Breve encuentro en un jardín inglés


Noviembre de 2005.

El hotel donde estamos hospedados es antiguo, frío y casi cavernoso... y a un mismo tiempo, es una joya arquitectónica con acabados de lujo y con la historia -- literalmente- metida entre los páneles de madera que recubren los muros de interior.

Las alfombras son mullidas y suntuosas, ahogan el rechinar de los escalones mientras bajo. Ha sido un día largo de entrevistas y conferencias, de ir y venir, de cinco minutos con alguien y quince con alguien más; de compartir una espaciosa sala de espera con la prensa extranjera -- y mañana estarán los orientales, por lo mismo, el "talento" ha sido retenido esta noche y se hospeda en otra ala del hotel, en las habitaciones con vista al jardín.

Hace rato cené con Fernanda, una periodista brasileña y con Edwin (de Holanda). Es temprano, pero en el otoño, las noches inglesas son muy oscuras y sin estrellas, aunque cuando salgo por una de las puertas francesas hacia los senderos adoquinados del jardín, encuentro que bajo una de las pérgolas espaciadas, acompañada por una voluta de humo y un par de miembros del staff de la película, hay una.

Me sonríe, dice "hola" y yo correspondo. No sé si acercarme, pero la conversación que llegó a mí como murmullos casi sonrientes, está interrumpida y hay tres pares de ojos puestos en mí.

"Eres español, ¿cierto?"

"Mexicano, madam."

Ella asiente, sonríe de nuevo, antes de llevarse lo que aparenta ser un cigarrillo enrrollado a mano, a los labios. La sonrisa reaparece mientras retiene el humo. Antes de soltarlo, indica una de las bancas de piedra en la pérgola, donde también hay un calentador de gas, dispuesto por el hotel para (supongo) los huéspedes que -- como yo- salen a pasear a la intemperie.

"No pareces mexicano," dice "es que eres tan alto..."

Me habla como si nada y no sé qué decir. Es ahora ella quien me entrevista y no a la inversa: me sorprendo hablándole, cada vez con menos pudor, de las cosas que ella quiere saber: ¿qué tal el viaje? ¿Asesino? ¿De dónde viene mi acento cuando hablo en su idioma? ¿Qué cosas escribo? El cigarrillo da vuelta en círculo y llega a mis manos. Vacilo un segundo, luego doy la calada. Retengo, suelto.

Y siento una calidez que no éstaba ahí cuando salí del hotel hacia este jardín de setos monumentales y rosales ahora desnudos, hibernantes. Los ojos de ella -- unos ojos característicos, inolvidables- me escrutan y me guiñan.

Ahora somos cómplices, como en una canción de Leonard Cohen.

Me atrevo y pregunto cosas que no pude cortar para mi entrevista de la tarde: ¿cómo era Derek Jarman? (Complejo, divino, aterrador, doloroso como un niño y un viejo alternativamente en un sólo cuerpo. Irreverente. Fascinante) ¿Qué sueña cuando duerme? (que vuela, que se vuelve pilar de sal, que puede cruzar paredes como si fueran de aire, que ha perdido el reloj), ¿Cuál es su canción pop favorita? (The Killing Moon, Mother of Pearl, Paint it black); ¿Cómo era Lady Diana Spencer en el internado? (esto con risitas apenas contenidas al responderme: "rubia. Regordeta. Sosa. Profundamente infeliz y creo que aún después lo fue").

Yo: "¿Son muy distintas la Reina Jadis y la Reina Isabella (en Eduardo II)? ¿O son esencialmente la representación del corazón humano devorado por sus pasiones más monstruosas?"

Ella: "Creo que son dos criaturas completamente distintas, pero sí... son encarnaciones de mal absoluto, motivado por distintas razones: Jadis es mala porque es el mal en sí mismo, las emociones ególatras que todos los niños alguna vez tuvimos y que nos enseñan a suprimir y controlar desde entonces. Es el ejemplo de Lewis de lo que un niño sin disciplina puede llegar a ser, moralmente hablando. Isabella se vuelve monstruosa por despecho y por locura. Pero el resultado es esencialmente el mismo... sí, se dejan devorar por su lado más cruel. Eso las convierte en seres malévolos, pero también extrañamente cercanos a nosotros."

Otra vuelta circular del cigarrillo casi extinto, más volutas de humo, más risas.

Le digo que mañana iré ante la esfinge; una de las actrices que más he admirado (y que ella también, me entero). No sé qué voy a decirle, por eso no podía dormir.

Ella me mira, despliega su sonrisa, oprime mi hombro, mientras con un pie acaba con la evidencia y se prepara para ponerse en pie -- es casi tan alta como yo, debe llegar al 1.80- y me mira a los ojos. "Sólo sé tú mismo. Pregunta lo que quieres saber y que creas que ella quiere decir. Lo demás vendrá solo. No dudes."

La charla se prolonga un poco más, del bolso donde guardó su latita incriminatoria, extrae una tarjeta personal de cremosa textura, la pone en mi mano, dice "escribe y cuéntame lo que pasó".

Nos despedimos. Agita una mano mientras me alejo por el corredor alfombrado de vuelta a la habitación que me han asignado. Voy contento, sonrojado (¿sería la yerba?) y a la vez, fascinado.

La noche ahora tiene un cielo cuajado de estrellas.



Comentarios

Anónimo dijo…
que increible...los caminos son los mismos lo importante es disfrutarlos...
hanna
Miguel Cane dijo…
Gracias, corazón.

Y sí, uno lo procura.

Mil besos.

M

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