Veinticinco años

Papá-

He estado pensando en tí todos estos días.

No que no piense en ti cada día (aún incosncientemente lo hago), pero siempre en estas fechas señaladas es más persistente la memoria y ahora aquí estoy hablándote por primera vez en mucho tiempo, como si estuvieras aquí conmigo, que es algo que me gustaría poder hacer realmente, aunque tú bien sabes que eso es imposible.

¿Reconoces la fotografía?
La tomaste tú. No sé dónde, pero sí sé que lo hiciste tú. Por eso es que no hay fotos donde aparezcamos los dos -- nunca he encontrado una sola-: casi siempre eras tú del otro lado de la lente.


Esta foto me gusta.

De hecho, de esa etapa de mi vida, es la que más me gusta. La que siento que se parece más a mí. A como era entonces, sin artificios. Y a como, en algún modo, soy aún ahora.

¿Qué puedo decirte? En la foto tengo un año, poco más. Ha pasado mucho tiempo. Y desde que no estás, han sido veinticinco años. Los mismos que tiene Mónica, tu nieta.
Sé que la hubieras querido muchísimo.
Somos muchos quienes lo hacemos.

Veinticinco años, papá.
No recuerdo ya ahora muchas cosas, aunque retengo otras -- quizá precisamente porque ya no estás-. No recuerdo el sonido de tu voz, por ejemplo. Ni el tacto de tus manos.
Pero recuerdo tu sombra en el suelo, y cómo te sentabas a leer el diario. Te recuerdo único hombre en un mar de madres jóvenes cuando salía del kinder.

Te recuerdo al volante y en una sala de cine. Es como recordar una habitación calientita, un hogar. Aunque claro, ha pasado mucho tiempo y la memoria tiende a idealizar algunos momentos y a las personas que amábamos cuando mueren.

¿Sabes? A veces te sueño.
Sueño que has vuelto, perfectamente repuesto de tu muerte, y que ahora, yo siendo adulto, yo siendo quien y lo que soy, voy a encontrarme contigo para tener una conversación adulta, por fin.

En mi sueño, te ves como antes de tu muerte; incluso mejor. Más completo, más entero. No sé si te vi alguna vez así de sano en vida, pero en la muerte lo estás. O bien, lo están, tú y mi abuela María.

¿Te habló de nosotros cuando pudo reunirse contigo? Supongo que será lo primero que preguntaste; en mi sueño ustedes se ven casi rejuvenecidos: son ustedes dos vistos a través de mis ojos de infancia. Como los conocí la primera vez.

¿Qué puedo decirte?
A veces me pregunto qué dirías de las cosas que ahora hago. De la vida que ahora llevo.
¿Me comprenderías? ¿Me querrías?

Mi madre (tu hija Consuelo, la esposa de tu hijo Ernesto, como la presentabas siempre) dice que sí. Yo no quisiera dudarlo y me gusta pensar que es verdad y que me habrías querido de todos modos.

Yo te he seguido queriendo igual.
Han cambiado muchas cosas, Papá. Ahora escribo para vivir a la par de que vivo para escribir; todo el día, toda la vida. He escrito muchas cosas, he realizado muchos viajes y he conocido a mucha gente. He sido afortunado: he conocido a muchas personas que soñaba con conocer y que, de no ser por mi trabajo, no habría sido posible. Supongo que es por eso que elegí este trabajo, que me lancé al vacío y lo he tratado de hacer del mejor modo posible.

Y tengo amigos.
Son, realmente, lo que más feliz me hace. No son una posesión; los veo como un verdadero privilegio. A todos ellos. Está Carolina, a quien mi abuela quiso montones -- y tú la habrías querido también- y Hanna y Gaby (la hija de Alba Nélida, ¿te acuerdas de ella?) y Anaví y Elizabeth y Liz (que se llaman igual, pero no son la misma, para nada) y Viviana y Marcela y... ¡soy como tú! ¡Tengo muchas amigas! Y amigos también: por ahí está Luis, que es mi amigo más joven -- como si fuera mi hermanito, sabes- Paco y Jesús, y mi compadre Alejandro y Jack, el león del norte (ellos dos me recuerdan mucho a ti algunas veces).

Es curioso, no conociste a ninguno de mis amigos y sin embargo, todos tanto han oído hablar de ti, que es como si te conocieran. Te habrían caído bien. Y sí, son realmente lo que, en distintas etapas de mi vida, me ha sacado adelante, me ha mostrado senderos para explorar y las infinitas posibilidades.

Pero (tú lo sabes) también sigo siendo el llanero solitito (así me decías tú) y me gusta. Creo que he aprendido a hacer cosas solo. Eso es algo para lo que me preparaste, igual que para el inevitable momento de tu muerte. Y me las arreglo bien solo, ¿sabes? He aprendido muy bien a viajar por mi cuenta. Volví a Nueva York. Conocí Roma y Venecia. Este año fui a Egipto -- ¡y también ahí me hice de amigos!-y lo he hecho siempre solo, o básicamente.

En 2007 voy a hacer algo importante, papá.

Me voy a vivir solo. A otro país, a otro continente. Solo. Solo. A una ciudad pequeña, donde tengo amigos y no estaré desamparado... pero sí solo. Tal vez pasaré lo que serán los días más solitarios de mi vida hasta ahora.

Y abrazo el prospecto con inmensa alegría, Papá, porque voy a crecer.
Recuerdo que lo que más te preocupaba de dejarnos (dejarme) era que yo creciera, me hiciera hombre.

Pues eso. He crecido y estoy creciendo. Más en los últimos diez años, sí, pero estoy creciendo. Y soy un hombre. Nada más que eso.

Y te extraño.
A veces te extraño como nunca creí que fuera posible extrañar a nadie.

Y a veces lo olvido... pero no te olvido a ti.
Han sido veinticinco años. Algunos dificiles y otros no. Pero no siento amarguras en mi vida (no realmente) ni recuerdo lo doloroso con aflicción. De todo he ido aprendiendo, y me gustaría que eso lo creyeras.

Te quiero, te quiero como desde el principio.
Y te veré un día. Y hablaremos.

No sé qué más escribirte. No es una buena carta, pero quería poner algo por escrito, aún si eres a la persona a la que más me cuesta escribirle.

Recuerdo que te gustaban las cartas.
Espero que esta también, al leerla. Con tantos años de retraso, pero tan cercana al corazón, como si 1981 no se hubiera terminado.

Te abraza tu nieto (y ahijado)

Ernesto Miguel.

Comentarios

Anónimo dijo…
darling,

tu carta es como el pajaro azul, cada vez que los pensamos vuelven a vivir, y el amor de papa es parte de ti....
te quiero
Miguel Cane dijo…
Gracias, Hanna.
Yo también.

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