domingo, 12 de agosto de 2007

Master Admirabilis


Debo reconocer que siempre he admirado (mas no envidiado) la vocación de los docentes.

Ahora bien, así como hay maestros hasta milagrosos (insertar a Lulu con el tema de “Al maestro con cariño”) también hay algunos que –no sé si a propósito, con el afán de desgraciarle la vida al endeble (insertar el rolón de Los Smiths “The Headmaster Ritual”)- parecen gozar su sadismo.

Algunos provocan una psicosis antiálgebra, antiquímica o antiliteratura. Hay otros que dan valor a un primer paso timorato hacia lo que el futuro depara. Puede que sean los menos… pero todos forman parte de nuestras vidas. ¿Ustedes a quién pueden recordar? Concéntrense y dejen hablar a la memoria.

Perdonen si me pongo personal, Nabokovskiano si se quiere, al dejar hablar a la mía: En sexto (1984-85) nuestro profesor fue Eduardo Arciga Bernal. Posiblemente entonces tenía la edad que ahora tengo. Su paciencia era – si alguno de sus alumnos llega a leer, les consta - a toda prueba… y por ser “escuela activa” se ponía a prueba seguido.

Nos hablaba como adultos, compartía su experiencia y se las arreglaba para disciplinar – sin golpes- a una runfla de atilas acostumbrados en nombre de la educación alternativa a hacer lo que les daba la gana. Fue maestro, más que de academia, de vida: nos llevaba (¡en una combi-pesera prestada!) al cine los viernes si habíamos sido “buenos” (relativamente) esa semana. Es decir, casi todas… y pagaba los boletos de su bolsillo. Con él vi mi primera película de Hitchcock en cine (Grace Kelly, celestial en La ventana indiscreta) y también el primer desnudo integral de mi corta existencia: Daryl Hannah en Splash.

Al terminar las clases, su tristeza parecía más genuina que su alivio. Se las ingenió para apoyarnos a todos, aún si éramos estudiantes chambones. Para él, la capacidad no estaba en números sino en el ansia de conocer el mundo, aunque fuera ante un proyector.

Mi otra preceptora inolvidable (por otras razones) es la eximia Consuelo Montaño Bobadilla, profesora de dibujo constructivo y de imitación en la escuela donde fui preso –er, alumno- en secundaria, recinto ultraconservador religioso y de extrema derecha, era rígido y desolador a los trece años.

No obstante, Miss Montaño era formidable por otras razones. Las faramallas del plantel le tenían sin cuidado. Para ella el potencial era lo más importante.

Lo sé porque pasé noches en vela intentando trazar líneas que se resistían. Reprobarme era su manera de exigir. Naturalmente, la veía como monolito implacable en traje sastre. Esto cambió cuando fui a examen extraordinario. De su calificación dependía mi pase de año y, en ese momento, lo que era mi vida. No recuerdo el proyecto pero sí la calificación. Recuerdo suavizarse el rostro totémico para emerger una sonrisa.

“Sabía que usted podía lograr un diez”.

Al curso siguiente, se tornó gentil; un apoyo.

La dureza fue herramienta para lograr su propósito de hacerme lograrlo y hoy, eso sigue siendo una lección memorable y reconocida, aún si el dbujo constructivo y todas esas horas de desvelo, no sirvieron para nada, pero bueno, una enseñanza, es una enseñanza...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bulmaro Regalado, no recuerdo su segundo apellido, fue mi profesor de Lenguaje y comunicación en la vocacional, si soy burro blanco. La literatura tomo un tono totalmente distinto en mi vida después de que el buen Bulmaro apareció en el escenario de mi vida.

Sus métodos de enseñanza nunca fueron convencionales. Su buen humor y ambiente relajado de sus clases me enseñaron mucho más que las clases aburridas y llenas de reglas del resto de mis profesores.

Algún día me gustaría encontrarme con él otra vez para agradecerle lo mucho que influenció mi vida para bien.

Un abrazo my dear