martes, 6 de febrero de 2007

El deshielo de la leona


Siempre había sido admirador de la otra Hepburn, tan al punto que esta devoción siempre de un modo u otro, me hacía ver con cierta desconfianza a Kate. Eso, aunado al hecho de que su presencia siempre me había parecido excesivamente teatral.

Sin embargo, siempre tuve que admitir que era tan ídolo como la tía Audrey, y siendo un idólatra como yo lo soy, pues no tuve mucha opción mas que, eventualmente, dejar que ejerciera su extraña influencia sobre mí.

Así pues, disfruté de Kate en La Fiera de mi niña (Bringig up Baby), Holiday, La Historia de Filadelfia y La Reina Africana, que son algunas de sus películas más populares, pero siempre me había faltado ésta:
No sé por qué siempre, y concienzudamente, eludí El León en Invierno... supongo que en parte tiene que ver con mi aversión por las cintas de época (en parte, esto es un residuo de las pésimas clases de historia universal que recibí en una época de mi vida) y en parte porque... pues... porque... bueno, uno cuando es joven hace cosas muy estúpidas (como ver Titanic en cine tres veces... d-dios m-m-mío... ¿cómo me atreví?) que no tienen explicación ni justificación.

Así fue entonces, que este fin de semana, baboseando por ahí, me encontré de manos a boca con El León... y, siendo que desde que vi Robin y Marian quise ver algo más escrito por James Goldman, tomé el DVD y me fui con paso seguro a la caja (el que estuviera también en el ridículo precio de $69 también ayudó).

¿Y qué mejor que ver esta historia en invierno, con el hielo adhiriéndose a las ventanas y mis manos como alabastro, mientras tirito en mi buhardilla? Porque así es como ha estado el clima estos días, en esta ciudad: frío y ominoso, con cielos amortajados en gris.


Aunque mi devoción absoluta y mi amor sublime como espectador pertenecen a Alan Bates, tengo que reconocer que Peter O'Toole siempre me ha parecido uno de los grandes: y lo compruebo al encontrarme con su Enrique II, entre loco y enternecedor; un monarca poderoso que se encuentra a sí mismo a los 50 años como un hombre con todo, excepto un heredero que lo ame. O bien, alguien que lo quiera, con la excepción de su favorita, la princesa Alaïs (Jane Merrow), hermana del Rey de Francia y criada por la misma Eleanor de Aquitania (la Hepburn, en trabajo de Oscar).


Es la Navidad de 1183, en el castillo de Chinon. Aunque nada de esto ocurrió realmente como se describe, la sensación de que así fue, todo lo pervade: Enrique ha mandado traer ante él a sus hijos y a su mujer (a la que ha mantenido cortésmente encerrada en diversas prisiones los últimos diez años). Lá razón de esta reunión de Plantagenets, es para decidir quién se quedará con el trono cuando papá ya no esté: Ricardo, el orgulloso hijo mayor (Anthony Hopkins, aún muy verde en su debut en cine), Juan el enfermizo hijo menor (Nigel Terry, quien eventualmente sería Arturo en Excalibur) y Geoffrey, el hijo de en medio (John Castle) al que nadie presta atención y que por lo mismo es el más peligroso... hubo un retoño más, Enrique, quien al inicio de la trama, ya está muerto y reposa en las bóvedas del castillo.

Si bien las intrigas de palacio sirven para revelar la frágil naturaleza humana de la familia real, el verdadero espectáculo aquí es Eleanor [no Leonor, que no significan lo mismo] de Aquitania, encarnada por la Hepburn a todo lo que daba su carisma y wattaje de estrella: tenía 60 años (la misma edad de la mujer que representaba en el momento histórico correspondiente) y se mantenía perfectamente en forma -- cosa sorprendente si se tiene en cuenta que no era lo mismo tener 60 en 1968 que hoy: vean nada más a Susan Sarandon o Charlotte Rampling-. En escena, su interpretación es prístina y libre de afectaciones (algo que muchos de sus coétaneos no podían evitar: Laurence Olivier incurría en esos vicios de vez en cuando y aún actores más jóvenes como Brando, lo hacían también).

Desde su primera aparición en escena, vista de perfil, la película le pertenece a ella y a nadie más. Comparte con O'Toole y con los jóvenes que hacen de sus hijos, pero no pierde nunca su fuerza: esta mano cubierta de seda, tiene por debajo un guante de hierro forjado.

Goldman supo cómo manejar las emociones de sus personajes tanto en teatro como en cine: demuestra un oído magnífico para el diálogo que lo mismo denota un sutil toque de amargura (Eleanor en el espejo: "¡Pero qué belleza de criatura! ¿Por qué la habrá abandonado su rey?") que humor retorcido ("pero querido, en un mundo donde un carpintero resucita, cualquier cosa es posible").

Cuando la última escena se ha disuelto, también así el hielo en que yo mismo había encapsulado esta película. Me gusta, me gusta mucho y espero, anticipo el momento de volverla a ver (porque no podrá ser de inmediato: tiene que asentarse, tengo que paladear aún las texturas, las sombras, el alborozo, la música de John Barry también). Pero una cosa me queda cierta: sin lugar a dudas, a mi panteón idólatra ha entrado, con suficiente clase como para subir alto sin empujar, Katharine Hepburn.

Su leona invernal me contempla desde su nicho, al lado de la Señora Robinson, Rosemary Woodhouse, Petulia Danner, Holly Golightly y Fräulein María. Y entre ellas, es bienvenida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace relativamente poco leí un comentario muy de pasada, donde se hacía mención a esta película en forma bastante denigrante. Y lo leí de pasada, porque pensé "no me importa, a mí me encanta".

La he visto muchas veces, te diría que cuando la pasan en cable me prendo y posteriormente vi la miniserie (con Glenn Close, si no me equivoco) pero nada que ver con la película.

Los diálogos, la ironía, la relación de amor-odio entre Enrique y Eleanor, más amor por lo que fueron que por lo que son, todavía me seducen.

Siempre fui fan de las Hepburn, y de esta Hepburn en particular he leído incluso su autobiografía. Me encantaba ella de joven (teatral y todo, no reniega de sus raíces ahí)y me encantó de vieja. Como me ha pasado con varias de estos ídolos, cuando falleció me apené como si hubiera perdido un familiar...

No sé si la película será excelente, buena o mala; no me importa. Kate brilla y con eso alcanza.

Un abrazo...
Patricia
(¿tres veces Titanic? ¿Estabas purgando algún pecado inconfesable?

Miguel Cane dijo...

Querida P/P:

Efectivamente, Kate brilla y deslumbra. La voz, tan ella, las manos... ¿Has visto Un delicado balance, que es ella interpretando a una heroína de Albee? Es excelente...

Aprendí a ver a Kate con ternura y respeto (si bien, no puede ser con el amor que tengo a Tía Audrey, pero es que se trata de Tía Audrey, como me enseñó a llamarla mi amigo Julián, que la venera).

Y aquí, me cautiva y hace que le crea. Se ha convertido en un favorito recién descubierto.

Y lo de TITANIC... pues qué te diré: fue una mezcla de que NO HABÍA NADA MÁS EXHIBIÉNDOSE y la inmadurez.

Pero uno puede recular siempre.

Mil besos,