Breve encuentro



Esta es la escena:
Por favor, observen con atención.
Bob Harris se acerca a la joven, frágil y quebradiza Charlotte (cuyo dèrriere angelical es lo primero que vimos en la pantalla, hace poco más de hora y media). Él la abraza, algo murmura en su oído. El murmullo es ininteligible.

La cámara se aleja, les da ese breve instante de intimidad. Al volver, ella, que ha estado llorando (y le falta tanto más), asiente, deja que la bese primero en los labios, como lo hace una estrella de cine y después en las lágrimas, como lo hacen los padres en la infancia y los amigos al crecer.

Se apartan. "Bye," dice él y ella hace eco.
Cue music. Disolvencia. Créditos.



¿Qué le dijo?

La pregunta me sigue mientras abandono la sala de proyección, donde estuve solo -- por eso pude llorar a lágrima viva (siempre me he preguntado si habrá lágrimas muertas) cuando empezó Just like Honey. Me seguirá mientras bajo en el ascensor, hacia Madison, donde aún brilla la tarde. Es septiembre de 2003. Pronto sabré la respuesta, pero primero viene, como el fantasma de las Navidades Pasadas, el antes.

Ah, porque hay un antes.

º

Febrero de 2000.
Londres después de medianoche. Debería estar en mi cuarto de hotel en Belgrave Square, preparando maletas. Mañana salgo en el Eurostar rumbo a París, para visitar a mi prima Donají y su flamante esposo, que están allá, mientras él estudia. Es una manera de aprovechar mi estancia en esta parte de Europa, después de la esperpéntica experiencia de la Fashion Week. Quiero verlos; les traigo de contrabando una botella de tequila en mi maleta.

Pero en ese momento, no pienso en ellos. Estoy en la sala de estar del apartamento (un flat, que le dicen) de Ashley Mutimer. Esto es lo que recordaré cuando Bob Harris vuelva al auto, pero no lo sabré entonces, sino mucho después, cuando haya llorado en una sala de proyección vacía, con el privilegio de la soledad que mi credencial de prensa y la amistad del compañero (hoy ex) del productor de Lost in Translation me otorgarán.

Antes, Ashley me mira, de pie como estoy ante su ventana de suelo a techo, mirando la luna de invierno. En esa época aún fumo por hábito. Lo hago; exhalo por la nariz. Soy, fantaseo, un dragón. Ashley sólo me mira, con esos ojos extraños que tiene.

Antes dije que en Inglaterra, cualquiera es hijo de un noble. Pero éste amigo, no es cualquiera. Su madre es Hongkonguesa. La herencia china se manifiesta en aspectos del rostro, en el cabello negro, deslumbrante, siempre cortado a la moda. Ashley me ha escrito las más hermosas cartas de amor. Las atesoré hasta que un día olvidé el password de esa cuenta, que a estas alturas del poema, ya no existe.

Es mejor.

El origen y correspondencia de esas cartas es lo único que hice, que he hecho, en mi vida, que me hizo sentir infame. Él me escribió las más hermosas cartas de amor. Pero no estaba enamorado de mí, aunque sí.

Me mira. No es estúpido. Yo sí.

Él fuma. Lo oigo reírse muy suavemente. No se ríe de mí, sino, supongo, de esta carantamaula. De este Punch & Judy show. De, citando a Karen, con su delgada voz fantasmal, This masquerade. Y yo sigo con el antifaz puesto.

Desde que llegué y ya había un mensaje en el hotel para recibirme, estoy ahogándome.

Así se siente cuando mueres ahogado. El pánico y el alborozo me bordean desde que bajo al lobby la primera noche y él espera para llevarme a cenar, preguntándome por Liz, que no existe, pero que es una creación perfecta, tanto, que existe. Mientras contesto, maldigo la hora en que me ofrecí de voluntario, para hacerme pasar por mujer, en un reportaje experimental para probar que se puede fingir cualquier identidad en una sala de chat. Nadie me dijo que iba a involucrarlo a él, y que iba a involucrarme yo, como Harris y Charlotte (que son tan imaginarios como mi alter ego) en un breve encuentro. Pero me arrepiento de decirle la verdad cuando él se muestra realmente interesado y comienza a cortejar a "Elizabeth Lavenza" (el patronímico prestado de la trágica prometida de Victor Von Frankenstein -- no imaginé que alguien fuera a pescar la referencia), a mandarle mensajes y cartas. No e-mails tan sólo. Cartas. Cartas de amor. Y Elizabeth, Liz, pronto va aludiendo a este amigo suyo de la infancia (yo) y describe anécdotas de esa niñez compartida con el pálido niño (anécdotas ciertas. Liz se vuelve un composite de mis primas y de mis amigas de primaria... cada día que pasa, la mentira se borda de realidad. No puedo, aunque me odio cuando miento, dejarlo).

Ashley corteja a Liz. Liz va presentando más a su amigo (yo) y va lentamente marginándose, sin saber cómo romper. Lo que empezó en octubre como un coquetear bilingüe para demostrar el punto del reportaje, para febrero es mi alegría y mi tormento por partes iguales. Cuando se da la oportunidad de viajar a Londres, no puedo evitarlo -- tengo que verlo-, Liz anuncia que su amigo de la infancia, su confidente, su hermano postizo, irá. Ashley se ofrece como anfitrión. Yo pienso, será una copa y luego, un rápido buh-bye a la puerta del Pub. No volveremos a vernos y ya tá. Acepto (Liz acepta). Comenzamos a "cartearnos" Ashley y yo, presentados por esa chica que no existe y sin embargo, tiene el corazón acelerado cada día cuando hay una carta para ella o dos.

Esto que estoy revelando ahora, me vengo a dar cuenta y es demasiado tarde para abortar la operación, es quizá mi secreto más bochornoso. Pero es parte de mi vida tanto como tantas otras cosas que hice y no había pensado en él hasta hoy. O ayer. No sé.

Ashley no sólo me invita una copa. Pone a mi disposición un coche cuando haga falta (el mismo coche que comparto con la dulce Jane, ¿recuerdan que les conté de ella?). Me invita a cenar todas las noches que dura el evento. Me lleva a ver a Lorraine Bowen a un club (con Jane) y a ver a Ute Lemper en Chicago al West End (con Jane y una horda de amigos suyos). Esta noche que estoy de pie en su salón, la última, hemos ido a cenar y a beber, los dos solos. Hemos rematado en su departamento de Chelsea, en un tercero, con decoración minimalista y desorden de soltero, para beber whisky y fumar.

Ahora me doy cuenta, siete años más tarde, que él ya sabía.

"Tengo que irme."
Pausa, luego él:
"Quédate."
"No. Tú tienes que trabajar mañana y yo tengo que tomar el tren."

Me mira. Extiende los brazos. Dejo que me abrace, pero no me atrevo a mirarlo a los ojos, casi ni siquiera le devuelvo el abrazo. Me estoy ahogando, no en agua. En vergüenza.

"Puedes quedarte, si quieres."
Sacudo la cabeza.
No.
El chófer me llevará.

No lo he vuelto a ver.
Liz no volvió a escribirle y yo no tuve cara para volver a esa cuenta. La dejé perder y con ella, las cartas que, como ya dije, nadie ha vuelto a escribirme así.

En la oficina de Hilda "El Unicornio" García, lloré como lo volví a hacer en esa sala de proyección, tres años más tarde. Le conté todo. Todo. Me arranqué el antifaz de la cara, sin saber que ya se me había caído antes. Ella me confortó como pudo, me dejó desahogar mi cuita, dijo que me comprendía y que seguro él... pero, si yo hubiera sido él, si a mí me hubieran engañado, aún con las "razones" que pudiera alegar, yo no habría tenido la gracia de dejarme ir con un abrazo. Yo, de ser él, me hubiera roto la madre a golpes.

º

Septiembre de 2003.
Nueva York aún se conduele por el 9/11. Estoy de visita en la ciudad, para atender la reunión anual de la Gay League of America, de la que (todavía hoy) soy miembro, aunque ya no en activo (el que diga "pasivo", le pego con mi bolsita). Anton Kawasaki, hoy editor en DC comics y uno de mis héroes personales, por razones que nada tienen qué ver con que se dedique a eso, me pregunta si sigo escribiendo sobre cine.

"Ocasionalmente," le digo. Falta poco más de un año para que me dejen crear mi Linterna Mágica en Milenio. Sólo escribo del tema o algún filme, cuando el big kahuna (léase, G. García, entonces titular de la crítica en el diario) no lo ha tocado ya.

Anton me cuenta que acaba de ser el junket de una película que su pareja, Ross Katz, produjo: Lost in Translation. Pero aún pueden proyectarla para mí en una sala privada. ¿Quiero? Todavía sin saber bien a bien de qué me habla, pregunto: "¿Quién actúa?" Bill Murray me gustó en Rushmore y The Royal Tenenbaums; de Scarlett Johansson, aún no había oído hablar. "¿Quién dirige?" Cuando dice Sofía, no necesito que me diga su apellido, ése lo suelto yo. Imágenes de Las Vírgenes Suicidas y la tarde en que la vi, en Washington DC, solo también (las películas de Sofía las veo a solas, cosa rara), se desparraman en mi mente.

Sí, quiero.

Cuando termina la película y Bob Harris murmura algo al oído de Charlotte, yo ya estoy llorando. Lo estoy aún (ya sin lágrimas ni muertas ni vivas) al encontrarme un mensaje de Anton en mi hotel. Llamada urgente para Míster Kéin.

"¿Quieres entrevistar a Sofia? Vamos a cenar Ross y yo con ella. ¿Quieres?"

En diez minutos estoy con pantalones y camisa limpios, el cabello húmedo y las manos temblorosas, a bordo de un taxi que baja hacia Greenwich Village. Vacilo en si comprarle unas rosas de un deli coreano, al acercarme al edificio donde vivía el binomio Katz/Kawasaki. Me decido por tulipanes, que son menos cliché. Las preguntas son un tropel en mi cabeza. Casi todas aparecerán en mi entrevista, que se publicará en noviembre en la revista semanal de Milenio, inaugurando así lo que es hoy la sección que yo hago, redefiniendo mi carrera.

Sofía es más bajita que yo. Algún peponazo superficial (lo que es más, oí a uno hacerlo durante una cena a la que asistí para ver la transmisión de los óscares 2004. Fue la única vez que lo he hecho con compañeros de la fuente, ni enfermo del cerebro lo vuelvo a hacer) la calificaría de "fea". A mí me parece una mujer muy joven (lo es), muy interesante y a la vez, completamente despojada de todo artificio impuesto por los mass media y el marketing.

Me ofrece la mano, me da una sonrisa. Le conforta que no le pregunte nada sobre la repentina disolución (shocking, la llamó People, que sólo leo cuando estoy indigesto y necesito vomitar) de su matrimonio con Spike Jonze. Está sentada ante mí, toda la noche, mientras comemos chino (Hong Kong Garden Takeaway) y yo le disecciono la película y ella me cuenta su anecdotario de cómo vino a ser. Y se ríe, nos reímos.

No he vuelto a tener tanto tiempo para entrevistar a alguien, que me pudiera explicar tan bien lo que quiero saber. No le cuento a Sofía la historia que reviví mirando el final de su aventura, pero sí le pregunto lo que me inquietaba saber (y que después, me entero, ni Murray ni Scarlett Johansson han querido revelar... de hecho, cuando estuve con ella por Scoop, mucho tiempo después, ni se lo pregunté): ¿qué le dijo Bob Harris a Charlotte?

Sofía se sonríe, no sin una cierta ternura.
"Lo que tú quieras. Eso es lo que le murmuró al oído."

¿Lo que yo quiera?

Yo habría murmurado un intento de expiación. Aunque ya pasó tanto y realmente, ni siquiera queda culpa. Él siempre supo y me di cuenta al recordar, tanto después, que me dijo un día de esa semana que nos vimos diario y hablamos tanto (o yo hablé tanto. Hablo y hablo y hablo y hablo y hablo). Algo sobre Byron y Shelley, pero no alcancé a oír, tratando de poner mis manos sobre el ruido.

Pero ya es tarde.
No hubo adioses, aunque mandó a su chófer a llevarme a Waterloo Station.
Me habrá (la habrá) olvidado, espero.
Supongo.
Creo.
Deseo.

Comentarios

hola, te escuché decir tu blog en Ya Veremos y pues es bueno registrarlo para conocer diferentes opiniones de cine.
Ya lo sabía! Buuuuu! = ) Creo que hasta hiciste una nota de esto no? Por ahi pienso que lo leí...

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Ahora bien, un gran y sonoro fuck you a Columbia Pictures México por deliberadamente no traer la María Antonieta de la Coppola. ¿Alguién sabe por qué carajos no?

Un abrazo,
Miguel Cane dijo…
Hey, Paxton!

Pues igual lo leíste en la entrevista con Sofía cuando se publicó en MILENIO... aunque todo el resto nunca lo había dicho en voz alta a más de dos personas, me temo.

Sobre María Antonieta, yo le pregunté a Alain Sefchovich, de Columbia/Sony, después que se proyectó la película (también la vi solo, para no variar) cuándo se iba a estrenar. Esto fue en el otoño de 2006. Me dijo que posiblemente en enero 2007.

En enero 2007, unos amigos la pescaron, de purititito accidente, en Cinemex Santa Fe, UN fin de semana. Eso fue todo.

El DVD se estrena en México el 1 de mayo... y es una lástima, porque El retrato de la Reina Adolescente, debería verse en pantalla grande... pocas veces he visto un uso más magistral de la pantalla ancha.

Sofia, Sofia... (suspiro)

Esa Sofía.

Un abrazo de vuelta, Paxton.
Miguel Cane dijo…
Hola Juanki.

Bienvenido

(Nunca dejará de sorprenderme el poder de convoctaria de la TV)

Ahora a ver cuánta gente viene por la TV y se espanta cuando vea lo laaaaaaaargo de los posts... jia jia jia jia jia.
Mar dijo…
Amoreux:
No-mames. Cuánta cosa. La peli para mí también fue como si hubiera estado sola en el cine, pues pocos más entendían lo que yo de un filme así -Air en el soundtrack, Sofía (Sofía), el Japón que alguien me auguró que conoceré-; no había de otra. También lloré, a ratos Bob, a ratos Charlotte. Qué fascinante tu charla con Sofia, ya la quisiera para cinco minutos en mi pobrísimo inglés, tendría que practicar antes. Y como siempre, una larga historia detrás, de soledades y encuentros que no se suponía que ocurrieran, como el que ahora tengo contigo. Estoy leyendo tu novela. Estoy viviendo mi aventura contigo, tu casi despedida. Me pregunto qué sigue, con tantas aproximaciones. Un beso.
No, sí fue en Milenio cuando la leí. Cuando te leía. Cuando el Arreola todavía andaba con correa y no se había desatado jajajaj
Anónimo dijo…
Eso fue tremendo, intenso, increíble.

Genial.
Miguel Cane dijo…
My dear:

A veces qué más quisiera...
Arkturo dijo…
esa escena es perfecta

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