miércoles, 17 de septiembre de 2008

Acabará en Lágrimas

Este es uno de mis discos favoritos.

Llegué a él, de un modo poco convencional. No escuché sus canciones en la radio, por que no contiene la clase de temas que se tocan en la radio (ni siquiera en la legendaria y avant-garde Rock 101, antes de que Luis Gerardo Salas se fuera y Jordi Soler le diera en la madre). De hecho, llegué a This Mortal Coil ya tarde, en el otoño de 1994.

Y llegué a su música, a través de la literatura. Algo de culpa tendría Bret Easton Ellis... indirectamente. Ahora me expongo.

En 1991, siendo yo un vago de 17 años, cayó en mis manos un ejemplar usado, en inglés de Less Than Zero, la novela debut de Bret Easton Ellis, que cuenta con total sang-froid, escenas de la decadente vida de los pobrecitos niños ricos de Beverly Hills, uno de los círculos de ese infierno que es un lugar en la tierra y cuyo nombre es Los Ángeles, California.

Me leí ese libro de una zampada: quedé fascinado, tocado. Esta era la clase de historia que quería contar (esto era después del terrible verano de 1990, cuando a punto estuve de hacerle al Nick Drake o a Anne Sexton) . Y no sólo era ese tipo de historia: así quería contarla.

Pasó el tiempo y yo seguí leyendo todo lo que Ellis había producido. Estaba nutriéndome. Al mismo tiempo, seguía alimentando mi gusto (entonces desmedido) por el género del horror sobrenatural y la literatura gótica. De este modo fue que vine a dar con un relato de Douglas E. Winter que estaba intrínsecamente ligado a la obra de Ellis, titulado Less Than Zombie que apareció publicado en la antología Book of the Dead (1989), de John Skipp y Craig Spector, misma que yo me fui a mercar en el Sanborns de la Casa de los Azulejos, en edición de bolsillo, y que no sé por qué no había leído.

El relato, de unas cuarenta páginas, es un homenaje-parodia-pastiche al lenguaje y el entorno de Less Than Zero, repitiendo cuidadosamente sus ritmos, y escenas sintomáticas: Ellis describe a unos aburridos jóvenes que atestiguan, en la pantalla de un televisor, las lentas torturas que inflige un hombrón negro a una muchachita de unos trece años. Suspende la escena (porque un personaje sale del cuarto, no por pudor alguno) cuando el negro está a punto de introducirle un clavo en la garganta a la chica.

American Psycho, del mismo autor y su novela más famosa, fue foco de controversia, al revelar la doble vida del yuppie Patrick Bateman, con abundantes descripciones gore que le valieron a Ellis, en su día, la censura, el repudio y el odio de diversas organizaciones feministas que pusieron el grito en el cielo y resultó que Simon & Schuster decidió no publicar el libro como había anunciado. Ellis los llevó a pleito y se quedó con su jugoso anticipo, mientras que Random publicó la novela en bolsillo y fue el éxito que ustedes ya conocen.

Pero divago... la cosa es el relato de Winter. En éste, la anécdota se reduce a un estallido de violencia en el seno de un quinteto de pobrecitos niños ricos de Bel Air. Las vidas de Skip, DJ, Jane, Deb y el narrador, Bret (claro), se reducen a sexo vacío, giras por clubs de moda, ver MTV, comer en lugares lujosos, oír música (un detalle al que ahora volveré con más calma) y drogarse. De este modo, no se percatan de lo que está ocurriendo en el mundo, donde los muertos están volviendo a la vida. Y no les interesa, porque en cierto sentido ellos ya están muertos.

Una tarde, después de ver en video Dawn of the Dead (de George A. Romero) y Zombie (de Fulci), Skip, movido por el tedio y la inercia, apuñala a Jane en un callejón, "como en la película"; los otros contribuyen al resultado final con ladrillos y patadas. La escena concluye con una cabeza reventada que a la manera de la escena que aparecería en American History X.

En el desarrollo de la historia, el autor, auxiliado por un lenguaje frío -- ahora sí que un lenguaje zombie-, da cuenta de la deshumanización y de la carencia de emociones de los jóvenes protagonistas que incluso, son intercambiables. Aún la violencia más extrema contra Jane es descrita de manera desapasionada, es una explosión silenciosa. Estos personajes se han alejado de todo, y ni siquiera la muerte puede despertarlos de su horripilante letargo. Son hermosos muertos vivientes, pero menos que zombies. A su manera, Winter demuestra estar emparentado con Ellis más allá de lo anecdótico-paródico, pues ambos observan con alarma cómo los miembros de las élites económicas pueden llegar al supremo horror de la destrucción en su búsqueda de emociones o no-emociones.

Lo más aterrador de Less Than Zombie es reconocer que los portadores de la muerte y el caos son personas comunes y corrientes, no mutantes con tres cabezas ni entidades sobrenaturales. Es una historia que bien puede ser ilustración de la tesis del George A. Romero de La noche de los muertos vivientes: "Ellos son nosotros". Nosotros somos el horror.

Eso es algo que he mantenido presente en mi propia prosa, en mis propias ideas -- de hecho, la novela que estoy escribiendo, en cierto modo aborda esa temática- y la inspiración llega de muchas partes. En este caso, mientras escribo, el It'll End In Tears de This Mortal Coil me acompaña algunas veces (yo necesito tener un soundtrack constante mientras escribo. No tele, si no música. Otro día les explicaré con más calma). Y es un disco maravilloso que vine a encontrar por cortesía de Winter y su relato de zombies chic-pero-deprimidos.

En una de las escenas del relato, Winter menciona cómo una de las chicas que en él aparecen -- Jane o Deb, da igual- enciende un sistema de sonido de última generación y busca en una pila de discos compactos, mientras los chicos se ciernen sobre la otra chica -- Jane o Deb, da igual- para poseerla tumultuariamente, pero sin brutalidad, sin siquiera pasión. Todo es frío y lacónico, hasta que la chica coloca un CD de This Mortal Coil y empieza a sonar Song to the Siren, en la voz celestial de Elizabeth Fraser (la legendaria y muy amada vocalista de la banda de culto Cocteau Twins, que no son gemelos y ni siquiera eran dos). El efecto de cómo Winter describe la canción -- que en ese momento yo no había oído todavía- yuxtapuesta a la horripilante y desapasionada escena de violación, me resultó de un impacto muy profundo.

Yo tenía diecinueve o veinte años y estaba pasando por la enésima versión en borrador de lo que eventualmente serían Las Fiestas, una versión en que Estefanía no se llamaba Estefanía y Luciano tenía una novia en estado de coma que se llamaba Aurora, que había sido su novia desde niños y como no habían roto cuando ella entró en coma siguió siendo su novia (sí, ya sé que se nota que había recién descubierto a los Smiths, ¿qué pasa?).

Quise saber quiénes eran Elizabeth Fraser y This Mortal Coil. Quise oír esa canción. Pero en 1994 no existía la Internet en casa con conexión ADSL ni existían los programas peer-to-peer para descargarte música en MP3, así que la única opción era comprarte el disco, en este caso, el disco compacto. Y entonces, me lancé a su búsqueda, preguntando a empleados de tiendas de discos que sin sus catálogos por ordenador estaban perdidos (igual que en las librerías... ¿por qué será que siempre pasa eso? Como si no les importara una mierda lo que venden) y sintiéndome frustrado por sus reacciones, hasta que una tarde de sábado lo encontré, cortesía de uno de los pocos vendedores de un MixUp en el De Efe, que sí tenía idea de lo que yo le estaba hablando.

Recuerdo que volví a casa a escuchar, en silencio, a oscuras, pero con las escenas imaginadas por mí en la cabeza, el disco completo. Y fue un impacto. Y fue una sacudida. Como abrir los ojos en una habitación que de repente se queda sin luz, pero tus ojos se adaptan a esa penumbra.

This Mortal Coil fue un proyecto musical concebido por Ivo Watts-Russell, el mandamás de la casa disquera 4AD y estaba compuesto por artistas que había firmado y algunos invitados que no pertenecían al sello. La idea era hacer covers de canciones que le gustaban a Watts-Russell y darles un giro más oscuro, distinto. En este disco, aparecido en 1984, los Cocteau Twins participaban junto a Lisa Gerrard (de Dead Can Dance), Modern English (que luego se volvió super pop), Colourbox y otros grupos. Se llegó a hacer muy popular la melancólica y misteriosa versión de Song to the Siren (la canción del relato) en la voz de Liz Fraser, así como Another Day, originalmente escritas por Tim Buckley para ser cantadas por hombres que se refieren a una mujer, son magistralmente reinterpretadas por Liz, sin necesidad de adaptar el texto.; en la primera, con los acordes oscuros y acuáticos de la guitarra de Robin Guthrie, y en la segunda, con un cuarteto de cuerdas.

El disco también incluye covers de dos imprescindibles canciones del extinto grupo de rock setentero Big Star: Kangaroo y Holocaust. Ambos temas son enigmáticos, tratados casi con reverencia y las interpretaciones son hermosísimas, conmovedoras y brutales como bofetadas.

El disco me cambió la vida. No voy a vacilar en decirlo, por que no es una extrapolación; es la verdad tan simple como el hecho de que mientras escribo esto tengo un poco de fiebre, o el hecho de que a la noche sigue el día, tartajoso y aterido, pero le sigue.

El disco me cambió la vida y hoy voy a compartirlo con ustedes -- iba a escribir acerca del horror que sentí al leer en las noticias sobre lo que ocurrió hace dos días en mi país, pero no lo voy a hacer. No tengo boca para hablar de eso- por que me siento generoso y no acabo en llanto (como ostenta el título del álbum y el texto) y por que es música que debe ser oída.

Así, que, sin mayor preámbulo del ya dado, esta joya oscura y maravillosa, la pueden descargar, íntegra, haciendo click aquí.

Ya me contarán qué oyeron, si es que oyeron algo. Y cuando tenga boca de nuevo, hablaremos.

1 comentario:

Juan García Colorado dijo...

Pues habrá que escucharlo, a ver si encontramos algo en el disco. De antemano, gracias por compartirlo.