jueves, 4 de enero de 2007

El infierno son los demás: Little Children, de Tom Perrotta


Acabo de terminar la lectura de esta novela.

Me mantuvo despierto durante un largo y molesto viaje en avión y también absorto durante casi todo el tiempo libre que tuve ayer, leyéndola en la calle, en el metro y en la cama. Tuve que hacer un esfuerzo muy consciente por no reírme y no estremecerme en público mientras leía, mantener un pie aquí antes de perderme en el extraordinario mundo que Tom Perrotta (autor de Election, que fue hecha una película con Reese Witherspoon y dirigida con maestría por Alexander -- Sideways- Payne) confecciona en el ficticio poblado de Bellington, en algún punto de la costa oeste de ese monstruoso leviatán conocido como los Estados Unidos de América.

La novela es como una navaja de bolsillo: compacta, eficiente y hasta letal. Los personajes que la componen, a manera de un coro polifónico de consciencias, son un variopinto grupo de padres de familia que oscilan entre la treintena y la cuarentena, y que pese a ser "adultos responsables" teóricamente hablando, se desdoblan como los "niños pequeños" del título: ahí está Sarah, ama de casa sexualmente frustrada que ve con cierto horror a su hija Lucy, a la que no alcanza a comprender y que secretamente anhela volver a sus años de feminista post-universitaria de ambigua sexualidad, mientras prepara almuercitos y ve a Barney en la TV.

O también está Todd, amo de casa, temeroso de su futuro, mismo que intenta posponer lo más posible: y cómo no, si como rey de la prepa y de la universidad lo tuvo todo siempre fácil, pero que ahora se acerca a la paternidad de tiempo completo con una mezcla de orgullo, miedo y sorpresa, estableciendo un nexo estrecho y complicado con Aaron, de tres años, suscitando los celos inexplicables de su hermosísima esposa, Kathy, quien ha logrado consumar su expresión como cineasta al costo de sus fantasías de ser la madre perfecta. Lo que sucede en estas dos casas, cuando Sarah -- que ignora que su marido Richard, a todas luces maduro y centrado, está adicto y enviciado con un sitio web de porno swinger- y Todd se enredan, casi sin proponérselo en un affair que se complica y retuerce, es parte central de la trama... pero no todo es lo que vemos en las inmaculadas superficies de esta novela.

De hecho, ellos no son los únicos personajes que encontramos en las calles arboladas, parques y áreas de juego de Bellington: también está Ronnie, un pedófilo atormentado (mas no por ello menos repelente) y su anciana madre, May, quienes forman parte de la textura del vecindario, soportando estoicamente los ataques de gente decente como la prematuramente vetarra y ultramanipuladora Mary Ann (una especie de "Mamá Goebbels") y del ex policía Larry, que escalan en violencia y provocación hasta llegar a un punto de quiebra.

Perrotta trabaja de una manera simple para contar su historia y lo hace con imágenes magistrales y diálogos completamente genuinos. Uno siente que ha dicho palabras como éstas más de una vez... y que ha oído a gente como esta hablar así, porque al final de cuentas, son gente como uno.
Eso es lo que más me atrajo del libro: su urgente sensación de inmediatez, de lugar, de tiempo definido.

Perrotta es un excelente escritor que, a diferencia de otros de su generación, no se esfuerza por restregártelo a tí, lector, en la cara. Su oficio consiste en establecer las vías para la colisión de dos trenes y después guiarnos con paciencia, gracia y un humor por instantes bastante cruel, a ver los resultados de lo que hizo.

Pocas veces he devorado un libro con tanta urgencia, terminándolo con una necesidad de comentarlo, de compartirlo, de invitar a otros a leer... me ha ocurrido con pocos libros en memoria reciente: 2666 de Bolaño (hasta un artículo en el periódico salió, a una plana), Sábado de Ian McEwan y El Espejo del Monstruo, de Juan Ramón Biedma, que son libros que me han sacudido, inspirado y maravillado de muchas formas.

Este es el caso con la novela de Perrotta -- que ha sido llevada a la pantalla por Todd Field, con Kate Winslet y Jennifer Connelly, aunque yo todavía no la veo pero no puedo esperar, me gustó mucho In The Bedroom-, que me devuelve la fe en los escritores de este siglo XXI y me da suficiente esperanza e ilusión, para recuperar el hábito de la lectura, así como el de escribir, como una lluvia refrescante, un monzón, después de una larga temporada de no poder escribir nada de mi propia ficción.

Qué gran libro.
Sin extrapolar.

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