sábado, 28 de junio de 2008

Escritora Invisible

Tiene 70 años de edad recién cumplidos y este año celebra 45 de publicación ininterrumpida; es una de las más brillantes escritoras contemporáneas y el prototipo ideal de la mujer de letras, totalmente entregada a una obra que ha capturado la imaginación de generaciones de lectores, siempre buscando narrativa innovadora. Y es una de las personas a las que más admiro (podría decirse que, de conocerla, la veneraría, pero eso sólo lo hago cuando existe un vínculo real con la persona) y una de las voces que más me ha influído en mi quimérica vida de fabulador con pluma en mano.

No obstante, cuando Joyce Carol Oates nació en en Lockport, un pueblo básicamente semirural y deprimido en el norte de Nueva York en junio de 1938, cualquiera habría jurado que tenía pocas posibilidades de ser algo más que lo que el destino deparaba para sus contemporáneas: un matrimonio convencional, hijos, un hogar y una vida serena, sin sorpresas ni drama; pero desde muy joven, la Oates decidió que su verdadera vocación yacía en otra parte y tras obtener una beca para la universidad de Syracuse, realizó estudios superiores de Lengua y Literatura Inglesa, completándolos con maestría -- con especialidad en James Joyce- en la de Wisconsin. Posteriormente, obtuvo el doctorado en dicha materia por la Universidad de Rice, al tiempo que compaginaba esta especialización con su dedicación al cultivo de la literatura de ficción, escribiendo a razón de dos relatos por semana y comenzando a escribir los primeros esbozos de sus novelas, aún después de contraer nupcias en 1961 con su compañero de doctorado, Raymond Smith, con quien estuvo casada hasta la muerte de él, en febrero de este año, con quien fundó la editorial The Ontario Review (La pareja no tuvo descendencia).

La Oates es célebre por las generosas dosis de violencia que ha volcado en sus cuentos y novelas, siempre aunada a un profundo sentido de la empatía e incluso el patetismo. Está considerada como una de las más destacadas seguidoras de la corriente narrativa inaugurada por Virginia Woolf y William Faulkner.

Uno de sus primeros relatos fue seleccionado, con mención de honor, para formar parte de una antología de los mejores cuentos escritos por autores norteamericanos, lo que marcó definitivamente el camino de Joyce Carol Oates hacia el género de la prosa de ficción. En el otoño de 1963 apareció su primera colección de relatos, titulada Por la puerta del Norte. Un año más tarde, animada por la buena acogida de críticos y lectores, lpresentó su primera novela extensa, titulada Con temblorosa caída (1964), obra a la que siguió un nuevo volumen de relatos, Sobre un torrente arrollador, aparecido en 1965.

Su vertiginosa carrera literaria apuntó entonces hacia un objetivo mucho más ambicioso: la publicación de una trilogía narrativa en tema, mas no en trama. En efecto, en 1967 vio la luz la primera entrega de esta serie que versaba sobre la vida en tres distintos estratos de la sociedad estadounidense: así, abre con Un jardín de delicias terrenas, que versaba sobre las vidas de los trabajadores itinerantes en los páramos del medio oeste estadounidenes; ésta inmediatamente seguida por la impactante, sarcástica y casi operística Gente adinerada, que versa sobre la tragedia de la clase acomodada en los opulentos suburbios residenciales de Connecticut, misma que fue galardonada con el Premio Nacional de Narrativa de 1968. Un año después, Oates volvió con la tercera y última entrega de su trilogía, ahora ambientada en la descarnada jungla urbana, titulada Ellos (1969), novela que vino a culminar una espléndida muestra de la mejor prosa de ficción norteamericana de los años sesenta y le valió obtener el National Book Award en 1970. “Mi único compromiso como escritora,” declaró entonces en una – poco frecuente- entrevista “es explorar sin cortapisas las condiciones sociales y morales de mi generación.”

La crítica se apresuró a subrayar las mayores virtudes de la prosa de Oates, entre las que sobresalen la densa experiencia vital acumulada por sus personajes y el desconcertante ámbito en que la autora los sitúa: un espacio literario donde el realismo social convive en perfecta simbiosis con los mejores ingredientes de la tradicional novela gótica (la angustia del pasado asixiando cualquier posibilidad de futuro en el presente), y en el que se genera una torrencial corriente de violencia que con frecuencia desemboca en un desenlace brutal, sangriento, inesperado, marcado por el asesinato dde uno de los protagonistas o la aniquilación de los propios elementos destructores. La mayoría de sus personajes principales son mujeres de cualquier ámbito (estudiantes universitarias, profesionistas, obreras, amas de casa, aristócratas u obreras o mujeres del campo) a través de cuyas vivencias la Oates realiza un interesante y siempre exhaustivo análisis sociológico acerca de las causas y consecuencias de la violencia que ejercen sobre ellas los hombres y la propia estructura social del país. Igualmente, pocos narradores han manifestado un talento tan deslumbrante para el diálogo.

Tras publicar una serie de novelas enfocadas en desglosar las condiciones político-sociales de los Estados Unidos, habitualmente tomadas de los titulares de noticias, como Wonderland (una discreta mirada al choque de culturas y generaciones) o The Assassins (inspirada en los asesinatos de John F. y Bobby Kennedy), a finales de la década de los setenta Joyce Carol Oates volvió a uno de sus primeros amores: la literatura gótica. De este modo se dispuso a escribir la monumental novela Bellefleur (1980), que ha sido considerada el equivalente en literatura anglosajona a los Cien años de soledad de García Márquez, a nivel de profundidad, construcción y redefinición de un género. El libro ha sido uno de los más notables en su canon y permaneció por varios meses en las listas de libros más vendidos, junto con un torrente de críticas favorables. A esto, la Oates siguió con una reevaluación moderna de la Orestiada, ambientada en las altas esferas de Washington DC, titulada Ángel de Luz (1981), donde Kirsten y Owen, los perturbados (aunque muy bien educados) hijos del político aparentemente suicida Maury Halleck, adoptan los roles de Electra y Orestes, mientras que la glamorosa Isabel de Benavente-Halleck es una encarnación de Clitemnestra ataviada en Dior y con un corazón monstruoso.

Posteriormente, ha publicado una novela por año, entre las que destacan Debes recordar esto (1988), Apetitos americanos (1989), Porque es amargo, porque es mi corazón (1990), Agua negra (1992), ostensiblemente basada en el escándalo de Teddy Kennedy en Chappaquidick y convertida en su primer libreto de opera en 1997, Confesiones de una chica banda (1993), la demoledora e inolvidable novelita Zombi (1995) y¿Qué fue de los Mulvaney? (1996), obras en las que continúa sosteniendo su constante denuncia de la degradación moral en que ha caído una gran parte de la sociedad norteamericana contemporánea. En 2000 publicó Blonde: Una novela sobre Marilyn Monroe, que le valió volver a la lista de best-sellers.

Paralelamente, con los pseudónimos de Rosamond Smith (una variación en el nombre de su marido) y Lauren Kelly, decidió escribir una serie de novelas de intriga, firmemente establecidas en el género negro, donde no se constriñe y deja que la sangre aparezca a borbotones, sin perder un ápice de su elegancia estilística, lo que hizo fácil de idenficarla y quitarle la máscra. Igualmente, descubrió una de sus pasiones en el deporte del boxeo, que ella misma define como “un arte blasfemo y sangriento, pero apasionante y hermoso”, convirtiéndose en una experta en el tema, explorándolo en un libro que hoy día es considerado clásico imprescindible en la cultura deportiva, el ensayo On Boxing.

Candidata perenne al Nobel, profesora emérita de la Universidad de Princeton desde 1978 y amante de los gatos, la Oates no ha dejado nunca de trabajar. Su prolífico canon que incluye centenares de excelentes relatos cortos, reseñas artículos, noveletas y obras de largo aliento, ha seguido fluyendo, con la aparición esta semana de su cuadragésima cuarta novela: My Sister, My Love, (misma que espero leer con ansias) que, como el resto de su obra, está firmemente plantada en una realidad brutal, sin maquillaje y a su vez, convertida en un extraordinario paraíso de lenguaje escrito.

Descubrí a la Oates mediante referencias de Peter Straub, que es su admirador. Esto fue cuando yo iba en mi primer año de universidad y me propuse conseguir cuanto libro suyo pudiera caer en mis manos, aunque dicha tarea es una faena virtualmente imposible. Son demasiados. Pero siempre que tengo la ocasión y alguno cae en mis manos, lo devoro con avidez.

Mis primeros cuentos, se deben a ella. Al releerlos, efectivamente encuentro un eco Oatesiano. Poco a poco éste se ha ido difuminando, pero no puedo negar que por mis venas corre su sangre, como tras la mordida de un vampiro, aunque sé que nunca podría aspirar a ser mencionado en la misma oración. Sin embargo, ahí está la voz. Esa voz que me enseñó parte de lo que sé. Cómo acercarme. Cómo narrar. Cómo hacer las costuras invisibles para el vestido perfecto.

Algunos de mis cuentos preferidos, se han originado por leer algún trabajo suyo. Algunos de mis mejores momentos como lector se los debo a ella. Esto, es un modesto ramo de margaritas para mi escritora viva favorita. Nunca sabrá que existo, pero me basta con saber que ella existe y escribe. Y mientras esta escritora invisible, elusiva, magnífico misterio, sea una fuente -- una fuente que he podido compartir muchas veces con otros lectores cercanos a mis afectos y mis pasiones-, yo estaré contemplando el reflejo de los tiempos en sus aguas.

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