viernes, 6 de junio de 2008

Todos los días son días de Brenda

Yo confieso, ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y televisión.

Por mi culpa (golpe de pecho), por mi culpa (golpe de pecho), por mi grandísima culpa (golpe de pecho -- auch.)

Por eso ruego a Santa Mary Tyler Moore siempre Virgen, a los Ángeles de Charlie, a los Santos y Los Invasores y a vosotros hermanos, que intercedáis por mí ante Hechizada y Dios, Nuestro Señor.

(Y si no se han ofendido -- no era mi intención-, ni los he perdido, please sigan leyendo)

****
Yo confieso.

Fui adicto a Beverly Hills 90210.

De hecho, y en menor medida, aún lo soy. Al menos ahora puedo ver episodios en DVD sin ocultarlo. Ya no es un sucio secretito.

Pero cuando iba en Preparatoria, que fue cuando me envicié por primera vez con este dramón pseudonihilista para el adolescente materialista y muy hip, tenía que negar mi adicción y satisfacerla prácticamente en secreto. Tenía que fingir que abiertamente menospreciaba este producto extranjerizante que venía a enajenar a la chaviza.

Pero lo confieso: entre 1990 y 1994 estuve clavadísimo con la serie. Algo de culpa tendría la morbosa fascinación que ejercía sobre los seguidores (secretos y no) de la serie, el odiar a Brenda Walsh (Shannen Doherty).

De algún modo inexplicable, en algún punto de 1992 -- posiblemente cuando Dylan (Luke Perry, que también agitaba de manera-no-tan-secreta mi núbil hormonamen) la dejó por la rubia, dulce y sensible Kelly (Jennie Garth)- brotó la fiebre de odio a Brenda. Era contagiosa, era irresistible y se extendió por le mundo como un fuego forestal... ¿quién no disfrutaba odiando a Brenda? ¡Se convirtió en un pasatiempo internacional!

Pronto, hubo un disco homenaje "Hating Brenda" (que aún conservo) y la famosa I Hate Brenda Newsletter, un fanzine que hoy es objeto de culto. La transgresión total surgida de un programa de TV baladí, este tipo de aberración forma parte de mis amorosos recuerdos de ese vicio vergonzoso pero añorado.

Claro, donde Brandon Walsh (Jason Priestley) era sencillamente adorable y Andrea Zuckerman (Gabrielle Carteris, que ya tenía más de 30 años, pero hacía de una ambiciosa preuniversitaria con gracia y salero) era una mezcla de creación de Henry Miller y Plaza Sésamo, el abismo negro que era Brenda, lo consumía todo: si su novio surfista y millonariazo la abandonaba era fascinante, si sus pobres padres se consternaban y trataban de ahogar sus penas con litros de helado, era motivo de celebrar: Brenda era satánica, malévola, perversa, todo en la apariencia de esa chica mona (pero nunca hermosa) con dientes horribles y melena oscura.

Cuando Brenda dejó el programa, automáticamente perdí interés. No lo seguí viendo. Lo mío era disfrutar de esa química retorcida entre Brenda y Dylan y ese odio anormal, irracional (y por lo mismo, perfectamente inofensivo) surgido contra un personaje imaginario. Supongo que en esos momentos atribulados de mi pálida y temblorosa juventud, cuando no me podía permitir encarar emociones negativas de ningún tipo, el proyectarlas contra una imagen electrónica en mi televisor, me sirvió para rescatar lo poco de estabilidad mental que me quedaba en esos momentos de perturbación y me ayudó, a la larga y de manera indirecta, a recuperar el balance y la salud mental que ahora tengo, en mayor o menor medida.

Así pues, ahora queda revelado mi secreto. Fui adicto a una telenovela juvenil de dudosa categoría y mérito cultural, que, no obstante, me ayudó a mantenerme a flote mostrándome que el sufrimiento real puede ser manejable y que se transforma en experiencia de vida, donde el exacerbado sufrimiento de personajes imaginarios es interminable, formidable y, en cierta forma, una válvula de escape que nos llena de optimismo.

Sé optimista. Algo peor puede ocurrirle a Brenda.

Ahora, preparan un "spin-off", una especie de serie hermana-casi-nietastra de este programa y lo anuncian sin pudor alguno para la próxima temporada en la TV estadounidense.

No lo veré. La única manera en que me conseguirían picar la curiosidad es si trajeran de vuelta, además de la dulce-y-sensible-cusca-con-el-corazón-de-oro Kelly Taylor, a Dylan y a Brenda.

El conflicto final sería de proporciones épicas. Y sólo con una conclusión total de este triángulo aberrante, superficial y a la vez tan significativo (aunque sea nostalgia baratona de mis años de prepa) podría alcanzar mi adicción catarsis.

Sin Brenda, no cuenten conmigo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡¡DIOS!!! me has hecho recordar que yo me corté el pelo como Brenda y además me lo tinté más oscuro, como ella. Esto sería a mis 15 ó 16 años.
La adolescencia tiene esas cosas. Como sigas escribiendo sobre cosas de entonces no te leeré nunca más, me haces recordar vergüenzas, jejejejeje.
B7s

Jimena dijo...

Hey, es normal. Creo que mi hermana todavía tiene la Barbie de Brenda.

Alejandro Caveda dijo...

Puestos a dar un paso al frente, yo estaba enganchadísimo a Melrose Place, al menos durante las primeras temporadas, luego acabé perdiéndole la pista. Por cierto, que creo que van a rodar un nuevo remake de Sensación de Vivir... ¿Para cuando el de MP?