lunes, 24 de noviembre de 2008

Gente apasionada: 90 años de Women in Love

En la creación de la formidable Gudrun Brangwen, protagonista junto con su hermana Úrsula de Women in love, su quinta novela, D.H. Lawrence (1885-1930) logra una de las más destacadas figuras femeninas en la historia de las letras inglesas, tal vez sólo comparable con personajes como Clarissa Dalloway (Virginia Woolf), Elizabeth Bennet (Jane Austen) o Dorothea Casaubon (George Eliot); no obstante, si éstas son heroínas que fueron concebidas y ejecutadas por mujeres, Gudrun destaca por lo opuesto: es un demonio, una predadora, cuya naturaleza está tan perfectamente lograda, que el lector queda impactado de que éste personaje sea obra de un hombre, cuyas relaciones con mujeres (salvo con su esposa, Frieda), fueron más bien limitadas: la esencia está ahí y es su extraña elación al momento de arrastrar a quienes la rodean a un jardín de las delicias terrenas y simultáneamente de los horrores arcanos lo que la vuelve inolvidable para quien descubre esta novela, aun si no es la primera vez. Siempre hay alguna sorpresa, algún detalle furtivo que cambia la jugada conforme se acerca uno gradualmente a ella, como ante el altar de un sacrificio, lo cuál es, en cierta forma, uno de los temas de la historia.

Nacido en el seno de lo que hoy de modo políticamente correcto llamaríamos “una familia disfuncional”, Lawrence fue estimulado por su madre (a la que adoró rayando en lo enfermizo) para ser hombre de cultura. Ella había sido maestra de escuela y abiertamente despreciaba a su marido minero, de este modo, aposta generaba animadversión entre padre e hijo, haciendo del clima familiar un infierno. Éste se reproduce en Hijos y amantes (la segunda y muy autobiográfica novela de Lawrence, escrita cuando era veinteañero) y en cierta forma sirve como base para los dos fascinantes affairs que retrata en la que muchos consideran su obra maestra, más allá de Lady Chatterley, cuyo trayecto a la luz pública fue muy distinto.

En la historia de Mujeres enamoradas, primero conocemos a las hermanitas Brangwen, que son inconformes mujeres modernas cautivas del microcosmos consuetudinario de Beldover, su pueblo natal, que en sí no es muy distinto al poblado de Nottingham, donde Lawrence creció. Ambas chicas tienen claras ambiciones artísticas que sus padres (cuyo matrimonio es explorado en The Rainbow, novela inmediatamente anterior en la que Lawrence incursionó en temas de saga multigeneracional, el lesbianismo y la pérdida de la inocencia sexual) no lograron sofocar.

rsula, virginal, dulce y sensible, es maestra de la escuela local. Por otra parte, Gudrun, muy-a-la-moda y de carácter volátil, recién ha vuelto después de pasar una temporada en Londres, inmersa en una vida libre. Como es natural, está inquieta. Ambas deben encarar la inminencia de un probable matrimonio (ya están en edad, si no es que ya se están pasando) y asentarse a una vida de amas de casa. Esto no parece molestarle a Úrsula, pero Gudrun (así llamada por la leyenda nórdica de la pecadora que mató a su marido y lo pagó con lágrimas) se muestra aprensiva ante la idea de un matrimonio convencional. En la vida de ambas hacen su aparición dos hombres: Rupert Birkin (un autorretrato del propio Lawrence), intelectual bohemio y progresista, que a su vez es amigo íntimo de Gerald Crich, el heredero de las minas locales, hombre apuesto y pudiente, pero moralmente vacío. Birkin comienza de un modo excéntrico el cortejo de Úrsula, aun rompiendo su relación con la aristocrática pero sofocante Hermione Roddice, con todo lo que esto implica —la pérdida de una sustancial fortuna y la llave a un círculo letrado muy exclusivo—, mientras Gudrun obsesiona a Gerald, quien hace hasta lo imposible por poseerla y ella decide dejarse poseer, consciente de que es ella quien maneja los hilos. Lo que ninguno sabe aún es que hay una tercera historia de amor, quizá más turbulenta que las anteriores, oculta entre las líneas.

Lawrence comenzó a escribir Mujeres enamoradas al fragor de la Primera Guerra Mundial. Para entonces, su vida asemejaba una novela: muy joven se había fugado con una mujer casada mayor que él, llamada Frieda Von Richthofen y juntos habían vivido “en pecado” hasta que a ella se le otorgó el divorcio. Esto contribuyó, junto con la naturaleza controversial de su obra anterior, a darle fama, pero en 1917 Lawrence estaba en la indigencia y sus libros no eran bien recibidos debido a su carácter explícito. Esto no lo detuvo y la novela fue realizada en menos de medio año, en una ruinosa casa frente al mar de Cornwall. Estaba furioso con Inglaterra, no sólo por el clima político, sino también por la censura que había encontrado y la discriminación hacia su mujer de origen alemán; pero también estaba enojado consigo mismo por no poder controlar sus instintos homosexuales que lo habían acosado por años y que había tratado de sofocar desde su adolescencia. Este es un elemento clave dentro de la trama y se refleja en la dolorosa y angustiada búsqueda de Birkin por encontrar la comunión perfecta entre tres aspectos del amor humano: el amor sexual con la mujer y el amor místico y sublime con otro hombre.

Es así que surge en el texto uno de los episodios memorables, cuando Birkin y Gerald, completamente desnudos establecen un combate grecorromano, con la intención de ejercitar tanto físico como mente, puesto que ambos han pasado por una experiencia traumática (en el capítulo anterior, la hermana menor de Gerald se suicida por ahogamiento, llevándose —literalmente— entre las piernas a su marido). Sin embargo, el discurso de Birkin al respecto es más persuasivo: “quiero la totalidad del amor”, explica mientras se visten, “La vida ofrece toda clase de cosas. No existe un único camino”, Gerald elegantemente declina su sutil proposición, aunque admite que le halaga y Birkin decide entonces casarse con Úrsula, quien por supuesto, está encantada. No obstante, sin que ninguno lo imagine, negarse a tener una relación íntima es lo que sella el destino de los dos hombres.

El clímax de la novela traslada a los personajes en una doble luna de miel al Tirol, donde Birkin y Úrsula tienen una luna de miel fría y Gudrun y Gerald se hacen de la vida un infierno carnal: ella conoce al escultor Loerke, un hombre vil y lleno de horrendos defectos, que sin embargo la impacta como una figura de gran poder intelectual. Comparándolo con el atlético pero insensible Gerald, la muchacha decide que su amante es un gusano y como tal, busca atormentarlo para que la deje, y de este modo, ella pueda irse con Loerke (que representa todas sus ambiciones pseudointelectuales y la intoxicante posibilidad de la aventura desconocida) a Alemania. Gerald, enfurecido, la golpea brutalmente y luego se pierde en la nieve. Su cadáver congelado es hallado poco después y el único que derrama sinceras lágrimas por él es Birkin. Mientras Gudrun sale de la novela, prácticamente de un plumazo: “Gudrun se fue a Dresden”, escribe Lawrence “y no escribió cartas”, sin ningún remordimiento por lo que ha hecho, Birkin sí sufre una terrible sacudida a su muy cuidado sistema. Úrsula, su mujer, trata de confortarlo:


"¿Necesitabas de Gerald?" preguntó ella una noche.

"Sí," dijo él.

"¿No basta con tenerme a mí?"

"No... tú eres suficiente para mí, porque no quiero otra mujer, pero también quería un hombre cerca, tan eterno como tú y yo lo somos."

"Yo no necesito de nadie más," dijo ella "tú eres más que suficiente para mí."

"Contigo no necesito ninguna otra intimidad, Úrsula. Pero para hacerla completa y tener mi felicidad total, quería la unión con un hombre también: otra clase de amor."

"No puede ser, es obstinación tuya, una teoría, ¡una perversión!"

"Bueno," dijo él

"No puedes tener dos clases de amor, porque eso es imposible."

"No me parece," respondió él.

Según el crítico literario Richard Aldington, quien era amigo de Lawrence, la novela debió llamarse Everybody in hate, más que Women in love; su descripción de las tormentosas y atormentadas relaciones entre ambas parejas hizo que en su momento de primera publicación, a fines de 1918, a novela fuera denunciada como “indecente” y prohibida en Inglaterra. Fue hasta 1920 que vio la luz en Estados Unidos, siendo apoyada por la escritora Rebecca West, quien le dio una magnífica reseña en el New Statesman (influyente rotativo hoy desaparecido), lo que atrajo a Lawrence a Nuevo México, ya que padecía de tuberculosis (eventualmente la causa de su muerte) y el clima le beneficiaría. Además, le pesaba ser tan repudiado en su tierra, a donde nuca más volvió (el escándalo por Lady Chatterley fue espectacular) y murió en el sur de Francia en marzo de 1930.

Pese a la negra suerte que lo persiguió, Lawrence logró trascender y su obra sigue siendo muy leída alrededor del mundo. En 1968, el productor Larry Kramer contrató al cineasta Ken Russell (Estados alterados, Crímenes de pasión) para adaptar la novela al cine y el resultado fue impresionante: Alan Bates (Birkin), Glenda Jackson (Gudrun), Oliver Reed (Gerald) y Jennie Linden (Úrsula) encabezan un excelente reparto que da vida a las escenas tal y como Lawrence las concibió. El lenguaje cinematográfico hace uso de los personajes y los escenarios naturales de Derbyshire, para darle carne y sangre a los personajes.

El filme es sensual y abrumador por su franqueza y su hermosura. Gracias a su devastadora interpretación de Gudrun — inhumana y sensual— Glenda Jackson obtuvo su merecidísimo primer Oscar y dio el salto hacia la fama definitiva (que después abandonó por la política); Mujeres enamoradas demostró ser un libro sin tiempo, sin edad, que lo mismo puede hablar hoy con la fuerza que hace ochenta años lo hizo ser prohibido y sobre todo, esta novela alta y orgullosa, es evidencia de lo que señalaba Virginia Woolf al referirse a Lawrence: “en lo que escribe es un hombre honesto, y por lo tanto, es cien veces mejor que nosotros”, lo cuál recapitula su contribución no sólo a las letras británicas, sino a la literatura contemporánea en su totalidad.

2 comentarios:

Paloma Zubieta López dijo...

Queridísimo Miguel: es apetitosa la carnada... No he leído este libro de Lawrence, pero ahora que te leo, le voy a echar mano sin lugar a dudas. La película tampoco la he visto, así que me quedo con tarea de sobra. Muchérrimos besos.

hugo dijo...

qué cerca me tienes con tus temas! ame women in love con pasion y desenfreno, y la peli tambien, y a glenda, pero han pasado siglos y no recuerdo nada mas que la obsesion por llegar a casa y seguir leyendo. abrazos.