viernes, 1 de febrero de 2008

Si mis amigos pudieran verme ahora...

Aprendí a amar los musicales desde muy pequeño.

En mi casa, tanto mi abuelo Miguel como mi Mamá eran muy aficionados y en mi dieta cinematográfica nunca faltaron platos como The Sound of Music, My Fair Lady o Funny Face. Pero el primer musical que me gustó como propio, el primero que vi por mi cuenta, fue Sweet Charity, mismo que vi por primera vez en cine, hace veinte años.

Haberlo descubierto una tarde a principios de 1988, fue cortesía de Paco Araujo, el hermano mayor de Polo, uno de mis amigos de la infancia, que nos dijo un día que nos llevaría al cine, no a ver una de esas horrorosas películas de terror que en esa época nos gustaban tanto, sino a ver un musical en 70 mm y toda la cosa, aprovechando que lo reponían en una sala que hoy ya no existe en la Ciudad de México.

En ese entonces, Paco tenía 18 o 19 años y tenía su propio coche, así que no nos opusimos. Sobre todo porque me picaba la curiosidad ver esta película que no conocía -- aunque sabía que existía igual que la obra de teatro- y no acabaré nunca de agradecerle que me presentara, tal y como debe ser vista, la primera película de ese maestrazo que era Bob Fosse.

La trama gira en torno a las aventuras (y desventuras) de una joven que sólo quería ser amada, cuyo nombre es Charity Hope Valentine [¡la incomparable y enormísima Shirley MacLaine!] que vive en Nueva York -- ese Manhattan como de cuento de hadas de los 60 que ya no existe, pero que se deja ver en películas de la época- y se gana la vida como "fichera" en el Fandango Ballroom, un tugurio de segunda, donde las muchachas complementan sus ingresos (se alude) con "propinas" de los clientes, previo favor sexual.

Charity (inspirada en la Cabiria de Federico Fellini) es la consabida puta con el corazón de oro (y de hotel, como se lo dice una de sus compañeras, reconviníendola al verla sufrir por otro romance malogrado), que aspira a encontrar al amor de su vida -- igual que todos nosotros.

En el interim, y aún pese a sus incontables decepciones, Charity no pierde la fe en la humanidad y se entrega a vivir la vida a tope, mientras ésta le llega aderezada con vistosos números coreografiados de manera deslumbrante por Fosse (desde entonces soy fan y sobra decir que para cuando conocí Cabaret y All That Jazz, yo ya me había chiflado por su manera de coreografiar y editar), que lo mismo van de los tugurios de la ciudad, al Parque Central, o al supersofisticado, exclusivo y muy chic Club Pompeii.

Las semillas de lo que sería el legado de Fosse están sembradas en esta película, que si bien dista muchísimo de ser perfecta, sirve para que como cineasta experimente con numerosas técnicas de cinematografía y de danza, que posteriormente patentaría.

La experiencia, a primera vista, fue arrebatadora. Como dije, ya estaba familiarizado con el género del musical, pero esto era algo que para mí era completamente nuevo, algo fascinante. No podía despegar los ojos de la pantalla.

Ver a la MacLaine ("Shirl the Girl") aventarse un numerito estelar como If my friends could see me now o I'm a brass band, con las dosis ideales de ternura, vibración y pathos, es algo excepcional, más aún cuando se tiene trece años y se está descubriendo algo nuevo.

El trabajo de diseño de arte -- esas recreaciones de ambientes totalmente irreales- y el diseño de vestuario de la magistral Edith Head, que hace un arte de la exageración, son dos de las cosas que me hicieron indeleble la película, al igual que las canciones de Cy Coleman y Dorothy Fields, que se acabaron integrando a mi cabeza.

Como dato curioso, les puedo decir que en el verano de 1997, cuando fui solo a Nueva York por primera vez, me la pasé caminando por ahí canturreando algunas de las canciones, especialmente Big Spender, que tiene una frase que me sigue encantando: I don't pop my cork for every guy I see.

¿Mi escena favorita? Esa es fácil: el número coreográfico que se presenta en el Club Pompeii.

Por años, hasta que volví a ver Sweet Charity -- en video- era la escena que volvía a mí cada vez que recordaba la película y la experiencia de verla por primera vez, en una pantalla grande, tal como lo recuerdo ahora, dos décadas más tarde.

Para quienes no han visto nunca la película, no voy a decir mucho más. Creo que merece que se asomen a ella -- de ser posible con ojos y oídos vírgenes- y la disfruten. Si la recuerdan, recuérdenla con gusto, porque finalmente, es una pequeña joya poco apreciada (todo mundo piensa en Cabaret al oír Fosse) que nos muestra cómo puedes vivir con esperanza (sí, ya sé que no debo tener esperanza, pero soy un perro romántico, ¿y qué?) y seguir adelante.

Y recordar, como dicen -- a veces-- es volver a vivir.

4 comentarios:

Alejandro Caveda dijo...

Cuando era joven nunca disfruté especialmente los musicales... Era de los que odiaba que cantasen en las películas de la Disney, y sólo ahora empiezo a apreciarlos un poco y según cuales, aunque ya veo que tu eres todo un fan. Un cordial saludo.

Lilián dijo...

Uy, yo también soy muy fan del género . Mi papá solía ver musicales lacrimógenos (imaginemos a Anastacia cantando su desgracia como princesa rusa bastardona) y lloraba y reía, y a mí me parecía que eso era lo más fantástico de los musicales.

Mi favorita es Daddy Long Legs, con Fred Astaire y Leslie Caron, porque primero leí el libro (con la risible traducción -a esa edad- de Papaíto piernas largas). Uy. Qué bonita historia de amor, aunque yo imaginaba todo muy distinto en la novela.

Larga vida a los musicales.

Dushka dijo...

Miguel, yo ADORO los musicales. Mi favorito es Oliver Twist, al que me llevaron mi mama y Tomas cuando tenia como 8 a#os.

Ultimamente, me quede pasmada con Billy Elliot y con Spring Awakening.

Para mi gran fortuna, Luca tambien los adora.

Silencio dijo...

Yo conocí esa coreografía que te gustó tanto en el Tom's no sabía de que era, ni quien era, después vi Cabiria y leyendole supe de Sweet Charity y bolas, me gusta mucho mucho