Manhattan, febrero de 1981
La de hoy es una historia que quería contar desde hace algún tiempo, pero siempre acababa yéndome por otros derroteros y nunca terminaba de sentarme a escribirla. Hasta hoy, que quise dejarla dicha antes de irme de esta casa, a ocupar la que será la mía.
En 1981, mi papá tenía un puesto ejecutivo en Televisa. Nada qué ver con programación, sino con la creación de redes de emisión, principalmente en Estados Unidos. Por lo mismo, viajaba muchísimo allá y siempre que venía, me traía uno o varios juguetes -- algunos de los cuáles atesoré por años-. Claro, todos los niños de mi escuela pensaban que era lo más padrísimo del mundo tener un papá con ese trabajo, pero a mí no me hacía mella alguna. En esos años, mi papá era una especie de Santa Claus/Hermano Mayor, que me traía regalos y cuando podía, me llevaba al zoológico, los sábados en la mañana. Pero mi padre era su padre, para todos usos y razones y así fue desde que yo lo recordaba. De hecho, creía que todas las familias operaban así.
En febrero de ese año, lo mandaron a Nueva York de trabajo y siendo que venía un puente, juntó los días y dijo que nos llevaría a mi mamá y a mí con él, para que pasáramos algo de tiempo juntos. Pero no contaba con la astucia de mi abuelo Miguel, que al enterarse del plan, le dijo que él y mi abuela María irían si compartían gastos, para así celebrar en NY, su cumpleaños 71.
Yo no lo sabía, pero sería la primera vez que Mónica, mi hermana (de polizón en la panza de mi mamá, que tenía 6 meses de embarazo), viajaría con toda la familia. Y la última, en que mi abuelo viajaría conmigo.
Cuando llegamos a la ciudad, era de noche y yo estaba dormidísimo. En esa época el viaje era más largo de lo que ahora es y la verdad es que no me acuerdo de nada. Llegamos al Plaza y nos quedamos en una suite de dos recámaras, en el piso 10, con vista a Central Park South y, naturalmente, el parque. Lo que voy a contar ahora, es algo que tengo muy vivo en mi memoria y de hecho, va acompañado de música.
Recuerdo despertar en la cama. Papá ya se había ido (tenía trabajo) y mi mamá aún dormía. Era muy temprano, qué tanto, no lo sé. Tenía seis años, casi siete.
Salí de nuestra habitación a la sala común que compartían las dos habitaciones. Alguien había encendido la radio. Sonaba una canción que, inevitablemente, cada vez que la escucho, me recuerda esa mañana de febrero: se llama The Year of the Cat, de Al Stewart, y es muy probable que la estén oyendo ahora.
Mi abuelo Miguel, en bata, ya estaba despierto y de pie, frente a la ventana que veía al parque. Él era un hombre alto (quienes lo conocieron, así lo recuerdan), que toda la vida caminaba muy erguido, que olía siempre a limpio, a pasta para peinar y a Vetiver [sí, me acuerdo de cómo olía, pero no puedo recordar el sonido de su voz]. Había viajado hasta el aeropuerto Kennedy vestido de traje y corbata. Mi abuela igual, con un conjunto y peinada y con perlitas. Así viajaban nuestros abuelos. Luego sabría yo que le temía a los aviones, pero los tomaba como un mal necesario -- lo hizo para viajar conmigo-; acaso querría lucir lo mejor posible en caso de morir en el aire.
Mi abuelo bebía café. Había desayunado con mi papá, ambos muy temprano. Miraba el parque, nevado.
Papá, ¿dónde estamos?
En Nueva York.
¿Es otro mundo?
Yo lo que había querido decir, con toda seguridad, es "país", pero se me cuatrapeó el concepto (¡dénme chance! Era chiquito y estaba medio dormido aún y nunca había viajado tan lejos). La anécdota le hizo tanta gracia a mi viejo, que se volvió parte del anecdotario familiar.
Pero sí, era otro mundo: ese parque cubierto de escarcha, con los cielos grises. Yo pegado al cristal, viendo los copos. Mi abuelo bebiendo despacio su café, mientras pensaba en cómo iba a mostrarme ese mundo. Ser mi guía.
¿Ven arriba, la ballena?
Esa fue una de las primeras cosas que yo fui a conocer en Manhattan.
Se encuentra en el Museo de Historia Natural y hasta allá fuimos mi abuelo y yo caminando, desde el Plaza hasta la mitad del parque. Luego, tomamos un taxi porque yo tengo frío y ya me cansé. Pobre Papá (yo también le decía así, ¿por qué no?). Le salí caro. Y eso que todavía no lo estafaba a lo salvaje...
Llegamos al museo y yo quería ver a los di-no-sau-rios, así que fuimos, ándale pues. Y a los animales disecados, que no me daban miedo. Y vamos. Y entonces vimos la ballena azul, de tamaño natural, arriba de nuestras cabezas y yo le metí un susto del carajo a mi pobre viejo, porque me le fui al suelo.
No se trató propiamente de un desmayo: es sólo que al ver a ese monstruo encima de mi, suspendido de la nada, el piso se fue debajo de mis pies pequeños y las rodillas se me hicieron licuado instante de plátano. Sólo una vez me ha vuelto a ocurrir eso y fue muchos años después. cuando ya fui adulto, en la Capilla Sixtina, donde, al mirar para arriba para contemplar los frescos de Miguel Angel, se me fue todo y ¡azotó la res!
La ballena me metió un susto terrible y se me hace que hasta fobia (por años no pude mirar al techo de ningún espacio cerrado) y regresamos al Plaza más rápido de lo planeado.
Al día siguiente, mientras mi mamá y mi abuela andaban por ahí, de compras (ropa, blancos, toallas, como si aquí esas cosas no existieran), decidió que aprovecháramos antes de la hora de comer y fuéramos al MoMA que estaba muy cerca del hotel.
Y ahí, ahí vino la parte amorosa del asunto y la razón por la que volví tantas veces después a esa isla en el Hudson.
El cuadro se llama Christina's World.
El artista, se llama Andrew Wyeth.
Me enamoré de ella a primera vista. No sé decirles por qué. Véanla.
Lo que sí recuerdo, es que cuando, después de un rato de hacer recorrido llegamos a ella, mi abuelo se sacó del bolsillo un pañuelo (siempre llevaba uno, usualmente para limpiarme las narices: yo era literalmente un mocosito) y se lo llevó a los ojos. Muy discreto, muy discreto, pero soy observador desde entonces y me dí cuenta. Nunca antes lo había visto hacer eso. Aunque mi viejo era un hombre amoroso y gentil, también era de la vieja escuela: rara vez demostraba demasiada emoción (especialmente tristeza) en público. Si algo lo conmovía, podía decirlo, pero no necesariamente demostrarlo.
Volvimos al hotel y yo tenía conmigo una tarjeta postal con el cuadro (ya lo saben, era un niño gay y muy raro). Fuimos a comer y no me separaba de ella. Insistí en tenerla en la mesa del restaurante donde mi papá nos alcanzó para comer. Esa postal me duró por años, hasta que mi mamá en uno de esos arranques de frenesí higiénico que le suelen dar a todas las madres, la tiró a la basura sin preguntarme si todavia la quería.
Ese cuadro es un símbolo de algo para mí, pero no sé qué es.
Al tercer día, mi abuelo me llevó al paraíso en la tierra (al menos para un niño de esa edad) y su nombre es F.A.O. Schwartz.
Ubicada casi en contraesquina del Plaza (ahí sí fuimos caminando y no protesté), en ese entonces, era la juguetería más grande y exclusiva del mundo. Aún no era devorada por los juguetes producidos en masa y ahí podían encontrarse joyitas que no era posible ver en ningún otro lugar.
Asi fue entonces que el mismo tiempo que le dedicamos mi abuelo/tocayo/cómplice/padrino de bautizo a los museos (también fuimos al Met y a la galería Frick, pero no los recuerdo de ese viaje, aunque sí recuerdo haber estado fascinado con la estructura en espiral del Guggenheim), se lo dedicamos a los juguetes. Yo no daba crédito: se me salían los ojos. Nunca había visto algo semejante, jamás. ¡Ay amor trompetero, tantas veo tantas quiero! Y yo corría de un lado a otro, ante las jirafas de-ta-ma-ño-na-tu-ral y los libros de colorear, los instrumentos de magia, las casas de muñecas (¡Sí! ¿Y qué? Claro que fingía admirarlas, más que codiciarlas, era niño, pero no estúpido) y los instrumentos musicales... adoré la juguetería y adoré los juguetes (aún conservo una de las jirafas que ahí me compró mi abuelo). Era como un sueño que se había filtrado a mi realidad de una manera irrepetible.
Es más, ¿quieren saber algo? No soporto ver Big, con Tom Hanks. No por él, al que tampoco soporto y me cae en pandorga, sino porque las escenas filmadas en F.A.O. me causan una sensación extraña, como de pérdida, de robo. Como de que mi experiencia está siendo manoseada por esos pendejos en la pantalla. Me irrita pensar en esas escenas. Y lo que es más, aunque he vuelto infinidad de veces a la ciudad, no he vuelto a F.A.O.
Y así hubo muchos otros destinos.
Fuimos a un museo llamado The Cloisters, que está lejos del centro -- ahí sí fuimos los cinco-, donde hay un gobelino hermoso, de unos Unicornios, que nunca olvidé (mi abuelo me compró ahí mismo el libro con su historia. Fue mi primer libro en inglés. Pobre del abuelito, ¿no les digo que lo estafaba con singular alegría? ¡No, si desde chiquito yo era maraca y gandalla, ni duda cabe!). Dimos una vuelta en barco y paseamos por el río. Fuimos a la Estatua de la Libertad y al Empire State, como todo buen turista debe hacer (al extinto WTC no, porque quedaba muy abajo y a mi abuelo le daba miedo pasar de la calle 34 -- recuerden que ésta era la NYC anterior a Giuliani).
En el State, mi abuelo me ayudó a ver por un catalejo de monedas, el parque y toda la ciudad, con su capa blanca e irregular.
Es otro mundo. Y es tuyo. Va a ser tuyo.
Mi abuelo era vidente. Lo pensé muchos años después, al volver, solo, al mismo mirador, mucho antes del 9/11, cuando todavía podías ver en un día claro y hasta siempre.
Tenía razón. En parte, ya es mío.
Volvimos a casa, y Mónica siguió gestándose y yo le contaba, todas las tardes, mientras mi mamá tejía botitas de ganchillo y yo apoyaba mi cabeza en su panza, para que "mi hermanita" (siempre supe que sería niña) me oyera, todo lo que juntos habíamos visto mi abuelo y yo.
Lo único que me puede, es que no tengo una sóla foto con él.
Ni una.
Comentarios
Cuando terminé de leer este post me di cuenta de que yo tampoco tengo casi fotos con mi abuelo (al que le decía Papí -así, con tilde- para más datos). Tengo una que atesoro, mía con él y mi abuela, yo tendría 2 años ahí. Pero poca cosa más.
Y sin embargo, siento que no me hacen falta realmente. Espero que tampoco te hagan falta a tí: los llevamos con nosotros.
Un abrazo.
http://bolsillosvacios.blogspot.com/
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Tu pap trabajó en Televisa??? Ups. Mañana le toca a Televisa en el blog jejeje. Nada personal.
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A mí también me súper caga el Hanks. Y La pasión de Berenice del Hermosillo, sí, muy buena.
Un abrazo,
Hagamos cita. Pero antes tendrás que venir a verme a Finisterre.
Muchos abrazos, my dear
Corazón, es cierto. Viven en uno... pero eso no quiere decir que quisiera poder recordarlo mejor. Recuerdo sus palabras, pero no su voz... recuerdo su aroma, pero no su tacto.
Así es la memoria, siempre en nuestros sentidos.
Mil besos
(Recibí tu correo... me hizo el día)
Creación, creación.
Te aplaudo. Mientras, preparo cajas.
Muchos abrazos y nos vemos más pronto de lo que crees.
Sí, on a clear day...
No resistí la tentación.
Gracias por comentar y bienvenido.
Pues sí. Posiblemente por eso lloró él. Sabía que estaba muriendo también.
Un beso.
Por partes:
1) Pues puede ser antes de que lo sospeches. Si lo deseas con suficiente fuerza, lo podrás hacer. Y si vas, me avisas, que te doy todos los tips que he amasado.
2)Y no sólo él. Yo también, entre 2000 y 2001. Renuncié cuando quisieron hacerme trabajar en ese pedazo de mengambrea llamado "La Ojera". Uno tiene su dignidad y no hay tox, ni mi apá ni yo nos ofendemos. ¡Duro y a la cabeza!
3)Tom Hanks es uno de los peores males que ha generado Hollywood. Me provoca náusea y flatulencia incontrolables. Wak!
4) Hermosillo es uno de esos extraños semi héroes/semi horrores que uno tiene en su afición. Una de mis películas favoritas es El Cumpleaños del Perro (Si no la has visto... híjoles. Es una fregonería, pero no hay DVD disponible); también me gustan mucho Amor Libre y Naufragio, amén de que Doña Herlinda y su hijo fue una especie de epifanía personal... pero lo más reciente, Exxxorcismos y Dos Auroras... naaah. Aunque le doy puntos por haber mostrado a Angélica María pacheca y libre del corset de niña buena, en La Verdadera Vocación de Magdalena.
5)Yo tampoco sé en qué día vivo. Ando hasta el gorro y todavía no me decido sobre qué llevarme y qué dejar... chintrola. ¿Porqué no puedo llevarme más cajas?
Un abrazo, Paxton.
Pronto...
Postales a
M Cane
C. Menéndez Pelayo 17 - 13ºB
33202 Gijón, Asturias, España, UE.
XO
Todo lo que dice el mail es completa verdad... así que bien merecido está todo.
Sobre lo que comentabas de que uno quisiera recordarlos mejor, es inevitable... A mí me pasa que a veces puedo recordar no sus voces, sino la forma en que decían algunas palabras. Hace poco me pasó con mi abuela (es la que falleció hace menos tiempo) que estaba en una tienda probando colonias para hacer un regalo y sin querer destapé una que ella usaba. Se me vino su olor de golpe, y fue más bien devastador.
Te entiendo perfectamente, no te creas. Lo que pasa es que uno no se conforma con lo que sí puede recordar, quisiéramos más.
En fin...
Un beso (ya me anoté la dirección)