esto escribe se embarcó en un minimaratón de cinco películas en una sola noche, que incluyó El graduado y La maestra milagrosa]. Entonces mi cómplice insistió: "¿con qué película…?". Y es ahí donde comienzan los problemas. En el canon de Newman hay tanto para elegir...

Podría decir La gata sobre el tejado de zinc caliente (1958), pero realmente en ese filme la estrella es Elizabeth Taylor, toda fuego en sus ojos violeta. Mi amigo Jack sugiere El buscavidas (1961, del gran Robert Rossen), donde Newman creó a "Fast" Eddie Felson, personaje al que volvería a visitar en 1986 con El color del dinero, de Scorsese.

con Joanne

Y con la colaboración de Toni, otra Paulista convencida, la lista crece: ahí está su trabajo como Chance Wayne en Dulce Pájaro de Juventud (1962, con Geraldine Page, interpretando el rol que Tennessee Williams escribió para él), Éxodo (1960, de Otto Preminger), Hud (1963, frente a frente vs. Patricia Neal), Cool Hand Luke (1967), la estupenda Butch Cassidy y el Sundance Kid (1969), con Robert Redford y Katharine Ross, que es no sólo un gran western, también es una gran historia de amistad entre dos hombres; o bien El golpe (1973), la demoledora El veredicto (1981, de Sidney Lumet, con gran tensión sexual compartida con Charlotte Rampling) y hasta la infravalorada El coloso en llamas/Infierno en la torre (1974).

Y no sólo quedan sus películas: queda su obra benéfica al frente de la fundación Scott Newman, creada en memoria de su difunto hijo mayor, para rehabilitar farmacodependientes; también queda la huella de su pasión por la velocidad (a los 70 fue el conductor de más edad en ganar una competencia en Daytona), su imagen pública como un hombre honesto (orgulloso como estaba de ser "enemigo" del ignominioso Richard Nixon en su momento), su arrojo, su ingenio, su devoción familiar, su ejemplo.

Así es como muere una estrella, discretamente dejará de titilar, hasta apagarse. Pero mientras sucede, el mundo vuelve sus ojos (no sin tristeza) hacia él, devolviéndole un poco de lo que nos dio.

viernes, 5 de septiembre de 2008

601: Una Retrospectiva

Haber reconocido las 600 entregas de este blog como un mero apéndice de la entrada anterior (véase aquí abajito), fue hacerles flaco favor. Entre más lo pienso, más claro me queda que ameritaba algo mejor que unas cuantas líneas.

600. Se dice fácil, pero ahora, viéndolas, me doy cuenta de que no lo es. Sobre todo, por que cada una de ellas, fue escrita por una razón, no siempre planeada, casi siempre sin mucha elocuencia, pero sobre todo, si es que puede alegarse como defensa, con el deseo de ser leída.

Les voy a contar un poco de cómo es que me siento a escribir en este blog. No se trata de un ritual muy específico (soy muy desordenado -- hasta con mis rituales) pero es algo que se ha ido incorporando a mis hábitos y que, de hecho, en 2007 fue un acto de disciplina voluntaria cotidiana, como anteriormente, entre el verano de 2004 y el invierno de 2006 lo fue el hacer las cartas dominicales [casi 200] que en cierto modo, como ya relaté en alguna ocasión, dieron origen a lo que este blog es. Ahora ya no es así.

Entonces... ¿cómo escribes el blog?
No lo sé. Esa es la verdad, si me pongo a pensar en ello. A veces el tema no se me ocurre hasta el día en que actualizo; puede ser en la ducha, o mientras cocino, o mientras trabajo, o escucho una canción o paseo a Audrey por el muro, o la noche anterior, en la barra del 4.70 o si he salido a cenar con alguno (a) de mis amigos (as). Puede ser la inspiración cualquier cosa: algo que me digan, algo que leí, que escuché, algo que soñé incluso -- la noche de ayer, por ejemplo, tuve pesadillas terribles, desperté desorientado y con la boca pastosa... pensé en escribir sobre lo que había soñado, pero lo olvidé-. Solo me siento en la noche (siempre actualizo de noche, de un día para otro, eso es algo que he hecho siempre, incluso con las cartas de domingo, las escribía de noche -- a veces las noches del sábado, a veces las noches de domingo, de ahí que aparecieran en las bandejas de entrada a las que iban dirigidas, casi siempre los lunes) frente a la pantalla y comienzo a teclear.

Desde que cambié el formato del blog por uno minimalista, en su primer aniversario, suelo acompañar cada entrada por lo menos con una ilustración. Algunas veces (como sucede con los ABCs, que hace mucho que no hago) es un juego lúdico y hay muchas imágenes o un video que es más elocuente que yo. Así que cuando decido el tema, busco la imagen que va a acompañar mis palabras y me gusta pensar que he hecho un buen trabajo para ilustrar. Algunas veces, son fotos tomadas por mí, otras veces no. Pero como sea, sirven para un fin muy concreto: dar una idea de lo que estoy queriendo decir.

Otras veces, me doy cuenta, las entregas aquí son breves e insulsas (sí, me parecen frívolas e insulsas a veces y esto, no lo duden, me provoca cierta desazón) otras son un poco demasiado dolorosas -- y esto, en retrospectiva, me inquieta también. No quiero que piensen (sé que algunos lo piensan) que estoy en un estado permanente de sufrimiento, por que no es verdad. Ni de lejos, aún si lo que escribo, a veces suena así. Y es que por escrito no se puede oír la voz (¿ustedes pueden?) ni ver la expresión de un rostro -- en este caso, el mío. De verdad, no sufro. O al menos, no más que cualquiera en un momento dado y si se ve reflejado de algún modo aquí, créanme que no es intencional: sucede de repente y no es (eso seguro) permanente.

He estado un rato viendo las 600 entradas que preceden a ésta. Algunas me han hecho sonreír (¡Tengo Traumas! sigue siendo una favorita) y otras, definitivamente me han hecho soltar la carcajada (Castígame con besos..., por ejemplo) y ha habido otras que aún me remueven (mi denuncia contra la pederastía, mi tributo a María, mi abuela y harsh mistress, las cartas en año nuevo a mi papá) y como bien decía Georgie mi amigo de Mérida por vía de Hamburgo, en los comentarios de la entrada anterior, también me asomé a los mensajes que ustedes me dejan y traté de contarlos... pero no pude, aunque sí caí en cuenta de otra cosa.

¡Cuánto les debo yo a ustedes! A todos.

Es cierto que cuando escribo, muchas veces tengo un puñado de rostros a los que me estoy dirigiendo -- ustedes saben quiénes son, saben dónde están, y si pongo mi mano sobre el monitor ahora, me gusta pensar, que la están viendo, quizá alguno (a) la tome por un momento, como el trasunto electrónico de mi más afectuoso abrazo, mediante mis palabras. Esto es por y para ustedes, y siempre ha sido y será de este modo.

Pero también sé que hay mucha gente que no conozco que me lee.
Que viene aquí tal vez por accidente, buscando otra cosa, alguna referencia que mis obsesiones personales han llevado al Google. Y es a ustedes a quienes también agradezco por venir, por (en algunos casos) quedarse y volver. No tengo mucho más qué ofrecer aquí a ustedes, generosos extraños y queridos amigos, que mis palabras en una pantalla.

Y así lo he hecho seiscientas (un) veces.
Espero poder seguir haciéndolo. Y ustedes que estén ahí, para poder leerlo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Dulces sueños (están hechos de esto)

Este es el primer disco que me compré en mi vida.
Esto no quiere decir que es el primer disco que tuve, si no que es el primer disco que me compré con dinero mío (en este caso, un dinero que me habían regalado para que hiciera con él lo que me diera la gana) y fue el primero que yo personalmente elegí.

Aún recuerdo la expresión en la cara de mi madre cuando, en una tienda de discos (que hace mucho, muchísimo ya no existe, desde que en México ya todo fue deglutido a lo bestia por el conglomerado corporativo de Carlangas Slim) me vio llegar, no con un disco de Timbiriche o alguna cosa así -- lo que niños de ocho o nueve años escuchaban habitualmente-, si no con éste álbum, con ésta cubierta tan particular: Annie Lennox (yo aún no sabía quién era Annie Lennox, claro) de espaldas, con el cabello tan corto y un antifaz de terciopelo negro y una caja de chocolates en forma de corazón. Ahora me conduelo con mi mamá, qué mal lo pasó con un hijo de gustos tan poco convencionales.

Recuerdo que me costó la suma de noventa y nueve pesos y que pagué yo, personalmente, satisfecho de mi compra, aún si mis padres trataron de disuadirme de ello, diciéndome que mejor ahorrara ese dinero o que me comparar otra cosa... pero no quise escuchar más nada. Yo ya había escuchado la canción que daba título al disco antes. Tenía que tenerlo.

Todo fue por escuchar Estéreo 99 (una estación que ya no existe, esto aún antes de la existencia de la mítica Rock 101), durante las largas noches de la primavera y el verano de 1983. No recuerdo bien cómo llegué a escuchar esa estación, ni los nombres de los locutores (me imagino que una de ellos sería Elsa Saavedra [¿dónde estás, a todo esto? ¿En Londres aún?] que era algo así como mi punto de referencia) pero sí, que ayudó a estimular mi sensibilidad muy New Wave: así fui descubriendo a lo largo de ese año y el siguiente, a las Go-Go's, a David Bowie, a Roxy Music, a los B-52, a Phil Collins, a Police, a Culture Club (¿sí, qué pasa? ¡Todo mundo tiene un pasado, y qué!), Adam Ant, la Human League, Bananarama (sí, también me gustaba mucho Bananarama, de hecho uno de los primeros CDs que me compré años más tarde, fue el Wow ¿qué tiene?), Prince, Cyndi Lauper, hasta la mismísima Madonna... y claro, los Eurythmics, que desde que los oí por primera vez, capturaron mi imaginación.

Como es natural, de algo debió servir para fomentar mi obsesión el haber visto (una sóla vez en ese momento, que conste) el célebre video dirigido por Derek Burbidge con Annie vestida de ejecutivo agresivo, Dave con la computadora y el violoncello y la famosa vaca, que hoy tiene carácter de icónico y legendario; realizado para promover éste, el segundo single de un LP aparecido en Inglaterra el 21 de enero de ese año. Este era el segundo álbum del dueto que popularizó el sinth-pop, pero su debut, el In The Garden (Mayo de 1981) no tuvo el reconocimiento que merecía -- era de hecho, un disco experimental y bastante avant garde, que personalmente es uno de mis preferidos-, así que éste era su albur final: se la estaban jugando y no tenían nada qué perder que no hubiesen perdido ya.

Así fue como grabaron en 1982 éste disco, que fue el que realmente los puso en el mapa, los hizo cruzar el océano, y los catapultó a la fama. Después de éste y su disco hermano, Touch (aparecido en ese mismo otoño), Dave y Annie exploraron nuevas venturas musicales, pero aquí aparecen tal vez en su forma más pura y lúdica. Así, parten de un tema como Love is a Stranger (con su letra sugerente y de imágenes violentas) y exploran emociones crudas -- con I could give you a mirror o Somebody told me- y un groove lúgubre, quizá percursor del Trip-Hop -- en This is the house, que puedo imaginar a Beth Gibbons de Portishead escuchándola en la noche solitaria- y hasta una cierta ominosa sensualidad, en This city never sleeps.

Pero el tema, el tema que todos hemos oído alguna vez, que podemos recordar cuándo lo oímos, que representa algo [algo: lo mismo representa el final de un verano para un niño que deja de lado su libro y se acerca a la radio, y escucha, escucha; o para un joven universitario que llega a otra ciudad que no es la suya y que le ofrece tesoros escondidos, que oye esta canción como la primera en su primer apartamento de soltero; o la chica, la joven bailarina, que descubre una elasticidad secreta y echa a volar mientras escucha, o el futuro director de comerciales que queda fascinado con la estética del video, o la futura periodista de rock, que decide que cuando sea grande será Annie Lennox, tantas cosas importantes para tanta gente tan distinta] es Sweet Dreams (Are Made of This).

Desde los primeros acordes, es única. Es una revelación. La voz de Annie oscila, gira, atrapa. La letra es aterradora, fascinante: some of them want to use you/some of them want to be abused... es el soundtrack perfecto para la noción que tengo de haber crecido en los años 80: en un permanente estado de shock.

El 3 de septiembre de 1983, la canción llegó al #1 de las listas de popularidad. Han transcurrido veinticinco años de que la escuchamos por primera vez, de que encontramos el hermoso rostro de Annie desprovisto de todo artificio. Y se sigue sintiendo, en cierto modo, como si hubiera sido apenas esta mañana.

Este es uno de los grandes discos del Pop/Rock del XX y ahora, quiero compartirlo a manera de mínimo homenaje, así que ustedes pueden descargarlo, íntegro, aquí.

PD: Y por si alguno de ustedes ha llevado la cuenta (o le interesa el dato) el día de hoy, con esta entrega, se cumplen 600 escritos en este espacio. Sí. A mí también me sorprende que sean tantos. A todos ustedes, gracias. Sin tener a quiénes escribirle, esto no tendría sentido y serían, en vez de 600 cartas de cariño, 600 botellas a la mar sin destino... y espero que en todo caso, al lanzarlas al agua, las hayan encontrado.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Septiembre

Siempre he tenido una extraña relación con Septiembre.

Sentimientos encontrados. Recuerdos. La vuelta a clases. El principio de algo, intentar (algunas veces de manera infructuosa) ganarse el respeto de gente nueva.

En cierto sentido, septiembre es todos los comienzos.

Comencé la primaria el 1 de Septiembre de 1980. Todavía se siente tan reciente, inclusive, alguna vez sueño con ese día, con poner por primera vez la fecha en un cuaderno.

Eso es lo que significa Septiembre: el fin del verano y el comienzo del año escolar. Alfa y Omega.

Hoy cumplo un año y cinco meses de vivir en este Finisterre.

Y, en cierta forma, se sigue sintiendo en alguna parte, como un comienzo.