Pero hay un Dios, Magdalena...


No es ningún secreto que soy católicolapsado (es decir, me educaron como católico, recibí los sacramentos y blablab, hasta que la doctrina no sólo se lapsó, sino que se colapsó, más específicamente después de soplarme tres años como reo en un reclusorio, er, instituto educativo ultracatólico, reaccionario y de extrema derecha ).

Sin embargo, creo en Dios (no en uno intervencionista, pero en uno).

Esto lo hago por muchas razones que sólo me incumben a mí, y de hecho, lo que voy a escribir tiene muy poco (o más bien nada) qué ver conmigo. Lo que aquí les voy a relatar, es la historia de lo que le ocurrió a mi amiga Magdalena Martorell-Martí, que cuando me lo contó, vino -- como me ocurrió al leer La vida de Pi, de Yann Martel, que es un librazo que deben buscar y devorar sin falta- a demostrarme la existencia de una fuerza superior (dejen ustedes si divina o no, cada quién tiene su propio concepto de la divinez).
Quiero aclarar, que aunque parezca imaginario, lo que voy a contar es completamente auténtico y real. Hay testigos que dan fe.
¿Están listos? Entonces comenzaré.
º

En la época en que ocurrió lo que voy a contarles, Magdalena estaba pasando por una depresión post-truene, después de andar de novia por siete años con un loser llamado Fabio Yépez, cuyo único mérito en la vida, era parecerse a Ben Affleck, a unos diez metros de distancia (al acercarse, se agotaba el efecto, como cuando a un hombre se le baja la borrachera y descubre que la monita con la que ha estado fajando toda la velada incróspita, no se parece en realidad, para nada, a Cameron Diaz, aunque bajo el influjo de Baco, pareciera su hermana secreta).

Así las cosas, Magdalena seguía con su vida y su trabajo en una empresa de relaciones públicas, donde era un auténtico modelo de eficiencia. Y realmente era muy valerosa: quiero decir, no sólo cargaba con el truene y abandono del tal Yépez (que la había cortado de la noche a la mañana para irse a empiernar con la gerente del banco donde trabajaba como cajero -- olvidé mencionar que en el binomio la económicamente solvente era Magdalena). También había perdido recientemente a su padre, que, siendo su hija menor, la adoraba y el golpe había sido demoledor; sin embargo, Magdalena se presentaba todos los días a trabajar y se desempeñaba de una manera eficaz, aunque le pesara enormemente todo por dentro.

La prueba de la que hablo, sucedió cuando Magdalena viajó con sus amigas y compañeras de trabajo a la ciudad de Los Ángeles, para coordinar un evento. Y digo amigas, porque para ella ostensiblemente lo eran esas perras con las que trabajaba (yo no me muerdo la lengua, vida).

La perra mayor era su jefa, Fernanda. Prototipo de la niña bien. Reina de la oficina y la más bonita de la fiesta. Desde que se había casado con un sobrino de nuestro hoy ex-presidente (el que sólo abre el hocico para rebuznar, sí, ése), Fey se sentía bordada a mano y no se cansaba de restregar su felicidad como carbón en el hocico de todo el mundo. La única vez que la vi, me dio la impresión de que si le apretaba la cabeza con suficiente fuerza, le saldrían cantidades extraordinarias de excreta por algún lado. Pero Magdalena genuinamente le tenía cariño, uno de esos misterios inexplicables de la existencia.

La segunda al mando y con el mismo puesto que Magdalena, era la tal Mariquis (lo juro, así la llamaban. Y en público, aunque parezca increíble. Yo habría corrido a meter mi cabeza en el horno, o al juzgado a cambiarme de nombre y acto seguido demandar a mis progenitores por daño moral; pero a ésta parece ser que le quedaba el mote desde niña).
Mariquis era prematuramente reseca, incapaz de tocarse el reverso de la mano con la lengua, so pena de que ésta se le pusiera negra y amarga. ¿Han conocido a esa clase de ñoras tamalonas? Pues bueno, de Mariquis se dicen muchas cosas, pero la verdad es peor.

El entourage iba completado por Lola Meráz, una lesbiana machorra y pasada de kilos (y tueste) que colaboraba con ellas y que sufría repentinos ataques de histerita (léase, histeria chiquita) cada vez que alguien se atrevía a insinuarle que era bollera; y por Concha Sumatre, refinada y de la más alta alcurnia, pseudo experta en modas y bastante ordinaria, aunque cuentan que había escalado en el mundo corporativo por tener rodillas de hule y la boca como una electrolux.

Personalmente, yo no me habría aventado un viaje ni a la miscelánea de la esquina con semejante nudo de víboras, pero Magdalena estaba obligada por contrato a hacerlo, amén de que, como ya dije antes, realmente les tenía aprecio después de años de trabajar juntas. Tan fue así que la noche en que el tal Yépez le pintó un violín mandándola a la goma, a las primeras que llamó fue a Fey y Lola. Así era la confianza que les tenía y el afecto que les profesaba.

Toda vez que estuvieron instaladas en Los Ángeles, en una casa rentada por el gángster -- er, magnate, perdón- para el que trabajaban (quien por cierto, fue el que reveló al mundo que Concha ostentaba garganta profunda y succión turbo), las muchachas se pusieron a trabajar como robotas, para poder tener tiempo disponible para hacer lo único que vale la pena en Los Ángeles: $hopping. De una tienda a otra iban éstas, corre-que-corre, en una enorme camioneta rentada, donde apilaban a lo largo del día sus adquisiciones. Claro que tratándose de una punta de pretenciosas, sólo compraban accesorios y complementos de las mejores firmas (Hèrmes, Coach, Chanel, y un soporífero etc.) y hacían que sus tarjetas de crédito sonaran ping-ping en todos lados.

Mas no así Magdalena (no Magui, ni Magda, ni Maga, ni Magdita ni ningún diminutivo: desde niña, lo sé de cierto, le provocan mal estomacal). Ella sólo iba por ahí, como parte del grupo, pero francamente ya estaba cansada y es que, me contó, desde su ruptura con Yépez, todas la habían empezado a tratar de forma extraña: a mirarla por encima del hombro, a murmurar a sus espaldas, a marginarla. Y francamente, no era que le importara, pero sí la desconcertaba bastante, ya que se suponía, eran sus amigas más cercanas y no sólo sus colaboradoras.

Tras una serie de ligeros roces y puyas indirectas dirigidas a ella a lo largo de la tournée, Magdalena no vió el infierno por un hoyito, hasta la última tarde de su estancia en California (que además, es un estado mental). Ese día, las muchachas habían ido de un lado a otro para encontrar un vestido muy especial para que Fey pudiera acudir al bautizo del primer nieto del ex-presidente. La mayor ilusión de Fey, que ya andaba en sus treintas, era posar como jovencita para las revistas de la prensa color de rosa y aparecer en la foto con la maquilladísima y muy emperifollada consorte presidencial (léase, la zeñora que zezeaba azí todo el zanto día).

"Encontrar este vestido es muy importante para mí," clamaba la chic jefaza, mientras meneaba el bote como si tuviera algún problema hidráulico en el coxis. El séquito la seguía... hasta que Magdalena tuvo a bien distraerse unos segundos y perderlas de vista.

Ustedes dirán, eso le pasa a cualquiera.

Pues sí, claro. Pero Magdalena supuso que lo mejor para ser encontrada, era permanecer en donde se había perdido hasta ser encontrada (sobre todo, porque no tenía idea de dónde se había estacionado la camioneta ni podía llamar por móvil a sus amigas).

Cuando Lola Meráz la encontró, la tomó de la mano y la llevó ante las demás, como si fuera una niña pequeña, de paso poniéndola en evidencia y acusándola de estupidez. "No quería venir conmigo," agregó la gruesa marimacha con piercings en la nariz y ceja, así como un mal disimulado bozo teñido con peróxido "se puso rejega y grosera. Quiere arruinarnos el viaje, Fernanda."

Esta pueril mentira, bastó para hacer explotar a su majestad la princesa. Casi enseguida y con una brutalidad poco característica (nadie hubiera creído que la criaturita pudiera juntar dos neuronas) comenzó a insultar a Magdalena, humillándola hasta que quiso: la acusó de no tener espíritu de equipo, de sabotear la operación, de desperdigar mala vibra como si de flatulencias se tratara, de tenerles envidia por estar realizadas, de no ser una de nosotras y agregó: "nadie te soporta en este viaje. ¡Eres una inútil y un desperdicio, pendeja!"

Casi instantáneamente, Mariquis abrió las cocodrilescas fauces y dijo "Ay, yo no. ¿Eh, Magui? Yo nunca me quejé."

Haciendo el relevo, la tal Concha, que iba de cabeza a talón en ropa con logotipos finos, se dio a la tarea de seguir insultando a Magdalena, llamándola malamiga, quedada, retrasada mental, imbécil y tarada, entre otras lindezas por el estilo, sólo que más subidas de tono; dichas de manera pequeña y mezquina.

Así, volvieron a la camioneta (con el vestidito nuevo de la reina) y Magdalena ofreció disculpas por ser tan estúpida. Luego, mientras avanzaban por el tráfico de la tarde en el freeway, y las otras hablaban de lo bien que la habían pasado gastándose miles de dólares en disparates, Magdalena pensó en su padre muerto, que jamás hubiera imaginado que su hija pudiera aguantar semejantes embates de ira, y empezó a dialogar, a su manera con él y con Dios (que éste es el meollo del asunto y de esta prosopopéyica narración, además).

Papá. Si estás en algún lugar mejor que éste y hablas con Dios, te suplico que intercedas por mí y le pidas que me mande una señal de que estoy aquí por algo. De que existe.

Para no hacer el cuento más largo, pararon en otro centro comercial, éste de menor calidad, para bajar a comprar comida chatarra (que en Estados Unidos es excepcionalmente barata) en un supermercado y así celebrar a boca llena, su día de felicidad.

Magdalena tomó su bolso y se dio a la tarea de pasear afuera del super mientras sus hermanastras, perdón, compañeras de viaje, gastaban sus últimos billetes verdes en donuts escarchadas, chocolatinas, papas fritas y sodas. No vio lo que ocurrió, mientras entraba a una librería a curiosear y de hecho, se dio cuenta de que algo pasaba cuando oyó algunos gritos desesperados desde el estacionamiento.

Los gritos eran de Fey. Una de ellas (nada menos que Mariquis, que guiaba), había dejado el vehículo abierto y sin apretar correctamente el botón de alarma, por lo que los cacos (léase, amigos de lo ajeno), se dieron alegremente a la tarea de vaciar todo el producto. La princesita gritaba como si le hubieran amputado a la mala toda la mano y su corte no atinaba a hacer nada. En ese momento llegó una patrulla, y ellas, algunas en inglés y otras en spanglish, comenzaron a soltar el rosario de sus cuitas. Magdalena no daba crédito.

Era la única con bolso, pasaporte y boleto de avión. Con sus tarjetas intactas. Siendo frugal, no había gastado casi nada y no había hecho compras ese día. Vio cómo Fey sollozaba escandalosamente y más cuando no pudo mostrar papeles; de inmediato y pese a que iban más o menos bien vestidas, las miraron con suspicacia: ¡espaldas mojadas!

"¡ESTO NO ES JUSTO!" gritaba Mariquis, mientras las escoltaban a una patrulla, sugiriéndoles que no se resistieran a ser llevadas a la estación de policía más cercana, donde debían declarar. "Magui, ¡diles que no somos ilegales!"

Magdalena, propiamente identificada y con pasaporte, prometió avisar al jefazo mayor, para que éste interviniera en su favor. Acto seguido, tomó un taxi y fue a la casa. Avisó al jefe, preparó su maleta y alegando urgencia de volver, dado que la oficina se quedaría sola varios días, salió rumbo al aeropuerto a cambiar su vuelo.

"En ese momento,- me contó después, en su nueva oficina, donde ahora es la jefa -sentí que mi papá estaba conmigo y me sorprendió que Dios actuara tan rápido y eficaz... porque este ajuste de cuentas no pudo ser tan perfecto sin la coincidencia... y las coincidencias no existen. Yo creo que son los caminos de Dios... son misteriosos."

E inescrutables, Magdalena.

Comentarios

Anónimo dijo…
Genial, se lo merecían, me muero de la risa.
Pero yo ni con esas, cada día creo menos en Dios.Y si de verdad existe que venga que tendremos una charla él y yo.
B7s
P.D.: Rodillas de hule, qué bueno.
Anónimo dijo…
¡Ay Darling! Claro que la muestra! Tenían qué haber visto su presencia en ese momento; y lo digo porque yo, como amiga cercana de la Martorell, se que no miente, se que así fue

Te quiero mucho mucho

Besos babeados

V.V.
Anónimo dijo…
¡DIOS ES AMOR!
Anónimo dijo…
Ja,ja,ja

Excelente. Justicia divina de esas que se disfrutan tipo The Shawshank Redemption.

Estos mountritos son resultado de muchas cosas que estan mal en la sociedad. Ya me imagino como fueron sus padres y como fueron ellas mismas de niñas. Lo peor es que este tipo de gentes estan en los circulos de poder dizfrazadas de gente bien (o esa es la gente bien?).

Yo tampoco soy catolico y creo en algun dios que tendra alguna forma, y si, puede ser que esta fue una de las ajusticiadas que por desgracia no suceden tan seguido como deberian de ser.

Saludos.
Toño.
fey, mariquis ...esto es una historia real, o los nervios del viaje, jajaja. es broma.
insisto, la ropa de abrigo aún no la hemos guardado. me encantó lo de católicolapsado (me temo que voy a utilizarlo, es buenísimo). mi dios tb es muy particular, y podría parecerse a ben affleck.
si este comment puede resultar absurdo todo es producto de lo que me estoy fumando.

un abrazo.
Miguel Cane dijo…
Merce:

Le diré que haga cita contigo.
Prepárale unas tapas para que acompañe su caña.

Mil besos a los dos.
Miguel Cane dijo…
My dear.

Si se hubiera parecido a Alan Bates, para mí sería mérito.

Me so pretty ;P

Cariños hasta Columbus, my dear.
Miguel Cane dijo…
Violetta,

Yo sé que tú lo viste y lo viviste, aunque fuera de segunda mano.

Pero, ¿a poco no está mejor con el Doctor Echenique y su nueva carrera tu amiga?

Besos Babeados de vuelta.

Yo también te quiero: infinitamente.
Miguel Cane dijo…
Adriana de mi corazón:

Sí. Ahora si esa runfla de monjas siniestras y curas golpeadores lo entendieran...

Mil besos.

¡DIOS ES AMOR!
(Sin pudor alguno)
Miguel Cane dijo…
Querido Toño/Pulsar:

Pero sí sucede: ya ves que el karma es inescapable... no hace falta mas que ver cómo quedó Sarumán...

¿Qué te digo?
No creo en un dios intervencionista (Nick Cave dixit).

Abrazos y besitos a la nena.

M
Miguel Cane dijo…
Querido Senses/Sensei:

Seremos católicolapsados, pues.

Yo pasaré el cepillo durante la homilía y luego tomaremos unos whiskies.

Podremos invitar a Ben Affleck.

Abrazos hasta Babilonia.

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