sábado, 7 de octubre de 2006

Reasons


Hay veces que oír una canción nos devuelve a un momento específico de la vida. Esta es una verdad como un templo y estoy seguro que a todos nos ha ocurrido alguna vez.

Precisamente hoy recordé que una de esas situaciones sucede cada que oigo el celebérrimo tema Reasons, de Earth, Wind & Fire. [Para escuchar hagan click y abran el enlace como ventana nueva: sugiero la oigan mientras leen lo que sigue]
¿Listos? Entonces, prosigo.

Cuando llega a mis oídos, de repente, ya sea en la calle, en la radio, en algún restaurante o guateque particular ocurre invariablemente que al oír a Philip Bailey aventarse un agudo “Oh… the reasons/reeeaaasooonnns that we feel….” ipso facto regreso a un momento que me hace sonreír, pero también parte de una gran revelación: mi primer atisbo en la batalla de los sexos.

Es la semana santa de 1988. Guadalajara, Jalisco.
A los 14 años, el autor-entonces-adolescente está siempre dispuesto a cambiar de aires, aún si sólo son diez días de vacaciones con unos tíos. No es la casa lo que recuerdo, sino la ocasión de mi primer fiesta como “chino libre”, sin la presencia de más adultos que mis primos los grandes y sus amigos preparatorianos y universitarios: una cornucopia de frituras y gansitos Marinela ("¡A que no te los comes todos!" me reta un fulano. "¡A que sí!", exclamo y me pongo ahíto de pastelitos y cocacola); algunos beben clandestinas cervezas robadas de los refrigeradores familiares o bien, compradas en misceláneas donde nadie hace preguntas.

Y recuerdo, claro, la música: Mecano y Entre el cielo y el suelo, Bosé con XXX, The Joshua Tree de U2 y Music for the Masses de Depeche Mode, Bananarama, Bon Jovi... LPs y cassettes, que hoy ya no existen.

También los primeros cigarros fumados a escondidas en el patio de la casa de mis tíos, quienes obviamente desconocen lo que sucede, invitados a una boda en Zapopan. El recuerdo más tangible viene cuando alguien apaga luces y a las que quedan les ponen trapos rojos encima, se oyen los cachondos acordes de la canción y hay algunas parejitas bailando en la semipenumbra.

Desde mi rincón, antes de ir a zamparme una docena de gansitos de un solo golpe, si me fijo bien, puedo ver que algunos aparte de bailar pegado, hasta se besan con lengua y todo.

Reasonssss, oh, Reaaasonsss…

Este es un momento inolvidable y lo es más aún cuando mi prima Paula pregunta, alarmada “¡¿quéeseso?!”: lo escupe como si fuera una sola palabra, como buche de algo viscoso, justo antes de soltarle una sonora bofetada al chavo con quien bailaba apretujadita.

La indignación, la sorpresa, el convulso melodrama de la vida misma de un bisoño que ni pálida idea tiene del amor, mucho menos de sus despropósitos o de lo que es o significa un “arrimón del camarón”, imagen primigenia que revive cuando escucho esa música soul y empieza a ganarme la risa, incontenible, como si hubiera aspirado de un tanque de helio (cosa que efectivamente sucedió en la misma fiesta, pero esa es otra historia) y me pregunto, mientras la música fluye, los besos-con-lengua florecen y una Paula muy jovencita y escandalizada tira espectacular soplamocos al peponazo aquél que llamó guarro y pelado, ¿a dónde fue a dar esa parte de mi juventud?

¿O es que la canción queda a manera de monumento y existe tan sólo para recordármelo?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu anécdota es buenísima, creo que recordar si es verdaderamente vivir. Todos tenemos canciones que nos recuerdan tanto un momento alegre, chusco y también triste o romántico pero la música siempre formara parte de nuestros recuerdos.

Miguel Cane dijo...

Querida Inés,

¡Desde luego que es muy florido el campo de la memoria musical!

Muchas veces sucede, incluso, que hay canciones que no oímos en determinado momento y que sin embargo, al aprecer en nuestras vidas, se incorporan al recuerdo de tal o cuál escena.

¡Caprichos memoriosos!

Un beso grande.