sábado, 27 de enero de 2007

De profundis


Hoy pensaba que es cierto, que hay veces que no sé cuando quedarme callado.

Eso me llevó a pensar que otras veces, no sé cuánto quedarme callado.

Y otras, que no sé cuando hablar.

No es complicado, realmente. Es sólo que a veces pareciera que yo hablo y hablo y hablo... pero muchas veces, también me quedo en silencio.

Ese silencio no necesariamente significa que esté enojado ("no estoy enojado," suelo decir cuando no estoy enojado) o incluso triste. Otras veces, sí.

Pero lo mismo, puede significar que estoy asustado, o confundido, o conmovido o simplemente, que no me hace falta hablar.

No obstante, también ha habido (hay) ocasiones (muchas) en las que tal vez debo hablar y no lo hago.

¿Por qué?

Eso estuve pensando hoy, mientras veía la lluvia persistente, desde el pórtico de un café, esperando -- aunque es un mal hábito que tengo, no debería de esperar nada, y eso lo sé desde siempre-; ¿a qué? A que amainara. A que dejara de hacer frío. Algo. Nada.

¿No hablo cuando debo, por orgullo? ¿Por miedo? ¿Por vergüenza? ¿Por confusión? ¿Por consideración? ¿Por pudor? ¿Por idiotez?

Esa es otra de las miles de preguntas sin respuesta que voy coleccionando y que prendo con chinchetas en un panel de corcho junto a mi escritorio. También hay respuestas sin preguntas.

Seguí contemplando la lluvia, sin mojarme eso sí, y traté de ir más profundo sin moverme del sillón. Ir hacia adentro. Más y más abajo. Al fondo. Aunque nunca realmente creo que he tocado fondo, ni siquiera cuando creo que lo he hecho o más bajo creo que he llegado.

Inspecciono entonces mis sentimientos, mis percepciones: como ir al mercado y tocar distintos frutos y vegetales para identificarlos, encontrarles el punto.

Es una semana extraña, ésta. Mucho estrés -- he cuidado que no se refleje en el blog, pero mi trabajo en esta temporada de premiaciones suele ser bastante estresante-, muchas ilusiones (algo puede ocurrir, algo bueno, yo sólo espero conteniendo la respiración), telefonemas, desvelos, proyecciones, risas, algún sinsabor... pero, ¿qué sería del todo sin sinsabores o decepciones también? ¿No son parte, al final, de todo lo que uno tiene?

Observo mis sentmientos expuestos ante mí, como si fueran cartas. Por esto no quiero decir misivas, no. Cartas de la baraja. Flor Imperial. Esta semana fue decisiva en ciertos aspectos; también es una semana ordinaria. Y hoy, esta madrugada, es también algo que no había anticipado (lo había incluso olvidado) y que me toca, se revela ante mí.

Hoy. Conmemorante.

Pero no es eso, no. Es un todo, un cúmulo, un infinito interior. Con su propia música de esferas. Un infinito con un umbral para el dolor muy grande, tan inmenso como el cielo que en este momento no tiene luna. Y que puede aguantar. Aguanto muchísimo, aún donde son las incongruencias y torpezas más simples, lo que me puede llegar a causar ese mismo dolor, que en momentos (a veces) deja de estar en mí, para que esté yo en él, es el clima, el tiempo que parece tornarse lento, el sol, mi mundo entero. Otras veces hay un júbilo, un gozo que me guardo. Que lo acaricio y, que como la esperanza, tiene plumas (Emily Dickinson dixit), que también se asoma un poco, se deja ver, me sonríe con timidez y yo lo echo a volar.

He cruzado muchos umbrales dentro del mismo del que hablo. Y siempre salgo con algo aprendido o al menos, con las manos al frente y los puños cerrados. Comprendo que no soy perfecto, que no tendría sentido engañarme (enjoyar mi propio elefante) a ese respecto. Y se supone que lo que mejor hago es hablar. Pero a veces, (siempre a veces) no sé cómo. No sé qué decir o cuando lo sé, entonces la forma de decirlo.

No hay ira existente, ni sufrimiento insalvable, en mi silencio, ni en mí. Es más bien confuso: no sé qué paso dar, o cómo darlo. Es ironía (ésta toca mi sonrisa al pensarlo) que no sepa como si mi oficio es comunicarme, hablar. Mis instrumentos son sólo palabras.

Pero no puedo comunicarme, cuando hay cosas que no sé. Y otras que no sé cómo expresar. Pero lo mismo, yo sólo soy un aprendiz. Para eso estoy aquí, para aprender. Para tratar de ser más tolerante y apenas y un poquito más tolerable. Para estar donde tenga que estar.

Volví a casa y aún llueve.

Pero no aquí dentro, de profundis. Sólo escucho, mientras me despojo de mi atuendo, de mis antifaces (que son tantos y tan convenientes a veces) y me desvisto del todo. Escucho el infinito, acompasado por el golpe, el derrame, el camino de las gotas y hago acopio de todo; expuesto, reúno palabras. Tal vez (a veces) pueda usar alguna para decir algo, cuando sepa cómo (y cuando sepa qué: ¿perdonar, disculparme, reírme...?).

Cuando sepa cuándo.

Cuando sepa, sabré.

1 comentario:

Miguel Cane dijo...

Dear Ben,

Holding on is what I do.

(A veces) no se me ocurre otra cosa qué decir.

Muchas gracias por leer, muchas gracias por hablar(me).