Gente enamorada (Valentine's Day is over)
Es cierto: las primeras historias de amor (externas a las de la familia o los cuentos de la infancia) que conocemos en la vida, son a través del cinema.
Así me ocurrió con Holly Golightly y Paul "Fred" Varjak, con Deanie Loomis (la preciosa Natalie Wood) y Bud Stamper (el precioso Warren Beatty) en Esplendor en la hierba, con Ingrid y Cary en Notorious y con Fräulein María y el Capitán Von Trapp (en cuya boda, vista a los seis años, confieso que lloré con una tristeza y ternura inexplicables).
Pero la que se lleva la palma por ser la primera historia de amor con la que me emocioné de un modo total y que sentí completamente real, fue ésta, concebida por Claude Lelouch en 1966 y que vine a descubrir en la TV, sentado junto a mi abuelo Miguel -- que fue esencial para explicarme la cuidadosa estructura narrativa de la trama- en 1981.
Un Hombre y Una Mujer me fascinó profundamente: ya conocía la música [que seguramente están oyendo ahora], gracias a un LP que mi mamá tenía y que solía poner en el tornamesa los sábados por la mañana, después del desayuno, mientras ella y yo arreglábamos la casa para irnos después a pasear por el zoológico, con papá (o sin él, si estaba de viaje).
Recuerdo cómo me hechizó la belleza de Anouk Aimée como Anne Gauthier, la joven script girl que es madre viuda de una pequeña niña: su fragilidad y entereza simultáneas se volvieron una parte esencial de lo que para mí era una mujer. Yo veía en ella reflejada, en cierto sentido a mi mamá (aunque la verdad, no se parecen, si bien para todo niño su madre es tan hermosa como una estrella de cine).
Igualmente atractivo y maravilloso me pareció Jean-Louis Trintignant como Jean-Louis Duroc, el piloto de carreras, que es un héroe icónico y al mismo tiempo, un hombre accesible y sonriente, eminentemente querible y de contagiosa bonhomía. La clase de hombre que, en mi pequeño ser, quería que fuera mi yo futuro y al mismo tiempo (cuando la volví a ver, como a los trece o catorce años) quería tener en mi vida.
La diferencia entre presenciar como silencioso espía pequeño y como adulto en ciernes, anhelante de pasiones, una historia de amor como ésta, reside en la observación de los detalles: en las emociones que suscitan.
Me expongo:
La primera vez, me enloqueció la música (el número instrumental de orquesta que sirve como tema de Duroc al subir al volante, la samba canturreada por el bobo marido de Anne -- Pierre, el stuntman-, el tema en paroxismo mientras todos juntos -- Anne, Jean-Louis et fils- se reúnen en la playa de Deauville), la velocidad de los Mustangs (había uno en casa de uno de mis tíos, y se sorprendió cuando lo identifiqué con naturalidad) y la noción de conducir en una noche de Montecarlo a París (recuerdo que Papá Miguel buscó el dato para mí en un road atlas de la Michelin. Son 920 km y consistentemente, 8 horas de manejo a una velocidad de 11o km/h, aprox).
De adulto, me conmovió cómo se da el enamoramiento entre Anne y Jean-Louis, ambos sobrevivientes de sus cataclismos personales: donde Pierre Gauthier por atravancado pisa una mina de salva, Valèrie Duroc se tira por la ventana de un nosocomio, en una crisis nerviosa.
Me descubrí viéndola no hace mucho, perdiéndome en el contraste del blanco y negro con el color del destiempo: con la melancolía de Anne y esos ojos tan tristes, me ensoñé un poco (sí, qué tiene) con la sonrisa majestuosa de Trintignant (que sabe utilizar muy bien ese recurso y lo suprime por completo en la brillante El Conformista, de Bertolucci, mientras observa a Dominique Sanda enrojecer a la nieve).
También me descubrí entendiendo la naturaleza del enamoramiento de un modo más claro, ahora que tengo edad para reconocer (si bien nunca comprenderé del todo) sus mecanismos ni lo que hacemos cuando sucede.
Ellos se enamoran de repente, sin pensarlo. Con una conversación de algunas horas en coche. Y yo pensé "así se enamora la gente, eso lo aprendimos en el cine."
Lo que no aprendemos (y esta película es claro ejemplo) es cómo descontar los desencuentros, cómo utilizar al desamor para vivir o más bien, seguir viviendo.
No sé si Anne y Duroc realmente continúan amándose (me gusta pensar que sí y evité la innecesaria secuela como a la diarrea). Lo que sí sé es que el amor sucede. Sucede como a ellos les sucede y que muchas veces no funciona; o se transforma. El propio Duroc lo dice "podríamos acabar como amigos". Y acaso ese es el mejor escenario, opuesto a la tristeza o al desencanto.
Ayer, que era día de San Valentín, alguien me preguntó si creía en el amor y contesté efusivamente que sí. Que he amado. Que seguramente también alguien más me amó.
Pero ambas cosas son muy distintas y eso es un claro contraste que aparece en la película, como en la vida. Yo he amado, alguien me amará. Yo amaré.
Afortunados y dichosos los que aman.
Los que van a amar.
Los que amaron.
¿Pero les digo algo? Ya pasó San Valentín (como dice June Tabor) y por una parte, me alegro.
Las historias de amor, las conocí a través del cine. Cierto. Pero también he tenido las mías y todas (todas, hasta alguna que ya conté) de un modo u otro, todas, han terminado bien.
Sin miedo ni odio, sin dolor ni corazones rotos.
Je ne suis pas morte!
Comentarios
otro saludo
Creo que sería bueno que te dieras tiempo de ver Un Hombre y Una Mujer, aunque sea por necesidad de contraste.
Y por otra parte, busca tus propias historias (e histerias) de amor en pantalla, para hacer ese delicado equilibrio entre el maor real y el que aprendemos de la pantalla.
Creo que te nutrirás mucho, pequeño.
¡Saludos!