Volver a...


Tal y como dice la canción de Dusty Springfield que actualmente podrán oír en el soundtrack que acompaña a este blog -- una galería manqué de mis eclécticos y algunas veces bizarros gustos musicales y devela mi debilidad por la figura que se ha venido a conocer como la Chanteuse-, creo que estoy volviendo a las cosas que sabía hacer muy bien en mi (pálida y temblorosa) juventud.

Ahora que ya me estoy asentando, que empieza a desvanecerse la -- sí, por qué no llamarla por su nombre- histeria de los primeros días de mudarse, de adaptarse al shock cultural (aunque, claro, crecí en los años 80, que fue como estar en un permanente estado de shock) y de empezar a hacer mis propios rituales y rutinas -- algo que todavía no he conseguido, pero que eventualmente ocurrirá-, he descubierto que hago cosas que hace mucho tiempo no podía.

¿Un ejemplo?

Estoy leyendo de nuevo.

Antes no es que no leyera, lo hacía, pero menos. En México simplemente, entre las cosas que tenía qué hacer, los viajes de trabajo, las funciones de cine, y tal y tal y tal cosa, no me daba mucho tiempo de leer, como lo hacía cuando era más joven.

Ahora de pronto me acurruco en el sofá (¿No les conté? ¡Tengo un sofa! ¡Y está pocamadre! Súpercomodo... ¡una maravilla! -- Dios, sueno como un ama de casa... ¡soy un ama de casa!) y puedo pasar tranquilamente la velada, leyendo.

¿Será por eso que Santiago Roncagliolo me dijo, yo no sé qué tan en broma, que cuando sea grande, quiere ser yo? Al preguntarle por qué, me respondió que porque soy un sibarita, vivo básicamente de vacaciones, soy el auténtico Holly Golightly... (ay, pobre, si supiera que estas "vacaciones perennes" muchas veces pesan mucho...)

Y estoy leyendo a los autores de mi juventud.

Recién me receté, en dos tardes, Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen. Y lo volví a gozar como si tuviera diecisiete años y lo estuviera descubriendo por primera vez, aún cuando alguno de mis profesores lo descalificara como "literatura para jovencitas" tratando de persuadirme de que mejor leyera a Jack London (al que confieso, y sin pudor, nunca pude tomarle cariño). Hoy estuve encaramado casi toda la tarde, leyendo primero al colega Miguel Barrero (su novela dèbut, Espejo, de la que les hablaré más tarde) y después, a Javier Azpeitia, cuya nueva novela Nadie me mata es algo sorprendente y muy, muy recomendable.

Hoy no encendí la TV para nada. Quizá ahora lo haga, para ver alguna película, mientras ceno y me preparo para dormir.

Esto de volver a los básicos me gusta, me parece algo muy natural. Ayuda a nutrir la imaginación, que ya de por sí anda sobreestimulada gracias a Peter (Straub) y Bef y Juan Ramón Biedma, que se fueron de Gijón, pero me dejaron muchas ideas floreciendo en la cabeza. Soy como un jardín, estoy creciendo. O al menos eso es lo que siento. Y muchas veces no me doy cuenta de ello... como cuando era más joven, ¿saben? También estaba creciendo y aunque no soy como era hace cinco años o hace diez o hace quince o más, siento que hay cosas que permanecen y otras de las que aprendí y ahora, tanto tiempo después, me vengo a dar cuenta de que la lección no sólo fue aprendida, sino asimilada. Que por eso estoy aquí.

No pude volver a soñar con el camino a través de la pared, pero está bien, tampoco siento urgencia por hacerlo. Creo que de momento, no siento urgencia de nada, que no sea escribir y finalmente, leer también ayuda.

Es volver, siempre volver a lo que sentimos nuestro, a lo que conocimos, lo que nos hacía sentir abrigados -- aunque sea verano a veces se siente frío- y que nos conforta todavía.

Así que como dice la difunta Miss Springfield en toda su gloria: I live my days instead of counting my years.

Comentarios

La vida sencilla y básica es la mejor, se antoja compartir tu intimidad, sentir lo cómodo de tu sillón y probar tu cena acompañada del delicioso silencio.

Saludos enormes!
byeeeeeeee

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