viernes, 31 de agosto de 2007

Princesa Diana

Sí, sí, sí, hombre, ya...

...ya sé que hoy se conmemoran los diez años de la trágica muerte de Diana Frances Spencer, alias Lady Di, o bien, la Princesa de Gales, o bien "esa mujerrrrrrr" [mi tía Isabelita dixit... ¡ay qué error fue dejar a Carlitos casarse con esa plebeya!], la reina de corazones del pueblo (!) y casi-casi Santa Diana.

Pero no me da la gana -- y ultimadamente en este blog hablo de lo que a me da mi regalada gana- hablar de ella, ni de lo buena que era, ni de sus acciones altruistas ni de cómo se fue a matar junto con su amasio musulmán du jour con el que andaba amancebada en la Riviera y en París, en un estúpido accidente de coche cuando los perseguían unos paparazzi a los que ella ya no pudo manipular a su antojo como antes (¿a poco nadie recuerda que la reina de los corazones del pueblo, nada estúpida, era una titiritera suprema de los medios masivos de comunicación?). No. No me apetece echar flores a una mártir en la que no creo.

Pero sí les voy a hablar de una Princesa Diana.
Una a la que siempre le tuve cariño.
Ustedes tal vez la recuerden por el nombre de La Mujer Maravilla.




Todo fue porque en 1979, éste fue el primer cómic que leí.

Aún conservo dos ediciones del cómic el #246 de la primera serie (de la última etapa de lo que hoy se llama Silver Age); una en español -- la que mi madre me compró en un kiosko y que fue el cómic que no sólo me hizo leer otros, sino que además me hizo interesarme en temas de mitología griega, por ejemplo- y una en inglés.

No es una gran aventura; ni siquiera es una historia que se consdere canónica en la serie... pero me gusta. Me gusta más allá del factor nostalgia, por que es una aventura en la que Diana Prince debe defenderse casi sin utilizar sus poderes de amazona (después sabría que hubo una etapa en su carrera de superheroína en la que definitivamente prescindió de su divinez y sus super poderes, y que incluso fue anterior a este episodio). Me gusta porque fue la primera vez que pude ver cómo fluía el movimiento de un panel a otro... y eso es algo que te ocurre cuando descubres una nueva manifestación de arte que no conocías.

Así como muchos recuerdan con cariño la primera película que vieron, el primer libro que leyeron o bien, el primer programa de TV que siguieron con devoción, yo así recuerdo a la primera heroína de ficción que tuve.

¡Cuánto significaba su figura para mí! -- por muchos años, en mi primera infancia, fue una figura constante: en un poster de Lynda Carter caracterizada que tuve pegado en el reverso de la puerta de mi habitación; en una camiseta, en una mochila, en libros de colorear, cómics, álbums de cromos... fue importantísima para mí, hasta que como a los nueve años o así, un psicólogo imbécil (sí, semejantes cosas existen) al que me refirieron de la escuela, dijo que yo leía demasiados cómics que me sobreestimulaban la fantasía y prohibió que los leyera (de hecho, prohibió que leyera en general... lo que resultó en una debacle pavorosa para mi fragil persona); esto aunado a que la bienintencionada pero ultimadamente harto errada y un poquito pretenciosa en aquél entonces hermana de mi padre, Guadalupe, proclamase que demasiadas figuras femeninas en mi imaginario podían ser "perjudiciales" -- querida, querida tía... no hay peor ciego que el que no quiere ver- para mi desarrollo, devino en que me separaran de uno de mis íconos preferidos por años, hasta que yo mismo me volví a procurar sus aventuras, en la adolescencia... pero ya no era el mismo personaje. No obstante, siempre está esa imagen de mi niñez, que significó algo y que aún significa en mi imaginario, en mi interior.

Ahí brilla aún, formada de arcilla, animada por los dioses; hermosa como Afrodita, sabia como Atenea, fuerte como Hércules... esta es para mí la princesa Diana, la verdadera Princesa Diana, y no la rubia sosa, bulímica, melodramática, neurasténica y calculadora que todo mundo recuerda hoy rasgándose las vestiduras.

Esa señora nunca hizo nada que me ilusionara, o que me hiciera anhelar emularla... en cambio, a la princesa amazona, mucha de la imaginación que luego rendiría frutos, se la debo y es por eso que cuando digo Princesa Diana, pienso en ella.

Y no en ninguna otra.

jueves, 30 de agosto de 2007

Ingrid: la luz que nunca se apaga

Este glorioso mito llegó al mundo sin saber el fenómeno que sería, el 29 de agosto de 1915 en Estocolmo, Suecia, donde quedó huérfana muy niña y fue criada por un tío.

Esta circunstancia hizo de Ingrid una chiquilla independiente de carácter y la llevó a estudiar teatro. Cuando debutó en cine, a los 20 años, iba de volada rumbo al estrellato. Este se consolidó cuando apareció en la primera versión de Intermezzo en 1936 y cinta que llamó la atención del magnate hollywoodense David O. Selznick. De inmediato, el creador de Lo que el viento se llevó la trajo a América con un contrato y el resto, proverbialmente, es historia: Casablanca, La luz que agoniza (melodrama gótico que le ganó su primer Óscar) y ¿Por quién doblan las campanas?; a éstas siguió la adopción que de ella hizo Alfred Hitchcock con todo y el beso de agasajo, semipornográfico en extreme-close up (¡algo nunca antes visto!) con Cary Grant en Notorious, consolidándose como toda una superstar.



El escándalo tiene cara de mujer

Para el público la rubia Ingrid era como virginal rosa blanca transplantada de las nieves nórdicas a la soleada California, con un marido dentista, muy propio, (Petter Lindström) y una hijita llamada Pia, que era su vivo retrato. No obstante, en 1949 las cosas dieron un giro inesperado: Ingrid vio Roma, ciudad abierta, de Roberto Rossellini y quedó fascinada con su manera de hacer cine, sin el glamour al que la tenía malacostumbrada la Meca del cine. De inmediato, la güera le escribió al rollizo cineasta socialista y se puso a sus órdenes, diciéndole que lo único que sabía decir en italiano era “ti amo”. En cuestión de semanas, Ingrid viajaba a la isla de Stromboli a rodar una cinta con Rossellini. Lo que ninguno se imaginaba era que antes de decir “luces cámara acción”, ¡cometerían adulterio!... por supuesto, el escándalo no se hizo esperar y en Hollywood, Ingrid fue lapidada por aquellos que antes decían que la amaban tiernamente. Declarada persona non-grata, la Bergman, que además ¡estaba embarazada de ese italiano! se divorció lo más rápido que pudo de Lindström (que tampoco le puso mayores trabas: “Ah, ¿ya no me quieres? Bien. Yo comprendo” —escandinavo al fin y al cabo— y se casó con Rossellini, quien a su vez, había roto una larga relación de amasiato con Anna Magnani ... quien odió a Ingrid hasta su muerte. Mientras en Estados Unidos sus películas eran prohibidas y se le condenaba hasta en el senado (tengan en cuenta que era la época del macartismo), Ingrid floreció en Europa y tuvo tres hijos con Rossellini: Roberto y las gemelas Isabella e Isotta. Una de ellas crecería como heredera de la monumental belleza de su madre y como una sensacional actriz por mérito propio.




La hija pródiga vuelve a Hollywood

En 1956, Ingrid volvió a Los Ángeles para rodar Anastasia, una soap opera acerca de la presunta Anastasia Romanov o Anna Anderson, que se decía, había sobrevivido a la masacre del zar Nicolás II y distinguida prole. Por esta cinta, Ingrid obtuvo otro Óscar y fue oficialmente “perdonada” por Hollywood. Por supuesto, ya para entonces, Rossellini y ella habían tronado como ejotes y se había establecido en Londres, donde hacía mucho teatro (cosa que le encantaba) y filmó para Stanley Donen la sensacional Indiscreet, que la reunió con su íntimo amigo y compañero Cary Grant, sólo que sin nada de besos, más bien con humor ácido y sexualidad madura, amén de atuendos absolutamente fabulosos. Ingrid, aunque libre del “pecado” que cometió, ya no regresó a su estatus de diva. Se casó con el productor Lars Schmidt (de quien se divorciaría en 1970, pero siguieron tan cuates como al principio) y siguió explorando su talento en algunas puestas en escena como La voz humana de Jean Cocteau —con la que tuvo larga y muy aplaudida temporada en Broadway entre 1965 y 66— y cintas como la psicodélica Flor de cactus (¡Ingrid baila á-go go con Walter Matthau!), Asesinato en el expreso de Oriente (tercer Óscar como mejor actriz de reparto) y Sonata de otoño, que la reunió con otros grandes talentos nórdicos: Ingmar Bergman y la celestial Liv Ullmann, que por años fue referida como la “Nueva Ingrid”, así como en su tiempo Ingrid fue “la Nueva Garbo”. Este film de 1978, fue la última incursión de Ingrid en la pantalla de plata y, aunque ya estaba tocada por el cáncer, dio lo mejor de sí en secuencia tras devastadora secuencia, como una cosmopolita y muy chic pianista con un negro corazón, capaz de devorar a sus propias hijas por soberbia.




Muchas gracias y buenas noches

Ingrid celebró su cumpleaños 67 en Londres, el 29 de agosto de 1982. Después de cenar con varios amigos (entre ellos la misma Liv), se retiró a sus habitaciones y murió durante la madrugada del día 30, sin hacer ruido, ni quejarse. Estaba totalmente invadida de cáncer y apenas unos meses antes había concluido su obra póstuma: una biografía hecha miniserie para TV sobre la ex premier israelí Golda Meir. Su legado fueron más de cuarenta intervenciones en la pantalla, donde entregó su corazón y su belleza. Por igual aplaudida y apedreada, Ingrid Bergman es, aún hoy en día, una de las mujeres más queridas por el público que recuerda la época dorada del cinema, que amenaza con ya nunca volver. Tal fue su popularidad e influencia, que el músico Woody Guthrie le escribió una canción, misma que ha resucitado en versión rockera acústica con la voz de Billy Bragg, como elegía a la luz que no se apagó:


Ingrid Bergman, Ingrid
Bergman,
let's go make a picture
On the island of Stromboli,
Ingrid Bergman

Ingrid Bergman, you're so pretty,
you'd make any mountain
quiver
You'd make fire fly from the
crater,
Ingrid Bergman

This old mountain it's been
waiting
All its life for you to work it
For your hand to touch its
hardrock,
Ingrid Bergman, Ingrid Bergman

If you'll walk across my camera,
I will flash the world your story,
I will pay you more than money, Ingrid Bergman

Not by pennies dimes nor
quarters,
but with happy sons and
daughters,
And they'll sing around
Stromboli,
Ingrid Bergman…

miércoles, 29 de agosto de 2007

¿Y por ellos, quién?

Hay muchos que no tienen voz.
Hay muchos que ni siquiera tienen boca.

Hay quienes hablan, pero no son escuchados.
¿Quién los apoya? ¿Quién los defiende? ¿Quién los oye y les cree?

Yo soy sobreviviente de una experiencia de abuso sistemático sexual infantil.
No me avergüenzo de decirlo. No es un "sucio secretito". Digo siempre sobreviviente, no víctima. Mis amigos y allegados lo saben. Mi familia siempre lo supo.
Sólo soy uno, entre millones y millones que se suman todos los días.


Eso es lo que me da rabia. Son millones. Y cada uno se siente solo en el mundo, aunque sea parte de una estadística que crece cada semana. Cada día. Cada año.

"Si dices algo, nadie te va a creer. Nadie te va a querer."

Esto es lo que me decía mi violador todas las veces. Hace veinte años que terminó físicamente de hacerlo, pero las cicatrices que dejó siguen aquí. A veces no las veo. Otras, repentinamente se abren y supuran. Él era alguien en quien yo confiaba (a esa edad, nunca es un extraño), alguien de mi familia.
Y resultó ser que tenía razón: cuando hablé, nadie me creyó. Y sentí que nadie me quería.

Todavía hoy hay quienes, aún en mi círculo familiar, no me creen.
Pero hoy ya no me importa que no me crean, o que no me quieran, tampoco.

Conforme te vuelves adulto, te vas fortaleciendo.
Es una mentira eso de que "lo superas y lo olvidas". Eso no sucede.

Cuando te hacen esto, ya sea una sola vez o de manera repetitiva y sistemática, es algo que causa daño permanente, pero si tienes suerte y voluntad (¿ambas?) puedes crecer, hacer que tu horror se vuelva parte de tu fuerza: es parte de ti igual que tu lado luminoso. Te hace pensar no sólo en ti, sino en otros, otros muchos, que están expuestos.

¿Qué podemos hacer para detenerlos?

Señalarlos. Hablarlo. Prevenir. No tener consideración ni piedad ni medias tintas.

El pedófilo no es un "enfermito".
El pedófilo, el pederasta, es la peor clase de criminal alevoso que hay.

La imagen del agresor sexual que acecha a sus pequeñas presas en centros comerciales, parques e diversiones, o alrededores de colegios, es sólo una parte del cuadro. Hay mucho, mucho más. El violador no sólo está en la calle; como dije, en 9 de cada 10 casos, es alguien cercano, de casa. Alguien en quien el niño o niña confía: puede ser, por monstruoso que parezca, el padre, el padrastro, un tío, un primo o un amigo de la familia.

Lo que es peor; en el caso de familiares, muchas veces las madres y los padres lo saben y optan por ignorar la situación (en algunos casos está documentado que a veces son también víctimas del mismo agresor), por "guardarlo en el olvido", de este modo voluntariamente colaborando con su mutismo a la destrucción del espíritu y de la mente de sus hijos.

En Mayo pasado tuvo lugar el Primer Congreso Iberoamericano contra el Maltrato Infantil, bajo el lema: El Abuso Sexual Infantil, Un Problema Global.

Con este tema, se impartieron conferencias y se distribuyó material para alertar a la población, a los padres, a los maestros, a los amigos de menores en grave riesgo o inclusive, ya víctimas de abuso. Uno de los listados que UNICEF ha distribuido es el siguiente, que reproduzco ahora:

"Algunas señales que debemos aprender a ‘leer’ el abuso sexual en menores de edad".

En la apariencia física:

- Dificultades para caminar o sentarse.

- Ropa rota, especialmente la interior o presencia de sangre en ella


- El niño empieza a tocarse mucho, jalarse el pantalón o la falda, repetitivamente.


- Trauma en los senos, nalgas, parte baja del abdomen, en los muslos.


- Embarazo.


- Durante juegos, clases de educación física, práctica deportiva, etc., hay movimientos que se le dificultan al niño o niña.


- Infecciones venéreas. La más común es el condiloma que se presenta como una verruga dolorosa que se deben tratar con cremas o cauterizaciones. Cuando el niño es portador lo acompañarán siempre, especialmente cuando se le bajen sus defensas.


En el estado emocional:

- El niño puede volverse muy retraído y silencioso, algunos desarrollan mutismo. O por el contrario, su comportamiento es agresivo y rebelde en exceso.

- Repentina caída en el rendimiento académico.


- Alucinaciones visuales, táctiles o sensoriales en general.


- Depresión permanente.


- Ponerse ropa sobre ropa, necesidad de utilizar muchas prendas de vestir para dificultar el abuso.


- Después de que el niño ya aprendió a ir al baño vuelve a la etapa de no poder controlar esfínteres. En algunos casos puede retener las heces para que el abusador sienta incomodidad y no lo intente nuevamente.

- Aversión al acto de acostarse, sueños alterados o con pesadillas, no quiere dormir solo, ni que lo dejen solo en su habitación.

- En relación con otros niños, sus relaciones son pobres: no participan en sus juegos .


- Son “muy buenos niños” porque se acostumbraron a complacer.


- No les gusta ir a visitar la casa de algún familiar o amigo. Quiere evitar los viajes familiares o las reuniones.
Manifiestan angustia en presencia de algunas personas.

- Comportamientos y comentarios de adulto con referencias sexuales.


- Terminan huyendo del hogar y acercándose peligrosamente a la prostitución o al suicidio.


¿Cómo podemos prevenir el abuso sexual infantil?

¿Cómo podemos hablar por los niños que no tienen voz?

Si conocen o sospechan de algún caso de abuso, investiguen, pregunten, confronten, denuncien.

La denuncia es el primer paso.

Si un niño les dice que algo sucede, créanle. Podrá parecer imposible, pero recuerden; la vida futura del niño depende de la confianza demostrada. Una vez perdida la confianza del niño, no podrán recuperarla del todo jamás.

El abuso sexual es un crimen que se queda impune casi siempre y el silencio es el peor de los cómplices, porque es el silencio avergonzado de quienes se suponen deben defender al niño.

Consulten con organismos como UNICEF o www.pedofilia-no.org para saber de qué manera pueden ayudar.

Si conocen de un pedófilo, adviertan a los padres y mantengan una cercana atención a los niños. No importa que parezca alguien inofensivo, o incluso contrito, que alege "enfermedad". Advertir es un paso importante para proteger.

Enseñen a sus hijos.

Un espíritu roto puede volver a pegarse, pero toma mucho tiempo y no siempre queda igual.
Hay algunos, más vulnerables, que no lo consiguen nunca. Muchos, muchos son los que se mueren en silencio, siguiendo sus muertes-en-vida sólo para no mortificar, tachados de mentirosos, señalados como criminales, mientras el verdadero predador es recibido por las familias incluso con genuino afecto. "Cosas de niños, ¿cómo creer algo semejante?"

Algunas veces es la rabia lo que te hace levantar el puño en el aire.
Pero no sólo es por ti. Es por todos los demás que vienen detrás. Esto es algo que no puede seguir. No debe. No va a seguir. No mientras abramos los ojos y la boca y saquemos la verdad a la luz, más allá del pudor impuesto, la vergüenza o incluso el dolor oxidado.

Si tu experiencia sirve para salvar a otro, entonces acaso el que nadie te creyera y nadie te quisiera, no fue en vano.

Foto cortesía de Antona. (c) 2006

martes, 28 de agosto de 2007

Mi romance secreto

¿Les cuento una cosa?

Uno de mis primeros grandes amores fue el teatro.

Esto algunos ya lo sabían, y si no, pues ahora se van enterando.

Tal vez pude haber sido un actor profesional... pero me falta muchísimo talento para siquiera atreverme a acercarme a un escenario. Ser exhibicionista y desinhibidito (que uno lo es... ¡y modesto también!) no significa que uno tenga talento histriónico... cuando estaba en el bachillerato, después de algunas vagas experiencias extreando y en papelitos, finalmente acabé por convencerme de que mi onda era escribir y a eso comencé a dedicarme [ahí fue que nació realmente Miguel Cane], pero siempre me quedó la pequeña inquietud, ese deseo no consumado, esa asignatura pendiente.

Hasta ahora.

Estoy escribiendo una obra de teatro.

Sí. Teatro.

No es la primera vez que lo hago. De niño escribí viñetas para clases y en espectáculos escolares: parodias musicales, cándidos autos sacramentales, sketches surrealistas -- en uno, de mi época de preparatoriano, aparecían Heidi y las cabras en plenos alpes. Mientras Heidi cantaba alegremente, una pinche cabra le propinaba un subrepticio puntapié en el recto y en seguida todas se levantaban para marchar y saludar "seig heil!"... claro, recién a los quince años había visto yo Cabaret.

Pero pese a estos ejercicios, nunca había ingtentado escribir una obra totalmente; algo completo, con ritmo, con un desarrollo. Sí, ya había escrito una novela y muchos relatos, pero nunca teatro en forma. Pero hace poco, Hanna me escribió para preguntarme si tenía alguna obra de teatro mía. Ella es, al igual que Alejandro Calva, actriz profesional. Está montando ahora dos proyectos: uno como directora (que estrena pronto) y uno como actriz.

Le dije que no... pero que le escribiría algo.

Y de pronto, el otro día, mientras escribía un pasaje de mi novela nueva, los personajes comenzaron a sonarme distintos y empecé a escribir una escena que no tenía nada qué ver con la novela nueva. Pronto, ya estaba yo riéndome con lo que escribía.

Entonces decidí tener una aventura. Un affair. O como dicen aquí, liarme.

Así como un hombre puede sucumbir ante un par de suculentos atributos en una chica de veinte años o una señorita decente y bien educada puede sentirse turbada por un gañán de deslumbrante musculatura, yo me he fugado con una comedia en tres actos y cuatro personajes.

¿Y quieren saber algo?
¡Me estoy divirtiendo como vil enajenado!
Es como una especie de compulsión... y estoy muy contento con los resultados.

Esta es una comedia, pero lo digo en el sentido cómico no-vulgar. No es el tópico de los enredos, las identidades equívocas y los saltos de cama (aunque la obra comienza y termina precisamente ahí). Siempre he tenido una curiosidad enorme acerca de cómo las parejas se conocen, cómo deciden que van a compartir su vida, o al menos, un momento definitivo de ella. De ahí que deje suelto a mi imaginario y juegue con las posibilidades. Lo estoy gozando tanto que cortos se me hacen los días y no me alcanza el tiempo... pero creo que va a rendir fruto en una jugosa manzana.

Voy a ver hasta donde llega mi romance secreto, mi nueva aventura furtiva. Pero lo que sí sé es que con un poco de suerte... con un poco de suerte... puede que la alcance a ver en escena antes que termine este extraño, complicado, vigoroso y formidable año.

lunes, 27 de agosto de 2007

Elefantito rey

Hay elementos y símbolos inescapables que componen a la persona que antes fuimos y siguen siendo parte de nosotros aunque a veces no los recordemos.

Uno de ellos suele ser el primer libro que recordamos haber leído.

Yo aprendí a leer como a los tres años, cortesía de mi abuelo -- estaba retirado ya para entonces y no tenía más ocupación que entretenerse enseñándome a leer y a dibujar- y de las espectaculares carteleras cinematográficas que aparecían en el periódico; pero el primer libro como tal, que tengo noción de haber leído en mi vida, es La historia del elefantito Babar.


Es cierto que hay muchos otros libros que incluso fueron más significativos -- entre ellos una versión con ilustraciones, evidentemente adaptada para niños de La Iliada, que leí a los seis años y que por un día me convirtió en el niño más popular de la escuela, ya que me invitaron a explicársela a niños de sexto grado, que me doblaban la edad (a mi madre le gusta particularmente esa anécdota)- en mi desarrollo, pero Babar -- el libro original escrito originalmente en 1931, por Jean DeBrunhoff- tiene un aspecto ás arraigado, porque la historia de cómo vino a mí, la tengo muy clara, más incluso que la historia contenida en el libro, per se.

El librito, largo, ilustrado, de pastas duras, tesoro de una infancia anterior a la mía me lo regaló mi tía Elisa, que era la hermana de mi abuelo Miguel. Ella y su esposo, mi tío Humberto -- que fue el primer pintor profesional que conocí y cuyo estudio era uno de mis lugares favoritos cuando era niño- vivían en una casa en Coyoacán a donde mis abuelos iban con frecuencia. Mi tía tuvo muchos hijos y cuando éstos crecieron y se fueron de casa, dejaron sus libros y algunos de ellos, mi tía los mantuvo ahí, en un librero, para los niños que solían ir de visita, como era mi caso.

En una de esas visitas, encontré el libro y recuerdo que fue la primera vez que leí el título de un libro en voz alta. Nunca antes lo había hecho (y todavía no cumplía cuatro años... lo demás es brumoso, pero lo que recuerdo bien claro, es que todos se sorprendieron de que lo hiciera). Mi tía me pidió que le leyera un poco más del libro y me lo regaló, para llevármelo a casa.

Ha estado conmigo por treinta años o poco menos. Ahora mismo, está en algún lugar de la casa de mi madre, en México. No recuerdo ya muchos detalles -- sé que en esa historia Babar llega apenas a ser rey de los elefantes, qunque eso es hasta el último: primero, como Bambi -- aunque muchos años antes de la película, nótese- cuenta la historia de su nacimiento, su tristísima orfandad (un cazador le mata a su mami), su exilio y posterior retorno a la jungla, ya vestido con su consabido traje verde, adquirido en París, donde era adoptado por una señora gentil.

Sin embargo, Babar es más bien un símbolo para mí. Es un símbolo de un momento específico en mi historia: la imagen del personaje, si bien no entra dentro de los iconos de mi niñez (como el Monstruo Comegalletas o la Mujer Maravilla o Holly Golightly) es una clave; es algo que existe en el momento en que recuerdo cuando aprendí a leer y siempre será inextricable de ese contexto.

Por otra parte, hace algunos años vi que había muñequitos de Babar. Nunca compré uno y me quedé con las ganas, porque ya no los he vuelto a ver y no sé dónde se consiguen.

¿Quién sabe? Quizá un día de estos, si se vuelve a cruzar en mi camino, me procure uno. Me gustaría tenerlo, acaso como manifestación del símbolo o como souvenir de tardes soleadas transcurridas debajo de un piano, leyendo a Babar, el elefantito rey.

domingo, 26 de agosto de 2007

Facelift

Pensé que, para conmemorar el primer aniversario de esta paginita web, me habría gustado hacer algo signficativo, pero no se me ocurría bien a bien qué.

Luego recordé que hace algún tiempo, algunos lectores habituales que vienen a regalarme unos minutos de su día en este espacio, se habían quejado de que, ocasionalmente, no podían leer la carilla anterior, ya que el "papel tapiz" y la tipografía fallaban al cargarse y no se alcanzaba a ver bien. Supuse entonces que podría cambiar el aspecto del blog, pero no me atreví en su momento -- le había hecho tantos cambios personalizados, que temía perderlos.

Luego, simplemente, lo confieso, se me olvidó.

La idea volvió hoy, mientras veía de nuevo La Ley del Deseo (Almodóvar, '87) donde hay una escenita que pasaría inadvertida pero que a mí, inexplicablemente, me hace reírme entre dientes como bobo: la eximia Tina (Carmen Maura), hermana de Pablo Quintero (Eusebio Poncela, que funciona como alter ego del cineasta) recibe una oferta de hacer teatro y se entusiasma, por lo que de inmediato exclama "¡Dios mío, un lifting!", restirándose la cara con los dedos.

Después de reírme de nuevo -- como sucede siempre que veo la escena- pensé que eso era lo que el Alias Cane necesitaba: un cambio.

Me asomé a las (escasas) variedades de plantillas que me ofrecía blogspot (esto es lo único que no me gusta del sitio) y decidí probar esta: simple, de fondo blanco, que se lee de izquierda a derecha. Me gusta precisamente por su simpleza. Después de un año, siento que lo importante de esta aventura bloguera no es cómo se vea la página, sino lo que contiene.

Y pues hela aquí.

Espero que les guste esta nueva cara... aunque la voz es la misma de siempre.

Ustedes dirán.

sábado, 25 de agosto de 2007

Hoy, hace un año

Un blog una vez soñé...

Con esas palabras se abría la primera entrega de esta bitácora que, a lo largo de doce meses ha sido una de las constantes de mis días y se ha convertido en una fuente de satisfacción y sorpresa, una plataforma para muchas cosas, una manera de expresarnos (ustedes y yo).

Siempre dije que mi ejemplo era La Idea del Norte (¡Mariano, Mariano, mira lo que hice!) y lo sostengo, sin embargo, el blog adquirió su propia vida con el paso del tiempo: así, por esta pantalla ha desfilado un poco de todo: cine y libros, alegrías y sinsabores. El júbilo de compartir con ustedes la aparición de mi novela y también de mi mudanza a otro país -- secreto que guardé por meses... ¡y costó trabajo!-, el espontáno fluir de (y aquí el guiño, el mínimo homenaje , el espolio pequeñito, mas no por ello sin cariño) esta sórdida vendimia que es la memoria.

Hoy, hace un año.

Y en un año (en dos, en tres...) pasan tantas cosas: es lo mismo un parpadeo, que una eternidad. Un sábado luminoso o una cadena perpetua; al mismo tiempo y de un solo golpe. La risa, siempre la risa y su hermana la tristeza, tomadas de la mano. Y al otro lado del monitor, ustedes/vosotros/you, que son mis lectores, mis amigos, mi familia -- en un sentido más literal en algunos casos que en otros, pero al final, equitativo: no puedo tasar mi afecto.

Es verdad que me he desnudado muchas veces aquí y que algunas veces, la efigie desnuda no es favorecedora, pero es lo que es, lo mismo que con atuendos de gala o descalzo y en pantalones vaqueros, bien peinadito o sin bañar siquiera. No importa eso. Lo que importa es que hoy hace un año encontré una manera de decir lo que pienso, lo que temo, lo que leo, lo que veo, lo que narro y lo que siento.

Me gusta. Me gusta porque ha abierto puertas, me ha mostrado otros rostros que como yo, se ponen ante un espejo de doble vista y me dejan ver sus facciones -- Hola Jorge, hola Dos Paxtons, hola niña Lilián, hola Mariluz-... me ha traído afectos nuevos y estrechos (Dushka, ahora en algún rincón de Macchu Picchu con Luca, Ben-my-dear, Miss Ku) y me ha ayudado a estrechar lazos con otros amigos que ya conocía y quería (Viviana, Bef, Davis, Jake). Y están quienes fueron dejando su huella y rúbrica, abriéndome sus mundos (Senses, Vulcano Lover).

Hay una extraña elación en mí al saber que cuando escribo, escribo para ustedes, ya no sólo para mí. ¿Quién me lee? Sé que me lee mi madre y mi padre y mi hermana. Sé que tengo lectores devotos (y para con quienes mi devoción es mutua) y esporádicos. Sé que alguna vez me leerá un extraño, sé que me lee gente que me ama y a la que amo profundamente, del mismo modo en que también sé que me lee gente que por sus razones personales me odia.

Pero lo mismo, me siento y escribo. Dichoso de tomar cada palabra como ladrillo y construir mi casa, porque ésta es mi casa. Y ustedes (y ustedes saben quiénes son) no sólo viven aquí, también viven en mí.

viernes, 24 de agosto de 2007

Aeropuertos


Cuando era pequeño, me gustaba mucho ir al aeropuerto.
Básicamente sólo podía significar una de dos cosas:

1) Alguien [casi siempre mi papá] venía de un viaje (¡y casi siempre traía regalos!)

o

2) Nos íbamos de vacaciones a algún lugar lejano (de ahí el tomar avión)

Con el tiempo, mi percepción del aeropuerto (o del concepto del mismo) comenzó a modificarse, aunque no podría decir que los odio -- tengo un amigo que sí, los abomina cordialmente, y esta fobia suya invariablemente me provoca una sonrisa y una inexplicable ternura... pero bueno, es su grima personal- comencé a verlos por lo que son: molestias. Necesarias, pero aún así, molestias.

Durante un tiempo, viajé mucho a los Estados Unidos por cuestiones de trabajo. En el aeropuerto de Los Ángeles el personal de migración ya me conocía lo suficiente como para decirme "tiene usted mucha familia aquí, ¿verdad?" -- ni de broma iba a decirles que el motivo de mi visita era por trabajo, así que siempre decía para justificar mi visita de dos o tres días "I come for a wedding" o "I'm here to visit relatives". Punto.

Pero en algún momento, después del 11/9, las cosas se comenzaron a complicar. Viajar a Estados Unidos se volvió cada vez más y más difícil: me parecía humillante tener que quitarme los zapatos y tener que volvérmelos a poner, ante la mirada irritada de aquél pobre infeliz (o aquella pobre desgraciada, en todo caso) que espera impaciente a que yo avance para poder pasar por la misma rutina de puerta de konzentrationzlager (Sobibor, Treblinka, Bergen-Belsen, you name it), rapidito y de buen modo, so pena de perder su vuelo.

Los aeropuertos de Europa no eran muy distintos; Heathrow es laberíntico e incómodo. Lo sé porque así fue como perdí un vuelo una vez, donde otra pasé cuatro horas sentadito mirando la niebla adherirse a las ventanas, esperando a que se disolviera. El Charles DeGaulle es bonito y eficiente -- me gusta, tan así que encontró su camino a una escena clave de mi novela- pero también extrañamente frío e inhumano. El aeropuerto DaVinci, en Roma, es extrañamente atractivo, con paredes de piedra que tratan de anticipar el aire milenario de la ciudad, donde el aeropuerto de Luxor es como una parodia de un aeropuerto (¿te acuerdas, Faraona? Ahí nos conocimos).

Lo interesante de los aeropuertos, es que nos hacen estar más alertas: revisar una y otra vez que traemos todos nuestros papeles, que nadie nos ha robado una maleta o dos. Es también donde más gente suele llorar.

Aunque yo confieso, que no lloro en los aeropuertos.

No sé por qué, si soy de lo más llorón, aunque prefiero hacerlo en la reconfortante oscuridad de un cine -- si voy a hacerlo en público- más que en una iglesia, una funeraria o una sala de aeropuerto.

El 30 de abril, cuando me mudé para España -- todavía me sorprende y me maravilla cuando lo digo: me mudé. Es como algo que todavía no me creo del todo- mis padres, Mónica, Hanna y sus hijos, me fueron a despedir al aeropuerto de la ciudad de México. Me emocionó mucho que Hanna lo hiciera (no era necesario). Me recordó todos los años que ella y yo llevamos juntos en distintos andares.

Cuando llegó la hora de que abordara, mis padres y mi hermana me acompañaron al último retén de seguridad. Ahí me percaté de que, al salir de casa apresuradamente después de ducharme (fue lo último que hice, ducharme) había dejado en mi escritorio mi anillo de plata sin el cuál me siento prácticamente desnudo; nunca me lo quito excepto para dormir o bañarme. El anillo, que por dentro lleva grabado el nombre de Aslan, es uno de un juego de cinco, cada uno con dueño distinto, y significa mucho para mí. Darme cuenta de esto me preocupó y entonces mi mamá se quitó de uno de sus anillos, una alianza de oro que había llevado en su mano izquierda desde hacía más de veinticinco años.

El anillo de mi abuelo Miguel.

"Este anillo es tuyo," me dijo "tu abuelo me lo dio a guardar para el momento adecuado... y no se me ocurre otro más adecuado que este."

Le acaricié la cara a mi madre (ustedes lo saben, la persona más significativa en el mundo para mí es ella) y le pedí que no llorara por favor. Ella asintió y sé que le debe haber costado muchísimo no hacerlo. Me quedé ahí, al pasar los detectores, agitando la mano, los bellos hastaprontos, hasta que se dieron la vuelta y comenzaron a alejarse.

Y no lloré.

No lloro en aeropuertos.

Ahora bien, llorar como una Magdalena en aviones... esa es otra historia.

¿Y ustedes, lloran en aeropuertos? ¿Los odian? ¿Los aman?
Cuéntenmelo todo, anden.

jueves, 23 de agosto de 2007

Lo dijo Aldous Huxley...


... "La memoria de todo hombre es su literatura personal."


Y yo pienso entonces que tengo una biblioteca privada sumamente extensa.

¡Qué júbilo!

miércoles, 22 de agosto de 2007

Mia en Darfur


Hace un año, en mayo, con motivo del viaje de prensa a Nueva York para el lanzamiento del remake de La Profecía -- bastante furris, a propos de nada-, tuve la oportunidad de conversar con Mia Farrow.

Todavía no me explico qué carambas hacía ella en una película tan de segunda como esa, pero valió la pena para poder estar en la misma mesa con alguien a quien admiré desde muy joven: Ya se sabe, yo soy devoto de El Bebé de Rosemary y también de las películas que hizo con Woody Allen (Especialmente de Alice, La Rosa Púrpura del Cairo, Broadway Danny Rose y Hannah y sus hermanas).

No obstante el pretexto, que en realidad era el trabajo de ambos, tuvimos una buena charla acerca de la película de Polanski y su rodaje, de los años 60 y de su vida como madre de catorce hijos. Y también de su (entonces) incipiente misión en UNICEF. Al final del almuerzo, antes de que me fuera y ella siguiera con su ronda de entrevistas, Mia me pidió mi e-mail y se lo di. Francamente, no esperaba que me escribiera, pero lo mismo, que te pida alguien a quien admiras tu dirección, es algo que no sólo halaga, sino que además te da una idea de que lo que has hecho es lo correcto.

No tuve noticias de Mia hasta ahora. Esta mañana, en mi bandeja de entrada, había un correo electrónico con el remitente "Mia Farrow". Me quedé perplejo. Me dio un salto el corazón; muy distinto a los saltos que da cuando recibo e-mails de gente cercana o a la que quiero, pero casi similar. ¡Un correo de Mia! Lo abrí y comencé a leer.

Después de un encabezado personalizado, seguía un cuerpo común, que me imagino ha sido enviado a otros periodistas o interesados en el tema; no me importó que no fuera una carta personal: creo que lo que tenía que decir, era mucho más importante que eso.

En el correo, Mia hablaba de Darfur, del genocidio que está teniendo lugar en esta región de África y de lo que, en mayor o menor medida, podemos hacer para ayudar a los desplazados que lo han perdido todo y corren el peligro de perder la vida.


"Mi nombre es Mia Farrow. Soy madre de 14 hijos y abuela de seis nietos. He venido porque ustedes sufren. Quiero que la gente sepa que en Darfur a su gente la violan y matan. Que ustedes ruegan a la comunidad internacional que intervenga y los proteja para salvar sus vidas. Yo no sé si nos escucharán. Pero juro que voy a intentarlo".

Así comienza la carta de presentación de Mia, para con los refugiados a los que recién visitó en Sudán, un país asolado por la guerra y la hambruna a causa del conflicto militar entre las milicias Janjaweed, apoyadas por el Gobierno Musulmán, y el Movimiento de Liberación de Sudán, que se alzó en armas en 2003 contra el régimen exterminador de Khartoum.

Las milicias (con finaciamiento de China, que persigue el petróleo sudanés) arrasan como plaga de Langostas con todo lo que encuentran a su paso. El resultado asciende a más de 500,000 muertos y más de dos millones de personas que se han visto obligadas a abandonarlo todo, convirtiéndose en refugiados en condiciones infrahumanas, en un territorio árido e inhóspito. Quienes principalmente sufren, son mujeres y niños, que no tienen agua, comida, medicina ni tampoco protección, expuestos al exterminio y la violencia armada.

Mia compara lo ocurrido en Darfur como algo similar a lo acontecido en Ruanda en 1994. "Esto es un genocidio en cámara lenta." Y enseguida exhorta ¿qué podemos hacer?

En muchas ocasiones, si no los vemos en las noticias, ignoramos por completo sucesos que posiblemente para nosotros carecen de significado, o de inmediatez. Sin embargo, es imposible volver la mirada hacia otra parte. Un día podría suceder aquí (el "aquí", naturalmente, varía de persona a persona). Un día podríamos ser nosotros, o nuestros hijos.

El conflicto continúa; supongo que no tiene una resolución a la vista, pero es también algo que sacude, que mueve a la sobriedad sin sutileza. ¿Qué puede hacer uno? ¿Está realmente esto demasiado lejos? ¿Debería acaso preocuparme antes por lo que está mal en mi país -- cualquiera que éste sea-, antes de tan siquiera interesarme por lo que le ocurre a un chiquillo africano que no sabe que existo?

Releo y pienso. Luego, escribo.

¿Qué hacer, qué hacer?

Cada quien es libre de decidirlo. Sólo puedo decir que con esto, Mia me parece mucho más relevante hoy, de lo que jamás me pareció con cualquiera de sus cintas. Y de algún modo, no me preocupo. Me ocupo.

martes, 21 de agosto de 2007

Se alquila: Chef



Partamos del hecho (y me perdonarán si suena a falta de modestia -- es sólo una declaración de facto) que guiso de maravilla.

No es gracia preternatural; crecí en la cocina de mi abuela María y todos cuantos la conocieron saben que ella era un prodigio para los menesteres de la kitchen. Cuando yo era pequeño y mi abuelo Miguel aún vivía, todos los días la comida era un ceremonial elaborado y algunas veces, hasta espectacular. Así fue como fui aprendiendo el arte de improvisar en la estufa, con los elementos disponibles en la nevera.

No cocino mucho en casa -- a menos de que vaya a recibir visitas- porque no me gusta cocinar platos elaborados para mí solo. La sola idea de lavar todos los sartenes, ollas y platos después me da una pereza pavorosa, así que yo confieso: no lo hago. Pero eso no quiere decir que no sea un buen cocinero, no, no, no (Amy Winehouse dixit).

Anoche pasé por casa de Julián y Coqui, con el plan de hacerla de Paul Bocusse por un día. Llevé mi propia pasta y preparé el siguiente plato: Tortellini en salsa de queso. Comparto la receta, porque es facilísima. Ojo:

A saber se requiere:

1 Paquete de Tortellini [favor de verificar la fecha de caducidad]

1 Paquete de queso estilo Philadelphia

1 Barra de mantequilla

2 Tetra-packs grandes de Nata Líquida (Crema para cocina)

1 Cebolla

Hojas de Laurel

Albahaca

Nuez Moscada

Queso Parmesano rallado

Sal y Pimienta

Gengibre en polvo

En una olla grande se pone a hervir agua. Cuando ésta comience a hervir, se agrega un puño de sal gruesa, media cebolla, Albahaca y las hojas de Laurel. Acto seguido, se pone la pasta a hervir no más de cinco minutos (si se pasa de este tiempo, ya no estará al dente).

En una cazuela, por separado, se pone a derretir la mantequilla. Se le agrega la nuez moscada, sal, pimienta y el queso Philadelphia. Cuando comiencen a derretirse, se agega la nata, todo el tiempo revolviendo con un cucharón de madera. Parte del Parmesano se agrega, para que tome cuerpo la salsa. El gengibre y la albahaca se añaden para dar sabor y aroma.

Mientras la salsa queda, se escurre la pasta en un colador y se deja secar. Se quitan las hojas de Laurel y la cebolla hervida. Acto seguido, en un molde refractario de cristal, previamente untado con mantequilla, se coloca la pasta. Una parte de la salsa se aplica para bañarla y se mete al horno de microondas por no más de cuatro minutos.

Al sacarse del microondas, se vierte el resto de la salsa y se espolvorea con el queso. Se sirve caliente y de inmediato. Puede acompañarse de un vino tinto suave y de pan recién sacado del horno.

Por las caras de alegría y satisfacción de mis anfitriones, creo que fui eficiente y eficaz en poco tiempo y creo que la cena (que fue como plato único) resultó exitosa.

Ergo, se me ha ocurrido una idea. Señora, ¿tiene usted mucha prisa y los invitados están al llegar? Me alquilo como chef. Usted me llama con antelación y yo controlo la cocina, mientras usted se dedica a lo que realmente importa: poner una mesa bonita y recibir a sus visitas como se merecen. No creo que con esto vaya a sacar beneficio ante los demás, más bien creo que es una manera de poner al servicio de vmds mi utilidad.

Que sirva lo aprendido en casa [tendrían que ver ustedes cocinar a mi padre, que para estos menesteres es una sensación, o a mi madre, que lo hace con escasa frecuencia, pero es sumamente creativa] para rendir frutos que sean del gusto de los demás.

Así pues, se alquila Chef. Ya saben dónde contactarme.

lunes, 20 de agosto de 2007

Tengo una vida (y es la única que tengo)


Los últimos días he andado "arrastrando la cobija" y sé que se nota, no me lo tienen qué decir. Sé que se advierte hasta en el blog. Y créanme, en la vida real no es muy distinto.

"¡No me cuentes estas cosas!" me dijo un amigo, al que me encontré en la calle y que es habitual de este espacio, al respecto de mi texto sobre la anhedonia -- "¿Por qué me cuentas esas cosas?"

De momento no le dije nada, pero después pensé... ¿por qué? ¿Y por qué chingados no? No voy a mentir diciendo "¡ay qué bonito es casi todo, tra la la la la la (blah)!". Francamente me sorprendió que me dijera esto (que me dijera algo) pero luego pensé que al carajo. En este espacio siempre, para bien o para mal, he dicho de todo -- qué ordinario soy- y tanto lo alegre como lo triste. Así que sin más ahora escribo lo que pasa justo ahora. En vivo, en directo y a todo color.

Tengo una vida.
Es mía.

Me desperté con esa idea esta mañana. Me senté en la cama y miré por la ventana afuera. Un lunes. El cielo del gris más vulgar. Y luego yo, arrastrando esta tristeza inexplicable (o explicable igual y hasta pedestre) conmigo. Y dije: "Tengo una vida."

Y es la única que tengo.

Me levanté y me puse a limpiar la casa. A fondo. Sacudir muebles, fregar el piso, aspirar las alfombras, lavar la ropa. Limpiar los vidrios, lavar los espejos. Todo el tiempo acompañado de un caudal de música ininterrumpida cortesía de mi iPod. Así, The Arcade Fire, los Eurythmics, Joni Mitchell, Judy Collins y Angélica María estuvieron ayudándome en mis tareas domésticas.

Pues sí. Tengo depresión crónica desde hace muchos, muchos años. Es posible que el trastorno se manifestara desde mi nacimiento y no se diagnosticó hasta que fui casi adulto. Pues ya, lo tengo, es parte de mi vida.

Pero mi vida son muchas otras cosas. Ahora mi vida está aquí y la estoy viviendo.

Me enoja que me cuestionen mis ciclos azul-gris. Sé que sería más adecuado callarme la boca y no mortificar ni a mi familia ni a mis amigos (same difference) con lo que cuento. Pero no puedo callarme. ¿No se han dado cuenta? Yo hablo y hablo y hablo y hablo y hablo. Y no sé cuándo callarme. Y ya no me importa, no voy a agregarle piedras al bolsillo por eso.

Tengo una vida
y es la única que tengo.

Y voy a seguir viviéndola, y voy a seguir haciéndolo. Y seguiré escribiendo aquí, ventilándome tal vez sin pudor o tal vez pese al pudor.

No puedo seguir moqueando por ahí. No es sano. Así que abrí las ventanas, sacudí la casa y seguí viviendo.

¿Por qué me cuentas esas cosas?
Porque tengo que contarlas. Por eso. No tienes que oírlas, aunque no sabes cuánto agradezco que tú (ustedes) lo hagas (hagan). Eso me da sentido, dirección, me abriga. Seguiré contando cosas y trataré que sean más vivas, menos tristonas. Esa es parte de vida, mi función.

Narrar(les) la vida.

domingo, 19 de agosto de 2007

Domingo


Hoy no me siento con ganas ni quiero hacer nada.

Es domingo.

Pero mañana prometo que me pongo a mano.

Hasta entonces.

sábado, 18 de agosto de 2007

Sólo sé...


... que no sé nada.

(Ay, Sócrates. ¡Qué razón tenías!)

Pero aprendo algo nuevo cada día.

viernes, 17 de agosto de 2007

Queremos tanto a Julie


No, no me refiero a Julie Andrews (una de mis personas -- que no cosas- favoritas) ni a Julie Christie (ya se sabe: I'm in love with... I'm in love with... I'm in love with... Julie Christie), sino a uno de mis amigos: Julián, a quien se le quedó el apodo de Julie precisamente cortesía de la Andrews. (Julián-drews, ¿ven?)

Yo quería hacer un retrato de Julián, como los que he hecho de mis otros amigos... pero no podía por una razón: Julián es muy tímido y no me deja tomarle fotos. La vez que más cerca estuve, sólo apareció la palma de su mano. Así que tendré que hacer mi retrato, con palabras.

A Julián lo conocí antes de haberlo visto. Fue cosa del mensajero instantáneo. En esa época (hablo de 2001 o 2002) todavía tenía relación con Marina, lo suficientemente estrecha como para mandarnos mensajes vía MSN. Un día, antes de Semana Negra, estando yo en México, contacté a Marina, pero no era ella, sino Julián quien me contestó. Se nos hizo fácil conversar por ese medio y así fue como comenzamos a tratarnos.

Pero si voy a ser honesto, entonces mi primer amigo en España fue él. Tan así, que fue un alivio poder ponerle rostro a las palabras en pantalla -- ya nos mandábamos e-mails, así que la amistad ya era e-epistolar, por así decirlo- la noche que llegué al Chamartín con los abuelos Taibo, un poco antes de conocer a Lusin, a Jack y a los otros amigos que fui haciendo en ese viaje.

Julián ya estaba ahí y a través de él conocí a su esposa, Coqui y dentro de Coqui, a Candela (sí, puedo decir que te conozco desde antes de que nacieras, pequeña). Nos reímos mucho; nos conocimos.

Julián es un hombre grande. No solo en el sentido físico (que lo es), sino grande en el sentido más específico de la personalidad. Su bonhomía es grande, su cariño es grande, su generosidad es talla XXL, su voluntad y su gentileza no tienen báscula que las pueda pesar.

Cuando llegué aquí, hace unos meses, ¿se acuerdan? Julián me trajo a mi casa. Fue el primer amigo que estuvo aquí, cuando todavía todo eran carpetitas de ganchillo y muebles de señora mayor -- cómo ha cambiado todo-; fue quien primero me tuvo a cenar en su casa (eso es absolutamente cierto), me prestó ropa porque yo era náufrago y él y Coqui me dieron té y simpatía la noche que me perdí y me caí en la calle.

Vestir al desnudo y dar de comer al hambriento, Julie.

Somos noctámbulos inveterados; tenemos en común el mismo sentido del humor torvo y nebuloso ("Señorita de Iberia, soy in-vá-lidoooo") y también un profundo cariño por lo que es Semana Negra y lo que nos ha traído a nuestras vidas. A mí me trajo amigos entrañables (ya parezco disco rayado, pero es cierto) y me trajo seguridad en lo que debía hacer. A él le ha traído significado a un aspecto grande de su vida -- al otro, el significado se lo da su compañera, Coqui, que es una verdadera maravilla en dos pies- y muchas más satisfacciones de las que deja ver, modesto que es el hombre, que es uno de los elementos indispensables de lo que ahora de expatriado, he venido a conformar como mi familia.

Somos legión quienes lo queremos. Y yo hoy, sin razón particular, quería decirlo.

Sin Julie, Gijón no sería lo mismo.
Y ya. Ahora dame un kleenex a mí también y vamos a por una gaseosa en el Don Ma.
Yo invito.

jueves, 16 de agosto de 2007

Anhedonia


Y ustedes se preguntarán, ¿qué es la anhedonia?

Es, como su nombre indica [de la raíz griega an-sin, hedonis-placer] la incapacidad para disfrutar de las cosas agradables y experimentar placer.

Algunas personas que padecen anhedonia son incapaces de disfrutar en algunas circunstancias (y cuando es crónica, en ninguna); en otros casos, el problema se enfoca en aspectos muy concretos, como el apetito por la comida, o el apetito sexual, las relaciones sociales o las actividades de deportivas o de esparcimiento, situaciones que antes resultaban placenteras: por ejemplo, una madre con anhedonia no disfruta de jugar con sus hijos; un muchacho no disfruta saliendo con sus amigos a fiestas, o un jugador de fútbol no está alegre cuando su equipo gana un partido, cuando se ha logrado un triunfo profesional o personal, etc, etc, etc...

De cualquier forma, existen grados de anhedonia, por lo que hay quienes sufren una incapacidad total de disfrutar y obtener placer y otros sólo un descenso ocasional en dicha capacidad; los investigadores creen que es debido a una alteración del sistema dopaminérgico, que es el mecanismo por el que la dopamina (una sustancia química que se encuentra en el cerebro) produce sensaciones de placer y satisfacción, ya sea de tipo ciclotímico, o bien, como reacción a una situación específica que provoque estrés o depresión como una pérdida o un disgusto.

Según desaparezcan los síntomas de la depresión, también irá desapareciendo la anhedonia.

En todos los casos, se documenta que resulta de gran ayuda poder comentar este problema, tanto con profesionales como con los familiares, allegados o personas con síntomas similares, para aliviar el malestar que ocasiona.

Y eso es lo que hago justo ahora.

Calma, que no es grave; ya lo dijo Lady Marianne: After a certain age, every artist works with injury.

Sólo es eso y pasa.

Yo sé que pasa, pero mientras sucede, es como caminar por un largo corredor vacío.

Y por momentos, mientras lo recorro solo para llegar al otro lado, donde hay luz, se siente como un camino muy, muy largo.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Aquél verano de... 2004



Uno nunca sabe cuándo le va a cambiar la vida y es hasta después, cuando ya ha ocurrido, que se recurre a esa sórdida vendimia que es la memoria para identificar los momentos que llevan a ese sendero que se bifurca. En este caso, podría decir que mi vida cambió en el verano de 2004, cuando tenía recién cumplidos los treinta.

El primer momento fue en la casa mexicana de Paco Ignacio Taibo Lavilla – el periodista- y su esposa, Maricarmen, durante una comida. En la sobremesa, ella me hizo la invitación a acompañarles en su anual visita a Gijón, con el motivo de Semana Negra. Paco necesitaría un amanuense durante su estancia y dado que como autónomo lo que yo más tenía a mi disposición era tiempo, ¿me interesaría hacerlo?

No necesito aclarar que en mi carrera en la letra impresa, como periodista (que es como me gano el pan) y, más subrepticiamente, como escritor, todo lo que soy se lo debo en gran parte al jefe (como cariñosamente nos referimos algunos a Taibo). Accedí y fue de ese modo que me encontré en tournee europea, una especie de Fräulein Maria cruzada con Bartleby el escribiente.

Llegamos a Madrid el 6 de julio de 2004. Yo no conocía España, aún si tengo incluso lazos genealógicos que me unen a esta tierra –específicamente, a Asturias, aunque las ramas del árbol sean tan lejanas en quinta generación, que ya no existen- así que me encontré de pronto en un territorio desconocido y hasta intimidante. Aunque no lo crean, uno es muy tímido. La noche siguiente, en un hotel de la estación de Chamartín, de donde parte el Tren Negro, vi llegar al contingente de escritores y prensa que conformaría el entourage. Por circunstancias del azar, que me gustaría poder llamar Austerianas, acabé como partícipe de una cena multitudinaria, rodeado de gente que no conocía de nada y que, inesperadamente, se volvería significativa en mi futuro.

Recuerdo poco de la cena en sí, durante la conversación entre platillos alguien me dijo “¡Ah! ¡Con que crítico de cine!” y yo asentí. En seguida preguntaron cuál era la primera película que recordara haber visto, que no fuera dibujos animados y respondí Desayuno con diamantes (ya saben, Audrey Hepburn con gafas oscuras e innato glamour). Pronto hubo una voz a mi izquierda, que halló afinidad con mi recuerdo. Era un poeta y periodista local que instantáneamente pasó de perfecto desconocido a cómplice de cena y tertulia; el afectuoso nombre de Jack y la amistad vendrían un poco más tarde, junto con la de otro joven escritor sentado a mi derecha, Luis Melgar – entrañable al momento.

Fue con ellos y con Alejandro DeBernardi (que, en un giro positivamente de novela de Auster, es hoy día mi vecino preferido) que descubrí Madrid de noche, aventurándonos como versión inconcebible de Los Beatles (¡eh, que yo soy Ringo!) por calles de Malafacha, bebiendo en pequeños bares muy New Wave, para al final encontrarnos sentados afuera del hotel, a las seis de la mañana, narrando(nos) la vida.

La siguiente instantánea del cambio de vida, ocurre a bordo del tren, en un trayecto largo por paisajes que no había visto jamás, que me capturaron de inmediato. Así fue como descubrí Gijón: con cielos blancos completamente, con los arcos de Marqués de San Esteban cobijándome en mi camino a Playa Poniente, cada mañana; con San Pedro contemplando serenamente al mar y con la algarabía de las carpas en el Isabel La Católica.

Conforme se fueron estrechando lazos con mis nuevos amigos, un poco con tiento y perplejidad, otro poco con la exaltación que causa el inexplicable encuentro fortuito con gente que será afecto inestimable para uno, también creció mi atracción por la ciudad; responsable de este affair amoroso con Gijón es Taibo Lavilla, que me llevó una mañana a conocer Cimadevilla y los lugares donde surgió su perdurable noviazgo con su hoy compañera de vida, así como las termas romanas y la casa natal del prócer Jovellanos, la Colegiata y el Elogio del Horizonte.

Cuando recuerdo el verano del 2004, inevitablemente entran en mi cabeza, como la noche o como río caudaloso, como plata que se vierte, una serie de momentos vividos aquí: amigos que hice y no me dejarán nunca (aún si entonces no lo sabía), edificios y plazas, terrazas para el vermú, costumbres, ritos, comidas, cenas; la feria que es la Semana, la guerra secreta gaviotas versus palomas, e inevitablemente, los Super Ratones haciendo versiones de Los Kinks en la carpa del Savoy una noche de lluvia.

El verano terminó para mí en soledad, en San Lorenzo, el día que regresaba a México a continuar mi vida, viendo el amanecer. Pensé entonces que no volvería más a esta villa y quise retenerla en mi mente como estaba, mantenerla intacta como souvenir.

Pero volví.

Y volví otra vez y otra.

Ahora vivo en un ático en La Arena y camino seguido por el muro. Mientras lo hago, pienso que mi vida cambió mucho en estos pocos años, y todo deriva de ese verano, de esos cómplices magníficos que me han recibido, mostrándome el sendero para encontrar, paso a paso, calle por calle, esta ciudad que me eligió, igual que yo a ella.



Texto publicado el Miércoles 15 de Agosto en el diario El Comercio de Gijón.
Foto:© Juan Carlos Gea.

martes, 14 de agosto de 2007

Como el perro del hortelano


Lo dijeron los Rolling Stones: You can't always get what you want.

Ayer, que debía estar disfrutando de haber visto mi firma por primera vez en un periódico local (gracias, Jack), acabé teniendo un disgusto mayúsculo, una experiencia frustrada y frustrante y encima de todo, acabé tirando (literalmente) mi dinero a la basura.

Todo comenzó, con que yo quería tomarme mis vacaciones en Londres. De hecho, ya tenía el plan para irme con mi amigo, Luis. Todo parecía estupendo. También sabía que en estas fechas vendría una amiga de México, a pasar unos días en el sur de la península, con su novio que es europeo y a quien ve unas veces en el De Efe y otras aquí. Ella ya me había dicho que me acercara al sur a verla, que así conocería a su novio y tal; que me informaría bien las fechas para que consiguiera yo mi transporte y no me preocupara de nada toda vez que yo llegara allá.

Me pareció bien... hasta que vi que los costos de volar al sur de España (o de tomar tren) eran equivalentes a tomar avión con hotel en Londres y siendo tan cercanas las fechas, sólo podía pagar una de las opciones, además de que en Agosto, los precios tienden a ser más elevados.

Finalmente, y razonándolo, decidí no ir a Londres (al fin que ya vivo aquí, no pasa nada si voy más tarde, Luis entendió, amén de que él llega con familia y por lo tanto, gasta menos) y sí ir a ver a mi amiga, así que me di a la tarea de buscar el vuelo de precio más razonable, considerando que volar en el interior de España, con tan poca antelación, es caro.

El día que mi amiga llegó, compré mi vuelo por (con gastos de tramitación incluida) 279 €.

Mi amiga y yo hablamos, y le dije, ya lo compré, fue tanto pero bueno, nos vamos a ver, llego tal fecha y me regreso en tal otra y son las que tomé porque de otro modo, me habría costado casi 100 euros más. Sí, ok, perfecto, ya verás lo bien que nos lo pasamos.

A los cinco minutos, suena mi celular:

"Tenemos un problema."
"¿Qué pasa?"
"Es que mi novio también invitó a unos amigos suyos que llegan el domingo y tienen niños y no tenemos dónde ponerte."
"Pero..."
"Te dije que nada más poquitos días porque a lo mejor iban a venir otras gentes y sólo hay una habitación de huéspedes..."
"Pero cuando te di las fechas no había problema y no podía tomar otras..."
"Pues sí, pero cámbialo..."
"No puedo cambiarlo. Se me va a ir por las nubes..."
"Es que ya invitó a sus amigos y yo no puedo hacer nada."
"Bueno, no pasa nada. Lo cancelo, no voy y nos vemos en otra ocasión."

Mi amiga (que ciertamente sonaba enojada por mi intransigencia) me dijo "Adiós." Y colgamos.

Acto seguido, procedo a cancelar el boleto.
Recibo a vuelta de e-mail, unas horas después un aviso donde me comunican lo siguiente:

"Te recordamos que las tarifas especiales o de oferta (el 90% de las reservas que recibimos en esta compañía) no permiten ningún tipo de modificación y que su cancelación supone un 100% de gastos."

Ergo, ahora estoy sin vacaciones ni en Londres ni en niguna parte. Sin amiga(que claro, estará ofendida porque rechacé ir a verla y acomodar la situación de la que yo no tenía conocimiento. Eso me decepciona) y con el costo del boleto de avión tirado a la basura.

Es decir, no podía haberlo cambiado ni aunque quisiera; por lo que me reembolsan los gastos de tramitación, pero son menos de 50€. Lo demás ya es perdida y está ahí en la letra pequeña del contrato.

En otras palabras, de todas formas, y como el perro del hortelano, pierdo yo.

Pueden decírmelo en cualquier idioma, que yo ya me lo he dicho un sinfín de veces desde que recibí el correo: ESTÚPIDO IMBÉCIL, porque definitivamente, lo soy.

Ahora, ni modo. A trabajar, que de todos modos, tengo que pagar ese dinero que ya regalé. Y cuando pienso que pude dárselo a quien realmente lo necesitara, ¡carajo! Y quiero hacer notar desde ahora, que no se trata del dinero: es la actitud lo que hiere.

Ya no sigo que sólo me descompongo. Pero ahí les dejo la experiencia. La próxima vez que alguien, por muy su amigo del alma que sea, les proponga algo así, no den paso sin asegurarse de que la ley de Murphy no va a entrar en acción y los joda por partida triple, como a mí.

Estoy furioso conmigo mismo.


lunes, 13 de agosto de 2007

Gijón, Holly Golightly


Cuando llegué hace algunos años a esta ciudad marina, la identifiqué como una villa ciclotímica: con verano deslumbrante e invierno de puertas adentro, con sus rituales de los que la gran familia gijonesa participa con dosis similares de entusiasmo y disciplina; pero no fue hasta que me mudé a vivir a ella, movido por esa inquietud que de pronto nos toma a algunos por sorpresa, nos hace quemar naves y lanzarnos a la aventura – y confieso que, a los treinta y algo, estaba ya bastante pasado de edad - fue que encontré otras facetas suyas que desconocía, más allá de los días transcurridos en Semana Negra y Festival de Cine, que me habían acogido en calidad de itinerante, brindándome amistades y un atisbo al engranaje local.

Comencé a notar el cambio en el aire cuando iniciaba el mes. Más gente en la calle y más tarde en la noche. No me extrañó tanto; después de todo, ya sabía que Gijón es una ciudad que se vuelca a las calles en verano al ponerse el sol, ya casi a las diez de la noche. Pero pronto descubrí otros indicios de algo distinto: la plaza mayor con un escenario permanente y carteles taurinos en las ventanas de comercios, al igual que más y más gente en la playa a la que voy casi todas las mañanas a caminar descalzo en la arena, siempre de la escalera 11 a San Pedro y de vuelta.

Es la “Semanona”, me dijeron los amigos locales al preguntar qué ocurría. Diez días de la fiesta de Gijón. Habrá, me dijeron, fuegos artificiales, conciertos gratis y toda la cosa.

Me intrigó el concepto. Verán, yo vengo de una ciudad de 20 millones de habitantes (sí, sé que suena exagerado, pero juro que no fabulo la cifra) y allá, al otro lado del mar, no tenemos cosas que aquí son rito y tradición: ni Carnaval, ni Semana Grande, ni siquiera una cabalgata de Reyes.

En mi megalópolis, lo que se celebra el 12 de diciembre, es la fiesta de la Virgen de Guadalupe, la imagen más icónica que hay en la historia del colectivo de fe mexicano. Es entonces que hay fuegos artificiales – o bien, cohetes, como les llamamos nosotros-, peregrinaciones de todos los puntos de la república mexicana y la Basílica de Guadalupe atestada de fieles. Pero es sólo por un día y en un punto muy concentrado y específico: la Villa de Guadalupe, ubicada en una zona al norte del distrito federal, donde se ubica el cerrito del Tepeyac, donde ostensiblemente tuvo lugar la presunta aparición de la llamada Virgen Morena.

Pero aquí la cosa es muy distinta. La sensación de fiesta es tan palpable, como en aquella Roma Fellinesca creada en Cinecittá, o en los platós donde Kirk Douglas y Cyd Charisse bailaban el “Drácula chachachá” captados por Vincente Minnelli, en “Dos semanas en otra ciudad”.

Como tengo la mala costumbre de pasear solo por ahí – un buen amigo me dijo una vez “Sentir una ciudad, entenderla y amarla, asumir los deberes de ciudadano exige pasearla a menudo, de cabo a rabo, con ojos abiertos, a conciencia” y yo, obediente seguí el consejo al pie de la letra-, me vuelvo parte de este festejo aún si sólo como observante: así veo el grácil paso de las jóvenes turistas rubias que pasean su angelical humanidad por los bares y sidrerías que bordean la plaza del Marqués, mientras alguno que otro vecino local suspira y pide a Dios conserve a las repúblicas checas.

Hay familias con niños pequeños que se amontonan para encontrarse con la ballena que, cual Greta Garbo, apenas y se deja ver con un aire misterioso; sólo le faltaría decir “I want to be left alone” antes de sumergirse; descubro más signos de una semana inusual en las calles: hay alguno que otro paparazzo semioculto cerca de la plaza del Bibio o de Poniente o de algún restaurante de postín, con la intención de hallar tomate: esto significa que hay especimenes de esa raza conocida como “celebridad” que caminan entre nosotros, ya sea mi compatriota Alaska, que desafía al tiempo y la gravedad con frescura singular, o Francisco (hágase hincapié en decir el nombre completo, el apócope es “for friends only”) Rivera Ordóñez – su hermano, por razones de todos conocidas no pudo hacer acto de presencia, algo que seguramente significará un “break”, supongo, para su ex, Blanca Romero, vecina de estas latitudes- o algún ocurrente aspirante a “superstar” del mundo del corazón (que personalmente me pone la piel de gallina y me revuelve el estómago, no sin violencia).

Siempre he pensado que esta ciudad tiene vida propia, más allá de lo evidente y ahora es como una de esas mujeres que sorpresivamente cambian su atuendo del día-con-día, la bata de casa del gris más vulgar y las alpargatas para ir al Lidl, por tacones altos y un exquisito atuendo largo de gala que de algún modo permanece impecable aún a las seis de la mañana; cambia los rulos por un peinado elegante y fuma con larguísima boquilla mientras observa el alba romper, detrás de gafas de sol.

Gijón es esta semana grande tan vivaz y sensacional como Holly Golightly.

Supongo que, cuando se disperse el olor sulfuroso de las bengalas, se despojará del vestido de Givenchy y las perlas, se soltará el pelo en espera del próximo año, volviéndose, acaso resignada, a sus ciclos, con la serenidad de semblante y el ajetreo de “vida cotidiana” que de toda la vida acostumbra.



Texto publicado en La Nueva España de Gijón, el Lunes 13 de Agosto de 2007
Fotos cortesía de David BM/ennegativo

domingo, 12 de agosto de 2007

Master Admirabilis


Debo reconocer que siempre he admirado (mas no envidiado) la vocación de los docentes.

Ahora bien, así como hay maestros hasta milagrosos (insertar a Lulu con el tema de “Al maestro con cariño”) también hay algunos que –no sé si a propósito, con el afán de desgraciarle la vida al endeble (insertar el rolón de Los Smiths “The Headmaster Ritual”)- parecen gozar su sadismo.

Algunos provocan una psicosis antiálgebra, antiquímica o antiliteratura. Hay otros que dan valor a un primer paso timorato hacia lo que el futuro depara. Puede que sean los menos… pero todos forman parte de nuestras vidas. ¿Ustedes a quién pueden recordar? Concéntrense y dejen hablar a la memoria.

Perdonen si me pongo personal, Nabokovskiano si se quiere, al dejar hablar a la mía: En sexto (1984-85) nuestro profesor fue Eduardo Arciga Bernal. Posiblemente entonces tenía la edad que ahora tengo. Su paciencia era – si alguno de sus alumnos llega a leer, les consta - a toda prueba… y por ser “escuela activa” se ponía a prueba seguido.

Nos hablaba como adultos, compartía su experiencia y se las arreglaba para disciplinar – sin golpes- a una runfla de atilas acostumbrados en nombre de la educación alternativa a hacer lo que les daba la gana. Fue maestro, más que de academia, de vida: nos llevaba (¡en una combi-pesera prestada!) al cine los viernes si habíamos sido “buenos” (relativamente) esa semana. Es decir, casi todas… y pagaba los boletos de su bolsillo. Con él vi mi primera película de Hitchcock en cine (Grace Kelly, celestial en La ventana indiscreta) y también el primer desnudo integral de mi corta existencia: Daryl Hannah en Splash.

Al terminar las clases, su tristeza parecía más genuina que su alivio. Se las ingenió para apoyarnos a todos, aún si éramos estudiantes chambones. Para él, la capacidad no estaba en números sino en el ansia de conocer el mundo, aunque fuera ante un proyector.

Mi otra preceptora inolvidable (por otras razones) es la eximia Consuelo Montaño Bobadilla, profesora de dibujo constructivo y de imitación en la escuela donde fui preso –er, alumno- en secundaria, recinto ultraconservador religioso y de extrema derecha, era rígido y desolador a los trece años.

No obstante, Miss Montaño era formidable por otras razones. Las faramallas del plantel le tenían sin cuidado. Para ella el potencial era lo más importante.

Lo sé porque pasé noches en vela intentando trazar líneas que se resistían. Reprobarme era su manera de exigir. Naturalmente, la veía como monolito implacable en traje sastre. Esto cambió cuando fui a examen extraordinario. De su calificación dependía mi pase de año y, en ese momento, lo que era mi vida. No recuerdo el proyecto pero sí la calificación. Recuerdo suavizarse el rostro totémico para emerger una sonrisa.

“Sabía que usted podía lograr un diez”.

Al curso siguiente, se tornó gentil; un apoyo.

La dureza fue herramienta para lograr su propósito de hacerme lograrlo y hoy, eso sigue siendo una lección memorable y reconocida, aún si el dbujo constructivo y todas esas horas de desvelo, no sirvieron para nada, pero bueno, una enseñanza, es una enseñanza...

sábado, 11 de agosto de 2007

Y por eso fue que huí.


Mucha gente no me cree cuando digo que soy realmente tímido.

Me cuesta mucho trabajo poner una fachada venal, especialmente en circunstancias que no puedo navegar; hay momentos en los que mi timidez me paraliza y me aisla.

No sucede con frecuencia, pero cuando ocurre es un momento agotador física y psíquicamente para mí, ya que requiere toda mi concentración para no quebrarme o quebrantarme.

Me supongo que, por mi línea de trabajo, o en concordancia con lo que escribo, hay quienes piensan que disfruto enormemente de las fiestas. La verdad es que una reunión que excede las diez o doce personas que conozco, es lo que puedo manejar con naturalidad. Hay veces en que reuniones más pequeñas me provocan una profunda sensación de ansiedad.

Entonces, para que no me de un ataque de pánico, tengo que mentalizarme: visualizar el salón o el restaurante o la calle misma, como un punto vacío. Por desgracia, no todo el mundo consigue entenderme. Aparezco, si no me "integro", como un arrogante, o como un majadero, cuando la verdad es muy distinta.

No sé a qué se debe esto; tiene su raíz, supongo, en las inseguridades conquistadas -- aunque no del todo-, la horrible sensación de ser menos que algo, que alguien. Tuve que crecer con esa horrible sensación durante toda mi vida; no sólo en mi casa, sino en todos los ámbitos.
Hago un acopio de fuerza para no sentirme vulnerado, pero algunas veces, esto no es posible. Las circunstancias se fabulan en mi contra y no puedo evitar sentirme así.

A veces, tengo que huir. Desaparecer, para no arruinar de peor manera momentos en los que donde otros están pasándoselo bien, claramente yo estoy intimidado, amgustiado y físicamente hasta adolorido.

Si me voy sin dar explicaciones, de repente, es porque me está doliendo.

Hoy me expongo, porque quiero disculparme por hacerlo algunas veces.

No han sido ustedes,
soy yo.

viernes, 10 de agosto de 2007

Interludio


"¿Donde estabas?"

"Afuera..."

"¿Qué hacías?"

"Nada..."

jueves, 9 de agosto de 2007

Políticamente incorrecto


Si hay algo a lo que siempre le he tenido dosis similares de temor y curiosidad, es a la política. Cuando se pone sobre la mesa, procuro fingir sordera y mudéz, igualito que Helen Keller. Digo, no es por ser cobarde, sino por que nunca sé muy bien qué decir.

Nunca he hecho patentes mis inclinaciones políticas.

Me explico: cuando yo era niño, mi país estaba bajo la "batuta" del Partido Revolucionario Institucional, presuntamente de centro-derecha-conservadora-neoliberal (según se presentaran las necesidades de los dirigentes y el clima local), que no dejaba de ser -- y aquí hago referencia a Vargas Llosa- la dictadura mejor maquillada del mundo, pero my lejos de ser perfecta.

Mi abuelo Miguel solía decir que éramos "nosotros" contra "ellos". "Ellos" eran el PRI y nosotros, el resto del mundo. Sin embargo, tampoco recuerdo que en esa época hubiera algo que fuera una oposición válida. Esto cambiaría realmente hasta 1988, que fue, además, la época en la que comencé a tener lo que algunos identifican como consciencia política.

El problema, creo, es que nunca puedes realmente apelar a tu consciencia política sin correr el riesgo de ofender a otros o de acarrearte problemas. Hay mucha gente que es más papista que el Papa y esto deviene en gritos y sombrerazos innecesarios las más de las veces, aunque al igual que la religión, es una cuestión muy personal e íntima y suele malinterpretarse, dando pie incluso a que se piense que uno falta al respeto, o peor todavía, a que literalmente le falten a uno.

Al paso de los años fui conociendo, en mayor o menor medida, las distintas facetas de la política tanto a nivel nacional como internacional -- leyendo el periódico, hablando con extranjeros- y a nivel personal. De hecho tuve mis aventuras de carácter político en temporada de campaña... pero no voy a hablar de eso ahora, por dos razones: porque es irrelevante ahora y porque me da pudor.

Pero lo que no me da pudor es observar las inclinaciones políticas de mis amigos y verlas desde mi perspectiva. Creo que al final, ayudan a que uno tenga una visión un poco más amplia del asunto ( o bien, a mí nunca me ha gustado ver el pasillo estrecho).

Se puede decir que soy centro-izquierda-liberal.

No comulgo con lo que pasa por izquierda institucional en México (en cierta forma, es uno de los numerosos elementos a los que les fui perdiendo el respeto) y muchísimo menos a la extrema derecha ultraconservadora (si por ellos fuera, la gente como yo no existiría). Veo con creciente horror, que en México la noción de política es anteponer la obtención de poder para beneficio propio o de unos cuantos, sin tomar en cuenta el bien de los demás en mayor escala, y esto es aparente en cualquier fracción, de un modo u otro, más ostensible entre unos, que otros.

Ahora bien, si alguien me llama "burgués" no me ofendo, porque en cierta manera lo soy... aunque creo que no cumplo los parámetros necesarios para ser un "burgués" del mismo modo, en que no soy un "progre" y ya no digamos un militante. Podría decirse que mis políticas personales son más bien "bohemias"... pero no creo que el término aplique.

Es la vuelta a lo mismo; es muy fácil y tranquilizante el poder ponerle una etiqueta a todo: "soy de izquierda" "soy de derecha" "soy anarquista" "soy hedonista" "soy clasemedia" -- bueno, eso sí soy, y se me nota- así como un largo etcétera.

Procuro evitar conflictos, aunque a veces soy confrontacional. Y es bien sabido que en mi anticonvencionalidad siempre seré quien se incline por una posición que para algunos será polémica o controvertida, donde para otros será, en el menor de los casos, excéntrica. Sin embargo, no soy ni conformista ni utopista y si hay algo que me inspira un profundo terror, es un estado totalitario -- algo de culpa tendría George Orwell.

Es muy probable que muchos de ustedes no compartan este punto de vista, por vago que aparentemente sea, conmigo. Y está muy bien. No tengo la intención de convencerlos de nada, ni mucho menos. Es sólo que hoy tuve ganas de decir esto, porque me dio la gana y en esta página hago exactamente eso.

Toda vez dicho esto, me gusta pensar que si bien mi visión del macrocosmos es esta, no difiere de la aplicable al microcosmos. Mis políticas personales suelen ser habitualmente las mismas: quienes bien me conocen, lo saben. Mis motivos siempre obedecen a los mismos códigos y son las cosas que se me inculcaron desde niño, de un modo más bien elemental y si no coinciden con las políticas del mundo, eso realmente tampoco es mi problema. Cada quién atiende su parcela, su chacrita, como puede.

Yo respeto y me gusta pensar que los demás hacen lo mismo... aunque algunas veces esto último sea una fiesta imposible.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Sharon, mártir superstar


Dicen los que recuerdan, que los años 60 efectivamente se acabaron la noche del 8 de agosto de 1969, cuando en una casa en Bel Air, Sharon Tate fue asesinada.

Evidentemente, yo ni siquiera existía, no era ni un sueño de mi madre -- mis padres aún no se conocían- sin embargo desde que recuerdo haber oído la trágica historia de Sharon, ésta permanece en mi memoria, con iguales dosis de piedad y de pena. Nadie se merece un final así, aún si éste es no sólo inmerecido, sino inesperado.

"Siempre he creído en el destino”, dijo la rubia de evidente embarazo, actriz y futura mártir superstar de la cultura pop, durante lo que será su última entrevista, realizada en Roma, en mayo de 1969.
“La verdad es que nunca he planeado nada de lo que me ha ocurrido,” declaró. No imaginaba el irónico significado que adquiririán sus palabras pocos meses después.


Sharon Tate nació en Texas el 24 de enero de 1943, y desde pequeña comenzó a ganar concursos de belleza. Cuando las fuerzas armadas trasladaron a su padre a Europa, la primogénita siguió con su racha de coronaciones mientras sus ojos se alimentaban de flashes. No obstante, Sharon no era (como podría esperarse de una chiquilla cuya relación con el espejo era inextricable) vanidosa o superficial; por el contrario, cuenta la leyenda que, como contrapeso a su hermosura, la güerita se distinguía por poseer un proverbial corazón de oro, así como una notable sencillez.

De origen similar era el trío constituido por Susan Denise Atkins, Leslie Van Houten y Patricia Krenwinkel. Como Sharon, eran nacidas en hogares suburbanos de clase media alta y criadas en lo que se llamaba buenos vecindarios; eran populares y simpáticas, bailaban con la palomilla y jugaban volibol en la playa: literalmente eran de esas chicas de California a las que cantaban los Beach Boys.

Mientras tanto, Sharon había decidido ser actriz y acudía tenazmente a audiciones. Así comenzó su carrera como extra en filmes como The Sandpiper, estelarizada por aquel monstre sacrè de dos cabezas (una de ojos violeta) conocido como Liz y Dick. Fue en ese set que Sharon llamó la atención del productor Martin Ransohoff y éste la llevó a integrarse al elenco de Los Beverly Ricos (con lentes y peluca negra) y poco después a la película: El ojo del diablo. En ese rodaje, el destino hizo lo suyo: Sharon conoció en Londres a Roman Polanski, quien con sus siniestros filmes como Cuchillo en el agua y Repulsión (que convirtió a Catherine Deneuve en el monstruo más bello del mundo) había venido a traumatizar severamente a los directores de la nouvelle vague y era la sensación en la ciudad. Ransohoff era productor de La danza de los vampiros, e intercedió para que su protegida apareciera en el filme y, de ahí, al desayuno en la cama con champán.

Por su parte, la modosita Susan Atkins había cambiado drásticamente al morir su madre: ahora era rebelde sin casa, había ido a parar a San Francisco y vivía en Haight-Ashbury (la incubadora del movimiento hippie); Leslie Van Houten, en su último año de prepa, era capitana de las porristas y Patricia Krenwinkel había egresado de un internado católico.

Por separado, las tres conocieron a Charlie Manson, ex informante de la policía, ex convicto y proto-niño de la calle, entonces treintón, al que llegarían a adorar. A su vez, él las moldeó como arcilla, rebautizándolas como Sadie, Lulu y Katie, partes clave de lo que llamaría su familia.

Charles Milles Maddox era producto del sistema penitenciario de California, y desde los años cincuenta versado en las doctrinas de la cientología, religión concebida por L. Ron Hubbard. Manson se veía a sí mismo como profeta apocalíptico y hacía cocowash a los chavos que conformaban para él una amalgama de muchos ojos y manos; el arma ideal para desatar lo que él consideraba su solución final: una guerra entre blancos y negros, ricos y pobres, de la cual su familia emergería como la raza dominante. Esto se hizo evidente después, con la masacre que lo volvería célebre: hoy, a 38 años de su gracia, inexplicablemente, aún lo es.


Sharon y Roman se casaron en un evento multipublicitado, en Londres, el 15 de enero de 1968, convirtiéndose en una de las parejas más fotografiadas del mundo. Poco antes de la boda, ella participó junto con Barabara Parkins y Patty Duke (sí, la del show de TV donde interpretaba a "¡primas, primas idénticas!") en una película bastante pasada de vueltas que es considerada epítome del camp: El valle de las muñecas, donde aparece en todo su esplendor como una rubia suicida. Mientras tanto, él rodaba una de las cintas más importantes de la década: El bebé de Rosemary, en la que Sharon, que prácticamente "adoptó" a Mia Farrow cuando Frank Sinatra le aplicó el divorcio como llave de luchador, aparece por unos segundos durante la escena de la fiesta, muy brevemente -- si parpadean, no la ven.


Mientras tanto, Charlie —que con su prole se había instalado como ocupa en un rancho decrépito que había sido set de Westerns— descubría el álbum blanco de los Beatles y decidía que era hora de iniciar su revolución.

En el 10050 de Cielo Drive, en Bel Air, hoy no hay nada. Es un terreno baldío y bardeado, pero en el verano de 1969 había ahí una casa que había sido rentada por los Polanski a su regreso de Europa. En algún momento de la noche del 8 de agosto, Sadie, Lulu, Katie y un chico llamado Tex Watson desconectaron la electricidad de la reja y entraron al jardín, armados con un revólver y cuchillos de cocina. Según Lulu, habían consumido ácido, pero no está segura. Charlie sólo les había dicho que mataran a quien encontraran.

Ese día, Sharon Tate había entrado a su octavo mes de embarazo. Roman estaba trabajando en Inglaterra en la pre-producción de otro filme (El Día del Delfín, qe finalmente acabaría rodando Mike Nichols) y mientras él volvía, con ella compartían la espaciosa casa Woyjtek Frikowski, un cineasta polaco amigo de él, y Abigail Libby Folger, heredera de una cafetalera. Con ellos estaba Jay Sebring, ex novio de Sharon, estilista y corredor de autos.

El primero en saludar a Sadie y su pandilla fue alguien que estaba en el lugar equivocado y en el peor momento: un chico de 18 años llamado Steven Parent, amigo del vigilante de la casa, que había caído de visita sin avisarle. Después fueron eliminados Libby Folger y Frikowski, apuñalados más de 30 veces. Jay Sebring recibió de Tex Watson un balazo a bocajarro y su cabeza fue cubierta por una funda. Con Sharon se tardaron más.

Según relató Susan/Sadie en el juicio, como si estuviera orgullosa de ello, la señora Polanski pidió piedad por ella y por su bebé, en algún momento mientras recibía 36 cuchilladas. Ninguno sabía quién era mientras se mojaban los dedos en su sangre para escribir PIG en la puerta de la casa. Cuando se enteraron que era una celebridad, se pusieron felices. Charlie festejó con un asesinato doble la noche siguiente, lo que desató una ola de pánico y acabaría de un chingadazo con la década de los sesenta.

Sharon y su bebé, Paul Richard Polanski, están enterrados juntos en Los Angeles. Su madre, Doris, y sus hermanas Debbie y Patty fueron incansables partidarias para evitar que los asesinos (hoy cincuentones y acabadísimos) salgan en libertad condicional, toda vez que fueron permutadas sus condenas a cadena perpetua por el gobierno. Asimismo, Doris Tate fundó la asociación de familias de víctimas de asesinatos y dejó en ella la vida, demostrando que lo más importante para seguir es estar obsesionada con algo. Roman viviría otros dramas góticos tras quedar viudo y tardó un par de décadas en formar otra familia. Desde hace 29 años no va a California por aqué asunto de la prosti adolescente de tan aciaga memoria.

Charles Manson, alias Jesús, alias Satán, es hoy un vetarro que vive, bien cáscara y totalmente cucú, en la prisión de alta seguridad en Corcoran y dice que tiene las manos limpias, al menos de estos asesinatos. Que le hubiera gustado hacer algo más grande, más “significativo” para dejárselo de herencia a la historia. Aún compone y es más famoso que cualquiera de sus víctimas, aún la misma Sharon, cuya filmografía es (como ella) de culto, pero imposible de encontrar en video actualmente. Quizás lo más impactante sea que Charlie aún ejerce influencia sobre algunos seguidores aferrados al viaje, como la espectacular Lynette Squeaky Fromme (loca folcloroide que ameritaría un escrito para ella solita) y sobre las generaciones que hoy, inexplicablemente, lo ven como un antihéroe, hijito incomprendido del american dream.

Pero como sea: donde Charlie se vuelve decrépito, la starlet se ha transformado en una madonna con niño salpicada de sangre y bañada en lágrimas, con la sonrisa de un millón de dólares capturada en celuloide y papel Kodak. Su belleza brilla ad aeternum como mártir de la cultura que le nutrió los sueños y como monstruo se la comió.