lunes, 31 de diciembre de 2007

Papá --

Hoy hace un año, cuando te escribí por primera vez para contarte todo lo que había hecho, y que planeaba hacer (y que ahora ya hice) pensé que ciertamente no me leerías, pero de cualquier forma quise hacerlo y ahora volví a hacer lo mismo, un año más tarde, aunque sea para decirte que no me retracté de mis planes, y que aunque sean ya veintiséis años, se sigue pensando mucho -- todos los días- en tí; que aunque no estés y se te eche en falta, también estás siempre presente aquí, conmigo.

2007 fue un año sumamente extraño, Papá, en todos los sentidos, en el literal, el metafórico e incluso, en el meteorológico. Tu hijo, mi padre, y mi madre, tu nuera -- aunque siempre la llamaste tu hija- dejaron por fin la ciudad al poco tiempo de haberme ido yo del nido. Están bien y contentos, sabes. Se hacen compañía. Creo que ahora son un poco como Mamá y tú, aunque no recuerdo mucho. Pero supongo que en cierta forma ustedes nunca se adaptaron a vivir solos, porque realmente nunca lo estuvieron, ¿verdad? Siempre estuvimos todos ahí, cerca y lejos, pero ahí.

Yo sí que me estoy adaptando a la vida solo.
Y creo que lo estoy haciendo bien. Al menos eso espero.
A veces me siento solo (que no es lo mismo, por supuesto, que estar solo) pero creo que la soledad es parte del precio que yo pago por mi independencia, mi autosuficiencia. Y eso es lo que tengo justo ahora. Independencia. Ya no tengo una casa "de mi mamá" para volverme atrás, si algo no saliera bien. No tengo a nadie que me compre abrigo si tengo frío o medicina si estoy enfermo. Yo mismo respondo por mí ahora: mi comida me la compro yo; la tele es mía y yo pago la luz.

Me gusta vivir en Gijón. No quiero irme a otra parte (al menos no ahora). No sé si tú y María tuvieron esa sensación antes o si la Ciudad de México era una presencia tan grande en sus vidas qie no necesitaste pensar en nada más hasta que te fuiste a Cuernavaca -- yo recuerdo.
Fui a tu casa, por cierto. La han rescatado, finalmente, sus dueños legítimos (por don de tu esposa). No es tu casa ya, de hecho. Ni donde pasé los veranos de una parte de mi niñez. Es bonita, pero no me gusta ir. No creo que vaya a a volver.

La casa en que crecí, tampoco ya es mi casa. Literalmente, ha dejado de serlo. Es el mismo edificio --¡aunque tan cambiado!- pero no es mía. Sólo hay algunas pocas cosas de mí ahí y eventualmente serán menos, claro. Es ahora la casa de alguien más. Está bien, no puedo más que aceptar lo que no voy a cambiar.

Mi casa, mi hogar, es éste (no puedes verme, Papá, pero me estoy señalando el lado izquierdo del pecho) como tú me enseñaste alguna vez. Lo que importa es lo que lleve aquí.

Mi casa verdadera es mi corazón, aunque esté quebrado (sí, se quiebra fácilmente, lamento informarte que soy menos fuerte que tú) y es mío. Es lo que me basta y sobra. Como lo puse una vez en un poema que escribí -- escribo muy poca poesía, papá. No tengo aptitud, otro fracaso que me conforma, aunque algunas veces me aventuro sin pudor a intentarlo, aún a sabiendas de lo mediocre poeta que soy, si no es que sea de plano malísimo- llamado Conradiana:

Corazón de tinieblas he visto
Corazón de tinieblas he sido
Corazón de tinieblas he comido

Me atasco y me gusta,

Porque es amargo y
porque es mi corazón.

¿Será que es de las pocas cosas que puedo llamar realmente mías? Porque a veces, papá, no sé si realmente puedo llamar algo mío. Lo que antes consideraba mío, mi casa, mi familia, mi sangre, de pronto, ya no lo es.

Y claro, siempre el reproche: "Es que tú te fuiste".

Sí, yo me fui. Tú también tuviste que irte. Quizá con mayor permanencia que yo (aunque yo tampoco quiero volver atrás, no me da mi regalada gana y además, ahora, no puedo de cualquier forma), pero te fuiste y yo también me fui.

No me arrepiento, créeme. Me gustaría pensar que tú y Mamá, mi Harsh Mistress, estarían contentos. Aunque lo cierto es que tuve que esperar hasta que ella se reuniera contigo para saber que de verdad debía irme y a dónde debía irme. No podía haberla dejado, tú lo sabes, si no hasta que ella se fue a alcanzarte.

Es que tú te fuiste.
Y no voy a volver. Aprendí de ti que la distancia puede ser permanente, mas no implica que el cariño se erosione. Me gustaría creerlo.

Sigo escribiendo, Papá. Todos los días, aunque sea un poco. Este año escribí más que en cualquier otro. Este año se publicó mi novela, mi primer novela. Está dedicada (entre otros) a ti y a María, claro. Está dedicada a la gente a la que más quiero (o quise, o quería) en el mundo. A ustedes también, aunque con veinticinco (ahora veintiséis) años de retraso. Pero sigo escribiendo. A algunos les parece que no basta con lo escrito, me siguen considerando un proyecto a medias, donde otros me ven como un total fracaso. Tal vez sea eso mismo. Nunca me he puesto a pensar en lo que hago en la medida del éxito que pueda tener. Desde niño desconfío y me aburro hasta las lágrimas de todo aquél que vive exclusivamente para la persecución del triunfo. Se me antojan como vidas muy estériles, vividas exclusivamente para un sólo objetivo que si no se cumple, sala todo lo demás o peor, de cumplirse, entonces deja al triunfador tan solo y vacío en la cumbre.

Me gusta mi vida tal y como es, Papá.
Me gustaría pensar que tú la aprobarías y que seguirías queriéndome incondicionalmente como siempre fue, aunque eso no lo sé de cierto (lo supongo) porque no es igual entre los siete y los treinta y tres y ciertamente tú no habrías aprobado en otros, las decisiones que yo tomé. ¿Las habrías aceptado en mí sólo por el hecho de amarme, o me habrías demostrado rechazo y encono? No lo sé. Algunas veces pienso que sí, otras que no. Estás muerto y tiendo, como todos, a idealizarte por ello. Pero, al vivir, eras humano. Propenso a errores y aciertos como yo y como cualquiera. Dios sabe que aún pese a los esfuerzos implacables de tu mujer, no soy de ninguna manera perfecto (y lo único que quería era eso, que lo fuera. A veces creo que María tenía unas expectativas demasiado altas de mí, pero no puedo ser penitente por tal cosa, papá). Si pude sobrevivir al rechazo de tanta gente que se supone que por simple consanguineidad debería amarme, podría quizá haber sobrevivido al tuyo, aunque te confieso que me alegra no tener que haberlo encarado nunca. Prefiero, aunque sea posiblemente algo ilusorio con que me consuelo yo solito, pensar que te gusta mi vida y que estás orgulloso, y que sigues como siempre, mi cómplice, mi mentor, mi padrino, el primer gran amor de mi vida.

2007, que se acerca inexorable al fin de la página, como éste texto y se va, para que se abra otra página limpia, nuevecita. 365 entradas en una página, una pantalla (¿podrías haber entendido el concepto de esta supercarretera de la información, papá?) que representan no sólo una promesa cumplida, sino un ejercicio en el que me di por completo, como lo hago ahora en esta carta contigo. Darme. Eso es lo que hago, ¿sabes? No sé si mejor o peor, pero es lo que aprendí a hacer: a darme y no a tomarme.

Y reitero, Papá. No me arrepiento, ni culpa siento de nada que yo haya hecho.
Espero que donde te encuentres ahora, donde un día nos reuniremos a hablarlo, estés de acuerdo y asientas al leerme.

Hablaremos en un año, te contaré los cambios que haya. Este me hizo muy dichoso y me dolió profundamente, pero también me trajo enseñanzas. No me he perdido.

Te piensa siempre y te adora,
tu nieto y ahijado,

Ernesto Miguel

domingo, 30 de diciembre de 2007

Y para el 2008...

Faltan menos de 24 horas para que acabe el año 2007.

Sinceramente, me alegro que haya ocurrido este año, pero también apenas puedo esperar a que se acabe. Ha sido uno de los años más significativos de mi vida, y también uno de los más gozosos y de los más difíciles.

Y en el Alias Cane va a haber cambios, como en todo.

No sé qué clase de cambios haré -- originalmente, este blog se derivó de una serie de cartas dominicales que escribí por años para un círculo muy estrecho de amigos íntimos y se convirtió, gradualmente, en lo que es hoy: un espacio en el que me expreso, en el que me aproximo. A veces en él escribo para mí, pero casi siempre escribo para ustedes -- los que me leen- porque, ¿qué razón podría haber para escribir si no el ser leído?

Me prometí que durante 2007 actualizaría una vez por cada día y lo hice: hay una entrada por cada día de este año. Falta la del 31, pero esa es especial, porque no será una entrada como las demás.

Ahora bien, estoy pensando, ¿qué voy a hacer con el blog en 2008?

Había pensado en que podría continuar con el formato diario de actualización.

O acaso volver a las cartas de domingo (¡Ustedes no saben lo que eran esas cartas de domingo! Las disfrutaba muchísimo. Era muy feliz escribiéndolas).

O acaso una entrada cada mes.

O no sé.

Por un momento pensé... ¿y si apago la luz y cierro?

No lo sé.

Falta no mucho para el amanecer del nuevo año, completito, desde la terraza de mi rincón cerca del cielo en Finisterre.

Mientras llega, y dan las doce campanadas, se aceptan sugerencias.

Ahora sí es oficial

Miss Kidman espera su primer bebé (¡a los 40!) para 2008.

Después de la experiencia traumática que fue ser Mrs. Cruise (¡por una década, gúacala!) ahora parece estarle llegando por fin la más elusiva recompensa.

Me alegro por ella. ¡Soy su fannnnnnssssss! (Así, en plural)

Kidman, Kidman, RA-RA-RA!

viernes, 28 de diciembre de 2007

¿A qué precio...?

La muerte de Benazir Bhutto -- una inmolación salvaje, brutal, totalmente innecesaria- es el más reciente eslabón de violencia integrista en oriente medio.

Aunque esté muy lejos de ese lugar del mundo y aunque nominalmente no me afecte en nada, no pude apartar los ojos del bombardeo mediático al respecto de la nota y tampoco pude evitar sentir miedo.

¿Por qué miedo?

Por que el mundo está cada vez más convulso y yo vivo en él. La gente a la que quiero vive en él. Y hay gente que quiere destruirlo, pasando por encima de todo. De todos.

Pero mientras haya gente como Madame Bhutto o muchos otros "locos" y "soñadores" que esperan poder hacer un cambio, vencer a las dictaduras, derrotar a los fundamentalistas... entonces habrá esperanza. Endeble, pero...


jueves, 27 de diciembre de 2007

On the street where I live

La calle más iluminada de Gijón, es la calle donde vivo.

De eso me di cuenta ayer a las seis de la mañana, cuando llegué. Está luminosa, brillante -- toda, desde el parque hasta la playa- y los adornos son sobrios (dentro de lo que cabe). Me gusta. He estado bastante rato contemplándolas, mientras poco a poco tomo posesión de mi casa, de mis rumbos, de mi ciudad.

Hoy caminé poco -- maldito jet lag- pero me pasee por aquí y por allí, bajé al centro, me asomé al invierno y, para mi sorpresa y deleite, acabé tomándome algo con dos de mis cómplices favoritos en esta ciudad; dos vagos que han sido desde hace algunos años, mis amigos solidarios: Jack y Lusin, con quienes no había estado en el mismo lugar al mismo tiempo desde hace mucho.

Aquí están los dos pillos, haciendo su propio estilo de posthumor:


(Lo cierto: pasar un rato con ellos hace maravillas por el ánimo [valor y gracia] de uno)

Ahora sí, ya siento que volví a casa.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

De vuelta en Finisterre

Veintiséis horas y diez mil setecientos kilómetros más tarde, ya estoy en mi casa.

Fue un viaje largo, agotador pero todo valió la pena apenas crucé la puerta de mi departamento; lo primero que hice fue darme una ducha y saltar a la cama para dormir y dormir.

No hubo mayores sobresaltos y cuando bajé del avión, la autoridad ni siquiera me miró, demostrándome lo infundado de mis temores (no saben cómo tuve pesadillas... pero es que uno oye tantas historias de horror sobre cruzar la frontera), aún si continúo como hasta ahora.

No he visto aún a ninguno de mis amigos (aunque ya he hablado con varios) y tengo que ir al supermercado a comprar cosas de comer -- después de un mes, tengo el refrigerador vacío.

Pero estoy feliz, feliz, feliz de estar en mi casa. Al fin.

martes, 25 de diciembre de 2007

Navidad en tránsito

Estoy en tránsito.

Espero que hayan recibido todo lo que su corazoncito deseara. Mañana, cuando esté en MI casa, me siento y les cuento con más detalle cómo estuvo el viaje (mismo por el que ahora estoy pasando).

Por mientras, sigan celebrando: manténganse calientitos en sus cuevas y rodeados de quienes los aman.

Cornucopia de abrazos y besos.

Pronto habré llegado (espero).

Si piensan en uno, gracias. Todo buen pensamiento alivia el tránsito.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Al vuelo

Observen con qué gracia toma vuelo este cisne.

Yo no tengo, ni de lejos, esa seguridad, esa elegancia, ese aire. Pero de todos modos, hoy, a mi manera voy a imitarlo.

Hoy, en unas horas, me voy a echar a correr sobre una pista y voy a extender mis alas y voy a echarme a volar.

Y cuando me eche a volar, voy a dejar todas estas cosas atrás -- no, no voy a olvidarlas. Pero se quedarán aquí mientras yo vuelo y voy más allá de las nubes, sobre el mar, hacia mi costa verde (ahora escarchada y lluviosa) para volver a mi rincón cerca del cielo -- literalmente lo es- y una vez ahí continuar con ese proceso hasta ahora semi interrumpido, que es el de seguir creciendo.

Celebren Nochebuena con sus bienamados, sean felices, brinden. Yo estaré al vuelo, pero mientras vuelo, pensaré en cada uno de ustedes.

Y cuando lo haga, será con júbilo.

Felices fiestas, mi gente.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Zhabi y yo

Esta sí que es una pieza arqueológica de mi vida.
Es una fotografía de 1979, de cuando cumplí cinco años de edad. De hecho, ahí estoy soplándole a las velas de la tradicional tarta, en este caso, en forma de una granja (en esa época yo estaba obsesionado con las granjas y las vacas) cortesía de mi propia Harsh Mistress, que lo horneó y decoró personalmente (lo dicho, desconcertantes gestos de ternura).

El niño que está ahí, junto a mí, con su camisa amarilla, es mi mejor (¿único?) amigo de la infancia; su nombre es Zhabiani, que significa 'nube luminosa' en dialecto autóctono. Nos conocimos desde los vientres de nuestras madres (yo soy unos meses mayor) y por muchos, muchos años, él fue el equivalente moral de mi hermano.

Me gusta ver esta foto. Es la única en la que Zhabi y yo estamos juntos. En esa época, eramos inseparables, como uña y mugre. Jugábamos juntos todas las tardes y en vacaciones, desde en las mañanas. Juntos recorrimos toda la antigua Roma, montados en dinosaurios.

Al cabo de muchos años, Zhabi y yo dejamos de circular por el mismo sendero y nos bifurcamos: él es ahora un profesional con un futuro muy brillante y yo... bueno, ya saben. No nos vemos con la frecuencia de antes y de hecho, por más de una década, y por razones que no vienen al caso, él y yo dejamos de hablarnos. Aunque se recuperó el contacto, ciertamente ya no volvió a ser jamás lo mismo. Y haberlo perdido, por mucho tiempo fue un dolor que trascendió hasta lo físico. Era como haber perdido una parte de mí.

Ahora nos vemos poco (él tanpoco vive ya en esta megalópolis), casi siempre por accidente. Pero lo sigo recordando como el niño que fue, y lo importante que era para mí. Aún lo es.

Hoy, es su cumpleaños 33. Por seis meses seremos de la misma edad de nuevo. Él no lee estas páginas -- de hecho, dudo que sepa que existen- pero aún así desde esta modesta tribuna en el ciberespacio lo pienso. Éramos cómplices muy felices y siempre será parte integral de mi vida, una figura importante, un tótem bueno.

Señal en el camino que se ha dejado atrás, pero que permanece de cualquier manera indeleble, huella de pasos que dimos juntos, cuando fuimos niños.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Viaje mágico y misterioso

Tengo muchos años de ver películas de todo tipo para ganarme la vida. Esto me ha hecho volverme medio cínico; es decir, si disfruto la película que estoy viendo la disfruto mucho y si no me gusta, puedo alejarme de ella lo suficiente como para poder ver todos sus defectos. Esto me ha hecho que limite mi sentir hacia una película, que -- por razones profesionales- desconecte mis emociones y sólo observe, para luego, analizar.

Pero ayer ocurrió algo que hacía mucho tiempo no me sucedía: tuve escalofríos viendo una película. No sólo escalofríos, sino una auténtica sensación de fiebre, sin poder despegar los ojos de la pantalla; como en un trance.

La cinta en cuestión es el musical de Julie Taymor Across the universe, que conjuga unas cuantas anécdotas pertinentes a un grupo de personajes entre 1965 y 1969, que van de los astilleros de Liverpool a los priviliegiados suburbios de Connecticut, del campus de Columbia a las selvas de Vietnam, a un Greenwich Village que ya no existe, a algún lugar mágico entre las nubes o bajo el mar, todas ellas hilvanadas mediante un caleidoscopio compuesto por treinta y cuatro canciones de los Beatles.

De este modo, la Taymor, que es experta en crear alucinantes secuencias visuales -- baste ver su Titus (1999) y Frida (2002)- consigue establecer un auténtico viaje mágico y misterioso: colores vibrantes, coreografía, música y las letras que todos (o al menos, los que conocemos y queremos la obra de John, Paul, George y Ringo) conocemos. La ecuación es como un arrebato de los sentidos y sus resultados se extienden de manera viral en las butacas del cine, donde de pronto te descubres (me descubro) no tarareando, sino literalmente cantando cada tema, cuidadosamente elegido para encajar en este mosaico visual y sentimental.

El reparto lo encabeza la hermosa rubia Evan Rachel Wood (de Thirteen) como Lucy (sí, la del cielo con diamantes) y los menos conocidos Jim Sturgess (excelente en su rol como Jude Feeney, o sea, "Hey Jude"), Joe Anderson, Martin Luther McCoy y Dana Fuchs. También hay cameos de Salma Hayek (como un ser imaginario), Joe Cocker y el ultrasobrevaloradísimo Bono (como el mismísmo Dr. Robert).

La experiencia es regocijante, extrañamente iluminadora. Si bien el guión opera más bien como un pretexto para la interpretación (y prodiogiosa puesta en escena) de las canciones, toca el corazón y el resultado es de abosluto entusiasmo.

Across the universe no es una película fácil de apreciar o simple de entender. Esto poco importa; su efecto en mí fue tan insólito, la reacción tan inesperada, que ya tiene asegurado su lugar en mi colección de DVDs. Y espero, sinceramente, que su legado no se olvide, porque está ahí para ser visto y refulge, refulge como convulsas imágenes del sueño, recordándonos que no importa lo demás, todo lo que necesitas es amor.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Cómplices

¿Recuerdan que en el test puse una pregunta que planteaba el que uno de mis mejores amigos me conoció metido en un bote de basura?

La anécdota es 100% cierta. Ocurrió hace más de veinte años, cuando yo era un recluso, er, alumno, del prestigioso, ultraconservador, supercatólico y de extrema derecha Reclusorio Jumentud, digo, Instituto Juventud, sito en su tradicional plantel de Santa María de la Ribera, donde pasé los años de 1985 a 1988. No es una experiencia en mi vida que recuerde particualrmente con cariño, pero que, si tuviera que repetir lo que me tocó vivir, volvería a pasarla solamente para poder conocer de nuevo a Jesús Menéndez.

Yo en ese entonces tenía 11 años recién cumplidos y él tenía 14 -- iba para los 15. Yo estaba inscrito en primer año de secundaria y él acababa de ingresar a preparatoria, con tres años previos como alumno de esa incólume institución, que ciertamente le habían ayudado a ser un sobreviviente con experiencia.

No recuerdo claramente las circunstancias bajo las que fui a dar al bote de basura -- en este caso, un viejo barril de metal de esos que se usan para combustible-, al final de un descanso. Les puedo decir que era todavía un niño y me veía y actuaba como tal, en una escuela pletórica de adolescentes y delincuentes juveniles (¿qué? ¡Lo eran!), algunos de los cuales se deleitaban con la idea de hacerme cosas como meterme en botes de basura -- o peores, que no voy a mencionar aquí.

Ese día, entre varios me dieron el apañón (no me extrañaría que alguno fuera hoy día un policía judicial) y considerando que yo medía como 1.52 entonces, me metieron boca abajo en un bote que estaba (gracias a Dios) vacío. Yo no podía salirme y me entró pánico. Habrá durado sólo unos segundos, pero eso bastó para que yo comenzara a gritar y llorar. Entonces sentí unas manos en mis tobillos, que me jalaban hacia arriba. Yo seguía llorando y no podía parar, había perdido mis lentes en el fondo del bote y mi rescatador hizo favor de sacarlos. Era un alumno de prepa, que yo había visto de lejos, durante las formaciones en el mismo patio principal, temprano en la mañana. Cuando me dio mis lentes y pude verlo mejor, suelo describirlo, como si hubiera visto el sol por primera vez en los días aciagos de mis primeros meses en prisión, digo, en la escuela.

Jesús ("Me llamo Chucho," me dijo aunque nunca lo llamo así) me tranquilizó y me preguntó qué había pasado. Le expliqué que unos cabrones (claro que no usé ese término para describirlos, pero eso no quiere decir que no lo fueran) me habían agarrado de su puerquito y me habían metido ahí. Me pidió que se los señalara y fue a hablar con ellos. Hasta hoy, no sé qué les dijo -- él no recuerda tampoco- pero debió ser algo similar a "o lo dejan en paz o se las ven conmigo".

Desde entonces y en los años siguientes como escolapio, tuve su protección constante y su amistad, aunque en esos primeros años, ciertamente él no sabía qué hacer conmigo... pero eventualmente fue adquiriendo en la vida el rol de mi hermano mayor, mismo que aún conserva (y comparte en un círculo personal con algunos otros amigos tan íntimos para mí como él). Al paso de los años, mi adoración total por este héroe de mi tardía infancia y primera adolescencia (así lo identifico en la dedicatoria de Las Fiestas, como un primer héroe, y es que de ninguna manera podría no incluirlo en ella) se fue convirtiendo en confianza, en complicidad, en esa relación tan inexplicable que conocemos como amistad. Es muy profunda, es un afecto que no puedo clasificar. Pero es una de las personas a las que más quiero en el mundo, y lo sabe. Y no sólo por haber tendo un gesto de bondad cuando yo más lo necesitaba, en un ambiente hostil. Lo quiero por muchas otras razones, pequeños gestos, sonrisas compartidas en una sala oscura de cine, por paseos en carretera, por recibirme en su primer hogar y siempre abrirme la puerta. Por escucharme, por considerarme.

Hoy, es su cumpleaños. Él, como ya dije, no recuerda como puedo hacerlo yo, las circunstancias bajo las que nos encontramos en la vida, pero me ha mantenido en la suya, con el mismo cariño con la misma emoción que le tengo. Y cuando nos vemos, es siempre una ocasión gozosa. Y la fecha, desde que la sé, hace tantos años, no pasa desapercibida.

Felicidades, carnal. Que haya muchos más y estemos juntos para celebrarlos.

Cuenta atrás...

Me voy de aquí en unos días más.

Ha sido una estancia larga, no del todo inhóspita, aunque tampoco no del todo placentera. Ha sido un periodo de ajuste, de redescubrimiento, de conocimiento, de ansiedad, de mucho stress, de alegrías también. De cambio.

Extraño muchísimo lo que es mi casa, mi entorno, mi ciudad, mi gente, mi mar.

He estado soñando, saben, que regreso. Que estoy ahí.

Será que me he desprendido y que ahora vivo en otro lugar y que esa es realmente mi vida. O no lo sé... hay momentos en los que podría perfectamente enunciar lo que es mi vida y lo que va a ser.

Pero hay otros en los que prefiero no saber. 

Sólo sé que ahora voy de regreso a mi casa, a escribir lo que tengo pendiente, a reencontrarme con la playa, con todas mis historias.

Y me voy contento, pero tengo más ganas de volver que de quedarme.

Esa es la verdad.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

¡Qué tanto conoce a su Cane!

Aquí tienen las respuestas al Test de ayer. 

Chequen sus respuestas (los/as) que jugaron y los que lo hicieron, aún sin escribir y saquen su puntaje... algunos, estoy seguro, se van a sorprender (¡y mucho!)

*****
1) Falso. Sólo fui yo y fui hijo único por casi siete años.

2) Cierto. Se nota en las fotos... pero no duró mucho (sñif!)

3) Cierto. Soy totalmente alérgico. Un mango podría matarme.

4) Falso. ¡De toda falsedad! ¿Pues de qué me vieron la cara, oigan?

5) Falso. Y es algo de lo poco que lamento...

6) Cierto. Se titulaba Almas Perdidas y fue escrita en un cuaderno escolar. Hoy, es un manuscrito perdido...

7) Falso. No me atrevo... ¡podría volverme un drogadicto socialmente inaceptable!

8) Cierto. Desde Bambi, hay algunas que me hacen picadillo el feeling...

9) Falso. Era un mediocre jugador y ya olvidé lo que sabía.

10) Falso. Es El Bebé de Rosemary (Polanski 1968)... Breakfast es importante en mi canon, de todos modos... fue la primera película "película" que vi.

11) Falso. Pero quise, y hasta lo planeaba...

12) Cierto. Es obvio.

13) Falso. ¡Me da ansias si no puedo bañarme!

14) Cierto. Jesús Menéndez, mi carnal, me sacó de un bote de la basura cuando estábamos en secundaria. Yo tenía 11 años y él 14. Desde entonces y hasta ahora, es para todos usos y razones, mi hermano.

15) Cierto. Y el Frug, el Shag, el Mashed Potato, el Madison... y los bailo muy bien.

16) Cierto. Tuvimos que interrumpir un segundo. Eran lágrimas de felicidad, que conste...

17) Cierto. No teníamos capilla y se hizo en la explanada de un jardín público (né, calle) y no, no tomaba en serio el catecismo. Ya desde entonces era yo un cínico consumado.

18) Falso. Tengo vértigo, ergo no puedo usar patines. ¡Pero fui vendedor de periódicos y estibador!

19) Falso. ¿Cómo creen?

20) Cierto. Fue debut y despedida. Ella tenía mucha más intuición que yo, pero que conste que la quise, y mucho.

*****
Ahí lo tienen. Espero que se hayan divertido y que las respuestas les hayan quedado lo más acertado posible.

Y si no... ¡pues qué poco conoce a su Cane!

martes, 18 de diciembre de 2007

¿Qué tanto conoce a su Cane?

A ver, banda... pongámonos lúdicos.

En vista de que nos hemos estado leyendo por casi año y medio (algunos, al menos), han visto expuestas muchas veces las entretelas de quien esto escribe, así que ahora les propongo entrar a este juego. Le entra el que quiere, claro, y espero que se diviertan haciéndolo.

Voy a colocar aquí 20 preguntas. Se responden con "cierto" o "falso". Para responder, ustedes deben abrir un comentario aquí abajo y colocar su respuesta en orden descendente así: 1) Cierto, 2) Falso, etc, así hasta llegar a 20. Naturalmente, usen su memoria, lógica y olfato.

Mañana, yo publico las respuestas correctas.

¿Listos?

A ver si como roncáis dormís...

******

1.- Originalmente, yo iba a tener un hermano gemelo pero sólo me logré yo.

2.- De niño era rubio natural.

3.- Soy alérgico a toda fruta aromática (mango, guayaba, papaya...)

4.- En las cafeterías, cuando nadie me ve, desenrosco las tapas de los saleros y las azucareras.

5.- Toco el piano con cierta facilidad y la pieza que mejor me sale es Para Elisa.

6.- Escribí mi primera novela, a mano, a los 13 años de edad.

7.- Fumo mucha mariguana.

8.- Las caricaturas me hacen llorar.

9.- De más joven era un ávido jugador de tenis.

10.- Mi película favorita es Breakfast at Tiffany's.

11.- A los nueve años me escapé de mi casa.

12.- Soy bueno para relacionarme con los niños.

13.- Si por mí fuera, no me bañaría diario.

14.- Uno de mis mejores amigos me conoció metido en un bote de basura.

15.- Conozco (¡y domino!) todos los bailes de los '60: El surf, el watusi, el funky chicken, el twist...

16.- Durante una entrevista con Liv Ullmann, me emocioné hasta las lágrimas y ella se enterneció.

17.- Hice mi primera comunión en la calle (es que no tomaba en serio el catecismo).

18.- Fui repartidor de pizza en patines porque no tenía licencia para motocicleta.

19.- De pequeño, un perro me pasó sus pulgas y no se me quitaban con nada.

20.- Una vez le propuse matrimonio a una mujer, por carta. Me dijo que no, gracias.

******

¡Aquí espero sus respuestas!

lunes, 17 de diciembre de 2007

Yo, el Grinch

Sí, lo acepto. Soy un auténtico Grinch.

Donde en mi casa (o bien, la que era mi casa) la Navidad era un pretexto glorioso para metamorfosear mi espacio vital en una Winter Wonderland, yo, por múltiples razones, siento un discreto (o no tanto) horror por todo el glamour estridente de la temporada.

No me lo tomen a mal, no soy un cabrón insensible (aunque haya quien lo piensa con fervor) ni tampoco un apóstata de la alegría familiar (sic). Es sólo que a mí me provoca una extraña angustia sorda, una especie de irritación. Pero respeto la algarabía ajena, que conste.

De cualquier modo, yo no dejo de ser un Grinch.

Aunque ver la felicidad de los míos es bálsamo...

domingo, 16 de diciembre de 2007

Sólo estoy dormido

Pero despertaré al rato...

sábado, 15 de diciembre de 2007

Escalofríos

La literatura gótica fue mi primer gran amor.

Desde que descubrí libros como La vuelta de tuerca o El Bebé de Rosemary (sí, entra en el canon del gótico) o El Castillo de Otranto, desarrollé una afinidad muy peculiar con los cuentos oscuros y misteriosos, con las atmósferas inquietantes, con esa sensación extraña y horripilante, imposible de explicar.

Ahora, yo escribo mis propios cuentitos góticos (pueden leerlos en el apartado que dice "Ficciones" en la barra de la izquierda) o bien, creo que son góticos. En realidad, ya no estoy, como en mi adolescencia, desposado con un sólo género literario: conforme uno va creciendo, van apareciendo otras opciones creativas también. Así fue como yo, eventualmente encontré a otros autores y otras voces, pero nunca me olvidé de lo que era realmente mi afición, del mismo modo en que aquél que amó la literatura fantástica o la Ciencia Ficción, nunca la olvida del todo. 

Uno siempre vuelve, aunque sea en sueños de los que despierta estremecido y angustiado, a Cumbres Borrascosas.

Uno siempre vuelve a Manderley.

Uno siempre vuelve a Finisterre.

(Ya falta tan poco...)

viernes, 14 de diciembre de 2007

Quisimos tanto a Laura...

Parece increíble que hayan pasado ya diecisiete años desde que descubrí la existencia de ese pueblito perdido en las montañas del norte, llamado Twin Peaks, sito de la magistral soap opera surrealista del mismo título.

Diecisiete años, los mismos que tenía Laura Palmer cuando apareció en la playa, cerca del aserradero, muerta, envuelta en plástico.

Yo era sólo un poco menor que ella, cuando la vi por primera vez por televisión y desde ese instante surgió una obsesión. Una que disfruto enormemente aún ahora.

Laura (tal y como la encarara Sheryl Lee), que era simultáneamente una angelical teen queen que epitomizaba las burguesas ilusiones del American Way of Life y una inescrupulosa y desinhibidita piruja drogadicta -- todo en el mismo hermoso cuerpo, bajo la misma piel-, es uno de esos personajes de ficción que se te meten en los sueños y los convierten en pesadillas. Se quedan contigo, se impregnan, son referente sólo con ser mencionados. 

Hay muchos otros personajes que resultan icónicos, pero, gracias al momento específico (el invierno de 1990, ése es un momento que recuerdo como incierto, inquietate. Yo era frágil entonces, estaba cicatrizando, saben, y no sabía qué iba a ser de mí en el futuro, que es mi presente ahora pero que no veía llegar) en que apareció, este fragmento de la retorcida, oscura y espléndida imaginación de David Lynch se convirtió en parte de mi santoral personal y hoy se la sigue venerando en silencio, mientras ella, azul y aterida, sigue brillando, brillando, como una joya.

¿Ustedes la recuerdan? Si no, descúbranla. No podrán olvidarla nunca.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Sin Culpa

Estoy harto de sentirme culpable.

Y lo peor, es que siempre acabo sintiéndome culpable de algo. 
Soy, desde niño (o acaso a cinsecuencia de haberlo sido) terriblemente culpígeno. 

Pero hoy (pero hoy...) hoy estoy harto de sentirme así.

Soy responsable, sí, pero no culpable. No soy culpable de nada de lo que hago con mi vida, ni de las cosas que me han ocurrido antes o ahora. Tampoco busco señalar culpables. Eso es algo que sólo contribuye a desperdiciar mi vida en algo inútil.

Así que aquí me deshago del horripilante sentimiento de culpa que me ha estado atormentando en el estómago. Si busqué mi vida en otra parte fue por algo y ahora lo entiendo mucho mejor.

Cada quien es responsable de sus actos. Que cada quién cargue con lo suyo. Yo ya tengo bastante y no voy a seguir desperdiciando mi energía, mis lágrimas, mi vida entera, por causas que no me corresponden, por culpas que no me pertenecen. 

La culpa es uno de los peores inventos de la humanidad. Estoy harto de usarla como zapatos de hierro. 

Así que hoy declaro mi libertad de toda culpa. Mi vida está en otra parte, muy lejos de aquí. Y voy a seguirla como hasta ahora.

Pero que renuncie a la culpa, no significa que renuncie a muchas otras cosas que están unidas a ella (al menos en este caso tan personal). Al menos no voluntariamente. 

Pero si tengo que, para seguir viviendo, dejar más cosas (o personas, o recuerdos) detrás, que así sea. Sé que hacerlo me va a doler, seguro. Pero cuando deje de dolerme, y dejará de dolerme todo esto en algún momento, podré respirar de nuevo.

Y lo que más quiero, es eso. 
Respirar de nuevo el aire de mi Finisterre. 

Libre de penas, de insistencias y sobre todo, de esa innecesaria loza llamada culpa.

***
Ah, y a manera de coda, me harté también de usar negritas para dar énfasis. Me toma demasiado tiempo y me desconcentra. Ustedes seguramente comprenderán cuando haga hincapié en algo por escrito. Y como dije antes, este es mi blog y escribo como (y acerca de lo que) se me da mi real gana. 

Espero que, si ustedes quieren (les da su regalada gana), sigan conmigo en el viaje.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Guadalupe/Reyes


Pues hoy, como ya es tradición anual, comienza el Maratón Guadalupe/Reyes.

Esto quiere decir que entre el 12 de diciembre y hasta el 6 de enero, se inicia la prueba de resistencia y estamina por antonomasia entre los mexicanos.

¿Que en qué consiste

No es una carrera. O bien, , pero es una carrera de fiestas e ingestión alcohólica que comienza con la celebración de la Guadalupana (que es hoy mero) y concluye el día de Reyes. 

El maratón no sólo incluye borracheras monumentales, comilonas espectaculares (con sus consecuencias a medida), sino también derroche desproporcionado de recur$o$... pero reconozco que es una época muy divertida, tanto voluntaria como involuntariamente.

Así que, ¡salud!... y que gane el que más aguante.

(el ocurrente dibujo es obra de Garci y aparece aquí como generosa cortesía suya)

martes, 11 de diciembre de 2007

Señora Warhol

Desde que la descubrí por primera vez, hace unos diez años, la figura trágico-icónica-y-muy-chic de Edie Sedgwick, me resultó inexplicablemente fascinante.

Supongo que en buena parte, es por la conexión con Andy Warhol (entre 1965 y 1967 fueron inseparables) y por otra, es por el aura de tristeza que suele envolver al mito de esta pobrecita niña rica, también vista como un alma descarriada o un ángel con las alas rotas (bueno, de este modo la planteó la banda The Cult con la canción que le dedicaron a fines de los 80). También algo tendrá que ver, su belleza que resulta irresistible a los ojos.

Edith Minturn Sedgwick, nacida el 20 de abril de 1943, tenía suficiente "sangre azul" en las venas, como para llenar un extenso directorio telefónico, con nombres de finas amistades que contribuyeron a una escena muy específica dentro de la cultura pop: la legendaria Factory de Andy Warhol, que siempre ha sido para mí una especie de binomio ente Xanadu/Hades y cuna de muchas de mis obsesiones temáticas y referenciales.

La relación entre Edie y Warhol ha sido desde entonces y aún hasta ahora, fuente de múltiples chismes y especulaciones.

No faltan aquellos que acusan a Warhol y su freak-show (encabezado por figuras como el fotógrafo Billy Name, el cineasta Paul Morrissey, y la enormísima -- literal y metafóricamente- Brigid Berlin, alias La Duquesa, alias Brigid Polk, gorda timborota, refinada y de la más alta alcurnia, así como una troublemaker extraordinaire, entre otras decenas de groupies y hangers on) de haber arrastrado a la nenorra a un submundo de drogadicción, estupefacción y drama. Hay otros dicen que el radiante carisma de Miss Sedgwick (a la que medio en serio/medio en broma muchos solían llamar Mrs. Warhol en la época en que iba a todos lados tomada de la mano con aquél) ayudó a elevar al artista de las latas de sopa Campbell's a un mundo de más high-society y de este modo, él obtuvo muchísima publicidad totalmente gratis.

Decir quién fue el que rascó más la espalda del otro, es totalmente inútil a estas alturas del poema. Lo cierto, es que entre ambos se dio una simbiosis particular que durante esos dos años los convirtió en una especie de monstruo de dos cabezas. Hay quienes dicen que Edie era lo más parecido a la única mujer que él posiblemente quiso de algua forma similar al amor... aún si su propia miseria emocional (sí, el hombre de la peluca plateada era un genio pero también era la reinita de los emotional cripples) vino a dar al traste con su camaradería.

Después de aparecer en todas las películas sonoras que realizó Andy entre 1965 y 1967, y de convertirse en la primera de sus superestrellas (un término con el que posteriormente identificaría a todo el rebaño de The Factory), Edie conoció a un entonces muy joven Bob Dylan y se involucró emocional y sexualmente con él

No me atrevo a decir que se enamoraron, por dos razones: Edie estaba demasiado dañada de su cabecita y su espíritu como para hacer semejante cosa y todo mundo sabe que él (que presuntamente escribió acerca de ella varias de las canciones de su álbum Blonde on Blonde, entre ellas Leopard-skin Pillbox Hat y la demoledora Just Like a Woman) sólo ha estado realmente enamorado de una persona en su vida: de Bob Dylan.

Sin embargo, la relación entre ambos vino a cambiar drásticamente la dinámica de la dupla Warhol/Sedgwick y fue el factor decisivo para que la chicuela, que ya para entonces se había metido toda su fortuna personal por la vena y en forma de pastillitas, además de ser siempre la que pagaba la cuenta de las opíparas cenas (es una manera de no sentirte solo, invitar siempre a doscientos de tus amigos más cercanos a la mesa) en los mejores restaurantes de Nueva York, se decidiera a cambiar de aires.

En el '67, Edie comenzó a filmar, con John Palmer y David Weisman, un docudrama (hoy considerado de culto) llamado Ciao! Manhattan, que presuntamente, era un día en la vida de un personaje llamado Susan, mismo que ostensiblemente estaba basado en Edie. Sin embargo, durante el rodaje, a la primera actriz se le fue el avión gruesísimo, le prendió fuego a su habitación en el mítico hotel Chelsea -- eso se saca por andar fumando sus Viceroys en la camita- y sufrió una auténtica crisis nerviosa (la número diecinueve de su corta existencia), por lo que sus padres terribles intervinieron y la encerraron en un psiquiátrico de lujo en California

La película terminó de filmarse hasta 1970 y se estrenó, de modo marginal, en 1972. 

Edie se casó en julio de 1971 con Michael Post, que era más joven que ella, y a quien conoció en rehabilitación. La boda fue una última oportunidad de ser feliz, y de hecho lo fue durante algunos meses, hasta que, una noche de noviembre de ese mismo año, mientras dormía, Edie dejó de respirar y murió. Según reza la leyenda, pudo deberse a una sobredosis de drogas, aunque el reporte forense indica sólo un colapso pulmonar.

Andy no envió flores a su funeral.

Que esta criatura tan compleja haya dejado de existir con tan sólo veintiocho años, contribuyó a establecer para ella un estaus de icono. Esto se vio reforzado cuando Jean Stein y George Plimpton publicaron en 1981 el libro Edie: American Girl, una extraordinaria biografía oral que recorre el árbol genealógico de la señorita, así como impresiones de sus amigos, familia y conocidos, retratando un periodo clave no sólo en la vida de ella, si no en la del mundo (está de más decir que Warhol hizo un berrinche mayúsculo con el libro, que lo deja muy mal parado).

Hace poco, se filmó una película llamada Factory Girl, en la que Sienna Miller (en la foto) hace una magistral interpretación como Edie, cuidada hasta el último detalle, mientras que Guy Pearce se convierte, como por arte de magia, en Andy. El trabajo de ambos en la cinta es algo fascinante, como asomarse a una mirada íntima de los dos personajes en una recreación casi perfecta de un tiempo y lugar específicos.

El mito de la Señora Warhol sigue hoy tan fresco como hace cuatro décadas. A mí, personalmente, me sigue llamando profundamente la atención esta figura -- al igual que todo su entorno- y creo que, sin importar cuánto tiempo pase, es de esas luces que nunca se apagan del todo: su mortecina luz sigue brillando en la oscuridad del tiempo perdido.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Porque es amargo y porque es mi corazón...


El Corazón Caníbal
Algunas historias de amor son estremecedoras.
Pero ésta, es aterradora.

Otoño de 2008

(Y lo leyeron aquí primero)

domingo, 9 de diciembre de 2007

Domingo: cerrado


En día domingo a veces descansamos...
(Me fui a ver a los Pumas, luego vengo)

Mrs. Coulter

Nicole Kidman es Marissa Coulter en La Brújula Dorada.

El propio Philip Pullman, autor de la novela, la eligió personalmente, ya que escribió el personaje de la siniestra pero irresistible Mrs. Coulter pensando en ella... y le queda como un atuendo perfecto.

La película es majestuosa. La reseña, muy pronto.

Y, aunque de cierto que muchos amigos míos no comparten la afición (del mismo modo en que yo no comparto las suyas), sé que algunos de mis más queridos hermanos me acompañarán al grito de


KIDMAN, KIDMAN, RA-RA-RA!

viernes, 7 de diciembre de 2007

Primera vocecita

Esta entrega está dedicada 
(naturalmente) 
a mi mamá.

En aquél tiempo, cuando era yo muy pequeño, (1979 o 1980, a punto casi de iniciar mi educación primaria), una de las cosas que recuerdo me producía mayor ilusión, era sentarme en una silla de madera frente a mi madre, a su vez sentada en una con ruedas giratorias, para verla, muy rápida y precisa, teclear en una máquina Olivetti eléctrica que teníamos en casa, y en la que ella escribía los primeros cuentos que yo le dictaba.

La verdad, debo confesarlo desde ahora, es que no me acuerdo de esos cuentos ya, aún esforzándome: no vuelven a mí sus tramas, sus giros, sus vueltas de tuerca. Lo único que permanece, como prueba ontológica de su efímero paso por mi mente, es la recurrencia de dos personajes siempre llamados Jaime y Laura, cuyas aventuras se originaron, primeramente, en dibujos hechos a crayola, antes de que yo supiera cómo escribir y que continuaban de manera seriada. En el caso de los breves relatos, a diferencia de esos dibujos que mi abuelo Miguel coleccionaba en una carpeta y que hoy ya se han perdido (así pasa) no era así, excepto por la presencia perenne de Jaime y Laura, que inevitablemente siguen apareciendo en mi prosa actual, algunas veces bajo otros nombres -- con el paso del tiempo, algunas veces, serían Luciano y Estefanía o Mateo y Dorotea o Claudia y Esteban o Juan Luis y Bárbara o, nuevamente, Jaime y Laura- y un auténtico diorama de múltiples relaciones posibles entre ellos: así fueron ora hermanos, ora esposos, o sólo amigos, o víctima y victimario, acaso predadores o redentores.

La máquina de escribir estaba posada en una mesa con ruedas, específicamente diseñada para soportar su peso (era voluminosa y gris. Posteriormente sería substituída por una IBM con esferas de distintos tipos de fuente, pero eso sería años más tarde, cuando yo ya podía mecanografiar por mi propia cuenta), en la habitación amplia en medio de la casa donde crecí, que algún día sería el último dormitorio de María, la abuela, donde ella comenzaría lentamente a apagarse, mucho, mucho tiempo después.

Pero en el tiempo del que hablo, era una especie de lugar sagrado para mí: evidentemente, no me era permitido acercarme al aparato, al ser éste eléctrico. Incontables y truculentas historias de niños desobedientes que habían muerto repentina, brutal y dolorosamente electrocutados por atreverse a tocar un enser de estas características, me habían sido relatadas con tono ominoso y de advertencia por mi Harsh Mistress, que se encargó de inculcarme temor y reverencia por esta clase de prodigios tecnológicos que operaban más allá de mi comprensión.

Como dato extra, debo decirles que María siguió viendo con desconfianza esta clase de maquinaria aún cuando yo ya era adulto y me acercaba inexorablemente a la edad que mi madre tenía al sentarse a tomar mi dictado

Mis laptops le inspiraban cierto conspicuo recelo y aseguraba que podrían dejarme -- aún más- ciego, o que podrían darme una descarga en cualquier chico rato, al cambiar el voltaje sin previo aviso o bien, que afectarían para siempre mi postura, dejándome más jorobado que el proverbial e imposible retoño de Quasimodo, de haberse apareado éste con la inefable Rina (para quienes no pescan la referencia, hablo de un personaje interpretado en la popular soap opera homónima, transmitida con gran éxito en los 70 y repetida hasta la ignominia, por la eximia Ofelia Medina; una joven vendedora de flores de papel, muñecas de trapo y cachitos de lotería, que además era notablemente jorobada, y quien, casi al final de la kilométrica emisión, era sometida a milagrosa "operación" que le corregía la fea joroba y la dejaba convertida en auténtica chica ye-yé que podía usar trajes de terlenka y caminar erguida y orgullosa del brazo de su galán, Carlos Augusto, el afectadísimo pero muy efectivo Enrique Álvarez Félix, un engominado pusilánime, quien se harta de humillar a su mujer-camello, para ahora sí, aceptarla y llevarla al pie del altar como Dios manda, toda vez ésta pierde el defecto fisico que la hacía grotesca, mismo que en la vida real es imposible de remover, para enorme desencanto de un madral de jorobaditas que acudieron presurosas a Televisa, preguntando cándidamente por los datos del formidable galeno que había realizado semejante intervención, que era tan sólo un vil elemento de la trama de la telenovela).

Pero mi madre sí que podía encender la máquina, y cuando lo hacía, ésta comenzaba a emitir un zumbido bajo que era el anuncio de que era el momento de comenzar a contar una historia. Entonces yo me sentaba y comenzaba, una especie de Scherezada prepúber con pantalones cortos y chamarra verdeamarilla de los Packers de Green Bay -- nunca me ha interesado el futbol americano, pero me gustaban esos colores- que iba deshilvanando su relato, mientras los dedos de mi madre volaban por el alfabeto del teclado, como si éste fuera una extensión de sí misma, y con su ortografía impecable -- que mi madre cometa una pifia ortográfica es menos frecuente que una luna azul- ella asistía al rito inicial de mi vocación.

Así, ella colocaba los puntos, los tildes y las comas donde hacían falta, abría signos de interrogación o de admiración según fuera el caso. Identificaba qué personaje hablaba siguiendo mi pista: yo interpretaba a todos los participantes: Jaime hablaba así y Laura hablaba así y el malo hablaba así y la chica que iba a morir desangrada por el vampiro hablaba así y el capitán del barco hablaba así (un barco, porque había un barco) y el perro hablaba así... Mamá opinaba, también. Era una crítica observadora, que colaboraba. ¿Por qué de repente este personaje o ese otro era inconsistente? ¿No se parecía un poco esta trama a algo visto en la TV recientemente? ¿No sería mejor algo más original? 

A veces, cuando aún vivía, Miguel venía a sentarse a oírme dictar el cuento. Mi madre algunas veces se reía conforme yo dictaba, pero procuraba mantener la compostura, igual que aprendió cuando tomó cursos en el internado, mucho antes de que yo fuera una idea en su cabeza o de que conociera a mi padre. Luego, juntaba las páginas cabalmente rendidas y las entregaba a mi abuelo-cómplice, que las leía y daba su visto bueno, o deploraba lo pobre del ejercicio, exhortándome a mejorar en futura ocasión. Los dos sabían, aún antes que yo, que ya era escritor.

Esa primera vocecita sonando mientras ella teclea, todavía hace eco ocasional en mi mente, mientras tecleo. Se dejaba oír, mientras escribía mis primeros cuentos de adolescente, ya por mi cuenta, o cuando escribí febrilmente el primer borrador formal de Las Fiestas... o cuando escribo esto de madrugada para que ustedes cada mañana lo lean

No es importante la vocecita en , ya dije, no recuerdo bien a bien qué decía. Lo que recuerdo, es a quién le hablaba, para quién creaba ese mundo que con la magia de sus dedos se volvía real mediante ese armatoste zumbante y magnífico que tragaba hojas de papel bond y lo convertía en otras cosas.

Esa primera voz, que le hablaba a ella.