lunes, 8 de septiembre de 2008

Queremos tanto a Newman


Pálidos ojos azules. Sonrisa radiante de carisma. Su inseparable Joey siempre cercana. Tantos recuerdos, mientras esta luz agoniza.

Después de los numerosos rumores que circulaban desde hacía meses sobre la salud de Paul Newman, las malas noticias se han confirman. Tras concluir el tratamiento de quimioterapia al que el artista se había sometido para luchar contra el cáncer de pulmón que lo aquejaba, el pesimismo invadió a los médicos. Le dieron un plazo de vida de apenas unas semanas, incluso menos. El lector sabrá disculparnos si la última hora se adelantó a esta edición. Paul Newman pidió a su familia, su esposa por más de cincuenta años, la eximia actriz Joanne Woodward y sus hijas, Susan, Stephanie [de su primer matrimonio], Eleanor, Melissa y Clea, poder irse a morir en su casa de Westport, Connecticut, rodeado de sus seres queridos y de sus objetos personales, según dijo a la prensa una fuente allegada al actor. Consciente de su estado, Newman decidió que era el momento adecuado para dejar el hospital y volver a su hogar. La foto más reciente, aparecida hace una semana, cuando salía del Weill Cornell Medical Centre acompañado de Joanne, lo mostraba frágil, en una silla de ruedas. La reacción del público ha sido de congoja, de sobresalto y una profunda compasión.

Originalmente, esta nota iba a ser más impersonal. La clase de texto que usted, estimado lector, ha visto anteriormente en este mismo espacio y con esta firma. Ofrezco por ello una disculpa. En el caso de Paul Newman, es imposible escribir y tomar distancia desde un estilo más "profesional". Él es uno de los últimos —y ya sin Marlon Brando, posiblemente el último, quedando solamente Elizabeth Taylor— de los grandes monstruos sagrados de la época dorada de Hollywood. Esas grandes estrellas que incendiaron las pantallas e hicieron soñar a
generaciones.

Reducir a Paul Newman a una nota necrológica convencional, que lo convirtiese en un cúmulo de fechas o una lista de su filmografía como actor y director (ciertamente, él fue el primero de su rango que se la jugó con éxito, hace cuarenta años, con Raquel, Raquel —protagonizada por su mujer, espléndida como siempre ha sido—) sería hacerle un flaco favor. Y este texto no pretende eso.

Si bien las especulaciones sobre su estado de salud comenzaron a circular desde enero de este año y en un principio fueron desmentidas, la noción de la fragilidad de Newman se hizo sentir entre sus muchos admiradores. Meses más tarde se confirmó que Newman padecía de cáncer pulmonar y que había estado batallando con él desde 2004. Newman, que nació en los suburbios de Cleveland, Ohio, el 26 de enero de 1925, estaba retirado del cine desde 2002, tras el rodaje de Camino a Perdición, donde fue dirigido por Sam Mendes y compartió algunas escenas con Tom Hanks. Se despidió de la actuación en general con un rol de soporte en la miniserie de la HBO Empire Falls, donde compartió cartel con Helen Hunt, Philip Seymour Hoffman y su propia esposa. Sólo en 2006 tuvo otro acercamiento con el séptimo arte al prestar su voz a Doc Hudson, un Hudson Hornet del 51 y uno de los protagonistas de la película de animación de la Pixar, Cars. De hecho, la única vez que vi en persona a Paul Newman fue durante la promoción de la cinta, en una de las ruedas de prensa, en la pista de carreras de Lowe, en Charlotte, Carolina del Norte, el 3 de junio de 2006.

Éramos muchos los reporteros, emocionados por ver de cerca a la leyenda, con Joanne Woodward a su lado, sonriente y serena, muriéndose de la risa cada vez que él hacía algún chiste o le preguntaba algo. Lucía muy bien para tener entonces 81 años. Su buen humor era contagioso, así como su entusiasmo. Cualquier clase de nerviosismo se disipaba con un gesto suyo. Es un profesional y toda su vida lidió con la prensa. Nadie como él conocía los trucos para echarse en el bolsillo a los medios, y ponerlos de su lado. La entrevista apareció publicada en MILENIO Semanal al poco tiempo, cuando la cinta se estrenó en México.

Cuando Newman falte, quedará tras de sí una larga herencia de cintas, y para todos los gustos. Unos días antes de sentarme a escribir este texto, cuando se hizo oficial la noticia de su agonía, un amigo cercano, cinéfilo devoto y admirador del mostre sacré, me preguntó: "Cuando muera, ¿le rendiremos homenaje volviendo a ver algunas de sus películas?".

Le dije que sí, por supuesto. Sería lo adecuado. [En 2005, al morir Anne Bancroft, quien esto escribe se embarcó en un minimaratón de cinco películas en una sola noche, que incluyó El graduado y La maestra milagrosa]. Entonces mi cómplice insistió: "¿con qué película…?". Y es ahí donde comienzan los problemas. En el canon de Newman hay tanto para elegir...

Podría decir La gata sobre el tejado de zinc caliente (1958), pero realmente en ese filme la estrella es Elizabeth Taylor, toda fuego en sus ojos violeta. Mi amigo Jack sugiere El buscavidas (1961, del gran Robert Rossen), donde Newman creó a "Fast" Eddie Felson, personaje al que volvería a visitar en 1986 con El color del dinero, de Scorsese.

con Joanne

Y con la colaboración de Toni, otra Paulista convencida, la lista crece: ahí está su trabajo como Chance Wayne en Dulce Pájaro de Juventud (1962, con Geraldine Page, interpretando el rol que Tennessee Williams escribió para él), Éxodo (1960, de Otto Preminger), Hud (1963, frente a frente vs. Patricia Neal), Cool Hand Luke (1967), la estupenda Butch Cassidy y el Sundance Kid (1969), con Robert Redford y Katharine Ross, que es no sólo un gran western, también es una gran historia de amistad entre dos hombres; o bien El golpe (1973), la demoledora El veredicto (1981, de Sidney Lumet, con gran tensión sexual compartida con Charlotte Rampling) y hasta la infravalorada El coloso en llamas/Infierno en la torre (1974).

Y no sólo quedan sus películas: queda su obra benéfica al frente de la fundación Scott Newman, creada en memoria de su difunto hijo mayor, para rehabilitar farmacodependientes; también queda la huella de su pasión por la velocidad (a los 70 fue el conductor de más edad en ganar una competencia en Daytona), su imagen pública como un hombre honesto (orgulloso como estaba de ser "enemigo" del ignominioso Richard Nixon en su momento), su arrojo, su ingenio, su devoción familiar, su ejemplo.

Así es como muere una estrella, discretamente dejará de titilar, hasta apagarse. Pero mientras sucede, el mundo vuelve sus ojos (no sin tristeza) hacia él, devolviéndole un poco de lo que nos dio.

3 comentarios:

Dushka dijo...

Wow. Hace mucho que no veia fotos de el de joven.

Anónimo dijo...

Oh, has vuelto. Te acabo de redescubrir y aún no me he puesto al día.
De Paul Newman, qué decir. Me resulta imposible escoger una única película. "La gata" es maravillosa, "Dulce pájaro de juventud" es maravillosa. "El golpe", "El buscavidas"... Toda película en que esté él es maravillosa. Hasta la empalagosa "Mensaje en una botella" está bien, sólo porque aparece él, ancianito maravilloso.
Le ha aportado mucho a mi vida y además amo a Joanne Woodward. Ya no quedan estrellas como ellos.
Me quedo con la escena del sótano en "La gata": Paul Newman y Burl Ives en ese diálogo maravilloso, recuperando sus vidas.
A ti, un abrazo muy grande, que este verano te he empezado a querer.
JLP

Anónimo dijo...

Hola!

Yo me quedo con Cool Hand Luke y la canción de Plastic Jesus que me sigue y me seguirá partiendo el alma.

Ojalá el destino, cualquiera que este sea, sea benévolo con Paul Newman... que, por cierto, Road to Perdition es una de las películas más bonitas que he visto.

Es un placer volverte a leer.