miércoles, 28 de mayo de 2008

El cuadro

Me gusta mucho este cuadro que ven.

No soy crítico de arte -- al menos no de artes plásticas. Será que mi percepción se aplica más a imágenes en pantallas-, no sé si es un trabajo magistral, si sacude las entretelas, si es una propuesta interesante. No sé nada de eso, pero sí sé que me gusta.

Supongo que influye el hecho de que recuerdo cuando ese cuadro se pintó. Yo fui testigo.
Probablemente, es una de las primeras cosas que recuerdo.

Recuerdo a mi abuelo Miguel haciendo bocetos, con lápiz y papel, antes de pintar el cuadro. Lo recuerdo de pie en su caballete, cerca de una ventana, trabajando con luz natural.

Éste es el último cuadro que mi abuelo pintó. No fueron muchos, y me temo que éste es el último que sobrevive. No sé cuál fue su inspiración -- me doy cuenta de que realmente nunca tuve una conversación significativa con él, pero eso es natural, yo era muy pequeño.

Lo que sí recuerdo, es para quién lo pintó y por qué.

Verán, en 1978, hace treinta años, mis padres me hicieron un estudio fotográfico, del cuál la pieza central era un retrato mío, en tamaño poster. Mi madre lo tenía y a mi abuelo le gustaba. No era como si no tuviera fotos mías (me tomó muchísimas. Tantas, que no hay una de él conmigo, que es algo por lo que yo mataría hoy); pero esa le hacía gracia, supongo que por que (como yo la recuerdo) era una de las raras fotos de mi infancia en las que sonrío. No era un niño muy propenso a las sonrisas, saben.

Cuando mi abuelo terminó el cuadro, era cumpleaños de mi madre. 28 de mayo. Le dijo que le regalaría el cuadro, con una condición. Una nada más. Y esa condición era que, a cambio, le diera mi retrato grande para colgar en su pared. Mi madre se moría de la risa y accedió. La anécdota es muy famosa en mi casa, o bien, en mi familia.

Mi retrato ya no existe. Después de la muerte de mi abuelo, se quedó en la casa de Cuernavaca, donde fue comido por el abandono; la humedad, la soledad que habitó por años esa casa de retiro, que sigue siendo una especie de Gólgota para nosotros. Pero el cuadro, éste que ven, figurativo de técnica muy humilde, permaneció con nosotros. Toda mi infancia, mi pálida y temblorosa juventud, y ahora, en mi exilio.

Lo veo y me gusta. Me recuerda a mi abuelo. Hace que lo sienta cerca de mí.
Hoy son treinta años de que pasó de familia a familia. Mi madre me lo dió en mi última visita a México. Ahora se quedará conmigo. Como el recuerdo de verlo ser pintado, quizá sin mucho arte, pero sí con mucho amor.

Y por supuesto, recuerdo.
Feliz cumpleaños, mamá.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias mi vida, como siempre te adoro.

Tu fan num. 1 C.P.

Contricanis dijo...

La verdad esta bonito.

Emilio dijo...

Existen objetos -en especial un cuadro pintado por alguien a quien conocimos y quisimos- que hacen menos inhóspito el viaje, el exilio, el desarraigo... estos objetos, creo, constituyen vínculos secretos con personas -muertas o vivas-, lugares que aún existen o que han desaparecido, o con nosotros mismos, con quienes éramos antes. Ofrecen la ilusión de continuidad.
un abrazo

Anónimo dijo...

Hola Miguel, cuánto tiempo estoy. Estoy súper liada... ya vendrán tiempos mejores.
B7s