La formidable Lupe-Lupita


Ahora que he comenzado realmente a hacer las maletas y a tener conflictos morales tamaño Cumbres Borrascosas acerca de qué hacer con mis libros y películas (por cierto, voy a donar algunas a la comunidad bloguera, y de hecho ya comencé; hay una lista disponible, nomás pídanla, bloggeros defeños; incluye cine-de-arte, comercial y de género, surtidito como en botica o boutique -- contáctenme por mail aquí), es cuando algunos se han dado cuenta de que ahora sí, this is it. No es juego, ni amenaza vana y melodramática estilo Amparito Rivelles: de veras ya estoy con un pie en el aeroplátano para empezar mi nueva vida en un decimotercer piso (con vistas, je-je-je) en Gijón (né, Finisterre).

Toda esta semana ha sido como un goodbye tour, en el que he recorrido muchos de los puntos en que me reunía antes con amigos: la plaza de Coyoacán, el viejo Cedart (fui y me sentí fantasmagórico), la casa de mis abuelos paternos -- hoy oficina-, mi antiguo kiosko preferido, donde compraba dulces y cómics todos los sábados... y he visto a varios amigos y rostros queridos, tratando de mantenerme siempre sonriente y fresco como la lechuga romanita, mientras aseguro que voy a llevar una vida feliz.

Todos lo toman bien, acaso con un poquito de escepticismo, pero con solidaria alegría y buena vibra. Incluso aquí en la blogósfera, ha sido muy favorable la respuesta. Pero hay alguien a quien, aunque no me lo dice, sé que no le da tanta alegría que esté agarrando mis macundales para marcharme. Me refiero a la formidable Lupe-Lupita.

La Lupis (como también se le conoce, derivado del famoso cereal de desayuno Fruti Lupis) llegó a esta casa cuando Mónica, mi hermana, era bebé. Aunque, la verdad sea dicha, ya conocía a la familia: su madre, la otra Lupe, había servido en casa de mi abuela María por muchos años. De hecho, su historia vale la pena contarla:

La Lupe nació en una población en Puebla, llamada Zacapoaxtla. Sólo que cuando llegó a la casa de mi abuela María, no lo sabía. Me explico: cuando Lupe vino por primera vez en su vida a la capital, en algún momento de los años cuarenta, era una niñita de unos ocho o diez años de edad y no sabía ni leer ni escribir, nunca había salido de su pueblo. Vino con su familia y sus muchos hermanos a la Basílica de la Virgen de Guadalupe, en una peregrinación, pero siendo pequeña, se separó de ellos en el gentío y cuando acordó, estaba más perdida que la Atlántida.

Andando, andando, sobrevivió en la ciudad, fue a dar a un hospicio por algún tiempo, donde la maltrataron se escapó, y escondiéndose en quicios de portales. Hasta que llegó a un mercado (el famoso Mercado de San Juan, en el centro) y ahí, por alguna razón, acabó pegándosele a las faldas a Brígida, a la que yo no conocí, pero que fuera la mayora/nana en la casa de la familia de mi abuelo Miguel, cuando éste era joven. Brígida la llevó consigo y Lupe contó su historia a mi bisabuelo, que la puso al servicio (y cuidado) de mi abuela María, que en esa época tenía hijos pequeños -- entre ellos, mi papá.

Mis abuelos vieron que La Lupe aprendiera a leer y escribir correctamente. Ella ayudaba en la casa y conforme creció, se convirtió en el brazo derecho de mi abuela. Eventualmente fueron sus padrinos cuando casó con un maestro de obras que conoció un día y tuvo varios hijos, entre ellos, Lupe-Lupita. Un día, por azares del destino como en novela de Paul Auster, La Lupe se encontró con una mujer que resultó ser su hermana y descubrió sus orígenes en Zacapoaxtla: la familia la había dado por muerta, así que hubo gran jolgorio cuando se reencontraron. Nada de eso me tocó (fue antes de que yo naciera) pero cuando mi abuela María, La Lupe o Lupe-Lupita lo contaban, siempre me pareció una gran historia.

El caso. Lupe-Lupita llegó a esta casa como de 17 años, cuando mi hermana acababa de nacer y venía, ostensiblemente, a estar de planta para ayudar a criarla, cuidarme a mí y ser la doméstica. A diferencia de su madre, Lupe-Lupita, sí sabía leer y se refinaba todas las revistas que mamá traía a casa de la oficina. Era especialmente aficionada al Vanidades, que era la revista favorita de mi abuela, y no se perdía la novelita romántica de Corín Tellado en cada ejemplar [a propos de nada, ahora voy a ser vecino -- o casi- de esa santa señora a la que hay que admirar]. También resolvía crucigramas y era muy versada en los ires y venires del jet-set y las casas reales de Europa, tema del que podía hablar alegremente con mi abuela María (que era su madrina y así la llamaba: Madrina Mari) por horas, mientras le sacaba brillo a las ventanas o preparaban juntas la comida.

De hecho, la favorita personal de Lupe-Lupita, era la Princesa Diana. Lo sé, porque juntos vimos la Boda Real por TV en julio del '81 y su hija mayor se llama Diana Matilde ("ni modo, tuve que ponerle como mi suegra para darle gusto a Sósimo, si no, no me deja ponerle así"), de la que por cierto, y siguiendo la tradición familiar, mis padres son padrinos de bautizo.

De veras que Lupe-Lupita le tenía ley a la tal Leididí (por suerte, mi madre la disuadió de usar ese nombre), tan así que cuando se fue a matar en ese accidente, la vimos realmente compungida, aunque no tanto como cuando mi abuela falleció muchos años después (la segunda hija de Lupe-Lupita, por cierto, se llama Carolina María, por la de Mónaco y por mi madre y mi abuela). Pero así es Lupe-Lupita: tiene un corazón grandote y de pollo; se acongoja tan fácilmente, que es de dar ternura.

Siendo tan joven, más que ser una figura de autoridad (lo más que llegaba a hacer era amenazar "o te comes todo o te acuso con tu mamá"), Lupe-Lupita era una especie de cómplice. Me dejaba hacer mi voluntad dentro de algún consabido límite y también me enseñó los secretos de la labor doméstica. Si hoy soy buen amo de casa (desesperado), es tanto responsabilidad de mi madre, como de mi abuela y de Lupe-Lupita.

Hay cosas que no me olvido: estar en el patio, leyendo bocabajo, con los pantalones escolares percudiéndose que daba gusto:

Abuela María: [en tono severo] ¡Niño! ¿Quién crees que lava la ropa?
Niño Miguel: [con dulcítono cinismo] Ay, mamá. ¡Pues Lupe!

Acto seguido, Lupe-Lupita me lleva ante la Hoover. Me la enseña, demuestra todas sus funciones y me explica que, tengo tres opciones: o aprendía a cambiarme de ropa después de llegar del colegio, o le pagaba a ella por lavar la ropa ("Aquí los que pagan son tus papás, güero. Tú nada más eres el niño de la casa, tú no me mandas si no me pagas.") o aprendía a lavar la ropa yo mismo.

Claro, yo me puse muy salsita (ya saben, con los bracitos en jarro y toda la cosa):

Niño Miguel: [en tono salsita] Pues aquí mando yo.
Formidable Lupe-Lupita: [con sarcasmazo de incógnito]¿Sí?, Pos yo no soy tu esclava. ¡Nomás faltaba! ¡Ahora lavas tú solito, canijo enano!

Me quedo atónito a mis nueve años, mientras Lupe-Lupita procede a trapear y conversar alegremente con su madrina sobre las últimas novedades en la vida de la princesa Estefanía, mientras yo me quedo con los pantaloncitos en la mano -- mi abuela ordenó que me los quitara- hasta que aprendo, temeroso de fastidiar la costosa lavadora, a hacer un ciclo con el resto de mi ropa sucia. Lupe-Lupita lo verifica y posteriormente me felicita. Tú aprende y un día podrás vivir en tu casa y decir aquí mando yo.

Ha pasado el tiempo. Lupe-Lupita se casó con Sósimo, que tiene una recaudería en la colonia (y que la pretendía desde que la veía pasar acompañando a la abuela al mercado) y juntos han criado la friolera de cuatro chamacos (dos niños y dos niñas. Unos de los niños se llama Miguel, no por mí, sino por mi abuelo, conste) que ya son adolescentes. Y hay que admitir que ella adquirió experiencia conmigo y mis primos, que fuimos bastante latosos.

Una cosa que tenemos en común Lupe-Lupita y yo, que ahora sí que es herencia mía para con ella, es que le gustan y "reteharto", los Beatles (pronúnciese "bítles").

Todo comenzó gracias a que mi madre tenía algunos LPs del cuarteto (el Rubber Soul, el Revolver, el Sgt. Pepper's y el blanco) y yo los oía de música de fondo cuando chiquirrisquitico. En mi pubertad, volví al bosque noruego y me dio por grabar cassettes que yo oía incansablemente mientras leía o (fingía que) estudiaba. Lupe-Lupita hacía sus labores y no me decía gran cosa... hasta que una tarde, la pesqué tarareando, de todas las canciones, la de When I'm 64.

Miguel Pre-Teen: [incrédulo y patidifuso] ¡Lupis!
Lupe-Lupita:[sacada de onda] ¿Eh? Ah, chihuahua, ¿qué pasó?
Miguel Pre-Teen: [como si hubiera visto un alien] ¡Estás cantando!
Lupe-Lupita:[ofuscada]Yo no. Tústás loco, güerito.

Sin embargo, pronto es habitual que la Lupis cante a los Bítles y yo le cuente de ellos, de su historia, de su obra, de Yoko (a la que también acusa, hasta el día de hoy, del cisma y de haber hecho brujería a John Lennon), le enseño a pronunciar las canciones y le explico algunas letras, aunque no tengan sentido para ella (como la de A Day in the life, Lovely Rita o Piggies). Eventualmente, en alguna Navidad, le regalamos entre Mónica y yo, unos cedés de los Beatles y la Lupe-Lupita derrama alguna lagrimita.

Ahora ya no está de planta, pero viene un par de veces por semana, por horas. Hace quéhacer, se toma un café. A veces viene a verme mientras tecleo. Ella sacude mis portaretratos, mis libros. Me pregunta que hago.

Miguel Cane: [Ahora adulto, con voz de la Señora Robinson] Estoy blogueando, Lupis.
Lupe-Lupita: [Con sorprendente melena canosa]: ¿Quéseso?
Miguel Cane: [Pasando a usar voz de tono errático y confuso] Este... buena pregunta, Lupis.

Cuando anuncié en casa que me iba, mis padres se sorprendieron un poco, pero lo tomaron bien al cabo de unos días. La Lupe-Lupita, por su parte, decidió fingir repentina sordera... hasta esta semana, y más específicamente, ayer en la mañana.

Lupe-Lupita: [Suspicaz] Conque ora sí te vas.
Alias Cane:[Muy seguro] Is barniz, Simonki, Sí, Lupis.
Lupe-Lupita: [Se hace la valiente] El lunes, ¿no?
Alias Cane: [No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a...] Sí. A las nueve y media de la noche.
Lupe-Lupita: [Los ojitos de capulín brillosos, brillosos] Bueno. Te voy a hacer el desayuno el lunes. ¿Qué vas a querer?

Flashback: Lupe-Lupita me enseña una de sus especialidades; el sándwich de huevo estrellado. Se tuesta una rebanada de pan. Sobre ésta, una rebanada de jamón, pasado por la sartén, mas no frito y una de queso amarillo; sobre el jamón, un huevo frito con la yema sonriente y dorada, pero aguadita. Con cuidado, encima, una rebanada pan tostado, con un hoyito al centro, hecho con el fondo de un frasco o un salero, para poder "sopear" la yema a través de él. Luego, se puede comer todo como sándwich (es decir, con las manos) o con tenedor y cuchillo. Se puede agregar tocino, de manera opcional.

Alias Cane: [transportado] Uy, újule... yo quiero un chángüis de huevito...

La Lupe-Lupita asiente. Es un trato.

Así, progresa la semana de mi Goodbye Tour, mientras la Lupe-Lupita me ayuda a preparar las maletas y como excepción, me plancha las camisas y camisetas. Me mira y sonríe dulcemente.

Lupe-Lupita: [No muy resignada] 'Ora sí puedes decirlo. Aquí mando yo. Y que no se te olvide, m'ijo.

El lunes volveré por diez minutos a mi infancia.
No puedo esperar... y sé que mientras me cocina, voy a cantarle algo de John, George, Paul y Ringo... aunque todavía no sé qué.

Comentarios

Unknown dijo…
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
también te vas a traer muchos recuerdos...
bonito

un abrazo.
Trisha Kross dijo…
wow! que historia!!!! =) pero es lo bueno del cambio, que ha donde vayas recordaras todos esos detalles y podras contarlos... y contarlos.. y contarlos.. y recordar hasta el sabor del sandwich (que hasta a mi se meantojo)

saludos!
Mar dijo…
Sensacional post. Híjole, sí, salivé con el sanduichito, mmm. Pero se me antoja también conocer la lista (soy miembro de FreeCycle México) y también a tan buen bloguero, whatever that means. Un beso, monsieur. Yo lo admiro a usted por llegar a este momento.
Anónimo dijo…
Qué ternura esa señora, Miguel! Me sonó como a que te declaró "formalmente" adulto. Le debe costar hacerlo, si se acuerda del nenito que decía "aquí mando yo" prematuramente...

Un abrazo, y que disfrutes el desayuno.
El Mulder dijo…
Changos, ya siento que quiero a la Lupe-Lupita, segurito es poca madre esa mujer.

Y su especialidad... la intentaré, lo juro, me debe de salir, suena bien.
El Mulder dijo…
Ahhh pero que maleducado soy, jajaja, voy a la mitad de su novela, excelente, pero hizo que me dieran ganas de fiestear y como ya tenía la oferta... me retiro, termino de leerla mañana.
Miguel Cane dijo…
My dear: Abrazo entregado.

Otro para ti de los 2.
Miguel Cane dijo…
Gracias, JJ.

Es a España.

Gracias de nuevo, por los buenos deseos.
Miguel Cane dijo…
Senses/Sensei:

¡Y los que formaré cuando esté allá!

Abrazos,
Miguel Cane dijo…
Paty,
Gracias.

¡Bienvenida!

¿Gustas un chàngüis de huevito?

Un beso
Miguel Cane dijo…
Mar, Mar, Mar...

La admiración es de mi para usted.

Sobre todo por su paciencia. Inenarrable.

Un beso.
O varios, aunque se pongan celosos aquellos.
Miguel Cane dijo…
Querida Patricia/Penélope:

Sí. Siento que fue lo que me faltaba para estirar el pie y salir de casa.

A ver qué tal me va, sin quien me aguante cuando me ponga "salsita" y quién me hará mi chàngüis de huevito, o mis quesadillas con tomate...

En fin, la vida está sucediéndonos.

Besos hasta allá.
Miguel Cane dijo…
Máster Mulder,

Mañana habrá más fiestas.
Ahhh pero mañana es hoy... jeje

Ahí me cuenta y el gusto es todo mío, sí señor.

Hasta La Feria de San Marcos, vía Q. City.

Ad lucem

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