viernes, 24 de agosto de 2007

Aeropuertos


Cuando era pequeño, me gustaba mucho ir al aeropuerto.
Básicamente sólo podía significar una de dos cosas:

1) Alguien [casi siempre mi papá] venía de un viaje (¡y casi siempre traía regalos!)

o

2) Nos íbamos de vacaciones a algún lugar lejano (de ahí el tomar avión)

Con el tiempo, mi percepción del aeropuerto (o del concepto del mismo) comenzó a modificarse, aunque no podría decir que los odio -- tengo un amigo que sí, los abomina cordialmente, y esta fobia suya invariablemente me provoca una sonrisa y una inexplicable ternura... pero bueno, es su grima personal- comencé a verlos por lo que son: molestias. Necesarias, pero aún así, molestias.

Durante un tiempo, viajé mucho a los Estados Unidos por cuestiones de trabajo. En el aeropuerto de Los Ángeles el personal de migración ya me conocía lo suficiente como para decirme "tiene usted mucha familia aquí, ¿verdad?" -- ni de broma iba a decirles que el motivo de mi visita era por trabajo, así que siempre decía para justificar mi visita de dos o tres días "I come for a wedding" o "I'm here to visit relatives". Punto.

Pero en algún momento, después del 11/9, las cosas se comenzaron a complicar. Viajar a Estados Unidos se volvió cada vez más y más difícil: me parecía humillante tener que quitarme los zapatos y tener que volvérmelos a poner, ante la mirada irritada de aquél pobre infeliz (o aquella pobre desgraciada, en todo caso) que espera impaciente a que yo avance para poder pasar por la misma rutina de puerta de konzentrationzlager (Sobibor, Treblinka, Bergen-Belsen, you name it), rapidito y de buen modo, so pena de perder su vuelo.

Los aeropuertos de Europa no eran muy distintos; Heathrow es laberíntico e incómodo. Lo sé porque así fue como perdí un vuelo una vez, donde otra pasé cuatro horas sentadito mirando la niebla adherirse a las ventanas, esperando a que se disolviera. El Charles DeGaulle es bonito y eficiente -- me gusta, tan así que encontró su camino a una escena clave de mi novela- pero también extrañamente frío e inhumano. El aeropuerto DaVinci, en Roma, es extrañamente atractivo, con paredes de piedra que tratan de anticipar el aire milenario de la ciudad, donde el aeropuerto de Luxor es como una parodia de un aeropuerto (¿te acuerdas, Faraona? Ahí nos conocimos).

Lo interesante de los aeropuertos, es que nos hacen estar más alertas: revisar una y otra vez que traemos todos nuestros papeles, que nadie nos ha robado una maleta o dos. Es también donde más gente suele llorar.

Aunque yo confieso, que no lloro en los aeropuertos.

No sé por qué, si soy de lo más llorón, aunque prefiero hacerlo en la reconfortante oscuridad de un cine -- si voy a hacerlo en público- más que en una iglesia, una funeraria o una sala de aeropuerto.

El 30 de abril, cuando me mudé para España -- todavía me sorprende y me maravilla cuando lo digo: me mudé. Es como algo que todavía no me creo del todo- mis padres, Mónica, Hanna y sus hijos, me fueron a despedir al aeropuerto de la ciudad de México. Me emocionó mucho que Hanna lo hiciera (no era necesario). Me recordó todos los años que ella y yo llevamos juntos en distintos andares.

Cuando llegó la hora de que abordara, mis padres y mi hermana me acompañaron al último retén de seguridad. Ahí me percaté de que, al salir de casa apresuradamente después de ducharme (fue lo último que hice, ducharme) había dejado en mi escritorio mi anillo de plata sin el cuál me siento prácticamente desnudo; nunca me lo quito excepto para dormir o bañarme. El anillo, que por dentro lleva grabado el nombre de Aslan, es uno de un juego de cinco, cada uno con dueño distinto, y significa mucho para mí. Darme cuenta de esto me preocupó y entonces mi mamá se quitó de uno de sus anillos, una alianza de oro que había llevado en su mano izquierda desde hacía más de veinticinco años.

El anillo de mi abuelo Miguel.

"Este anillo es tuyo," me dijo "tu abuelo me lo dio a guardar para el momento adecuado... y no se me ocurre otro más adecuado que este."

Le acaricié la cara a mi madre (ustedes lo saben, la persona más significativa en el mundo para mí es ella) y le pedí que no llorara por favor. Ella asintió y sé que le debe haber costado muchísimo no hacerlo. Me quedé ahí, al pasar los detectores, agitando la mano, los bellos hastaprontos, hasta que se dieron la vuelta y comenzaron a alejarse.

Y no lloré.

No lloro en aeropuertos.

Ahora bien, llorar como una Magdalena en aviones... esa es otra historia.

¿Y ustedes, lloran en aeropuertos? ¿Los odian? ¿Los aman?
Cuéntenmelo todo, anden.

11 comentarios:

Unknown dijo...

Yo tambie lloro como Magdalena en los aviones, te esperas a estar solo, a al menos sin conocidos a tu alrededor para desfogar esas lagrimas que contuviste en el aeropuerto. Esta siguiente vez he decidido que nadie me lleve al aeropuerto, ya contrate un servicio de taxi, caro, pero me ahorro las dolorosas despedidas.

Anónimo dijo...

A mí los aeropuertos me recuerdan a las esperas y todo lo que sea esperar, me pone tan nervioso...

Nunca he llorado en un aeropuerto, ni en un avión. Pero en una estación de tren, varias. Soy hijo de ferroviario, es lógico, es mi lugar natural.

Abrazos

Anónimo dijo...

¡¡¡CLARO ME ACUERDO DEL AEROPUERTO DE LUXOR, Y DE QUE ALLÍ NOS CONOCIMOS!!!
B7s

Anónimo dijo...

Ah, se me olvidaba. Nunca he llorado en los aeropuertos. Sólo los utilizo para viajes de placer, vacaciones,... como mucho podría llorar de alegría pero ni eso.
B7s

Cuquita, la Pistolera dijo...

Cuando era niña, para mi los aeropuertos eran un espacio de entusiasmo (cuando los seres queridos llegaban) y de profunda tristeza (cuando los seres queridos se iban). Decenas de veces lloré como Magdalena viendo partir a mis seres queridos.

Luego, cuando comencé a usar los aeropuertos para viajar entonces fue distinto. La emoción del viaje, las esperas, los recorridos de reconocimiento me encantaron.

Recuerdo haber comido chocolatitos gratis hasta el empacho en las tiendas del aeropuerto de Costa Rica, también haber dormido en un sillón de diseño en uno de los aeropuertos que considero más lindos, el de Schipool, en Amsterdam.

Ahora los aeropuertos me encantan, porque en general significan estar en otros sitios, conocer otros lares.

Besos

Paxton Hernandez dijo...

Yo soy fan de los aeropuertos no sé por qué. Me entusiasma ir a ellos. Me fascina ese ambiente. Pero es chafa cuando voy y yo no soy el que viaja, jeje.

Abrazo,

Anónimo dijo...

De niño nunca viaje en avión, las únicas veces que llegue a ir al aeropuerto fue para recibir o despedir familiares o visitas y una sola vez con amigos de mi hermana para ver los aviones despegar. ja!

Pero desde que me hice cliente constante de las aerolineas los aeropuertos me causan muchas ansias. Pero siempre trato de olvidar en donde estoy (y las lagas filas y esperas) con un libro.

Un abrazo my dear. Se te extraña por mi mundo

Anónimo dijo...

A mi los aeropuertos me producen una felicidad inmensa... cuando los uso me gusta pensar en la distancia para recorrer, también me recuerdan cuando voy a recoger a personas que quiero (nunca he ido al aeropuerto a recoger a alguien que no quiera o que simplemente no me de la gana ver). Cuando voy a despedir a alguien, siento felicidad, porque cuando regrese, lo volveré a ver.

Un abrazo, Mike

Anónimo dijo...

¡¡¡ ME ENCANTAN LOS AEROPUERTOS !!!

...desde los 15 años.

Anónimo dijo...

A mí me parece que yo... duermo. Claro, con algunas esperas que hay y el cansancio...

Pero ya más en serio, lloro y según cuándo: ejemplo, cuando dejé a Javier en el aeropuerto de acá para irme al DF, y encima me iba sin saber si iba a llegar a tomar el vuelo en Santiago de Chile (gracias LAN, por volverme loca), me dio una angustia cuando estaba sola en la sala de embarque, que terminé lagrimeando. Y cuando estaba sola otra vez, pero dejando el DF y recordando tanta cosa linda de esa semana... también (pero arranqué a lagrimear antes igual).

Sin embargo cuando viajé sola a Londres a encontrarme con Javier no, ahí estaba loca, pero loquísima de anticipación y nervios... Y en otros viajes compartidos igual, ni una lágrima.

(Ya es otra cosa cuando he tenido que despedir a alguien... aunque trato de no llorar)

Pasa que me da por disimular, porque me da como pudor llorar en público. Aún así, cuanto más veterana, menos me preocupo de eso.

Pero me gustan los aeropuertos, me gusta lo que sé que me van a traer: ya sea ver cosas nuevas o volver a casa.

Besos
P.

Anónimo dijo...

¿Tampoco se debe llorar en un establecimiento público,no?
Pues leyendo el post...poco me ha faltado...

Saludos desde aquí al ladito ;)