domingo, 30 de septiembre de 2007

Si me voy de aquí mañana, ¿me recordarás?

sábado, 29 de septiembre de 2007

Miguel y María

Permítanme, por favor, presentarles a dos de las personas a las que yo más he querido:

Ellos son Miguel y María.

Con ellos (de ellos) aprendí todo [o casi todo] lo que sé, y a ellos les debo muchísimo de lo que, para bien o para mal, ahora ven.

Esta es la única fotografía que tengo de ambos juntos. Es de 1974, el año en que yo nací. Tengo algunas fotografías tomadas con mi abuela -- no son muchas- pero no tengo ninguna en la que aparezca yo con él. Casi siempre era él quien estaba detrás de la lente. Tal vez pensó que habría tiempo, tal vez yo no quise tomarme las fotos con él -- en mis fotos de niñez me cuesta sonreír; no es que no fuera un niño feliz (que lo fuí), sino que era terriblemente tímido-; nunca lo sabré.

Esta fotografía la tengo en un portarretrato en el hall de mi apartamentito. Es lo primero que veo cuando entro de la calle, lo último que veo cuando cierro la puerta con doble llave al irme a dormir.

Son los guardianes de ésta, mi casa.
A veces, no, casi siempre (me odio cuando miento) les hablo.

Miguel nació el 25 de febrero de 1910.
María
, el 26 de octubre de 1916.

Me gusta pensar que realmente se querían. Fueron, además de mis padres, el primer ejemplo de un matrimonio, que tuve al alcance de mi mano; con ellos conocí los mecanismos de la comunicación entre una pareja largamente unida (se casaron en 1939).

Mi abuela hablaba (y hablaba, y hablaba y... Yo soy igual, lo saben) y él escuchaba, sentado en un sillón, con el diario abierto, pero asintiendo. O con un libro. O ante un caballete, pintando [sí, Miguel pintaba. Era una de sus aficiones más cercanas, aunque nunca lo persiguió de otro modo que no fuera darse un gusto]. Nunca discutían en público (no me imagino que lo hicieran en privado, tampoco) y eran sumamente populares entre sus amigos y miembros de su familia -- María era una anfitriona consumada y todo lo cocinaba ella misma. Sí, era un maestra difícil y su esposo tampoco era de ninguna manera perfecto... pero me amaban y yo a ellos.

Los dos, naturalmente, me hacen falta. Miguel, desde hace mucho tiempo, y María desde hace menos, pero igual... están aquí, conmigo, pero muchas veces los echo en falta terriblemente. Algunas veces, los sueño.

Sé que mis amigos les hubieran gustado (mi abuelo siempre buscó estimular en mí una vida social, no le gustaba que yo fuera solitario. Supongo que ahora frunciría el ceño al ver que mi vida la he aprendido a vivir a solas) y él le habría encantado a muchos de ellos. Los que conocieron a mi abuela, la quisieron. Y ella siempre fue cariñosa con mis amigos, incluso con los que no conocía más que por referencia.

Hoy es San Miguel. Es santo de mi abuelo. Mi abuela solía hacer, en días como hoy, un pastel y nos daba un regalo a ambos. La familia (la pequeña familia que fuimos, nosotros seis, con Mónica en su primer año) nos reuníamos en la noche de nuestro santo para cenar y para celebrarnos. Es un vínculo que lleva disuelto muchos años, pero que para mí todavía existe y siempre existirá.

No sé si necesitas estar con alguien, o verle, para que sepa que lo quieres y que lo extrañas y que lo piensas. En la vida real pueden pasar semanas, meses, incluso años, sin contacto. Pero el sentimiento es igual y ni la muerte, como ha sido el caso con mis dos tótems buenos, lo puede -- lo podrá- cambiar.

viernes, 28 de septiembre de 2007

ABCane en Panavisión

No están todas las que son, ni son todas las que están... pero en esta ocasión, decidí hacer el juego con algunas de mis películas favoritas.

Ciertamente habrá más, algún otro día.
Entretanto, que disfruten.


A es por El Ángel Exterminador (Luis Buñuel, 1962)

B es por Breakfast at Tiffany's (Blake Edwards, 1961)

C es por Carrie (Brian DePalma, 1976)

D es por Dogville (Lars Von Trier, 2003)

E es por Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Michel Gondry, 2004)

F es por Fanny & Alexander (Ingmar Bergman, 1981)

G es por The Graduate (Mike Nichols, 1967)

H es por The Hours (Stephen Daldry, 2002)

I es por Indiscreet (Stanley Donen, 1958)

J es por Jules et Jim (François Truffaut, 1962)

K es por King of Hearts (Philippe De Brocca, 1966)

L es por Laura (Otto Preminger, 1943)

M es por Mulholland Drive (David Lynch, 2001)

N es por Nashville (Robert Altman, 1975)

O es por Ordinary People (Robert Redford, 1980)

P es por Picnic at Hanging Rock (Peter Weir, 1975)

Q es por ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1975)

R es por Rosemary's Baby (Roman Polanski, 1968)

S es por Sunday, Bloody Sunday (John Schlesinger, 1971)

T es por Two for the Road (Stanley Donen, 1967)

U es por An Unmarried Woman (Paul Mazursky, 1978)

V es por Vargtimmen (Ingmar Bergman, 1968)

W es por Women in Love (Ken Russell, 1969)

X es por Xanadu (Robert Greenwald, 1980)

Y es por Yes (Sally Potter, 2004)

Z es por Zodiac (David Fincher, 2007)

jueves, 27 de septiembre de 2007

Castígame con besos (II)

... Gracias, estimado público, y sean bienvenidos a un episodio más de su radionovela preferida Castígame con besos, original de la pluma de la aclamada escritora caribeña Cretina Sentimental Higgins, y protagonizado por la eximia actriz dramática y folclórica de éxito internacional Anita Lava Latina como Margarita Masoca y como Claudio César Mascarpone, el primer actor de la radio, el cine, las fotonovelas, las tablas y la televisión Juan Narciso Pérez De Sade. En nuestro capítulo de hoy, nos enorgullecemos de contar con la presencia como artista invitada de la despampanante superestrella continental Tita Fornicio, en el papel de Liviana DeCascos... y no olvide que este, su melodrama favorito, es patrocinado por Leeeeche la Rrrreal y Vul-vo-naaa, el champú de alfombras más cáustico y eficaz...

Narrador: En nuestro episodio anterior, Margarita fue abandonada por Claudio César, que decidió irse a bailar mambo italiano con una tal Verónica en Tierra del Fuego, después de brutalmente humillarla en público mientras hacían cola para subir a la rueda de la fortuna en la Feria del Barrilaco. Nuestro episodio de hoy comienza en la modesta casa de nuestra heroína, que llora amarga y desconsoladamente su desprecio, en presencia de su amiga, Liviana DeCascos, sobrina del dueño de la tienda para la que ambas trabajan y conocida por ser una ávida lingüista y bastante desinhibidita en lo que a prácticas exóticas respecta...

Margarita: ¡¡¡¡¡Bujuuuuu!!!! ¡¡¡¡Aaaaaaaaayyyyyyyy!!!! ¡¡¡Ayyyyy!!!!

Liviana: Ay, pero Márgara. Deja de llorar, que se te van a salir los ojos...

Margarita: ¡Preferiría quedarme ciega! ¡Eso! ¡Ciega para siempre!

Liviana: ¡No digas barbaridades! ¿Cómo se te ocurre? ¡Ciega!

Margarita: Si no vuelvo a ver sus ojos en los míos, prefiero ya no volver a ver nada.

Liviana: ¡Marga! ¡Si era un patán! Yo no sé de dónde lo fuiste a sacar... de algún antro de vicio, de un lupanar...

Margarita: No. Entró en mi vida de manera fortuita y totalmente casual.

Liviana: ¿Y eso?

Margarita: Ah, pues fíjate tú que estábamos en el camión. Ya sabes, el que sale del centro a periferias. Yo venía muy quitada de la pena ese día, hace seis años, once meses, catorce días, diez horas, veinticuatro minutos y diecisiete segundos, cuando sentí que alguien me agarraba una posadera y luego el monedero...

Liviana: ¡Virgen santa! ¿Las dos cosas?

Margarita: Sí, primero me indigné, pero luego descubrí esa mirada tan suya, que va tan bien con su sonrisa tan hermosa...

Liviana: ¡Si tiene los dientes de pianola!

Narrador: Con habilidad para ignorar lo que no le apetece oír, Margarita hace de lado el comentario de su amiga y revive con arrobo los momentos vividos al lado de Mascarpone: cómo le dejó sacar del monedero algún dinero para invitarla a un café, cómo le compró aquél traje de paño color beige y los famosos zapatos negros, cómo acudieron a bailar rumba en sofisticados antros de vicio y cómo lo esperaba, ilusionada, mientras él se acercaba a las hijas de millonarios magnates para que éstas, caritativamente, le ayudasen a obtener un empleo a la altura de sus muchos merecimientos.

[Efecto: música arrobadora]

Margarita: Y nos enamoramos...

Liviana: ¡Ay mana! ¡Pero si nada más te veía la cara de taruga! Sólo venía aquí a dormir cuando no tenía una movida o dónde sentarse a tragar...

Margarita: Pero... es que... es que... no. No. No. Él me quiere de verdad.

Liviana: Te quería de verdad... ¡pero como su criada! ¿Cuántas veces te dio dinero para pagar el alquiler? ¿O ya se te olvidó cuando llevó al empeño tu televisor?

Margarita: ¡Ay no me digas esas cosas!

Liviana
: Es que alguien te lo tiene que decir, mujer.... ¡te trataba como a una alfombra! ¡Te pisoteaba y además te extorsionaba! ¡Y no me digas que no, porque sabes muy bien que lo que te digo es cierto...! La verdad es que Claudio César abusaba de ti.

Margarita: Ay, lo que pasa... lo que pasa... lo que pasa es que tú me tienes envidia.

Liviana: ¿Cómo? ¿What? ¿Y yo como porqué, why, because?

Margarita: Porque tú eres una mujer fácil y te has acostado con todos los hombres y ninguno te toma en serio, no eres más que una diversión, un capricho, una mujer de unas horas, de usar y tirar... en cambio yo con él, que es desinteresado y generosísimo, he conocido de cerca lo que es el verdadero amor, algo que no me merezco...

Liviana: ¡Bueno! ¡Tú estás loca!

Margarita: ¡Ay sí! ¡Sí, sí, sí, estoy loca! ¡Loca de amor por él! Él es el amor de mi vida y yo sé que él me ama de verdad, no importa que estemos lejos... sé que él sólo piensa en mí, que soy su destino... ¡qué importan sus caprichos!

Liviana: No, es que no... no puede ser. Estoy de una pieza.

Margarita: Y yo estoy hecha pedazos... pero sé que él me quiere de verdad... es sólo que nadie nos entiende y nos tienen envidia porque Claudio César es un hombre único y maravilloso y nadie lo comprende y por eso es que nadie nos entiende, ni tú, que tanto has andado de cama en cama sin encontrar el amor... pero mi lugar en el mundo es con él, no quiero que se vaya de mi lado, yo nunca soñé que alguien como él podría amar a alguien como yo...

Liviana: Pero Márgara... de veras que no sé qué decirte, ni cómo ayudarte...

Margarita: ¿Cuánto dinero tienes en la bolsa?

Liviana: ¿Ahora mismo? ¿Por qué, why, because?

Margarita: ¡Porque lo he dedcidido! ¡Me iré a Tierra del Fuego a buscar a mi amor! ¡Si no puede estar él conmigo, estaré yo con él! ¡Y ya verás cómo seremos muy felices!¡Tan felices, pero tan felices! ¡Este primer intento fue un fracaso! ¡Pero él me va a querer! ¡Yo lo sé, yo lo sé, yo lo sé, yo lo sé....! Lo-quiero, lo-quiero-lo-quiero-lo-quiero-lo-quiero-lo-quiero-lo...

[Efecto: Tema musical salida]

Narrador: ¿Se lanzará Margarita Masoca en una aventura desconocida en pos de Claudio César Mascarpone en Tierra del Fuego para poder llevarle su amor? ¿O irá a dar directo a la sala de electroshocks del Psiquiátrico Estatal? ¿Le quedará algo de autoestima, por no hablar ya de su sentido común? ¿Seguirá sonando como disco rayado permanentemente? ¿Por su gusto se someterá a más zafias humillaciones por parte de ese rufián al que llama el amor de su vida? ¿Le llevará hasta tan recóndito punto los trajecitos y corbatas que dejó olvidadas en su casa? ¿Le soltará la plata necesaria su amiga, o sólo le soplará un par de bofetones para que entre en razón?

Para conocer las respuestas a estas y otras inquietantes incógnitas , no se pierda mañana, a esta misma hora y por esta misma emisora, otro apasionante episodio de su radionovela preferida, Castígame con besos, con las voces de Anita Lava Latina y Juan Narciso Pérez de Sade. Una producción de Arrumaco Carantoña, presentada por Leeeche La Rrrrreal y Vul-Vo-naaaaaa para Radio Cadena Agorera... le invitamos a que siga disfrutando de nuestra programación; a continuación, el programa confesional de participación de nuestro auditorio Me odio cuando miento, patrocinado por los refrescantes caramelos Juanolas y quesos Soy La Pera, que dará inicio en unos segundos...

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Llevo horas...

...pensando en acerca de qué voy a escribir hoy en este blog.

Y no se me ocurre nada ni remotamente contundente, simpático, impactante, personal, cínico, bobo, extravagante, trasgresor, nostálgico, sensacionalista, morrocotudo, polémico, controversial, lacadáisico, amoroso, chispeante, íntimo, fabulado, enternecedor, descabellado, hiperbólico, crispante, humorístico, propositivo, goloso, interesante, espiritual, demostrativo, mundano, cerril, coqueto, brillante o, por lo menos, conmovedoramente estúpido que contarles hoy.

Así que he decidido que si no tengo nada [agreguen su adjetivo preferido aquí] qué decir, entonces mejor no digo nada.

A ver qué pasa mañana,
aunque ya lo dijeron Lennon y McCartney:

Tomorrow never knows
.

UPDATE!

Mañana: no se pierdan un nuevo episodio de la gustada radionovela Castígame con besos, protagonizada por Anita Lava Latina y Juan Pérez De Sade... ¡se va a poner bueno! ¿Qué pasará en la trágica vida de la pobrecita Margarita Masoca...? Para saberlo con pelos y señales, sintonízennos mañana, en este mismo blog y a la misma hora! Ya lo saben, un programa presentado por Leche La Real y Vulvona...

martes, 25 de septiembre de 2007

Niño bueno

En mi casa me educaron para ser un niño bueno.
Ese era el mantra con que fui adoctrinado cuando estaba creciendo, especialmente por parte de mi abuela María, a la que adoraba aunque eso no le quita que ella fuera, un poco como Miss Havisham, una especie de Harsh Mistress con ideas muy particulares al respecto de los roles de niños y niñas en una familia.
Si eras varoncito: "Tienes que ser un niño bueno para que todo mundo te quiera"
(¡Dios no permita que alguien me odie!)
Por otra parte, si eras niña, entonces todo te estaba permitido por el sólo hecho de serlo (No puedo entrar en detalles).

En parte, eso contribuyó a que yo tuviera la noción de que no sólo en mi casa, sino el mundo entero, me querría menos (o de plano, no me querría) si no cumplía con la orden... y lo terrible del caso es que siempre te queda la idea, aún al paso de los años, de que no eres digno si no eres de cierta forma, o peor, de que no importa lo que hagas: de todos modos te quieren menos.

Tienes que ser bueno.

Ergo, fui bueno y obediente.
O creo que lo soy todavía (aunque nunca me he sentido capacitado para decirlo).
Supongo que con el tiempo, se va volviendo un poquito un problema. "¡Es que eres tan bueno!"

Pero... ¿en qué consiste ser bueno?
¿De verdad soy bueno?
¿Quién es bueno en este mundo?

Por algún tiempo, en mi adolescencia difícil -- quien asegura que la adolescencia son los mejores años de nuestras vidas o miente descaradamente o tuvo suerte y generaliza a lo tonto. La mía fue por partes iguales un espectáculo de cabaret y, sobre todo entre los 12 y los 16, un verdadero infierno- secretamente quise ser como Cruella DeVil.
Ustedes saben: frío, calculador, siempre saliéndome con la mía... ¡un manipulador, un titiritero supremo! (Hay quienes dicen que sí soy calculador... pero no en el sentido que me pareciera halagador en otro tiempo, si no en el sentido más triste-pero-real: como aquél que se previene del golpe más duro. Yo suelo pensarlo como alguien cobarde. Supongo que sí, soy en algún porcentaje un cobarde)

Pero la verdad es que me falta aptitud.
Hasta para ser cruel, hay que tener cierto tipo de talento y no se me da.

Así que supongo que seguiré siendo un niño bueno, aunque ya no por las razones originales -- me tomó muchos años aprender a mandar al carajo las cosas que me hacen daño y la culpa tan cuidadosamente instigada- y seguiré como hasta ahora...
...aunque hay días en que me gustaría ser realmente malo y no terminar por sentirme mal, como una sabandija, por el simple hecho de, sin pensarlo mucho, desearlo -- aunque sea sólo por un momento.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Profesión: Fabulador

Soy confeso admirador de Ian McEwan y misionero voluntario de su narrativa.
He regalado sus libros a lectores vírgenes en numerosas ocasiones y he predicado --¡igualito como hago ahora!- la maravilla de su prosa, la tersura de sus palabras que trabaja con tanto oficio, así como de lo deslumbrante de sus caracterizaciones, de manera incansable, lo mismo en gregarias reuniones sociales que en pequeños vis-a-vis.
Lo he gozado enormemente, aunque amor no quita conocimiento; también lo he mirado con escepticismo y en algún caso hasta con desdén (Amsterdam sigue sin gustarme nada, nadita, nada. Ha de ser por que a todo mundo le gusta).

Hoy me encuentro en medio de un trabajo suyo; su novela más reciente, un trabajo breve -- mas no por ello deja de ser primoroso en su detalle, como es habitual- que recién apareció en junio: On Chesil Beach.

Lusin me lo ha traído, generoso y bueno como es, a manera de souvenir del viaje a Londres que finalmente no hicimos juntos. Lo comencé anoche mismo y fue como reencontrarme escuchando a un viejo amigo; casi puedo oír su voz narrándome la escena que abre su trama cuidadosamente armada y celosamente guardada.

Es julio de 1962.
Edward y Florence Mayhew acaban de casarse en una capilla de Oxford y están en la honeymoon suite de un modesto hotel frente a Chesil Beach, en Dorset. Son los primeros momentos de la vida en común de una pareja muy joven en un tiempo más inocente que éste, mas no por ello menos convulso también, ya que el imperio da sus últimas boqueadas y el status quo de Inglaterra está por dar un cambio radical. Aunque también pueden ser los primeros momentos de la vida en común de toda pareja.

McEwan se asoma, casi con reverencia, a sus temores: físicos, espirituales... el futuro al mismo tiempo tan endeble y tan ahí. Leo con devoción, pausadamente, como para no terminarme de golpe el delicioso platillo que es un libro suyo.

Descubrí por primera vez a McEwan por accidente, cuando era adolescente y me rehúsaba a leer cualquier cosa que no fuera una novela de horror. Así fue como encontré su primera novela: The Cement Garden (1978), que fue lanzada en Estados Unidos como tal... y de hecho, lo es... pero la historia, tal y como es contada, resulta muy diferente a lo que un lector podría esperar. No hay elementos sobrenaturales en esta trama de incesto y ansiedad; no pude digerir la novela como era debido y condenándola como "aburrida" -- todo fuera como tener catorce años- la olvidé y no volví a ella hasta mucho, mucho tiempo después.

Volví a leerlo cuando estuve en la Universidad. Y, de hecho, fue todo por culpa de Natasha Richardson y esa auténtica diosa conocida como Helen Mirren.

Era 1994 y en televisión pasaron, ya muy tarde una noche, una película de Paul Schrader (Gigoló Americano, Patty Hearst) presentada con el título en español de Juego Veneciano/The Comfort of Strangers. En ella también aparecen Christopher Walken y Rupert Everett (antes de que se arruinara la cara con botox inútil).

La cinta, muy atmosférica, extraña, amenazadora y exquisitamente realizada -- con una deuda enorme con una de mis películas preferidas de toda la vida: Don't Look Now/Amenaza en la sombra (Nicolas Roeg '73, con mi deidad particular Julie Christie y el enorme Donald Sutherland)- muestra el encuentro aparentemente fortuito de dos parejas británicas en la decadente Venecia durante los sofocantes días del fín de un verano.

No voy a revelar nada más al respecto de la trama. Si pueden encontrar la película, véanla (los dejará sintiéndose incómodos aunque morbosamente fascinados por días) y sobre todo, busquen la novelita que le dio origen, ya sea en su idioma original o en la edición española de Anagrama, que la editó con el [horroroso y estúpido] título de El placer del viajero.

The Comfort of Strangers, que leí gracias a las buenas obras de mi profesora Raquel Serur -- que tuvo a bien regalarme un ejemplar que ella tenía- es una novelita que pareciera un arma letal: esbelta, afilada, eficaz, fulminante. Recuerdo que la terminé de leer en un lugar público y tuve que contenerme para no gritar y arrojar el libro lejos (claro, para correr luego a recuperarlo y releer esos párrafos finales). Me sentí vulnerado por su manera de narrar algo que era a todas luces, lo mismo monstruoso que simple. Desde ese día, soy un converso. Y está de más que diga, que el libro es mejor que la película, evidentemente.

Hace algunos años, después de vagar en lontananza y del disgusto y decepción de Amsterdam (que causó una sensación que aún no comprendo y que me irrita), creí que no volvería al ministerio de McEwan, hasta que, durante un fin de semana solitario y gris en Manhattan, me encontré de manos a boca con Atonement (Adecuadamente traducida aquí como Expiación).

Comencé a leerla ahí mismo, en la Borders que está en la esquina de la 57 y Park Avenue.
Poco a poco, y sin despegar los ojos de las páginas, me fui acercando a una poltrona en la que me acomodé y no me levanté de ahí hasta ver que habían transcurrido noventa minutos y yo ya iba en la página sesenta. Pagué el libro y me lo llevé a mi habitación de hotel (hubo un tiempo, no hace tanto, que mi vida era prácticamente vivida y narrada desde habitaciones de hotel... pero ese es tema para otro día) y seguí leyendo.

Lloré. Me estremecí, me entusiasmé, me llené de rabia y de ternura. Y en cuanto lo terminé, quise volver a leerlo todo otra vez. Y otra. Es uno de mis libros favoritos desde entonces y lo he dado como una especie de rito de iniciación o gesto cariñoso a otros que no habían leído nunca al autor, que en esta obra demuestra una madurez que se hizo aparente en total plenitud en el siguiente libro en su canon, la extraordinaria y sublime novela llamada Sábado.

Henry Perowne es un protagonista, que al igual que su antecesora, Clarissa Dalloway (creada por Virginia Woolf) se vuelve memorable por las mismas razones en que nuestros amigos se vuelven memorables: es alguien lleno de imperfecciones, y al mismo tiempo, eminentemente querible. La novela aborda veinticuatro horas de su vida en un Londres soterrado por el efecto 9/11 y aún no expuesto al horror del 7/7/06. A lo largo de ese sábado, Perowne, su esposa Rosalind y sus dos hijos adultos, se encontrarán transformados ante distintas luces y sombras. Con astucia magistral, McEwan fabula su existencia: uno no puede evitar creer que son gente que conoce, que la inminencia del júbilo y la catástrofe -- acaso tomados de la mano- va a afectar nuestra vida como la de ellos.

Leí Sábado, de todos los lugares del mundo, en Egipto, a bordo de un barco llamado Moon River, que navegaba por el Nilo. La había comprado recién, aquí en Gijón. Quedé tan fascinado por su urgencia, su vivacidad, su esmero de lenguaje y naturaleza humana viva, que apenas llegué a Madrid para tomar mi vuelo de regreso a México, corrí a la Casa del Libro y de inmediato se lo envié a Jack en una caja de cava [y eso es: cava para el alma]. Para mí hacerlo fue de esos momentos de comunión que hay entre los amigos, cuando surge esa tremenda, imperiosa necesidad de decir: "esto es lo que leí, es algo que tengo que compartir contigo ahora."

Ian McEwan es un maestro.
Nunca, ni en cien mil años, podría atreverme a decir que podría escribir lo que-o-como él. Tiene su propio instrumento y su manera de interpretarlo es única. Es así que ahora, gracias a la bondad de otro amigo estoy disfrutando de su narración, de su fabular. Y es como un bálsamo. No les contaré cómo termino. Cuando ustedes vean un libro suyo, léanlo.
Déjense perder en sus paisajes de lenguaje.

Con un poco de suerte, se acordarán de mí al hacerlo... y eso es la mayor recompensa, que piensen en uno, mientras se sumergen en ese misterioso mar narrativo que es su obra, misma que permanecerá con ustedes incluso más que mis palabras.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Au revoir, Marcel Marceau!


[agitando la mano, sin palabras]

sábado, 22 de septiembre de 2007

Él formaba parte de mi sueño, por supuesto...

...pero yo también formaba parte del suyo.
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa- Lewis Carroll
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaAlice in Wonderland

viernes, 21 de septiembre de 2007

Diamantes y Herrumbre

Si te preguntan "¿has amado?" podrías decir que .
Si te preguntan "¿cómo amas?", dirás que con todo lo eres.
Así amaste antes.
Así amarás mañana.

El primer amor siempre nos destroza, aunque no lo recuerdes así.
Nos hace trizas muchas veces, las más inclusive, sin darse cuenta.

Y no sólo el primero, también puede ser el segundo -- sí, no fuiste mi primer amor, ahora te enteras... pero si de algo te sirve, él no supo que lo era, donde tú lo supiste siempre, no pude ocultarlo- o el tercero (el tercero hizo heridas terribles... a propósito) o el cuarto, o el quinto...

Está el que llora y se tapa la cara con las manos como si fuera niño y dice "¡Ay! ¡Esto es culpa tuya! ¡Yo no soy así!", el que sonríe y te dice "¿Qué serías capaz de hacer por mí?"(Todo, por supuesto), aquél que adorabas desde lejos a los catorce y que siempre tonteaba contigo, pero que -- aún siendo él el primero- quedó irresuelto.
A veces lo sueñas. Has querido llamarle, nunca lo harás.

Está el otro, dulce y sensible, que te educa en esos breves meses que pasas con él en otra ciudad que no es la tuya, está el que se enamoró de ti por cartas, sin saber que eras quien escribía; están aquellos que amaste tiernamente y que con desazón y pudor no pudieron corresponderte, pero ¿qué ibas a hacer? Con los retazos se unieron a ti, transformados en tótems buenos, sin lágrimas.

Y todo, todo, en el ciclo de flores que se consumen.
El soplo del invierno que eventualmente llega.
Lo llamas desamor.

Y un día, uno te manda un correo electrónico de la nada.
Y es tarde una noche cuando lo lees.
Y es tarde en el invierno.

Tratas de sentir ternura, esa misma ternura que podrías sentir por alguno de los otros, los que te dejaron, los que quisieron permanecer orbitando cerca, los que te acariciaron el pelo y te enseñaron a volar. Pero por él, por éste, no puedes sentir nada mas que vacío.

Aparece en tu cabeza de pronto esa canción de Joan Báez, que fue escrita como memento mori para Bob Dylan y sus días en Greenwich Village de los 60, que sorprendentemente tan bien, tan explícita pondera lo que tú sientes justo ahora.

La repites, palabra por palabra, más elocuente ella que tú, como un encantamiento, mientras la rosa que llevaste alguna vez clavada por dentro termina de secarse, tornándose en cenizas, ya sin esplendor.


Ay, maldición,
aquí está tu fantasma otra vez.
Pero no es algo inusual,
es porque hay luna llena
y te dio por llamar.

Y yo aquí al teléfono,
oigo una voz
que se deja caer,
una voz que conocí
hace un par de años luz.

Recuerdo tus ojos
más azules que huevos
de petirrojo.

Decías que mi poesía era pésima.
¿De donde llamas?
Una cabina en el medio oeste.

Hace diez años ya, te
compré mancuernillas,
tú me diste algo más.

Los dos sabemos que los recuerdos
nos podrán traer tanto
diamantes como herrumbre.

Cuando irrumpiste en la escena,
ya eras leyenda,
fenómeno en bruto,
el vagabundo original.

Fuiste a mis brazos,
y allí te quedaste,
temporalmente perdido en la mar.
La Madonna era tuya por nada,
Sí, aquello que fui
te mantendría a salvo.

Ahora te veo, hojas marchitas
a tu alrededor
y nieve en tu pelo.

Sonríes en la ventana,
de aquél sórdido hotel
sobre Washington Square.

Nuestro aliento formaba nubes blancas,
mezclándose y flotando en el aire.
Sinceramente, creo yo, los dos morimos
ahí mismo entonces.

Ahora dices que esto
es sin nostalgia.

Dime algo para justificarte,
tú, que manejas tan bien el lenguaje
y vuelves todo tan vago,
ya que necesito esa vaguedad,
ahora que todo vuelve
a mí tan claramente.

Sí, te amé profundamente,
y si ahora me ofreces
diamantes y herrumbre

yo ya los pagué.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Una casa en otro país

Este que ven, es mi amigo Cefe, más conocido en los turbios mundos leoniles como el Señor Mufasa. En la foto, aparece con sus hijos, Julia y Gonzalo. La tomé en el jardín de su casa, hace cosa de año y medio, cuando él se rompió un pie por andar en una (pinche) moto.

Él y su esposa, Ana, fueron de las primeras personas que conocí hace tres años, cuando vine a España por primera vez; son sobrinos de Paco y Mari, así que en mi primera noche en Gijón, acabé invitado a cenar por ellos -- y es algo que no se me olvida.

De hecho, el título de esta entrega proviene de la dedicatoria a un cuento que escribí una vez, a manera de agradecimiento por sus atenciones, para ambos, haciendo referencia a su casa, que en el momento de escribir, efectivamente estaba en otro país y ahora me queda a media hora de distancia andando.

Cefe es lector de este espacio, lo sé porque él mismo me lo hace saber... y también porque amargamente se queja de que nunca aparece en estas líneas [aunque es parte permanente del collage aquí a la izquierda]. Puede ser que tenga razón... y es que siempre que estoy a punto de meterlo en una entrada, por alguna razón, mayor o menor, acabo cambiando de tema... ¡soy incorregible! -- sobre todo, porque mi intención es genuina.

Fue en su casa, que supe que voy a ser tío.

También fue a él a quien pude llamar cuando, por culpa de un vuelo retrasado desde Londres perdí mi conexión Madrid-Asturias, en 2005. Me ayudó a llegar (vía telefónica) a la central de autobuses y estaba esperándome para llevarme a su casa para que me quedara esa noche, al final de un día desastroso que recuerdo muy bien. No se ccomplicó para nada y resolvió todo perfectamente, donde yo estaba exhausto, asustado y desorientado.

En cierto modo, si ahora estoy sentado escribiendo en este salón, es también gracias a él, que me presentó a un amigo suyo, cuya madre me alquila el apartamento.

Cefe es brillante y no-tan-cínico como le gustaría que creyéramos que es, y hace una buena mancuerna con Ana, que conmigo siempre ha sido generosa y cariñosa -- y a los dos los quiero un montón (aunque no se lo digan al Señor Mufasa, insigne miembro del Club de los Jóvenes Leones, porque se me engríe) y es por eso que siempre, cuando pienso en su casa, en ese jardín donde puedo sentarme a mirar las estrellas, pienso que esa casa también es mi casa, en otro país.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Temblores

Si pudiera poner una fecha para el día en que, efectivamente, mi infancia terminó, sería el 19 de septiembre de 1985.

Esta es una fecha extraña, pero importante, en el contexto de la historia inmediata de mi país.

Lo más curioso, es que para mucha, muchísima gente que conozco, no tiene el mismo significado. Es acaso ajeno. O bien, es el olvido, que ejerce su influencia -- donde conmigo nunca es posible-.

Son más de veinte años de los sismos que, en cierto modo, vinieron a cambiar a mi ciudad (para siempre) y la vida de mi familia, en otro sentido (¿No es horroroso que tarde o temprano, todo es acerca de cómo me afecta a mí? -- A veces soy horrible).

Ahora me preguntan (los que se acuerdan) ¿dónde te agarró el temblor?

Pues en la calle, recuerdo. A bordo de un auto, con mis padres. Ese día mi papá iba a llevar a mi madre más temprano a la oficina, porque él tenía una junta importante con unos clientes.

Este era el año en que yo acababa de cambiar de escuela: había ingresado a la secundaria. pero apenas acababa de cumplir 11 años. La presión, la infinita presión de ser un "niño tan brillante" en una escuela ultra-conservadora, católica y de la extrema derecha, misma que le recomendaron a mi padre por ser "muy estricta", un plantel que "construye carácter". Yo pasé años en un colegio progresivo, lo que se llama "escuela activa", con niños y niñas de mi edad y eran los primeros días de adaptarme a un mundo principalmente hostil y poco receptivo para un crío como el que entonces era yo.

Yo no recuerdo que el temblor fuese tan fuerte, tan ominoso.

O será que en la bruma del tiempo transcurrido y otros efectos aplicados a la vida, hacen que se sienta como amortiguado. No lo sé.

Recuerdo el vaivén de los cables telefónicos, la sorpresa en el rostro de mi madre, la confusión. Me dejaron unos cuantos momentos después, a la puerta del colegio.

No habíamos terminado de formarnos en el patio (los de primer año, por estaturas, yo era el primero... a los 11 años medía como 1.48 y era delgadito, el más pequeño de la escuela en edad y tamaño. No crecí a la estatura que ahora tengo hasta los 14 o 15 años), cuando el padre director, el mismo vetarro y fanático de mente tapiada, que meses después me denunciaría públicamente como pecador delante de todo el alumnado por haberme atrevido a donar a la biblioteca escolar un ejemplar de Anna Karenina, libro nefasto que promovía el adulterio y (¡Dios nos guarde!) el suicidio, salió a decirnos que no había clases y que nos fuéramos.

Y nos echó a la calle.

Así.

Yo no había regresado nunca a mi casa solo.

Al menos no, todavía. Donde los otros niños se fueron o fueron sus madres que vivían cerca, a por ellos, yo me quedé afuera del colegio, esperaba que tal vez mi papá volviera por mí. Pero luego, oí los rumores, entre las madres que venían por sus hijos. "Muertos" "Tanta gente". ¿Y si algo había pasado? ¿Y si no volvía a ver a mis padres jamás? -- esto sin importar que los hubiera visto bien ya pasado el sismo... comprendan, así es el pánico.

Y la verdad es que no había pasado realmente nada, o nada grave.

Mi padre dejó a mamá en su oficina y luego fue a su junta... pero él sí, ya no tenía clientes. El edificio se había derrumbado. Él volvió a la oficina y le dijo a mi madre. Mi madre llamó a la guardería donde mi hermana (entonces Mónica acababa de cumplir cuatro años) estaba inscrita.

La escuela estaba sin daños y los niños bien, pero recomendaban que, si podían ir por ella, así lo hicieran. Entonces mi mamá preguntó dónde estaba yo. Mi padre dijo que seguramente estaría yo en la escuela. Como era un recinto que prohibía episodios de histeria, no interrumpirían clases por el sismo. No es que mi pá fuera un insensible: es sólo que en ese momento estaba avocado a hacer de mí un hombrecito y no podía aceptar aún los signos tan evidentes de mi futuro que se manifestaban desde que aprendí a caminar y comencé a hablar... pero esa es harina de otro costal y nada tiene qué ver con la historia del terremoto.

Ahora comprendo que mi padre estaba en un profundo estado de choque debido al derrumbe y trataba de mantener a ultranza una noción de "normalidad" -- Imagínense cómo se sentiría, por ejemplo, la mamá de Patricia Campbell Hearst-. Fue por mí, pero ya no me encontró, y me buscó, para encontrarme a salvo.

En parte, el que hubiera temblado a las 7:19 am fue lo que más repercusiones tuvo, tanto a corto plazo como de un modo más permanente (amén de que de ahí viene mi terror hacia los temblores y, a veces, soñar que tiembla la tierra).

De haber temblado una hora o dos más temprano, el librero hecho por mi padre para mí, con estanterías hechas con tablones y ladrillos, mismo que se desplomó sobre mi cama, me habría aplastado. Recuerdo ver mi cama (la misma en que mi abuelo Miguel durmió en su infancia y juventud) cubierta por esos libros, esos juguetes, tablones y ladrillos.


Acaso fue ahí que mi infancia se terminó de verdad. (Aún si comenzó a terminarse en una mañana a fines de diciembre de 1981, o en una casa en Cuernavaca durante la semana santa de 1984). Ya no iba a poder seguir siendo niño. Mi ciudad, mi país, mi familia -- todo era diferente.

Yo había terminado de dejar mi infancia como una sierpe que ha cambiado de piel, aún si ésto no fuera un misterio gozoso (nada) y el mundo se había, literalmente, colapsado a mi alrededor.

Mis padres se unieron a brigadas de rescate y ayuda a los damnificados. Mi padre estuvo en la peor zona de Tlatelolco, mientras mi madre se dedicó a recopilar ropa y comida para los campamentos. Los recuerdo, comprometidos, urgentes, yendo y viniendo.

Me parecían, de un modo extraño y simultáneamente, mis padres de siempre y a la vez, figuras heróicas. En ese entonces, papá tenía 42 años y mamá 35, pero era muy distinto a tener esas edades ahora. Me eran tan extraños como nunca antes y ahora, que estoy más cerca de su edad, quizá los comprendo mejor. Lo mismo, así se acabó mi infancia, en medio de tanta confusión y asombro.

Por años he soñado, a veces, que la tierra tiembla. Sueño que tiembla y me angustia, porque se siente profundamente real.

A veces, me olvido por completo del temblor... otras ocasiones, me despierto en las noches y me abrazo a mí mismo. Me estremezco y me pregunto quién me va a proteger en estos tiempos desesperados, quién va a cuidar de mí... y entonces termino de despertar y me percato de que nadie va a cuidar de mí. Que no seré arropado por nadie. Que estoy solo y que está bien, porque es la realidad y no tiembla la tierra y aunque temblase, no temo.

Me tengo a mí, y por el momento, basta.
Nadie va a fallarme, porque no espero nada de nadie.

Ha habido otros temblores, tanto reales como figurativos, en mi camino hasta aquí, a este punto en mi vida, en que no necesito nada, en el que estoy en el equilibrio de mis deseos y necesidades, absorbiéndolo todo, creciendo.

Uno de ellos, es el de Lisboa en el sábado de Todos los Santos de 1755, al que rinde homenaje a manera de poema épico, (imagínense: la escuela de La Ilíada, al estilo postmoderno de una cinta de Atom Egoyan) mi amigo Jack.

Su libro, cuidadosamente elaborado, con una orfebrería de palabras que quita el aliento -- aunque lo que yo diga ha sido siempre tachado de poco objetivo y por lo mismo sin un valor auténtico dada mi relación amistosa con el pudoroso poeta- representa, a modo de un canto coral, no sólo la hecatombe que lesionó duramente la ciudad, sino también las propias trampas de nuestra angustiada condición humana, muchas veces ocultas voluntariamente.

Hay un poema, dentro de los muchos que eslabonados componen el libro, que particularmente me mueve, remueve, conmueve. Se trata del canto 18 y es, sin haber pedido permiso (pero esperando sincero y contrito me perdone la frescura tan singular y la falta de respeto) del autor, que lo reproduzco para ustedes. La primera vez que lo leí (en un tren, hace mucho tiempo ya, en otra vida) me estremecí, como en esa mañana de septiembre hace un par de años luz. Y fue, porque sin saberlo siquiera, alguien más había capturado de un modo por igual abstracto y exacto, lo que sentí en el momento en que mi infancia (mas no mi niño interno, eso es otra cosa) se derrumbó, igual que todo mi mundo, mi vida etera para dar pie a un proceso de reconstrucción que continúa -- quizá no termine nunca.

Léanlo, léanlo en voz alta por favor.
Escúchense
al leerlo.
Alimenten esta sórdida vendimia que es la memoria.

La obra completa pueden hallarla disponible aquí.

*

Señor no te apiadaste
Cristo no te apiadaste

de nosotros los piadosos
los que fuimos sepultados bajo el templo
los que fuimos abreviados en ceniza
los que fuimos arrastrados por las aguas
como odres hinchados por el último aliento
después de haber caído
bajo lapidación

Señor no te apiadaste
Cristo no te apiadaste

Si éstas fuesen las aguas
que riegan Babilonia
si ésta fuese
la flor de las ciudades prostitutas
si el altar se hubiese alzado
para dioses caprichosos e infantiles
para arcángeles bestiales
para imágenes obscenas
de dioses sordomudos

Pero el río era el Tajo

Eran aguas cristianas
no más turbias que el Jordán

Éramos lisboetas

los que fuimos lapidados
no en alcoba de rameras
bajo el techo de la casa
de Dios Nuestro Señor

Éramos lisboetas
-la piadosa Lisboa-

los que fuimos
sepultados y abreviados en ceniza
como odres arrastrados por las aguas
después de haber ardido
después de haber caído
bajo lapidación

Señor no te apiadaste
Cristo no tuviste
piedad

Porque ya no hay tierra firme
y la llama ya no habla,
ni brilla ni ilumina
Sólo quema y consume
y en lo oscuro se extingue

Porque el agua ya no limpia
de pecado
en los ojos se estanca
en el hueco de las almas
halla lecho y se corrompe

Señor no te apiadaste
Cristo no te apiadaste

Hombre entonces ten piedad

Mundo
madre

ten piedad.