miércoles, 28 de febrero de 2007

Miguel a veces


A veces me descubro caminando por la calle sin saber qué calle es y qué estoy haciendo ahí.

A veces lloro mientras estoy dormido, pero no recuerdo con qué estaba soñando.

A veces me empiezo a reír a carcajadas sin motivo aparente, movido por las cosas más simples.

A veces me siento en el portal de un edificio y veo a la gente pasar delante de mí.

A veces les invento una historia, una aventura hacia la que se dirigen.

A veces bajo el tono de mi voz y finjo ser hetero. No sé por qué.

A veces grito y manoteo en un aparente ataque de delirante gozo.

A veces sueño despierto.

A veces me lleno de furia.

A veces me invade la ternura.

A veces hablo demasiado.

A veces no sé qué decir.

A veces tengo miedo.

A veces tengo un cansancio inexplicable.

A veces soy estridente.

A veces soy inescrutable.

A veces me veo desde arriba mientras camino.

A veces hago pactos con Dios.

A veces me echo a correr.

A veces quisiera nunca volver.

A veces duermo hasta tarde.

A veces no puedo dormir.

A veces despierto sonriente.

A veces...

martes, 27 de febrero de 2007

Si una noche de lluvia un vecino...


Iris y Bruno dormían plácidamente, a eso de las 3 de la madrugada, cuando unos salvajes gritos los apartaron bruscamente de los brazos de Morfeo.

Bruno, aún entre sueños, refunfuñó: "¡Qué joda! ¡Yo no me levanto!", y se cubrió por completo con las cobijas para tratar de volver a dormir.

Los gritos de "¡Vecino! ¡Vecino!" se volvieron a escuchar, sólo que con mayor insistencia.

Iris, con el sueño espantado, preguntó con preocupación: "Mi vida, ¿no vas a ver quién es?"

El hombre, con tal de complacer a su mujer, saltó de la cama, bajó las escaleras y desde el portal gritó: "¿Quién es?"

"¡Vecino! ¡Soy yo, Gregorioooo!, ¡Hip!" dijo una voz casi ininteligible y entrecortada por el hipo; "Vecinooo, hip, por favor, me podría dar un empujoncito? ¡Hip!....

"¡No! No me moleste! Pasan de las tres de la mañana! ¡Además está lloviendo mucho! ¿Cómo es posible que se ponga un pedal semejante y despierte a la gente decente y bien educada con sus impertinencias? ¡Imbécil!" y acto seguido, azotó la puerta.

Cuando volvió a su habitación le contó a su esposa lo ocurrido, y ella le reprochó: "¡Pero Bruno! ¡Mira que te desconozco! ¡Parece mentira! ¿Cómo pudiste hacerle eso al pobre? ¿Acaso ya se te olvidó la noche que cayó tremendo aguacero y el coche se descompuso? El vecino amablemente se ofreció para ir por los niños a casa de mi mamá. ¿Qué hubieras sentido si ese día hubiera reaccionado con nosotros de la misma forma que tú ahora?"

"Pero es que, mi cielo, si está borracho..."

"¡Pero eso no tiene nada qué ver con que hoy te necesite! ¡Debería darte vergüenza! ¿De dónde me has salido tú tan mezquino e intolerante?"

Con semejante regaño, el hombre comenzó a sentir remordimientos, por lo que se vistió, bajó otra vez las escaleras y fue a buscar a su vecino al jardín comunitario, pero como estaba muy oscuro y llovía, no lo podía ver, así que tuvo que gritar a su vez: "¡Vecinooooooo! ¿Todavía necesita el empujón?"

"Ss-siiii, amigoooo.. ¡hip!... ¡Por favoooor!"

"Oiga, pero, ¿dónde está que no lo veo? "

"¡Aquiistooy!... Hip, hip ¡En los columpioooooosssssss!"

lunes, 26 de febrero de 2007

Alfombra Roja


A las 12 pm del domingo... esta era la alfombra

A las 5 pm, estaba reventar de tuxedos rentados
Hubo algunas viejas amigas...

...nuevas amigas...

Reinas sin corona, pero con harto plumerío

Por ahí anduvo Sir Peter, es decir, Lord Jim...
...y alguna deslumbrante luminaria...

...alguna diosa ya madurita...

y un divo que "no quería prensa, no quería prensa"

Donde otros son sencillos y accesibles

Otros son Íntimos Extraños

...no faltó algún rayo de sol entre tanta estrella...

...Y al final, una verdadera Reina iluminó el press room

domingo, 25 de febrero de 2007

California Suite



People are afraid to merge on the freeways of Los Angeles




...and on a clear day, you can see forever...
***

Papá hoy cumpliría 97 años.

sábado, 24 de febrero de 2007

Mia/Interpol





Esto fue un verdadero hallazgo que me fascinó, me rompió los esquemas, me capturó y me tiene como rehén.

Nunca me imaginé que pudiera haber tal fearful symmetry (Blake, Oh, Blake) entre el rock and roll y mi ícono personal más amado.

Observen, por favor, cómo la joven madre, en ese Manhattan de cuento de hadas [siniestro], mismo que ha dejado de existir, se mueve y respira, perfecta y viva como recién salida de un poema de Sylvia Plath o de Anne Sexton.

Poesía en movimiento, la tensión del piano in crescendo, Mia, pálida y temblorosa.


Rosemary,
Heaven restores you in life...

Tú vendrás conmigo a través de la edad, el miedo y el caos.

Es la sonrisa en el empaque,
son los rostros en la arena.

Ha tomado toda una vida, sin compañero de celda...

Tal vez sea demasiado Jack Daniels, o demasiadas rocas.

O demasiado miedo de ir al infierno, que es un lugar en la tierra llamado Los Ángeles, California.


Salve Rosemary.

Salve, todos nosotros.

viernes, 23 de febrero de 2007

Whisky, Ginger, rocas




Me gusta el whisky.
Cuando tenga mi propia casa (que no falta mucho), lo que nunca faltará -- aparte de otras cosas, pero en el sentido de ambrosía- será una botella de Whisky en la despensa y una botella de champagne en la nevera.

Supongo que me gusta por razones sentimentales (sí, soy un sentimental): mi abuelo Miguel lo tomaba en las rocas, antes de la comida. Le gustaba el escocés (Chivas Regal) y el de Malta (Glenfiddich). Muchas veces lo ví levantarse del piano de cola para ir hacia el carrito de bar, servirse un medio vaso y ponerle hielo. A veces, si hacía calor y estaba de humor, mi abuela María se acercaba a la sala y le pedía un vaso de highball (aibol como yo le decía) que era lo mismo, pero agregándole un sifonazo de soda a las rocas (el agua soda no venía en botellas comerciales sino que siempre estaba en unos sifones azules que decían "Selzer"; ¿dónde habrán ido a parar?).

A mi papá le gusta el tequila, mi madre más bien bebe vino (ocasionalmente Martinis, pero no de ginebra, sino de vodka) y a Mónica no le gusta el whisky, por lo que las botellas que a esta casa llegan, habitualmente las compro yo o si nos las regalan, por default me tocan a mí.

Eso está bien. Casi nunca bebo. Y casi nunca bebo vino.

Con el paso de los años, esta afición ha ido adquiriendo ciertas modificaciones y características y acabó por convertirse en una de esas cosas por las que se me identifica fácilmente: por ejemplo, si salgo a casa de alguno de mis amigos (as), sé que lo que me van a ofrecer para beber es whisky. ("¡Mi vida!" me dice Hanna cuando le llamo para confirmar mi asistencia a su mesa: "¡Ya compré whisky!")

Como dije, soy un sentimental. Fue por mi amiga Marcela, que comencé a tomarlo mezclado con Ginger Ale (así es como más me gusta). Y comencé a tomar Bourbon, porque la noche que conocí a Lusin y Jack, eso es lo que bebimos (algo de culpa tendrían otros escritores antes que nosotros) en bares de Madrid. Las rocas, me recuerdan a mi abuelo, que solía hacerlas tintinear mientras agitaba el vaso con la mano, de manera circular, mientras hablaba.

Bebo whisky cuando estoy muy contento.

Algunas veces (menos), lo bebo si estoy tristeando.

Lo bebo mientras escribo.

O mientras otros me cuentan de lo que escriben.

Casi siempre lo bebo de noche. Como hoy, que está tan oscuro (y tengo mucho qué escribir)

Salud,
sàinte!

shanthi, shanthi, shanthi
.

jueves, 22 de febrero de 2007

Michael Cunningham: el hombre que mira dentro


Algunas veces la entrada de alguien que va a hacer una diferencia en tu vida, aún si sólo es del modo indirecto en que el arte nos transforma, de manera tan sutil que ni lo notamos, no es con fanfarrias ni con una sensación de importancia... lo que es más, cuando sucede ni cuenta nos damos de que la vida cambió, hasta mucho después.

Esto me ha ocurrido, en este sentido, con algunos escritores como Sylvia Plath y Roberto Bolaño [aunque a Sylvia la conocí yo solo, y al Detective Salvaje me lo presentó un amigo], y a quien en este caso me refiero: Michael Cunningham.


En el 2000, que parece fue hace tan poco tiempo (y sin embargo, se siente tan lejeno también), en una librería en Washington DC, estábamos matando una tarde antes de entrar al cine, cuando Michael King se me acercó con un libro y me preguntó si lo había leído.

-¿Cuál es?

- Éste.


-No,-dije yo.

-No lo conozco...

Michael compró el libro para mí y comencé a leerlo esa noche en casa, cuando volvimos del cine. Recuerdo que me senté en el sofá mientras él preparaba algo de cenar (le gusta cocinar y verlo en ello es sorprendente); a duras penas pude levantarme del sofá para sentarme a la mesa. Sólo quería volver a la casa de Laura Brown en un suburbio de Los Ángeles en 1949, volver a la casa de Virginia Woolf en 1923, volver al apartamento de Clarissa "Mrs. Dalloway" Vaughn en el Manhattan de esa mañana.

Quería volver a las palabras, a las escenas, a los personajes. Hacía años que una novela no me atrapaba de ese modo. ¿Quién es este hombre? ¿Cómo es que escribe ésto? [las mismas preguntas que me haría unos cuatro años después, al leer 2666, pero esa es una historia para ser contada otro día]... sentía que Cunningham podía ver dentro de mí, que había estado esculcando mis cajones más íntimos. Que sabía quién era yo y que había escrito esa pequeña, esbelta y peligrosísima novela, para mí.

No me fui a la cama hasta que acabé -- rara vez me pasa eso con un libro; por lo regular, si me gusta, procuro postergar el desenlace por varios días, no sólo clavándome en las texturasm sino fijándome también en los colores, en la forma de las letras, de las oraciones, de las frases. En los pasos de los personajes y sus voces.

Pero con ésta era como un festín inacabable, intoxicante. Cuando me metí en la cama, estaba llorando. Sé que Michael se acuerda, lo hemos hablado. Tuvo que consolarme como a un niño, mientras yo me deshacía en llanto ante estas tres mujeres tomadas de la mano. La misma reacción la tuve tiempo después, con la misma historia, al ver la versión fílmica, tan exquisita, que había hecho Stephen Daldry con Kidman, Moore y Streep.

Tanto me gustó esa versión, que la ví cuatro o cinco veces en el cine. Pero esa es una historia, igual, para otro día. Lo que puedo decir, es que en esas ocasiones, había un valor agregado: a la historia, estaba anexo el recuerdo del regalo y del amor con que se dio.

Mismo que se terminó, o bien, se recondujo.


Cuando tuve que volver a México, compré otro libro de Cunningham para acompañarme en el camino. Así me involucré con Un hogar en el fin del mundo, que es una novela anterior a Las Horas. La disfruté más pausadamente, entre lecturas de la otra novela. Encontré que me gustaba el manejo estructural y de lenguaje que hacía con una narración más intimista, casi autobiográfica. Fue una pauta y una ayuda, años después, para escribir lo mío. Conocer las teclas del piano, pero componer tu propia pieza.

En esa novela, encontré una de las frases que más me emocionan:

Quizá nunca nos recuperamos del todo de nuestros primeros amores; tal vez, en la extravagancia de nuestra juventud, obsequiamos nuestra devoción fácil y arbitrariamente, con la errónea noción de que siempre habrá más para dar.

Leer la frase me removió muchas cosas y me habló como si de un espejo se tratara, expuesto ante mí. ¿Quién es este hombre? ¿Cómo sabe lo que siento?

El más reciente libro de Cunningham, Specimen Days, lo compré (de todos los lugares del mundo) en Gijón, antes de hacerme a la aventura egipcia. Había leído algunas reseñas al respecto, pero no me había sentido tan irresistiblemente atraído a su trama, como lo hice con las otras. Sin embargo, ya en el Moon River me sorprendió encontrar tres textos interconectados de algún modo con Walt Whitman. El pasado, el presente y el futuro. Niños hermosos convertidos en máquinas. Mujeres temblorosas de miedo y de deseo. Nuevamente, ese manejo extraordinario de lenguaje.

Escenas de otras vidas, y sin embargo, extrañamente familiares.


Admiro profundamente a Cunningham.

Me gustaría poder descubrir, cómo ha hecho para asomarse dentro de mí, para descubrir mis secretos, poder convertirlos en la tela con la que trabaja para crear estos cuadros de palabras tan extraordinarios.

Pero tal vez nunca lo haga.

Pienso que disolver el misterio no tendría caso, cuando tengo la oportunidad de adentrarme en sus textos, caminar por los corredores de su galería. Disfrutar y aprender.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Ser y no ser


Hay muchas cosas que uno es, y otras que uno (de plano) no es.

Conforme mis amigos me van conociendo, van descubriendo cómo soy realmente -- más allá del encanto aparente a primera vista, que me fue inculcado (lo admito) en mi infancia, como mi mejor carta de presentación. Hoy día, sigue siendo algo que es parte de lo que soy, pero no es todo lo que soy.

Soy alborotado, exagerado, teatrero (aunque esto no necesariamente significa que voy mucho al teatro, sino que significa que soy más bien teatral en ocasiones con mi comportamiento; aunque ojo, esto no significa que sea hipócrita, sino que soy muy teatral en mis gestos y actitudes, como si estuviera ante un público, ¿me explico?), arrebatado, polite [cuando me pongo muy nervioso, soy extremadamente polite], lo mismo espontáneo que calculador (aunque ojo: aquí calculador no significa frío, sino que mido los riesgos antes de lanzarme, pero no es todo el tiempo tampoco), estridente (sí), vibrante y jovial. Y a veces, abrasivo, vivaz (locuaz) y sensacional (ista).

Me han dicho también que soy bueno y dulce y sensible, pero eso no lo sé, porque eso no puedo medirlo yo: eso es cómo me ven los demás y lo perciben a través de mí. Yo lo tomo por parte de quien me lo dice como algo auténtico, pero no necesariamente es elogio en boca propia, que me enseñaron, es ultimadamadremente, un vituperio.

Como sea, hay cosas que no soy y entre ellas están: diestro con las manos, intrépido, cobarde o traidor. Tampoco soy hipócrita... o bien, alguna vez lo dije en público (y no crean, me remuerde la consciencia) porque no quise decir hipócrita, sino más bien, diplomático. Es algo que tuve que aprender con los años (y más cuando se es subordinado de alguien volátil, errático o de a tiro pendejo) y que implica el mantener una fachada serena y tolerante ante situaciones que uno detesta, pero que son mal necesario. A esto he catalogado alguna vez como hipocrecía, pero ser realmente hipócrita y mentir (no enjoyar el elefante, eso es otra cosa) con la sola idea de chingar, no. Eso si que no.

Como sea, esto viene a colación, porque estaba pensando hoy en lo que somos y lo que no somos y lo que mucha gente cree que somos y que resulta ser que no. En específico, lo que nos marca una separación de gente con quien tuvimos una relación muy cordial, incluso amistosa y divertida y hasta un tanto cómplice, pero que alcanza su límite ante circunstancias que no están en nuestras manos.

Un amigo mío, muy cercano, estuvo casado algunos años con una chica que me caía bien. El que mi amigo la amara -- lo suficiente como para tener un hijo con ella y hacerla su esposa- para mí era suficiente como para considerarla por extensión mi amiga. Y ella, sabiéndome tan cercano a su cónyuge pensó que mi buena relación con ella era sinónimo de ser su incondicional y que podía entonces desahogarse de todo lo terrible que mi amigo le hacía.

No diré que aquél era un modelo de rectitud ni un santo, pero las cosas de dos, son de dos y aunque no niego que soy cotillo (de lo peor), procuro no meterme realmente tampoco en asuntos de pareja... o bien, no intervenir demasiado más allá de apoyar.

La eventual separación de mi amigo y su esposa, fue algo realmente traumático para todos los involucrados (el niño, ella, mi amigo, sus familias y en cierta extensión, yo). En algún momento, ya separados, coincidí con ella y me acusó de deslealtad y de traición.

- Lo siento, pero no, corazón. El que avisa no es traidor.

(La otra): -¿De qué me hablas güey?

- Tú ya sabías que las cosas estaban mal, pero igual querías seguir en Disneylandia. No, chiquis. Así no se puede. Y no puedes acusarme de deslealtad ni de traición, porque en resumidas cuentas, mi amigo es aquél. Te compadezco por el mal golpe, pero tan responsabilidad suya como tuya. No te me vengas a rasgar las vestiduras ahora, que no te queda.

(Zaz. A lo mejor me vi medio hijo de la chingada en ese momento, ahora que lo pienso... y esa es una de las cosas que sí soy: encabronado, soy bastante ojaldrita, si puedo)

Como sea, ese fue un caso. Otro, más reciente, no tuvo los alcances de este, ni tuvo hijos involucrados, pero lo mismo, también me cabreó y me hizo marcar la raya, resultando en que me acusaran de mal amigo y de injusto.

No voy a entrar en muchos detalles, pero la cosa es así. Una pareja amiga mía (en este caso, ambos miembros lo eran por igual, lo que resulta importante) decidió separarse bajo circunstancias traumáticas también, incluyendo elementos bastante corrientes e inclusive hasta peligrosos.
Digamos que una parte -- movida por su juventud, su deseo de thrills (aunque fueran cheap thrills) y posiblemente (esto no me consta pero apuesto 5 a 1 a que así fue) mal asesorado por alguien ocioso e irresponsable- decidió lanzarse a la sombra refrescante del árbol del adulterio.

El problema de 200 kilos vino cuando decidió que se había enamorado del interfecto/a con quien tuvo su amour, pero jugaba a dos puntas, corriendo el riesgo de infectar a su pareja estable de una enfermedad crónica, sin decirle nada, hasta que decidió romper con su pareja de años de la noche a la mañana in the name of love.

Hay cosas que uno puede considerar tolerables y otras que no.
Pero existe un módico de respeto básico, básico, creo yo. Y hacer ciertas cosas no se vale.

Dejar a la persona con la que estás porque te has enamorado de alguien más, me parece a todas luces algo muy qui fort, pero dadas las circunstancias, inevitable y hasta comprensible.

Lo que me parece imperdonable (y conste que no se trata de hacer un lapidario juicio moral, sino simple y llano sentido común), es que pongas en peligro a alguien que te quiso/quería, y que la hagas sufrir por partida doble, al ser lo bastante irresponsable, como para exponerla no sólo a un contagio, sino a un trauma.

A la disolución de una relación, los amigos somos repartidos como libros, como plantas o como souvenirs. Éste para ti, éste para mí. Por desgracia es inevitable. Y a veces no hace diferencia, todo depende (cuando una amiga se divorció, lo único que yo lamentaba era no recordar la cara de su ex-marido, para poder patearle las pelotas y luego los dientes si me lo encontraba en la calle).

En esa ocasión, no fui repartido. Y tampoco es que tomara partido. Por simple sentido común (algo que me sorprende ver le falta a mucha gente en el mundo), apoyé a uno de mis dos amigos y acto seguido, la otra amistad (aún si era en muchos sentidos más estrecha) quedó en un impasse y eventualmente, se congeló.

Sé que este antiguo amigo (el hoy ex de mi amigo), me señala como injusto, como juez y verdugo; en su momento me criticó y lo acepto (dios sabe que yo he hecho exactamente lo mismo: criticarlo a él y criticarme a mí mismo). Pero no seré acusado de ser injusto por eso.

Todos somos responsables de nuestros actos.

Un mínimo de sentido común ayuda y aunque hay veces que no podemos hacer nada para prevenir la debacle (como nos sucedió a varios con un monstruoso cyberstalker), siempre puedes detenerte a pensar en los demás. Igual puedes recibir un mal consejo de alguien ególatra y estúpido (nunca falta alguien así), pero también debes ejercer tu propia autocrítica. Pensar por tí mismo.

Así, alguna vez me volví desconocido para algunos y he aprendido a vivir con ello. ¿Que soy muy duro? Igual y tal vez lo soy.

Pero sí hay algo que no soy y eso es mal amigo.

Prefiero volverme un extraño, antes que eso.

martes, 20 de febrero de 2007

Miss Mimesis


¿Nunca les ha pasado que sienten que no saben cómo sucedió, pero de repente se han convertido en su madre? O bueno, si no en ella, en alguien muy cercano, quizá un amigo (a), un maestro, algún compañero de trabajo… esto es la mimesis, que no es otra cosa mas que la forma de adaptar los hábitos de alguien más y volverlos nuestros, a veces de manera inconsciente.

Esto puede ser simpático – conozco parejas de casados que incluso comienzan a parecerse físicamente después de llevar mucho tiempo (acaso décadas) juntos-, pero otras veces puede ser algo hasta, dios nos guarde, escalofriante

Les contaré lo que le pasó a una amiga que solía tener hace algunos años.

Hoy día ya no es mi amiga, de hecho ha ingresado a ese territorio que clasificamos como “conocidos”, la gente que nos encontramos en el super y saludamos con sonrisa polite, pero que realmente muy poco o nada tiene que ver con nosotros.

Pero divago. La cosa es el mimetismo.

Y en el caso de la Güera es realmente espectacular.

A los 30 y pico, la Güera, princesa única de una dinastía bohemia local, tiene un pequeño problema. Conforme avanza el tic-tac de su reloj biológico, se pone peor: no sabe, de plano, qué onda con su vida, ni cuál es su lugar en el mundo. No tiene aún idea de qué va a hacer con su persona.

Quizá esto se deba a que, por considerarla brillante in extremis desde que abrió la boca por primera vez, su familia nunca le exigió y se dio el lujo de ser diletante con viajes a Luxemburgo y cenas en París. Conoce museos al dedillo y es sensible, pero nebulosa, desordenada y muy self-centered, amén de muy envidiosa e incapaz de alegrarse por el triunfo ajeno, aún si no es realmente un mosntruo (conozco algunos y ella no lo es).

Si a esto aunamos que suele azotarse sin motivo aparente – y no sólo porque se parece a Liv Ullmann - y quedarse tirada en posición fetal por horas (como en Ankiste mot Ankiste, de Bergman) la cosa es seria. Será por eso que ha adoptado una especie de mimesis como mecanismo de sobrevivencia… aunque en su caso es algo realmente fatal… como ahora verán.

Como ya he señalado, la Güera tiene autoestima del tamaño del huevo de un colibrí e igual de frágil y delicada.

Al principio, sus amigos nos preocupábamos. Pasaba de andar por ahí cantando Dominique, nique, nique, a tirarse en cualquier rincón, totalmente aplatanada, con la mente envuelta en plástico.

Así fue hasta que conoció a su actual novio, un tipo pesado como collar de papayas, que cada que abre su prógnata boca, procede a dar categórica cátedra y sus vetarrezcos blablablabs pueden durar horas.

Anexemos que el gafapasta pedante presume de sibarita y de no haber visto un solo programa de TV mexicana desde 1988 y se darán cuenta de que no era por su cacariolo cutis que le hacían el feo en la escuela.

No obstante su vetarreo constante y omnitemático (el tipo tiene una opinión para todo) se coló al ecléctico corazón de la Güera. Fue, por ponerlo de un modo fácil de ejemplificar, como cuando el ron se encontró con la coca.

Lo malo vino cuando la Güera aplicó su mimetismo con él y se convirtió en la Princesa Gafapasta.

Ahora, es de rigor verla con gesto de amargura y oírla decir que todo lo que no está a la altura de su vida (o la de su vetarrito fantoche) es pura mierda. Lo peor es que sueña con una boda blanca y los consabidos hijitos, algo que tamaño loser no piensa ni de chiste cumplirle (a duras penas pudo sonsacarlo para irse a vivir juntos).

En tanto, la mimesis sigue y los que alguna vez quisimos bien a la Güera vemos, no sin un cada vez más apagado dejo de horror, que se va perdiendo cada vez más en un brumoso espejo y sabemos que una mañana va a despertar de mediana edad, hueca como decía T.S. Eliot… y lo peor de todo, convertida en él.

Y lo más triste de todo, queridos detectives salvajes, es que ya no hay nada que ninguno de sus viejos, extraviados amigos, podramos hacer para salvarla. No le queda uno solo. ¿Qué futuro le queda sino el evidente?

Ese arroz ya no sólo se coció, sino que se pasó de cocción…

... en fin, extraños caminos del [quesque] amor.

lunes, 19 de febrero de 2007

A lo que hemos llegado...




24 millones de discos después, ahora Britney ha terminado en ésto: una pobre criatura patética que sufre una espectacular y muy pública crisis nerviosa en un salón de belleza de segunda en Tarzana (California); colocada hasta la peineta con jarabe para la tos y sin rastro alguno de sus dos infantes (botados con alguna nanny), ni de sus padres, que están muy ocupados llevando cheques al banco mientras esta émula del Tío Lucas baila tan rápido como puede.

Minutos después, con la cabeza a rodilla y trastabillando, salió a confrontar a los paparazzi, gritándoles que "lo hizo por culpa de ellos" y acto seguido, procedió a hacerse diversos tatoos en el cuerpo.

Esta es una de las muchas cosas que me dan mantequilla qué untarle al pan tostado en las mañanas y ni hablar, es mi trabajo... pero, ¿siento compasión, lástima o ya de perdida, un mínimo ápice de empatía por esta exhibicionista [en todos los sentidos, no olviden que anduvo enseñando el yoyo hace poco... ahora arriba y abajo están a juego, if you know what I mean.] mediocre, con limitadísimo talento vocal y ahora nula simpatía, carisma o sex appeal?

No. No siento nada.
Ni siquiera la más básica lástima de ver a alguien tocar fondo.

Y no es por inhumano, no.

Es sólo que me pregunto, ¿esta pirujilla tendrá consciencia de que hay un mundo en otra parte?... si no, y si no le importa un carajo lo que le pase a otros (incluyéndome a mi, siendo que ni siquiera sabe que uno existe)... ¿debería importarme?

Examino un poco mi consciencia, trato de elicitar alguna emoción más allá de un momentáneo y arrebolado morbo... y no lo consigo.

O una de dos:

1) Mi proceso Kubrickiano fue un éxito y ya no tengo trabas como la sobrevalorada bondad que me impida vivir mi vida completamente deshumanizado, convertido en un superjuguete para todo el verano.

2)Sigo siendo el mismo, pero mi paciencia con ciertos aspectos de mi entorno -- aunque sea de referencia cutural mediática- ha encontrado (como el infinito, según Mafalda) su límite.

Como sea, ahí les dejo esta imagen que reza; repeat after me: Koo-koo!

domingo, 18 de febrero de 2007

Cosas de casados


Un brillante científico y su esposa, decidieron irse de fin de semana a acampar por la provincia.

Al caer la noche, luego de una buena comida y una botella de vino, se fueron a dormir.

Algunas horas más tarde, la esposa se despertó y codeó a su marido:

- Enrique, mi vida, mira el cielo y dime lo que ves

- Veo millones y millones de estrellas, Silvia.

- Y eso ¿qué quiere decir?

El marido pensó durante un minuto y dijo:

- Astronómicamente, quiere decir que hay millones de galaxias y potencialmente billones de planetas. Astrológicamente, veo que Saturno esta en Leo. Cronológicamente, deduzco que son aproximadamente las tres y diez según Greenwich. Teológicamente, puedo ver que Dios es todopoderoso y que somos pequeños e insignificantes ante su poder. Meteorológicamente, sospecho que tendremos un hermoso día mañana, que clareará a eso de las seis... y tí, ¿qué te parece?

La mujer calló durante un minuto y luego dijo:

- Que eres un imbécil. ¡Algún infeliz ratero nos ha dejado sin tienda!

sábado, 17 de febrero de 2007

Imágenes Preciosas: Sixteen Candles




No me pregunten por qué razón, pero ésta es una de las escenas que con mayor alborozo recuerdo de mi niñez. De hecho, forma parte de la lista de mis escenas memorables y favoritas, de aquellas que tengo cercanas al corazón, que también tiene, como ustedes bien lo saben, su propia memoria.

No sé de qué forma consiguió escalar entre las favoritas, muchas de las cuáles ya he montado aquí bajo el rubro de imágenes preciosas; porque eso es lo que son en cierto modo para mí, fragmentos irremplazables de una vida: así sean parte de un magnum opus de Polanski o Hitchcock, o hasta los últimos frames de ésta película de John Hughes.

¿Qué puedo decir?
¡Crecí en los años 80! Y todo mundo sabe que crecer en esa época era un permanente estado de shock.

Esta escena de Sixteen Candles; el encuentro entre Samantha Baker (Molly Ringwald, como la quintaesencia de la adolescente fílmica de su era) y el icónico Jake Ryan (el hoy retirado Michael Schoeffling), tiene para mí, de manera muy vivencial y particular, un aire de inocencia que las películas de adolescentes de hoy ya no capturan; el mundo es otro, nuestros miedos son otros [¿qué padre permitiría hoy día que su hija se subiera al coche deportivo rojo de un muchacho que no conoce, como lo hace el siempre sólido Paul Dooley?] y sin embargo, queda este vestigio de nuestros antiguos deseos, nuestras casi-del-todo-olvidadas imágenes de adoración.

La última toma, con la música de Thompson Twins (If you were here/I would deceive you/ If you were here/ You would believe) me llena de una emoción complicada, cercana a la ternura, a la identificación (oh sí, éste escribano también fue en cierto sentido un poco esa chica tímida enamorada en secreto del más popular de la escuela), al gusto de la nostalgia. No recuerdo cuándo vi por primera vez ésta película, pero lo que sí sé de cierto (no lo supongo) es que cada vez que la veo, anticipo esta escena, que provoca en mí un salto de gozo, de ternura, de alegría incluso.

Y eso es lo que hace para mí una imagen preciosa. Algo que, en todo su conjunto, así sea sólo el fragmento de una película -- de un humor más bien malito, ¿eh?- vive en mi memoria, resplandeciente como una pequeña joya.

viernes, 16 de febrero de 2007

ABCane - versión Cinema

A es por Anne Bancroft

B es por Alan Bates


C es por Michael ("mi tío") Caine

D es por Catherine Deneuve

E es por Elizabeth Taylor

F es por Mia Farrow

G es por Cary Grant


H es por Audrey Hepburn

I es por Ingrid Bergman

J es por Julie Christie

K es por Katharine Hepburn

L es por Laura Linney

M es por Marcello Mastroianni


N es por Nicole Kidman

O es por Peter O'Toole

P es por Gregory Peck

Q es por Patricia Quinn ("Magenta")


R es por Vanessa Redgrave

S es por Donald Sutherland

T es por Tilda Swinton

U es por Liv Ullmann

V es por Virginia Madsen

W es por Sigourney (Diosa) Weaver

X es por Zhiyi Ziang
( o bien, Xiang ;D)

Y es por Yves Montand

Z es por Renée Zellweger

jueves, 15 de febrero de 2007

Gente enamorada (Valentine's Day is over)



Es cierto: las primeras historias de amor (externas a las de la familia o los cuentos de la infancia) que conocemos en la vida, son a través del cinema.

Así me ocurrió con Holly Golightly y Paul "Fred" Varjak, con Deanie Loomis (la preciosa Natalie Wood) y Bud Stamper (el precioso Warren Beatty) en Esplendor en la hierba, con Ingrid y Cary en Notorious y con Fräulein María y el Capitán Von Trapp (en cuya boda, vista a los seis años, confieso que lloré con una tristeza y ternura inexplicables).

Pero la que se lleva la palma por ser la primera historia de amor con la que me emocioné de un modo total y que sentí completamente real, fue ésta, concebida por Claude Lelouch en 1966 y que vine a descubrir en la TV, sentado junto a mi abuelo Miguel -- que fue esencial para explicarme la cuidadosa estructura narrativa de la trama- en 1981.

Un Hombre y Una Mujer me fascinó profundamente: ya conocía la música [que seguramente están oyendo ahora], gracias a un LP que mi mamá tenía y que solía poner en el tornamesa los sábados por la mañana, después del desayuno, mientras ella y yo arreglábamos la casa para irnos después a pasear por el zoológico, con papá (o sin él, si estaba de viaje).


Recuerdo cómo me hechizó la belleza de Anouk Aimée como Anne Gauthier, la joven script girl que es madre viuda de una pequeña niña: su fragilidad y entereza simultáneas se volvieron una parte esencial de lo que para mí era una mujer. Yo veía en ella reflejada, en cierto sentido a mi mamá (aunque la verdad, no se parecen, si bien para todo niño su madre es tan hermosa como una estrella de cine).

Igualmente atractivo y maravilloso me pareció Jean-Louis Trintignant como Jean-Louis Duroc, el piloto de carreras, que es un héroe icónico y al mismo tiempo, un hombre accesible y sonriente, eminentemente querible y de contagiosa bonhomía. La clase de hombre que, en mi pequeño ser, quería que fuera mi yo futuro y al mismo tiempo (cuando la volví a ver, como a los trece o catorce años) quería tener en mi vida.


La diferencia entre presenciar como silencioso espía pequeño y como adulto en ciernes, anhelante de pasiones, una historia de amor como ésta, reside en la observación de los detalles: en las emociones que suscitan.

Me expongo:
La primera vez, me enloqueció la música (el número instrumental de orquesta que sirve como tema de Duroc al subir al volante, la samba canturreada por el bobo marido de Anne -- Pierre, el stuntman-, el tema en paroxismo mientras todos juntos -- Anne, Jean-Louis et fils- se reúnen en la playa de Deauville), la velocidad de los Mustangs (había uno en casa de uno de mis tíos, y se sorprendió cuando lo identifiqué con naturalidad) y la noción de conducir en una noche de Montecarlo a París (recuerdo que Papá Miguel buscó el dato para mí en un road atlas de la Michelin. Son 920 km y consistentemente, 8 horas de manejo a una velocidad de 11o km/h, aprox).

De adulto, me conmovió cómo se da el enamoramiento entre Anne y Jean-Louis, ambos sobrevivientes de sus cataclismos personales: donde Pierre Gauthier por atravancado pisa una mina de salva, Valèrie Duroc se tira por la ventana de un nosocomio, en una crisis nerviosa.

Me descubrí viéndola no hace mucho, perdiéndome en el contraste del blanco y negro con el color del destiempo: con la melancolía de Anne y esos ojos tan tristes, me ensoñé un poco (sí, qué tiene) con la sonrisa majestuosa de Trintignant (que sabe utilizar muy bien ese recurso y lo suprime por completo en la brillante El Conformista, de Bertolucci, mientras observa a Dominique Sanda enrojecer a la nieve).

También me descubrí entendiendo la naturaleza del enamoramiento de un modo más claro, ahora que tengo edad para reconocer (si bien nunca comprenderé del todo) sus mecanismos ni lo que hacemos cuando sucede.


Ellos se enamoran de repente, sin pensarlo. Con una conversación de algunas horas en coche. Y yo pensé "así se enamora la gente, eso lo aprendimos en el cine."

Lo que no aprendemos (y esta película es claro ejemplo) es cómo descontar los desencuentros, cómo utilizar al desamor para vivir o más bien, seguir viviendo.

No sé si Anne y Duroc realmente continúan amándose (me gusta pensar que sí y evité la innecesaria secuela como a la diarrea). Lo que sí sé es que el amor sucede. Sucede como a ellos les sucede y que muchas veces no funciona; o se transforma. El propio Duroc lo dice "podríamos acabar como amigos". Y acaso ese es el mejor escenario, opuesto a la tristeza o al desencanto.

Ayer, que era día de San Valentín, alguien me preguntó si creía en el amor y contesté efusivamente que sí. Que he amado. Que seguramente también alguien más me amó.

Pero ambas cosas son muy distintas y eso es un claro contraste que aparece en la película, como en la vida. Yo he amado, alguien me amará. Yo amaré.

Afortunados y dichosos los que aman.

Los que van a amar.

Los que amaron.

¿Pero les digo algo? Ya pasó San Valentín (como dice June Tabor) y por una parte, me alegro.

Las historias de amor, las conocí a través del cine. Cierto. Pero también he tenido las mías y todas (todas, hasta alguna que ya conté) de un modo u otro, todas, han terminado bien.
Sin miedo ni odio, sin dolor ni corazones rotos.

Je ne suis pas morte!