jueves, 14 de diciembre de 2006

Carta de un diletante a un histrión

Querido Alejandro Calva,

si hago memoria (y sin tanto esfuerzo) puedo recordarte en toda tu imponente humanidad, asomándote con un aire cruza de Doctor Mengele y la Señora Robinson (y ataviado como un ferrocarrilero o bien, Diego Rivera) para ver a los componentes del pálido y tembloroso grupo de primer ingreso al Fridart, er, Cedart, en septiembre del '89.

Recuerdo cómo fue que tú, tótem de la escuela a los 21 años y mayor de edad en todo el mundo donde nosotros no rebasábamos los 15, nos miraste: evidentemente eramos en ese salón/invernadero un vagón de ganado con resquicios de nuestras "infancias pequeñoburguesas atrofiadas por una sobredosis de Televisa y música extranjerizante" (Josefina Alcántara dixit) y un pánico oneroso maquillado por nuestros deseos de "estudiar arte".

Arqueaste una ceja y (siempre actor) preguntaste al aire, "¿qué es el arte?" -- y no recuerdo qué contestamos o si contestamos o nos quedamos callados, apabullados por el 1.80 y tantos de estatura [este humilde raconteur entonces estaba arrastrándose hacia el 1.70 y algo que eventualmente dejaría atrás hacia tercer año] y el brutal sarcasmo del tono.

No recuerdo si dije algo, pero seguro algo debo haber dicho, porque de lo que sí me acuerdo, es que me separaste del resto con un ademán: éste. Y desde entonces renuncié al grupo que por camada me correspondía y pasé a formar parte (de manera extraoficial y aleatoria, claro) de esa especie de Doom Patrol que regía ese mundillo de 200 alumnos: donde tú eras jefe supremo (no digas que no, que sería mentir) y los demás eran deslumbrantes meteoros -- algunos de los cuales no brillarían más allá de esa era.

Recuerdo, claro, y si cierro los ojos casi puedo tocar, al Axis: Hanna (espléndida Hanna, nuestra diosa particular, heredera digna de Liv Ullmann, con largo cabello oscuro y facciones finas, poseedora de ese corazón tan grande y abrigador [y roto, sólo así pudo enseñarnos a otros a sobrevivir y remendarlo] y la sonrisa deslumbrante), Rosa (y Espina; la novia secreta del Ché) y Luz del Carmen. Recuerdo a Angélica Natalia Brizuela García, la niña más bonita de la escuela que después de ese alucinante y enfermizo romance con el jugador de Rugby, se convirtió en Belle de Jour (y Belle de Nuit y Belle de Soir y Belle de After Hours y...), que cambió su suetercito de cashmere rosa y falda tableada por una piel y ojos jaguar...

Recuerdo a Raúl Tena y Giancarlo Galván, el espacio infinitamente disponible hecho con corcho, en el recibidor y la existencia de la gaceta Cedart (¡Hola Doctor Falopio FlujoFlojo y Miss Alma Caval!), recuerdo a Sol Camacho (o Lynda Carter sin haberse convertido en princesa amazona), a la hermosa Miriam Toyos (belleza hindi transplantada al departamento de zapatería del Palacio de Hierro); los ojos gentiles de Carmen Mikel, el lactante también está ahí (no citarlo sería hipócrita) y en sus aulas (jaulas), los ilustres Vega España y Fausto Berruecos, Fernando y Memo, Tere Careaga (alucinando ando...) y la gárgola en la oficina principal.

Y afuera, Ulises/Odiseo, en toda su gloria de ser el único automóvil del estudiantado, donde oíamos los reportes de lo que ocurría en la Unam y a los Beatles.

Todo eso y éste ahí, aprendiendo -- quizá a destiempo- lecciones de vida, extrañas y maravillosas y completamente inapropiadas y sí, hasta dolorosas.

Ahora, diecisiete años más tarde, te veo desde una butaca, mientras apareces en escena -- primero un guante y luego todo tú como Roger DeBris disfrazado de Ingrid Bergman disfrazada de la Gran Duquesa Anastasia (¿o es acaso un disfraz de El Empire State?) y estallo en carcajadas y en algo que -- no me sorprende- me invade hasta las raíces del cabello: una extraña elación, un orgullo.

Este es tu debut en musicales, algo que secretamente fue siempre una pasión personal compartida (Joel Grey es icónico, sí) por muchos años. Es un momento especial.

A la puerta del teatro me encuentro a Ana y nos abrazamos con mucha, mucha alegría. Pensé que no asistiría, pero por circunstancias fortuitas se pudo y a la ocasión la pintan como tú sabes, Alejandro-María, y dije "¡sí voy, pero claro que voy!"

Presencio tu momento Judy, coreo las canciones, me desternillo nada más de oír: "Tony-Tony-Tony!" porque ya sé qué sigue: el balbucear como de robot fundido y enseguida, "¡un ataque de genialidad!"

Lo disfruto enormemente, me arrebato de felicidad ante esto, como antes me arrebaté de horror y angustia en La Lección de Anatomía y me estremecí de sufrimiento y júbilo simultáneos en Actos Indecentes. Y antes, mucho antes, con aquella obra de Lorca.

Así han pasado cinco años y tres veces más. Y no cambia esta sensación inamovible de justicia y reivindicación cuando te llevas la obra enrollada como tapete bajo el brazo y se advierte en las ovaciones, cuando nos ponemos de pie. Igual que en el Foro Lenin, aunque no te acuerdes.

Felicidades, antiguo héroe de mi última infancia y temprana adultez.
No sólo por Roger y Max (tengo que verlo)
Sino por todo.
Por el privilegio de las lecciones, aún si no sabes que uno tomaba notas como oyente, en la última fila del salón.

Que siga habiendo pilas y pilas de merde.

Desde las alas, fondo izquierda, éste te celebra.

Te quiere,

EP/MC

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querido y siempre recordado Cane, hace apenas unos día platicaba con mi hermano Marcelo de aqwuellos tiempos maravillosos en los que el mundo era un pequeño bocado que nos tragabamos todos y cada uno de los miembros alucinados de esa Xmen Academy.... Nos preguntabamos donde estaría aquel chico palido que se desmallaba segundos antes de responder el examen de matematicas, aquel que parecía mas una biblioteca ambulante...Y ahora mismo te ecuentro, claro ¡¿Donde mas si no es en este maravilloso medio, el único realmente democratico: el internet.
Me da mucho gusto y leerte me motiva para sacar a la luz algunois materiales de la Gaceta cEdart y de , en fin, esos días...
Te dejo la direccion de mi blog y espero tus comentarios, un gran abrazo.

Giancarlo Galván.
portalgiancarlo.blogspot.com