martes, 24 de julio de 2007

Gente como uno


Una de las películas que más ha significado -- por múltiples razones, textuales, contextuales, subtextuales y extratextuales- en mi vida y a la que vuelvo de vez en cuando, es la cinta con la que Robert Redford rompió el molde, para convertirse en un director respetado, más allá de ser una estrella de cine.


La película se llama Ordinary People (en México Gente como uno y en España Gente corriente) y pese a sus muchos méritos, lo triste es que mucha gente sólo la recuerda como la película que, inexplicablemente para muchos, le "arrebató" el Oscar a Raging Bull de Martin Scorsese en 1981 -- Personalmente, me parece más inexplicable y mucho más robo, el que la tediosa y bastante malita Danza con lobos de Kevin Costner haya hecho eso con Goodfellas/Buenos muchachos diez años más tarde-. Creo que la película tiene mucho más que la sostiene que ese hecho. Se trata de una estupenda adaptación cinematográfica de una novela muy difícil de filmar (escrita por Judith Guest), acerca de lo que le sucede a una familia de clase media estadounidense, después de una tragedia y cómo las crisis muchas veces tienen sombras largas.

Supongo que uno de los elementos que mejor funcionan en la película, son las actuaciones: Donald Sutherland, en el rol de un padre de familia sensible y alarmado, es un prodigio para ver -- igual que en cualquiera de las otras cintas que realizó en este periodo de su carrera, comenzando por la formidable M*A*S*H, de Robert Altman (1970), pasando por Klute: Mi pasado me condena (1971), Don't Look Now/Amenaza en la sombra (1973), Como plaga de Langosta (1975), 1900 de Bertolucci y Casanova de Fellini (ambas: 1976) y muy posiblemente culminando con ésta-, donde la que es la pièce de resistance de la película es Mary Tyler Moore, quien había hasta ese momento alcanzado un nicho memorable como comediante en la TV (fue la co-protagonista de El Show de Dick Van Dyke y la estrella indiscutible del clásico sitcom que llevaba su nombre, más conocido como La Chica de la Tele); aquí Mary (en un papel que originalmente fue considerado para alguien de aspecto glacial, como la inolvidable Lee Remick) rompe todos los esquemas de su carrera al interpretar a un ama de casa suburbana que lleva su desempeño al punto de la ostentación, con el fin de no tener que querer a su hijo menor, después de pasar por la pérdida de su primogénito, algo que cuando la cinta empieza, hace mucho que ocurrió.

El hijo sobreviviente y personaje central de la película, es Conrad (un debutante Timothy Hutton). Cuando lo conocemos, tiene poco de haber vuelto de un hospital psiquiátrico, donde lo pegaron con cinta adhesiva -- si lo sabré yo, se nota- después de un intento de suicidio. El otro elemento que entra en la ecuación, además de Buck, el hermano muerto, es el Dr. Berger (Judd Hirsch, que también hizo carrera notable en la pantalla chica), un psicoanalista que lo recibe como paciente externo.

La textura de la vida de la familia Jarrett está ahí. Mientras Cal y Beth, los padres, tratan de no pensar en lo que han dejado atrás -- la muerte, la desolación-, Conrad es incapaz de perdonarse por algo que realmente no tiene nada qué ver con él, que no está en sus manos. Como director, Redford captura el tono de la trama y lo da a los personajes, que a su vez lo proyectan: la locación es Lake Forest, uno de los suburbios residenciales más atractivos de Norteamérica: casas palaciegas cercanas al Lago Michigan, zonas arboladas, afluencia económica. Nadie espera que en casas así se sufra. Pero Conrad sufre y le cuesta tanto trabajo levantarse en las mañanas como irse a dormir por las noches. Su historia es narrada sin el sentimentalismo barato con que aparentemente Hollywood piensa que el espectador quiere acercarse a la condición humana. En este caso, Redford desafía al cliché y observa con atención al entorno en que desarrolla su historia. Todo suena y se siente auténtico. Conocemos a gente como ésta, hemos oído diálogos como estos y (en casos) hemos sido gente como ésta.

Ordinary People tiene un magnífico guión de Alvin Sargent y una cinefotografía maravillosa a cargo de John Bailey. Nos muestra el desarrollo de este éxodo -- metafórico y literal, Conrad y sus padres van de un punto a otro y no podrán volver sus pasos atrás- con un ritmo impcable y sin estridentismos. ¿Que si uno puede llorar al ver esta película? ¡Solo si fuera de piedra no lo haría! Pero aquí el llanto es catártico, no fácil y anunciado con música y movimiento de cámara, como sucede ahora tantas veces.

Conrad crece, aprende a vivir de nuevo, donde su madre, hermosa y perfecta, se rehusa a seguir haciéndolo y corresponde al padre (cosa curiosa, casi siempre sucede a la inversa) el convertirse en el centro emocional del hogar, en quien realmente se manifiesta la posibilidad de entender, de confrontar, a cualquier precio, con tal de resolver lo que sucede. Cal Jarrett ya perdió un hijo. No quiere, evidentemente, quedarse sin otro, aún si para Beth sería mejor ya no tener absolutamente nada. Ya no puede sentir: ¿cómo habrá sido su paso por esa jungla del dolor, que prefiere no tener un corazón, a verlo despedazado de nuevo?

La cinta es, como ya dije antes, de un armado muy cuidadoso: Redford aprendió todo el tiempo que estuvo frente a la cámara y lo aplica cuidadosamente, como un pintor a su lienzo: cada escena está planteada de forma que embone perfectamente. Quizá en estos momentos de espasmódico cinema, de montajes convulsos, de velocidad vertiginosa, esto sea un problema para los posibles espectadores de esta cinta -- que quizá debería ser vista por más gente joven hoy día, que siguen sus temas tan vigentes como en 1980- que se quejarán de ella alegando "aburrimiento" o que "es deprimente".

Y no, no creo que sea deprimente.

Creo que es un filme que es honesto, en la medida de lo posible, al respecto de cómo se siente uno después de haber hecho algo semejante; la confusión, el miedo, la esperanza y la desesperanza, todo junto y en un mismo momento. No es menester la experiencia previa para empatizar o comprender. Pero lo cierto es que hay mucho más que lo evidente en esta cinta y por eso me encuentro volviendo a ella una y otra vez, no muy frecuentemente, pero sí. Porque en cierto sentido, esta historia a mí también me habla, como a tantos otros. Es la historia de, valga la redundancia, gente como uno.

2 comentarios:

Alejandro Caveda dijo...

Uff... hace tanto tiempo que vi esta película que sólo tengo algunos recuerdos dispersos de ella, se ve que tu la controlas más. Personalmente recuerdo con cariño "El rio de la vida", aunque tenía un tono y estética muy distintos a la que tu comentas. Redford es un gran director, lástima que se prodigue tan poco, salu2.

Miguel Cane dijo...

Quizá el veintiúnico problema de El Río de la vida, estimado Alex, es que la mayor parte de la gente la ubica como "una película de Brad Pitt" y se olvida de muchas otras cosas, como la interpretación magistral que hace Tom Skerritt, por ejemplo.

Creo que, efectivamente, a Redford se le ha subestimado como director por dos razones: una, el peso de su figura icónica como movie star (en su momento histórico) y dos, su interés por irse hacia historias más íntimas de un cierto tipo de personajes: pasa del estridentismo y el ghetto, para ir de un punto a otro y todas sus pelis, curiosamente, están adaptadas de estupendas novelas.

Sobre Gente corriente, ¿qué puedo decirte? Es una de esas películas que vino a marcar mi vida, aunque cuando la ví, ya había pasado por los momentos difíciles que, en retrospección, me ayudó a poner en perspectiva.

Lo que es más, ahora que lo pienso, no sería una exageración decir que hay algo, algo de influencia, algún trazo, un girón, de esa película en mis Fiestas... no muy conscientemente, las cosas como son, pero si todas las cosas y personas que amo están ahí, seguramente esta historia también aportó algo. Uno supone.

Un abrazo.