martes, 9 de enero de 2007

Y si te vi...


...ni me acuerdo.

Es curioso cuando así quedan las cosas.

Me explico enseguida.

Hace casi diez años, un tal Alfonso (cuyo apellido tuve muchos problemas para recordar ayer en la mañana mientras me duchaba... acabé recordándolo hasta mediodía, pero igual, no lo voy a citar, para no darle importancia, porque además sé de buena fuente que tiene la mala costumbre de googlearse) tuvo a bien convertirse en "el amor de mi vida" de esa etapa de la misma.

No que antes no hubiera estado enamorado --si yo les contara... pero me gana el pudor, aunque ustedes no lo crean-. Por mi vida ya habían pasado algunos reyes de la frontera salvaje a los cuales confundí con un Príncipe Encantador (el ridículo es algo a lo que no debe temerse, ahora lo sé). Pero éste tenía la característica de que fue el primer tipo al que abierta y directamente fui y le dije en su cara: "tú me gustas", algo que no había hecho nunca antes. Con ninguno de mis amores, que habían sido más bien de índole platónica y casi byroniana.

Ay, vestigios de mi pálida y temblorosa.
(¿De dónde me habré vuelto tan cínico?)

El caso. Al tal Alfonso lo vine a conocer porque era amigo de uno de mis amigos más cercanos y en esa época, mi círculo social era más juvenil y en ciertos aspectos, menos selectivo de lo que ahora es. Yo estaba comenzando mi carrera y la consideraba glamorosa (¡iluso!) y tomaba a todo mundo con igual valía -- no me arrepiento, pero no volvería a hacerlo. Me remuerde pensar a cuanta gente desconecté de mi vida, para cortejar a luciérnagas que eventualmente se apagaron y me dejaron a oscuras y con la cuenta.

Fue en un coctel multitudinario organizado por mi entonces jefe, al que yo había invitado a mi amigo y a su entonces novia (hoy ex-esposa), cuando me dijo el poderoso jefazo que invitara "algunas caras nuevas". Y así lo hice: mi amigo, a su vez, preguntó si podía invitar a amigos suyos y dije que sí... y cuando lo ví, me pareció que Alfonso era el personaje más nefasto en quien habían caído mis ojitos. Con pinta de "soy tan sexy tan galán, tan sexy tan galán, mi perro es mi fan...", iba apantallando a una rubia bastante pasada de kilos que se había levantado en otra fiesta. Después supe que a Alfonso sólo le gustaban las rubias.

La verdad, no tendría porqué mentir aquí o enjoyar al elefante, Alfonso me caía bastante gordo. Pero me gustaba cómo iban juntos sus ojos y boca. De eso sí me acuerdo, aunque no tengo material fotográfico para constatarlo.

Y mejor, ¿eh?

A lo largo de 1997, sobre todo hacia el final, yo me descubría coqueteando con él y al mismo tiempo, experimentando una ansiedad y una elación muy distintas a lo que yo llamaba "amor" (o entendía como tal). A lo que voy: nunca he sido criatura de apetitos lujuriosos (alguna vez he sido acusado de frigidez, análoga a mi veneración por Liv Ullmann), pero éste me entusiasmaba bastante y elicitaba en mí una manera fácil de flirtear con él.

Lo que es más, fue el primer hombre al que besé.

Mi amigo, mi leal y adorado amigo, nos veía con una mezcla de azoro, sorpresa y preocupación. "Este cabrón puede estar jugando... no vaya a romperte la madre"... ah, pero cuando nos enamoramos, no medimos las consecuencias... al menos, no lo hacemos cuando somos tan jóvenes y para bien o para mal, las veces que he amado, yo he amado muchísimo. Con una entrega absoluta. Lo que siento, aún si bien, mal -- o de plano no- correspondido, es el clima, el tiempo, mi mundo entero. Y llegó el momento en que yo ya no estaba tonteando: estaba enamoradísimo.

Y a él no le disgustaba la idea. Me dio alas (y a los que lo recuerdan: sí, es verdad. Me dio alas y yo sentía que volaba). Pero me tomó mucho darme cuenta de que esas alas eran para su ego también. Poco puede abrillantar y masajear más el ego de un Lotario con aspiraciones, que el gustar y ser objeto de deseo y/o lujuria, de muchas personas: muchas chicas -- ay, amor trompetero: tantas veo tantas quiero-, muchas maduritas y claro, también, ¿por qué no? Algún puto.

No hay canalla sin permiso. Y yo le dí permiso. Puedo alegar, que lo amaba. Que mi amor fue sincero, honesto y auténtico. Y que (aún ahora, mientras recapitulo) en su momento supe en mí, que nadie había amado ni lo iba a amar del modo en que lo amaba en ese momento yo.

Claro, esto aplica de manera individual: nunca nadie amará a alguien como lo hizo otra persona. Eso también es parte de nuesta individualidad mercenaria y terca.

En enero de 1998 (¡hasta ahora caigo!) nos vimos en un restaurante cercano a mi antigua oficina. Y le dije, vamos a hablar. Ya habíamos estado tonteando bastante, y jugado a distintas cosas... pero nunca realmente habíamos estado solos face to face & eye to eye. Ahora recuerdo que siempre tuvimos un público. Yo no lo entendía, pero ahora sí: esto confirma la teoría enunciada arriba.

Podría sentirme humillado ahora, pero me rehúso.
No.

En fin, continúo. Le dije, vamos a hablar, y fue la primera vez que le dije a alguien que lo amaba. Lo dije con las rodillas temblándome y las mejillas ardiéndome y el intestino delgado tenso como cuerda de equilibrista. Como nunca lo volví a decir y como quizá no lo vuelva a hacer.

No diré lo que me respondió, porque no vale la pena. Algunos lo saben. Aguanté la humillación, me levanté de la mesa con mi mejor cara de Gregory Peck (aunque ustedes saben que por dentro estaba gritando como Janet Leigh) y salí del restaurante sin rumbo fijo y sin pagar la cuenta -- por primera y última vez en la vida con él.

No pasé mucho solo. De inmediato hubo apoyo, por parte de mi amigo bueno (que de todos modos nos conservó a ambos en su vida, testimonio de lo noble que es) y por parte de una princesa que érase una vez era mi amiga más íntima y cercana y hoy ya no lo es (pero eso no viene a cuento hoy). Me acogieron, me dieron jamón y simpatía. Me dieron el vigor que antes no tuve y me despojé de él como de una camisa favorita que se ha manchado de sangre y nunca quedará igual.

Seguí viéndolo, esporádicamente, nuestras órbitas cruzándose, principalmente en los pocos años que siguieron. Fue hasta 1999 que realmente comencé a curarme y en el 2000, bajo otros cielos y a la sombra de cerezos en flor, que besé a otro y le dije te amo, de un modo diferente y él me correspondió a su manera.

Hace muy poco, muy, muy poco, estaba afuera de un cine, esperando a Carolina cuando alcancé a ver, en la escalera eléctrica que conduce directamente a la taquilla, una forma al principio vagamente familiar. Venía con una mujer, que, curiosamente, no es rubia. Supongo que es hoy día su compañera.

Quienes en persona me han visto, aún después de conocerme sólo virtualmente, saben que es imposible no verme -- bueno, esto no es del todo cierto. Muchas veces he visto pasar a amigos y gente muy cercana a un metro de mi, pero sin notarme siquiera... a veces soy invisible-. En esa ocasión era imposible no verme, de pie ante la taquilla, on un pañuelo de seda naranja brillante atado al cuello.

Nos vimos.
Y fingimos que no.

Carolina llegó y omití mencionarlo. De hecho, lo había olvidado hasta ayer.

Y si te vi,

En eso acabamos: él es un extraño y yo también.
Y eso me gusta. La civilizada manera en que se borra de mi existencia y me exime de cualquier tristeza al, por última vez, recordarlo.


ni me acuerdo.

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