viernes, 30 de noviembre de 2007
Ayer era un bebé...
jueves, 29 de noviembre de 2007
Una Vista del Valle
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Cuentos hermosos para niños horrendos
martes, 27 de noviembre de 2007
¡Al fin solos!
Y esto fue darme cuenta de que, por primera vez en treinta y tres años, están viviendo solos, dedicando su tiempo específicamente a sí mismos. Ya no son hijos de nadie, ni son papá y mamá -- que bueno, sí, lo son, pero ya no dependemos de ellos- sino que son Consuelo (aunque sé que por mucho prefiere su primer nombre: María) y Ernesto.
Ha sido una curiosa evolución: de 1972, cuando se casaron y vivieron solos en su primer pequeñísimo hogar, a 1974 cuando nací yo, para hacerles "mosca" y nos mudamos con Miguel y María, a 1981, cuando Miguel hizo mutis y Mónica hizo su primera aparición, a ser cinco con la abuelita hasta que se fue apagando poco a poco, al día de hoy, a tres días de que la familia vuelva a cambiar
Los veo juntos en armonía, aún cuando de pronto y del modo más natural discuten y se arreglan. Están en un mismo barco y tratan de llevarlo a un puerto próspero.
Papá es muy protector con mi madre, cuida su salud, vigila que siga su tratamiento con una calidez que, evidentemente, conmueve a quien lo ve cuando él cree que no lo ven.
Ella también lo proteje y lo cuida, aún cuando él no se da cuenta. Como cantaba Patsy Cline: "sometimes it's hard/to be a woman..." pero mi madre se quedó a su lado. She stood by her man.
Apostó por él y creo que no está del todo descontenta con las ganancias (léase: nosotros).
Están solos ahora: tienen todo el tiempo del mundo para dedícarselo. Salen a caminar por ahí, a contemplar las estrellas; si tienen ganas de cenar fuera, salen. Si quieren levantarse tarde, así lo hacen. Se toman de las manos cuando caminan.
Mis padres ya no son exactamente jovenes y me angustiaba, cuando me fuí de aquí como expat a mi rincón cerca del cielo, que estuvieran solos, en un lugar desconocido, quizá incluso inhóspito.
Pero no hay razón.
Han encontrado su lugar en el mundo y siguen enseñándome, aún ahora, que no hay adversidad que pueda con ellos por demasiado tiempo.
Este es su segundo dèbut como pareja y lo han aprovechado al máximo.
Supongo que podrían tomarse de una manera fácil como "ejemplo" pero no creo que lo sean. No son una excepción a la regla. Ni tampoco son un matrimonio modelo -- no creo que semejante cosa exista, aún si admiro a muchas parejas casadas que conozco-, pero creo que se quieren.
Y eso me da un poquitito de esperanza.
lunes, 26 de noviembre de 2007
Megalópolis, mon horreur
domingo, 25 de noviembre de 2007
Reencarnación, redux
sábado, 24 de noviembre de 2007
En San Juan
viernes, 23 de noviembre de 2007
N es de Nido
Supongo que todos de un modo u otro están familiarizados con esa sensación, la habrán pasado alguna vez (aunque sinceramente espero que no). En este caso, era literal: no tenía nido. Llevaba muchas horas de vuelo -- y por muchas quiero decir UN CHINGO- y no tenía dónde aterrizar.
La solución llegó de donde menos se esperaba, gracias a un amigo de la infancia al que no veía desde hace mucho y estoy bien, pero igual, se siente raro ya no tener la casa de tu familia como un punto de toque, para volverte a ella en todo caso... aunque luego me di cuenta, de que en cierto modo, estoy en casa de mi familia.
Me sentí como un pájaro sin nido, sí. Pero luego me di cuenta de que llevo mi nido a todas partes.
Y éste nido, como ustedes, vive en mí.
jueves, 22 de noviembre de 2007
Jackie, bañada en sangre
¿Quién tiró del gatillo? ¿Quién salpicó de sangre el hermoso traje que Jackie trajo de París?
Esas y otras son las preguntas que muchos se hacen, casi tanto como anhelan saber, en un momento dado, dónde está aparcado el Lincoln donde él se dobló hacia su esposa de una década (de sinsabores y reconciliaciones), y qué fue del traje rosa salpicado en el marrón de su sangre.
Janet, la madre no era tonta. Había conocido el hambre en varias formas y vio en sus hijas la posibilidad de trascender al medio, apartarlas de la upper-middle-class que fue su cruz y lanzarlas a las ligas mayores: Jacqueline fue su mejor creación, donde Lee, la menor, dio muestras de aptitud pero resultó volátil, inestable, demasiado humana para resplandecer y elevarse a la esfera de joven diosa como su hermana, elegida con conocimiento de causa por Joseph y Rose Kennedy para entrar al clan.
La chica que primero captó la atención del país al ir embarazada –como María rumbo a Belén– siguiendo a su marido por el sinuoso camino hacia la Casa Blanca en el otoño de 1960, compitiendo con el convencional y soso Richard Milhouse Nixon, cuya lacia aunque cordial Pat estaba a años luz de parecerse a la Princesa prometida que convirtió, sin saber lo que haría siquiera, a Washington DC por espacio de tres años en un Camelot y a su marido en lo más parecido que ha tenido Estados Unidos a un auténtico Rey.
Sin embargo, hay gente que hoy lleva flores al lugar y todas las televisoras repiten aspectos de la película Zapruder, tomada in situ durante esos segundos en que la duramadre de John –el buen, simpático Jack, que (irónicamente) gustaba de los habanos incluso después del fiasco aquel de Bahía de Cochinos y que soñaba con llegar a las estrellas, y no sólo las de la pantalla– vuela en pedacitos y mientras, rápidamente, él se desploma sobre Jackie, bañándola en sangre y masa encefálica.
Esos segundos en que ella, tan joven (34 años entonces) grita horrorizada –uno sólo puede imaginar su alarido, primitivo y alarmante– antes de tratar desesperadamente de salir del auto, extendiéndose sobre la cajuela, imagen que dio la vuelta al orbe, es una histórica y también un ejemplo de lo que es la paradoja de la gracia bajo presión: durante esos segundos de pánico su característico sombrerito pillbox –accesorio por excelencia en aquella época, inmortalizado por ella– en ningún momento se separó de su bien peinada cabeza.
Mrs. Kennedy mantuvo su estilo particular intacto, pese a la sangre sobre su ropa. Visto desde hoy, se trató de un movimiento simbólico muy importante dado por la mujer, que quizá pudo ver incluso más allá que Lyndon B. Johnson, a quien parecía a punto de traicionarlo la impaciencia mientras hacía su toma de protesta en el Air Force One, con Lady Bird a su lado, mientras la viuda veía todo con una dignidad casi de concreto.
No importa lo que se diga acusándola de superficial: nadie podrá tachar jamás a Jackie de haber sido estúpida.
La flama eterna sigue ardiendo en el cementerio de Arlington, donde John fue llevado a su última morada en uno de los más impresionantes despliegues de poder jamás vistos en forma de un funeral. Sólo las exequias de la Reina Victoria –el 2 de febrero de 1901– y las de Lady Diana Spencer (en septiembre de 1997) se hallan a la altura en los anales de la historia occidental.
Jackie cambió entonces su atuendo (el traje rosa no se lo quitó sino hasta llegar al 6500 de la Avenida Pennsylvania) por un traje negro, con un velo sobre su cabeza y tomando de la mano a sus pequeños –Caroline, entonces de seis años y John-John, de trágico futuro, pero en esa mañana, de tres recién cumplidos– permitió que la fotografiaran.
Su figura de sereno desconsuelo y decoro a toda prueba se reflejó (y uno no puede evitar pensar que ella lo sabía) como la proverbial bofetada con guante blanco sobre los sucesores de su familia.
Había terminado una época de oro en el país y se avecinaban los años más recrudecidos de la Guerra Fría.
La viuda –ahora sí– salió con majestad al frente del cortejo, escoltada por Bobby Kennedy, quien, al fungir como procurador de Justicia de la nación, era el orgullo del nepotismo de su difunto hermano mayor y que en pocos años lo seguiría primero en la ruta hacia las primarias por el Partido Demócrata y después al más allá.
La señora no llegaría a ocupar su discreto lugar bajo la flama eterna y junto a su primer marido (al que de veras amó, dicen) sino hasta finales de mayo de 1994, cuando el linfoma que en secreto había combatido por meses, por fin terminó de consumirla, aunque éste no pudo acabar con su legado del mismo modo en que con sus células.
Su segundo matrimonio con Aristóteles Onassis en 1968 tuvo todos los elementos de una tragedia griega moderna (incluyendo a una neurasténica hijastra que la abominaba; la inefable Christina) y terminó en 1975 a la muerte de él, convirtiéndola no sólo en una viuda célebre, sino también muy rica.
No obstante, es muy posible que durante esos años de languidecer ociosa en la Isla de Skorpios o después, cuando fue editora de libros y socialite, metamorfoseándose, como Greta Garbo, en una de las quimeras vivientes de Nueva York por años, volviera una y otra vez a ese breve instante en que sonaron dos tiros en el aire y su Jack se quebró ante ella.
Silenciosa acerca del instante para la posteridad, Jackie, bañada en sangre, pasó a la historia desde esta curva en una avenida poco transitada de Dallas, en un lugar que posiblemente muchos no recuerdan, pero que contribuyó a crear un mito que comenzó hace poco más de cuatro décadas y es parte de la mitología contemporánea de un país, que no conseguirá olvidarla, ni al asesinato que cambió la cara del mundo en que hoy vivimos.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Con el Gato Culto en París
Vamos a comer.
martes, 20 de noviembre de 2007
Revolución
lunes, 19 de noviembre de 2007
domingo, 18 de noviembre de 2007
Mi ciudad
Camino por ahí, con los ojos abiertos, me saluda la gente que conozco y que me voy encontrando a mi paso. Compro un cucurucho de castañas asadas y me pongo de pie a ver el mar: la marea está baja, el cielo despejado.
Este es el día en que me doy cuenta de que ya no me pierdo para nada, que mi ciudad me ha adoptado. Que me he acostumbrado felizmente a estar aquí.
Esta es mi ciudad. Mi hogar. Mi vida.
Nada va a cambiar eso.
viernes, 16 de noviembre de 2007
Siempre Meryl
Claro, a esa edad acababa de ver Kramer vs. Kramer y me identificaba con el personaje del hijo. Mi aborrecimiento por la madre inestable -- encarnada por Meryl- fue tal, que influyó por muchos años en mi noción de ella.
Cuando se lo dije, la Streep se rió, con esa manera que tiene de hacerlo: se le iluminaron los ojos y se llevó la mano a la cara. -¿De verdad?
-De verdad,- le dije.
-Pero eventualmente dejé de odiarla, sabe. Uno crece.
-¿Y qué te hizo cambiar de idea?
Lo pensé por un momento y le dije - Las Horas.
Y ella asintió, me sonrió, dijo "gracias" y seguimos hablando.
jueves, 15 de noviembre de 2007
Responsorial para un maestro
Ha muerto en Nueva York Ira Levin.
Quizá algunos se pregunten, ¿y esa señora quién es?
Tuve la suerte de conocerlo en septiembre de 2003, en Nueva York.
Lo llamé directamente por teléfono y le pedí una entrevista. Él se rió de buena gana y me dijo que fuera a tomar un café a su apartamento. Así de sencillo. Así de accesible.
La entrevista se publicó en el suplemento Laberinto del diario Milenio, en octubre de ese año.
Aquí la reproduzco, tal cual.
"Ira Levin: El Arte de hacer temblar
Nacido en esta ciudad, de la que no se ha separado en décadas, Levin es egresado de la Horace Mann School y la Universidad de Nueva York. En 1952, a los veintidós años, publicó “Un Beso Antes de Morir”, que ganó el premio Edgar Allan Poe como mejor novela de misterio ese año – de hecho, es la persona más joven en tener uno- y en 1956 comenzó a escribir obras de teatro, convirtiéndose en un auténtico fenómeno en Broadway (algunos títulos: “La Habitación de Verónica”, “Trampa Mortal”, “El Jardín del Dr. Cook”), con obras que han durado años en escena, sin embargo, es más célebre como autor de historias góticas contadas a plena luz del día en un mundo moderno y asequible, como sucede en sus dos novelas más celebradas: El Bebé de Rosemary y Las Poseídas de Stepford.
¿Cómo nace una historia de horror a plena luz del día, como El Bebé..., es por alguna imagen, algún sueño?
“Es curioso. Comencé a escribir El Bebé de Rosemary en 1965, cuando mi ex esposa estaba embarazada de nuestro tercer hijo. Vivíamos en Wilton, Connecticut y estábamos en el proceso de establecernos como una familia suburbana convencional (como sucede en “Las Poseídas...”). Yo estaba en los ensayos para el estreno de una obra mía y un día, en el tren, miré a mi mujer y pensé, en cómo sería tener un embarazo normal con un desenlace extraordinario. Es algo tan común... y al mismo tiempo tan aterrador para una pareja: es cuando los nervios de la mujer están más vulnerables. Empecé a hacer notas y a observar a mi familia, a otras parejas. Por esa época fue cuando estalló la controversia sobre la “Muerte de Dios” como un acontecimiento histórico, así que decidí situarlo en ese contexto histórico.”
Rosemary (inmortalizada en las pantallas como Mia Farrow en la cinta que hizo Polanski en 1968) es una heroína memorable, ¿a qué se debe esto? ¿Porqué decidió contarlo desde el punto de vista de la madre todo el tiempo?
“Rosemary fue un personaje que me gustó mucho crear y volver a visitar (en la secuela “El Hijo de Rosemary” – 1997), en su momento. Me gustó poder explorar a una mujer de carne y hueso, que vive y respira y se angustia y va y hace shopping y ama a su marido y a su bebé y no sospecha por un instante que él o los vecinos – que a propósito son trabajados como entes simpáticos, perfectamente ordinarios, unos abuelitos bastante ordinarios, nadie los imaginaría como lo que son- pudieran hacer algo, “complotear”, en su contra. El resultado para ella es devastador, sí, pero Rosemary es un ser humano y como tal, no es perfecto. Por eso en la novela no hay final feliz, pero sí uno congruente: ella amará a su hijo como lo hacen todas las madres, sin importar quién – o en este caso,- qué sea. Me gustó mucho crear la visión femenina bajo tanta tensión, fue un ejercicio muy interesante para mí. ”
En Las Poseídas... sucede algo similar y fue muy criticado por eso por las feministas en su momento (1972). Decían que era como un chiste cruel...
“Es verdad, pero fue totalmente malinterpretada: mi idea era burlarme de los hombres, no de las mujeres. Las Poseídas… primeramente se me ocurrió como una obra de teatro (un musical, de hecho), que iba a satirizar la oleada de crisis matrimoniales de la década de los 70. Mi propio matrimonio se había disuelto en esos días y yo había vuelto a la ciudad con mis tres hijos y no era un muy buen momento emocional en América, con Nixon en la Casa Blanca y los últimos golpes de la Revolución Sexual (insisto: ellas ganaron). Así pensé que habría en algún lugar, quizá en un idílico pueblo suburbano de clase media alta, un grupo de hombres que serían capaces de hacer lo que fuera por someter a sus mujeres a su voluntad. De este modo nació la historia de Joanna Eberhart y sus amigas, que desde un principio ya están en la trampa – algo que pasa con Rosemary también-... pero mi intención era condenar a los hombres. Siempre he sido un gran admirador de la mujer, eso espero que quede claro.”
“Leo todo lo que hay. Acabo de leer Diary de Chuck Palahniuk (“Club de la Pelea”) y creo que es la mejor novela de horror que he leído en mucho tiempo. Es una historia inquietante que demuestra que los mejores y más impactantes efectos especiales no los hace una compañía de alta tecnología sino el estilo de escribir de alguien con talento. Puedes describir una situación claustrofóbica, pero si no logras hacer que el lector se olvide de que la está leyendo y la sienta, entonces podrás escribir muy bien, pero no estás narrando nada. Y para contar una historia de miedo es necesario saber qué quieres narrar y cómo quieres hacerlo.”
¿Porqué historias de suspenso y no comedias? Aunque el humor está siempre presente en su obra (Minnie Castevet es una de las más notables creaciones cómicas de la literatura del siglo pasado, pero al mismo tiempo es siniestra), casi todo es con una vena muy oscura...
“Siempre me ha intrigado lo que nos da miedo y el horror y el humor no podrían ser nada sin el otro. La fuente de nuestros temores puede estar perfectamente enraizada en nuestro inconsciente y formar parte de nuestra vida cotidiana: supongamos esto. Estas solo en tu departamento. No estás acostumbrado a vivir solo. Te inquieta estar separado de tu ambiente natural: ya sea tu ciudad, la casa de tu familia, tu pareja, dilo tú. De pronto, hay algo en las sombras de la habitación. Puede que no sea nada, pero estás seguro de que lo viste. Un movimiento. Algo. Una rata. Un pájaro. Algo que vino de afuera. ¿Qué puede ser? Usa tu imaginación, piensa. ¿Lo ves? Sientes que se te acelera el pulso, pero tampoco quieres acercarte al rincón. Vas corriendo a prender la luz y por tu cabeza corren, como una película si tú quieres, todos los escenarios posibles: desde los miedos de tu niñez hasta algo más factible (un ladrón o un intruso) o inconcebible (¿Podría ser Satán?)... finalmente prendes la luz y todo lo que hay es un sobre que cayó de un mueble al suelo. Nada. No es nada, pero te provocó unos instantes de pánico espantoso y pudiste perder (de hecho perdiste por unos segundos) el control de tu vida como lo tienes. ¿Qué te hace temer? ¿Porqué te asustas? A mí me entretiene enormemente especular con eso y si no fuera de este modo, créeme, no escribiría así.”
Todas (o casi todas) sus novelas han sido llevadas – con éxito- a la pantalla. ¿Cuál es su favorita? ¿Porqué siente que se ha dado esto? ¿Siente que son de interés para los nuevos cinéfilos?
“Mi favorita sin duda es “El Bebé...” con Mia. Creo que ella es Rosemary y nadie más podría hacer ese papel. Me gusta mucho también la primera versión de “Un Beso Antes de Morir” porque fue la primera de mis novelas en ser llevada al cine. “Las Poseídas de Stepford”, en su primera versión con Katharine Ross y Paula Prentiss me gustó muchísimo. Creo que Bryan Forbes – que es un director inglés, aplicándose a un tema cuya quintaesencia es totalmente americana- hizo un trabajo estupendo. Ahora la están filmando de nuevo, con Nicole Kidman como Joanna. Será muy interesante, creo yo, ver cómo adaptan esta historia al mundo moderno, donde la ficción especulativa con la que jugábamos como escritores (como la clonación en “Los Niños del Brasil”, también) ya es una realidad tangible.”
Escribió obras de teatro excelentes, letras de canciones y una obra magistral de la ciencia ficción: Este día perfecto (1969).
Era un hombre jovial y atento. Todo el tiempo estuvo escuchando mis palabras, siempre con un comentario pleno de humor. Con buena voluntad.
No lo volví a ver nunca.
Pero él me tocó. Lo hizo cuando yo era un niño que lo leía clandestinamente, literalmente metido en el closet de mi mamá, con una linterna. Lo hizo cuando yo era un adolescente que quería soñar que escribía. Lo hizo cuando fui un adulto y me presenté ante él -- sin atreverme a pedirle que me firmara un libro... y ya es tarde para arrepentirse.
Me dio mucho, y se lo dije. Al menos lo supo. Le debo lo que hago, en buena parte. Era uno de mis ídolos.
Y lo que me dejó, igual que las imágenes de Rosemary ante su hijo y de Joanna ante su marido, son permanentes. Indelebles.
Y el dolor.
El dolor es tan real, que se siente.
martes, 13 de noviembre de 2007
Este chico es una joya
Dexter es una serie de TV que produce Showtime, y que se estrenó en 2006 en Estados Unidos y acaba de llegar a España.
¡Estoy enganchado!
Michael C. Hall es un actor espléndido, al que ya había descubierto en Six Feet Under -- como el super reprimido pero entrañable hermano David Fischer- y aquí, él es la verdadera razón de ver el programa. Su interpretación de Dexter no tiene desperdicio: es un personaje por turnos repelente y encantador y en los dos episodios transmitidos, presenta niveles muy complejos de carácter; comparado con él, el Dr. House es una monja y el abogado Shark es una nena.
Dexter es como una especie de espejo distorsionado en el que cualquiera puede asomarse... y extrañamente, uno se encuentra comprendiendo sus impulsos, su deseo de eliminar a otros depredadores. Valor agregado es el reparto de apoyo, especialmente la actriz Julie Benz como Rita, la pálida y dulce noviecita de Dexter, que se va perfilando como el corazón blanco de la serie.
No suelo entusiasmarme a la primera con una serie; tardé casi un año en aventurarme en Perdidos y me desesperaron las Housewives... pero creo que Dexter y yo vamos a ser muy buenos amigos, más allá de la presente temporada.
lunes, 12 de noviembre de 2007
Manos limpias
A mí no me educaron así.
No hay mucho que pudiera decir para justificar estas acciones en las que esporádicamente he incurrido, e incluso, hay algunas de las que sinceramente me arrepiento. Hay otras de las que no.
Hay algunas, de hecho, de las que no me voy a arrepentir nunca.
Crecí con un cierto cúmulo de valores, que para bien o para mal, son míos.
Así fue como aprendí a amar a mi gente. A cosechar lo que se siembra, así sean rosas, así sean higos, así sean piedras. Pero siempre con el mismo código de honor, quizá anticuado, pero mío. Quien me ha dado su cariño, tiene el mío. Quien maltrata ese mismo afecto, tiene mi resquemor.
Soy protector de los míos. Podrán estar pletóricos de fallas -- finalmente, no somos dioses, sólo somos seres humanos, hechos de carne y sangre, más de las veces (y me incluyo) con los pies de barro, propensos a cuarteaduras. A mí me enseñaron a ser leal y así lo aprendí. Tuve un buen maestro y sus enseñanzas me siguieron, aún después de su muerte. Podré ser volátil y también, lo sé de cierto, estúpido (con muchas 'u') y necio, pero todo lo que he hecho, hago y haré, lo hice, lo hago y lo haré precisamente por honor y por cariño.
No sé, no sabré nunca, si he sido realmente leal como lo pensaba, pero no puedo detenerme a contemplar ese campo. Eso no me corresponde a mí, no puedo decirlo yo. Lo que sí, es que no puedo permitir el dolor de quienes quiero, sus lágrimas, su pesar. No puedo, porque aunque no esté en mis manos, es algo que nadie debería sufrir y menos aún por la crueldad ajena a la que me refería antes. Para herir (o pretender hacerlo) a los míos, primero hay que enfrentarse conmigo.
En esos casos puedo ser despiadado. Puedo ser feroz.
Pero también puedo, y al hacerlo recuperar congruencia conmigo mismo, apartarme con ánimo, valor y gracia del contrincante vencido.
Y hablando de manos, ahora mismo miro las mías y las tengo limpias.
Mi gente (ustedes saben quienes son, saben que lo son) siempre vendrá antes que el antes y después que de las buenas noches, las gracias, y apague la luz.