martes, 31 de julio de 2007

Y cae La Notte



Y hoy, Antonioni.

Apenas pasa la resaca de Bergman y de pronto, lo sigue el italiano.

Tenía 94 años, por lo tanto, tampoco es de sorprender, pero lo mismo, no por ello el boquete es menos grande o la pérdida menos dolorosa para los que, en las salas oscuras del alma, observamos las escenas meticulosamente armadas que montaba, casi a manera de naturalezas muertas, con la angustia de la vida moderna -- su tema recurrente- apenas contenida detrás de los ojos enormes, empavorecidos y a la vez serenos de Monica Vitti.


Antonioni tiene un cuarteto de cintas que le ganan su lugar indiscutible en la historia: L'Avventura (1960), La Notte (1961), L'Eclisse (1962) y Deserto Rosso (1964). Éstas son cuatro de mis películas preferidas de toda la vida, especialmente las dos de en medio, una con Jeanne Moreau, Marcello Mastroianni y Monica -- en esa época, Signora Antonioni, aunque no eran casados- y la otra con la Vitti y un muy joven Alain Delon.

En ellas, se hace un retrato sin accesorios de la vida en común, de los caminos que se bifurcan y de las emociones que muchas veces suprimimos para poder seguir viviendo.

En L'Avventura, la historia gira en torno a la desaparición, durante una excursión a una isleta desierta del mediterráneo, de una joven llamada Anna (Lea Massari), cuyos amiguitos ricos al principio tratan de encontrarla y poco a poco la van olvidando, mientras su amante, Sandro (Gabriele Ferzetti) y su mejor amiga, Claudia (Vitti), se relacionan, involucrándose en una crónica del desencanto y dejando de lado el misterio.

La cinta causó sensación y aunque Antonioni ya era conocido, ésta fue la tarjeta de presentación para la fama internacional. Provocó furor en Cannes y le dio la suficiente libertad para hacer el cine que él quería; así, mientras Fellini exploraba las luces rutilantes y las extravagancias de la vida y mientras Visconti arrancaba la piel a la sociedad para exhibir su nervio, Antonioni se volcó a encontrar las formas que tenemos de mentirnos a nosotros mismos, de no comunicarnos aún en la misma cama.

Ese fue su tema principal en La Notte, donde un matrimonio convencional -- el divino Marcello y la Moreau, suprema- poco a poco se va desintegrando moral y psíquicamente en el transcurso de veinticuatro horas: es una película que rompe el corazón, lo hace girones; y lo hace sin estridencias ni melodrama. La cámara sigue a Lidia (Moreau), la esposa del escritor y perodista Giovanni Pontano, por las calles de Milán, mientras trata de recuperar el sentido de su matrimonio, recordar por qué está casada con ese hombre. Posteriormente, acuden a una fiesta de sociedad; ambos coquetean con la idea del adulterio, pero el desenlace es tan ambiguo como contundente.

Esto lo hace Antonioni valiéndose de muy escasos diálogos, pero estos se manifiestan de una forma brillante; se clavan cuidadosamente, como espinas, cuando es necesario. No ofrece explicaciones ni las busca. Y esto, si bien (como en el caso de Bergman) no le valió ser popular ante el grueso de los espectadores, le pudo hablar a algunos más claramente que otras cintas europeas o americanas de la época.

En El Eclipse, presenta lo que es su obra magistral: la historia de Vittoria (Monica, siempre Monica), una neurótica y joven traductora que rompe con su prometido ante la imposibilidad de comunicarse con él y se precipita de inmediato a una relación física y ardorosa con el hermoso -- sí, no hay otra manera de describir a Delon en este periodo post-Rocco y sus hermanos- corredor de bolsa Piero, que es vivaz y sensacional, lleno de esa furia que a ella le falta, pero del que eventualmente tendrá que alejarse al no poder resistir su presencia material, obnubilada ella por su propia imposibilidad de hablar, aunque domine varios idiomas.

La película abandona los esquemas rutinarios y ha sido definida por algunos historiadores de cine como de horror moral o social: los jóvenes concuspiscentes contrapuestos a un mundo estéril, frío y perfecto; la Roma que se vuelve cosmopolita y sin embargo por momentos pareciera un iglú. ¿O es en el corazón de ella donde comienza la antártica?

La culminación de esta búsqueda del anti-yo en el mundo cómodo de la clase media con aspiraciones llegaría en su primer experimento a color: El Desierto Rojo. Aquí, Monica es Juliana, la mujer del ingeniero, un ama de casa y madre de familia cuya endeble psiquis se disuelve en una serie de alucinaciones en la ciudad industrial de Ravenna. Ella oculta a su marido que está perdiendo la razón y después se precipita a una relación clandestina con otro ingeniero, Conrado Zeller (Richard Harris), al que encuentra intoxicante y que será, en cierta forma la piedra que acabará por hacerla trizas.

Después del éxito obtenido en Italia, Antonioni se extendió hacia otras partes: realizó un experimento glorioso en Blowup: Deseo en una mañana de verano (1966), una vaga adaptación del cuento de Cortázar Las babas del diablo, acerca de un joven fotógrafo de modas en el memorable Swinging London llamado Thomas (David Hemmings), que al tomar fotos en un parque de una pareja, se ve envuelto en un asesinato. O tal vez no. Vanessa Redgrave, hermosa y altiva, es una misteriosa mujer que tal vez se llame Jane. O tal vez no. Y todo lo que vemos tal vez sea real. O tal vez no.

Mucha gente se muestra frustrada con Blowup por su reticencia a dar explicaciones formales a las imágenes en pantalla. Se rehúsan a aceptar la aparición de la siniestra troupe de pantomima como algo natural y por lo tanto, inexplicable, igual que la extraña sesión fotográfica con una elevadísima Verushka interpretando a una top model llamada ¡Verushka!... sin embargo, la película no pide más que la apertura de la percepción.

Es cine experimental en el sentido más llano de la palabra; se experimenta, no se racionaliza... aún si algunas secuencias podrían elicitar la impaciente respuesta de alguno que exclamaría en plena sala "¡me aburroooo!". Esto lo sé, porque lo he visto.

Hay otras cintas en la obra de Antonioni, pero quizá sean estas las más representativas.

Igual que su colega sueco, Antonioni se va a otra parte, pero deja un brillante legado de imágenes preciosas para proyectar en la oscuridad y así rendirle un mínimo homenaje.

Se van poco a poco los grandes, que ya se habían establecido, dejado su huella indeleble. Y uno se pregunta quién vendrá. Hay otros, sí, pero mientras tanto, la pérdida, el silencio, así es como se sienten.

lunes, 30 de julio de 2007

Corte y queda, Maestro Bergman



La noticia me toma por sorpresa, aunque quizá no debería (dada su edad), lo mismo me desconcierta, me hace regresar dos veces al encabezado.
Y de repente, para mi mayor estupor, descubro que sin poder evitarlo, lloro.

Ha muerto Ingmar Bergman.

Quizá a muchos, especialmente entre los más jóvenes, no les haga mayor mella el asunto. Pero para quienes aprendimos a querer su obra, a descubrirnos sin máscaras en sus imágenes, a mirar hacia adentro y hacia afuera, su pérdida es sentida. Y mucho.

Recuerdo, que siendo yo muy niño, mis padres fueron al cine a ver Fanny y Alexander (que sería, a la sazón, su último filme para cinema; todo lo realizado post 1981 fue hecho para TV) y que mi madre regresó extasiada y conmovida por la experiencia. Recuerdo cómo describía la escena de la casa adornada para Navidad -- que no vi hasta muchos años después- y la maravilla de entramado, el juego de luces y sombras, la sensación de comunión con esa pérdida de la inocencia.

Así fue que supe quién era Ingmar Bergman y posteriormente, comencé a descubrir su obra que hoy queda como testimonial. Recuerdo haber oído decir, mucho después a algún adulto de mi entorno y que presuntamente era cinéfilo, que Bergman hacía un cine "esnob" (de esto se burla la mismísima Nacha Guevara '...voy al cine, sólo a ver cintas suecas/cuando voy al Nightclub, pido güisqui ¡a secas! chacachacachacachachá...') y que era 'muy difícil' acceder a su mundo extraño, neurótico y doloroso. Esto claro, dicho por gente que no gustaba de ir al cine "a sufrir" sino a "divertirse".


La primera vez que vi una película suya, fue precisamente la más difícil de todas: Persona (1966), con Bibi Andersson y la eximia Liv Ullmann -- de quien me enamoré en el acto.

Recuerdo que fue por televisión, en algún momento de 1987 u 88, cuando la filmoteca de la UNAM transmitía ciclos de cine por el canal 9 de TV -- antes de que éste sucumbiera a transmitir exclusivamente mierda y telebasura-.

Me desvelé fascinado por los claroscuros, por el ritmo pausado y a la vez perturbador, las imágenes inconexas (sí, Persona es anti-cinema, aún si es considerada entre las grandes joyas de la cinematografía, pero busca y consigue romper el molde narrativo, algo con lo que Bergman siempre, siempre, experimentó, aún en sus comedias de los años 50, o sus grandes dramas expresionistas --como El Séptimo Sello o El Silencio- o su ejemplo primoroso e inquietante del estridente melodrama gótico: La hora del lobo) y por las dos icónicas interpretaciones de ambas figuras: la Andersson como Alma, la enfermera, que habla y vibra con la alegría de vivir y descubrir al mundo, opuesta diametralmente a Elisabeth Vogler, la enigmática diva del escenario que prefiere guardar silencio y observar al mundo, ya sea deshaciéndose en llanto ante una masacre en Vietnam, o con una indescifrable media sonrisa, como de vampiro a punto de alimentarse, no con la sangre, sino con la vida misma de otro u otros.

A esta siguieron otras exploraciones por el mundo de Bergman. Siempre pude decir que me gustaba porque era verdad, que lo sentía cerca de mí, que aprendí a apreciar a sus personajes por lo que eran, por cómo se desarrollaban, por lo que sentían y sobre todo, cómo lo sentían, algunas veces desgarrándose por dentro igual que siente uno, sin poder siquiera gritar mientras el dolor del desamor nos traspasa, nos hace trizas.


Fue hasta hace relativamente poco, en 2003, que por fin pude ver Escenas de un matrimonio (1973) en su formato original, no como una película de dos horas cuarenta y cinco minutos [sí, la longitud de sus largometrajes es uno de los factores que hace que mucha gente diga "paso" nada más de oír lo que duran] sino como una especie de soap opera de seis episodios de cuarenta y nueve minutos cada uno -- tal y como se transmitió por la TV Sueca en su primer momento, redefiniendo lo que habían sido tanto su carrera como el mismo medio en ese momento.

¿Cómo era posible exhibir con tanta perfección, tanto dolor sin maquillaje las escenas de (la descomposición de) un matrimonio? Liv es Marianne, Erland Josephson es Johan y nosotros somos testigos de cómo se desmorona su preciosamente armado castillo de arena.

Bergman no hizo nunca concesiones ni compromisos: hizo un cinema libre donde otros sólo se atrevían a soñarlo; no sólo se conformó con aprender un oficio y perfeccionarlo hasta el punto de llegar al arte: Bergman hizo historia con su lente, con sus manos, con esa sórdida vendimia que es la memoria.


Su trabajo para narrar(nos) la vida con imágenes llego a trascender tanto que, sin que existiera esa maravilla de actrices conflagradas que es la inolvidable Gritos y susurros, o sin Cara a cara o sin El Mago, o Fresas silvestres. Incluso, sin El manantial de la doncella o ese formidable paroxismo que es el encontronazo entre la divina Liv y Santa Ingrid de los cinéfilos en la devastadora Sonata de otoño es imposible concebir una manera moderna de narrar; su influencia ha sido reconocida (¿Recuerdan Interiores, de Woody Allen --1978-? Él mismo ha dicho que es su modesto ramo de margaritas para Bergman) y no, pero permanece: Bergman marcó al cinema como sólo un puñado de realizadores pudieron hacerlo. La diferencia es que nunca necesitó vender su alma al demonio para hacerlo. Ingmar Bergman ya tenía sus propios demonios, muchas gracias, y los exorcizó cuantas veces fue necesario, en cada incursión que hacía en pantalla, casi siempre de la mano del maravilloso Sven Nyqvist como su ojo, el medio de su mirada inescrutable y a la vez profundamente escrutadora.


Obseso redomado de la condición humana, Bergman anunció hace veinticinco años (a los 64 de entonces) que no iba a volver a hacer cine, pero sí hizo más realizaciones para la pequeña pantalla; lo que sería el colofón de su magnífica ouvre, es precisamente, una vuelta a un territorio familiar: se trata de una visita a personajes que ya conocimos antes: Saraband (2003) es una especie de secuela a Escenas de un matrimonio -- si bien hay algunas inconsistencias argumentales y anacronismos... pero quizá no le importó eso, sino el trasfondo-, con Marianne visitando a un ya muy ajado Johan, ambos al borde de la senectud, cuestionándose acerca de los senderos y decisiones que tomaron en la vida antes de encontrarse en ese mismo instante, en lo que sería un último rellano antes de terminar la escalera.

Bergman hace estas reflexiones no sin dulzura y también sin exentarlas de su propia angustia, tan arraigada en su manera de sentir y experimentar al mundo, como la pasión que transmitía. La película es una bonita despedida, en medio del bosque de su bienamada guarida en la isla de Färo, en la costa sueca, para dejarle al público una última mirada sobre ese divino rostro que tanto amó, Liv [tienen una hija, Linn, hoy novelista] y nos da esa mirada triste y tierna que recorre -- Nyqvist, claro- los rastros de la edad en la piel celestial, en los ojos expresivos, en la sonrisa pura pese al desencanto y el embate de los años.

Liv nos da una última mirada de fijo (ya no volverá a actuar y sin Ingmar, muchísimo menos) y Bergman se transubstancia en ella, un magnífico y sublime último acto de viejo amor revisitado (treinta y dos años después de romper) y se despide.


Se ha ido. Deja un legado magnífico no sólo de cinema, sino también de libros: memorias, guiones, incluso discusiones sobre técnica y oficio. Deja su corazón desnudo y expuesto en cada una de las obras para ser visto por el mundo: por quienes le amaron y por aquellos que no, por los que se sorprenden al sacudírseles algo por dentro al asomarse a su trabajo y los que se creen menos idiotas por señalar que el Emperador camina sin ropas (aunque no por ello el Emperador deje de serlo y el idiota no pasa de serlo). No importa quién, no importa cómo.

Se apaga la luz de la linterna mágica. Parpadea la pantalla. Se hace disolvencia.

Pero en algún otro sitio, mientras los espectadores nos limpiamos las lágrimas y guardamos nuestra pérdida (sí, la sientes, no importa si nunca supo de tu existencia, ¿cómo evitarlo si uno siente?) como un origami doblado en el bolsillo, la proyección continúa en un programa de función contínua, a perpetuidad.

domingo, 29 de julio de 2007

Volver a...


Tal y como dice la canción de Dusty Springfield que actualmente podrán oír en el soundtrack que acompaña a este blog -- una galería manqué de mis eclécticos y algunas veces bizarros gustos musicales y devela mi debilidad por la figura que se ha venido a conocer como la Chanteuse-, creo que estoy volviendo a las cosas que sabía hacer muy bien en mi (pálida y temblorosa) juventud.

Ahora que ya me estoy asentando, que empieza a desvanecerse la -- sí, por qué no llamarla por su nombre- histeria de los primeros días de mudarse, de adaptarse al shock cultural (aunque, claro, crecí en los años 80, que fue como estar en un permanente estado de shock) y de empezar a hacer mis propios rituales y rutinas -- algo que todavía no he conseguido, pero que eventualmente ocurrirá-, he descubierto que hago cosas que hace mucho tiempo no podía.

¿Un ejemplo?

Estoy leyendo de nuevo.

Antes no es que no leyera, lo hacía, pero menos. En México simplemente, entre las cosas que tenía qué hacer, los viajes de trabajo, las funciones de cine, y tal y tal y tal cosa, no me daba mucho tiempo de leer, como lo hacía cuando era más joven.

Ahora de pronto me acurruco en el sofá (¿No les conté? ¡Tengo un sofa! ¡Y está pocamadre! Súpercomodo... ¡una maravilla! -- Dios, sueno como un ama de casa... ¡soy un ama de casa!) y puedo pasar tranquilamente la velada, leyendo.

¿Será por eso que Santiago Roncagliolo me dijo, yo no sé qué tan en broma, que cuando sea grande, quiere ser yo? Al preguntarle por qué, me respondió que porque soy un sibarita, vivo básicamente de vacaciones, soy el auténtico Holly Golightly... (ay, pobre, si supiera que estas "vacaciones perennes" muchas veces pesan mucho...)

Y estoy leyendo a los autores de mi juventud.

Recién me receté, en dos tardes, Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen. Y lo volví a gozar como si tuviera diecisiete años y lo estuviera descubriendo por primera vez, aún cuando alguno de mis profesores lo descalificara como "literatura para jovencitas" tratando de persuadirme de que mejor leyera a Jack London (al que confieso, y sin pudor, nunca pude tomarle cariño). Hoy estuve encaramado casi toda la tarde, leyendo primero al colega Miguel Barrero (su novela dèbut, Espejo, de la que les hablaré más tarde) y después, a Javier Azpeitia, cuya nueva novela Nadie me mata es algo sorprendente y muy, muy recomendable.

Hoy no encendí la TV para nada. Quizá ahora lo haga, para ver alguna película, mientras ceno y me preparo para dormir.

Esto de volver a los básicos me gusta, me parece algo muy natural. Ayuda a nutrir la imaginación, que ya de por sí anda sobreestimulada gracias a Peter (Straub) y Bef y Juan Ramón Biedma, que se fueron de Gijón, pero me dejaron muchas ideas floreciendo en la cabeza. Soy como un jardín, estoy creciendo. O al menos eso es lo que siento. Y muchas veces no me doy cuenta de ello... como cuando era más joven, ¿saben? También estaba creciendo y aunque no soy como era hace cinco años o hace diez o hace quince o más, siento que hay cosas que permanecen y otras de las que aprendí y ahora, tanto tiempo después, me vengo a dar cuenta de que la lección no sólo fue aprendida, sino asimilada. Que por eso estoy aquí.

No pude volver a soñar con el camino a través de la pared, pero está bien, tampoco siento urgencia por hacerlo. Creo que de momento, no siento urgencia de nada, que no sea escribir y finalmente, leer también ayuda.

Es volver, siempre volver a lo que sentimos nuestro, a lo que conocimos, lo que nos hacía sentir abrigados -- aunque sea verano a veces se siente frío- y que nos conforta todavía.

Así que como dice la difunta Miss Springfield en toda su gloria: I live my days instead of counting my years.

sábado, 28 de julio de 2007

El camino a través de la pared


Anoche soñé con esta casa por primera vez.
No, no me refiero a Manderley (aunque sí, suena como "Anoche soñé que volvía a Manderley..."), sino a este departamento.

Nunca había vivido en un departamento hasta ahora.

Había pasado tiempo en alguno, pero vivir, lo que se dice vivir -- y ya llevo casi tres meses-, no. Y es una cosa sorprendente. A veces escucho los ruidos a través de las paredes. No siempre, ya que son paredes de ladrillo grueso, pero alguna vez se llegan a filtrar ruidos: el teléfono, el timbre, las campanadas de un reloj.

Anoche soñé que había un camino a través de la pared.

No lo seguí, porque me dio miedo y me desperté inquieto por haber temido y no haberlo seguido.

Esta noche espero poder soñarlo de nuevo y si lo encuentro, ahí en la pared, al fondo del corredor, lo seguiré y les diré a dónde lleva.

Si consigo soñarlo y recordarlo, claro.

viernes, 27 de julio de 2007

Por principio


Querida Carmen,

Antes que nada, permíteme decirte enhorabuena.

Toda vez dicho esto, déjame recordarte algo de lo que hablamos hace poco más de un año, en casa, en México. ¿Recuerdas que me preguntaste si yo querría ser el padrino de tu hijo, si llegabas a tener uno, ya fuera sola o con compañía? ¿Si quería ayudarte a criarlo/a, a ver por él/ella, a quererl@?
Yo sí recuerdo. Y también recuerdo que te dije de inmediato que sí.

Hoy puedo decirte, no que antes no pudiera hacerlo, que para lo que tú me necesites aquí estoy. Que te aplaudo y te admiro. Que de hecho, siempre he reconocido que realmente lo que nos ha marcado tanto a ti como a mí a los ojos (y a la sombra) del árbol genealógico del que ambos somos ramas, es que nosotros -- léase tú y yo- de un tiempo a esta parte, hemos hecho, al final de cuentas, lo que hemos querido. Lo que teníamos qué hacer.

Tú no le debes nada a nadie. Y en caso de que tuvieras deudas, cancélalas, rehúsate a seguir pagándolas. Ya bastante has dado tú también sin que se diga algo.

Eres una mujer adulta y eres independiente. Por lo mismo, que ahora tomes las riendas de tu vida -- y engendres una, te aventures en ese camino de misterios gozosos y dolorosos- me parece estupendo. ¿Qué te importa si hay reproches o miradas de desconcierto o desaprobación? ¿De veras, te pregunto, te importa? ¿Vas a cargar con ese equipaje, que no es tuyo, además del tuyo propio? Quien vaya a estar contigo estará, quien no... pues ciertamente tendrá otras cosas qué hacer con su tiempo, uno espera.

Si se trata de una cuestión de respeto, éste es una calle de doble sentido (por así decirlo). Es a base de duros golpes que la gente como nosotros se ha tenido que ganar el respeto. Ni a ti ni a mí nadie nos ha regalado nada al final y lo sabes. De hecho, creo que en muchos aspectos yo la tuve incluso un poquito más fácil dentro de lo difícil que fue... yo siempre fui lo que soy, y tuve el apoyo de mis afectos, donde el que muchos no me quisieran al final de la ruta, me valió madre. Mas yo sé que en tu caso, tú tuviste que usar tus manos, tu cabeza y muchas veces toda tu ira, para demostrar quién eres. Y algunas veces todavía no falta quien se pregunta por qué.

No des explicaciones ni te disculpes.

Así pues, ahora que empiezas este camino nuevo, naturalmente sabes que no estás sola. No sólo cuentas con la gracia y beneplácito de unos, donde encontrarás shock y blablablabs de otros. Físicamente no estoy contigo, pero sabes que me enorgullezco, que lo disfruto, que te apoyo. Es una verdad como un templo, que tú y yo muchas, muchísimas veces no vemos al mismo árbol con los mismos ojos y que no pensamos lo mismo al respecto de muchas cosas, pero esas diferencias son las que nos empatan también.

Será que, siendo como somos, algunas veces no podemos vernos ni en pintura, pero no por ello trataríamos de cambiar al otro. Y al final, el mismo fuego primario, esa sed de alcanzar lo que se quiere, eso sí lo compartimos. Somos marcianos sin vida en Marte, buscándonosla en la tierra.

Si te dicen algo que consideres impropio, no te enojes: ignora. Quien(es) te quiere(n) te querrá(n) igual y estarán (estaremos) ahí para apoyarte. Quienes se queden anonadados, pueden permanecer así, no creo que realmente te importe a estas alturas del poema.

Eres valiente y eso siempre me ha parecido una virtud mayor -- superior, mil veces, a la obediencia, la sumisión, la abnegación o el arte de disimular, que son tan sobrevalorados hoy en día, aún-. Manda al diablo cualquier emoción negativa, cualquier intento de cortarte las alas y haz tu propio nido. Es hora ya.

Si necesitas ramas para hacerlo, hazme saber.
Y si todavía quieres un compadre, nada más dilo que yo estoy siempre a tu disposición.

Te felicito, prima. Siempre has sido toda una mujer.
Con mi admiración,

Yo mero.

PD: Así es como vivimos ahora. Tú no te fijes y sigue adelante. Tu hijo (a) -- aunque yo siento que es un niño- será muy, muy querido. Empezando por ti.

jueves, 26 de julio de 2007

De la dieta balanceada


Una pregunta importante -- e inquietante- acerca de la dieta balanceada que todo mundo debe seguir:

¿Cuál es la parte más difícil de digerir de un vegetal?

*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*

...el respirador artificial, por supuesto.




¡Coman siempre frutas y verduras, niños!

miércoles, 25 de julio de 2007

Retratos: Viv


Hace muchos años que conocí a Viviana. Han de ser más o menos veinte, aunque no llevo la cuenta.

De hecho, primero conocí a su madre, Marielena, que es muy amiga de mi madre, y a su hermano Rodrigo, que fue uno de mis primeros héroes juveniles y figura importantísima de mi hoy antigua era discotequera.

Pero el trato con Viviana no se vino a dar, sino hasta muchos años más tarde, cuando ella ya tenía dos hermosos hijos, Paulina y Gerardo, y yo ya era un presunto adulto.


Yo iba a escribir un artículo acerca del baronial suburbio de Satélite, de donde Viv es oriunda y residente. Como dijo Juan Villoro: "Ciudad Satélite es como el purgatorio... pero con discotecas"... y una cita para sentarnos a hablar sobre el tema de crecer en Satélite, se convirtió en una charla de cinco horas. ¡Pero qué bien nos la pasamos!

Desde entonces y hasta ahora, Viviana y yo tenemos una muy buena relación aunque nos veamos realmente poco (y ahora, como es natural, menos). Ha sido una figura de apoyo importante para mí en momentos difíciles y algunos MUY difíciles.

El talento de Viviana, aparte de saber escribir y muy bien; es que escucha.

Su empatía le permite abrirse y escuchar. Algunas veces no da consejo, pero con que escuche, basta.

Es, además, una de las mujeres más valerosas que conozco.

Este ha sido un año extraño para Viviana, pero la veo emerger con la cabeza en alto, las manos limpias y el paso firme. No todo el mundo puede, sin embargo, ella lo hace.

Dice, que se está descubriendo. Supongo que no le falta razón. Cada aspecto de este proceso me parece, como espectador, sorprendente. Quizá yo no tendría el valor y la gracia (ya no mencionemos el ánimo) que tiene ella para hacer lo que hace y cómo lo hace.

Muchas veces para mantener un status quo, preferimos fingir que no-pasa-nada. No somos honestos con nosotros mismos. Y Viviana es todo lo contrario: Es una mujer honesta.

La quiero, la admiro y lo sabe.

Si yo fuera mujer, como dice la canción, creo que no podría parecerme (aunque me encantaría) a ella. Es, junto con mi mamá y algunas muy pocas más, una de las mujeres más valiosas y valientes que conozco.

Y creo que por eso, uno es afortunado.

martes, 24 de julio de 2007

Gente como uno


Una de las películas que más ha significado -- por múltiples razones, textuales, contextuales, subtextuales y extratextuales- en mi vida y a la que vuelvo de vez en cuando, es la cinta con la que Robert Redford rompió el molde, para convertirse en un director respetado, más allá de ser una estrella de cine.


La película se llama Ordinary People (en México Gente como uno y en España Gente corriente) y pese a sus muchos méritos, lo triste es que mucha gente sólo la recuerda como la película que, inexplicablemente para muchos, le "arrebató" el Oscar a Raging Bull de Martin Scorsese en 1981 -- Personalmente, me parece más inexplicable y mucho más robo, el que la tediosa y bastante malita Danza con lobos de Kevin Costner haya hecho eso con Goodfellas/Buenos muchachos diez años más tarde-. Creo que la película tiene mucho más que la sostiene que ese hecho. Se trata de una estupenda adaptación cinematográfica de una novela muy difícil de filmar (escrita por Judith Guest), acerca de lo que le sucede a una familia de clase media estadounidense, después de una tragedia y cómo las crisis muchas veces tienen sombras largas.

Supongo que uno de los elementos que mejor funcionan en la película, son las actuaciones: Donald Sutherland, en el rol de un padre de familia sensible y alarmado, es un prodigio para ver -- igual que en cualquiera de las otras cintas que realizó en este periodo de su carrera, comenzando por la formidable M*A*S*H, de Robert Altman (1970), pasando por Klute: Mi pasado me condena (1971), Don't Look Now/Amenaza en la sombra (1973), Como plaga de Langosta (1975), 1900 de Bertolucci y Casanova de Fellini (ambas: 1976) y muy posiblemente culminando con ésta-, donde la que es la pièce de resistance de la película es Mary Tyler Moore, quien había hasta ese momento alcanzado un nicho memorable como comediante en la TV (fue la co-protagonista de El Show de Dick Van Dyke y la estrella indiscutible del clásico sitcom que llevaba su nombre, más conocido como La Chica de la Tele); aquí Mary (en un papel que originalmente fue considerado para alguien de aspecto glacial, como la inolvidable Lee Remick) rompe todos los esquemas de su carrera al interpretar a un ama de casa suburbana que lleva su desempeño al punto de la ostentación, con el fin de no tener que querer a su hijo menor, después de pasar por la pérdida de su primogénito, algo que cuando la cinta empieza, hace mucho que ocurrió.

El hijo sobreviviente y personaje central de la película, es Conrad (un debutante Timothy Hutton). Cuando lo conocemos, tiene poco de haber vuelto de un hospital psiquiátrico, donde lo pegaron con cinta adhesiva -- si lo sabré yo, se nota- después de un intento de suicidio. El otro elemento que entra en la ecuación, además de Buck, el hermano muerto, es el Dr. Berger (Judd Hirsch, que también hizo carrera notable en la pantalla chica), un psicoanalista que lo recibe como paciente externo.

La textura de la vida de la familia Jarrett está ahí. Mientras Cal y Beth, los padres, tratan de no pensar en lo que han dejado atrás -- la muerte, la desolación-, Conrad es incapaz de perdonarse por algo que realmente no tiene nada qué ver con él, que no está en sus manos. Como director, Redford captura el tono de la trama y lo da a los personajes, que a su vez lo proyectan: la locación es Lake Forest, uno de los suburbios residenciales más atractivos de Norteamérica: casas palaciegas cercanas al Lago Michigan, zonas arboladas, afluencia económica. Nadie espera que en casas así se sufra. Pero Conrad sufre y le cuesta tanto trabajo levantarse en las mañanas como irse a dormir por las noches. Su historia es narrada sin el sentimentalismo barato con que aparentemente Hollywood piensa que el espectador quiere acercarse a la condición humana. En este caso, Redford desafía al cliché y observa con atención al entorno en que desarrolla su historia. Todo suena y se siente auténtico. Conocemos a gente como ésta, hemos oído diálogos como estos y (en casos) hemos sido gente como ésta.

Ordinary People tiene un magnífico guión de Alvin Sargent y una cinefotografía maravillosa a cargo de John Bailey. Nos muestra el desarrollo de este éxodo -- metafórico y literal, Conrad y sus padres van de un punto a otro y no podrán volver sus pasos atrás- con un ritmo impcable y sin estridentismos. ¿Que si uno puede llorar al ver esta película? ¡Solo si fuera de piedra no lo haría! Pero aquí el llanto es catártico, no fácil y anunciado con música y movimiento de cámara, como sucede ahora tantas veces.

Conrad crece, aprende a vivir de nuevo, donde su madre, hermosa y perfecta, se rehusa a seguir haciéndolo y corresponde al padre (cosa curiosa, casi siempre sucede a la inversa) el convertirse en el centro emocional del hogar, en quien realmente se manifiesta la posibilidad de entender, de confrontar, a cualquier precio, con tal de resolver lo que sucede. Cal Jarrett ya perdió un hijo. No quiere, evidentemente, quedarse sin otro, aún si para Beth sería mejor ya no tener absolutamente nada. Ya no puede sentir: ¿cómo habrá sido su paso por esa jungla del dolor, que prefiere no tener un corazón, a verlo despedazado de nuevo?

La cinta es, como ya dije antes, de un armado muy cuidadoso: Redford aprendió todo el tiempo que estuvo frente a la cámara y lo aplica cuidadosamente, como un pintor a su lienzo: cada escena está planteada de forma que embone perfectamente. Quizá en estos momentos de espasmódico cinema, de montajes convulsos, de velocidad vertiginosa, esto sea un problema para los posibles espectadores de esta cinta -- que quizá debería ser vista por más gente joven hoy día, que siguen sus temas tan vigentes como en 1980- que se quejarán de ella alegando "aburrimiento" o que "es deprimente".

Y no, no creo que sea deprimente.

Creo que es un filme que es honesto, en la medida de lo posible, al respecto de cómo se siente uno después de haber hecho algo semejante; la confusión, el miedo, la esperanza y la desesperanza, todo junto y en un mismo momento. No es menester la experiencia previa para empatizar o comprender. Pero lo cierto es que hay mucho más que lo evidente en esta cinta y por eso me encuentro volviendo a ella una y otra vez, no muy frecuentemente, pero sí. Porque en cierto sentido, esta historia a mí también me habla, como a tantos otros. Es la historia de, valga la redundancia, gente como uno.

lunes, 23 de julio de 2007

Gracias, no.


... de todos modos, ya no importa.


domingo, 22 de julio de 2007

No hay noche demasiado larga


Me gusta la noche.
Desde muy niño, es la hora que más disfruto. Así fue siempre, acaso con la excepción de las noches de domingo en parte de mi tardía niñez-temprana adolescencia, en que una ominosa sensación de angustia se apoderaba de mi pecho cuando comenzaba a oscurecer el cielo. Una horrenda noción de que se advenía el lunes y otra-semana-completa-de-martirio se abría a mis pies.

Hace veinte años, la vida era difícil chicos.

Pero no hay noche demasiado larga.

Ahora disfruto muchísimo de la noche. Me gusta ver el cielo estrellado, me gusta que crezcan las sombras en las paredes. He descubierto qe escribo mucho mejor de noche y que muchas cosas que han ocurrido y que me han resultado significativas, han sido de noche.

A Carolina la conocí de noche.

A Luis y a Jack, también.

Todas las fiestas la comencé de noche... y la terminé de noche.

Me fui de México de noche.

Casi todos mis rituales buenos han ocurrido/ocurren de noche.

Puedo estar despierto toda la noche -- nunca me ha costado trabajo dormir de día- y creo que funciono mejore bajo su amparo.

De noche leo.

De noche escribo.

De noche pienso.

Aquí, ahora, en mi Finisterre, comienza a caer, adornada por una lluvia persistente, la noche.

Y yo me acomodo cerca de mi ventana, con la jornada cabalmente rendida, un libro y música que suena -- hoy todo el día no pienso encender la TV para nada- para recibirla.

sábado, 21 de julio de 2007

Donde estuve...


Después de mi mini break ya estoy de vuelta en Gijón.

¿Dónde estuve, se preguntarán?

Pues bien, por error yo pensé que iba a un lugar llamado Santillana del Mar, pero no -- allá iré en otra ocasión- pero no... a donde fui a dar este fin de semana, es un poblado llamado Valdoré, en el corazón de la montaña leonesa.

Leonesa... how fitting!
En realidad, Valdoré es un caserío, donde los padres de mi amiga Ainoha Valdés tienen una casita preciosa y muy cómoda, en el centro de los picos de Europa, muy cerca de Riaño, un sitio donde se encuentra un enbalsamiento y una presa (originalmente, Riaño era otro pueblo que fue cubierto por agua y se construyó el nuevo, en los años 80... la historia, cuando me la contó Alberto Martín, me erizó la piel y luego hasta pesadillas tuve).

En suma, fue un finde de relajación y desconexión; estuve leyendo y durmiendo. Disfruté de la compañía y hospitalidad de Ainoha y su esposo, Gabri. Y de Ana Hevia, Carmen Yáñez y Alberto, que fueron estupendos compañeros de viaje. Descubrí que los pequeños pueblos españoles no son tan distintos a los pequeños pueblos mexicanos (como Jilotepec, de donde viene la rama materna de mi familia) y que cada uno tiene su propio encanto, aún cuando éste no es aparente a simple vista.

Pero debo confesar algo... ¡extrañaba mi casa!

Ésta es MI ciudad. Yo la elegí. Ella me eligió. Aquí vivo y soy sumamente feliz.

viernes, 20 de julio de 2007

Me voy p'al pueblo.

Sigo de vacaciones.

O mini vacaciones.

Luego les cuento donde ando, pero sepan que estoy bien y que no como como un puto estudiante.

Je,je.

(Esto en la ascepción española del término puto, que quiere decir mísero y no en el aberrante sentido mexicano del mismo término.)

Salut!

jueves, 19 de julio de 2007

Encuentro con la Diva



No recuerdo hace cuánto tiempo descubrí a la cantante islandesa Björk. Sé que fue después de haberse separado de los Sugarcubes, más o menos al mismo tiempo que apareció su primer álbum como solista: Dèbut.

Supongo que habrá sido en 1993 o así.

Desde entonces, he sido admirador de su estilo tan sui-géneris de hacer música. Compré los álbumes Post y Homogenic (de los cuales ése es mi preferido y contiene mi canción favorita, Bachelorette), aún si Medulla, su álbum del 2004 no me hizo tan feliz que digamos.

Cuando Lusin me dijo, "vamos a ver a Björk", al principio pensé en rehusarme. No tengo una cultura del concierto -- aunque he ido a algunos: Tori Amos, R.E.M., los B52, Alaska (en su momento, con Dinarama), The Cure, Siouxsie & The Banshees (que resultó decepcionante), Suzanne Vega, los Cranberries, Moby, Paul McCartney, un sinnúmero de bandas rockeras mexicanas y tres veces a los irlandeses U2, a los que, por cierto y aquí entre nos, siempre encontré pesados-como-collar-de-papayas y nunca pagué boleto para verlos en las tres ocasiones (pero esa anécdota la contaré otro día)- y las multitudes, para ser francos, me provocan un profundo terror.

Pero Lusin es muy convincente y así es como uno acaba en Las Ventas (donde jamás había estado) , con una entrada de admisión general, ante un escenario masivo, donde la diva, con un atuendo tornasol hace su aparición pasadas las diez de las noche del miércoles.

Björk es diminuta, pero tiene una energía que ilumina más aún que las trampas de luz y los rayos laser. Su voz hace que la multitud congregada salte y se desbarate en gritos y silbidos.

No he oído aún el nuevo álbum, Volta, por lo que muchas canciones no las reconozco, pero sí recnozco Army of Me y Hunter, que me ponen la piel de gallina cuando las oigo. Pronto me descubro coreando algunas más: Hyperballad y mi favorita: Bachelorette. Cuando la canta, con todos los versos intactos -- incluyendo el último, que no viene en el álbum, mas sí en la letra- me estremezco.

No funciono muy bien en los conciertos, debo confesarlo. Me paraliza tanta gente, pero la música es como una caricia y desde mi pequeño aislamiento, contemplo el espectáculo. Es cierto que Björk es para un escenario más íntimo -- mi colega Antonio García Ángel alias "Calidad" tuvo la suerte de ir el domingo en la noche a verla en La Granja, un centro de conciertos para 1,200 personas en Segovia- y que es un espectáculo para ser visto, con sus pendones de animales a color y la banda de música de viento conformada por amazonas escandinavas.

Lusin baila, salta, grita, se entrega. Lo observo y me siento satisfecho, más aún que en un nivel personal. Esa es la razón por la que vine, después de todo: compartir la experiencia con mi amigo, así que poco importa que una hora cuarenta y cinco minutos después estemos caminando a pasito de pollo en medio de la multitud que abandona la arena: estuvimos en el rito ante la divina y nos concedió su gracia (aunque a mi modo de ver faltaron temas del primer disco y extrañé particularmente Isobel, del segundo, que sé a veces interpreta de manera acústica).

Podemos ir en paz, el show ha terminado.

miércoles, 18 de julio de 2007

Madrid, Madrid, Madrid...


Supongo que debería tenerle más cariño a esta ciudad del que realmente le tengo...

Es sólo que siempre la he visto como un umbral, una especie de pasaje, no como una realidad posible. Aunque es bien sabido que aquí he pasado por lo menos una de las noches más memorables de mi vida.

Hoy estoy aquí, en casa de Javier y Nuria, que amablemente me han dado posada, con un boleto de diez viajes en metro en la mano, para darme una vuelta po el centro, antes de mi compromiso importante de hoy. Luego, el concierto en Las Ventas.

Voy a ver si de una vez por todas consigo reconciliarme con esta ciudad.

martes, 17 de julio de 2007

Mini Break


Aunque ustedes no lo crean, ésta máquina también se agota y exhausta.

Así que hoy me voy, más al rato, a Madrid.

Tengo algunos planes, compromisos y también una entrada al concierto de Björk.

Sí, de Björk.

De los planes, no puedo revelar nada aún.
De los compromisos, tampoco.

Y del concierto... bueno, de eso hablaremos más tarde.

Por lo pronto, a todos, ánimo, valor y gracia.

(Y si me demoro un poquito en actualizar -- aunque intentaré no fallar-, por favor, tengan un poco de paciencia)

Robotina también requiere de un break.

lunes, 16 de julio de 2007

Es mejor perdonar


Una de las cosas que uno aprende, conforme va adquiriendo años de experiencia, es a poder perdonar. Pero no sólo perdonar de dientes para afuera. Perdonar de corazón, con el sentimiento vivo, con las manos libres de esas pesadas piedras hechas de abrojos y rencor.

Anoche, ya con la semana hecha polvo detrás de nosotros, miré a los ojos a Marina y le pregunté, ¿Eres feliz? Todo lo que quiero, es que seas feliz.

Me respondió que sí, que era muy feliz.

Entonces la abracé y los últimos cuatro años de una guerra no declarada pero no por ello menos dolorosa, se disolvieron en sus lágrimas sobre mi solapa.

Yo no tengo nada más qué declarar. Estamos en paz.

Son once años de conocernos bien, muchos de hacerlo íntimamente. No seremos los siameses que fuimos en nuestra pálida y temblorosa juventud nunca más, pero sé que la próxima vez que el destino nos junte, nos veremos. Y nos veremos con genuino gusto.

Sin rencor.

domingo, 15 de julio de 2007

Coma Post-Semanero

,
,
,
,

(ya saldré...)

sábado, 14 de julio de 2007

Ya casi, ya casi


Estoy, como dijera el Pato Nicols, Cansau.

Pero que conste que estoy muy contento.

Esta Semana Negra no acaba conmigo (aunque no falta quien lo intente)... uno prevalece.

Trataré de dormir algo.

Luego les cuento...

viernes, 13 de julio de 2007

Todos somos los otros


Vengo escapándome de la firma de autógrafos del libro conmemorativo de la Semana Negra, llamado "Los Otros", que compila el trabajo de artistas de renombre internacional en el mundo del cómic, así como de grandes escritores como Alfonso Mateo-Sagasta, Juan Bas, Bef, Eduardo Monteverde, Antonio Leiva, Amir Valle y Peter Straub.

Yo estoy también ahí. (Aunque no he hecho méritos para ello)

Teníamos que explicar qué era para nosotros el otro, lo otro. Yo presenté una versión de mi cuento Oscuro es el Abismo (lo pueden leer en el apartado dedicado a las Ficciones).

Me emociona ser uno de los otros, de estar ahí con algunos amigos muy queridos y con mi gran ídolo.

Estoy exhausto por múltiples razones, pero hay algunas compensaciones.

jueves, 12 de julio de 2007

A través de otros ojos


Susan y Peter escriben desde Nueva York: el viaje sin problema alguno, retorno feliz al hogar en el Upper West Side. Me conmueve y me emociona. Anexa algunas fotografías. No tengo mucho más qué decir, excepto gracias, gracias, gracias...


En la presentación


Peter con dos invitados especiales


Mi foto favorita con mi escritor favorito. Narrando(nos) la vida.


Susan Straub, vista por su Peter.



miércoles, 11 de julio de 2007

Como de Hitchcock


Pongo a Bef de testigo, y él no me dejará mentir:

Mientras caminábamos alegre y despreocupadamente por una calle paralela a la Calle San Bernardo para salir al muro, una gaviota se me fue directamente de cuernos y casi me pega en la cabeza. Si no me acuclillo como reflejo, podría haberme dado y duro.

Fue un susto. Luego Bef y Antonio García Ángel -- el brillante novelista colombiano- me miraron con creciente horror y me dijeron que era como a 'Tippi' Hedren en Los Pájaros.

¿Será una venganza por lo de aquella gaviota harakiri?

Ahora camino mirando al cielo...

Todas las Fiestas de Gijón


Las Fiestas llegaron a Gijón y se presentaron en la Semana Negra.

Fue un momento para mí que me dejó prácticamente paralizado en el sentido de que me sentí profundamente honrado y humilde. Que este librito haya llegado hasta aquí me enorgullece y también me enseña una lección que no debo olvidar nunca: para volar no hace falta soltar los pies del suelo.

La presentación del libro en Semana fue a cargo de mi amigo Juan Carlos, Jack of the North, y creo que se merece las palmas por haber hecho una presentación tan buena, tan inmerecida y tan honesta: mi hermano león es muy tímido (de ahí que su presencia en este blog es casi como un cometa) y le cuesta mucho trabajo hablar en público. Sin embargo compartió este momento conmigo y me dio la confianza para poder hablar de algo que me llena de amor: mi primera novela (porque siempre tendré otros libros, pero sólo una primera novela). Me llenó de orgullo que la leyera con detenimiento y con ojo crítico. Que pudiera así, lanzarla al mundo desde acá.

La carpa A Quemarropa tuvo muchísima gente y entre ellos estuvieron todos mis amigos de Gijón (o casi todos) y mis amigos de México que están aquí. Me emocionó ver a Ainoha y Gabri, la excepcional María, Javi, Cefe y Nuria --¡con Pablo!-, a Pat y Patsy (que me ayudaron tanto a escribir este libro, en formas que ni se imaginan) y a Peter y Susan, que escucharon atentamente toda la charla, con la traducción simultánea con ese prodigio conocido como Diego García Cruz.

También estuvo ahí Bef, que se distingue por haber estado en las dos presentaciones de mi novela y de ser un extraordinario carnal.

Soy muy dichoso (aunque no se note a veces) y estoy profundamente agradecido.

Un amigo muy querido exponiendo mi libro ante otros amigos y ante mi gran ídolo literario.

Los sueños se hacen realidad, ¿eh?

lunes, 9 de julio de 2007

En casa con Straub


Hola a todos. Aquí Bef.

Y no, no es que haya tomado este blog secuestrado para llevármelo a Cuba. Es sólo que el buen Miguel me ha permitido, sólo por esta noche, ser su blogger invitado.

Sucede que mi querido carnalito sigue gozando ¨los restos de humedad¨(que diría Pablo Milanés) de una cena magnífica que ha ofrecido esta noche, acá en Gijón.

Fui el último en llegar, y cómo lo lamenté. En la sobremesa platicaban Elia Barceló, Samuel R. Delany (¨Chip¨para los carnales), Peter Straub con su esposa Susan (que son una pareja adorable) y Christopher Moore.

Wow. Imagínate tener a toda esa gente en tu mesa.

Se habló del oficio de escribir. De la vida del escritor. De la vida, llanamente, al tiempo que vaciábamos una botella de vino y degustábamos de una deliciosa pasta hecha por Miguel. Pasada la media noche local, los invitados se fueron, dejándonos a Elia, Miguel y yo solos, platicando un poco más.

Llegó la hora de irnos. Pasan de la una, ahora Miguel nos acompañará a Elia y a mí a nuestros hoteles. Es una pena, me hubiera gustado verlos por acá.

Se lo perdieron...

Bef y su Guru


Como les decía en otra ocasión, cada quien tiene su propio ídolo particular y su manera de idolatrarlo (a). En el particular caso de Bernardo Fernández, mejor conocido entre la tropa como Bef (responsable de Monorama, uno de los mejores changarros en la red), sus dos más grandes amores en cuestión literaria, son los extintos Philip K. Dick y Kurt Vonnegut. In absentia, descubro ahora, otro de sus ídolos es Samuel R. Delany, a quien ahora puede darse el lujo de llamarle Chip.

Desde que nos vemos en el lobby del hotel, me encuentro conque Bef contempla con verdadera devoción al estadounidense, donde -- por su aspecto- algunos que ignoran quién es, lo miran sin respeto. Yo admito mi parcial ignorancia ante su enorme, enormísima ouvre (pero esto en parte se debe, claro, y uno no pretende justificarse, que conste en las actas, al hecho de que crecí amparado por las sombras góticas de Otranto, alejado de la Ciencia Ficción y la Fantasía per se) pero recuerdo, no obstante, algo, una mínima y casi anecdótica parte de su carrera: los guiones de dos controversiales episodios del cómic Wonder Woman (La Mujer Maravilla) que fue directamente una de las primeras cosas que leí en mi vida.

Bef, sin embargo, sí que lo conoce. Se alimentó de la extraña fruta que era su manera de crear mundos y lo ve con una mezcla de arrobo, ternura y, sí, hasta un cierto temor.

Le ofrezco presentarlo, pero me dice que no se siente aún listo para. Que buscará el momento de hacer ese bonding.

Este llega para mi carnal, cuando ya andamos a bordo del tren negro y posteriormente, se extiende suavemente, como mantequilla sobre pan, y Bef, como un pequeño saltamontes, aprovecha cada oportunidad posible para acercarse y simplemente escuchar a Delany. Y si hay algo que Bef sabe hacer -- aparte de escribir formidables novelas de ciencia ficción cruzadas con una sana dosis neo-noir y post-cyberpunk- es escuchar.

El sábado, tocaba presentar a Delany y uno de los oradores a cargo de esto no pudo estar presente, así que como espléndido bateador emergente, el buen Bef surgió y se llevó la noche hablando con su guru, realmente gozándolo.

Algunas veces, escribir es un oficio un tanto ingrato, pero tiene sus recompensas y estar sentado codo a codo ante tanta gente con tu ídolo, y poder hablarle tanto en público, como en privado, es sin duda una de las más notables.

sábado, 7 de julio de 2007

3 años


Y aunque alejados,
seguiremos rugiendo juntos,
como en esa calle de Madrid.

Los hermanos no se inventan.

Se encuentran.

Ánimo, valor y gracia.

viernes, 6 de julio de 2007

Trenecito negro


Cada año que transcurre, el trayecto del Tren Negro es una aventura en sí misma, como la puerta a la Semana Negra – diez días de libros, fiesta, churros y camaradería bajo el amparo esta vez no sólo de Mandrake, Fu Manchú, Grendel y Rita Hayworth, sino de tres enormes Moais de la Isla de Pascua (uno de ellos llamado Arturo).

Los invitados a este viaje en el tren se aparecen muy formales a las siete de la mañana (sin que le jet lag o la desvelada de la noche anterior hicieran mella alguna) duchados y equipaje-en-mano en el lobby del Chamartín, legendario sitio de reunión y encuentro para generaciones de semaneros, y por primera vez en algunos años, esta vez nadie salió corriendo con los zapatos en la mano o sin desayunar, por lo que el tren salió a tiempo, perfectamente ordenado y sin repentinos gritos de “¡En la madre! ¡Dejamos a Fritz!”, ya que el superpopular autor/librero mexicano, ya estaba muy cómodo en su sitio.

Hay caras nuevas en el vigésimo aniversario de la SN, algunos nombres que por años se habían anhelado tener en el programa: Samuel R. (“Por favor, es Chip”) Delany, uno de los principales tótems de la Ciencia Ficción, género al que abdicaría en 1975 para enfocarse en ser uno de los fundadores de un género que hoy se llama “Ficción Especulativa”, que es admirado por muchos participantes en la SN, como Bef (Bernardo Fernández), novelista/comiquero que resume al verlo abordar el sentimiento común de su fandom – aquí nomás, contemplando a Dios (o casi)-; también están los Peters (que aunque se escriben igual se pronuncian distinto) Berling y Straub. El alemán PeTER Berling, con característico sombrero panamá y aire misterioso ya nos había visitado en la edición 2005 y hoy llega con más aventuras históricas ambientadas en la época previa a las Cruzadas, donde el estadounidense PIter Straub, padre de la novela post-moderna de fantasmas y uno de los grandes del canon, viene a Gijón muy emocionado por la invitación, con una intrigante e inquietante novela en proceso (algo de culpa de su entusiasmo lo tendrá Joe Haldeman, que volvió de visitarnos delirando – dicen que aún no se recupera).

Otras caras nuevas: Christopher G. Moore, que pronto causa sensación: este jovial canadiense, avecindado en Bangkok (¿así o más exótico, banda?) es el creador de una exitosa serie de thrillers policiacos protagonizados por Vincent Calvino, un detective expatriado en el sureste de Asia y Ernesto Mallo, cuya Aguja en un pajar literalmente le cambió la vida; y están quienes regresan por gloria: Amir Valle – si no han leído Jineteras, no saben lo que se han perdido- , Eduardo Monteverde, Juan Hernández Luna (con todo y su cadáver de ciudad), la increíblemente joven y lozana Clara Tahoces, que con su apariencia de niña buena no parecería la autora de una novela ultraviolenta y llena de monstruos (pero es que a veces los monstruos pueden parecer princesas, dice con dulzura), la mancuerna lunamielera de comiqueros Matt Madden y Jessica Abel, el siempre fiel Goran Tocilovac, que trae su antes virtualmente inconseguible Trilogía Parisina (la Semana Negra no es lo mismo si no viene Goran); el maestrazo Eduardo del Río “Rius” que anuncia con irreverencia “¡Yo ando aquí nomás de huevón!” – aunque nos engaña: nunca descansa; el que causa sensación entre la tropa durante la rueda de prensa entre autores y prensa es el políglota-traductor Diego García Cruz, que se convierte literalmente en the toast of the town (aunque esto sea tan difícil de traducir).

Todos ellos y muchos más forman parte de la comedia humana del Tren Negro, donde Paco Ignacio Taibo II – como siempre, orquestador supremo de esta locura anual- hace de todo, coordina, modera y hasta se esconde en una nevera para contagiar el espíritu irreverente de la fiesta, captada fielmente por la cámara de Fred Barney Taylor, cineasta, documentalista, ojo y memoria de estos 20 años de semana que apenas comienzan a celebrarse y prometen dejar muchas clases de huella...

¿Y yo?

Pues yo ya estoy en mi casa (¡al fin!) y si bien extrañé mi experiencia de otros trenes negros -- podría decir que me sentí decepcionado, pero no es esa la palabra que busco, qué más da- creo que aprendí mucho y eso es parte de la experiencia.



jueves, 5 de julio de 2007

Como un tiro


Pues ya estoy en plena Operación Madrid.

Me robo unos breves mibutos para contar que hasta el momento todo va muy bien; hena llegado sin problemas todos los escritores y Peter y Susan ya están aquí.

Fuimos a comer a un restaurante en el centro de Madrid y lo pasamos muy bien, estuvieron cómodos y felices y ésta será una gran Semana Negra.

Debo confesar que Julián es mi héroe, por muchas razones que no alcanzaría a ennumerar, pero hay que hacerle un monumento a éste hombre.

Mañana, el Tren Negro, que aunque definitivamente NO SERÁ lo mismo para mí, me hace una ilusión tremenda.

Ahora, salgo corriendo, que hay más gente que recibir en Barajas... pero estamos en marcha y no habrá quién nos pare.

Por cierto, gracias al Amante del Volcán por una velada entretenida, iluminadora y muy diferente. ¡Esto de ser bloguero tiene sus recompensas!

Ave, everybody!

miércoles, 4 de julio de 2007

Hoy: Operación Madrid


Ya llegó la Semana Negra.

A pesar de que comienza hasta el viernes, hoy salgo para Madrid junto con Paco Ignacio Taibo (II), Julián y Cristina Maciá, para comenzar mañana muy temprano, a recibir a los escritores invitados que van llegando para tomar parte. Entre ellos, Peter y Susan Straub, Peter Berling, Samuel R. Delaney, mi amigo Fritz Glockner, Eduardo Monteverde y muchos más, que van a estar en Gijón toda la próxima semana y que subirán a esta ciudad desde la capital en el Tren Negro.

No puedo comenzar a describirles (no me alcanza el lenguaje) lo que Semana Negra -- ahora en su edición XX- significa para mí. Es una ilusión enorme, porque es referente inmediato a que yo esté aquí ahora.

Así que dentro de unas horas, salgo escopetado para Madrid. Tal vez no tenga mucho tiempo para hacer cosas ahí que no sean ir a Barajas por escritores y amigos, pero algo me queda muy claro. ¡Estoy feliz!

La Semana Negra de 2004, en muchos sentidos, me cambió -- o contribuyó a cambiar- mi vida y estoy encantado de poder ahora contribuir yo para ayudarla a ser de lo mejor.

Tengo mucha ilusión y les contaré todo lo que suceda en el transcurso del tren el viernes, que seguramente será muy diferente a los anteriores, pero no deja de ser algo que espero con ansias durante todo el año.

martes, 3 de julio de 2007

Blues del principito: Rufus Wainwright


Algunas veces me dan ganas de preguntarle: ¿Dónde, dónde carajos habías estado toda mi vida? Otras, no me dan ganas de decirle nada. A veces, al escucharlo, tengo ganas de bailar y otras, no pocas, hace que me den ganas de llorar.

Rufus Wainwright llegó a la escena hace algunos años con su álbum Poses.

Michael King me preguntó si lo había escuchado alguna vez y dije no, no realmente, el nombre no me suena, no. Me envió el CD y lo escuché una vez y otra y otra. Me descubrí sorprendido ante la reacción que me suscitaba. Por una parte, tenía ganas de admirarlo y otras muy grandes, de odiarlo. Pero una cosa me quedó clara; quizá desde Los Smith no había escuchado yo a alguien que me hubiera dicho tanto.

El talento de Wainwright como músico es evidente, salta como un bofetón a la cara; es cautivador y fascinante: imagínense estar ante algo portentoso. Acaso las canciones que hace son como mini operas pop con todas las de la ley. Claro, lo que se hereda no se hurta. Es hijo de músicos y tiene una formidable hermana, Martha Wainwright, que acaso ha escrito la más maravillosa, espléndida y desgarradora canción de desamor y dolor que yo haya oído: Bloody Motherfucking Asshole -- que de hecho, fue un tema que a base de oírlo repetidas veces me ayudó a salir adelante en un momento difícil, hace algún tiempo; un sinsabor que me dolió bastante aún pese a lo breve que fue su existencia.

De hecho, mi relación fue mucho más estrecha con Martha que con Rufus, ya que después de Poses (y más especialmente, de su espléndida Grey Gardens) le perdí la pista, donde escuché con total devoción los dos álbums de Martha y me declaré su fan en un artículo publicado en La Mosca y en mi hoy extinta columna Reina por un día, en el tristemente desaparecido suplemento alternativo Traspatio.

Rufus volvió a mi atención gracias a su nuevo álbum, Release the stars, que contiene la que se ha convertido en una de mis canciones favoritas del 2007: la formidable, desenfrenada y vivaz Between my legs, que tiene todos los elementos de un tema Wainwright llevados al extremo: la letra mordaz, ambigua y devastadora, la sensibilidad adornada con apliques deslumbrantes -- esta es, después de todo, una especie de canción de amor apocalíptica- y un ritmo in crescendo, que llega a un paroxismo espectacular (como los cañones en la Overtura 1812 de Tchaikovsky), calibrado con la dicción perfecta de Sîan Phillips [Livia en Yo, Claudio] que recita los últimos versos (There is a river, living underground...) mientras Wainwright no sólo se expone, sino que literalmente estalla en un cataclismo musical.

La canción es una maravilla y desde que la descubrí, no dejo de escucharla. Hay canciones que para unos pasan inadvertidas y para otros se convierten en himnos. Su plumaje es de esos.

Además, hay otro detalle de Rufus y éste álbum y es que se da el lujo de hacer algo que muchos quisiéramos: hacerle una carta de amor [no correspondido y más bien platónico, claro] a Brandon Flowers, el hermoso frontsman de la apoteósica banda rockera The Killers.

La canción se llama Tulsa, en honor a la ciudad en Oklahoma donde ambos músicos se conocieron en 2006 y aunque no sucedió nada -- Flowers es, aún si le encanta tontear con todo lo que se deja- un honorable hetero, por lo que el principito sólo se conforma con hacerle un poema lírico hermoso, extraño, con toques de Jacques Brel y Judy Garland (La Judy de los 60, a punto de estirar la pata) y una letra dulciamarga, como su interpretación. Lo hace con gracia salvaje y sin que su desencanto (¿y cómo no iba a tenerlo?) le quiten lo magistral.

A uno le gusta pensar que el Killer se habrá sentido halagado.

A veces, me dan ganas de decirle que lo conozco, que sé de dónde viene y hacia donde se dirige.

Otras, me dan ganas sólo de apagar todas las luces y sentarme en el suelo a escucharlo, mientras bebo y me limpio alguna lágrima con el dorso de la mano, en silencio.

lunes, 2 de julio de 2007

Amor, Warhol Style



Aunque mucha gente no comparte esta idea, yo estoy firmemente convencido de que Andy Warhol era un auténtico genio que logró encapsular el modo de ser y pensar de generaciones enteras aún antes de que éstas existieran.

Lo que es más, yo siento que era casi, casi, vidente.

Esto se me ocurre al releer La Filosofía de Andy Warhol: de A a B y viceversa (hay edición en español por Tusquets, muy recomendable) y en uno de sus apéndices, el hombre de timidez legendaria, habla sin tapujos sobre sus diversas apreciaciones acerca del amor y los disparates que la gente hace en su nombre. Aquí, una de sus reflexiones:

“Las relaciones amorosas tienden a complicarse demasiado y eso no vale la pena. Pero, si por alguna razón, sientes que realmente lo vale, entonces debes poner exactamente la misma cantidad de tiempo y esfuerzo en tu relación, que la otra persona involucrada. En otras palabras: yo te pago si tú me pagas”.

Estas palabras suyas vuelven, mientras mi amiga La Flaca (prodigio femenino que no excede los 56 kilos), quien en cuestiones sentimentales es la persona más sofisticada que conozco, me expone su dilema, aún antes de expatriarme.

Desde hace algún tiempo, ella sostiene apasionante relación amorosa con un hombre que por razones diversas – entre ellas distancia geográfica - no puede estar a su lado. No obstante, ambos dicen amarse y yo no lo dudo para nada: los efectos se ven en su cara al hablar de él, describir telfonemas espectaculares y tiernas charlas vía Messenger.

Sin embargo, como Penélope, ella tiene otros pretendientes más inmediatos; si bien, siente que ninguno le acaba de gustar. ¿Entonces? Mi pregunta resulta algo ingenua mientras explica: “si no puedo estar con el que quiero, pues tengo que aprender a querer con el que estoy.” ¿Y se puede? Aquella me mira un momento, apura su Chai-Latte, se toca el pelo.

“No sé,” dice. “Hasta ahorita, nomás no.”

"¿Entonces?"

"Yo amo a mi hombre. Mi hombre me ama a mí. He tenido que aprender a ser paciente."

¿De veras el amor existe o sólo nos enamoramos de la idea del amor?

En todo caso, mi estado no es muy distinto: hace ya mucho tiempo, una mañana, tras semanas de zozobra, descubro que estuve enamorado de una noción romántica, no de una persona en sí.

Esto no significa que no sienta nada, sólo que no es lo que en un principio creía.

¿Igualdad de tiempo y esfuerzo, Andy?

Viéndolo bien, La Flaca está contenta con su étrange affair, manteniéndose fiel en el corazón a ese otro distante, aún si físicamente acompaña a esos que la invitan a cenar.

Es uno de esos despropósitos que hacemos por amor, como dice el libro: el amor intangible es muchas veces más excitante que el real; la fuerte atracción que surge entre dos personas que no pueden estar juntas es una forma de amor igualmente válida.

Lo que yo quiero, sin embargo, es otra cosa muy distinta. Ella es afortunada al ser espléndidamente correspondida por su bien amado, aunque no esté ahí. upongo que a mí e gustaría ser más que correspondido, objeto de afecto. Pero tampoco tengo urgencia. Ya me hice a la idea de que lo mismo, igual no sucede y no importa, hay muchas alternativas.

Ergo, esta también es una verdad tangible como una lata de sopa, Master Warhol.

domingo, 1 de julio de 2007

Nina en éxtasis


La encontré hace unos meses en pleno super y me sorprendió no tanto el hecho de verla, comprobar su aún existenciam sino el poder verla tal y como es ahora: Nina, ama de casa, madre de familia, esposa convencional.

¿Dónde quedó la bête noire del haute couture que desafiaba las reglas al ir ataviada con el último alarido de la moda londinense, como si se tratara de un legítimo Pet Shop Boy? Nada queda ya de aquella chica quien, a los dieciséis años quedó huérfana de padre -- en una comida familiar le contaron un chsite tan bueno, que se rió hasta que se le reventó un aneurisma en el cerebro y ahí quedó- no se dejó intimidar por la pobreza o el hecho de que su madre se sumiera en un marasmo que la llevó de elitista señora ricacha a drogadicta socialmente aceptable gracias a la farmacopeia que el médico le sorrajó. Otra chica habría sucumbido a la desesperación, pero no Nina.

Al ver que su madre era incapaz de sacar un centavo del banco sin la ayuda de una pastilla, aquella decidió que no sufriría por cincuenta pinches pesos a la semana para ir a la escuela y comprar algo qué llevarse a la boca y que mejor en todo caso se procuraría sus propios ingresos.

Ahora, haber nacido en proverbiales sábanas de seda hizo de Nina una auténtica inútil. Hablaba inglés y francés con fluidez, pero no estaba capacitada -- y menos a esa edad- para alguna clase de trabajo. Sin embargo, era perspicaz y comenzó a sustraer cajas de Valium y Diazepam de la abundante colección de su madre y a mercar con las pastas en la escuela, entre incautos vírgenes del vicio y otros conocidos por su exotismo.

Así, pronto fue secreto del conocimiento general, que esa chava de lentes de firma y cara de "cosas peores puede haber" era nuestra propia versión de Caro Quintero.

Algunas aventuras suyas son leyenda en nuestra generación: Un día en 1991, Nina vendió pastillas a una niña X llamada Araceli, alias La Puerca Frita y al día siguiente, ésta llegó llorando a reclamarle: "Buuuuu... ¡eres una pendejaaaa! ¡ayer por tu culpa llegué a mi casa bien pacheca y mi novio (el tipo en cuestión, un tal José Luis, era un peponazo como de 300 kg) me cogió!" La otra no paraba de llorar por haber perdido su virginidad estando elevada e hinchada como globo de Cantolla. Nina la tranquilizó dándole otra dosis gratis de Lexotán y a manera de pilón añadió una caja de anticonceptivos, que podrían ayudar a mejorarle el cutis.

Un año después, ya para terminar el bachillerato, fuimos toda la generación unos días a Acapulco. Para entonces, Nina andaba con Pedro, un buena bestia que era mayor que nosotros. Para financiar las excursiones discotequeras, ella menudeaba con parque que le voló a su mamá y pastas que le donó la comunidad (Dios mío, todos pensarán que éramos una runfla de drogadictos empedernidos y perdidos, pero juro que no, sólo estábamos lo suficientemente perturbados emocionalmente como para que nos recetaran alguna pastilla antidepresiva).

En una de esas, Nina hizo trato con unos turistas ingleses que también estaban en el mismo hotel y cambió algo de Xanax y Halcyon por tabletas de Éxtasis.

Ojo, aquí debo confesar que a mí me da mucho miedo la droga sintética. No soy moralista, cada quien su vida, pero mejor fumar Grifa, que treparte al camello, porque luego no sólo te estupidizas sino que también te esclavizas.


Total, Nina invitó al grupo a su cuarto y repartió el E con botellitas de agua. Ahí descubrí que poco hay más feo en esta vida, que ser el único sobrio en una pieza atestada de gente en éxtasis, así que me aburría como ostra mirándolos, hasta que me dije "no necesito esto" y me fui a mi habitación, que era la de junto, dejándolos con su orgifiesta a go-gó.

Como a los veinte minutos, entró a mi habitación Pedro, el novio, y no se durmió, sino que literalmente se desmayó en el piso, después de decir un par de burradas. Lo miré ahí tirado y me dije "¿y 'ora? ¿Qué hago?" Como pude, lo cargué y lo puse en la cama gemela. Luego, me volví a mi cama y estuve leyendo a Cortázar hasta la madrugada, cuando por el balcón entró Nina, miró a su badulaque ahí tirado roncando y luego me miró con ojos desenfocados.

A la mañana siguiente, todos estaban con caras fatales... y ninguno de los dos me hablaba, mientras que yo oía en mi cabeza el eco: "¡Buuu! ¡Eres una pendejaaa! ¡Ayer por tu culpa llegué a mi casa bien pacheca y mi novio me cogió!". El regreso a México, en avión, fue por decir lo menos, oneroso. Como ya habíamos terminado las clases, no la volví a ver en casi quince años.

El reencuentro en el super fue casual aunque, en retrospección, medio escalofriante.

Pensar que dos ex-cómplices tan unidos como lo fuimos (las veces que me invitó a comer en restaurantes con las ganancias de su carrera como narcotraficante amateur) ahora sólo nos dijéramos "¿Cómo estás?" "Bien, ¿y tú?" me asusta.

Llevaba consigo a dos niños pequeños. Le dije, "¿Son tuyos?" y asintió. "Me casé con Pedro," dijo cortante y luego nos dijimos "adiós, adiós".

Nina en éxtasis era temeraria y mordaz, siempre bordeando los límites de la ley, con su bolsita llena de pastillas. Ésta es solamente una ñora de suburbio residencial, chic, pero deprimida.

No creo que la vuelva a ver nunca más.