martes, 23 de enero de 2007

Retratos: Compadre Alejandro


Alejandro ha sido mi compadre desde hace doce años.
(De hecho, la foto corresponde a ese periodo, fue tomada en junio del '95)

Se dice fácil, pero realmente es mucho tiempo (¡Nos estamos haciendo rucos, compa!). Y hoy, precisamente, es su cumpleaños -- aunque no diré cuántos cumple, que conste.

Mi compadre es de los personajes cuya presencia en mi vida debo al paso que tuve en mi pálida y temblorosa juventud dentro del taller literario del hoy extinto Rafa Ramírez Heredia y desde que apareció ha sido buena influencia, excelente amigo y una de las personas a las que más cariño tengo, por múltiples razones.

Alejandro, cuando yo lo conocí, era un joven crítico voraz y muy atinado de los textos que se presentaban a mesa cada semana; igualmente era escritor con una voz muy lograda, de timbre particular y lenguaje muy definido. Sus cuentos --algunos de los cuales aparecen junto con mis primeros trabajos en dos antologías colectivas llamadas Narraciones de Terror, Fervor y Chunga (1995) y Bajo Tierra: Relatos de muerte (1997)- resultaban efectivos (mas no efectistas) y de una estructura muy característica (siempre en una inquietante segunda persona: "Tú estás ahora aquí..."). Por supuesto, cuando nos conocimos, el primer cuento mío que oyó en lectura, acabó hecho trizas.

Pero sobrevivimos a esa etapa.

Aunque nos decimos "compadres", el Alexander y yo realmente no lo somos, pero se siente como si así fuera. Tiene dos hijos maravillosos: Esteban (que la última vez que lo ví, casi me llegaba al hombro... ¡y pensar que yo lo cargaba en brazos!), con quien siempre me unió un nexo muy especial -- Alec es el primero de mis amigos que tuvo hijos- y que siempre ha sido muy amoroso conmigo y Cristóbal, que fue un bebé muy, muy, muy deseado y es hoy, siete años más tarde, un niño extraordinario y muy amado.

Naturalmente, ésto no es sólo obra de mi compadre, sino también de su extraordinaria cómplice -- desde hace veintimuchos años-: Diana. Podría yo llenar páginas y páginas de las razones por las que yo admiro a Diana y la quiero de verdad, pero no acabaría nunca. Lo único que puedo asentar (y ella lo sabe) es que la considero una de las mujeres más valerosas y con gracia natural, que haya yo conocido. Es un ejemplo y está llena de amor y de luminosidad.

En estos años, mi compadre y yo hemos pasado por más aventuras de las que podría ser posible citar: hemos ido a todas las fiestas, hemos reído de todos los chistes (es uno de sus talentos) y hemos visto muchísimas cosas, buenas y terribles. Con él aprendí que ser yo mismo no es algo terrible ni temible. Y es, gracias a él en buena parte, que pude madurar en muchos aspectos donde antes ni siquiera imaginaba. Por eso le tengo mucha gratitud y tanto afecto.

Aunque ahora nos vemos menos que antes -- hubo un tiempo en que nos veíamos una vez a la semana, mínimo- cuando sucede, habitualmente para una comida larga, lo disfrutamos mucho: no hay un tema del que no hablemos y creo que tampoco (a estas alturas del poema) tengo nada oculto para él, es decir, le cuento todo. Y lo que me ha enseñado él, es que no juzga y eso me ayudó en un momento no muy lejano, a tener más confianza para andar.

Pues son tantos años, compa. Y se sienten como si todavía fueran aquellos días de libros usados y cena en La Ronda (cuánto tiempo bajo tu protección y generosidad, me cae. Mi perpetuamente hambriento estómago lo agradece) o juntos comiendo mariscos en El Jardín del Pulpo, o sentados en alguna acera de Condesa, con el Ganzúas y Alfredo o tú discutiendo filosofía de la vida con la icónica Mars mientras yo escucho, o bien los dos compadres solos, recomponiendo el mundo.

Tantos años y tantas cosas.

Feliz cumpleaños, Alec.
Que sigamos celebrando cuando realmente seamos viejos, con el mismo gozo de hasta ahora.

Muchos abrazos.

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