lunes, 2 de octubre de 2006

(No) Quiero un Zoom!




La otra noche, en una cena no muy concurrida (una de esas fiestas pètit comité que la chica en El Gran Gatsby acusaba de no tener ninguna privacía) la conversación comenzó a girar acerca de las terapias psicológicas, las diversas perturbaciones emocionales por las que todos (pequeburgueses semilustrados como somos) hemos pasado: las drogas que nos han hecho drogadictos socialmente aceptables: Zoloft, Prozac, Xanax, Lexotán… y claro, las psicoterapias.
Entonces sale a la mesa que este atento y seguro servidor, es un “shock survivor” o bien, que se sometió alguna vez a terapia de electroshocks y vive para contarlo.

- Ah, ¿te cae?- me preguntan.
- Y me levanta,- digo yo con absoluta naturalidad. A estas alturas del poema, qué me importa que se sepa. Hace tanto tiempo que a veces parece que le ocurrió a alguien más y tanpoco me averguenzo de nada.

Un chavo, obviamente más joven que yo, se acerca y me pregunta si es como se lo hacen a Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco. “¿Qué es lo que de versa te pasa cuando te dan un choque en el cerebro? En la peli, ves como se convulsiona… ¿tú te convulsionaste?”

Lo miro por un momento y luego al postre que de pronto ya no me parece tan apetitoso. Luego me río al contestar que me gustaría poder decírselo a ciencia cierta, pero la verdad es que no me acuerdo.

La pregunta no es realmente imprudente ni poco interesante (me han preguntado en otras cenas a las que he asistido a lo largo de mi vida cosas más inanes). Lo malo, es que me deja pensando el resto de la semana en ello. ¿Para qué demonios se supone que sirven los electroshocks? ¿Todavía los aplican o es algo que ya se descontinuó? – lo mío fue en el verano de 1990 o sea que ya llovió.

Llego a casa y me pongo a buscar mis anotaciones de la época, pero son realmente vagas. Finalmente, sólo fue una sesión antes que me cambiaran el tratamiento y qué suerte tuve de que no hubiera más y realmente no recuerdo mas que detalles vagos, con algo como vértigo, pero poco más. Lo que me sorprende, es que según descubro al googlear Shock Therapy, se ha vuelto a poner de moda en los United States.


Los electroshocks surgieron en los años 30 para tratar enfermedades mentales; una época nebulosa, sin duda, aunque un poco mejor que las eras anteriores en que los recursos habituales eran una sana y efectiva lobotomía, la insulinoterapia o la piretoterapia (léase: inyecciones de trementina).

A pesar de la falta de estudios científicos, la utilización del electroshock fue y es generalizada y extendida a casi todos los trastornos psiquiátricos: de modo particular es utilizado en pacientes muy depresivos cuando otros tipos de terapia, como los psicofármacos o la psicoterapia, no son eficaces y apropiados como en casos de emergencia cuando por ejemplo existe un elevado riesgo de suicidio (o si ya se intentó, dicen); algunos tipos de esquizofrenia y otra enfermedades mentales y neurológicas.

Esto a raíz de que en un principio las convulsiones parecían ayudar a que, por ejemplo, un esquizofrénico, se volviera lúcido. Pero lo malo es que sólo era un efecto temporal y había que repetir (cosa que no ocurrió conmigo y ahora siento un alivio al respecto… por suerte hubo quien interviniera a tiempo; finalmente la intención era buena y que yo respondiera… pero… ay. Qué cosas, ¿eh? Cuando la desesperación nos gana… pero eso es algo en lo que no pienso nunca)

Fue gracias a los antidepresivos y las pastillas, que la terapia de choque pasó a la historia (aunque ahora leo que algunos recurren a ella como una alternativa para “no engancharse ni depender de” las pastas). De hecho, sigue siendo la primera opción de terapia para los pacientes con depresión profunda a quienes no les funcionan las dosis de fármacos o que no pueden tomarlos.

El concepto, personalmente, a mí me parece hoy día brutal, salvaje.

Tengo fe en el psicoanálisis (creo en él y siento que me ha ayudado a llegar a un estado de armonía y tranquilidad que no tenía, mirando hacia esa época de mi vida) y siento que las pastillas son un tratamiento quizá más viable o en su defecto, menos doloroso (me consta. Aunque yo preferí ir gradualmente dejándolas. Llevo siete años limpio, o casi del todo).

Aparte de que (y esto me lo dice Viv, mientras le digo que quiero escribir sobre el tema para este blog) existen complicaciones y efectos secundarios muy delicados: arritmia cardiaca, convulsiones, amnesia… y sí, se te borra el cassette. Al menos parcialmente: pierdes un madral de neuronas.

Viviana me dice “háblalo. Si ya es una etapa superada, entonces puedes hablarlo, exponerlo. Verlo desde donde hoy estás”.
Y sí. Es muy distinto todo.

La usherette en la primera foto pregunta: Ready to be happy?

Pues no. Listo no estoy.
Pero cada día lo soy, en la manera de lo posible.
Y no necesito ni quiero nada más.

2 comentarios:

emejota dijo...

Querido Miguel:

Estoy de acuerdo contigo, a mí también me parece un procedimiento brutal. La realidad es que la mente sigue siendo un misterio profundo y eso es muy inquietante.

El otro día escuché por televisión a alguien que daba una definición de felicidad que me dejó pensativo: "La felicidad consiste en no sentir miedo". Si es así, hay alguien verdaderamente feliz?

Un abrazo

Miguel Cane dijo...

Querido Mariano:

Gracias.

Y sí. Yo soy feliz... aunque tengo miedo. A veces.

Pero no a vivir.

Otro abrazo.