Donde todo mundo conoce tu nombre


Poco a poco he ido encontrando un ritmo en esta ciudad nueva. También he ido encontrando lugares que se van adoptando como propios; donde te sientes como en una extensión de tu casa.

Hay librerías, como Paradiso, restaurantes como La Cuadra de Antón, parques, calles, senderos... muchos de estos parajes los he encontrado solito, caminando por ahí, deteniéndome a mirar en las esquinas, aspirando el olor del Cantábrico. Otros, los he conocido de la mano de mis amigos, que así me comparten un poco (o descubren al mismo tiempo que yo) los tesoros ocultos de este reino junto al mar.

Y el lugar del que hablo hoy, es precisamente uno de esos lugares que uno descubre gracias a los amigos. Me refiero al 4.70, ubicado en la Plaza del Marqués, a unos pasos del ayuntamiento y con vista del muelle.

Llegué ahí mi primera noche de viernes en Gijón, hace más de un mes. Estaba un poco desorientado aún, sin atreverme todavía a mover los muebles de la casa (de eso les contaré otro día) y sin sentirme aún del todo involucrado en mi nueva vida.

Cefe y Ana me invitaron a ir y fui. Ya sabía que ellos son parroquianos asiduos, particularmente en noches de viernes. Luego supe que esto es así porque Enrique, el dueño del bar, es amigo de la infancia de Cefe y que por lo mismo, este bar de tema náutico es una especie de punto de reunión para sus antiguos colegas y gente nueva que va llegando y de un modo u otro, pasa a formar parte de la comunidad.

Enrique y su esposa, Susana, son anfitriones todas las noches de una fiesta que parece casi permanente (y digo casi, porque cierran los domingos por descanso). Siempre hay buena música en el 4.70, Susana es partidaria del pop español de los 80 (Yo tenía un novio que tocaba en un conjunto beat) donde Enrique tiene su lado New Wave. Ambos están siempre enterados de los temas de conversación del momento, leen muchos libros y tienen una memoria excelente para ciertos detalles de trivia que siempre son útiles en el arte de la charla.

En el bar he conocido personajes muy divertidos, muy cálidos, muy sorprendentes: está Alejandro, el "Marqués de Cabueñes", que escucha marchas en su MP3 y siempre tiene el mejor comentario cáustico cuando es oportuno; también ahí conocí al legendario Cipri (de quien ya había oído por Cefe y Jack, quienes son sus amigos de hace muchos años y se refieren a él con cariño siempre), todo un personaje por mérito propio: periodista, observador, master admirabilis. Y por supuesto, también conocí a su compañera, Ángela, quien a primera vista, remite a uno a Greta Garbo o Marlene Dietrich. Sí, no exagero: en ella esa elegancia de porte que miles de mujeres se esfuerzan tanto en obtener, se hace aparente de una manera muy natural, aunque por debajo de ese gran elán (como sucede con Charlotte Rampling), hay una sonrisa dulce, una mirada inquisitiva. El gozo de vivir.

Me gusta ir al 4.70 porque lo siento como una especie de extensión de la sala de mi casa. Puedo leer el periódico, sentarme en la barra, escuchar historias de esta ciudad que adopté como mía y a veces, poco a poco, contar un poco de la mía.

De hecho, mientras escribo, me preparo para ir a darme una vuelta por ahí. Siempre hay un rostro conocido, una sonrisa, un lugarcito donde estar.

Nos vemos por allá, pues.

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