viernes, 30 de noviembre de 2007

Ayer era un bebé...

... y desde hoy, va a ser una mujer casada.

Todavía recuerdo cómo era la primera vez que la ví, a través de un cristal (no me dejaron tocarla), tan pequeña, tan inconcebiblemente pequeña. 

¿Cómo es que una criatura tan pequeña puede cambiar tanto la vida de otra gente?

Creció con toda la gracia que yo no tuve, pero fue bueno verla hacerlo. Supongo (no lo sé de cierto) que se supo adorada desde un principio, por hordas y hordas que, como si de la Bella Durmiente se tratara, llegaban a visitarla, algunos de lugares muy lejanos.

Cosa curiosa, ahora soy yo, quien viene de un país muy lejano.

¿La verdad? No sé cómo me siento. Estoy muy contento por ella, claro, como es natural. Pero luego siento que eso es exactamente lo que se espera que uno sienta y no , entonces, si es realmente lo que siento

No lo sé, no lo sé: es como estar ante una galería de espejos y buscar desesperadamente llegar al final de la misma.

Esta noche, participaré de la ceremonia, veré cómo ella, que ayer era un bebé, se convierte en una mujer casada.

Y que Dios nos guarde a todos.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Una Vista del Valle

Esta es una vista desde la casa de Hanna, sobre el valle de México.

Es muy impresionante despertar y verlo por la mañana. Quisiera que fuera un poco mejor la luz, o que no hubiera contaminación que opacara los días, pero eso es imposible

Sin embargo, no deja de ser una vista bellísima.

Mañana, la boda.

Sé que les debo una nueva entrega de Castígame con Besos y un par de nuevos capítulos de Finisterre. Pero no he tenido tiempo, lugar... ni, realmente, ganas.

Perdónenme. Espero pronto poder devolver este blog a la normalidad.

Lo que sea que se conoce por "Normalidad".

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Cuentos hermosos para niños horrendos

¿Qué (o quién) es The Pillowman?

Ayer, Hanna (en cuyo hogar continúan ahora mis días como náufrago) y yo fuimos invitados por Alejandro Calva al preestreno de su más reciente puesta en escena: se trata de la obra escrita por el irlandés Martin McDonagh en la que mi good guru va acompañado por los estupendos Jorge Zárate y Erwin Veytia (además de Kuno Becker, del que casi me olvido), dirigidos por Mario Espinosa.

La obra, estrenada con gran éxito en Londres en 2003 y en Broadway en 2005 -- con Jeff Goldblum y Billy Crudup-, es una comedia de humor muy ácido y negro, que cuenta lo que sucede cuando, en un estado totalitario, el buen Katurian K. Katurian (el muy joven Veytia, en una actuación estremecedora) un carnicero que se dedica en sus ratos libres a escribir monstruosos cuentos infantiles -- que no han sido publicados- es arrestado por los detectives Tupolski (Calva, enormísimo, metafórica y literalmente) y Ariel (Jorge Zárate, que deslumbra con su rango emotivo), quienes están investigando una serie de brutales infanticidios perpetrados en su ciudad. Mientras es sometido a formas tanto sutiles como bestiales como cómicas (sí, cómicas) de tortura, Katurian va revelando, a través de una serie de horripilantes-pero-enternecedores cuentitos, su cosmovisión de la vida y su relación con su hermano menor, Michal (Becker), que padece cierto retraso mental y es, a su manera, tan sólo un niño.

Gradualmente, se va revelando la trama de un misterio ominoso y a un mismo tiempo, fascinante. El juego escénico se abre como una cajita china y las actuaciones hacen que el espectador se involucre, mudo testigo presencial, de los retruécanos de una trama prodigiosamente armada.

Ver a Alejandro en escena siempre es un enorme placer. Es un gran actor y con el equipo que comparte (Zárate y Vieytia), hace maravillas. El texto de McDonagh es un auténtico privilegio: el título, afortunadamente no traducido, hace referencia a un ser imaginario, protagonista de un cuento de Katurian, hecho completamente de almohadas -- almohadas eran sus brazos y piernas, almohada su cabeza y sus dientes- que tiene la atroz misión en la vida, de visitar a los niños cuyas vidas serán miserables en el futuro, para darles una oportunidad de morir dignamente, antes de caer en el abismo de la desdicha

La figura simbólica de este trágico personaje imaginario sirve como guía en un mundo extraño, donde nada es lo que parece y donde lo previsible es atropellado por la sorpresa salvaje y el desconcierto abrumador

The Pillowman es una experiencia teatral tan mágica como demoledora: por un momento, no quería ver lo que se desarrollaba en el foro desnudo, pero tampoco podía apartar la mirada

Eso es lo mejor que puede hacerte el teatro
Cuando se siente igualito a la vida.

The Pillowman, en la Ciudad de México, corta temporada (10 semanas) en el foro Scotiabank -- antaño el espléndido Cine Polanco-, en avenida Molière. De Jueves a Domingos, consulten cartelera.

Y Alex... I still do. 

martes, 27 de noviembre de 2007

¡Al fin solos!

A todo esto, ahora que ando con el corazón y la cabeza como montaña rusa, hay algo que me sorprende, cuando después de tanto tiempo, volví no sólo a ver, si no a convivir con, mis padres.


Y esto fue darme cuenta de que, por primera vez en treinta y tres años, están viviendo solos, dedicando su tiempo específicamente a sí mismos. Ya no son hijos de nadie, ni son papá y mamá -- que bueno, sí, lo son, pero ya no dependemos de ellos- sino que son Consuelo (aunque sé que por mucho prefiere su primer nombre: María) y Ernesto.

Ha sido una curiosa evolución: de 1972, cuando se casaron y vivieron solos en su primer pequeñísimo hogar, a 1974 cuando nací yo, para hacerles "mosca" y nos mudamos con Miguel y María, a 1981, cuando Miguel hizo mutis y Mónica hizo su primera aparición, a ser cinco con la abuelita hasta que se fue apagando poco a poco, al día de hoy, a tres días de que la familia vuelva a cambiar

Los veo juntos en armonía, aún cuando de pronto y del modo más natural discuten y se arreglan. Están en un mismo barco y tratan de llevarlo a un puerto próspero.

Papá es muy protector con mi madre, cuida su salud, vigila que siga su tratamiento con una calidez que, evidentemente, conmueve a quien lo ve cuando él cree que no lo ven.

Ella también lo proteje y lo cuida, aún cuando él no se da cuenta. Como cantaba Patsy Cline: "sometimes it's hard/to be a woman..." pero mi madre se quedó a su lado. She stood by her man.

Apostó por él y creo que no está del todo descontenta con las ganancias (léase: nosotros).

Están solos ahora: tienen todo el tiempo del mundo para dedícarselo. Salen a caminar por ahí, a contemplar las estrellas; si tienen ganas de cenar fuera, salen. Si quieren levantarse tarde, así lo hacen. Se toman de las manos cuando caminan.

Mis padres ya no son exactamente jovenes y me angustiaba, cuando me fuí de aquí como expat a mi rincón cerca del cielo, que estuvieran solos, en un lugar desconocido, quizá incluso inhóspito.

Pero no hay razón.

Han encontrado su lugar en el mundo y siguen enseñándome, aún ahora, que no hay adversidad que pueda con ellos por demasiado tiempo.

Este es su segundo dèbut como pareja y lo han aprovechado al máximo.

Supongo que podrían tomarse de una manera fácil como "ejemplo" pero no creo que lo sean. No son una excepción a la regla. Ni tampoco son un matrimonio modelo -- no creo que semejante cosa exista, aún si admiro a muchas parejas casadas que conozco-, pero creo que se quieren.

Y eso me da un poquitito de esperanza.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Megalópolis, mon horreur

De repente me descubro odiando esta ciudad.

Será que ya perdí la costumbre del tráfico masivo, la contaminación, los tumultos, la histeria, el malhumor...

O será que no tengo mucho amor en estos momentos, para dar.

En fin... (y apenas es lunes)

Yo, El Cascarrabias.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Reencarnación, redux

En aquél entonces me llamaba
Magdalena
y te quería

Hubo un tiempo en que tu pelo
lo perdiste entre mis manos,
(y aún lo tengo)

Luego te volví a encontrar...
Luego te volví a encontrar...
Y nos amamos locamente
bajo el techo
que pintaste en la Sixtina

Juntos conquistamos toda Europa

y me llamaba Josefina.

sábado, 24 de noviembre de 2007

En San Juan

Este fin de semana, vine a ver a mis padres a San Juan del Río, un poblado a 90 minutos de la ciudad de México. Es el lugar donde ellos residen desde que me fui.

Aquí, ellos han puesto un pequeño negocio y una casa modesta, pero cálida. Es su hogar. Ellos están contentos y me siento aliviado de ver que están bien.

Fue un poco impresionante ver la casa de mi infancia, la casa donde crecí, ahora en obra negra: con sus tripas expuestas, sin pisos, sin color en las paredes, sin ninguno de mis recuerdos. Mentiría si dijera que no me importó, porque , me importó mucho... y me puse a llorar, ¿qué le voy a hacer? Era mi casa. Ya no lo será más.

Tengo muchos sentimientos encontrados: alegría, desencanto, furia, humillación, ternura... es demasiado y demasiado pronto.

Y supongo que la semana próxima será un poco más difícil... pero es un paso, es una etapa.

Es parte de la hora de crecer.

viernes, 23 de noviembre de 2007

N es de Nido

Ahora que llegué a México, de repente me sentí como un pájaro sin nido.

Supongo que todos de un modo u otro están familiarizados con esa sensación, la habrán pasado alguna vez (aunque sinceramente espero que no). En este caso, era literal: no tenía nido. Llevaba muchas horas de vuelo -- y por muchas quiero decir UN CHINGO- y no tenía dónde aterrizar.

La solución llegó de donde menos se esperaba, gracias a un amigo de la infancia al que no veía desde hace mucho y estoy bien, pero igual, se siente raro ya no tener la casa de tu familia como un punto de toque, para volverte a ella en todo caso... aunque luego me di cuenta, de que en cierto modo, estoy en casa de mi familia.

La primera noche, en mis sueños, apareció una amiga muy especial para mí, a la que quiero con todo el corazón. En el sueño, estábamos sacando platos de una cesta, para un día de campo en el Elogio del Horizonte -- podía oír el ruido del mar- y ella me decía "esta es tu casa. Tu casa eres tú."

Recordar esa imagen brevemente, después del sobresalto de encontrarme con el horario trastocado, en un sitio desconocido, me proporcionó un alivio enorme y abrigador, disolviendo el brote de pánico, que como reflujo en la garganta, me asaltó.

Me temo que no será posible que me quede en casa de mi madre -- o lo que hasta hace poco fue casa de mi madre- en esta megalópolis monstruosa, ni una sola noche de mi estancia. Tendré que seguir errabundo de sofá cama en sofá cama... pero aunque no deja de dolerme (lo siento, es la verdad) también siento que he aprendido algo (como se aprendía en Plaza Sésamo Street) de esto.

Me sentí como un pájaro sin nido, . Pero luego me di cuenta de que llevo mi nido a todas partes.

Y éste nido, como ustedes, vive en .

jueves, 22 de noviembre de 2007

Jackie, bañada en sangre



Bouvier till her wedding day
shots rang out and the police came
mama laid me on the front lawn
and prayed for Jackie's strength
Tori Amos
Jackie’s Strenght
(1998)

La imagen de la joven primera dama aún está manifiesta en la memoria colectiva de los que ni siquiera estaban ahí: cargada de flores en la pista de aterrizaje del aeropuerto Love Field, al lado de John, el hombre que es su marido pero a quien ha tenido que compartir no sólo con tantas y tantas mujeres –entre ellas la más famosa starlet de Hollywood que el verano anterior se convirtió en leyenda– sino con todo el globo, de ambos lados de la Cortina de Hierro.

Esta es una tarea difícil para cualquiera, pero de crianza ella es fuerte, carismática, elegante. Charles de Gaulle dijo, quizás en broma, que era el arma secreta ideal de su marido como presidente. Tal vez. Lo cierto es que ella es, en este momento en que llegan a Dallas-Fort Worth el 22 de noviembre de 1963, tan o más esperada y deseada que él.

Avanza siguiéndolo, en un fabuloso traje sastre de Chanel en rosa y negro. Recibe muestras de amor de la gente, la misma que lloró cuando hace meses murió su hijo prematuro, la misma que se volcará angustiada a las calles en unas horas más, cuando la señora Kennedy se convierta en la viuda más famosa del mundo.

Lo que ocurría en las cámaras nupciales de los Kennedy será, ad infinitum, objeto de incesante elucubración. Especialmente en lo que respecta a la espigada morena que se casó con el rubio heredero el 12 de septiembre de 1953, cuando él ya era senador de Massachusetts. El cúmulo de sus infidelidades se antoja manido, donde el verdadero enigma es ella y la obsesión que provoca en generaciones enteras es muestra irrefutable de ello. La vida de JFK no es ni siquiera un ápice de lo intrigante que es la de su mujer, aun si su magnicidio sigue siendo objeto de debate, manía y perturbación.

¿Quién tiró del gatillo? ¿Quién salpicó de sangre el hermoso traje que Jackie trajo de París?

Esas y otras son las preguntas que muchos se hacen, casi tanto como anhelan saber, en un momento dado, dónde está aparcado el Lincoln donde él se dobló hacia su esposa de una década (de sinsabores y reconciliaciones), y qué fue del traje rosa salpicado en el marrón de su sangre.

El porte era Bouvier, pero el dinero que ayudó a conformar la postura, definitivamente era Auchincloss.

Janet, la madre no era tonta. Había conocido el hambre en varias formas y vio en sus hijas la posibilidad de trascender al medio, apartarlas de la upper-middle-class que fue su cruz y lanzarlas a las ligas mayores: Jacqueline fue su mejor creación, donde Lee, la menor, dio muestras de aptitud pero resultó volátil, inestable, demasiado humana para resplandecer y elevarse a la esfera de joven diosa como su hermana, elegida con conocimiento de causa por Joseph y Rose Kennedy para entrar al clan.

La chica que primero captó la atención del país al ir embarazada –como María rumbo a Belén– siguiendo a su marido por el sinuoso camino hacia la Casa Blanca en el otoño de 1960, compitiendo con el convencional y soso Richard Milhouse Nixon, cuya lacia aunque cordial Pat estaba a años luz de parecerse a la Princesa prometida que convirtió, sin saber lo que haría siquiera, a Washington DC por espacio de tres años en un Camelot y a su marido en lo más parecido que ha tenido Estados Unidos a un auténtico Rey.

Dallas ha crecido de manera monumental y pareciera no querer acordarse de que ese crespón negro la envuelve totalmente por default.

Sin embargo, hay gente que hoy lleva flores al lugar y todas las televisoras repiten aspectos de la película Zapruder, tomada in situ durante esos segundos en que la duramadre de John –el buen, simpático Jack, que (irónicamente) gustaba de los habanos incluso después del fiasco aquel de Bahía de Cochinos y que soñaba con llegar a las estrellas, y no sólo las de la pantalla– vuela en pedacitos y mientras, rápidamente, él se desploma sobre Jackie, bañándola en sangre y masa encefálica.


Esos segundos en que ella, tan joven (34 años entonces) grita horrorizada –uno sólo puede imaginar su alarido, primitivo y alarmante– antes de tratar desesperadamente de salir del auto, extendiéndose sobre la cajuela, imagen que dio la vuelta al orbe, es una histórica y también un ejemplo de lo que es la paradoja de la gracia bajo presión: durante esos segundos de pánico su característico sombrerito pillbox –accesorio por excelencia en aquella época, inmortalizado por ella– en ningún momento se separó de su bien peinada cabeza.

Mrs. Kennedy mantuvo su estilo particular intacto, pese a la sangre sobre su ropa. Visto desde hoy, se trató de un movimiento simbólico muy importante dado por la mujer, que quizá pudo ver incluso más allá que Lyndon B. Johnson, a quien parecía a punto de traicionarlo la impaciencia mientras hacía su toma de protesta en el Air Force One, con Lady Bird a su lado, mientras la viuda veía todo con una dignidad casi de concreto.

No importa lo que se diga acusándola de superficial: nadie podrá tachar jamás a Jackie de haber sido estúpida.


La flama eterna sigue ardiendo en el cementerio de Arlington, donde John fue llevado a su última morada en uno de los más impresionantes despliegues de poder jamás vistos en forma de un funeral. Sólo las exequias de la Reina Victoria –el 2 de febrero de 1901– y las de Lady Diana Spencer (en septiembre de 1997) se hallan a la altura en los anales de la historia occidental.

Jackie cambió entonces su atuendo (el traje rosa no se lo quitó sino hasta llegar al 6500 de la Avenida Pennsylvania) por un traje negro, con un velo sobre su cabeza y tomando de la mano a sus pequeños –Caroline, entonces de seis años y John-John, de trágico futuro, pero en esa mañana, de tres recién cumplidos– permitió que la fotografiaran.

Su figura de sereno desconsuelo y decoro a toda prueba se reflejó (y uno no puede evitar pensar que ella lo sabía) como la proverbial bofetada con guante blanco sobre los sucesores de su familia.

Había terminado una época de oro en el país y se avecinaban los años más recrudecidos de la Guerra Fría.

La viuda –ahora sí– salió con majestad al frente del cortejo, escoltada por Bobby Kennedy, quien, al fungir como procurador de Justicia de la nación, era el orgullo del nepotismo de su difunto hermano mayor y que en pocos años lo seguiría primero en la ruta hacia las primarias por el Partido Demócrata y después al más allá.

La señora no llegaría a ocupar su discreto lugar bajo la flama eterna y junto a su primer marido (al que de veras amó, dicen) sino hasta finales de mayo de 1994, cuando el linfoma que en secreto había combatido por meses, por fin terminó de consumirla, aunque éste no pudo acabar con su legado del mismo modo en que con sus células.

Su segundo matrimonio con Aristóteles Onassis en 1968 tuvo todos los elementos de una tragedia griega moderna (incluyendo a una neurasténica hijastra que la abominaba; la inefable Christina) y terminó en 1975 a la muerte de él, convirtiéndola no sólo en una viuda célebre, sino también muy rica.

No obstante, es muy posible que durante esos años de languidecer ociosa en la Isla de Skorpios o después, cuando fue editora de libros y socialite, metamorfoseándose, como Greta Garbo, en una de las quimeras vivientes de Nueva York por años, volviera una y otra vez a ese breve instante en que sonaron dos tiros en el aire y su Jack se quebró ante ella.

Silenciosa acerca del instante para la posteridad, Jackie, bañada en sangre, pasó a la historia desde esta curva en una avenida poco transitada de Dallas, en un lugar que posiblemente muchos no recuerdan, pero que contribuyó a crear un mito que comenzó hace poco más de cuatro décadas y es parte de la mitología contemporánea de un país, que no conseguirá olvidarla, ni al asesinato que cambió la cara del mundo en que hoy vivimos.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Con el Gato Culto en París

Una de las cosas que me moría de ganas de hacer, nada más llegar a México, era poder ver a Paco Ignacio Taibo I, mi Jefe y creador también del celebérrimo Gato Culto.
Gracias a la inmensa gentileza de Hanna, llegué a casa de los Taibo en colonia Condesa, temprano a mediodía de ayer y me llevé al jefe a tomar un refresco al café que tiene frente a su puerta, que se ha convertido en uno de sus sitios habituales. Él lo llama París.
Me emocioné mucho de ver al jefe bien, alerta, muy lúcido. Me identificó de inmediato "Hola, monstruo" y rápido, procedió a hacerme toda suerte de preguntas sobre mi vida en Asturias.
"¿Llueve en Asturias?"
"Sí, Paco. Cuando salí de casa el domingo, llovía."
"¿Te gusta Gijón?"
"Muchísimo, jefe."
"¿No te sientes muy solo?"
"A veces, jefe."
"¿Comes bien?"
"Sí, Paco."
Taibo I asiente. Sonríe.
"¿Tienes amigos en Gijón?"
"Sí que tengo. A muchos los conoces."
"Julián."
"Sí, Paco."
"La chica que tiene una hijita."
"Cristina, sí, Paco."
"Mi sobrino."
"Cefe, sí. Te manda un gran abrazo."
"Tu amigo que trabaja en un diario."
"Jack. Sí. Tú lo recuerdas."
". Tiene una esposa doctora."
"Sí, jefe. Y una hija pequeña."
Paco asiente.
"También uno más jovencito que escribe."
"Luis."
"¿Se llama Luis?"
"Sí, Paco."
"Y Julián."
"Sí, jefe. Y Julián."
"Julián tiene una mujer y una hija."
"Sí. Su hija es Candela."
"¿Qué edad tiene?"
"Tres."
Paco asiente. Sé que le cuesta a veces recordar todos los rostros que le conjura la plática. Pero también sé que puede verlos, que retiene fragmentos de esas vidas.
"Tu amigo escribió un poema sobre temblores."
"Sí, Paco. Un poema largo."
"Y hay una chica que toma fotos en Semana Negra."
"Marta."
"Su esposo es mi amigo. ¿Como se llama?"
"Él se llama Mauricio."
"Eso, sí. Mauricio. Él vive en Gijón."
", jefe."
"¿Te gusta Gijón?"
"Sí, estoy feliz ahí."
"¿Estás feliz?"
"Sí, jefe."
"¿Te arreglas de dinero?"
"No me falta nada, Paco."
"¿Escribes?"
"Todos los días."
Paco me sonríe, dice bueno, bueno. Me da unas palmaditas en la mano. Me dice "hijo" y luego me pregunta si llueve en Asturias.
Después llega Maricarmen y volvemos, con Carol y Tomás, amigos a los que echaba yo mucho de menos, a la casa.
Vamos a comer.
Como todos esos martes antes.

martes, 20 de noviembre de 2007

Revolución

Veintisiete horas de viaje -- de puerta a puerta-.
Más de 10,700 kilómetros y ya estoy otra vez en México... pero ahora como visitante.
Me siento extraño.
Resulta ser que no pude llegar a casa de mi mamá -- por múltiples razones-, pero tengo suerte de tener amigos que me ofrecieron todos su casa (cosa que me emociona, pero también me provoca cierta ansiedad... No me gusta dar molestias). Ahora estoy en casa de uno de mis amigos de la infancia, a quien sí le tomé la palabra por ser soltero y no causarle molestias ni a él ni a su familia [Gracias, Gil].
¿El vuelo? Laaaaargo. Aburrrrrrido. Sobreveeeeeeendido... ¿y quién venía a bordo? ¡Sienna Miller! -- adivinen quién le hizo plática inocente y le ayudó a llenar su forma de aduana.
Por lo visto, mi trabajo me persigue hasta en mis ratos de ocio.
Estoy aquí. Tengo ansiedad. No si me siento feliz.
Pero este es el principio de mi visita. La ciudad con otros ojos.
Ya estoy extrañando mi casa.
Mi verdadera casa.

lunes, 19 de noviembre de 2007

¿A dónde corre Miguelico?

Me voy a casa de mi mamá.

Luego vengo.

No me olviden, que yo haré lo mismo.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Mi ciudad

Gijón es mi ciudad.

Ya no me queda duda. Lo siento a cada paso que doy por ella, en una tarde de invierno. No sé a dónde me dirijo, pero tampoco es importante, porque cada vez que salgo de mi edificio, ya sea que tome a la derecha -- hacia el centro- o a la izquierda -- la playa y el muro-, hay algo que me espera.

Camino por ahí, con los ojos abiertos, me saluda la gente que conozco y que me voy encontrando a mi paso. Compro un cucurucho de castañas asadas y me pongo de pie a ver el mar: la marea está baja, el cielo despejado.

Este es el día en que me doy cuenta de que ya no me pierdo para nada, que mi ciudad me ha adoptado. Que me he acostumbrado felizmente a estar aquí.

Esta es mi ciudad. Mi hogar. Mi vida.

Nada va a cambiar eso.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Siempre Meryl

Hace algunos años, cuando por fin la conocí en persona, una cosa que le conté, en los entretelones de la entrevista, fue que, cuando era un niño de ocho o nueve años, la odiaba profundamente.

Claro, a esa edad acababa de ver Kramer vs. Kramer y me identificaba con el personaje del hijo. Mi aborrecimiento por la madre inestable -- encarnada por Meryl- fue tal, que influyó por muchos años en mi noción de ella.

Cuando se lo dije, la Streep se rió, con esa manera que tiene de hacerlo: se le iluminaron los ojos y se llevó la mano a la cara. -¿De verdad?

-De verdad,- le dije.

-Pero eventualmente dejé de odiarla, sabe. Uno crece.

-¿Y qué te hizo cambiar de idea?

Lo pensé por un momento y le dije - Las Horas.

Y ella asintió, me sonrió, dijo "gracias" y seguimos hablando.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Responsorial para un maestro

La noticia me impacta como si fuera algo personal, me deja anonadado, como una pedrada a la cara. Siento que esta pérdida ya la pasé antes, que la pasaré de nuevo -- mis ídolos son casi todos ya mayores y son humanos, ninguno tiene la vida comprada- pero esta es peculiar, porque realmente me duele.

Ha muerto en Nueva York Ira Levin.

Quizá algunos se pregunten, ¿y esa señora quién es?

No es señora: es un gran maestro narrador -- o bien, lo era- que ayudó a recrear el género del terror, respetando las reglas del gótico tradicional y reconvirtiéndolo en un género moderno, urgente, totalmente real pese a sus ambiguas posibilidades sobrenaturales. Sus dos más grandes obras maestras son dos de las novelas más populares dentro del género y la cultura popular: me refiero a El Bebé de Rosemary (1967) y Las Mujeres de Stepford (1972).

Ya en ocasión había escrito acerca de mi amor tan especial por El Bebé de Rosemary. Pueden leer el texto en la entrada titulada Todos Ellos Brujos, haciendo click. Fue de los primeros temas que toqué en este blog. De hecho, esa es una de las primeras novelas que leí, tal como lo cuento en mi Retrato del lector pre-adolescente, donde queda bien clara la influencia de ese libro sobre y cómo fue que gracias a su autor, realmente yo comencé a escribir, hace exactamente 20 años -- sutil (y sublime) ironía.

Rosemary Woodhouse y Joanna Eberhart -- sobre quien escribí amorosamente en el texto Androide Paranoide-, las protagonistas de sus novelas, son dos de mis más grandes figuras icónicas. Las dos, heroínas trágicas, fueron el molde para que yo pudiera concebir cualquier historia, por inverosímil que ésta fuera, y buscara plasmarla, volverla real.

Porque así de reales se sentían sus obras para mí.

Yo lo quería. Y admiraba su trabajo y traté, por muchos años -- e inútilmente-, de emularlo.

Tuve la suerte de conocerlo en septiembre de 2003, en Nueva York.

Lo llamé directamente por teléfono y le pedí una entrevista. Él se rió de buena gana y me dijo que fuera a tomar un café a su apartamento. Así de sencillo. Así de accesible.

La entrevista se publicó en el suplemento Laberinto del diario Milenio, en octubre de ese año.

Aquí la reproduzco, tal cual.

"Ira Levin: El Arte de hacer temblar

Por Miguel Cane

Nueva York.- Se le considera uno de los “grandes maestros”, y principal influencia detrás de una oleada de escritores como Stephen King Bret Easton Ellis y Chuck Palahniuk; desde hace medio siglo es autor de best-sellers que se han incorporado bajo la piel de la cultura popular por su estilo subversivo y perturbador en un marco de realidad polifónica. Es a él que se debe el que en el siglo XX haya vuelto la palabra “natural” al término “Sobrenatural”.

Nacido en esta ciudad, de la que no se ha separado en décadas, Levin es egresado de la Horace Mann School y la Universidad de Nueva York. En 1952, a los veintidós años, publicó “Un Beso Antes de Morir”, que ganó el premio Edgar Allan Poe como mejor novela de misterio ese año – de hecho, es la persona más joven en tener uno- y en 1956 comenzó a escribir obras de teatro, convirtiéndose en un auténtico fenómeno en Broadway (algunos títulos: “La Habitación de Verónica”, “Trampa Mortal”, “El Jardín del Dr. Cook”), con obras que han durado años en escena, sin embargo, es más célebre como autor de historias góticas contadas a plena luz del día en un mundo moderno y asequible, como sucede en sus dos novelas más celebradas: El Bebé de Rosemary y Las Poseídas de Stepford.

¿Cómo nace una historia de horror a plena luz del día, como El Bebé..., es por alguna imagen, algún sueño?

“Es curioso. Comencé a escribir El Bebé de Rosemary en 1965, cuando mi ex esposa estaba embarazada de nuestro tercer hijo. Vivíamos en Wilton, Connecticut y estábamos en el proceso de establecernos como una familia suburbana convencional (como sucede en “Las Poseídas...”). Yo estaba en los ensayos para el estreno de una obra mía y un día, en el tren, miré a mi mujer y pensé, en cómo sería tener un embarazo normal con un desenlace extraordinario. Es algo tan común... y al mismo tiempo tan aterrador para una pareja: es cuando los nervios de la mujer están más vulnerables. Empecé a hacer notas y a observar a mi familia, a otras parejas. Por esa época fue cuando estalló la controversia sobre la “Muerte de Dios” como un acontecimiento histórico, así que decidí situarlo en ese contexto histórico.”

Rosemary (inmortalizada en las pantallas como Mia Farrow en la cinta que hizo Polanski en 1968) es una heroína memorable, ¿a qué se debe esto? ¿Porqué decidió contarlo desde el punto de vista de la madre todo el tiempo?

“Rosemary fue un personaje que me gustó mucho crear y volver a visitar (en la secuela “El Hijo de Rosemary” – 1997), en su momento. Me gustó poder explorar a una mujer de carne y hueso, que vive y respira y se angustia y va y hace shopping y ama a su marido y a su bebé y no sospecha por un instante que él o los vecinos – que a propósito son trabajados como entes simpáticos, perfectamente ordinarios, unos abuelitos bastante ordinarios, nadie los imaginaría como lo que son- pudieran hacer algo, “complotear”, en su contra. El resultado para ella es devastador, sí, pero Rosemary es un ser humano y como tal, no es perfecto. Por eso en la novela no hay final feliz, pero sí uno congruente: ella amará a su hijo como lo hacen todas las madres, sin importar quién – o en este caso,- qué sea. Me gustó mucho crear la visión femenina bajo tanta tensión, fue un ejercicio muy interesante para mí. ”

En Las Poseídas... sucede algo similar y fue muy criticado por eso por las feministas en su momento (1972). Decían que era como un chiste cruel...

“Es verdad, pero fue totalmente malinterpretada: mi idea era burlarme de los hombres, no de las mujeres. Las Poseídas… primeramente se me ocurrió como una obra de teatro (un musical, de hecho), que iba a satirizar la oleada de crisis matrimoniales de la década de los 70. Mi propio matrimonio se había disuelto en esos días y yo había vuelto a la ciudad con mis tres hijos y no era un muy buen momento emocional en América, con Nixon en la Casa Blanca y los últimos golpes de la Revolución Sexual (insisto: ellas ganaron). Así pensé que habría en algún lugar, quizá en un idílico pueblo suburbano de clase media alta, un grupo de hombres que serían capaces de hacer lo que fuera por someter a sus mujeres a su voluntad. De este modo nació la historia de Joanna Eberhart y sus amigas, que desde un principio ya están en la trampa – algo que pasa con Rosemary también-... pero mi intención era condenar a los hombres. Siempre he sido un gran admirador de la mujer, eso espero que quede claro.”

¿Y qué hay con sus influencias? ¿A quién lee Ira Levin hoy en día?

“Leo todo lo que hay. Acabo de leer Diary de Chuck Palahniuk (“Club de la Pelea”) y creo que es la mejor novela de horror que he leído en mucho tiempo. Es una historia inquietante que demuestra que los mejores y más impactantes efectos especiales no los hace una compañía de alta tecnología sino el estilo de escribir de alguien con talento. Puedes describir una situación claustrofóbica, pero si no logras hacer que el lector se olvide de que la está leyendo y la sienta, entonces podrás escribir muy bien, pero no estás narrando nada. Y para contar una historia de miedo es necesario saber qué quieres narrar y cómo quieres hacerlo.”

¿Porqué historias de suspenso y no comedias? Aunque el humor está siempre presente en su obra (Minnie Castevet es una de las más notables creaciones cómicas de la literatura del siglo pasado, pero al mismo tiempo es siniestra), casi todo es con una vena muy oscura...

“Siempre me ha intrigado lo que nos da miedo y el horror y el humor no podrían ser nada sin el otro. La fuente de nuestros temores puede estar perfectamente enraizada en nuestro inconsciente y formar parte de nuestra vida cotidiana: supongamos esto. Estas solo en tu departamento. No estás acostumbrado a vivir solo. Te inquieta estar separado de tu ambiente natural: ya sea tu ciudad, la casa de tu familia, tu pareja, dilo tú. De pronto, hay algo en las sombras de la habitación. Puede que no sea nada, pero estás seguro de que lo viste. Un movimiento. Algo. Una rata. Un pájaro. Algo que vino de afuera. ¿Qué puede ser? Usa tu imaginación, piensa. ¿Lo ves? Sientes que se te acelera el pulso, pero tampoco quieres acercarte al rincón. Vas corriendo a prender la luz y por tu cabeza corren, como una película si tú quieres, todos los escenarios posibles: desde los miedos de tu niñez hasta algo más factible (un ladrón o un intruso) o inconcebible (¿Podría ser Satán?)... finalmente prendes la luz y todo lo que hay es un sobre que cayó de un mueble al suelo. Nada. No es nada, pero te provocó unos instantes de pánico espantoso y pudiste perder (de hecho perdiste por unos segundos) el control de tu vida como lo tienes. ¿Qué te hace temer? ¿Porqué te asustas? A mí me entretiene enormemente especular con eso y si no fuera de este modo, créeme, no escribiría así.”


Todas (o casi todas) sus novelas han sido llevadas – con éxito- a la pantalla. ¿Cuál es su favorita? ¿Porqué siente que se ha dado esto? ¿Siente que son de interés para los nuevos cinéfilos?

“Mi favorita sin duda es “El Bebé...” con Mia. Creo que ella es Rosemary y nadie más podría hacer ese papel. Me gusta mucho también la primera versión de “Un Beso Antes de Morir” porque fue la primera de mis novelas en ser llevada al cine. “Las Poseídas de Stepford”, en su primera versión con Katharine Ross y Paula Prentiss me gustó muchísimo. Creo que Bryan Forbes – que es un director inglés, aplicándose a un tema cuya quintaesencia es totalmente americana- hizo un trabajo estupendo. Ahora la están filmando de nuevo, con Nicole Kidman como Joanna. Será muy interesante, creo yo, ver cómo adaptan esta historia al mundo moderno, donde la ficción especulativa con la que jugábamos como escritores (como la clonación en “Los Niños del Brasil”, también) ya es una realidad tangible.”

Levin fue mucho más que el autor de El Bebé de Rosemary.

Escribió obras de teatro excelentes, letras de canciones y una obra magistral de la ciencia ficción: Este día perfecto (1969).

Era un hombre jovial y atento. Todo el tiempo estuvo escuchando mis palabras, siempre con un comentario pleno de humor. Con buena voluntad.

No lo volví a ver nunca.
Pero él me tocó. Lo hizo cuando yo era un niño que lo leía clandestinamente, literalmente metido en el closet de mi mamá, con una linterna. Lo hizo cuando yo era un adolescente que quería soñar que escribía. Lo hizo cuando fui un adulto y me presenté ante él -- sin atreverme a pedirle que me firmara un libro... y ya es tarde para arrepentirse.

Me dio mucho, y se lo dije. Al menos lo supo. Le debo lo que hago, en buena parte. Era uno de mis ídolos.

Y lo que me dejó, igual que las imágenes de Rosemary ante su hijo y de Joanna ante su marido, son permanentes. Indelebles.

Y el dolor.
El dolor es tan real, que se siente.

martes, 13 de noviembre de 2007

Este chico es una joya

Con esos ojos de no-rompo-un-plato, con esa sonrisa angelical... !es una auténtica maravilla!
Por favor, no hagan caso de las salpicaduras de sangre... el que el joven y adorable Dexter Morgan sea un asesino en serie (especializado en eliminar a otros asesinos en serie) no impide que sea tabién un profesional de la ciencia forense y un buen hermano, un buen novio y un buen amigo... aunque todo esto sea, en sus propias palabras, una máscara que oculta su verdadera naturaleza.

Dexter es una serie de TV que produce Showtime, y que se estrenó en 2006 en Estados Unidos y acaba de llegar a España.

¡Estoy enganchado!

Michael C. Hall es un actor espléndido, al que ya había descubierto en Six Feet Under -- como el super reprimido pero entrañable hermano David Fischer- y aquí, él es la verdadera razón de ver el programa. Su interpretación de Dexter no tiene desperdicio: es un personaje por turnos repelente y encantador y en los dos episodios transmitidos, presenta niveles muy complejos de carácter; comparado con él, el Dr. House es una monja y el abogado Shark es una nena.

Dexter es como una especie de espejo distorsionado en el que cualquiera puede asomarse... y extrañamente, uno se encuentra comprendiendo sus impulsos, su deseo de eliminar a otros depredadores. Valor agregado es el reparto de apoyo, especialmente la actriz Julie Benz como Rita, la pálida y dulce noviecita de Dexter, que se va perfilando como el corazón blanco de la serie.

No suelo entusiasmarme a la primera con una serie; tardé casi un año en aventurarme en Perdidos y me desesperaron las Housewives... pero creo que Dexter y yo vamos a ser muy buenos amigos, más allá de la presente temporada.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Manos limpias

Nunca, creo, he hecho nada con la intención de dañar a alguien por gusto.

A no me educaron así.

Pero también sé, que he hecho cosas que a ojos de muchos podrían ser reprobables. Que he sido posiblemte hasta cruel, donde ciertamente no debería, puesto que mi crecimiento como persona no estuvo exento de esa inevitable exposición a la crueldad ajena.

No hay mucho que pudiera decir para justificar estas acciones en las que esporádicamente he incurrido, e incluso, hay algunas de las que sinceramente me arrepiento. Hay otras de las que no.

Hay algunas, de hecho, de las que no me voy a arrepentir nunca.

Crecí con un cierto cúmulo de valores, que para bien o para mal, son míos.

Esos valores, quizá hoy totalmente passé, son los que me permitieron aproximarme al mundo; formar mis círculos, que llevo siempre cerca de . Valores realmente muy simples, entre ellos, la gratitud y la lealtad.

Así fue como aprendí a amar a mi gente. A cosechar lo que se siembra, así sean rosas, así sean higos, así sean piedras. Pero siempre con el mismo código de honor, quizá anticuado, pero mío. Quien me ha dado su cariño, tiene el mío. Quien maltrata ese mismo afecto, tiene mi resquemor.

Soy protector de los míos. Podrán estar pletóricos de fallas -- finalmente, no somos dioses, sólo somos seres humanos, hechos de carne y sangre, más de las veces (y me incluyo) con los pies de barro, propensos a cuarteaduras. A mí me enseñaron a ser leal y así lo aprendí. Tuve un buen maestro y sus enseñanzas me siguieron, aún después de su muerte. Podré ser volátil y también, lo sé de cierto, estúpido (con muchas 'u') y necio, pero todo lo que he hecho, hago y haré, lo hice, lo hago y lo haré precisamente por honor y por cariño.

No , no sabré nunca, si he sido realmente leal como lo pensaba, pero no puedo detenerme a contemplar ese campo. Eso no me corresponde a mí, no puedo decirlo yo. Lo que , es que no puedo permitir el dolor de quienes quiero, sus lágrimas, su pesar. No puedo, porque aunque no esté en mis manos, es algo que nadie debería sufrir y menos aún por la crueldad ajena a la que me refería antes. Para herir (o pretender hacerlo) a los míos, primero hay que enfrentarse conmigo.

En esos casos puedo ser despiadado. Puedo ser feroz.

Pero también puedo, y al hacerlo recuperar congruencia conmigo mismo, apartarme con ánimo, valor y gracia del contrincante vencido.

Y hablando de manos, ahora mismo miro las mías y las tengo limpias.

Mi gente (ustedes saben quienes son, saben que lo son) siempre vendrá antes que el antes y después que de las buenas noches, las gracias, y apague la luz.